Los dueños del Destino. #PGP2...

By ReineDesEnfers

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El inicio de todo ocurrió de manera inesperada, y el final de todo ocurrirá de la misma forma. Los Herederos... More

Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13

Capítulo 12

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By ReineDesEnfers


Ninfa llevaba horas acurrucada en un sillón de la sala de estar, aún no comprendía cómo todos sobrellevaban la tristeza, mientras que ella se hundía cada vez más en el dolor que le había causado aquel ataque. Se preguntaba cómo ellos habían canalizado su sufrir en una sed de venganza, que los motivaba a entrenar cada vez más duro, mientras ella sólo anhelaba ser capaz de morir, morir y dejar de existir, como lo habían hecho Flora, Platón, Justo y Titania.

Miraba hacia la pared color crema, las cortinas cerradas no permitían que la luz pasase, y una sola lágrima salió de los ojos de la Heredera. Sus sentidos animales la sacaron del trance, y miró con fiereza la entrada del salón, donde una figura la miraba de arriba hacia abajo.

—No puedes permanecer hecha bolita en el sofá por el resto de tus vidas, Ninfa. —habló un joven, abriendo las cortinas y dejando que el salón se iluminase.

— ¿Ah, no? Pruébame, Sad. Estoy harta de que quieran decirme cómo enlutar y sobrellevar mis pérdidas. —contestó con ira Ninfa.

—Ninfa, nosotros no hacemos semejante cosa. No somos humanos, deja de actuar como una.

Aunque todos en la mansión habían sido comprensivos del dolor que sentía la Heredera de Sagitario, ya habían pasado muchos días para que su actitud continuase tan apagada y sin ganas de luchar, Sadalmelik, Ares y Solomon estaban preocupados, ¿qué pasaría si no era capaz de alcanzar su lugar en el Destino? ¿Quién lo tomaría?

—Sadalmelik tiene razón. —interrumpió una tercera voz.

— ¿Tú vas a hablarme de comportamientos humanos, Aries? Vives obsesionado con chicas distintas cada semana y peleas como animal a la más pequeña provocación, eres la última persona que puede comentar la irracionalidad en mi comportamiento. —replicó con agresividad.

—Ninfa, por favor, necesitamos que reacciones. Ha pasado una semana entera desde que iniciaron los entrenamientos, y no has participado más que en una clase de dominio elemental. No puedes seguir así.

—Escucha la razón, Arquera. Necesitas escuchar, el Destino llama, pero no grita. —dijo alguien más, entrando al salón.

— ¿De qué demonios hablas? —cuestionó Ninfa. Su tono de voz no reflejaba la seriedad que su rostro había tenido antes, siempre estaba en el polo extremo de sus emociones, y carecía el control de ellas.

—Sad y yo creemos que, si no escucharás razón de nosotros, tal vez alguien con mayor conocimiento del orden del Destino sea capaz de ilustrarte.

—Mira, qué creativos. ¿Y no pudieron traer a alguien que no hablase en acertijo? —preguntó con sorna.

—Solo... escucha. Escucha lo que tiene para decir, por favor, Ninfa. —Sadalmelik se acercó a la joven, y poniéndose en cuclillas tomó entre sus manos el rostro de la chica, pegando su frente y nariz a las de ella—. Te extraño, y sé que me extrañas a mí. Necesitas reabrirte a la realidad y salir del hoyo negro al que te has metido.

El joven Heredero besó la frente de la chica que se había adueñado de su corazón, y junto con Aries, abandonó la sala.

—En realidad, es mucho menos complejo de lo que ellos pintan. —dijo Thaddeus, mirando las palmas de sus manos.

— ¿Entonces por qué lo haces sonar tan complejo?

—Porque mientras no entiendan lo sencillo que es, necesitan la complejidad de los juegos de palabras y adivinanzas de niños para siquiera interesarse lo suficiente.

—Entonces, ¿qué es lo que quieren que me digas?

—Aquello que ya sabes pero te niegas a aceptar.

— ¿Que debo salir de mi patético y humano trance para no arriesgarme quebrantar el balance del Destino y que todo se vaya al carajo?—inquirió rodando los ojos.

—Yo hubiera usado otras palabras, pero, sí. Eso mismo.

—Estoy harta de eso, de tener que "seguir las reglas del Destino", nuestros padres lo hicieron, y mira dónde estamos. Si tan solo siguiéramos nuestro instinto, en lugar de lo que ya ha sido escrito.

—Eso se ha hecho... y no ha funcionado. —contestó El Loco, una sonrisa casi maquiavélica en su rostro.

— ¿Entonces qué se supone que hagamos? —preguntó irritada, esta vez, levantándose del sillón. La Arquera caminaba con pasos cautelosos, pero cargados de fiereza, caminaba de la misma manera que una leona a punto de atacar a su presa.

— ¿Tú? Quedarte donde estás. Ponle un dedo encima, y los romperé uno a uno. —interrumpió una voz que normalmente estaba cargada de nada más que ternura y amabilidad.

Siren había escuchado la conversación recargada en las paredes, Ninfa había estado demasiado sumida en su miseria como para notar la presencia de la cautelosa Heredera. Sin embargo, en el momento en que oyó el amenazador tono de voz de la chica, la Heredera de Piscis intercedió, jamás permitiría que alguien pusiera un dedo sobre su amado, sin importar lo que eso significase.

Ninfa sonrió, y aunque sabía que una pelea entre ellas dos no tendría un final abrupto y simple como el de la pelea entre Nashira y Astrea, estaba dispuesta a combatir cuerpo a cuerpo con la ingenua joven que había decidido amenazarla, «Nadie amenaza a la Arquera.» pensó Ninfa con una maquiavélica sonrisa.

Siren frunció el ceño ante la retadora expresión de la joven, sin embargo, antes de que una atacase a la otra, Hyades y Juno entraron a la sala.

—Deténganse. —pidió Juno. Pero ambas dieron un paso hacia donde estaba la otra.

—No podemos seguir peleando, necesitamos estar unidos, por favor, chicas. —le secundó Hyades.

—En este momento —habló una vez más el errante personaje que era El Loco—, sólo tú puedes detenerlas, Hyades.

Ninfa y Siren se miraban en ira, ambas estaban listas para desencadenar las emociones que habían ido almacenando en las semanas que habían pasado desde el ataque, Siren había perfeccionado algunas de sus habilidades en las clases improvisadas, mientras que la vivaz Ninfa sabía dejar a sus instintos y sentidos primarios tomar las riendas de sus habilidades.

No temían la una de la otra, y por ello, eran aún más peligrosas.

« No lo hagas.» dijo Thaddeus en la mente de su amada, pero ella no escuchaba. Como Elemental de Agua, era demasiado inamovible para ser persuadida en detener lo que sus instintos le pedían y rogaban que hiciese; darle un merecido jalón a la realidad a Ninfa. Tan incompatibles, Agua y Fuego, estaban destinadas a colisionar más temprano que tarde, y el momento parecía haber llegado cuando la valentía en sus ojos y la sonrisa retadora brillaron bajo los rayos de luz que entraban por las ventanas.


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— ¿Acaso no planes levantarte de la cama? —preguntó Electra Fleur con sorna.

—Por Mercurio, Electra. Déjame en paz. —contestó Astrea con un quejido.

—Para ser una Heredera Arcana-Zodiacal, eres bastante patética.

Astrea soltó otro quejido y posteriormente se levantó de la cama, parándose frente al espejo de cuerpo completo con un marco de rosas y vides metálico a chapa de oro. Era notable su pérdida de peso, su rostro demacrado y las ojeras que la atormentaban, no había maquillaje en el mundo humano que cubriese la angustia reflejada en sus ojos. Había pasado demasiadas noches sin dormir, con la penetrante mirada del espectro de Electra Fleur sobre ella, su burlona voz insultándola. Había comido poco y su desempeño al igual que su fisionomía y espíritu iban en un innegable declive.

—Pasan de las once de la mañana, el Sol salió hace ya rato, ¿qué esperas para irte? —cuestionó la Heredera casi en un sollozo.

Electra no la miró, no respondió su cuestionamiento, solo se levantó de aquella silla y dio pasos en el aire, murmurando antes de cruzar la puerta que se encontraba cerrada:

—Podríamos hacer tantas cosas...

Astrea ni siquiera prestó atención a las habladurías de la chica, siempre que la visitaba decía algo desconcertante que la joven sabía en su interior, era mejor no escuchar.

Tres toques en su puerta la hicieron saltar.

—Pase.

Cuando esta se abrió, una figura fornida de cabellos dorados ingresó a la habitación.

—Astrea, lamento interrumpirte, pero...

Ella ni siquiera lo dejó finalizar, solo se lanzó a sus brazos y comenzó a llorar. La chica se había quedado sola desde el percance con Nashira, y era atormentada cada noche por un espectro desconocido que la molestaba e insultaba. Solomon era el único que no había perdido interés y fe en ella, pero Astrea lo había echado de lado cuando sintió que tal vez se había encariñado de más con el pobre Heredero de Leo.

Él no la cuestionó, sabía lo que necesitaba, solo la estrechó y los llevó a la cama, donde ella se sentó sobre sus piernas y acurrucó su cabeza en el cuello del chico, sollozando, lagrimeando y dejando salir cada gota de angustia y cansancio en los fuertes brazos del único chico que alguna vez la ha querido.

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Hyades había entendido a la perfección lo que Thaddeus le dijo, sin embargo, sus habilidades hipnóticas aún eran algo inestables, y temía arruinarlo todo.

Aún así, después de pensarlo unos segundos y cuando vio a la Arquera mostrar uno de sus afilados colmillos de una manera intimidante, concluyó en que intentarlo era la única opción.

—Ninfa. —dijo con seriedad, y la chica levantó la mirada para cruzarla con la del joven—. Controla tus instintos.

Los irises del muchacho se tiñeron de un ámbar, brillante como estrellas en una noche despejada, y cuando la última palabra salió de sus labios, los de la Heredera brillaron de la misma manera, y aunque quiso luchar la hipnosis, era incapaz de hacerlo. Solo pudo quedarse petrificada en su lugar, al tiempo que sus músculos se relajaban, sin quererlo, comenzó a caminar de regreso adonde había estado sentada minutos antes.

Hyades había optado por hipnotizar a Ninfa antes que hacerlo con Siren, dados sus instintos primarios, sin embargo, eso pareció ser una mala idea cuando la Heredera de Piscis se lanzó contra su oponente mientras esta le daba la espalda.

— ¡Siren, no! —gritó Thaddeus al momento que ambas caían, Siren sobre la espalda de Ninfa, sosteniendo el cuello de la joven contra el suelo—Debiste hipnotizarlas a ambas. —murmuró mirando al Heredero de Tauro.

Ninfa aún bajo los efectos hipnóticos de Hyades, se hallaba indefensa ante la hábil Cupido.

— ¿Qué demonios está pasando aquí?—cuestionó una elevada voz al tiempo que tres figuras femeninas cruzaban el umbral de la entrada al salón principal.

Sin embargo, nadie fue capaz de responder, cuando el timbre de la puerta principal resonó en el eco del salón.

Todos se dedicaron miradas perplejas, y Alhena corrió a la puerta, a la que Ares ya se había teletransportado y Thanatos había llegado con su velocidad inhumana.

—Ahem —soltó Alhena aclarándose la garganta—. Mi casa, yo abro.

La Heredera abrió la rechinante puerta de madera para recibir a dos seres en quienes hacía días había perdido la fe.

— ¿Castor y Pollux? ¡Por Mercurio! ¿Qué están haciendo aquí? ¿Cómo pudieron abandonarnos en esa masacre?—cuestionó. No sabía si sentirse feliz o estar enrabietada, ídem, los dejó entrar.

—Alhena, Thanatos, Aries. ¿Dónde están todos? Es imprescindible que estén reunidos los sobrevivientes. —habló Pollux.

Ambos gemelos, uno de cabellos rojos y el otro de cabellos rubios parecían haber cruzado el Inframundo y de regreso, una imagen desconcertante para los Herederos, pues los Guardianes y los Cuerpos Celestes siempre conservaban aquella aura etérea y celestial en ellos.

—Debemos hablar con ustedes, ahora. —finalizó Castor.

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