Léiriú I: La rebelión

By LuxMatnfica

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La alocada Madelaine desea venganza. Para ello se unirá a un grupo muy peculiar de rebeldes liderados por una... More

Prólogo
Operación Desembarco: 1ª parte
Operación Desembarco: 2ª parte
1.Idril I: Cómo ser invencible
1.Idril I: La Promesa
2.Madelaine I: La niña que creyó en los cuentos de hadas
3.Rosalie I: La princesa colibrí
3.Rosalie I: Un superhéroe
3.Rosalie I: De acampada en la zona maldita
3.Rosalie I *última parte*
4.Gelsey I: Comienzan los preparativos
5.Idril II: El despertar del ensueño
6.Grisel I: La reunión
7.Adrián I: Destino irónico(Reescrito)
Adelanto especial
7.Adrián I: Churri
8.Elijah I: Huida magnabulosa
-SEGUNDA PARTE: La rebelión-
9.Madelaine II: El reencuentro
10.Rosalie II: El primer beso
11.Nissa I: El origen de los feéricos
12.Gelsey II: Tres mujeres
13.Elijah II: Enfrentamiento
14.Adrián II: Caos
15.Idril III: El salto del elfo
16.Grisel II: Tuli
17. Nissa II: El Hada Maravilla
ESPECIAL HALLOWEEN: Primera Parte
ESPECIAL HALLOWEEN. Segunda Parte (ARREGLADO)
18.Gelsey III: Limonada rosa
Entrevista de 100 preguntas a Idril
19.Idril IV: 57
20.Joker I: Una batalla muy peculiar (1ª Parte)
Joker I: Una batalla peculiar (Segunda Parte)
Epílogo
Índice de relatos
Información sobre la segunda parte
Entrevista al más magnabuloso
¡Entrevista intensa a Adri!
Adelanto Léiriú II
Nuevo adelanto: capi de Adrián (disponible temporalmente)
Adelanto: Capi de Idril
¡Tachán!
Una importante aclaración y una disculpa
¡La ilusión de Fehlion (#Léiriú 2) ya disponible!

8.Elijah I: El Amo del Bosque

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By LuxMatnfica

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"No hay duda. Tras analizar metódicamente varias muestras de agua del río Llyr, nuestros sabios alquimistas han llegado a la conclusión de que el río fue envenenado con polvo de sombra de Kelpie. Se trata de un veneno único que sólo se manufactura y comercia en la caótica Siddhran. Numerosos testigos aseguran que vieron al tirano Kra Dereth por las calles de Siddhran unos días antes a la catástrofe de Llyr. Ropas más oscuras que una caverna de trolls, chepa, andares sospechosos... Todo encaja.

Por concluyente, el que envenenó el río Llyr no fue otro que el infame elfo oscuro."

Parte científico dado por el clan de alquimistas Ojos de Sapo. Archivado en la carpeta 5487.

 ZONA MALDITA. GUARIDA SECRETA DEL AMO DEL BOSQUE. 20:50

ELIJAH

Observaba todo desde mi desafortunada posición, en busca de una apertura por la que poder escapar. Aunque había perdido la noción del paso del tiempo atrapado en esta incesante oscuridad que no parecía tener fin, aún no me había rendido. La clave estaba en recordar quién era. Yo era Elijah Wolf, Capitán de la Guardia Real, y mi deber consistía en proteger a la princesa Rosalie aún a costa de mi propia vida, hecho en el que había fracasado estrepitosamente al dejarme derrotar por una humana loca.

Me sentía sumamente avergonzado conmigo mismo y sabía que nunca podría perdonármelo. Esos tipos parecían sin duda muy peligrosos y dejar a la Princesa con el príncipe cara-de-niña no me tranquilizaba en absoluto. Seguro que salía corriendo y llorando para salvar su "hermoso" rostro de sufrir alguna herida y yo no debía de tener estos pensamientos respecto a un miembro de la Familia Real, pero no podía evitarlo. No soportaba al príncipe Idril en absoluto, reunía en una sola persona las cualidades que más despreciaba.

Resoplé, y las cadenas que me estrangulaban se hundieron más en mi piel. Pensar en el principito bocazas me ponía de mal humor. No había visto al Amo del Bosque ni a Stephany en muchas horas y no estaba seguro de si eso me desanimaba o si me aliviaba, porque ambos eran realmente insoportables. En comparación, escuchar la poesía barata de Idril se hacía más tolerable... bueno, quizás no tanto, pero se aproximaba.

De pronto, un gran estruendo hizo retumbar toda la caverna y los murciélagos que dormían  en el techo fundidos con la oscuridad salieron volando en una nube negruzca de colmillos y alas membranosas.

Tum.

El Amo se acercaba.

Tum, tum.

La roca se erizó. El Amo estaba cada vez más cerca. Su hedor llegó hasta mí haciéndome rechinar los dientes y arrugar la nariz. Era la hediondez de su propia alma podrida que se iba descomponiendo más y más a medida que el rencor acumulado lo iba emponzoñando más y más.

Tum, tum, tum.

Su presencia era tan insoportable que sabía que ya estaba aquí.

―¡Maldito lobo! ―gritó, y su cavernosa voz reverberó.

El Amo del Bosque apenas era un espectro de lo que alguna vez fue. Quizás hacía mucho fue alto, pero ahora andaba encorvado. Las greñas le llegaban hasta los pies y ocultaban la mitad de su marchito rostro. Dos ojos inyectados en sangre lo escudriñaban todo, rezumando odio y desprecio como si sólo con la mirada despellejara todo cuanto estuviera a su alcance.

El Amo extendió dos nudosas y retorcidas manos hacia mí, dispuesto a estrangularme el cuello. ¿Cuánto hacía que no se cortaba las uñas? Se le había acumulado tanta mugre que ésta había conformado una dura capa que crecía de forma independiente. También era imposible descifrar el color de su pelo por esto mismo, las puntas estaban manchadas en sangre y el lodo y hojas secas formaban una mascarilla. Ni hablar de sus harapientos ropajes que quedaban también ocultos bajo la masa y revoltijo de nudos. Este tipo era un guarro y me repulsaba como nada lo había hecho hasta entonces.

―Te lo preguntaré sólo una vez, así que más vale que respondas a la primera ―me amenazó―. ¿Cómo has hecho para contactar con tus amigos?

¿De qué estaba hablando? Yo no había contactado con nadie.

―Llevo aquí atrapado lo que parece una eternidad. No sé de que...

―¡No mientas! ―rugió. Sus uñas se posaron en mi mejilla. Varios  gusanos brotaron de ellas, podía sentir su cuerpo frío y viscoso deslizándose lentamente―. Ya es la segunda vez que se atreven a adentrarse en mis dominios. Les perdoné una vez, pero eso no volverá a pasar.

Los gusanos reptaban hacia los orificios de mi nariz, hacia mis ojos y oídos. Sacudí la cabeza lo más fuerte que pude para quitármelos de encima. ¿Rosalie estaba de nuevo aquí? No podría perdonarme nunca que la Princesa se encontrara en peligro por mi culpa.

―Deja al pobre Elijah, amor mío. Los hombres como él son demasiado honorables como para mentir.

La figura voluptuosa de Stephany había aparecido junto a la entrada. Seguía llevando el mismo vestido negro de todos los días salvo que estaba aún más raído. Su larga melena de ébano comenzaba a enmarañársele también. A saber cuánto tiempo llevaba ella cautiva en este nefasto lugar, porque eso de que era la novia del Amo del Bosque no me lo tragaba.

―La chica será mía ―siseó―. Los demás morirán de forma horrenda.

Stephany trató de acercarse, pero el hedor se lo impidió.

―Agh amor mío, ya has estado revolcándote de nuevo, ¿eh?

Extrajo de su escote una pinza y se la colocó en la nariz, al tiempo que empezó a echar chorros y chorros de ambientador.

―Uno ya no puede ni relajarse en estos días ―musitó el Amo―. Cuando al fin estoy relajándome en mi jacuzzi de lodo, ¡aparecen intrusos indeseables!

Dio un par de palmadas y la alfombra de hongos se encendió alrededor de toda la estancia. Los había de todos los colores y tamaños: morados como medusas, naranjas no más grandes que un corazón y había uno verde y enorme sobre el que podían sentarse dos personas. Los hongos proporcionaban una suave luz fluorescente suficiente para revelar los horrores de la galería. Una pila de huesos se acumulaba en el centro. Los más escalofriantes eran los diminutos restos de hadas pequeñas cuyas alas se habían convertido en polvo. Las grietas de la pared lloraban una resina oscura y pegajosa que dibujaba vetas carmesí en la piedra. La mezcla de luz fantasmagórica, gusanos, arácnidos y resina hacía parecer que me encontraba dentro del estómago de algún animal gigantesco. Sólo era una cueva oculta en lo más profundo de la Zona Maldita. Había un pequeño lago subterráneo cuyas aguas estaban más negras que el interior de un tintero. De ellas surgió una criatura mitad anfibio, mitad planta, que se arrastró hacia el Amo del Bosque y por la cara de felicidad que puso este último, tuvo que comunicarle una buena noticia.

―Floriberus ha atrapado a la chica ―exclamó el Amo, y un brillo febril se encendió en el interior de sus escalofriantes ojos. Mi cuerpo se tensó―. Voy a arreglarme, quiero causarle una magnífica impresión ―declaró.

Sus encendidas pupilas se quedaron fijas sobre su informador. El Amo se retiró los mechones que le caían por delante de los hombros y del rostro, revelando lo que había tras ellos. No me dio tiempo a ver nada porque de su interior brotaron unas raíces rojas y espinosas que envolvieron a la criatura como si de tentáculos de un pulpo se trataran. La criatura comenzó a chillar y gimotear. Los tentáculos se la llevaron hasta el interior de donde habían salido. El Amo volvió a soltar sus cabellos mientras sonidos de alguien engullendo algo martilleaban mis oídos. De pronto, la piel del Amo se rejuveneció y bajo la luz que proyectaban los hongos, su figura aumentó de tamaño e incluso parecía más corpulento. Su sombra creció también para ajustarse a la nueva forma de su señor, una sombra que tenía vida propia. Cuando los ruidos perturbadores cesaron, el Amo rompió a reír. La suya era una risa maligna y abyecta que helaba la sangre. El Amo desapareció alejándose a sus aposentos, con su risa sonando cada vez más lejana y su hedor retirándose al fin.

¿Sería cierto que tenía a Rosalie? Me sentía completamente impotente y desesperado. Stephany se quitó la pinza y se acercó hacia mí, sus tacones crujieron al pisar algún hueso. La mujer retiró los gusanos de mi rostro con toda la delicadeza que pudo, sin disimular demasiado bien el asco que le producían.

―¿Por qué estás con él? ―le pregunté. Escuchar mi voz después de tanto tiempo de silencio se me hacía irreal.

Sus pestañas temblaron. La máscara de pestañas se le había corrido hacía mucho y la dotaba de un aspecto más demacrado del que seguramente tenía en realidad.

―¿Qué otra posibilidad tenía? Es la última esperanza para mi raza, para nuestra raza ―enfatizó, obligándome a mirarla a los ojos.

Stephany era también una licántropa como yo, una princesa de hecho, según ella, aunque me costaba creerme su historia.

―Soy la última de los Black, Endovelicus prometió ayudarme en mi venganza. O aceptaba o... ―Se estremeció al recordar la amenaza exacta.

Yo también me estremecí, escuchar el verdadero nombre del Amo del Bosque producía ese efecto, aunque no entendía por qué si ni siquiera se trataba de un nombre tan famoso como el de Kra Dereth.

―¿De verdad piensas que ese monstruo va a ayudarte?

―¿Por qué no? Todo lo que sea conseguir más poder le interesa.

Sacudí la cabeza reprobatoriamente. Comprendía que la chica estaba desesperada, pero su plan era tan malo como el de ese tal Maelstrom que había asesinado a toda su familia.

Los dedos de Stephany no se detuvieron, continuaron recorriendo lentamente mi curtida piel. ¿Quedo muy mal si digo que su cercanía me inquietaba incluso más que la del propio Amo del Bosque? Quizás porque ella me miraba con una ansiedad exagerada, como si fuera a abalanzarse sobre mí de un momento a otro.

―Tantas cicatrices... puedo imaginarme la historia de cada una de ellas ―prosiguió. Sus yemas acariciaron la cicatriz principal de mi pecho, un corte rosado que dividía en dos secciones mi bíceps derecho. Tenía más cicatrices blancas y translúcidas en los brazos y en la espalda, recuerdos de las batallas libradas que honraban a todo aquel que había tenido la mala suerte de cruzarse con mi camino―. Puedo verlo, el miedo en los rostros de esos bandidos. Dime Elijah Wolf, ¿acaso cuando tus garras atravesaron sus pechos latientes ella regresó? ¿Puede equivalerse la satisfacción que sentiste a la felicidad que te daba ella?

La sangre se congeló en mis venas. Sus labios rojos y oscuros se curvaron en una sonrisa satisfactoria ante mi rostro descompuesto. ¿Cómo lo sabía? ¿Sería cierto que con sólo recorrer mis cicatrices podía ver el pasado?

―Los Black éramos un linaje antiguo y poderoso. Por nuestras venas corría la magia de una estirpe de hechiceros de gran prestigio. Pero el poder llama al poder. ¡Malditos Sorceress!, ese clan de vampiros sedientos de poder y sangre ―masculló con un hondo resentimiento.

Sus puños se habían crispado, sus hombros estaban rígidos y sus lacrimales luchaban por retener la marea de dolor. Aún la desgracia permanecía muy vívida en su mente.

Lo único que yo sabía acerca del clan Sorceress era que estaban invitados a la fiesta de la princesa Rosalie por ser el clan principal y más poderoso de los vampiros actuales. Desconocía sus maquinaciones por el poder y qué tenía que ver todo eso conmigo, un simple licántropo que le había prometido fidelidad a la Princesa y a toda su familia. Un mal presentimiento me acució.

―¿Por eso ibas de camino hacia el palacio? ¿Para vengarte del clan Sorceress?

Sus pupilas brillaron. Se apartó de mí, dándome la espalda. Si no me encontrara encadenado y tan débil, me habría arrojado sobre ella, nunca había que darle la espalda al enemigo

―¿No es trágica mi historia? ―prosiguió―. Todos me creen muerta, de hecho debería estarlo. Huyo del sanguinario destino familiar para acabar en las raíces de un monstruo. A ojos del mundo, Stephany Black ha muerto. ¿Qué soy yo entonces? ¿Un espectro? ¿La sombra de la venganza?

Acabó su corto discurso con un ademán trágico. No me impresionó en absoluto, de lo poco que la conocía había descubierto que le gustaba dramatizar en la mayoría de ocasiones. A pesar de todo, mi deber consistía en proteger a la gente. El don que me había sido otorgado prometí que lo utilizaría siempre para ayudar a los demás. Y ya les había fracasado a Liliana y a Rosalie. ¿Fracasaría también con Stephany? Propiné un suspiro lánguido de cansancio, y al hacerlo, las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se desperezaron, recordándome lo entumecido que tenía los músculos.

―Escúchame, Stephany...

―Alteza, soy tu Princesa ―me corrigió.

―Alteza ―accedí, rechinando un poco los dientes―, si salimos vivos de ésta, prometo por mi honor que es lo más sagrado para mí, ayudarte con tus problemas.

Los ojos oscuros de Stephany volvieron a centellear en la penumbra. Llevaba meses deseando oír estas palabras y no podía disimular su ansiedad.

―No deberías hacer juramentos tan a la ligera, ya le hiciste uno a otra princesa muy diferente.

No me pasó desapercibido cierto atisbo de reproche en su voz, como si estuviera echándome en cara haberle ofrecido mis servicios a la princesa Rosalie, ¿pero qué esperaba de mí? ¿Qué traicionara a la persona más importante de mi vida por irme con ella a luchar por una causa la mar de sospechosa? Porque por muchas veces que me repitiera esa historia sobre la traición de los Sorceress con la ayuda de ese tal Maelstrom, miembro del místico Concejo que había asesinado a sus padres, resultaba demasiado inverosímil.

Hoy en día nadie creía ya en el Concejo, un grupo conformado por unos elegidos especiales de cada raza que se reunían secretamente en fechas igual de secretas para decidir el futuro del mundo. Según Stephany, un tal Maelstrom que pertenecía al Concejo había conspirado con el clan vampírico Sorceress para aniquilar a toda la familia Black, la última estirpe de la realeza de los licántropos. Que los vampiros y los licántropos se llevaban mal era una creencia muy extendida, pero yo no creía en ella, no había motivos para odiarse unos con otros, así como entre feéricos y hechiceros si había habido problemas.

Stephany tampoco era una licántropa pura, en la profundidad de sus ojos ya había detectado  varias veces una chispa especial y cuando sus dedos recorrieron mis cicatrices, también noté el cosquilleo cálido de la magia procedente de sus yemas. Stephany tenía poderes de bruja también, llevaba demasiado tiempo sirviendo en una Corte de brujas como para no saberlo, y ella acababa de asegurar que su familia procedía de un linaje de hechiceros muy antiguo. De todas formas, la joven tenía que haber pasado por alguna experiencia traumática y el Amo del Bosque se había aprovechado de ella haciéndola creer que era una princesa y que el Concejo existía. La ayudaría tal y como había prometido, presentándola un buen psicólogo.

De pronto, una nueva nube de polillas y otras criaturas afines a la oscuridad salieron revoloteando conformando una mariposa negruzca. El Amo apareció súbitamente zarandeando los brazos enérgicamente y rezumando nerviosismo.

―¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí! ―gargajeó―. Ya perdí a una princesa una vez, no perderé otra.

El Amo se había recortado los cabellos y al fin podía ver la ropa que llevaba debajo. Se había puesto una toga completamente dorada que dañaba los ojos de todos acostumbrados a la poca luz de la guarida. La toga la había tenido que robar de algún cadáver, estaba convencido de ello, y lejos de dotarle una apariencia  ominosa, le hacía ver cómico y ridículo. Un fuerte olor a violetas nos hizo arrugar la nariz a Stephany y  a mí.

―Pero qué guapo estáis, mi Señor ―exclamó Stephany, quizás con cierto tono burlesco.

Yo no podía esconder mi preocupación. Por un lado, la posibilidad de ver de nuevo a la princesa Rosalie me aceleraba el pulso, pero por otro, la quería lo más lejos posible de este lunático.

―¿Estás nervioso, Capitán? ―se burló el Amo, peinándose las pobladas cejas.

―La Princesa nunca será tuya, no mientras yo esté aquí ―espeté, en tono amenazador.

―Ese demonio ya me engañó una vez, pero tú sólo eres un lobito amaestrado.

Para demostrarle lo fiero que era en realidad, le enseñé mis fauces. Aunque sólo me había transformado en parte, mi masa muscular había aumentado, provocando que las cadenas se volvieran más tirantes, clavándose sin piedad en mi piel. El Amo no se mostró afectado en absoluto.

―Repito que no me das ningún miedo. La única criatura capaz de aterrarme en el mundo no se encuentra aquí. Nada interferirá en mis planes esta vez.

Me alegré que se detuviera aquí y que no procediera a contar por vigésima vez la historia sobre la bella princesa hada de cabellos plateados de la que se había encaprichado una vez.

Floriberus irrumpió en la estancia. La flor de su cabeza central se abrió para liberar el cuerpo grácil de una joven que cayó rodando al suelo. La muchacha parecía inerte, pues no se movía ni emitía ningún ruido más allá de una delicada respiración irregular. Sus cabellos rubizos ocultaban su rostro.

―¡Mi bella princesa! ―exclamó el Amo, entrelazando los dedos con regocijo―. El polen de Floriberus la mantiene adormilada, pero yo la despertaré con un beso, ¡como en los cuentos!

Tiré de las cadenas, reuniendo todas las fuerzas que me quedaban. Stephany me clavó sus dedos en el pecho, emitiendo una dolorosa descarga de magia que me hizo sacudirme de dolor. Cuando el sufrimiento mitigó, el Amo ya había retirado el pelo del rostro de la joven y al reconocerlo, mi cuerpo se medio transformó automáticamente y mi hocico mostró las encías con un gruñido intimidante. Esa chica no era la princesa Rosalie, sino la humana loca que me había disparado con su extraña pistola.

El Amo puso morritos y acercó sus apergaminados labios hacia el rostro de la joven que, en cuanto percibió el hedor de su aliento entremezclado con la fuerte esencia de violetas, se despertó.

―¿Dónde diablos...? ―preguntó muy confusa.

El Amo se detuvo, dubitativo. Ansiaba besarla, fusionar sus labios a los suyos y absorberle su maravillosa energía vital, pero la actitud de la joven le confundía un poco.

―¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué es este extraño lugar? ―Aunque se esforzaba por sonar segura, hablaba apenas con un hilo de voz, todavía algo aturdida. El crujir de sus tripas no ayudaba a reforzar su determinación.

―Me llamo Endovelicus y mis esbirros te han traído a la fuerza a mi guarida secreta ―anunció el Amo, estirando la espalda y esforzándose por sonar marcial. A todos nos recorrió un escalofrío cuando escuchamos su verdadero nombre.

Los ojos de la humana se habían  dilatado y pude apreciar un deje de nerviosismo, pero se obligó a sí misma a mantener la calma. Esa humana no me gustaba en absoluto, pero sé apreciar el valor y debo admitir que esa granuja era valiente.

―Encantada, Endovelicus... ―Sus tripas volvieron a contraerse por tercera vez.

―Arrodíllate ante mí, ¡el Gran Amo del Bosque!

―Lo haría con mucho gusto, pero estoy tan hambrienta  que no tengo fuerzas ni para eso... ―La muy farsante incluso se permitió el llevar una mano hasta la frente y cerrar los ojos, como si fuera una muchacha frágil a punto de desmayarse de un momento para otro.

Endovelicus la examinaba con sus dos ardientes tizones rojos, ojos rellenos de odio y rabia que ardían como rescoldos.

―¡Traed la cena! ―rugió―. La princesa y yo cenaremos juntos esta noche.

―¿La princesa? ―preguntó la humana. Tardó unos instantes en comprender que se refería a ella―. Ah, claro... ¡Yo soy la princesa Rosalie y exijo mi cena!

La fulminé con la mirada. ¿Cómo se atrevía a suplantar la identidad de la princesa Rosalie? Ni siquiera poseía una pizca de su grácil belleza.

Floriberus tendió un saco lleno de alimentos mientras unos sirvientes del Amo preparaban una mesa romántica con velas y un par de luciérnagas de colores atrapadas en una cajita de cristal.

―¡Ése es el saco de las provisiones de Adri! ―exclamó la humana. La boca se le hizo agua cuando colocaron frente a ella una tableta del mejor chocolate.

―¿No os gusta, princesa mía? ―la voz del Amo, aunque trataba de sonar amable, estaba tensa como las cuerdas de un laúd.

―Me encanta el chocolate, pero... ―Sus tripas volvieron a protestar―. ¡Qué aproveches! ―exclamó, dejando de lado  todos los prejuicios.

El Amo la contemplaba ensimismado.

―¡Un momento! ―interrumpió Stephany apuntando a la chica con un dedo acusador―. Esa mujer es una impostora, no percibo ni una gota de magia de su interior.

La frente de la humana se llenó de perlas de sudor. El Amo la observó con los ojos desorbitados.

―¿¿¿No eres una princesa de verdad???

―¡Soy una princesa! ―exclamó― ...¡De corazón! Mi corazón es puro como el de una princesa de verdad y cuando un príncipe me encuentre, se casará conmigo y entonces seré princesa de todas formas.

―Pero si aún no eres princesa... ―gruñó el Amo.

―¿Mo firvo a tuf planef? ―habló con la boca llena de chocolate. Tragó―. Entonces tendrás que dejarme escapar para que pueda convertirme en una y así podrás venir a por mí.

El Amo reflexionaba con cuidado las palabras de la humana.

―Pero ya he esperado demasiado y ella sí es una princesa de verdad ―señaló a Stephany.

―¿Y para qué me necesitas a mí entonces?

―Con una princesa no es suficiente ¡necesito muchas princesas! Cuantas más, mejor.

―Chico avaricioso... ¿Tu madre nunca te contó que más vale pájaro en mano que ciento volando?

La falsa princesa Rosalie meditó un momento sus palabras, como si estuviera comprobando que había dicho bien el refrán. Ya que nadie la miraba mal, asintió para sí misma, satisfecha.

―¿Mi madre? ¿¿¿Qué sabes tú acerca de esa ramera??? ―bramó, fuera de sus casillas.

Su halitosis hizo contraer en una mueca de asco la cara de la humana.

―Lo siento... No sabía que tenías un trauma de la infancia. Claro, eres un tipo maloso a fin de cuentas, era de esperar que sufrieses un trauma. No te preocupes, conozco a un hechicero que le teme a la oscuridad y a otro idiota que se piensa que todas las mujeres somos unas putitas...

―¿Te estás burlando de mí? ―inquirió con desconfianza.

―¡Al contrario! Estoy intentando comprenderte, porque bajo todas esas capas de mugre sé que debe de haber un corazoncito herido.

―Está jugando contigo ―exclamó Stephany que había permanecido desde entonces en silencio con los brazos cruzados, escudriñando la escena―. No merece la pena que perdamos el tiempo con una simple humana. No le sirve a nuestros planes.

―¡No soy una humana cualquiera! Los feéricos se desmayan con mi tacto, por ejemplo.

―¿En serio? ―preguntó el Amo muy interesado.

Yo ya sabía que esa humana era más peligrosa de lo que aparentaba, pero ¿qué pretendía realmente?

―Y también todas las criaturas mágicas se vuelven locas por mí, supongo que se debe a mi carisma. ¿A que eso es típico de las princesas? Te dije que mi corazón es muy puro.

No pude evitar poner los ojos en blanco. Eso de que nos volvía locos a todas las criaturas mágicas era muy discutible, pero sí que era cierto que el Amo la miraba con especial admiración, nunca le había visto así de ensimismado con algo.

―Interesante... muy interesante.

Stephany arrugó la frente, no se esperaba que algo así sucedería. ¿De verdad se pensaba que ese psicópata iba a ayudarla con sus planes de venganza?

―Me llamo Madelaine, no lo olvides ¿eh? Si me dejas un papel y una pluma puedo anotarte mi dirección para que me escribas cada vez que descubras algo interesante.

―Madelaine... ―El Amo paladeó el eco de su nombre disfrutando del placer secreto que escondían esas sílabas―. Tienes un nombre precioso.

―¡Muchas gracias! ―exclamó emocionada. Por un momento hasta yo me creí su actuación―. Fui la que más suerte tuvo, mis padres no eran muy originales eligiendo nombres. Mis hermanos se llaman Pedro, David y Juan.

―Al final los padres son los culpables de todos nuestros traumas ―gimoteó el Amo con amargura―. Está decidido, juntos nos vengaremos y dominaremos el mundo. Deshaceros de los dos licántropos ―ordenó a sus esbirros.

El Floriberus emitió un alarido amenazador al mismo tiempo que de sus tres cabezas surgió una nube de gas amarillento.

―¡Un momento! ―protestó Stephany―. ¡Soy tu novia! Te acepté pese a que todas las mujeres te rechazan con todo su ser. ¡Hicimos un trato!

―Y ahora lo rompo que para algo soy malo. ―Se encogió de hombros―. Lo siento preciosa, en realidad siempre preferí a las de pelo claro.

Madelaine, mientras tanto, me observaba sorprendida ya que no había recaído en mi presencia hasta entonces.

―¡El capitán Elijah! Estabas aquí todo el tiempo.

―¿Y por culpa de quién? ―la recriminé.

―¡Estaba asustada! ―se defendió.

Sería farsante...

―¿Os conocéis? ―inquirió el Amo, ardiendo de celos.

―Algo así ―respondimos los dos al unísono.

Esto sólo provocó que nos miráramos con más odio.

―Le he mantenido con vida hasta ahora porque me lo suplicó la morena sexy, pero ya no tiene sentido. ¿Me odiarás si lo mato, Madelaine?

La humana se relamió los restos de chocolate de los labios y comenzó a hablar despacio, meditado la respuesta, como si se encontrara frente a un tablero de ajedrez y estuviera calibrando las diferentes jugadas.

―Dañó a Dini el muy bruto. Por su culpa mi pequeño se ha tirado todo el verano recuperándose de sus heridas...

¿Todavía me acusaba de haber atacado a ese dinosaurio rosa? Era obvio que a la humana le traía sin cuidado mi vida, de hecho seguramente le favorecía a sus planes, fueran cuales fuesen, librarse definitivamente de mí. Finalmente emitió un suspiro.

―Déjale con vida, tiene un matrimonio que detener ―decidió.

―¿Un matrimonio? ―pregunté, sin comprender de qué hablaba.

Sus ojos se estrecharon maliciosamente.

―Ese idiota de Idril planea pedirle matrimonio esta noche a la princesa Rosalie ―aclaró.

El mundo se detuvo a mi alrededor. Siempre temí que algo así llegara a suceder algún día, pero me tranquilizaba a mí mismo repitiéndome que la reina Helena no casaría a su hija con semejante fantoche.

A estas alturas de la historia de verdad que no podía ver al principito ni en pintura, pero ¿detener el matrimonio? ¿Quién era yo para inmiscuirme de esa forma en los planes de la Familia Real? Yo sólo era un vasallo, mi deber consistía en proteger a la Princesa, deber en el que había fallado por culpa de esa humana que ahora me perdonaba la vida. No quería deberle nada, ante todo yo era un hombre honorable.

―Descubriré qué es lo que te traes entre manos ―le advertí―. Protegeré a la Familia Real mientras me quede un atisbo de aliento.

―No podrás proteger a tu princesa mientras ambos sigamos aquí ―me susurró en el oído.

Yo seguía sin recuperarme del todo de la noticia. Mientras hablábamos, una horda de criaturas alquitranadas más negras que las sombras habían surgido de las pérfidas aguas del estanque y se habían abalanzado sobre Stephany, apresándola en una jaula de carne viscosa y corrompida. Stephany luchaba fieramente contra ellas. Se había transformado, por lo que su vestido se había desgarrado y ahora un espeso y reluciente pelaje marrón oscuro cubría su voluptuoso cuerpo. Pero cuanto más bravamente luchaba, más se hundían sus garras en la masa de alquitrán de sus enemigos. Sus movimientos se iban volviendo más lentos y torpes. Decidió acudir a la magia, pero de sus manos manchadas por la sustancia negra no brotó ni una chispa.

Aquello era demasiado para mí, no soportaba ver cómo dañaban a alguien mientras yo permanecía encadenado como un perro rabioso.

―Así no hay quien coma ―protestó Madelaine, sobrecogida de repulsión.

El Amo no se demoró en ordenar que se llevaran su desagradable espectáculo a otro lugar. Las espeluznantes criaturas se llevaron a rastras a la mujer hacia otra galería.

―A mí no me harás eso, ¿verdad? ―preguntó Madelaine bastante afectada.

―No mientras me sigas interesando.

Madelaine se forzó a emitir una sonrisa nerviosa. ¿Por cuánto tiempo podría mantener la situación bajo control?

―Endovelicus, me gustaría conocerte mejor. Yo pensaba que te llamabas Edward. He oído historias aterradoras sobre ti...

―¿Edward? ―profirió. Algo había cambiado en el Amo. Sus músculos se habían contraído y las venas se le marcaban en el cuello y bajo los párpados como raíces azules. Estaba tenso, muy tenso. Sus ojos se habían vuelto dos canicas acuosas―. Así es como me llamaba un idiota que no le daba la gana pronunciar bien mi nombre. ¿Qué historias has oído y quién te las ha contado?

―Ya te dije que soy una chica carismática, tengo contactos...

―¿¿¿Quién??? ―la zarandeó, consumido por la ansiedad.

―Un conocido... Estábamos contando historias de terror y...

El Amo se volvió con un movimiento brusco hacia Floriberus, que permanecía junto a la entrada irguiéndose como un imponente guardián.

―¿Cómo son esos intrusos que se han atrevido a adentrarse en mis dominios? ―demandó.

―Eran tres, Amo ―habló la flor de la derecha con una voz fría y maligna―. El íncubo de vez anterior...

―...Un hechicero joven... ―continuó la flor de la izquierda. La suya era la voz quejumbrosa de una mujer vieja.

 ―...Y el mismo payaso de la anterior vez también ―concluyó la cabeza central, hablando con una voz extremadamente aguda y estridente.

El Amo no parecía conforme con dicho informe, su expresión ceñuda dejaba entrever que insistía en que tenía que ver algo más que se le estaba escapando; algo demasiado obvio, pero a la vez camaleónico. Yo, sin embargo, me alivié al escuchar que no tenía nada que ver con Rosalie. De todas formas no podía bajar la guardia, tenía que averiguar qué planeaba toda esta gente, intuía que no sería bueno para la monarquía.

―¿Has dicho que un payaso? ¿Cómo va vestido? ―preguntó con voz grave, todavía dándole vueltas al asunto.

Al Floriberus le sorprendió la pregunta, pero no se atrevía a contrariar a su amo, así que se esforzó por hacer memoria.

―Pues... extraño Mi Señor... pero yo no entiendo de moda ―comenzó la voz de la anciana.

―Llevaba la cara pintada de blanco y el contorno de los ojos resaltado en negro ―prosiguió la voz maligna.

La flor del medio sólo emitía una especie de pitido muy agudo e irritante.

El Amo se puso a rebuscar algo entre los faldones de la toga, había ansiedad en sus movimientos.

―¿Se parecía a esta figura?

Había extraído una baraja de cartas mohosa y recubierta de mugre. Parecía una baraja vulgar que el paso del tiempo y la humedad habían contribuido a volverla más vulgar aún, amarilleando y arrugando los bordes. Entre sus dedos sostenía una única carta que desde mi posición no alcanzaba a vislumbrar cuál era. El Floriberus la contempló atentamente unos instantes que al Amo se le hicieron interminables, y al fin una chispa de reconocimiento se encendió en la criatura tricéfala que comenzó a asentir con las tres cabezas.

Una densa oscuridad se arremolinó en torno al Amo del Bosque. Podía ver el halo de sombras entrelazándose alrededor de su grotesca figura. Madelaine lucía bastante tranquila. Se estaba empezando a acostumbrar a lo perturbador de este lugar y no parecía preocuparla lo que les sucediese a sus amigos. La desprecié también por esto.

―¿¿¿Quién ha dejado escapar a ese demonio??? ―estalló el Amo del Bosque.

Bramaba con una amargura y un rencor que le brotaba de las entrañas haciendo borbotear las aguas aceitosas del lago―. ¿¿¿Quién ha sido el insensato que lo ha liberado???

El rostro de la humana se puso blanco al principio, para después ahogar una risita que atisbé a punto de formarse en sus labios. Sabía algo.

―¿Le conoces? ―preguntó fingiendo curiosidad.

―Desafortunadamente... Pero mejor así, seguro que en todos estos años atrapado se ha debilitado, mientras que yo he ido haciéndome más poderoso...

¿Por qué todo el mundo a mi alrededor se empeñaba en hablar de cosas sin sentido? Quizás se trataba todo de una secta y hablaban en clave...

―Yo que tú tendría más cuidado ―aventuró la humana―. Ahora que ya sabes que Kra Dereth está metido en el asunto, lo sensato es retirarse.

Kra Dereth. Su nombre resonó en la cueva como una maldición. Cada vez las cosas se ponían más oscuras. ¿Qué tenía que ver un antiguo tirano del Mundo Mágico con todo esto? ¿Con una humana?

El Amo clavó sus saltones ojos en ella, había captado la amenaza.

―No tengo ningún miedo.

―Los idiotas son los únicos que no tienen miedo nunca ―prosiguió ella.

―¡Ah, querida no-princesa mía! No sabes nada ―sonrió con malicia, mostrando todos sus descolocados y amarillentos dientes.

―Deberías arreglarte ―contestó la humana, tras reponerse.

―¿No te gusta cómo voy? ¡Me dijeron que me veía estupendo!

―Te mintieron. El mundo está lleno de trepas interesados. ¡Pero estás de suerte! ―El Amo la miraba desconcertado, pero no hacía nada por callarla―. Sé preparar una poción maravillosa que alisa todo tipo de cabellos, de hecho yo también la necesito para asistir a la fiesta de esta noche...

Y así la humana consiguió que la proporcionaran un gran caldero y los ingredientes que necesitaba para preparar su poción. Todo este paripé estaba acabando con mi paciencia. Necesitaba luchar, liberar mis músculos y ensañarme con ese imbécil. Floriberus, mientras tanto, se había colocado en la entrada, vigilando la aparición inminente de los intrusos.

―Vigila bien, ¡que no tengan oportunidad de llegar ilesos ante mí! ―exclamaba el Amo.

Había convocado a todas las criaturas que habitaban en las profundidades del lago para que se unieran a la guardia del Floriberus. Jamás había visto criaturas como aquellas en ninguna de las numerosas batallas que había librado, así que no sabía enumerarlas, pero parecían anfibios de la mitad del tamaño de una persona, que andaban a dos patas y recubiertos de fango. Sus ojos enormes, romboidales y de un verde muy oscuro, sobresalían del alquitrán en el que estaban enterrados, pero si los observabas con detenimiento, daba la impresión de percibir un humo rojo flotando en el interior de ellos, un brillo escarlata que los dotaba de una ira febril.

Sin embargo, el que más imponía de ellos por los movimientos majestuosos y suntuosos era un caballo negro como la noche, con algas enroscadas en torno a sus patas y enredadas a sus crines de bruma. En sus ojos también flotaba ese mismo humo rojo característico. Era un kelpie, ya había visto un grupo de ellos en una ocasión esclavos de los feéricos, pero no recordaba esa Neblina rojiza en sus oscuros ojos como simas.

Se habían colocando formando tres filas detrás del Floriberus, con sus picas de acero negro preparadas. El kelpie, sin embargo, se había fundido entre las sombras de la guarida y andaba en círculos sin emitir sonido alguno.

La seguridad de la humana flaqueó. Incluso ella se había dado cuenta que sus amigos no podrían atravesar esa muralla, pero en lugar de intentar algo, se concentró más en el caldero y su contenido.

Durante los siguientes cinco minutos nos mantuvimos en completo silencio, aguardando a que llegaran. El interior del caldero borboteaba. No me fiaba de lo que fuera que estuviera preparando esa mujer. ¿Poción para alisar el pelo? Y yo que pensaba que el único idiota que perdía el tiempo con estas cosas en momentos críticos era el príncipe Idril..., pero la humana separó un mechón suyo y probó la poción en él. De vez en cuando, alguna de las criaturas emitía un sonido escalofriante o yo intentaba moverme para encontrar una postura más cómoda, provocando que las cadenas titilasen. Cuando eso pasaba, el Amo clavaba una mirada asesina en mí. La tensión aunaba nuestros corazones sincronizándolos; toda la cueva era como un único corazón que emitía contracciones aceleradas. Toda esta inquietud se me estaba haciendo insoportable.

Entonces, al final apareció: la señal que todos estábamos esperando. Al principio comenzó como un sonido más onírico, tan tenue y lejano que parecía producto de nuestra imaginación, pero después, el silbido se fue haciendo más claro y audible. Alguien que silbaba se acercaba a la entrada. Se trataba de una melodía sencilla y animada, desprovista de toda preocupación, pero por algún motivo desconocido, me helaba la sangre.

El hombre de la otra vez disfrazado de un híbrido entre joker y sombrerero, apareció en medio de la entrada, con su estrafalario traje rojo de telarañas negras y su chistera a juego, aunque su inmaculado traje más bien estaba hecho un desastre, con rasguños y manchas oscuras, hasta su pelo lucía más desordenado de lo que recordaba. Lo único que permanecía intocable era la chistera, el resto de su atuendo parecía sacado de una pelea callejera de gatos, incluso el maquillaje se le había difuminado dándole un aspecto más terrorífico.

―¡Aquí estoy! ¡Venid a mí! ―exclamó extendiendo los brazos hasta formar una cruz con su  cuerpo, con las palmas de las manos abiertas hacia nosotros, invitándonos a echarnos sobre él o... a abrazarlo.

Las picas apuntaron directas hacia él, pero el Joker, lejos de intimidarse, estrechó los ojos con astucia y en sus manos aparecieron dos antorchas ya prendidas. Las criaturas se detuvieron de golpe al sentir el calor de las llamas. El Joker comenzó a mover los brazos con gran habilidad, el fuego oscilaba a su alrededor trazando el símbolo del infinito en torno a su cuerpo. El intentar seguir el trazo de las antorchas con los ojos me hipnotizó, no sé cuanto tiempo estuve fascinado por el fuego, ni lo que sucedió a mi alrededor mientras tanto. El Joker terminó su danza, sopló primero una y luego la otra, apagándolas, o al menos fingió que el viento de su boca fue lo que las apagó. Las criaturas se miraban unas a otras confusas. El misterioso ser sonrió, satisfecho.

―¿Aplausos? ―preguntó a su público.

Algunos, sobretodo los de la primera fila, obedecieron; el resto seguíamos confusos. Madelaine continuaba con su poción, volvía a masticar un trozo de chocolate. Algo cambió en el rostro del Joker al otro lado de la cortina de espirales de humo que le envolvía; sus pupilas se habían clavado en el chocolate que sostenía la humana.

―Aún estás a tiempo de rendirte, demonio. Tendrás una muerte lenta y dolorosa igualmente, pero acabaremos rápido todo este paripé ―habló el Amo.

El Joker no parecía estarle prestando mucha atención, seguía contemplando la tableta, ahora con los pómulos tensos.

―No hace falta que sigas con la farsa, Edward ―le contestó cuando ya pensaba que iba a ignorarle―. Maddie... ¿eso que te estás comiendo es MI chocolate?

―Shhh, calla, pesado, que me vas a hacer perder la cuenta.

La humana contaba para sí misma valiéndose de los dedos de sus manos. Cuando llegó a treinta, segregó unos polvos blancuzcos. La poción adoptó tonalidades ambarinas y se espesó. Parecía miel.

―Me parece muy fuerte que os hayáis montado un guateque con MI chocolate y no me halláis invitado, me consideraba buen amigo vuestro.

―¿Amigos? ―rugió el Amo. Temblaba de ira.

―Con tensión sexual ―añadió el Joker, esbozando una sonrisa pérfida.

―¡Atrapadlo! ―ordenó.

Nada sucedió.

―Se hace así. ―El Joker carraspeó un poco―. ¡Atrapadlo! ―exclamó, señalando con el dedo índice al Amo del Bosque.

Las criaturas se volvieron hacia el que se suponía que era su Amo. Las picas vibraban entre sus membranas de anfibio, deseosas de atravesar su nudoso cuerpo. El Amo no daba crédito a lo que veía.

―¡Malditos traidores! ―profería.

Hubo algo que me llamó la atención de toda esa escena: la bruma roja del interior de los ojos había desaparecido. Fuera lo que fuese que ese tipo estrafalario que se hacía llamar el Joker hubiera hecho con el fuego, había acabado con el trance que les poseía.

―Siguen al más poderoso, saben que yo soy mejor amo que tú, Edward.

Sin embargo, Floriberus continuaba de parte de Endovelicus. Sus tentáculos se ondularon, derribando a las criaturas fangosas. Las picas se volvieron hacia sus tres cabezas, pero eso no pareció atemorizarle. Atrapó algunos y se lo llevó hacia sus tres fauces. Las cabezas comenzaron a pelearse entre ellas por el aperitivo, al final ganó la cabeza de la derecha, engulléndolos con ferocidad. Los pétalos se cerraron  envolviendo a las presas y los gritos partieron la guarida en dos. El  Joker examinaba mientras tanto la estancia. Cuando Floriberus tragó, los pétalos de las otras cabezas se iluminaron, cambiando de color. Ahora las tres cabezas lucían una corona de pétalos verdosos con estrías rojas sangre. La cabeza del centro se echó hacia atrás, expulsando un gas anaranjado que se expandió por toda la galería. Mis ojos se irritaron. No quería respirar el aire, pero el gas era ácido y me quemaba la piel. Las criaturas restantes se deshicieron en montículos de fango. Cuando los ojos dejaron de picarme, los abrí. El gas parecía que ya había desaparecido, así que abrí mis pulmones, aliviado. Para mi sorpresa, el ácido había corroído las cadenas. Romperlas resultó tan fácil como quebrar escayola. Después de tres meses, al fin era libre.

A continuación todo sucedió muy deprisa. El gas naranja parecía haberle afectado de forma especial al Joker, porque se había visto obligado a quebrarse de dolor. La humana le gritaba palabras incomprensibles. Yo me abalancé sobre el Amo que estaba distraído vanagloriándose por su victoria, sin embargo, el kelpie apareció súbitamente de entre las sombras y me derribó. Las herraduras de sus patas golpearon mi pecho, aplastando mis órganos internos.

 ―¿Qué te parece mi obra de arte? ―le preguntaba el Amo al Joker refiriéndose al Floriberus―. Me dijiste que yo no era un verdadero artista, ¿sigues pensando igual?

Escupí sangre, pero no dejé de forcejear. Me transformé casi por completo y logré quitármelo de encima. El aire me llegaba con dificultad a mis maltrechos pulmones.

―¿Seguro que es por aquí? Se suponía que este camino es secreto, pero... ―Se escuchó de pronto una voz varonil que se me hacía familiar, mas no recaía dónde la había escuchado antes.

―Sí, estoy convencida de ello ―esa voz sí que la reconocí, era la de Stephany, aunque se escuchaba diferente a lo habitual, como si estuviera hablando en sueños.

―¿Qué sucede ahora? ―gruñó el Amo.

El Joker, todavía postrado, elevó su rostro y sonrió.

―Finge que estás en peligro ―oí que le dijo a la humana.

―¿Qué? ―inquirió.

―Que si no aparentas ser una damisela en apuros, Adri y el mago se van a enfadar contigo.

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Si os está gustado no os olvideés de darle al me gusta, de recomendar esta genialosa historia (XD) a todo el mundo, de dejar comentarios, etc. Si no os ha gustado también podéis decírmelo sin miedo. Me encanta que mis lectores compartan conmigo teorías y esas cosas así que animaros *-* Muchas gracias por la paciencia.

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