La corda.

Da Moonyta

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Al morir, Bruce Wayne dejó una carta y una llave de plata en manos de su hijo. Ahora, el capitán Damian Wayne... Altro

1.- El regreso a casa.
2.- La llave.
3.- La cerradura.
5.-El Búho blanco

4.- Girando la llave.

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Da Moonyta

Cuando despertó, tenía la cabeza apoyada sobre la madera dura de la mesa de la cocina. Su espalda se quejó cuando se enderezó y sintió asco del sabor amargo y reposado que tenía en la boca.

Sus ojos dolían ante la presencia de la luz del sol, que se filtraba por la ventana y alumbraba el cadáver de la botella vacía.

Cadáver.

Sitió nauseas, pero las controló a base de fuerza de voluntad. Arrastró los pies hasta el cuarto de baño donde había una ánfora llena de agua fresca. Mientras se lavaba, intentó echar atrás los recuerdos de la fatídica noche, pero era imposible no pensar en el hallazgo de la cava, en esa cara preciosa escondida bajo la trampilla empolvada.

Cuando terminó de asearse, subió las escaleras principales hasta el cuarto de su padre. Tomó ropa limpia de su closet y se vistió. El mal sabor de su boca había desaparecido y ahora, era reemplazado por una jaqueca persistente. Maldijo en voz baja sintiéndose débil.

Los golpes emocionales siempre son más feroces que los físicos.

No le apetecía desayunar, tampoco quería regresar a la cava, aunque sabía que eventualmente tendría que hacerlo. Se miró al espejo mientras se ataba una cinta negra debajo del cuello alto y almidonado de su camisa blanca. Por un momento, creyó estar mirando a su padre. Recordó las palabras del señor Kent:

"Por todos los santos, eres tan parecido a él"

La complexión, el cabello, los trazos elegantes de la cara. Si, se parecía a su padre, pero en ningún modo, deseaba ser como él.

Al salir de la casa, pasó de largo el desorden de la cocina, ya tendría tiempo de pagarle a alguna mujer porque se hiciera cargo de la limpieza. Ahora, había un asunto más apremiante.

El cadáver.

Las preguntas se agolpaban en su cabeza, quién era el chico, ¿lo habrían conocido en el pueblo?, cuánto tiempo llevaba escondido ahí. Mientras caminaba sobre el suelo de grava y tierra, trató de hacer memoria sobre lo último que sabía sobre su padre. Bruce era un hombre de costumbres arraigadas y de rutinas severas, tenía un horario para cada día que respetaba con estricta exactitud. Se relacionaba poco con las personas y sus amigos podían contarse con una sola mano de dedos faltantes. Nunca había llevado mujeres a la casa, tampoco muchachos, aunque un par de veces había escuchado rumores sobre aquello. Recordaba que, siendo niño, había callado con un puñetazo al hijo del panadero que había repetido una broma soez sobre su padre y su gusto por los caballeros.

Se decían tantas cosas sobre Bruce Wayne... pero nunca lo habían llamado asesino y quizá aquello era lo único que si había sido.

Necesitaba charlar con alguien, alguien que no fuera a contarle un montón de mentiras con la intención de hacerse el interesante, alguien que no fuera un charlatán ni un idiota y que pudiera darle algunas respuestas a sus preguntas.

El padre Jason Todd.

La pequeña iglesia de Gotham era una construcción gris de piedra tallada con relieves hermosos, la fachada principal estaba enmarcada por dos torres octagonales, la torre de la derecha, era también, el campanario.

Damian entró por el portón principal que estaba abierto, se santiguo con respeto y comenzó a andar entre los rayos de luz que se derramaban entre los pilares que custodiaban el pasillo principal de la iglesia. Sus pasos resonaban, aumentados por el eco y el ruido de su andar, llamó la atención de un hombre que estaba admirando un figura santa.

— Buen día, Damian. Que inesperada sorpresa.

El capitán tuvo que contener sus deseos de chasquear la lengua, ante la sonrisa amable del señor Kent.

— ¿Has venido a solicitar una misa por el alma de tu padre? — El señor Kent insistió en su intento de construir una charla. — Él nunca fue un hombre religioso.

Damian tomó aire de forma profunda. Ese hombre lo exasperaba. No comprendía su odiosa necesidad de charlar con él como si fueran viejos amigos.

— ¿Ha visto al Padre Todd? —Cuando el capitán preguntó, se sorprendió del sonido ronco de su voz y se sintió como si llevara años sin hablar— Necesito tener unas palabras con él.

Clark Kent le sonrió, como si no le molestara su rudeza y su evidente desagrado.

— Está afuera, en la huerta. Le gusta el trabajo de campo, creo que...


—Le agradezco mucho señor Kent, que tenga un buen día.

Damian abandonó el lugar de inmediato, caminando a prisa para evitar ser alcanzado por el molesto hombre.

Encontró al padre Todd, tal como el señor Kent le había indicado.

Detrás de la iglesia, estaba el terreno que pertenecía también al clero, ahí, había tierras de labor, algunos padres conseguían ayuda del pueblo para trabajarlas, pero Jason Todd prefería hacerlo por sí mismo. Vestía de forma común, sin la sotana, sus botas estaban llenas de lodo y su camisa estaba oscurecida en algunas zonas a causa del sudor. Tenía un azadón en las manos y lo usaba con habilidad, levantándolo y clavándolo en la tierra fértil una y otra vez, a cada movimiento, sus brazos se tensaban pronunciando sus músculos fuertes. Claramente, no era un hombre convencional de Dios.

— Buen día, Padre — Damian saludó de forma respetuosa quedándose fuera de la zona de labranza para no arruinar los surcos perfectos. — Soy...

— Damian Wayne, lo sé. Todo el pueblo habla de usted —Jason le dedicó una sonrisa ladina y soltó el azadón, se limpió la frente con un trapo que llevaba amarrado a la cintura y caminó en su dirección— ¿En qué puedo servirlo, Capitán?

— Me gustaría tener unas palabras con usted, sobre mi padre.

— Que en paz descanse — Fue la respuesta automática del sacerdote que se persignó y detuvo su andar frente a Damian, mirándolo a los ojos que eran verdes como los suyos aunque en un tono distinto— Si se pregunta sobre el cumplimiento de sus últimas voluntades, quédese en paz. Seguí las instrucciones del señor Wayne al pie de la letra, fue enterrado en el lugar dispuesto a la hora dispuesta. Y desde luego, no pagó por ninguna misa.

Damian sonrió ligeramente y el padre le correspondió el gesto. Había un agrado natural entre ambos.

— ¿Sabe usted, si mi padre tuvo visitas en los días previos a su muerte?

La pregunta tomó al párroco por sorpresa, sin duda no esperaba algo como aquello. Hizo memoria.

— No, no mucha gente lo visitaba, además sus vecinos me lo hubieran dicho. Ya habrá notado usted que por aquí, todo se sabe, lo que fue, lo que es y hasta lo que no ha sido.

Damian asintió, era una buena manera de decir que todos en el pueblo no eran más que un grupo de chismosos.

— Entonces... ¿Sabe usted si mi padre realizó algún viaje en el último mes?

Para el sacerdote, las preguntas no tenían mucho sentido. La gente acudía a él muchas veces en busca de guía espiritual, todos le temían a las llamas del infierno y por un momento, Jason había pensado que quizá, el joven Wayne estaba preocupado por el buen descanso del alma de su padre.

— Que yo sepa, Bruce Wayne tenía años sin salir de Gotham. ¿Hay algo qué lo esté molestando, Capitán?

Damian negó con calma, sin querer poner nada en evidencia.

— No padre, en lo absoluto. He encontrado la casa y las tierras de mi familia en buen estado. Pero deseaba saber un poco de lo que hizo mi padre en sus últimos días.

— Bueno, no hay mucho que contar al respecto. Su padre acostumbraba guardar sus secretos para sí mismo, nunca se confesó — Se rio— Una vez intenté disuadirlo al respecto y me cerró la puerta en la cara. Quizá el señor Clark Kent podría hablarle más de él que yo. En los últimos años se volvieron amigos, íntimos.

Un brilló extraño recorrió los ojos verdes del sacerdote al final de sus palabras.

Damian carraspeó para aclararse un poco la garganta. Respiró de forma profunda y obvió un suspiro.

— Reverendo, ¿Cree usted que mi padre era una buena persona?

Aquella pregunta no era parte de su interrogatorio, pero necesitaba hacerla. Necesitaba que alguien le dijera que Bruce Wayne no se había convertido en un monstruo durante los últimos años de su vida. Se sentía responsable por haberlo dejado solo, por haberse marchado a la ciudad. ¿Lo había condenado con su ausencia?

Jason Todd se tomó un instante para responder.

— Creo que, Bruce Wayne obedecía a sus deseos y su naturaleza de una forma en que jamás obedeció las leyes terrenales o celestiales. Y creo, que en los últimos momentos de su vida, fue un hombre feliz.

"Un hombre feliz, pero no un hombre bueno"

Damian apreció la respuesta, el reverendo le puso una mano en el hombro de forma conciliadora, no había querido mentir para complacerlo.

Después de la conversación con el reverendo Todd, la sensación de intriga y angustia disminuyó, pero ahora, Damian estaba un poco más seguro de que su padre había asesinado al muchacho de la cava.

Paseó un poco por la plaza central, comió estofado en la taberna y se bebió una jarra de cerveza corriente. En el mercado compró un par de panecillos y se sentó en la vieja fuente apagada desmenuzando uno para alimentar a las palomas.

Intentó charlar con un hombre para averiguar si había algún rumor aquellos días, sobre un joven desaparecido. Alguna familia que hubiera perdido un hijo. Pero en Gotham siempre había rumores sobre desgracias y criaturas horribles que secuestraban niños. Cuando el hombre comenzó a hablar sobre los búhos come hombres de los bosques, Damian le obsequió una moneda y se puso en pie para marcharse.

Pasado el mediodía, el clima se tornó bochornoso. La herrería estaba cerrada, así que esperaba que Conner estuviera con Olsen resolviendo lo de la rueda de su carro. Por curiosidad, buscó al chico de las flores y lo encontró riendo y coqueteando con un par de palafreneros.

Al verlo, Tim cortó la cháchara y corrió a su encuentro.


—Caballero, ¿Desea algunas flores?

Le sonrió y sacando un pequeño ramo de jazmines se lo puso en la mano, deteniendo su tacto cálido contra su piel. Damian apartó la mano, pero buscó en su bolsa y sacó una moneda de plata, idéntica a la que el herrero le había dado el día interior. Los ojos de Tim se abrieron con codicia, su sonrisa se volvió más suave y sus modos, más sugerentes, estiró la mano para tomar la moneda y Damian la alejó de él.

El vendedor de flores hizo un puchero.

— ¿Conocías a Bruce Wayne?

— ¿Su Padre?

— ¿Acaso había otro Bruce Wayne en Gotham, muchacho tonto?

Tim frunció las cejas pero luego, deshizo el gesto y ladeó la cabeza con curiosidad.

— ¿Quiere saber si me acosté alguna vez con su padre?

Damian sintió como si Tim le hubiera dado una bofetada. No había pensado en aquella posibilidad, simplemente había creído que podía comprar algo de información. El florista parecía muy sociable y encantador, a simple vista se notaba que era capaz de hacer hablar hasta a un muerto.

— No, lo que quiero es que me cuentes todo lo que has escuchado de él.

Tim se rio.

— Yo solo sé, lo que sabe todo el mundo. Vivía solo y aislado en su enorme casa, pero siempre me compraba flores. Gardenias. Un par de meses antes de morir, me pidió que lo ayudará a cuidar de su jardín. Quería flores nuevas, dijo que al búho blanco le gustaban las flores.

El corazón de Damian redobló su ritmo. Recordaba el búho blanco sobre la puerta de la cava.

— ¿Cuál búho blanco? — Presionó.

Tim se encogió de hombros y volvió a meter en la canasta su ramillete de jazmines.

— No lo sé. El señor Wayne nunca fue un gran conversador, pero me hizo arreglar sus jardines para el búho blanco. El me daba monedas por mi trabajo y mi silencio. Era un buen hombre, no se parecía en nada a usted.

Tim le dedicó una mirada de desdén, ni siquiera mostró más interés en la moneda de plata con la que lo había tentado. El chico de las flores se alejó con más orgullo que una reina insultada.

Damian se dedicó a vagar sin rumbo, cavilando sobre las palabras de Tim y el reverendo Todd.

El búho blanco, la llave, la cerradura, el muchacho muerto de la cava, los secretos de su padre. Todo ello le atribulaba, parecía que Bruce Wayne había dejado un camino de migajas para él, pero no eran suficientes para hacerlo comprender. ¿Cuál era su verdadero deseo? Quizá todo lo que Bruce había deseado era que Damian se encargara de mantener limpió su nombre deshaciéndose del cadáver para que nadie más diera con él. Pero entonces ¿Qué significado tenían la llave y la cerradura? Y ¿Por qué arreglaría el jardín para un búho blanco? ¡Nada tenía sentido!

Sumido en sus pensamientos oscuros, comenzó a imaginar que quizá el jardín también estaba lleno de cadáveres, quizá el búho blanco rondaba la casa Wayne en busca de carroña. Sus pasos lo llevaron de regreso a su hogar, se sorprendió de haber caminado con aquel rumbo sin proponérselo. El tiempo había consumido el día, los colores ocres de un pacífico atardecer se dibujaban en el horizonte.

Damian se quedó de pie en medio del camino entre la cava y la casa. Se tocó el pecho y adivinó el tacto de la llave de plata que ahora le parecía que pesaba una tonelada. Nunca había sido cobarde... pero tenía miedo de girar la llave.

Dio un paso hacia la cava, pensó en Bruce limpiando su frente del sudor de la fiebre, otro paso y pensó en su padre leyéndole un cuento, un paso más y pudo sentir los brazos de Bruce estrechándolo con amor fraternal para calmar su llanto infantil, buscó valor en los recuerdos y atravesó la puerta de la cava.

La húmeda oscuridad volvió a abrazarlo, igual que la noche anterior. Bajó prácticamente a ciegas hasta poder encender la lámpara de aceite con un fosforo. Se tomó su tiempo para encender una a una las velas del candelabro de mano. Se sentía en medio de un ritual, como si cada uno de sus movimientos debiera ser cuidadosamente llevado a cabo.

Recorrió los pasillos en busca de la botella azul y cuando la encontró se tomó un momento de calma antes de removerla de su lugar y escuchar, otra vez, el sonido de los engranajes ocultos que revelaban la trampilla del suelo.

Se arrodilló despacio, medio invadido por una actitud reverente que era incapaz de calmar el furioso ritmo de su corazón. Volvió a dudar sobre aquello, pero se obligó a enfrentarlo. Levantó la trampilla y se vio frente a frente con el cadáver del muchacho.

Era hermoso, como la luna llena a mitad del cielo azul, suspendido entre la tarde y un anochecer sin nubes.

La mano del capitán Damian Wayne, tembló sobre la llave mientras se la descolgaba del cuello.

"Cuando gires la llave, lo comprenderás todo"

"Creo que, Bruce Wayne obedecía a sus deseos y su naturaleza de una forma en que jamás obedeció las leyes terrenales o celestiales"

"Quería flores nuevas, dijo que al búho blanco le gustaban las flores"

La pequeña llave de plata entró en la cerradura del pecho con facilidad. Damian jadeó y contuvo el aliento mientras obligaba a su mano temblorosa a girarla poco a poco.

Crack, crack, crack.

El sonido metálico era similar al de una cuerda de reloj, la llave dio varios giros marcados de cuarto en cuarto hasta que de pronto, fue imposible girarla más. El capitán retiró la llave de la cerradura y en aquella ocasión lo sobresaltó el sonido de un tic-tac. Curioso, se inclinó sobre el pecho del cadáver y pegó la oreja contra la piel fría.

Algo estaba pasando ahí dentro. De forma inesperada, sintió una mano sobre su cabello y escuchó una voz clara y amorosa que pronunció una sola cosa.

— ¿Bruce?

Damian se echó hacía atrás con hosquedad, sus ojos verdes estaban abiertos de par en par, mirando al cadáver que acababa de hablar.



Notas de la autora: 

¡Este es uno de esos momentos donde me emociona mi propia historia! *Risa nerviosa*  Creo que a partir de aquí las cosas serán más sencillas de narrar   (∫˘▽˘)∫ . Muchísimas gracias a todas las personas que siguen interesadas en  este relato, sus votos y sus comentarios me hacen muy feliz, así que, por favor,  síganlos compartiendo    (~˘▾˘)~

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