El chico de los ojos verdes

By DCBlair

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Un ángel caído, y una profecía que está a dos pasos del abismo. More

P r e f a c i o.
Advertencia.
1. Es un sueño. ✔
2. Tienda de discos.✔
3. Tienda de discos parte 2.✔
4. Tu nombre es Rayder. ✔
5. Grace y Mayson.✔
6. ¿Ladrón? ✔
7. Sueñas conmigo, cielo. ✔
8. Recuérdame.✔
9. Ivonne.✔
10. Duele.✔
11. Lo sé. ✔
12. Yo te quiero en esta. ✔
13. Bésame. ✔
14. Rayder.✔
16. Elizabeth.✔
17. Cree en ti.✔
18. Es una pared de trescientos años.✔
19. Mentir no es bueno.✔
20. Gema.✔
21. Nunca estuvieron en el juego. ✔
22. La amas, ¿verdad?✔
23. Quizá.✔
24. Sangre de caído, ojos grises. ✔
25. Renacimiento.✔
26. Un recuerdo por cada marca. ✔
27. Eras tú. ✔
28. Me gustas. ✔
29. Tú, misterio. ✔
30. Alas ✔
31. Tormenta ✔
Capítulo 32. Tormenta II✔
Capítulo 33. Él✔
Capítulo 34. Decisión✔
Capítulo 35. Felicidades.✔
Capítulo 36. J✔
Epílogo.
Epílogo.
Final alternativo.
15. No supe si quedarme o irme.
Curiosidades.

15. No supe si quedarme o irme. ✔

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By DCBlair

R A Y D E R

—¿Siempre eres tú el que me da mi libertad? —preguntó. Inconscientemente mis labios se curvearon en una sonrisa.

—Soy el que te la quitó.

Podía verlo en sus ojos, estaban rutilantes y vivaces, ella solo me pedía con la mirada algo que yo estuve conteniendo desde que la vi.

Había aprendido a leer sus gestos en todos estos años, sin embargo, me gustaba mirarla. No quería tener sexo con ella, tampoco atosigarla para que no se me fuera de las manos, quería apreciarla, quería mirarla un sinfín de tiempo sin parecer obsesionado. Era guapa. Demasiado guapa y extraordinaria como para ser del montón. Tenía unos ojos tan expresivos y transparentes que era fácil darte cuenta de lo que quería, ni hablar de sus labios.

—Deberías dejar de beber —le señalé los vasos en la mesa. Mis palabras parecieron romperla.

—Lo haré —me sonrió forzada. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y miró hacía la pista donde los humanos se movían, suspiró prolongadamente y algo latió tan fuerte dentro de mí por saber qué es lo que pensaba. Lo habría dado todo. Transcurrió un segundo, y después otro hasta que me miro con determinación—; ¿Sabes qué? Definitivamente no. Me embriagare hasta perder la conciencia.

Le sonreí.

Estaba seguro de que lo haría, pero también apostaba a que terminaría bailando en el lugar sin importarle que cientos de ojos la miraran. Se alejó de mi lado y en ningún momento la perdí de vista. Habló con el barman quien le sonrió con cautela dándole lo que había pedido, noté que en el camino termino con su bebida y continúo con la otra hasta llegar a mí.

Me extendió una y sonrió.

Le había dolido.

Lo sabía. Podía ver ese gesto en sus ojos cuando trataba de sonreír. Ella quería que la besara. Y yo también quería.

Cualquiera se hubiera vuelto loco por ella. Y yo era un hijo de puta afortunado. Incluso cuando caí.

Tomé la bebida. Se sentó a mi lado, removiéndose incómoda. El club se había tornado en luces rojas, tragué el líquido amargo y salado, se sentía tan fresco que mi cordura se tambaleó. Jamás había sido adicto a las bebidas alcohólicas, no hace trescientos años ni hoy, pero esto se sintió diferente, o quizá era el hecho de que estaba controlando mis impulsos.

—¿Cómo terminamos aquí? —Arrastró las palabras—. Tú, yo y alcohol.

Rogaba que no se acercara. Un roce bastaría para que todo se fuera a la mierda. Cuando creí que había dejado pasar aquel rollo quitó su chaqueta de su pequeño cuerpo, dejando la piel de sus hombros y su cuello expuestos. Estaba seguro de que no lo había hecho apropósito.

Caos.

No supe si quedarme o irme.

—Aposté a que no me metería a tu habitación sin permiso a cambio de que vinieras —repliqué, moviendo mis dedos al mismo tiempo que la música.

—Fue un buen trato —dictaminó. Sacudió la cabeza estando de acuerdo en algo—. Creo que eres un ángel caído —me susurró.

—Lo soy, cielo.

—Espera —dejo sus labios entre abiertos solo un poco, pensando su siguiente pregunta—, ¿por qué cielo? ¿Por qué no otro apodo?

—Me gusta —reconocí. Deslicé mis ojos hacía ella con calma. Una calma que no existía, y hasta ese momento no noté que estaba a solo una distancia tan corta como para convertirnos en un roce. No me moví cuando me observo.

No estaba borracha, podía verlo aún en sus ojos, seguía pidiéndomelo a gritos, y se lo di.

Pareció sonreír en mis labios.

Quise quedarme ahí para siempre. Sus labios sabían a sal, delirio y pecado, no era un combate para ver quien había extrañado más, era, un «quédate».

—No deberíamos besarnos —dijo, pero yo ya había cubierto sus labios de nuevo.

Aprendí, que, en cualquier bendita vida de ella, yo sería el hombre que sin dudar le pertenecería. La bese con ímpetu, la bese como si nunca la hubiera besado en mi vida.

Cuando nos separamos permanecimos ahí, juntos, y recordé todas mis vidas pasadas con ella, cada una de sus palabras y de las miles de formas en que le había hecho el amor sin tomarla como mía. Ella no era mía, no de esa manera posesiva y celosa, formaba parte de mí y aquello si merecía ser llamado mía.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó, jadeante.

—¿Por qué tardaste tú?

Me sonrió radiante.

Una sonrisa que solo duro dos segundos.

Reconocí a la figura esbelta que entro por el lugar llamando la atención como si de un halo de luz se tratara, no dejé de mover mis ojos, seguí el cabello de una matiz parecida al oro y una sonrisa siniestra en los labios, casi sonrió. Sabía que estábamos aquí.

—Necesitamos salir de aquí, cielo.

Hablé en tono grácil y despreocupado, como si de calma expresara. Dess me miró sin entender, esperando una explicación que no llegaría. Visualicé cuatro seguidores y a Elizabeth. Conocía a Liz a la perfección, ella siempre obtiene lo que quiere, y de algún modo yo la había traicionado. Había fingido servirle a ella a cambio de información por el paradero de Dess en consecuencia resulte ser presa viva de un caído que no se rendía jamás.

No sabía cuentas horas habías pasado allí adentro en el club, sin embargo, cuando Dess me observó, tan frágil, tan humana no temí por mí, temí por ella.

—Veras tu madre para estas horas ya debió de darse cuenta de que no estas —pase mi brazo por sus hombros. Hizo una mueca llevando sus ojos hacía su hombro en donde descansaba una pequeña gasa blanca con la que Grace la había curado de aquel incidente, relajé mi brazo—, probablemente se haya levantado para su turno en el hospital y necesitamos volver.

Vi la duda en su mirada pero al final aceptó. Caminamos por el estrecho pasillo con el tumulto de personas cerniéndose ante nosotros.

—Mi madre me matara, Rayder —el pánico se filtró en su voz. Le preste atención a como su rostro se contrajo en miles de pensamientos sobre lo que acaba de hacer, y como si me leyera la mente prosiguió—. He salido contigo.

—¿Y eso es malo? —no abandoné mi tono altanero, aun cuando sabía que Elizabeth podría estar pisándonos los talones.

—Muy muy muy malo —paso las palmas de sus manos por su blusa, una y otra vez—. Tú tienes pinta de chico malo, y a mi madre no le gustan los chicos malos, mucho menos los ángeles caídos de casi cuatrocientos años.

Esbocé una sonrisa y la atraje más a mí.

—Un chico malo —le inquiero.

—Solo falta tu motocicleta y una frase que diga algo como «soy un moja-bragas con la tentación en los ojos» —imitó mi voz.

Salimos del club y por un momento me sentí aliviado, creí que la había podido sacar de ahí. Me mentí.

—Ah, Rayder —una sonrisa atravesó su rostro angelical.

—Elizabeth.

No había nada más placentero que escuchar el nombre de un pecador y, Elizabeth lo sabía.

No se movió, no dejo de mirarla ni de borrar su sonrisa de satisfacción. Llevaba ridículamente un vestido color azul, y ese tono me recordaba a su pasatiempo favorito: cuidar a los niños. Ese era su cargo en el cielo, siempre fue adicta al afecto.

—Cualquiera que supiera contar apostaría a que estas huyendo de mí.

Destiny permaneció muda a mi lado con un matiz de no saber lo que estaba pasando. Aquel momento pudo confundirse con los momentos de un humano: un viejo amor y la aventura. Pero no. Lo que Elizabeth y yo sentíamos era algo más que amor, era lealtad y compasión. Estando solos por cientos de años nos habíamos acostumbrado a vagar sin pertenecerle a nadie, exento cuando nos conocimos. Éramos destructivos. Éramos líderes de la raza pecadora, pertenecíamos a algo, hasta que volví a encontrar a la mitad de mi profecía.

—Elizabeth, tan sutil como siempre —le dije. Detrás de ella había cuatro desterrados más. Era egocéntrica e inalcanzable, habíamos sido ángeles, dueños de todo y al mismo tiempo de nada. Habíamos sido creados para hacer el orden y no corrompernos, sin embargo, ¿qué pasa cuando caemos?

Desastre.

—Un gran halago viniendo de un líder —entrelazó sus manos atrás de su espalda—. Supongo que viendo de la forma en que la tomas de la mano ella es la hija de Gabriel. Interesante. —No sabía que estaba tomando a Dess, escondiéndola detrás de mí hasta que Elizabeth lo dijo—. Sabes que podemos ponerle fin a todo esto ¿verdad?

Mis pupilas se desenfocaron y quise retroceder por lo que había dicho, sabía cuál era la solución de todo esto... matar a Dess. 

***

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[Nos leemos el domingo y dense una vueltita por mi perfil, he vuelto con DESTROY ME<3]

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