Los espejos de Whitney Rose

By MarisaMR3

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Cuando Grace decide independizarse al fin y disfrutar de su autonomía y amada tranquilidad, se ve de pronto a... More

Los espejos de Whitney Rose
I. Whitney Rose
II. Cuarto reino, cuatro lunas y una profecía
III. Un fauno, dos gorgonas, una humana y el ancho mar
IV. Quinto reino, cinco lunas y un alto nivel de convicción
VI. El otro lado, el mundo de Grace
VII. Dos pasados, y un viaje

V. Sexto reino, seis lunas

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By MarisaMR3




Briego caminaba concentrado mientras afilaba la punta de un par de ramas con su daga. Estaba haciendo flechas. Calíope y Argos mantenían una conversación en susurros detrás de Briego. Aro y Grace se hallaban por delante de todos mientras observaban el lugar en silencio. 

Grace sentía que a cada paso que daba, más frío hacía en el lugar. Hasta la fecha, el clima había sido cálido, pero parecía que según el reino predominaba una estación diferente a los otros, pese a la proximidad relativa de cada reino. Echó en falta sus ropas invernales, que yacerían en ese instante bajo el mar. Miró el horizonte. Pese que ahora se hallaban en una zona de árboles sin hojas y tierra verdosa con algunas flores casi muertas, podía apreciarse que les esperaba un territorio descubierto de color blanco. Sería imposible sobrevivir al frío con ropas primaverales, pero nadie parecía importarle aquel hecho. Quizás les preocupase más tener que pasar por una zona al descubierto, sin que ningún árbol los pudiese guarecer.

—Dime, Grace, ¿cómo llegaste hasta aquí? —Aro se dirigió a ella sorprendiéndola momentáneamente por ello. Este la estaba mirando fijamente, como si quisiese romper con aquel silencio.

—Me compré una casa, y en ella había un espejo que me trajo hasta aquí. Terminé en el tercer reino mientras una banda de Nardos me perseguía. Luego encontré a Briego y me condujo hasta el cuarto reino, donde conocí a Argos y a Calíope. Se supone que soy una especie de elegida que va a salvar el mundo.

—No pareces muy emocionada —sonrió Aro por la forma tan aburrida que tenía Grace de expresarse.

—La verdad es que no me hace mucha ilusión que intenten matarme. Y menos que los demás piensen que voy a salvar su mundo. No soy nadie, solo una chica de pueblo que atravesó un espejo por accidente.

—Quieres volver a tu hogar, ¿no?

Ella suspiró. No quería que nadie la odiase por ello.

—Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo fuera de casa. Es posible que mis padres estén buscándome, y que hayan acusado a una persona inocente de mi desaparición.

—¿Por qué iban a hacer eso?

Aro no parecía enfadado con ella porque esta no tuviese el menor interés en ayudarles. Por el contrario, únicamente parecía interesado en conocerla.

Grace se perdió en sus ojos, intentando averiguar a través de ellos si podía confiar en él. Si podía contarle algo que no se había atrevido a mencionar ni siquiera a Argos. Quizás se debiera a que formaba parte de su especie, o que aquellos ojos la miraban con intensidad, pero no pudo evitar contarle todo lo que había pasado con Emir, y sobre los espejos que había en el desván. Aro adoptó una expresión de absoluta perplejidad, y se mantuvo unos instantes en silencio. Aquella expresión le hacía más atractivo que antes. Seguramente no tendría más de veinticinco años, pero su aparente madurez, hacía que Grace se sintiese pequeña.

—¿Qué ocurre? —quiso saber mientras su silencio se le ha- cía eterno.

—Es imposible lo que me estás contando. Nadie ha estado aquí desde que Whitney Rose murió, y de eso hace al menos quinientos años.

—Quizás Emir no estuvo aquí, y lo que sabe lo ha aprendido de generación en generación.

—No puede ser. Se le obligaba a cada humano que desease salir de este reino al tuyo, jurar por su vida guardar silencio.

—Quizás murió la persona que se lo contó. También cabe la posibilidad, de que el tiempo no sea el mismo en mi reino que en el tuyo. Es posible que ochenta años en mi mundo, sean quinientos en el vuestro.

Grace se sintió inmediatamente aliviada tras pensar en eso último. Era posible que aunque llevase varios días en ese mundo, cuando regresase a su hogar apenas hubiese transcurrido el tiempo.

Aro estuvo pensando en eso. En ese caso era posible que más de un humano que hubiese vivido en su mundo, estuviesen aho- ra en el otro lado ajenos a lo que ocurría, y sin poder regresar. Lo que sí sabía, era que ese tal Emir conocía de cerca su mundo, y que sabía la utilidad de los espejos, entre otras cosas. Pues colocar laurel en el portal de su casa, indicaba que sabía cómo alejar a según qué seres de allí.

—Debemos informar de esto a mi padre en cuanto lleguemos. Él sabrá qué hacer.

—¿Tu padre?

—Sí. Marduk, el rey de las siete lunas.

Entonces Grace observó al joven humano con detenimiento. Solo un príncipe podía ser tan incalificable como lo era Aro. Sin saber por qué, sintió como una daga la atravesaba el corazón, como si se sintiese decepcionada por saber que Aro era un príncipe, a la vez que un jinete de dragón. Quizás se debiera porque sentía que aquel humano estaba muy por encima de ella. Para un humano que le atrae, y resulta estar en otro mundo y por encima de su nivel. Odiaba que aquel tipo fuese tan perfecto para ser tan joven. No pudo evitar envidiarlo. No le gustaba el sentimiento de inferioridad que la adueñaba, pero tampoco podía evitar sentirse abrumada por estar a su lado.

—Así que eres príncipe.

Aro la contempló con un extraño semblante, como si le rechinase aquella palabra.

—Técnicamente sí, pero no me gustan las distinciones sociales. Se me conoce como un jinete de dragón, es lo que me representa, de la manera en la que lucho. Ser el hijo de un rey no dice nada de mí.

Grace pensó por primera vez en el modo en que lo habían tratado sus amigos. No parecían conocerlo, ni siquiera cuando se presentó. Era como si Aro fuese uno más entre ellos. Y si lo habían reconocido, no habían cambiado su actitud con él. Grace tenía claro que en su mundo las diferencias sociales eran mucho más notorias, en donde el monarca del pueblo se queda en su palacio mientras envía a sus guerreros a morir por su causa. En este mundo, el monarca y sus descendientes luchaban junto a sus guerreros. Eso les honraba.

—Tranquilo, a mí me ha quedado claro que eres un jinete de dragón. Créeme, en lo último en que pensé al verte fue en tu linaje.

Aro sonrió, marcando su característico hoyuelo en la mejilla, pero sin dejar de mirar al frente.

—Tampoco yo pensé en ti como en la elegida cuando te vi.

—Ya, no doy el pego, ¿eh?

—Creía que no te interesaba nada serlo —la miró fugazmente extrañado por aquella voz apagada.

—Digamos que salvar un mundo supone una gran responsabilidad —sonrió—, pero me ofende ligeramente que sea tan obvia mi ineptitud.

—No te lo tomes a mal, pero es que hemos tenido quinientos años para adularte.

—Ya, supongo que toparse con la realidad —se miró a sí misma y se señaló—, es un fastidio.

—Para mí no —respondió Aro llanamente.

Grace sonrió y lo miró con curiosidad mientras intentaba seguir su ritmo a paso ligero. Briego resopló a su espalda en consecuencia, como si hubiese estado pendiente de la conversación o al menos de parte de ella, momento en que le incomodó aquel último comentario a modo de picor en la garganta. De haber sido Calíope, seguramente le habría asestado una puñalada en el corazón al joven príncipe por sus palabras. Odiaba aquellos cumplidos sin sentido. Para ella, los humanos se regalaban los oídos con demasiadas palabras inservibles y con demasiada frecuencia, solo para —según ella— procrear, y lo más sorprendente era que normalmente surgiese efecto. Por suerte para Aro, Calíope se hallaba enfrascada en una discusión ideológica con Argos, y no les prestaba atención.

Aro estiró su mano de forma que hizo que el estómago de Grace chocara sutilmente con este, entonces ella alzó los ojos en busca de aquel repentino golpe silencioso. Briego y los demás también se habían detenido, y escrutaban el horizonte con los ojos fruncidos.

—¿Qué ocurre? —susurró Grace mientras intentaba divisar algo en el paisaje nevado que pronto se adheriría a ellos.

—Shhh —silbó Aro haciéndola callar—, no estamos solos. Grace miró hacia la misma dirección que sus amigos con mucha más vehemencia que antes. No había nada que sobresaliese en el paraje blanco, ni siquiera veía a los pájaros que había oído piar momentos atrás. Miró el cielo para ver si los veía volar asustados por algún extraño movimiento, entonces Grace se fijó en algo que hasta la fecha le había pasado desapercibida: El dragón de Aro había desaparecido sin dejar rastro, ya no surcaba el cielo como había hecho hasta la fecha.

—¿Dónde está tu dragón?

Fue como si aquello les hubiese pasado a todos por alto. Ninguno se había dedicado a mirar el cielo en busca de alguna señal por parte del animal, que les indicase que había alguna amenaza cerca, simplemente se habían percatado de la amenaza y punto. Aro se inquietó notablemente y lo demostró sacando la espada del cinto. Briego tensó su flecha en el arco en consecuencia, y las dos gorgonas desenfundaron también sus armas. Grace reaccionó con mucha más lentitud que el resto. Extrajo su arco que tenía cruzando su cuerpo, y cogió en silencio las flechas que Briego le tendía. No pudo evitar que le temblase la mano mientras asía la flecha junto al arco.

—Hay algo ahí arriba.

Los ojos sobrenaturales de Calíope lograron divisar algo que ni el fauno ni los humanos podían ver. Argos tensó su rostro antes de hablar mientras el arco de Briego apuntaba hacia el cielo.

—Hay una parcela de cielo que se mueve ligeramente. Noroeste, treinta grados.

Todos parecieron entender las coordenadas de Argos, salvo Grace, dado que en ese lugar desconocía donde estaba el norte y mucho menos la inclinación de los grados de aquella circunferencia. La geometría no era su fuerte.

—Nos han estado esperando y ahora saben que estamos cerca —Aro agravó su voz mientras se aferraba a su espada con intensidad.

—¿Son muchos? —preguntó Briego en esta ocasión sin dejar de mirar el cielo.

—No lo sé, se ocultan detrás de espejos para que se refleje el territorio y pasen desapercibidos. Lo único que sé, es que en el cielo han activado un portal y han mandado a mi dragón al otro lado.

Grace profirió un grito mudo, ahora entendía lo que estaba pasando. En tierra firme se hallaba un pequeño ejército de seres ocultos tras espejos normales, sin dones. Sin embargo, en el cielo habían llevado un portal a sabiendas de que ella misma debía de viajar con jinetes de dragón, de forma que al surcar los cielos, aquellos seres pasasen desapercibidos y los dragones junto con sus jinetes, se dirigiesen de forma inminente hacia un portal, y cuyo destino por ahora era un misterio.

—No podemos exponernos ahora que sabemos que están ahí fuera —susurró Calíope mientras dirigía su vista del cielo al paraje nevado, alternativamente—. Tenemos que dar la vuelta y buscar otro camino hacia el séptimo reino.

—Tienen a mi dragón.

Argos apoyó una mano en el hombro del jinete antes de hablar, mientras este escupía fuego por los ojos.

—Lo siento amigo, pero no puedes hacer nada por tu dragón.

A estas alturas ya estará muerto.

Aro retiró la mano de la gorgona con brusquedad.

—Un dragón no muere con tanta facilidad.

—Aunque esté vivo no puedes hacer nada para salvarlo. No sabes dónde conduce ese espejo, ni cuántas criaturas aguardan en el otro lado. Morirás antes de cruzar.

Grace contemplaba a Argos y al jinete de dragón alternativamente, mientras Briego y Calíope observaban el cielo y el horizonte con meticulosidad.

—No hay nadie en tierra firme —anunció Calíope—. Esperaban a los jinetes de dragón con sus respectivos animales. El ejército está en el aire. No contaban con que iríamos a pie.

—¿Estás segura? —preguntó en esta ocasión Briego mientras que Aro parecía que no le interesaba lo más mínimo su respuesta. Todo lo que quería saber, era cómo sobrevolar el cielo sin su dragón.

—Sí, estoy segura.

—De todas formas, no podemos cruzar a campo abierto — Briego pareció ligeramente más relajado—. No tardarán en cansarse de volar y aterrizarán.

—Será entonces cuando ataquemos —anunció Aro seriamente mientras los demás dirigían sus ojos hacia él.

—¿Has perdido la cordura jinete? —contestó Briego en consecuencia—. No sobreviviríamos a una batalla con vete a saber cuántos seres. Debemos llevar a Grace al séptimo reino, esa es nuestra misión.

—Tenemos una oportunidad, no solo de salvar a mi dragón sino de llevarle un portal a mi padre. No tendremos otra ocasión igual.

Briego estaba negando fervientemente la cabeza, pero Grace se le adelantó a la hora de hablar.

—Si conseguimos el espejo, ¿yo podría regresar a casa?

Aro la miró como viendo en ella una potencial aliada. Quizás fuese patosa con las armas, pero al fin de cuentas era la posible elegida y como tal, su destino ya estaba escrito.

Briego la miró sintiéndose traicionado, mientras que Calíope y Argos no daban crédito a lo que estaba pasando.

—Sí, pero...

—Tú mismo me lo dijiste —le cortó Grace a Briego—, conseguir un portal es casi imposible porque están en los palacios de los distintos reinos. Ahora, sin embargo, se halla uno sobre nuestras cabezas. Solo tenemos que esperar a que se cansen y atacarles de improvisto. Girar la tortilla.

—¿Qué dice de una tortilla? —apuntilló Calíope extrañada.

—Es solo una expresión —respondió Grace mientras intentaba crear una nota mental referido a que aquellos seres no tenían por qué entender las metáforas de su mundo.

Aro continuó la conversación.

—Tampoco creo que haya muchos seres ahí arriba. Confío en que por eso tienen el espejo. El verdadero ejército aguarda en el otro lado. Cojamos el espejo y llevemoslo a mi padre, reuniremos un ejército de jinetes de dragón y les atacaremos.

—Y tú recuperarás a tu mascota, ¿cierto? —profirió Briego sarcásticamente.

—Y con suerte también un reino.

—Decidíos pronto —apremió Calíope—, el cielo está descendiendo.

Eso solo quería decir que los espejos que reflejaban el cielo estaban aterrizando y con ello, los seres que había ocultos tras estos.

—Si nos superan en número o en fuerza, buscaremos otros caminos hacia el reino de tu padre. No condenaré a mis amigos a la muerte.

—Tampoco es esa mi intención.

—Acerquémonos más —añadió Argos en vista de que ya parecía aclarado el asunto.

Los cinco se aproximaron con agilidad silenciosa hasta el lindero del bosque, donde finalizaba la vegetación para dar paso a un campo raso de nieve.

Grace comprobó que no tenía frío pese a la brisa o la nieve que le abrazaba los gemelos de las piernas. No sabía si se debía a que la nieve en aquel reino no era como cabría esperar, o a que la adrenalina del momento la hacía entrar en un calor constante. Briego se arrodilló en la nieve y tensó la flecha en su arco mientras un árbol lo escudaba. Grace lo imitó apoyándose al árbol contiguo. Calíope y Argos parecían ser los únicos en discernir con nitidez dónde se hallaba el enemigo, de manera que le informaban al resto.

Grace pudo ver como Aro extraía una cadena plateada en donde una especie de cristal color morado, prendía de él. Luego observó cómo lo besaba ligeramente antes de guardárselo nuevamente y dirigir su vista hacia el paraje.

—Aro tenía razón —profirió Argos mientras no le quitaba ojo a la zona—, su número es reducido.

—Lo veo —anunció Briego, pues notó con claridad como la nieve se hundía ligeramente al apoyar los espejos en ella. Tan solo se hundió cuatro veces, eso quería decir que había cuatro espejos que los cubría, aunque uno de ellos fuese un portal.

—Se han arriesgado demasiado trayendo el portal hasta aquí.

Calíope también había notado lo evidente, cuatro espejos no podían cubrir a más de ocho seres, dos seres por espejo.

—Debemos ser rápidos —agregó Argos—, antes de que alguna de esas criaturas se introduzca en el portal y dé la alarma.

—Si hiciese eso estamos perdidos —apoyó el jinete de dragón.

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Grace para sorpresa de todos, pues hasta ese momento la humana había pasado des- apercibida.

—Veamos —comenzó Aro—, son voladores, y en este reino a parte de los hipogrifos, los cuales no podrían esconderse por su tamaño tras los espejos, se encuentran los Drifit.

—Si son ellos —agregó Calíope—, debemos evitar su aliento a toda costa o nos congelarán los pulmones.

—¿Punto débil? —preguntó Grace sin tener idea de qué era exactamente un Drifit, mientras apuntaba en otra nota mental, que debía aguantar la respiración si se hallaba a medio metro de aquella criatura, para evitar su aliento.

—Son tan frágiles como lo podemos ser nosotros —respondió Briego mientras contaba las flechas que le quedaban tras haberle dado unas cuantas a Grace.

—Será complicado evitar que alguna se nos escape y entre en el portal —dijo Argos mientras extraía una daga y la sostenía en su mano libre hasta ese momento.

—Sí lo hace —agregó Briego—, sabremos cuál de los cuatro es el portal, y lo único que deberemos hacer es cerrarlo, para que lo que halla en el otro lado no pueda salir.

—Nos superan en número —anunció Aro—, así que hay que ser rápido.

Calíope habló en esta ocasión tras Aro, sin apartar sus ojos del enemigo, pese a que aún no los había visto.

—Hay cuatro espejos, uno de ellos es un portal. Si atacamos a los espejos tres se romperán y ellos quedarán al descubierto. Tardarán unos segundos hasta deducir desde dónde les atacan. Es en ese momento en el que Argos, el jinete y yo avanzaríamos hacia ellos mientras Briego y la humana atacan desde aquí. Es lo único que se me ocurre para atacar con la ventaja de no ser vistos. ¿Qué pensáis?

—Yo... —profirió Grace tímidamente—, aún no soy buena con el arco, y ni siquiera sé dónde están los espejos.

—No importa —habló Briego después de resoplar unos segundos antes—, yo me encargo de los espejos y tú procura darle a algún Drifit nada más verlos.

—Y si es posible —añadió Argos—, procura no darnos a nosotros en el intento.

—Lo intentaré.

—Pues inténtalo con ganas —sonrió Calíope mientras estiraba sus alas ligeramente, lista para avanzar.

Briego tensó la flecha en su arco después de sujetar otra flecha entre sus dientes, preparándola para el siguiente ataque. Grace tragó saliva en un intento vano de deshacer el nudo de su garganta. Tensó también su flecha, y apuntó en la dirección en que lo hacía Briego. Odiaba tener que matar a ninguna criatura.

—Preparaos —anunció el fauno, momento en que las gorgonas se arquearon ligeramente para coger impulso hacia la batalla. Aro hizo silbar su espada ligeramente mientras la rotaba con un movimiento de muñeca.

Una flecha voló sobre la nieve e impactó en una pared invisible, momento en el cual se hizo añicos dejando ver en su lugar a tres seres de indescriptibles características.

—Lo siento —susurró Grace mientras su flecha silbaba en dirección a aquella criatura, al tiempo en que una segunda impactaba en otro espejo.

El Drifit aulló de forma chirriante, antes de yacer en la nieve. Su piel era blanquecina y su cuerpo era de apariencia semihumana, exceptuando dos alas en forma de telaraña semitransparente, como si estuviesen hechas de hielo. Otro Drifit chilló mientras la muerte tomaba el control de su cuerpo, al tiempo en que el tercer espejo se hacía añicos justo después de que una de las flechas de Briego rebotara en una de aquellas paredes invisibles, el portal.

—¡Ahora! —rujió el fauno mientras sus flechas volaban hacia el campo raso e impactaban en los seres que se iban a introducir en el portal.

Las gorgonas salieron de su escondite, y se dirigieron volando hacia la zona de batalla. Argos lanzó su daga en el corazón de uno de aquellos Drifit, mientras otro se alzaba volando en su dirección. Estos, también empuñaban armas.

No tardaron en descubrir que se habían equivocado con el número enemigo, pues no eran ocho, sino doce Drifit los que se ocultaban tras los espejos, tres por cada espejo. Ahora quedaban siete en pie.

Aro corría por la nieve mientras alzaba su espada entre ambas manos y rugía de forma temeraria. Desde el cielo Calíope y Argos luchaban fieramente con cuatro Drifit, mientras tres permanecían esquivando las flechas de Briego y Grace con sus armas, al tiempo en que permanecían en una posición triangular. Al parecer, el espejo se les había escapado de las manos, y había caído sobre la nieve con tanta mala fortuna en que el cristal estaba boca abajo, y ellos no podían darle la vuelta a la vez en que esquivaban las flechas.

Aro estuvo pronto en la zona y tres Drifit se alzaron sobre él.

Una flecha de Grace impactó en un ala de uno de aquellos seres, que estaban sobrevolando el cielo junto a las gorgonas. Este se precipitó hacia el suelo incapaz de volar de nuevo, de manera que corrió hacia el joven jinete mientras él hacía cabriolas con su espada, hasta acertar en el pecho de una de aquellas criaturas. Briego extrajo la suya del cinto y miró a Grace de forma elocuente, ambos se habían quedado sin flechas. Se dispuso a correr junto a sus camaradas antes de que Grace pudiese detenerlo. La humana se puso las manos en la cabeza intentando buscar alguna manera de ayudar a sus amigos, pero allí no había nada que pudiese ayudarla, solo nieve y árboles sin hojas. Se palpó el cuerpo hasta dar con una pequeña daga semioculta en el cinto. ¿Y ahora qué?

Argos gritó en ese momento y se precipitó estrepitosamente hacia el suelo. Un Drifit le había congelado la mitad de su cuerpo incluida una de sus alas. Grace supo en ese momento que el aliento de un Drifit no solo congelaba el interior de cualquiera, sino también el exterior. No podía quedarse ahí parada viendo como sus amigos eran congelados lentamente. Si ella era la elegida o no, lo averiguaría en ese momento.

Grace corrió todo lo que pudo y más de lo que había corrido en toda su vida, rezando para que todos los valientes del mundo se uniesen a ella. Mientras lo hacía, vio cómo Calíope hacía lo imposible por deshacerse de tres Drifit para ayudar a Argos, pero le era imposible. El Drifit que lo había congelado se aproximaba hacia él lentamente. Fue en ese momento en que Grace pudo apreciar las armas de aquellos seres, pues de su muñeca extrajo un arma de hielo en forma de espiral y cuyo final, era puntiagudo.

Argos fue a arremeter desde el suelo con su lado bueno, pero el Drifit le pisó en ese momento el brazo, impidiéndole la movilidad. Grace se hallaba a una distancia considerable de ellos, pero lo bastante cerca para lanzarle la daga a aquella criatura. El arma de hielo cayó a escasos centímetros del rostro de la gorgona, y segundos después, lo hizo el Drifit dejando ver en su espalda una daga incrustada en ella. Argos se alzó como pudo del suelo, mientras Grace llegaba jadeando junto a él.

—Gracias —le dijo la gorgona mientras se palpaba el brazo congelado con la mano buena.

—No me la des, casi seguro que he tenido ayuda.

Grace se agachó para recoger la espada de Argos, momento en el que agradeció infinitamente encontrar flechas a su alrededor. La gorgona cogió su espada y se dirigió hacia el fauno y el jinete, que luchaban un uno contra uno. Pues Argos era incapaz de volar de nuevo y ayudar a Calíope.

Grace cogió las flechas y apuntó hacia el cielo. Los Drifit se movían de lado a lado mientras peleaban con la gorgona. Rezó para que su buena puntería le siguiese acompañando. Dos Drifit se precipitaron sin vida hacia la nieve. Uno atravesado por una flecha, otro con una herida de arma blanca. A los pocos segundos, Calíope derribó a su último oponente, y el fauno, la gorgona y el jinete de dragón hicieron lo mismo. Calíope descendió jadeando y asintió hacia Grace, luego corrió junto a sus amigos. Grace resopló antes de imitarla, no tenía fuerzas ni para sostenerse.

—¿Cómo estás? —preguntó Calíope mientras Argos se masajeaba el brazo entumecido por el aliento del Drifit.

—Sobreviviré, solo necesito entrar en calor.

Calíope se posicionó a su espalda para palmearle el ala, a la vez en que él se quejaba débilmente por el dolor.

—¿Y el espejo? —preguntó Grace. Aro y Briego se miraron fugazmente para luego dirigirse hacia una zona rectangular de color plata cristalina, la parte de atrás del espejo.

Briego habló mientras sus amigos se aproximaban a la zona y la contemplaban desde arriba.

—Debemos ser rápidos. Es muy probable que alguien nos observe cuando le demos la vuelta y quiera atravesar el espejo.

—Es muy probable —agregó Aro— que sellen el espejo en cuanto sepan que está en manos enemigas. Será imposible entrar. No tardarán en descubrirlo si no actuamos pronto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Calíope— ¿No íbamos a llevar el portal al séptimo reino, y atacar con los jinetes una vez esté avisado tu padre?

Aro suspiró hondamente, momento en que Briego frunció el ceño.

—Eso funcionaría si tuviésemos la certeza de que no van a sellar el portal del otro lado. Si lo hacen, no serviría de nada.

—¿Qué propones jinete de dragón?

Briego parecía saber por dónde iban los pensamientos del joven príncipe, de ahí a su repentino rostro de enfurecimiento.

—Tu misión es llevar a Grace ante mi padre; mi misión es rescatar a mi dragón.

El fauno se alzó sobre el chico y lo cogió por el cuello de su camisa, mientras los rostros de los demás presentes se fusionaban con el paraje helado.

—No sobrevivirás si entras ahí. Olvídate de tu dragón, tu vida es más importante.

—Mi dragón, es mi vida.

Se deshizo de las manos de Briego con sequedad.

—Has perdido la cordura.

—Ellos me lo arrebataron todo. Estoy cansado de estas estúpidas guerras sin sentido, de los malditos espejos. Ojalá Whitney Rose no hubiese existido nunca.

En ese momento una extraña luz blanquecina iluminó los bordes del espejo. Entonces todos lo comprendieron, el jinete de dragón había dicho en voz alta el nombre del fabricante de espejos, y por tanto, había activado el portal. Ahora los del otro lado sabían que alguien estaba ahí.

—Estúpido crío —bramó el fauno. Ahora sí que debían darse prisa y sellar el portal.

—Llevaos el espejo a mi padre. Yo rescataré a mi dragón y me reuniré con vosotros allí. Grace —dijo en esta ocasión mirándola a ella—, podrás activar el espejo e irte a tu hogar, pero tienes que ser rápida en elegir el destino correcto para que lo que haya en el otro lado no salga. Te deseo suerte.

Aro se inclinó para coger el espejo por una de sus extremidades y darle la vuelta. Las gorgonas dieron un paso atrás mientras que el fauno lo observaba enfurecido y fascinado al mismo tiempo, pues nunca antes había visto un portal.

Dos imágenes se mostraron en el espejo, una de ellas, era un dormitorio muy familiar para Grace, la otra, mostraba rocas y humo. Un volcán. Sin embargo, nada ni nadie parecía aguardarlo en el otro lado.

Aro los contempló a todos una última vez. Cuando se disponía a pisar el espejo que le llevaría hacia el volcán, la imagen de un Drifit apareció en ella, mientras la criatura empañaba con su aliento la imagen. Su aliento salió hacia el otro lado mientras el rostro de Aro se hallaba a escasos centímetros de la imagen.

—¡No!

Grace lo empujó en ese momento, y ambos cayeron en el otro lado del espejo. En la imagen de su habitación.

Grace notó como un frío intenso se adhería en su costado derecho, escarchándole la ropa. A su vez, volvía a atravesar gelatina plateada mientras los gritos de unas cuantas voces la llamaban incansablemente.

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