III. Un fauno, dos gorgonas, una humana y el ancho mar

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Grace miraba su nuevo vestuario que la reina de las cuatro lunas le había depositado muy cuidadosamente sobre su cama. Era una clara directa de que su vestimenta, impropia en aquel mundo patas arriba, llamaba la atención.

No había nada extraño en aquellas nuevas prendas, salvo el hecho de sentirse la señora de los Picapiedra. A su parecer, solo le faltaba el hueso entre los cabellos.

Llevaba puesto un vestido de piel marrón, liso y sin tirantes. Bajo el vestido llevaba unos pantalones cortos del mismo color y textura que el vestido. O aquello era la ropa más cómoda que le había podido ofrecer la reina, o los humanos de aquel mundo no habían evolucionado.

Grace se puso unas botas sin tacón, que le llegaban por encima del gemelo. Se sentía horrible, sin embargo, aquello era en lo último que debería pensar, pues una batalla no muy lejos de donde se encontraba estaba teniendo lugar para que ella pudiese huir como la cobarde que era.

—Paso —anunció Calíope sin apenas ofrecer un segundo entre el toc, toc de la puerta y su voz—. Debes de estar hambrienta, así que te traigo la cena.

La gorgona depositó una bandeja de comida sobre una pequeña mesa, cuando hubo entrado en el camerino de Grace.

—Gracias. Hasta ahora no me acordaba del hambre que tengo. 

Había estado alimentándose de frutas del río durante dos días, ahora aquel manjar que olía algo así como a pollo al horno, le hacía la boca agua. Ni siquiera tenía la intención de preguntar qué era aquello, no fuese que tuviese que recurrir a aquel delicioso pero carente en proteínas, fruta del río.

—Ya, bueno, que aproveche.

—Espera —detuvo Grace a Calíope antes de que esta se marchase—. ¿Y ahora qué va a pasar?

—Navegaremos bastante, hasta llegar al reino de las seis lunas. Allí iremos a pie hasta el séptimo reino. Las sirenas nos franquearán hasta que salgamos del cuarto reino, así que a partir del quinto, tendremos que pasar desapercibidos.

—¿Cruzaremos el quinto reino a través del mar?

—Sí, es el camino más rápido y más corto para llegar al reino de las seis lunas. ¿Alguna otra cosa?

Grace contempló a Calíope con curiosidad. Parecía que aquella gorgona le tuviese manía. No la culpaba, ¿quién querría arriesgar su vida por una humana como ella?

—No, gracias.

Grace vio como Calíope cerraba la puerta tras de sí, dejándola sola y con un extraño vacío en su interior. No podía creerse lo que había cambiado su vida en dos días.

Tras cenar y tumbarse en aquella cama creada seguramente por algún ser que no las utilizaba, dada su incomodidad, Argos entró en su camarote cuando Grace le hubo dado permiso para pasar tras oír un toquecito en la puerta.

—¿Qué tal andas, humana?

Argos se sentó en la cama junto a ella, mientras las serpientes negras de su cabellera cerraban los ojos y se dormían. Parecía que se conocían de toda la vida. Sinceramente le simpatizaba aquel ser, y le caería mucho mejor si no tuviese serpientes con vida propia en la cabeza.

—Bien —respondió ella con media sonrisa pese a que su voz sonó apagada.

—Vaya, no quiero saber cuando tengas un día malo.

Grace no pudo evitar sonreír con más intensidad por su comentario.

—Únicamente, siento todo esto. No quería que el cuarto reino entrase en guerra por mi culpa, ni que vosotros arriesguéis vuestras vidas por mí. Yo no soy quien creen que soy.

Los espejos de Whitney RoseWhere stories live. Discover now