V. Sexto reino, seis lunas

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Briego caminaba concentrado mientras afilaba la punta de un par de ramas con su daga. Estaba haciendo flechas. Calíope y Argos mantenían una conversación en susurros detrás de Briego. Aro y Grace se hallaban por delante de todos mientras observaban el lugar en silencio. 

Grace sentía que a cada paso que daba, más frío hacía en el lugar. Hasta la fecha, el clima había sido cálido, pero parecía que según el reino predominaba una estación diferente a los otros, pese a la proximidad relativa de cada reino. Echó en falta sus ropas invernales, que yacerían en ese instante bajo el mar. Miró el horizonte. Pese que ahora se hallaban en una zona de árboles sin hojas y tierra verdosa con algunas flores casi muertas, podía apreciarse que les esperaba un territorio descubierto de color blanco. Sería imposible sobrevivir al frío con ropas primaverales, pero nadie parecía importarle aquel hecho. Quizás les preocupase más tener que pasar por una zona al descubierto, sin que ningún árbol los pudiese guarecer.

—Dime, Grace, ¿cómo llegaste hasta aquí? —Aro se dirigió a ella sorprendiéndola momentáneamente por ello. Este la estaba mirando fijamente, como si quisiese romper con aquel silencio.

—Me compré una casa, y en ella había un espejo que me trajo hasta aquí. Terminé en el tercer reino mientras una banda de Nardos me perseguía. Luego encontré a Briego y me condujo hasta el cuarto reino, donde conocí a Argos y a Calíope. Se supone que soy una especie de elegida que va a salvar el mundo.

—No pareces muy emocionada —sonrió Aro por la forma tan aburrida que tenía Grace de expresarse.

—La verdad es que no me hace mucha ilusión que intenten matarme. Y menos que los demás piensen que voy a salvar su mundo. No soy nadie, solo una chica de pueblo que atravesó un espejo por accidente.

—Quieres volver a tu hogar, ¿no?

Ella suspiró. No quería que nadie la odiase por ello.

—Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo fuera de casa. Es posible que mis padres estén buscándome, y que hayan acusado a una persona inocente de mi desaparición.

—¿Por qué iban a hacer eso?

Aro no parecía enfadado con ella porque esta no tuviese el menor interés en ayudarles. Por el contrario, únicamente parecía interesado en conocerla.

Grace se perdió en sus ojos, intentando averiguar a través de ellos si podía confiar en él. Si podía contarle algo que no se había atrevido a mencionar ni siquiera a Argos. Quizás se debiera a que formaba parte de su especie, o que aquellos ojos la miraban con intensidad, pero no pudo evitar contarle todo lo que había pasado con Emir, y sobre los espejos que había en el desván. Aro adoptó una expresión de absoluta perplejidad, y se mantuvo unos instantes en silencio. Aquella expresión le hacía más atractivo que antes. Seguramente no tendría más de veinticinco años, pero su aparente madurez, hacía que Grace se sintiese pequeña.

—¿Qué ocurre? —quiso saber mientras su silencio se le ha- cía eterno.

—Es imposible lo que me estás contando. Nadie ha estado aquí desde que Whitney Rose murió, y de eso hace al menos quinientos años.

—Quizás Emir no estuvo aquí, y lo que sabe lo ha aprendido de generación en generación.

—No puede ser. Se le obligaba a cada humano que desease salir de este reino al tuyo, jurar por su vida guardar silencio.

—Quizás murió la persona que se lo contó. También cabe la posibilidad, de que el tiempo no sea el mismo en mi reino que en el tuyo. Es posible que ochenta años en mi mundo, sean quinientos en el vuestro.

Los espejos de Whitney RoseWhere stories live. Discover now