Kamika: Dioses Guardianes

By -nicolle-

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NUEVA EDICIÓN PRONTO. La vida cotidiana puede desaparecer en menos de un parpadeo, eso Ailyn Will lo tiene cl... More

Bienvenido
Prefacio
Prólogo
1. La Marca del Destino
2. La Última Señal
3. Verdades Ocultas
4. Cara a Cara
5. Por Fin Te Encontré
6. El Pasado Que Nos Une
7. Atrapada en el Tiempo
8. Una Vida Casi Normal
9. La Feria Estatal
10. Comienza la Aventura
11. Gusto en Conocerte, Artemis
12. Deseo de Poder
13. Lo Que Fuimos
14.1. Entrenando a una Guerrera
14.2. Entrenando a una Guerrera
15. En Busca del Dios de la Fuerza
17. El Mensajero del Infierno
18. El Fuego del Valor
19. Mascara de Hielo
20. A Bordo de Titán
21. Tormenta de Dolor
22. Sin Retorno
23. Sueño de Esperanza
24. Luna Dorada de la Unidad
25. Regreso a Casa
26. Ciudad de las Amazonas
27.1. Sentimientos Cruzados
27.2. Sentimientos Cruzados
28. La Voz de la Razón
29. El Secreto Mejor Guardado
30. Bienvenidos a Aqueronte
31. Hasta Otra Vida
32. Otra Oportunidad
33. Miedo a Olvidarte
34. Salir a Flote
35. La Luz en la Oscuridad
36. Sacrificio Familiar
37. Plan de Rescate
38. Por Todo y Por Todos
39. Impactantes Revelaciones
Epílogo
Glosario
Personajes + Playlist
Kamika 2

16. Fiesta en el Time Square

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By -nicolle-

~ • ~

Yo no era chica de fiestas, de esas que bebían hasta más no poder y que cada fin de semana iba a una discoteca diferente. No porque no me gustara bailar y pasarla bien un rato, sino porque solo éramos Sara y yo, y aunque fuéramos solas ella nunca lo hubiera aceptado.

Sin embargo, ahora teníamos amigos, y era un fiesta en una de las calles más reconocidas de Nueva York, no pensaba perderme una oportunidad así. Y Astra no nos iba a impedir asistir.

—¿Cuánto tiempo dura el efecto? —le pregunté a Cailye mientras me entregaba una pequeña bolsa llena de un polvito blanco.

—De diez a quince horas —explicó—, pero puede durar menos, el conjuro no era preciso.

Asentí, la miré a sus ojos castaños con decisión y me dirigí a la puerta de las chicas, donde Astra se encontraba arreglando la ropa limpia.

El día anterior no tocamos más el tema, ya que no tenía caso hacerlo si la respuesta seguiría siendo la misma; así que esa tarde, luego de almorzar, decidí que haría mi último esfuerzo por convencer a Astra.

Entonces, Sara me agarró del brazo, deteniendo mi ritmo. Me observó con advertencia y preocupación, casi suplicando con sus ojos.

—No lo hagas —pidió—; piénsalo bien, si ella dice que no, debe ser por algo.

Me zafé de su agarre, pero luego Evan apareció a mi lado, acompañado de Andrew.

—Concuerdo con Sara —apoyó el chico de ojos azules—, no creo que sea la mejor solución.

Suspiré, y posé mi mirada en Andrew, quien permanecía recostado la pared con la atención fija en mis acciones, a la espera de alguna advertencia de su parte.

—¿Y tú qué? ¿No dirás nada? —inquirí.

Él se encogió de hombros, restándole importancia a la situación.

—De todas formas lo harás, así que quiero ahorrarme saliva —expuso Andrew.

Desvié la mirada de él, y me enfoqué en todos en general.

—Intentaré obtener su consentimiento, pero si no lo hace de igual manera iremos.

Daymon y Cailye no se opusieron a la idea, después de todo qué tan malo podría ser, pero los correctos (Sara y Evan) todavía lo dudaban.

—Se va a enfadar —repuso Sara.

—Por eso es mejor que no estemos cuando despierte.

—No, Ailyn, esto está mal —objetó Evan, mirándome con la misma suplica que Sara.

Bien, no importaba si conseguía la forma de ir, si ellos dos se negaban no podía hacer nada al respecto. Así que opté por usar una carta desesperada.

—Soy su líder —empecé—, si no estuviera segura de que no ocurrirá nada no les insistiría en que fuéramos. Es solo una fiesta, nada puede salir mal.

Ellos intercambiaron una mirada dudosa, mientras Andrew soltaba una risita seca, entre burla e incredulidad, como si mi desesperación le pareciera el colmo. No obstante, lo ignoré por completo, y él no dijo nada.

—Solo trata de conversarla, ¿sí? Por las buenas —accedió Sara.

Asentí al tiempo que medio sonreía. Luego giré la perilla de la puerta y entré a la habitación de las chicas. Para evitar posibles interrupciones cerré la puerta con seguro, y escondí tras mi espalda en polvo brillante que Cailye me dio.

Astra se encontraba guardando en el armario la ropa de Sara, como una amorosa madre; y aunque estuviera ocupada supe que se percató de mi presencia.

—Astra, sé que dijiste que no ayer, pero hoy...

—No te molestes, Ailyn, mi opinión no cambiará —me interrumpió sin mirarme.

Me acerqué a ella.

—Nos lo merecemos —declaré—; pasamos tu entrenamiento y la prueba final sin morir, y encontramos a Ares sin tu ayuda. Solo te pedimos una noche, unas horas, para divertirnos en medio de todo este caos apocalíptico.

Dejó lo que hacía, y me enfrentó.

—No es que no crea que no merecen una celebración, o ir a recorrer Nueva York, pero no quiero que vayan a esa fistra en el Time Square.

—¿Por qué? —interrogué— ¿Qué te parece tan terrible?

—Puede ser una trampa.

—Exacto, «puede», no estás segura. Nos perderíamos una fiesta genial por tus suposiciones.

—Pero si lo es no podría perdonármelo nunca.

Suspiré, vencida.

—No importa lo que te diga, ¿verdad? De todas formas no cambiarás de opinión.

—No, no lo haré. Si quieren una fiesta la pueden organizar aquí, o si quieren ir a bailar busquen otro lugar, pero no quiero que usen esos boletos misteriosos que encontraste en un parque público.

Bajé la mirada, y apreté la bolsita en mi mano tras mi espala. Caminé unos pasos hacia Astra.

—Astra —Ella me miró con atención, a la espera de mi rendición. Entonces, tan rápido como pude, saqué de mi espalda el polvo blanco, vertí un poco en mi palma, y lo soplé al rostro de Astra—, dulces sueños.

Ella estornudó, se sacudió y retrocedió, pero la nube blanca de polvo seguía sobre su cara. Entre movimiento y movimiento, noté su mirada dolida y furiosa, pero no estaba segura de qué predominaba en su interior.

Luego de varios intentos de quitarse el polvo de encima, su cuerpo cedió y calló al suelo, dormida. Envolví con una cinta el conjuro en polvo para dormir, cortesía de un hechizo de Morfeo, y lo guardé en una cómoda al lado de mi cama.

Si no supiera que el conjuro solo la pondría a dormir, me preocuparía de que nunca despertara. Pero ese era un conjuro escrito por el mismísimo Morfeo, así que no había de qué temer.

Contemplé a Astra dormir en el suelo, con su túnica violeta cubriendo su cuerpo y una maraña de cabello blanco en su rostro. Hasta que el toque en la puerta me sacó de mi trance y la abrí para dar paso a mis amigos.

Sara abrió los ojos como platos al observar a Astra tendida en el suelo, y ahogó un gritillo mientras se le acercaba.

—No puedo creer que lo hicieras —comunicó Andrew, levemente consternado.

—Yo tampoco, pero estará bien, ¿cierto, Cailye?

Mi amiga, afuera de la habitación, asintió con la vista fija en nuestra mentora.

—¿Y ahora qué? —preguntó Evan, en tono casi molesto.

—Hay que subirla a una cama, no quiero que el despertar en el suelo sea una cosa más que agregar a su lista de motivos para matarme.

Evan y Daymon se acercaron a ella, y juntos la subieron a la cama de Cailye.

—Me siento como si fuera un cómplice de homicidio —comentó Daymon, sonriendo con gracia.

Sara abrió todavía más los ojos, y su mirada me travesó el alma.

—Está viva —confirmé—, solo dormida.

Daymon se rió, y de nuevo todas las miradas se posaron en mí.

—Ya no se pueden retractar —dije—, lo hecho, hecho está. Ahora lo único que nos queda es ir a la fiesta.

—¡Sí! —exclamaron Daymon y Cailye a la vez. Al menos ellos estaban de mi lado.

Mi amiga de negro cabello suspiró, y luego de mirar a Evan en busca de aprobación, habló:

—Bien, ya no podemos dar marcha atrás, y no quiero estar presente cuando despierte.

Me sentía feliz, a pesar de haber dormido a mi mentora, porque podíamos asistir a una fiesta de ese tipo. Entonces, caí en cuenta de un detalle que pasé por alto.

—Oh, no. No tengo ropa para la ocasión.

Andrew se me acercó, y no sabía si se burlaba o estaba enojado.

—Déjame ver si entendí: insististe tanto en ir a una fiesta, dormiste a Astra, nos mancaste las manos con tu crimen, ¿y no tienes un maldito vestido que ponerte?

—Dicho así parece gracioso —admití, lo que provocó en él un bufido de indignación.

Frotó en puente de su nariz y miró al cielo mientras balbuceaba incoherencias.

—En serio eres increíble —Entendí entre todo lo que masculló—. Por lo menos dime que sabes bailar.

Una risita nerviosa salió de mi boca, dando a entender que no sabía. Él bufó de nuevo, esta vez rendido.

—Por eso no hay problema —intercedió mi mejor amiga—, podemos ir de compras. No nos tardaríamos, estaremos en el Sky-Room antes de la hora de la fiesta.

—Yo tampoco tengo ningún vestido —confesó Cailye, haciendo un adorable puchero.

—Pues usa un costal o una bolsa, yo no te compro nada a ti —Sara frunció el ceño.

El puchero de Cailye desapareció, dejando en su lugar la misma expresión de mi amiga.

—Sara, creo que podemos ir juntas, no tienes que comprar también el suyo —dije, con el apoyo de Cailye.

—Está bien, pero nos tenemos que apurar si no queremos que el tiempo se nos agote.

—Eso nos da tiempo para ir a mi departamento a cambiarnos —propuso entonces Daymon, con una sonrisa radiante en el rostro.

—¿Qué?

—Sí, en mi casa hay un par de trajes que no uso desde que me gradué. No son elegantes, o de oficina, pero creo que encajarán bien en el entorno del lugar.

—¿Estás diciendo que nos los prestarás? —inquirió Evan, a lo que el pelirrojo asintió animadamente—. Gracias, Daymon.

—¿Vives en un departamento con tus padres? —quise saber.

—En realidad no —respondió Daymon frotando su cuello—. Me mudé de casa cuando cumplí los dieciocho, y vivo en un departamento muy lindo cerca del Time Square desde entonces. En ocasiones me visitan, pero no los veo muy seguido. Están muy ocupados con mi hermana menor.

—¿Tienes una hermana menor?

—Sí, tiene doce años, pero parece de seis —Se rió—. Le gusta trepar árboles, y mantiene a mi padre en el borde de la locura.

—Entiendo lo que quieres decir. También tengo un hermano menor, tiene diez años, pero parece de sesenta. Además, es vidente.

No tenía idea de por qué había dicho eso, no era el tipo de tema que se trataba en una conversación normal, además era algo personal de Cody, no podía ir por ahí gritándolo a los cuatro vientos.

Cailye y Daymon, los únicos que no lo sabían, abrieron los ojos como platos y prácticamente se me lanzaron encima.

—¡¿Vidente?! —gritaron al unísono.

—Shss —los chitó Sara para que bajaran el todo de la voz.

—Así es —admití haciendo una mueca—. No se imaginan la cantidad de problemas que tuvimos por eso.

—¡Llámalo! —Mis dos amigos volvieron a hablar al mismo tiempo.

—No puedo hacer eso...

—Oh, vamos, Ailyn, déjame hablar con tu hermano —suplicó Cailye—, quiero saber qué desayunaré mañana.

—No, déjame a mí —intervino Daymon—, quiero preguntarle qué se siente ver el futuro.

Tragué saliva, nerviosa. Tener a ese par encima de mí preguntándome un montón de bobadas sobre mi hermano y el futuro era demasiado para lo que comprendía de Cody.

—No quisiera arruinar su entrevista —terció Andrew, salvándome de nuevo—, pero Astra puede despertar por tantos gritos, y no quiero enfrentarla cuando eso suceda.

Todos observamos a Astra dormir en la cama, y en ese momento ella se movió levemente para cambiar de posición. Contuve la respiración, y sin esperar aviso empujé a los demás fuera de la habitación.

—Démonos prisa, no vaya a ser que despierte —apresuré.

Antes de salir me tomé el trabajo de escribir en una nota mis disculpas hacia ella, y que estaríamos bien. Aseguré que no tardaríamos mucho, y para finalizar me volví a disculpar; tal vez si veía que me disculpe por adelantado no se enojaría tanto. O tal vez la enfurecería más.

—Para evitar toparnos con Astra si venimos después de comprar la ropa —dijo Sara—, es mejor ir al departamento de Daymon a recogerlos, y de ahí llegar a la fiesta. Nos ahorraría tiempo, y las posibilidades de que Astra nos detenga.

Daymon sacó un trozo de papel de su pantalón, y escribió en él la dirección de su departamento. Se la entregó a Sara, y ésta al recibirla medio se ruborizó. El pelirrojo le sonrió, y en esos segundos ella correspondió su sonrisa.

—El edificio de departamentos de llama «Alfa Dep», y mi piso está en la torre B —explicó, sin dejar de mirar a mi amiga.

—Sí, en unas horas nos vemos ahí.

Evité relacionar el parecido del centro comercial «Fashion Star» con el CHIC CENTER, ya que ese lugar solo me traía recuerdos bizarros de mi vida. Como el ataque de los cuervos, y el accidente en mi Suzuki.

Las personas que pasaban por nuestro lado, en su mayoría adolescentes, parecían felices y despreocupados, viviendo en completa ignorancia de lo que en realidad le estaba ocurriendo al planeta. Pero bueno, componer las cosas era, después de todo, nuestro trabajo, los demás no tenían por qué enterarse.

—¿Por dónde empezamos? Este lugar es inmenso —indagó Cailye.

—¿Qué tal... por ahí? —Señalé una boutique de fachada fucsia y negra, de nombre «Miss Marie».

Ellas asintieron y nos adentramos a dicha boutique. En el interior había muchos percheros con todo tipo de prendas, estantes con zapatos y vitrinas con joyas; también había algunos perfumes en el mostrador.

La tienda estaba casi vacía, algo conveniente si me lo preguntaban. Nos aproximamos al perchero más cercano, y Cailye empezó a revisarlo hasta que la chica vendedora se acercó a nosotras.

—¿Puedo ayudarles en algo? —inquirió ella con una sonrisa. Era una mujer de treinta tantos, de esencia amable, y de cabello negro. Llevaba el uniforme del lugar: un vestido negro corto, y sus ojos eran de un lindo verde encendido.

—Sí —respondió Sara con educación—, buscamos los vestidos más pequeños que tenga, son para ella —Señaló a Cailye como si se tratara de una mascota.

Cailye frunció el ceño, y se volvió hacia Sara con enfado.

—¡¿A quién llamas pequeña, intrusa con complejo de reina?!

—Pues a ti —respondió Sara con serenidad—. ¿Acaso no es obvio? Eres la más enana de aquí.

—Bueno, ya fue suficiente —intervine antes de que Cailye respondiera y se iniciara una pelea de luces y destellos en un lugar público—. Solo muéstranos los aparadores de los vestidos informales, por favor —le pedí a la vendedora, quien permanecía observando en silencio la escena.

Quizá el tipo de personas que frecuentaban ese lugar eran más sofisticadas... como Sara antes de su rabieta de niña pequeña, era eso o la mirada de sorpresa de la vendedora se debía a que por lo general las amigas salían de compras, no las amienemigas como las otras dos chicas presentes.

—Por supuesto —respondió con una cálida sonrisa—. Por aquí.

Me interpuse entre Sara y Cailye, quienes se miraban como siempre, y seguimos a la vendedora algunos aparadores atrás. Allí se encontraban todo tipo de vestidos: cortos, largos, elegantes, informales, escotados, etc.

Recorrí los aparadores con la mirada, y me detuve en un vestido que con solo verlo supe que era para mí: era rosa brillante, que en partes parecía reflejar la luz del ambiente, de volado ligero y una flor de loto en el cinturón. No era formal, todo lo contrario, pero de alguna manera tenía mi nombre grabado en él.

—Me probaré este —Lo tomé, y sin esperar opiniones entré al probador. 

Había pasado una hora desde que llegamos a la boutique «Miss Marie», yo ya tenía mi vestido brillante y Sara eligió uno color lila recogido en el cuello. Las dos estábamos sentadas frente a uno de los probadores, en un sofá fucsia a juego con el lugar, esperando a que Cailye se decidiera por uno de los ocho vestidos que se probó.

—¿Qué tal este? —preguntó Cailye saliendo del probador con un vestido plateado; con ese ya iban nueve vestidos.

—Solo decídete de una vez —exclamó Sara, impaciente.

A Sara no le gustaba en absoluto ir de compras, por lo que después de cinco vestidos fallidos de Cailye ya estaba harta de verla cambiar una y otra vez. Y no era la única.

—Tranquilízate un poco —exigió Cailye—, es solo que no me quiero equivocar en elegir mi vestido.

—Por favor Cailye, solo elije el que más te guste —supliqué.

—Ese es el punto —rebatió ella —: ninguno de los que me he probado son lo que busco.

Sara y yo suspiramos con desdén y rodamos los ojos.

—Victoria, tráeme por favor el vestido verde de seda —le pidió Cailye a la vendedora.

Victoria, la vendedora, al igual que nosotras, ya estaba cansada de los cambios de vestido de Cailye. Pero ella, por su trabajo, no podía decir nada ofensivo hacia su clienta; lo único que podía hacer era esperar a que la niña caprichosa se decidiera por alguno de los vestidos.

Aunque las tres teníamos la sensación de que primero se probaría todos los vestidos de la boutique antes de encontrar uno que le gustara.

La vendedora lo hizo y regresó con un lindo vestido largo se seda con detalles dorados y plateados. Se lo entregó, y Cailye entró de nuevo al probador.

Y en ese momento una extraña sensación me invadió, era como si mi cuerpo sintiera que en la boutique había algo paranormal. Era extraño, como si algo en la boutique no debiera estar ahí y lo considerara una amenaza.

Me levanté del sofá con toda la tranquilidad que pude, para que Sara no se percatara de mi cambio de actitud. Sin embargo, no era normal que solo yo lo sintiera, si era un demonio o algo peligroso las tres debimos haberlo sentido al mismo tiempo.

Pero ninguna de ellas sintió nada.

Caminé por la boutique con cuidado, percatándome de cada fuente de energía, de cada aura que hubiera allí, pero todo parecía normal. Sin embargo, la extraña sensación aún no desaparecía. Pasé por la sección de zapatos, de joyería, y de jersey, pero todo parecía normal...

Hasta que en una de las esquinas noté una mancha oscura, se parecía a la mancha que hacían los espectros en las paredes de las películas de terror.

Me acerqué poco a poco, y de la mancha salió una especie de tentáculo que se sacudía como la cola de una lagartija cuando de la cortaban. Agradecí que al menos la explicación de los tipos de demonios sí la escuché cuando Astra lo explicó.

«Los Huecos son los agujeros que aparecen en cualquier parte del mundo, a causa de un desequilibrio en la naturaleza. Provienen del Inframundo y no suelen durar mucho en este plano, por lo que en unos minutos desparecen de la misma forma en que aparecen.»

Después de unos minutos, el agujero se cerró hasta quedar reducido a una simple mancha de humedad.

—Así que aquí estabas —La voz de Sara a mis espaladas me sobresaltó—. Cuando no te vi en el sofá supe que algo había ocurrido. Ya que por lo general solo sales corriendo cuando vas a hacer algo que sabes que no debes —Su tono no era del todo reproche, más bien resignación—. ¿Qué pasó ahora?

—Un Hueco, en esa esquina vi a un Hueco —expliqué.

Los ojos de Sara se abrieron como platos, y pasó su mirada de la mancha de humedad a mí y viceversa.

—¿En serio? ¿Aquí? ¿Ahora? No se supone que deban estar en un lugar como este a no ser que...

—Ah, lo siento tanto —la interrumpió Victoria en tono de disculpa—. Esas manchas de humedad han estado apareciendo en toda la ciudad, nadie sabe a qué se debe. Algunos dicen que es un insecto o animal que provoca su aparición, pero los investigadores aún no están seguros.

—¿En toda la ciudad? —repetí.

—Así es. Pero no se preocupen, pronto lo solucionarán. Por cierto, su amiga las está llamando —Se alejó hacia los probadores con un vestido blanco y corto en las manos, probablemente para Cailye ya que no creía que hubieran otras personas ahí que se estuvieran probando vestidos.

—¿Eso qué significa? —le pregunté a Sara una vez nadie nos podía escuchar.

Ella parecía concentrada en su propia burbuja de lógica y conclusiones, así que quizá no escuchó mi pregunta.

—Sara —repetí, y esta vez clavó su mirada en mí—. Te pregunté lo que eso significa.

—¿Ah? No debe ser nada importante —No estaba segura de que ella misma se lo creyera—. Vamos a donde la mocosa, en cuanto más rápido elija un vestido, mejor.

Permanecimos en «Miss Marie» una hora más, hasta que Cailye por fin se decidió por un vestido corto de color naranja de destellos de amarillo; era colorido, como un caramelo, perfecto para ella.

Caminamos por el centro comercial para comprar los zapatos y algún tocado a juego con nuestros vestidos.

Durante el trayecto no podía sacarme de la cabeza lo sucedido en la boutique. Que los Huecos aparecieron solo significaba que las cosas estaban empeorando, aunque Sara no haya querido decírmelo yo lo sabía. Pero no estaba segura de lo que sentía al respecto.

Por un lado una parte de mí me decía que tenía que seguir con la misión, y que desafiar a Astra de esa forma fue un grave error, además de que no debería ir a una fiesta. Pero la otra parte de mí, y la más grande, me gritaba que fuera al evento, que me merecía un descanso y que sería divertido.

Me pasé casi toda mi vida deseando asistir a un evento con un grupo de amigos, para reír y pasarla bien, y ahora tenía la oportunidad de hacerlo. No sabía si algún día se me volvería a presentar algo así, ni tampoco si sobreviviríamos a la misión, y si lo hacíamos quizá no nos volveríamos a ver. Por lo que quería disfrutar esa noche pese a los futuros regaños de Astra.

—Tres refrescos, un sándwich especial, y dos colitas cubanas —le respondió Sara al camarero que le había preguntado sobre su orden. Él termino de escribir y desapareció en la cocina.

Al terminar las compras, el siempre presente hambre de Cailye nos obligó a detenernos a comer algo antes de ir a la casa de Daymon. Un SubWay nos pareció la mejor opción, sin embargo mis pensamientos divagaban tanto que poco o nada le presté atención a lo que mis amigas hablaban.

—Eso no es cierto —espetó Cailye en voz alta—, mi vestido no parece una cortina de los años ochenta.

No entendí su comentario, pero de igual forma me reí.

—Claro que lo es, pero no quieres verlo —se burló Sara—. Pareces un caramelo con patas, qué vergüenza.

Cailye respondió, por supuesto, pero no me interesé en detener una guerra de palabras. Tratar de hacerlo me resultaba agotador, y mientras no hubiera armas o comentarios demasiado hirientes no había problema.

El camarero llegó con las órdenes, y de inmediato tomé mi refresco y empecé a beberlo tranquilamente mientras las chicas seguían peleando.

—¿Escuchaste sobre el nuevo incendio en Miami? —comentó una mujer a mi espalda. Me giré lo suficiente para notar que le hablaba a su amiga.

—No, ¿qué pasó?

—Fue hace tres días, y ocurrió justo después de una inundación que arrasó con una escuela secundaria.

Ellas siguieron conversando al respecto, pero no tuve que escuchar mucho para entender que sucesos tan extraños eran obra de la debilitación del sello.

Sacudí mi cabeza, intentando alejar la culpabilidad de ir a divertirme cuando las personas morían a causa del demoniaco Hades.

Me fijé en que Sara había dejado de discutir con Cailye, y me observaba fijamente.

—¿Te arrepientes de la fiesta? Todavía estamos a tiempo de volver, poner en marcha el camper, y así cuando Astra despierte nos perdone con más facilidad.

Negué con la cabeza, y dejé el refresco en la mesa.

—Quiero ir, una noche no cambiará el curso de la misión. Y sigo creyendo que nos lo merecemos.

Ella suspiró, miró más allá de mí, a las chicas de antes, y volvió su mirada a mí.

—No puedes tapar el sol con un dedo, eso es cierto. Pero tampoco quieras cubrir todos los orificios de un tejado al mismo tiempo, o de lo contrario te caerás.

—Sabes que no te entiendo cuando hablas así —repliqué.

—Solo digo que deberías pensar en una cosa a la vez. Si todavía quieres seguir con lo de la fiesta entonces pausa lo demás.

—¿Eso quiere decir que estás de acuerdo conmigo y que no te molesta lo que le hice a Astra?

Levantó una ceja, y me miró como si eso fuera pedir demasiado.

—No, estoy lejos de compartir tus elecciones, pero a mí también me entusiasma la idea de la fiesta. Es diferente cuando sí quiero asistir a una, en lugar de ser obligada por mis padres.

Una punzada de dolor y lastima golpeó mi corazón al observar la expresión de Sara cuando hablaba de sus padres. Ella los amaba, pero dudaba de que sus padres se enteraran de ello.

—¿Te vas a comer tu colita cubana? —indagó Cailye de repente, con la boca llena, rompiendo de nuevo el ambiente negativo.

Sara rodó los ojos, y casi logré ver una medio sonrisa de gracia. Yo solo reí y dividí mi colita en dos.

—Puedes comer la mitad —Le di una de las partes y ella sonrió con los ojos iluminados por el apetito.

—¡Gracias!

Si hubiera sido un perro estaba segura de que movería la cola de un lado a otro. A veces casi lograba verla con cola y orejas de perro, o gato, pero puede que haya sido solo por su comportamiento.

No estaba segura si Cailye era consciente de las charlas que interrumpía, o del ambiente que cambiaba; en varias ocasiones lo hizo, y de esa forma todo cobraba más color. Tal vez lo hacía por ayudar, o quizá no lo hacía a propósito. 

Agua, eso explicaba el bloqueo que impidió que tanto Astra como Evan supieran la ubicación de Daymon. Y es que el edificio residencial «Alfa Dep» estaba rodeado por agua. Contaba con dos piscinas en el interior, y pequeño lago afuera, y además había varias fuentes a la entrada; si sumaba esa cantidad de agua sonaba lógico que no lo pudiéramos encontrar.

Nos habíamos tomado una hora más para arreglarnos antes de pasar por los chicos a casa de Daymon, y valió la pena hacerlo.

Me sentía humillada por Sara cuando se paraba muy cerca de mí; ella, no contenta con ser alta, se subió en unos zapatos de tacón que le deban un efecto más elegante y arrogante que de costumbre. Me gustaba su peinado, algo dedicado, pero en especial me alegraba cómo se le veían los pendientes de plata que le regalé.

Cailye y yo nos veíamos más coloridas, y menos formales. Me agradaba ver a Cailye con el cabello suelto, sin coletas, y un maquillaje tan ligero que no parecía traerlo. Debido a mis zapatos, Cailye se veía mucho más pequeña, pero eso no la afectaba. Y en cuento a mí, solo esperaba no sobresalir mucho gracias al brillante vestido fucsia y maquillaje de noche.

—¿Estás segura de hacerlo? —le pregunté a Sara, quien propuso teletransportar nuestra ropa al camper.

—Claro que sí, no pienso dejar aquí, y es algo que puedo controlar.

Cailye y yo intercambiamos una mirada de duda, pero no nos opusimos a que terminara de ejecutar el conjuro. Movió sus manos como director de filarmónica, y acto seguido un tenue brillo iluminó la maleta que contenía nuestras cosas. Cuando el brillo se detuvo, la maleta había desaparecido.

—Espero que no le caiga encima a Astra —comenté, y al hacerlo supe que Sara no pensó en esa posibilidad.

Dejé salir un suspiro, y entonces la puerta principal del edificio se abrió.

Mi mandíbula casi tocó el suelo al observar a tres guapos chicos salir del lugar, parecían modelos para una revista, y difícilmente pasarían desapercibidos. Las chicas, a mi lado, estaban igual que yo: absortas por la imagen de nuestros amigos.

No se veían formales, o elegantes, pero cada uno destacaba a su modo: Evan usaba el saco de un esmoquin, con un jean, dándole un efecto moderno; Daymon lucía una camiseta naranja que dejaba a plena vista su tatuaje, y una cadena colgaba de su pantalón como a un chico que no le importaba la imagen que proyectaba al mundo; por ultimo Andrew, que llevaba una camisa blanca bajo una chaqueta de cuero negra, y junto a su desordenado cabello generaba un aura de bad-boy.

—Me siento demasiado formal —admitió Sara en voz baja.

Dios santo, el efecto que causaban en los humanos también nos estaba afectando a nosotras, o al menos a mí. Debería ser ilegal verse tan genial.

—Perdón por la tardanza —se disculpó Evan, posando sus ojos en nosotras.

Sin embargo, yo seguía estática ante sus presencias. En especial lo atractivo que se veía el idiota de Andrew; él era sexy, todos lo sabíamos, y se debía a los genes divinos, pero se veía ridículamente bien.

—¿Por qué...? —balbuceé— ¿Qué se hicieron? Se ven más dioses griegos que de costumbre.

Daymon soltó una gran carcajada, y Evan lo acompañó con una sutil risa. En cambio, Andrew solo medio sonrió.

—Lo mismo podríamos preguntárselos a ustedes —respondió Evan—. Se ven hermosas, las tres.

—Gracias —dijeron Sara y Cailye al unísono.

Sentí la penetrante mirada de Andrew sobre mí, y cuando nuestras miradas se cruzaron ninguno la apartó. Él me observó por unos segundos, estudiando mi aspecto, pero al final fue a mí a la que le dio vergüenza de ver que el chico de miel cabello no tenía intención de mirar hacia otro lado, y desvié la mirada.

Sacudí mi cabeza, consiente de la risita burlona de Andrew.

—Vámonos de una vez —pedí.

Cuando llegamos al Sky-Room, en el Time Square, el recepcionista nos informó que la fiesta era en el último piso. En lugar en sí tenía ese aspecto detallado y fino que reflejaban una imagen profesional y fuera del alcance par amuchas personas, como esos lugares que Sara visitaba por obligación con sus padres.

—Subiré por las escaleras de emergencia —comuniqué, sonriendo con nerviosismo.

Los demás me observaron como si me hubiera vuelto loca, excepto mi mejor amiga, quien sabía la razón y no se oponía a ello.

—¿Cómo piensas subir todos esos pisos por las escaleras? —preguntó Evan, en tono preocupado—. Terminarás con ampollas.

—No se preocupen por mí, nos veremos arriba. Me gustaría echarle una mirada a los otros pisos.

Sí, claro, a cinco minutos de que la fiesta comenzara quería recorrer el lugar, ni siquiera yo me lo creía.

—Estás loca si piensas que puedes subir todos esos pisos con esos zapatos —Andrew señaló mis pies con la barbilla, y clavó sus oscuros ojos en mí.

—Ese no es tu problema —declaré mientras retrocedía un paso involuntariamente.

Andrew suspiró y se acercó a mí. Me observó a los ojos, como si de esa forma me obligara a obedecerle. Traté de mirar hacia otra parte, pero mi atención terminaba en él por mucho que quisiera que fuera diferente.

Quise rodearlo, y emprender mi caminata hacia las escaleras, pero su cuerpo obstruía mi camino.

—Los esperaremos arriba —anunció Sara, empujando a los demás al elevador.

Pasó un minuto, en el que me vi atormentada por su penetrante mirada. Cuando me miraba así era como si tratara de que confesara mis peores pecados, por eso era difícil mentirle, más aún si yo era fatal inventando mentiras.

—¿Por qué le tienes miedo a los elevadores? —soltó de repente.

Lo miré confundida, y aterrada, como si mi peor enemigo hubiera descubierto mi debilidad. Y así era.

—¿Cómo lo supiste?

De repente se agachó, y tan rápido que casi no lo registré tomó mis piernas y me levantó sobre sus hombros como si fuera un saco de papás.

—¡¿Qué crees que haces?! ¡Bájame! —Le golpeé la espalda, para que me otorgara libertad, pero él no me obedeció.

El color subió a mis mejillas en cuanto sentí sus frías manos sobre mis piernas descubiertas. Su tacto era suave, demasiado para alguien como él.

Si fuera espectadora, me resultaría muy gracioso la escena; pero como me ocurría a mí me provocaba dos cosas: vergüenza e ira. Ese pedazo de idiota me estaba haciendo pasar el ridículo, ¡en mi primera fiesta!

Las personas que se encontraban en la recepción nos miraban con repulsión, como si ese fuera un acto de muy mala educación y falta de respeto. Y no solo era para los ricos, también para nosotros, o al menos para mí.

—Nunca llegaremos arriba si subes con esos zapatos —decretó Andrew en tono firme.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Subirme a cuestas hasta...? —No terminé la oración porque él ya se encontraba subiendo por las escaleras— ¡¿Te has vuelto loco?!

—Shss, no hagas tanto escándalo, es vergonzoso —susurró, y siguió con su camino

Nuevamente, las habilidades de Andrew salían a la luz. Todos sabíamos que era rápido, y todo lo demás, pero nunca lo había visto subir tantos pisos en menos de tres minutos.

—¿Por qué haces esto? —indagué, rompiendo el incómodo silencio que reinaba desde que empezó a subirme a cuestas por las escaleras.

—Ya llegamos —Me soltó con rudeza, como si en verdad fuera un saco de papas, y debido a ello casi perdí el equilibrio.

—Podrías ser más delicado ¿sabes? No soy un cargamento inerte y sucio —Limpié las arrugas de mi vestido.

Levanté mis ojos para enfrentarlo y conseguir la respuesta a mi pregunta, pero cuando lo hice mi di cuenta de que él estaba entrando al último piso, de donde se escuchaba música electrónica a máximo volumen.

—Oye, espera —Lo seguí—. Aún no término de hablar contigo.

El lugar era espectacular y estaba dividido en dos partes totalmente diferentes la una de la otra: por un lado estaba la pista de baile, con muchas personas —jóvenes— bailando al ritmo de la música, con un DJ muy colorido en un rincón y luces de varios colores iluminado la pista; al otro lado se encontraba el bufet, y las mesas decoradas de negro, que daban a la azotea, donde un barandal de vidrio recorría el piso completo. Me encantó la decoración oscura y moderna, perfecto para ese tipo de fiesta.

—Te dije que esperaras —Lo alcancé y lo sujeté del brazo. Él me lanzó una mirada tan fría que instintivamente lo solté, pero no me aparté de su lado—. ¿Por qué me ayudaste? —insistí.

Quizá fue la forma en que lo dije, o se cansó de evadirme, pero relajó su cuerpo y suavizó su mirada al tiempo que abrió la boca para hablar. Contuve la respiración.

—¡Así que aquí estaban! —La voz de Daymon nos interrumpió, y por reflejo Andrew cerró la boca.

—Los hemos estado buscando —comunicó Evan a su lado.

—¡Sígannos! Nuestra mesa está por allá —Daymon señaló una de las mesas, donde las chicas bebían lo que supuse era vino.

Andrew y yo los seguimos, dando por terminada lo que pudo ser la primera explicación que él tenía la decencia de darme.

Las cosas no salieron como las imaginé. Pensé que gracias al poder que ejercíamos sobre los humanos, los chicos nos invitarían a bailar y en algún momento las chicas y yo saltaríamos en la pista de baile como locas borrachas.

Pero eso estaba lejos de la realidad.

—No creo que debas tomar otra copa de vino —sugirió Sara en tono preocupado.

Ya era la cuarta que tomaba esa noche, pero era vino inofensivo, por tomar unos tragos no me iba a embriagar. Me sentía de maravilla, considerando la noche tan aburrida.

Hacía cerca de dos horas que habíamos llegado, pero las cosas solo estaban geniales para los chicos, a quienes las chicas no dudaron en invitar a bailar apenas cruzamos la pista de baile. En otras palabras, estaban muy ocupados haciendo nuevas amigas.

Ahora solo quedábamos Sara y yo, ya que Cailye estaba devorándose la mesa del bufet.

—No pasa nada —respondí a secas.

Por mucho que quisiera, no podía despegar la vista de Andrew y la chica de cabello zanahoria que desde hacía ya un buen rato se convirtió en la sombra de Andrew.

La chica era hermosa, más de lo que quería admitir, y se notaba que tenía experiencia en el campo de la seducción. Solo bailaba con Andrew, pero no dejaba que nadie más se le acercara, parecía una perra en celo, con todo el respeto de las perras del mundo. Me caía mal, pero no estaba segura de por qué exactamente.

—Que chica más misteriosa ¿verdad? —dijo Sara siguiendo la dirección de mi mirada.

—Así es, pero por su forma de mover la cola frente a Andrew me recuerda a Melanie —comenté.

Sara se rió.

—Melanie no llegaría a esos extremos.

Era cierto, Melanie nunca haría lo que esa mujer estaba haciendo, o al menos no que yo supiera. Perecía una ramera, no solo por el vestido negro que no dejaba nada a la imaginación, sino porque se contoneaba frente a Andrew como perro marcando territorio. Por otro lado, a Andrew no le disgustaba para nada su atención, algo que me sorprendió dado su actitud con las chicas de la preparatoria.

Suspiré, y serví otra copa de vino-tinto.

—Creí que bailarías con Daymon después de esa canción.

—Y yo que querías, no sé, ¿bailas? —dijo con obviedad—. ¿Por qué no vas y te unes a la fiesta?

—Porque no sé bailar, y no quiero ir sola.

—Pídele a uno de los chicos que te ayude con eso —propuso.

—Están ocupados pasándola bien —Tomé un trago de mi copa—, y no quiero ganarme la enemistad de todas las féminas presentes.

—Qué ridículo, son nuestros amigos, estás primero que un montón de desconocidas.

—¿Ah, sí? Díselo a la zanahoria con taparrabos.

Volvió a reír, al tiempo que Cailye regresaba a la mesa.

—¿De qué me perdí? —preguntó la recién llegada, colocando sobre la mesa varios bocadillos.

—De nada en realidad. Supongo que pasaremos toda la fiesta aquí, a no ser que quieran ir conmigo a bailar sin pareja.

—No quiero bailar —dijo Sara—, las espero aquí.

—Y yo solo sé bailar la Macarena —agregó la otra—, así que tampoco cuentes conmigo.

Dejé salir un suspiro, y continúe bebiendo.

—Al menos sabes bailar algo —mencioné—, yo tengo dos pies izquierdos.

—Dile a mi hermano —sugirió Cailye—, él es bueno en eso.

Me bebí el último sorbo de vino, y golpeé la copa con la mesa mientras mi mirada se dirigía a la chica de asqueroso cabello que todavía bailaba con Andrew.

—No, está enseñándole a otra persona ahora mismo.

El DJ dio un aviso por micrófono anunciando algo sobre que tomaran a una persona especial y la llevaran al centro de la pista, luego empezó a sonar una suave balada romántica.

—Por poco no nos dejan respirar —confesó Daymon al llegar a la mesa.

Se frotó la nuca en señal de cansancio, y noté que en el cuello de la camiseta tenía una pinta de brillo labial casi imperceptible. Qué suerte que era soltero.

—¿No les parece extraño que a ustedes sí los inviten a bailar, pero a nosotras, que también somos diosas, no? —inquirí.

Los tres posaron sus miradas en mí, y parecieron meditarlo por un momento.

—Ahora que no mencionas... —masculló Sara—, lo es. Pero no le des muchas vueltas, quizá todos los hombres de la fiesta tienen novia y la consideran más atractiva que nosotras.

La miré, incrédula ante tal posibilidad. No era que nos considerara hermosas, pero no me cabía en la cabeza que existieran tantos hombres fieles en el mismo lugar.

—Sí, claro —Me serví más vino, pronto necesitaría otra botella.

—No deberías tomar tanto vino —Una nueva voz se sumó al grupo, perteneciente a Evan. Su cabello estaba despeinado, como si alguien se lo hubiera revuelto, y las gotas de sudor corrían por su rostro—. Te puedes embriagar.

—Estoy bien, esta clase de vino no embriaga —espeté, ganándome una mirada dudosa por parte de mis cuatro amigos.

Entonces, la canción terminó, dando paso a una eléctrica más movida.

—¿Bailas, Sara? —le preguntó Daymon a mi mejor amiga, extendiendo su mano frente a ella y con su típica gran sonrisa.

Ella asintió, sonrió y aceptó su mano sin dudarlo. Y ahí quedó su abstinencia de baile. Ambos se perdieron entre la muchedumbre.

—Cailye —llamó Evan—, ¿me concedes esta pieza? —Acompañó sus palabras con una cálida sonrisa.

—¿E-Es en serio? —Ella por poco se atragantó con un bocado de galleta con queso.

Él, aún sonriente, asintió.

Ella se levantó de la silla, todavía con comida en la boca y mejillas rosadas, y al igual que Sara y Daymon los dos se perdieron en la pista de baile. ¿Cailye no había dicho que solo bailaba la Macarena?

Pasé mi mirada de la botella de vino frente a mí, a la pista de baile, donde mis amigos se divertían. Excepto yo, la persona que los metió en problemas por asistir. Qué ridículo, yo debería divertirme más que ellos.

Con una sonrisa, y decidida a disfrutar al velada, tomé la botella de vino como compañera de baile y me adentré en la pista de colores.

La música inundaba mis oídos, y entre acorde y acorde le daba un pequeño sorbo a la botella de vino. Lo que hacía no se podía considerar como bailar, pero era lo mejor que podía ofrecer.

Movía mi cuerpo como la música me intuía, sin saber muy bien si mis pasos eran acertados, pero aunque no me viera sabía que lo hacía horrible. Noté la mirada de los invitados sobre mi peculiar estilo de danza, pero estaba muy concentrada en el vino en mi boca y la fuerte música como para que me importara.

Entonces, alguien arrebató la botella de mi mano.

—¡Ey! —protesté, y le lancé una fulminante mirada al chico de ceño fruncido frente a mí—. Es mío, devuélvemelo.

—No —Andrew colocó la botella casi vacía sobre una mesita, lejos de mi alcance—. Eres menor de edad, no deberías beber.

Sus ojos escrutaron mi rostro. Me encogí de hombros, y seguí con mi intento de baile. El que Andrew ahora estuviera frente a mí no me quitaría el éxtasis que sentía al percibir la música vibrar en mi piel.

—Nadie nos ha pedido la identificación —repuse—, ni siquiera el recepcionista. Así que no tengo de qué preocuparme.

—Estás ebria —replicó, con el ceño aún fruncido; lucía enojado, igual que siempre.

—No lo estoy, nadie se embriaga con un par de copas. Además, ¿no deberías estar con tu nueva amiga chupasangre?

Alzó una ceja, ahora con interés, y se me acercó más.

—Bailas horrible —observó—, es peor de lo que me imaginé. Estás haciendo el ridículo.

—¿Y a ti qué? Ese no es tu problema.

Para mi molestia, la música electrónica cambió, dejando en su lugar una suave melodía de pareja. Solté un gruñido, y quise salir de la pista para volver a la mesa hasta que esa canción terminara, después de todo no podía bailar una canción de dos yo sola; pero cuando me dispuse a hacerlo Andrew me impidió el paso sujetándome del brazo.

—Bailas horrible —repitió en un susurro—, te enseñaré cómo se hace.

No tuve tiempo de replicar, ya que en un rápido movimiento me ubicó frente a él y posicionó mi mano izquierda en su hombro, y la derecha la sostuvo a lado nuestro.

Mi voluntad para apartarme de él fue nula por completo, así que simplemente relajé mis músculos hasta que el sonido del corazón de Andrew llegó a mis oídos.

—No sé bailar —reiteré, en un débil intento por detener el movimiento naciente de sus pies.

—Solo sígueme —murmuró cerca de mi oído.

El olor a su perfume inundó mis fosas nasales, y en esa posición podía sentir con facilidad que Andrew estaba tenso, igual que siempre. Parecía una roca, o una escultura de mármol, pero eso era algo natural en él; en ocasiones era como si no conociera el significado de relajarse.

Dejé que mi cabeza se recostara en su pecho, en parte porque no quería que notara mis sonrojadas mejillas, y por otra parte por simple reflejo. A pesar de su temperatura corporal, estar tan cerca de él me resultaba reconfortante.

Poco o nada presté atención a mis movimientos, Andrew guiaba mi cuerpo con bastante fluidez, así que no me preocupé por pisarlo. Me enteré que lo hice, en varias ocasiones, pero él no protestó.

Entonces, esa relajante sensación de protección y seguridad que Andrew me transmitía, fue reemplazada por un nudo en mi garganta que me dificultó la respiración.

«Eres insoportable, un completo fastidio que quiere saber todo, de todos, ¡todo el maldito tiempo!» Los deseos de llorar se acumularon en mis ojos, y por mucho que todo ese tiempo hubiera tratado de retenerlo, me seguía doliendo su actitud conmigo.

—¿Por qué lo hiciste? —Traté de que mi voz no sonara rota, pero a pesar de todas las copas de vino en mi sistema, seguía lo suficientemente lucida para recordar mi enfado hacia él.

—¿Lo del baile? Es solo por diversión —respondió sin darle importancia, pero noté su tono de voz más áspero.

—No, no me refiero a eso, y lo sabes. Hablo de las escaleras, de las lianas, y de la forma en que me insultaste cuando estábamos en tu casa.

—¿Aún sigues con eso? —Me apartó un poco de él, lo suficiente para observar la sombra oscura que generaba su cabello sobre sus ojos—. Fue hace más de una semana, ya deberías haberlo olvidado.

—Sí, sigo con eso a pesar de que traté de olvidarlo. ¿Sabes por qué? Porque no me has pedido perdón ni me has explicado muchas de las cosas que haces. No soy adivina, Andrew, ni puedo leer mentes, me lo tienes que decir o no podré entenderte. Entiendo lo de tu privacidad, pero no tenías que ser tan monumentalmente imbécil al expresarlo.

Hubo un largo silencio, tanto que la canción terminó y comenzó otra con la misma suavidad de acordes. Me preparé para que se apartara de mí y no me volviera a dirigir la palabra en toda la noche, pero en su lugar continuó moviendo mi cuerpo al ritmo de la música.

—¿Por qué quieres que me disculpe? —interrogó, algo que me sorprendió. Esperé que solo se disculpara y ya, pero no, él tenía que ponerlo difícil.

—Porque no quiero que estemos enojados en uno con el otro. Tú por mi hábito de preguntar de más, y yo por tu falta de tacto al hablar.

—No le veo el caso a una disculpa —admitió.

Y ahí lo decidí, al recordar las palabras de Cailye sobre lo del primer paso, que terminaría con ese asunto de una vez por todas.

—Lo siento —solté, no tan ebria como para pasar por alto lo que decía—, te lastimé en el entrenamiento, no fue mi intención, y lo lamento de verdad.

Él dejó de bailar, y se apartó unos centímetros de mí para mirarme a los ojos. Los demás invitados se mostraron molestos por nuestra falta de movilidad, pero ninguno les prestó atención.

—¿Te estás disculpando conmigo por cometer un accidente? —inquirió, incrédulo.

—Espera, ¿sabías que fue un accidente?

Frunció los labios, y por una milésima de segundo me miró dolido.

—Olvida... —No parecía seguro de sus palabras— Olvida lo que pasó en mi casa, ¿de acuerdo? Solo hazlo.

No estaba segura si eso era una disculpa, pero lo tomaría como tal. Una sonrisa se curvó en mi rostro para acompañar el gesto de mi cabeza cuando asentí.

En cuento la música se detuvo, la chica zanahoria de antes apareció a nuestro lado. Sus oscuros ojos me generaron escalofrió, y su mirada era mucho más oscura que su vestido. Tragué saliva, y retrocedí unos pasos. La miré mal, algo que la zanahoria patona descubrió.

—Dijiste que solo te irías por un momento —La voz de aquella mujer sonaba seductora en todos los aspectos, y le habló a Andrew mientras jugaba con los mechones de su cabello.

Le ordené a mis pies dar media vuelta y desaparecer del radar de ambas personas frente a mí, pero una parte de mí, por muy pequeña que fuera, se negaba a dejar solo a Andrew de nuevo.

—Lo sé —le respondió Andrew, con una media sonrisa en su rostro. Sin embargo, y para mi sorpresa, Andrew no la miraba con deseo o amistad, solo la observaba con desconfianza, como si estuviera listo para atacar en cualquier segundo.

—Te estuve esperando donde te dije, ahí no solo se guarda en mejor vino del lugar, sino que también hay privacidad —La ramera de vestido corto se acercó a la oreja de Andrew, y por un breve momento creí que en serio la mordisquearía.

De acuerdo, ya me tenía que restar de la ecuación antes de vomitar.

Intenté escabullirme de ahí y con suerte encontrar más vino para olvidar lo que escuché, pero entonces la chica de extravagante cabello reparó en mi presencia.

Me quedé estática mientras su perturbarte y oscura mirada recorría mi cuerpo de pies a cabeza con diversión, como si se burlara de mi aspecto, y se detuvo en una de mis manos.

—Lindo brazalete —comentó, estirando su brazo para tocarlo.

No alcancé a apartar mi brazo, por lo que ella tocó mi brazalete... entonces, la mujer soltó un espeluznante grito que llamó la atención de todos los presentes.

Andrew tomó su brazo, para levantarlo en alto, de esa forma pude notar que sus dedos se carbonizaban lentamente, como si el brazalete que mi hermano menor me dio fuera para ella lo que era el agua bendita para los vampiros.

La chica retrocedió golpeando la mano de Andrew, y el cabello se le binó a la cabeza; apretó su mano herida con la mano sana, como si de esa forma detuviera en efecto. Contuve la respiración, confundida ante lo que estaba ocurriendo.

El silencio reinaba en la estancia, y todas las miradas ahora estaban sobre nosotros. Luego, como si fuera una señal, mis amigos aparecieron a nuestro lado. No entendía lo que ocurría, el por qué nadie se movía, y en especial lo que le pasó a aquella mujer.

Simuladores —concretó Andrew en voz baja, pero no lo suficiente para que no lo escuchara.

La risa macabra y siniestra de la mujer de vestido negro predominó en el lugar. El color abandonó mi rostro cuando ella, al igual que los demás invitados, alzó su rostro, dejando ver hoyos por ojos y una hilera de dientes afilados como los de los tiburones.

¿Qué diablos estaba sucediendo? ¿Por qué había simuladores en un lugar así?

Mis pies se anclaron al piso, y aunque lo único que sentía era miedo y pánico, no pude evitar que la parte ebria de mí pensara: «¡Ja! Tu nueva novia es un demonio».

Las luces mágicas de mis amigos al invocar sus Armas Divinas me devolvieron a la realidad, una donde Andrew se interponía entre la simuladora zanahoria y yo.

Me sentía tan aterrada, tan tremendamente asustada, que ni siquiera era capaz de tomar mi collar-arma e invocar a mi espada para sobrevivir a esa noche. Me escondí tras la figura imponente de Andrew, pero sin apartar la vista del demonio frente a mí.

Tragué saliva, con los ojos como platos y el rostro empapado de sudor. Mi corazón ya no cabía en mi pecho, y los deseos de esconderme eran tan reales como todo lo demás.

—¿Asustada, pequeña Atenea? —se burló el demonio de cabello zanahoria—. Pues prepárate, porque esto apenas comienza.

El grito unánime que realizaron todos los simuladores me recordó a los coyotes cuando querían comer, lo que solo me provocó más miedo.

—Distráiganlos —ordenó Andrew, con la mirada fija al frente—, y no dejen que la pelirroja se le acerque a Will.

Los invitados de la fiesta se abalanzaron hacia nosotros, pero luego desviaron sus caminos cuando mis amigos se alejaron de mí. La mano de Andrew se aferró a mi muñeca, y me arrastró hasta la parte despejada del lugar.

—Si no quieres que te maten —dijo Andrew en tono duro—, invoca tu Arma Divina.

Tres segundos después asentí, y con torpeza saqué mi collar-arma de entre la ropa. Sin embargo, cuando la intenté sostener en mis manos, ésta se resbaló y cayó al suelo.

Me agaché para buscarla, pero mis acciones se vieron interrumpidas cuando una de esas cosas saltó sobre mí. Grité, y el simulador igual; pataleé para quitarlo de encima de mí, pero me di cuenta de que eso no me ayudaría. Traté de recordar el entrenamiento físico con Cailye, y al visualizar el movimiento que me libraría de ese demonio. Golpeé su entrepierna, y en ese segundo de debilidad tomé mi collar-arma e invoqué mi espada justo a tiempo para atravesar el pecho de esa cosa, provocando que se vaporizara enseguida.

Me incorporé rápidamente, y respiré hondo para concentrarme en lo que me rodeaba. En tan solo unos segundos mi éxtasis provocado por la diversión y el vino fueron reemplazados por el temor de enfrentarme a tantos demonios al mismo tiempo.

No obstante, se suponía que ya estaba lista para algo así.

Moví mi espada cuando otro simulador se me acercó, y le enterré la espada en el pecho. No era difícil perforarlos, debido al poder de mi espada, pero aun así me tenía que recordar que a pesar de verse como humanos no lo eran.

El olor a azufre que impregnó el aire me dio a entender que mis amigos también luchaban por vencerlos, sin embargo, seguían siendo demasiados para nosotros, más todavía considerando nuestra ropa poco viable para ese tipo de ejercicios.

Percibí los rayos sobre mi cabeza, cortesía de Evan, y el sonido del látigo de Sara perforar la carne de los demonios. Además, entre movimiento y movimiento para deshacerme de esas cosas que se abalanzaban sobre mí, distinguí a Cailye retrocediendo hacia un rincón.

Mi amiga se veía asustada, mucho, y lo demostraba mediante su forma de sujetar el arco. No sabía mucho de arcos, pero sí sabía que su miedo y nervios no la dejaban luchar como debería. Incluso, entre vuelta y vuelta, noté a Daymon saltar de mesa en mesa con su arma dividida en dos.

Me sentía mareada, y en ocasiones mi vista se tornaba borrosa debido a la cantidad de alcohol en mi sistema. Sentirme así alimentaba mi miedo, y el no ubicar a Andrew solo me provocaba más y más temor.

Atravesé a un simulador que apareció por mi espalda, y mi rostro se manchó de ceniza al hacerlo. Retiré el cabello de mi rostro, regañándome mentalmente por llevarlo suelto, y continué con mi defensa.

En ese momento tres simuladores se me acercaron a gran velocidad, salté por instinto, y con un corte limpio cerca de sus nucas los tres se desvanecieron. Al caer, aterricé sobre el barandal de la azotea, y gracias a mi mareo perdí el equilibrio.

Mi cuerpo cayó hacia afuera, pero entonces, cuando creí que en lugar de morir en garras de un demonio lo haría al colapsar contra el suelo, una mano me sujetó justo a tiempo. Esa persona me ayudó a subir, y ya en la seguridad de la azotea me percaté de que esa persona era Andrew.

—Abajo —ordenó, y sin objeción lo obedecí. Lanzó una flecha por encima de mi cabeza, y ésta se clavó en la cabeza de un simulador.

Me incorporé en cuanto dejó de disparar flechas, y corté en el brazo de un demonio que apreció frente a mí de un momento a otro.

Sentí la espalda de Andrew contra la mía, no mostré objeción y continué luchando mientras ponía en práctica todo lo que aprendí durante mi entrenamiento.

—Fuiste tú, ¿verdad? —indagué, al tiempo que me movía para evitar el contacto con un simulador.

—¿A qué te refieres? —Andrew no dejaba de lanzar flechas azules.

—Tú fuiste el que me ayudó en la prueba de equilibrio, me salvaste de caer de la cuerda floja.

Él no respondió, pero interpreté su silencio como una afirmación.

Alguien o algo me tomó el cabello, y me haló con tanta fuerza que me obligó a apartarme de Andrew; alcancé a percatarme de que Andrew se volvió hacia mí, al notar mi ausencia, pero la intensidad y constancia de los ataques de los antes invitados no le dieron tregua para ayudarme.

Distinguí la mujer de cabello zanahoria sujetar con fuerza mi cabello, e intentó tocar el brazalete de nuevo. Quise enfrentarla con mi espada, pero ella golpeó mi mano con tanta fuerza que mi espada cayó fuera de mi alcance.

—Dulces sueños, pequeña Atenea —El simulador, que antes era una ramera, sonrió con sorna.

Sin embargo, en el momento en que el demonio tocó el brazalete, éste reaccionó ate su tacto.

Y solamente brilló.

Brilló tanto que los simuladores retrocedieron ante la luz, cegados por está. La chica, que estaba más cerca del brazalete, se desvaneció en medio de un grito agudo y macabro. El símil con la reacción de los vampiros a la luz solar era impresionante, y aterrador en muchos sentidos.

Momentos después, al dejar de brillar, se escuchó el chasquear de los dedos de alguien dentro de la pista de baile. Fue claro y conciso, considerando el sonido de un chasquear de dedos, y predominó en el lugar a pesar de los sonidos de batalla.

—¡Fue suficiente! —gritó una voz masculina, de carácter severa pero burlona y perversa.

Busqué con la mirada el dueño de aquella grave voz, y me encontré con la familiar silueta de la persona que nos había seguido durante tanto tiempo. Contuve la respiración, impedida de sacar cualquier conclusión posible a esa situación.

Los demonios retrocedieron poco a poco hasta perderse en la pista de baile tras la silueta masculina. Libres de demonios, mis amigos se acercaron a mí, y por segunda vez en la noche Andrew se interpuso entre el chico misterioso y yo.

—¿Quién es? Responde, ¿quién anda ahí? —interrogó Andrew en tono colérico.

No tuve necesidad de detallar sus facciones para saber que sonreía con burla, como si la actitud de Andrew le fuera de suma gracia.

—Kirok Dark, Mensajero del Infierno —informó, con desafío y prepotencia—. Tiempo sin verlos Dioses Guardianes, siguen igual de ingenuos que siempre.

Una ráfaga de viento elevó mi cabello, y tanto yo como los demás tuvimos que cubrir nuestros rostros, excepto Andrew, quien no despegó la visa del extraño. Para cuando se detuvo, ni el chico misterioso, ni los simuladores, se encontraban en el lugar.

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