Corpóreo y mundano

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Cuando naces en la cúspide de la pirámide social, no tienes nada de que preocuparte. Elemiah Lumiett, hijo de... Más

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Epilogo

X

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Gracias a todos por sus comentarios. Como les mencioné antes, tardé en tener este capítulo listo. Pero acá está y espero les siga agradando. Sin más que decir acá les traigo la continuación de esta novela.


Adele insistió en salir a cenar. Bien pude ordenar comida y tener una tranquila velada en mi departamento, pero no. Ella tenía otros planes. Alegó que nunca salíamos juntos y que sería bueno para Giovanni tomar algo de aire.

Claro que primero tuvimos que pasar por el centro comercial, donde Adele se tardó un par de horas en escogerle ropa al niño. En la tienda que entramos, los empleados se mostraron algo sorprendidos ante la presencia de Adele y el pequeño.

Olvidé un detalle importante, el niño es un omega.

Una de las empleadas de la tienda no resistió el impulso y le preguntó a Adele si estaba segura de que quería comprarle ropa a Giovanni.

—Apenas entré fui muy clara con mi pedido. —le respondió a la anonadada vendedora.—Si tengo que repetirme me voy a incomodar lo suficiente con tu cara y no vas a volver a trabajar en esta ciudad, cariño. Ahora ve allá adentro y tráeme la talla que te pedí.

Y con esto, Adele le cerró la boca al resto de la tienda. Nadie más se atrevió a cuestionarla, si no que hicieron oídos sordos y voltearon la cara para ver a otro lado. Mi madre se salió con la suya y abandonó el establecimiento, con un niño omega vestido como si fuera un alfa.

Al ver a Giovanni, no pude evitar en pensar en el imberbe de Miles.  Seguro andaba por ahí, vestido con ropa ajena, aparentando lo que no era y hundido hasta el cuello en problemas.

Ahora en el restaurante que Adele eligió, estábamos los tres intentando pasar un buen rato.

Giovanni nunca había pisado un lugar como este y se veía bastante nervioso. Quería estar en mis brazos todo el tiempo.

Adele encontró eso "tan adorable" y a mí se me fue el apetito. Valgan verdades, no me he sentido bien desde que llegamos.

Algo hay en el ambiente que me indispuso apenas crucé la puerta. No estoy seguro de que es, pero no veo la hora de volver a mi departamento. Necesito tomar un baño y despejar mi mente. Ha de ser el estrés que traigo encima. Tengo mucho trabajo por hacer, pero no sirve de nada preocuparme por eso ahora.

Adele le estaba enseñando al niño a usar los cubiertos, cuando decidí retirarme un momento. Mi madre me miró extrañada, pero no dijo nada.

En cambio, me sentí en la obligación de decirle que iba al baño a mojarme la cara.

En definitiva, el ambiente me tiene incómodo. Hay algo que me pone así, dentro de estas paredes.

No sé por qué, pero mi cuerpo se inquieta. No tengo tiempo para pensar en tonterías. Quizá fue una mala idea venir a este restaurante. Pudimos ordenar comida, pero para Adele es casi una blasfemia.

La ansiedad me agobia, mi cuerpo me está pidiendo algo y es bastante claro con ello. Hay algo en el ambiente, hay algún maldito olor a...

—¡Miles!

¡Qué carajo! ¿Acaso esta ciudad no es lo suficientemente grande para que nos encontremos aquí?

Ese era Miles, sin lugar a duda. Su mismo rostro altivo, sus ojos verdes, su piel sedosa, su cabello oscuro, el maldito olor a omega que me revuelve la sangre. Por supuesto, no podía ser de otro modo. Justo tenía que encontrarme con él en este preciso lugar.

Ahora se me queda mirando y se ve distinto. No, ese no es el Miles que yo conozco. Algo le sucede. ¡Algo le sucede, maldita sea! Ese olor no es sólo de Miles. ¡Por supuesto! ¡Tenía que ser! No, ni debería sorprenderme.

—Elemiah, ¿qué haces aquí?

Sí, ese es Miles. Con todo el descaro del mundo me cuestiona el porqué de mi presencia en este restaurante. ¿Ahora se viene a interesar? Fue él quien quiso alejarse de mí. Así que se podía ir a joder por ahí. Aunque parecía que ya lo estaba haciendo.

—Mis asuntos no te incumben, Miles.—le respondí mirándolo con desprecio.

¿Qué esperaba? Que me alegrara de verlo luego de nuestro último encuentro. Después de todo el escándalo que armó y el modo como se comportó conmigo. Además de tan solo ver el estado en el que se encontraba, era más que obvio en lo que andaba metido.

—¿Ah sí? Pues a ti tampoco.

Me respondió y lo vi tambalearse en su sitio. No se ve bien, algo le sucede. Sus ojos verdes tienen un brillo acuoso.

—¡Y quítate de mi camino que tengo que ir al baño, Elemiah!

Ahora sí se parece al Miles que recuerdo. Insolente como él solo. Puedo darle paso y ver cómo se va de hocico al suelo. Porque en ese estado no va a llegar a ningún lado.

Pero ahí va, arrastrando los pies, tropezando consigo mismo, bamboleándose como si aprendiera a caminar. Está ebrio el muy imberbe.

—¡Vaya, vaya!  ¡Parece que te resultó  eso de robarte ropa ajena!— le dije al oído mientras lo sujetaba de la cintura.

No iba a dejar que se estrelle contra el suelo. ¡Vamos, ustedes harían lo mismo!

—¡Te equivocas! Es mía, es mi ropa Elemiah. Y ya suéltame que tengo que irme.

—Por supuesto que es tuya, Miles. Pero estoy seguro que te desvistes mejor de lo que vistes. Me consta...

—¡Cállate y déjame tranquilo, Elemiah!

Era más que evidente la situación en la que se encontraba Miles. Estaba ebrio y escandalosamente excitado. Así que ahora Miles andaba cogiendo en lugares públicos como una puta.

—Tanto te llenabas la boca diciendo que no querías que ningún alfa te tomara y mírate ahora. —Y claro, no podía dejarlo partir sin antes restregarle en la cara lo hipócrita que era.

—¡Te dije que me soltaras! No quiero escucharte más.

Tal y como pensé, Miles resultó peor de lo que esperaba.  Después de todo lo que batallé con él, de todas las veces que me gritó que no dejaría que ningún alfa lo sometiera, ahí estaba, oliendo a sexo.

—Al final resultaste ser un omega más, de esos que abren las piernas a cualquiera. Cierto, así fue como nos conocimos, Miles. ¿Lo olvidaste? Que no me tomó nada que te acostaras conmigo.

—¡Vete a la mierda, Elemiah!

El rostro de Miles se recubrió de enojo. Pero de un modo u otro, se veía distinto. No peleaba como antes, no se retorcía como un pez en la red por liberarse de mí, como lo hacía antes.

Cambió, en este tiempo que se marchó era alguien distinto. No era el Miles que yo conocí, el que me llamaba perro y se resistía con uñas y dientes a que lo tocara.

Me llené de ira. Miles se había convertido en lo que tanto decía odiar. Era un omega más, al servicio de algún alfa y quien sabe que mierda además de todo. Si eso quería ser, de acuerdo. Lo iba a tratar como merecía.

—¡Sueltame de una vez! ¿Por qué carajo me tengo que cruzar contigo! Eres lo peor que me ha pasado, Elemiah.

Y todavía tiene el descaro de ofenderse.

—Me imagino, has de tener muchos alfas por atender. —le dije sin ahorrarme el sarcasmo. —No querrás hacerlos esperar.

No le di tiempo de protestar. Cegado por la ira y los deseos de mi cuerpo, arrastré a Miles al baño, prometiéndome que lo dejaría ahí y luego me marcharía. También haría lo posible por contenerme y no ahogarlo en el inodoro si seguía con sus tonterías.

Por fortuna, Miles se mantuvo en silencio en el trayecto que nos tomó sortear el comedor hasta los servicios. Pero por desgracia su cuerpo junto al mío no eran una buena combinación en estos momentos. Su olor me tenía incómodo, me enloquecía.

Maldito Miles, justo tenía que aparecer en estos momentos.  Me estaba siendo imposible contener el calor que encendía mi cuerpo. Claro que tenerlo en mis brazos empeora la situación. Eso y que el maldito baño es individual.

Debería hacer lo que me prometí a mi mismo. Arrancarlo de sobre mí cuerpo y lanzarlo dentro, cerrar la puerta y salir huyendo.  No voy a ceder esta vez a mis impulsos.

¿A quién quería engañar? ¿A mí mismo? Tenía a Miles en mis brazos, justo donde lo quería y ahora en un solitario cuarto de baño donde por un rato nadie nos molestaría.

Arrastré a Miles hasta el lavadero, porque hasta ese momento mi mente intentaba recobrar el control, en una batalla sin cuartel contra mis deseos.

Vi como Miles se mojaba el rostro con desesperación, tragando bocanadas, ahogándose con el agua. Seguro sentía lo mismo que yo y trataba de pelear a su manera. Ese idiota, tuve que acercarme para que no se hiciera daño, o eso es lo que me dije a mi mismo.

La verdad era que necesitaba estar cerca de él, como un pez necesita del agua. No, a decir verdad, Miles era el pez, chapoteando sobre la orilla. Yo era la ola que venía a envolverlo y devolverlo a donde pertenecía.

No sé qué pasó por mi mente en ese instante, lo que fuera hizo que mi cordura desapareciera. Miles se erigió todo mojado, traspirando bajo el traje que traía encima. Se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. A través del espejo cruzamos miradas. Eso era todo, mi sentido común se fue por la cañería.

Miles me dirigió una mirada que le conocía bien. La había visto en su rostro cuando lo tuve bajo mi cuerpo y en mi cama. De eso ya hacía tanto que la extrañaba.

Mis manos lo buscaron, su cuerpo se pegó al mío como un imán a un clavo. Como si fuera gravedad la que nos unía, así de irremediable.

Miles perdió la camisa a toda prisa, se la arranqué porque necesitaba sentir su piel caliente. Mi boca encontró su garganta, mis manos lo tomaron de la cintura y lo subieron sobre el lavadero de mármol. Sus piernas me recibieron colgándose de mis caderas.

La ropa estorbaba y Miles me liberó de la chaqueta y deshizo el botón de mis pantalones. Los sentí deslizarse hasta mis tobillos, mientras que Miles irrumpía dentro de mi ropa interior. Encontró pronto lo que buscaba y lo tomó ansioso.

Su boca, mi boca, su sexo y el mío, éramos un conjunto, algo de lo mismo. No cabían las palabras, no había lugar para nada más que no fuera tocarnos, sentirnos el uno al otro. Aspiraba de su aroma a omega, ese que me embriagaba de deseo. Miles jadeaba como animal sediento y su cuerpo rebosaba humedad.

No podíamos postergarlo más y ambos lo sabíamos. Miles elevó sus caderas y de un movimiento certero conseguí levantarlo para dejarlo caer sobre mi sexo impaciente.

Perdimos entonces toda noción de nuestra existencia. Fue aquel momento en el que todo desapareció y sólo quedamos Miles y yo.

Sus labios me llamaban a punta de gemidos entrecortados. Su cuerpo me recibió con una cálida bienvenida. Miles se enredó en mi cuerpo, sus brazos rodearon mi cuello, bajando por mi espalda para surcarla con las uñas. Sus piernas se encadenaron. alrededor de mis caderas, para no dejarme ir y acelerar el movimiento que a ambos nos envolvía.

Tuve ganas de volcar toda una serie de obscenidades en sus oídos, pero mi voz se aunó a sus gemidos melosos. Lo tomé de las caderas, apretando con fuerza la carne de sus glúteos mientras mis manos buscaban elevarlo y dejarlo caer sobre mi sexo.

A ese ritmo íbamos a terminar ambos consumiéndonos como velas sobre el lavadero y el suelo. Por lo menos yo sentía que me derretía en sudor. Pero la llama que nos encendía a ambos, no se iba a apagar tan pronto.

Con un gruñido conseguí separarme de Miles. Por un momento lo vi con ánimos de protestar ante mi iniciativa, pero pronto entendió que lo que buscaba no era alejarlo de mí, sino todo lo contrario.

De un movimiento dejé a Miles en el suelo y de otro más veloz, le di la vuelta. Lo tenía donde lo quería. Contra el espejo, mirándome a través de este. Su cuerpo doblado esperándome ansioso, sus ojos alucinados fijos en mi reflejo.

Coloqué mis manos sobre sus caderas, poseído completamente por el deseo que me enloquecía. De una estocada me deslicé donde quería estar en ese momento y por siempre. Miles gimió hondo y no pude más que acompañarlo.

Doblado sobre el cuerpo que me albergaba en aquella calidez húmeda, sentía que navegaba en un océano de placer indescriptible. Miles se movía bajo mi cuerpo como emulando las olas.  Por momentos un mar embravecido, por otros en calma.

Mi orgasmo estaba cerca. Miles también lo sabía, podía sentirlo. La hinchazón de mi sexo me delataba. Recostado sobre Miles, no pretendía privarme de nada. Mis labios buscaron la carne suave de su hombro. Mis dientes salieron a relucir, hundiéndose con la misma intensidad que mi falo en ese momento.

Escuché a Miles lanzar un grito de placer. Sonreí ante ese sonido que me hizo dejar de contenerme. Mi orgasmo llegó a toda prisa, como una ola enorme cubriendo toda la playa.

Los siguientes minutos los pasé navegando en medio de una bruma de placer. Miles se seguía ondulando bajo mi cuerpo. Lo conocía tan bien, cada esquina y cada rincón, que sabía lo que debía hacer para volverlo loco.

Dejé una de mis manos sobre su cadera, para que no piense en escaparse. La otra buscó su miembro urgiendo atención. Miles se estuvo frotando con vigor durante todo este tiempo. Era hora de darle una mano, literalmente hablando.

Al sentir el contacto de mi palma sobre su sexo, Miles se onduló todavía más. Me hizo gemir el miserable, así que lo haría pagar por ello. Retomé el movimiento que nos unía a ambos en una danza cadenciosa.

Miles se llevó una mano a la boca. El muy ingenuo pretendía contener su voz. Pero era inútil. Sólo yo sabía cuan escandaloso podía resultar Miles y a decir verdad lo disfrutaba mucho.

Vertí una risa suave en su oído, mientras lo frotaba con ganas de escucharlo gritar. Miles se retorció entonces, tal y como esperaba, porque ya conocía sus manías a la hora del clímax.

Escuché mi nombre, entre gemidos musitados. Lo dijo bien claro, me llamó un segundo antes de venirse en mi mano. Le hubiera contestado algo, cualquier cosa, pero me corrí también acompañándolo.

Durante quien sabe cuánto tiempo, nos quedamos en este estado. Sin sentir nada más que a nosotros mismos.

Cuando por fin mi pulso se desaceleró y nuestros jadeos se acallaron, nuestra realidad me empezó a alcanzar. Estaba con Miles, follando en un baño público. ¿Qué me estaba pasando? ¿En qué momento caí tan bajo?

Miles reaccionó también. Lo vi incorporándose torpemente de sobre el lavadero. Su rostro enrojecido y sudoroso emergió frente al espejo. Todavía tenía cierta expresión de aturdimiento que me estaba incomodando mucho. No se le pasaba la borrachera, eso tenía que ser.

—¿Por qué Elemiah?—masculló todavía vacilante sobre sus piernas temblorosas.—¿Por qué tienes que aparecer siempre en el peor momento?

Claro, casi lo olvido. Es Miles el que está ahí en frente tratando de incorporarse, todavía desnudo y mojado de sudor. Es Miles el omega más necio de todos los tiempos, maldita sea.

De verdad, no sé qué me pasa. ¿Por qué estoy aquí con él? Nunca debí acercarme. Debí dejar que se partiera el culo camino al baño.

—Vaya Miles, tenías que arruinarlo todo abriendo el hocico.  Nunca cambias.

—¡Tú lo jodes todo! Cada vez que apareces todo se va al carajo, Elemiah.

Quise responderle al imbécil de Miles, pero no lo hice. Preferí vestirme lo más pronto que pude para largarme de ahí.

Miles cayó de rodillas y no me importó en lo más mínimo. Se podía ir a la mierda. Acababa de hacerme enojar y si me quedaba con él...

—Eres lo peor que me ha pasado, Elemiah.—continuó volteando a mirarme con ira. —¡Lárgate, no te quiero verte nunca más!

Tuve suficiente. Del bolsillo tomé mi cartera y de un tirón arranqué unos cuantos billetes. Se los lancé a la cara.

La expresión que tomó el rostro de Miles, fue digno de disfrutar. Pero no lo hice.

—Es lo último que vas a ver de mí, Miles. Es más, de lo que mereces.

Eso fue todo. Me di la vuelta para marcharme como debí hacer desde un inicio.

Nunca debí cruzar esa maldita puerta. Jamás ceder ante la tentación. No sé qué me pasa, porqué dejó que mi instinto me controle.

*

¡Maldito Elemiah de mierda! No puede ser más hijo de puta y desgraciado. ¿Por qué carajo me lo tengo que encontrar ahora? ¿Por qué no puede desaparecer de mi vida?

¿Qué estoy haciendo? Esto no puede estar pasándome. No puede ser que acabe de hacer esto con ese maldito Alfa...

Te odio Elemiah, no tienes idea cuánto. No te basta con haberme jodido la vida, también tienes que humillarme de este modo.

—¿Lo estaban pasando bien ahí dentro?

¡No, mierda no! Esa voz, esa maldita voz.  Por un momento maravilloso olvidé que ese alfa asqueroso existe. Vico está allá afuera...

—¡Quítate de mi camino!

Y se acaba de cruzar con Elemiah. No, no carajo, no.

Mi ropa está desperdigada por todos lados y no me quedan fuerzas para moverme. Tengo que salir de aquí antes de que Vico entre.

Por la ventana, tengo que salir por ahí. Mierda, me siento tan mal que no me puedo ni poner de pie.

—Miles, abre la puerta.

Nunca.

La voz de Vico tiene ese tinte amenazante que me eriza la piel. No lo puedo dejar entrar y que me vea así. ¿Qué estoy pensando? No puedo dejar que me encuentre aquí, tengo que huir.

—Te dije que abrieras.

No puedo. No puedo. No puedo. No puedo dejarlo entrar. No, que no me vea así, que no me encuentre, que me deje en paz.

Mierda, Vico sabe que estuve aquí con Elemiah. ¡Lo sabe todo! No puedo abrir. No.

No puedo dejarlo entrar.  Innocencia, Constanza, mis hermanas siempre trancaban la puerta para que el alfa bastardo no nos alcanzara. Así nos amenazara, así golpeara la puerta casi al borde de derribarla, mis hermanas me abrazaban. Ellas me protegían. Pero ya no están conmigo. Estoy solo.

Estoy solo y no tengo como huir esta vez. No puedo dejarlo entrar. No puedo...

No me queda de otra...

*

—Adele, pide que empaquen la comida para llevar. Nos vamos de inmediato.

No tenía ánimos de dar explicaciones, sólo quería alejarme de ese lugar lo más rápido posible.

Mi madre me miró sorprendida desde su asiento en la mesa. Tranquilamente dejó sus cubiertos y con la misma pasividad, se limpió las comisuras de los labios con una servilleta.

—Cariño, siéntate por favor. No hemos terminado. Casi no has comido.

—Nos vamos Adele. Ahora.

—Cariño, toma asiento. De paso acabas de acomodarte la camisa y tus demás prendas.

Adele No necesitaba explicaciones. Sabía bien que me entretuvo, podía ver bien el reproche en todo su rostro. Me acomodé la camisa, cuya punta está fuera de mis pantalones. Cierto, me vestí tan aprisa que era evidente que estuve haciendo.

Mi madre retomó la cena. Continuó supervisando al niño sentado a su lado. Giovanni se veía aún muy asustado entre tanta gente. Adele le limpió el rostro con una servilleta y me dirigió otra mirada acusadora. Tuve ganas de dejarlos, a ella y al niño, y marcharme por mi cuenta.

—Elemiah por favor, refleja un poco de la educación que te dimos en casa.

Me dijo frunciendo el ceño ligeramente. Adele nunca se alteraba, jamás la escuché levantar la voz. No necesita hacerlo para imponer su voluntad.

— Terminemos de cenar. Luego nos marchamos.

Adele sabía cómo sacarme de quicio y lo estaba haciendo a propósito. Sin embargo, hice lo que me pidió. Tomé asiento desplomándome en la silla. Bebí todo el vaso con agua que aguardaba en la mesa, pero el calor que cargaba encima no se apaciguaba.

Si no me iba en ese momento iba a volver al baño y hacer que Miles se trague sus palabras. ¿Quién carajo creía que era? Era tan solo un maldito omega. ¿Cómo se atrevía a hablarme de ese modo? Debería regresar y darle una lección. Eso se merecía.

Un mesero se acercó a nuestra mesa y traía una botella de vino en sus manos.

—Disculpen la interrupción. —exclamó deteniéndose a mi lado con intenciones de llenar mi copa vacía. —permítame.

—No gracias.—lo detuve antes de que continuara.  No estaba de humor para beber, solo quería irme lo más pronto posible.

—Cariño, si no íbamos a brindar, no hubieras ordenado vino. —acotó Adele visiblemente incomoda.

—No he ordenado nada. Tú ordenaste esto Adele.

—No he sido yo.—insistió ella frunciendo el ceño.

—Disculpe.—intervino tímidamente el omega que pretendía servirnos vino.— el señor Brishan se los envía.

¿Y quién mierda es ese tipo? Adele me miró igual de confundida y el mesero no supo qué hacer. Todos en la mesa nos quedamos en un silencio incómodo por un momento, hasta que por fin pude reaccionar.

—Regrésalo, no sé quién lo mandó. Y tráenos la cuenta.

El omega asintió nervioso, pero no se movió. Giró ligeramente hacia atrás, pero no se mostraba con intenciones de marcharse a cumplir mi pedido.

—El señor Brishan insistió que...

—¡Me importa una...!

Adele me hizo un gesto con la mano y traté de mantener la compostura. Tuve que respirar hondo y no mandarlos a todos al demonio.

—Escúchame, llévate esto de vuelta y haz lo que te dije. No sé quién es el tal Brishan y no me interesa que insista, no lo queremos.

Eso era todo. No quería escuchar ni una palabra más.

—Debí presentarme antes, aunque ya nos conocemos.

Al girar a ver de quién se trataba, la sorpresa que me di no fue nada grata. Era el tipo con el que me topé en la puerta del baño. ¿Qué quería ahora?

—Un gusto saludarlos. Señora Lumitte, Elemiah. —y tendió una mano.— Una verdadera sorpresa encontrarme con miembros de una familia tan distinguida.

Adele apenas sonrió y me dirigió una mirada desconcertada.  La mano tendida de ese sujeto esperaba que yo la tomara.

Así que me tomé mi tiempo en devolverle el saludo, sólo por cortesía.

—A decir verdad no nos conocemos.—afirmé dándole énfasis a mi negativa.—Y por cierto, ya nos íbamos.

Y era cierto. Este tipejo pretendía congraciarse con Adele seguro, no entendía la razón de su presencia en mi mesa.

—Brishan, ¿verdad? Lo siento, el nombre no me es familiar. ¿De dónde se conocen?

—Nos conocimos hace muy poco tiempo, Elemiah y yo. Tan sólo soy un hombre de negocios, nada conocido.

—Como dije antes, ya nos vamos. —interrumpí su discurso porque me importaba en lo más mínimo saber quién era él. No me agradaba este tipo. Algo traía entre manos.

—Entiendo. Entonces yo invito la cena . No te puedes negar Elemiah, me debes una.

Su sonrisa no me gustó nada. ¿Quién creía que era para interrumpir de ese modo? Y lo principal, ¿de qué estaba hablando?

El tal Brishan dejó caer sobre la mesa un puñado de billetes y sin perder la maldita sonrisa, se inclinó hacia mi y me miró fijamente.

—Pon el resto a mi cuenta.—le dijo al mesero quién no atinaba a moverse de su lugar.

Iba a protestar, pero la sorpresa no me dejó hacerlo. En ese momento apareció detrás del tal Brishan un rostro que me era por demás familiar.

—Es usted muy gentil. —intervino Adele quizá notando mi alarma.—pero no es necesario.

—Yo insisto señora. —continuó ese sujeto. —Elemiah no tiene ningún problema en aceptar, ¿no?

¡Maldita sea! ¿Qué mierda hacia Miles ahí, detrás de ese sujeto? Me miró sorprendido, no sin antes dirigir sus ojos a mi madre y al niño junto a ella. Luego me esquivó por completo. Bajó la cabeza, estaba incómodo. No tanto como yo.

No le respondí al tal Brishan. Miles era el blanco de mi interés. Ese idiota... ahora todo calzaba. Miles estaba con ese tipo. ¡Con ese imbécil de Brishan!

Tuve que contener una carcajada, porque me dio mucha risa toda esta jodida situación. Miles estaba con ese tipo Brishan y yo acababa de estar con Miles en el baño. El idiota de Brishan estaba al tanto de todo, eso sin duda. Así que ahora venía a dejármelo saber.

—Lo supuse. —continuó el bastardo de Brishan con ese tono de sarcasmo que le noté desde un inicio.— Bien, dado que Elemiah no tiene objeción, me retiro.

¡Lárgate imbecil! No quiero ver tu cara nunca más.

—Tengo asuntos que atender con urgencia. —El tono de su voz tomó un tinte siniestro. —Que sigan pasando una agradable velada.

Miles levantó los ojos apenas y lo vi contraerse apenas ese sujeto giró ligeramente hacia él.

Sin más se marchó ese bastardo de Brishan, con Miles a sus espaldas y una comitiva tras ellos.
Me quedé inquieto. La reacción de Miles era de esperarse de cualquier otro omega. Se veía preocupado al ir tras los pasos de su nuevo alfa. Cierto, algo de culpa era mía porque acababa de estar con él y... Miles tenía un alfa...

Nos quedamos en la mesa en el más absoluto silencio. Adele no necesitaba decir nada, su mutismo era suficiente. Me puse de pie con intenciones de ir tras ellos. No sé para qué. Miles eligió su propio camino y yo no tenía nada que ver con él de todos modos.

—Es tarde.—apenas si musité. —Vamonos de una vez.

***

Tengo tanto frío que ya hasta estoy dejando de sentir. Si hasta respirar me resulta incómodo. El bastardo de Vico es la mierda más grande del universo.

Ese y Elemiah. No sé cuál es peor. Todos los alfas son la misma mierda. Los odio a todos por igual.

Aunque ese cabrón de Dan no se queda atrás. El muy hijo de puta es tan sadico como su amo y señor. Ojalá se fueran todos al carajo y me dejaran en paz de una buena vez.

¿Cuánto tiempo le toma a uno morirse de frío? Espero sea pronto porque me duele todo el cuerpo. Es molesto no poder moverme ni un poco.

Elemiah estaba ahí en ese restaurante, sentando en esa mesa, cenando como sin nada con esa mujer. Esa era su mamá, carajo son igualitos. Tienen las mismas facciones, la misma mirada.  Ese niño omega...

No lo esperaba, Elemiah andando con su mamá y un niño omega. Ese bastardo... jodida la hora que me lo vine a cruzar. Él disfrutando de su vida perfecta, de su familia, de su condición de alfa y aquí...

¿Por qué carajo Vico no puede matarme de una vez? Tiene que alargar lo más posible la agonía. Ese maldito hijo de zorra...

Hasta pensar me duele. Hace un rato pude mover los dedos de mis manos, pero ahora ya no los puedo sentir. Todo mi cuerpo está entumecido e intentar moverme no vale el dolor que me causa.

Está tan oscuro aquí dentro. Pensé que mis ojos se acostumbrarían a la ausencia de luz, pero seguro ya se me congelaron también.

Cuando Dan me trajo aquí, no me sirvió de nada pelear contra él. Me arrastró hasta esta tina llena de cubos de hielo. Me estrelló la cara contra la superficie y luego con ayuda de esos gorilas, me metieron dentro.

Fueron cinco cubetas llenas hasta el tope, las conté todas. El hielo caía sobre mi cuerpo desnudo como una lluvia de agujas. Me ató las manos sobre mi cabeza y ahora mismo ya no puedo sentir mis brazos.

No sé cuánto tiempo ha pasado. En esta oscuridad no sé si todavía sigo vivo. Siento dolor, todavía no he muerto.

Pero espero no me quedé mucho tiempo. Es muy incómodo esto de morir lentamente.

Quizá sean mis últimos minutos. Y todavía no me puedo sacar a Elemiah de la cabeza. Ese bastardo, ese maldito alfa. Apenas lo vi en el restaurante supe que nada bueno me iba a traer encontrármelo de nuevo.

Mi cuerpo reacciona a su presencia. No sé por qué. Estoy mal de la cabeza, eso ha de ser. ¿Por qué no me lo puedo arrancar de la mente? ¿Por qué incluso ahora no puedo dejar de pensar en Elemiah?

¿Acaso pensaba que iba a poder ayudarme?  Jamás le pediría ayuda. A todos menos a él. Elemiah no entendería mi situación, ese no entiende nada de nada.

Cuando lo vi en el estacionamiento, con la mujer esa y el niño en sus brazos... no pude evitar llenarme de rabia. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué a pesar de que lo odio no puedo dejar de necesitarlo?

Sin embargo, a pesar de todo... no puedo dejar de pensar en él...

El sonido metálico de llaves resonó en algún lugar cerca de mí. Alcancé a oír voces también, pero sonaban lejanas. La luz se encendió de pronto y sentí que me quemaban las retinas.

De repente si dejaba de moverme, por fin me iban a dejar en paz.

Los gorilas de Vico mascullaban entre ellos algo que no podía entender. Uno de ellos, creo que se llama Sasha, liberó mis manos. Mis brazos cayeron muertos sobre el hielo de la tina y por fin pude sentirlos de nuevo. Ahogué un grito en el poquito de orgullo que me quedaba.

Sasha me tomó de la garganta y giró mi rostro de un lado a otro.

Masticó entre dientes algo que el otro gorila entendió y de un tirón me hizo salir de entre el montón de hielo.

Caí de rodillas al suelo y, aunque de cemento, lo encontré tibio y acogedor. Me retorcí un momento buscando calor. A los gorilas les dio risa.

Sasha me tomó de un brazo y volvió a atar mis manos con las esposas que tenía hacia un momento.  Me sujetó de la garganta e introdujo un par de píldoras en mi boca.

El otro gorila soltó una carcajada al verme pelear en vano. No pude evitar tragar ambas píldoras. Me quedó un sabor amargo en la boca que me provocó arcadas.

Poco le importó a Sasha quien me dio una sacudida innecesaria y arrastró fuera de esa habitación, jalándome de las muñecas.

Ya no quería saber más de nada. Mi cuerpo estaba entumecido y tan frío que seguro se me desprendía la piel en el camino.

No sé dónde estoy. No recuerdo más que el estacionamiento donde vi a Elemiah por última vez. El resto del trayecto hasta aquí debí haberlo olvidado.

Hay ruido, casi suena a música. Pero es algo lejano y mis oídos zumban. El bastardo de Dan nos salió al encuentro. Pude oír su voz regañando a los guardaespaldas de Vico en el idioma que ellos hablan.

Lo que sea que les dijo les cayó muy mal al par de energúmenos. Sasha me dio un tirón rabioso, antes de dejarme caer al suelo.

—Levántate.—me ordenó Dan Inclinándose ligeramente hacia mí.

Aún si hubiera querido, no podría haberlo hecho. Sentía ajenas mis propias piernas. Me quedé en el suelo como un despojo miserable, buscando calentar mi pobre existencia.

Por un momento tuve la estúpida idea que Dan me iba a dejar tranquilo y se iba a ir a la mierda. Fue tan solo un instante hermoso que se esfumó de pronto. El dolor en todo mi cuerpo, producido por una descarga eléctrica, me trajo a mi realidad.

Quise gritar, pero no me dio tiempo para nada el revolcarme en el suelo, intentando escapar de Dan. Ese hijo de puta no se detuvo. Tenía en la mano una vara que volvió a pegarla, esta vez contra una de mis piernas.

—Levántate omega. —insistió Dan y los gorilas que lo acompañaban estallaron en risas.

No le hice caso, mi único afán era escapar de esa vara y lo más pronto posible. Me sujeté de las piernas de los guardaespaldas, que precian dos troncos enormes. Dan me alcanzó de nuevo y me rendí por fin.

—No lo voy a repetir.—me dijo sonriendo entre dientes.—Levántate Miles.

Mi cuerpo protestó completo, pero hice el esfuerzo de incorporarme. Me tuve que apoyar en el suelo y prácticamente trepar las piernas de Sasha para poder levantarme.

Las piernas me temblaban y aún todo encorvado, pude levantar la mirada donde Dan. El muy bastardo me miró con sorna y me abofeteó con fuerza.

Regresé al suelo, en medio de las risas de los presentes. No me iba a volver a levantar por mi cuenta. Dan se podía ir al carajo.

—El señor Vico quiere verte.—anunció Dan y fue Sasha quien me levantó del piso.

De no ser porque el guardaespaldas me sostenía en pie, no me iba al suelo. Dan se acomodó el traje y hasta se mesó el cabello.

—Hay algo en ti que le agrada, además de tu cuerpo. —Continuó Dan como hablando consigo mismo. —No quiere que te queden cicatrices.

Me acarició el rostro con el reverso de su mano, cómo examinando el lado que acababa de golpear. Luego me acomodó el cabello como lo hubiera hecho Nana; con el mismo cuidado.

—La próxima vez que se te olvide a quien perteneces.—me dijo apretándome la garganta.—te va a ir peor.

Y sonrió.

Seguimos nuestro camino. Yo iba colgando de los brazos de Sasha. Me sentía mareado, mi cuerpo todavía resentido por todo lo que me había sucedido en los últimos días.

Nos detuvimos frente a una puerta y al abrirla, no fue sólo música lo que abandonó esa habitación.

Un fuerte olor a alfa me dio de lleno. Olía a cigarro también y un suave perfume a omega se escondía debajo de los otros olores.  El aroma de Vico me inquietó desde que entré.

Podía percibirlo fuerte y claro. Si hubiera estado ciego, su olor me hubiera guiado a su cuerpo.

—Miles.—me llamó mirándome desde donde estaba acomodado. Una cómoda silla, una mesa con copas servidas.

Mis pies se dirigieron hacia Vico, antes que mi cuerpo pudiera detenerlos.  Tambaleando llegué a él y me desplomé en el suelo frente a él.

Vico me sonrió y acto seguido me levantó en sus brazos como si fuera un niño pequeño. El efecto que tuvo en mi fue devastador.

Como si un interruptor acabara de encender mi cuerpo, me sentía totalmente caliente, a pesar de que mi piel seguía helada.

En los brazos de Vico podía perderme. Su olor a alfa me embriagaba. Me acomodé lo mejor que pude, con mi rostro en su cuello y mis manos atadas reposando sobre mi sexo que acababa de erguirse.

No estábamos solos. Dos alfas nos miraban atentos. Los vi de reojo, sentados alrededor de la mesa, sonriendo entre dientes.

Los omegas en cambio, estaban ligeramente apartados de nosotros. Una chica omega estaba recostada sobre un sofá enorme. Era muy atractiva, sus rasgos suaves, su cabello largo y su rostro perfecto. Pero la expresión de sus ojos fue lo que me llamó la atención. Tenía una mirada vacía, incluso ahora que me miraba, parecía perdida detrás de sus propios ojos.

El otro omega tenía esa misma expresión ausente. Era un muchacho que me recordó mucho a Angelo. Tenía el cabello largo y brillante, estaba apenas vestido, además. Sentado muy cerca del alfa frente a Vico, no nos miraba.

Vico me regresó a mi realidad acariciándome los muslos. Me miraba a los ojos y los podía sentir quemándome. Me acurruqué como un gato sobre su regazo, con intenciones poco castas también.

Escuché a los otros dos alfas reír y uno de ellos hizo un comentario quería fue difícil de entender. Vico le contestó y fue cuando noté que hablaba en otra lengua.

Escuché el sonido de cristales y movimiento en la mesa. De reojo noté que los omegas estaban de pie despejando la superficie. No me importó demasiado lo que estaban haciendo, porque mi atención la acaparaba Vico.

Como si él fuera el sol y yo estuviera completamente extasiado contemplándolo hasta derretirme por su calor.

Vico me sonrió y lo sentí apretarme contra su pecho. Mis sentidos se alborotaron y tuve que contenerme para no gemir de placer.

Fue un momento exquisito, en el cual mi cuerpo estaba por estallar de placer al estar tan cerca de Vico. Pero duró poco. Porque me abandonó sobre la mesa.

Entonces cierto tipo de dolor me invadió entero. No fue físico, fue mucho peor. Un vacío enorme se abrió en mi pecho, el terror de sentirme abandonado a mi suerte.

Vico estaba ahí frente a mis ojos, pero mis manos atadas no lo podían alcanzar. La angustia me embargó al punto de casi gemir de tristeza.

Solamente quería a Vico junto a mí. Regresar a sus brazos, sentir su olor, el calor de su cuerpo. Intenté buscarlo retorciéndome sobre la mesa, pero no pude ir muy lejos.

Mis piernas se quedaron sujetas contra la superficie de madera. Las manos de un alfa me atraparon y las sentí como garfios hundiéndose en mi carne.

—No tan rápido.—me dijo aquel alfa jalándome de los tobillos. —Ven acá.

Mi primera reacción hubiera sido pelear. Molerles la cara a patadas, pero no me pude mover. Vico se inclinó contra mi cuerpo, alcanzando mi rostro con una de sus manos.

—Quieto Miles. —Acarició mis mejillas y me susurró al oído. —Actúa como la puta que eres.

Sus palabras tuvieron el mismo efecto que su cuerpo al frotarse contra el mío. Perdí la razón, mi voluntad quedó relegada en algún confín de mi mente.

Mis ojos se quedaron fijos en Vico. Dejé que mi cuerpo se quedara en esa mesa, como un plato servido.

Podía sentir sus manos recorriendo mis piernas, arañando mis caderas. Subiendo por mi torso y manipulando mi cuerpo. Las sensaciones eran increíbles, como jamás las imaginé. Pero no era suficiente.

No era lo mismo. No era la sensación aquella que me envolvía, que me remecía y atropellaba. No era Elemiah quien estaba encima mío. No eran sus brazos, sus manos, su boca recorriéndome.

Fue cuando aquella calentura empezó a disolverse. Mi mente gritaba que se detuvieran, aunque mi cuerpo seguía dejándose atentar. Mi boca gemía de placer, pero se detuvo mi voz.

Quería que pararan. Que me dejaran en paz. Escurrirme de la mesa y arrastrarme lejos, en busca de Elemiah. Eran sus brazos los quería que me albergaran, porque con él me sentía seguro.

Intenté revolverme de entre los cuerpos que me aprisionaban entre ellos. Pero mi cuerpo estaba débil y mi mente difusa.  Mi voz quería gritarles que se apartaran, pero no conseguía sacarla de mi garganta.

Uno de ellos me hizo girar sobre la mesa, el otro aplastó mi rostro contra la superficie dura y yo solo quería gritar.

Vico me miraba fijamente y no podía descifrar lo que pensaba. Se escondía tras una copa de licor, desde donde estuvo observando todo este tiempo.

—¡Elemiah! —lo llamó mi cuerpo y mi mente. Y mi voz se consumió entre los jadeos de los otros alfa.

Pero Vico me escuchó. Lo pude ver en su rostro, su expresión se transformó en tormenta.  Se levantó enseguida y se acercó a mi como huracán.

—Repite lo que acabas de decir. —me ordenó y sus dientes salieron a relucir.

No, jamás lo haría. Podía despellejarme ahí mismo y no lo iba a conseguir.

—Repítelo Miles. ¡Hazlo!

No le sirvió insistir.  No había manera que yo lo hiciera. Enojado ante mi negativa, Vico apartó a los otros dos alfas, quienes protestaron al unísono.  Pero le importó en lo más mínimo y una vez los otros me soltaron, Vico me tomó del cabello.

Aterricé de bruces en el suelo. Alcancé a poner mis manos para no hacerme tanto daño al caer, pero no sirvió de mucho. Vico me aplasto la nuca con rabia.

—Le diste la dosis que dije.—le reclamó a Dan y este se quedó en una pieza.

—Por supuesto. Tal y como dijiste, unos minutos antes de venir.

Fue la respuesta apurada de Dan. Incluso los dos guardaespaldas se mostraron nerviosos ante el cuestionamiento. Vico no estaba satisfecho con la respuesta. No estaba contento, además.

Mientras Vico continuaba ladrándoles a sus hombres, en el idioma que todos ellos hablaban, mi cuerpo protestaba por su cuenta.

La calentura no se había marchado. Seguía presente y me estaba arrastrando como la marea a un barco sin timón. Si seguía así mi mente iba a naufragar de nuevo en el océano de placer que sentí cuando estuve con Elemiah.

Vico me dejó en el suelo. Se apartó de mí lado y mi cuerpo quiso seguirlo. Se marchó entonces furibundo como él solo.

Dan no supo qué hacer, pero al momento siguiente reaccionó y les dio instrucciones a los dos gorilas. Pronto estuve sobre el hombro de uno de ellos, traspirando lujuria mientras me sacaban de esa habitación en penumbras.

Mientras me iba pude ver que la chica omega perdió el vestido que traía puesto y estaba atendiendo a quien era su alfa. Ella tenía la misma expresión pérdida de hacia un rato, aunque su cuerpo parecía estar bastante presente. El muchacho omega estaba en iguales circunstancias. Sus ojos igual de vidriosos, su cuerpo reaccionado ante las caricias de su alfa, pero perdido tras su expresión vacía.

***

Adele no quiso regresar a mi departamento. Prefirió hospedarse en un hotel con el niño hasta que se le pasara el enojo.  No consiguió que le diera explicaciones, aunque fueran para confirmar lo que ella ya sabía.

Pasé la noche a solas en mi cama, pensando en Miles, repasando todos los momentos que pasamos bajo mis sábanas.

La madrugada me encontró añorándolo. No podía quitarme además la molestia de imaginarlo con otro alfa. Miles estaba en problemas, eso era lo que me tenía inquieto. No era un simple presentimiento. Estaba seguro de que ese tipo Brishan iba a tomar represalias con Miles por nuestro encuentro en el baño.

Miles hace que mi sentido común se trastorne y se pierda vagando por ahí.  Es demasiado tarde para pensar en esto. Es demasiado tarde para Miles y para mí. Esto se acabó. No lo voy a ver más.

Eso es definitivo.

Por la mañana fui al cuartel y pasé la mayor parte del día ocupado. Fue maravilloso poder trabajar sin molestias de por medio. Pude dedicarme a investigar al tal Brishan, revisar bases de datos y ciertos reportes que dejé pasar.

Caí en cuenta que la jornada estaba por terminar cuando los pasos ligeros de una compañera se acercaron a mi pupitre.

Maselli era una mujer muy atractiva. Todos en el cuartel tenían interés en ella. Desde que la trasladaron de una ciudad del norte, he visto a varios intentar conseguir su atención y fallar miserablemente.

No está interesada en nada más que el trabajo, es lo que siempre dice. Y ahora está de pie frente a mi, inclinándose ligeramente sobre mi pupitre, donde acaba de dejar unas carpetas de documentos.

—¿Maselli?

—¡Buenas noches Lummiet! Trabajando tarde, eh.

Quizá no fue la mejor introducción, pero no estaba interesado en intentar algo con ella y que me rechazara.

—¿Qué se te ofrece? Además de mi horario de trabajo.

Ella no esperaba mi respuesta. Tan acostumbrada a recibir atención y amabilidad excesiva de todos aquellos que buscaban acostarse con ella. Pues si eso esperaba, estaba ladrando al árbol equivocado.

—Supe que te dieron el caso que me fue asignado a mí en primer lugar.

Así que eso era. Venía a pelear conmigo, de modo sutil como toda mujer y seguro convencida de que iba a ganar de un modo u otro.

—¿Y eso me es relevante por...?

—Estuve trabajando muy duro para que me lo asignaran. Cuando me enteré de tu gran hazaña, confieso que vi peligrar mis intenciones de tomar el caso. Y al final sucedió lo que creía.

—¿Qué quieres? El caso es mío. Fin de la discusión.

—Quiero saber que tanto sabes de todo esto. Que tan empapado estas con la investigación.

—Eso es algo que prefiero no discutir ahora, así que...

—Leí tu reporte y estas perdiendo el norte, Lummiet.

—¿Cómo? ¿De dónde sacaste mi reporte?

—Tengo maneras de agenciarme lo que necesito. Eso es lo de menos. Los de narcóticos encontraron entre los químicos que allanaron en el departamento que interviniste, los componentes para «Luz de Luna».

Hizo una pausa lo cual me dio tiempo para ordenar mis ideas. Claro que ella volvió a la carga.

—¿Si sabes que es Luz de luna? Es un inhibidor de celo. Clandestino y experimental. Es bastante efectivo.

—Ya lo sabía.

Maselli me obsequió una sonrisa triunfal, seguro leyendo tras la mentira que acababa de lanzarle.

—El caso que tuviste hace unos meses, del secuestro de la hija del empresario... Los omegas presentaron una alta dosis de químicos presentes en Luz de luna y algo más.

De acuerdo, ahora tenía mi atención.

—Eso no lo sabías, ¿verdad? Los de narcóticos...

—Son muy herméticos. Pero parece que tú Maselli has encontrado una manera de escurrirles información.

—Me puedes llamar Ana. Y así es.  Obtuve de primera mano los resultados de los análisis de sangre que se les hizo a los omegas.—sonrió Maselli acariciando las carpetas bajo sus palmas.—Todos y cada uno, Elemiah.

Mi mente empezó a tejer ideas, pero ella no había terminado.

—Y acá viene la mejor parte. Dominó, ¿si sabes qué es? Es básicamente Luz de luna combinada con otro narcótico muy fuerte. ¿Qué te parece todo esto?

Que ella estuvo a punto de hacer que me caiga de mi asiento.

—Y toda esa maravillosa información está, asumo, en esos documentos que traes ahí.

—Asumes bien. Pero hay más que lo que está escrito en esos papeles, Elemiah.

No podía esperar para poner mis manos en esos documentos. Pero claro, no iba a conseguirlos sin nada a cambio.

—Entiendo. ¿Qué es lo que quieres? No te cedo el caso, así que piensa en otra cosa.

Maselli recogió las carpetas y las apretó contra su pecho.

—Que me lleves a cenar. Eso primero, luego llegaremos a un acuerdo.

—Trato hecho.

Y fue así como por primera vez en mi vida, salí con una mujer alfa, tan atractiva como ella, solamente interesado en su cerebro, no en su cuerpo.

***

Ana Maselli estaba tan interesada en mí, como yo en ella. Quería mi puesto en el caso, y la información que no había derramado en mis informes. De un modo u otro ella sospechaba que tenía detalles que le podían servir.

La velada fue amena, más una guerra sin cuartel. Entre copa y copa ella intentaba escarbar entre lo que yo sabía y lo que no pensaba declarar en mi investigación.

A primera hora del día siguiente, las carpetas con sus notas estaban en mi escritorio, al lado de una taza de café humeante.

—Entonces, ¿por dónde quieres empezar?

Ah sí y por supuesto Maselli al otro lado, esperando mi respuesta.

—Muy generosa tu propuesta de colaborar con mi investigación, pero ya tengo un compañero.

—¿De Falco?

—Así es.

—¿Y a qué hora llega para hablar con él?

—No soy su novia para saber eso. No sé.

Y recién caía en cuenta que tenía un tiempo sin ver a Jim. No es que me estuviera quejando. Sólo me resultó curioso.

Maselli me dejó en paz la mayor parte del día. Por la tarde decidí hacerme un tiempo para ir a ver a Frank. A la luz de los datos que había obtenido, necesitaba hacerle unas preguntas.

—No te vas a deshacer de mí, Lummiet.—Maselli me interceptó saliendo del cuartel.—Voy contigo. Y más vale que sea a un sitio relevante para el caso.

Me tuve que contener. No necesitaba su compañía, pero en algo tenía razón. No me iba a deshacer de ella de todos modos.

El camino al hospital transcurrió en paz. Maselli no hablaba por hablar y eso se lo tenía que reconocer. Revisaba su teléfono y no dijo casi nada hasta que llegamos a nuestro destino.

Ella sabía el motivo de mi visita al hospital. Al parecer estuvo hurgando entre mis asuntos, de antemano.

Me siguió por los pasillos hasta el cuarto de Frank. Una vez entré lo encontré vacío. Por demás extraño, no estaba al tanto de un cambio de habitación.

—¿En cuál habitación encuentro al paciente del 402?

Las enfermeras en la estación se miraron entre sí y ningunas dio razón.

—Señoritas, mi compañero les hizo una pregunta. — intervino Maselli dejando caer su placa de detective.

—Tienen que dejar de hacer eso.—respondió una de ellas y se sentó frente a una computadora.— perturban la paz de este hospital.

No me quedó clara su respuesta, pero esperé pacientemente que me diera razón del paradero de Frank.

—El omega de cuarto 402, ¿no? No está en este piso. No está en el sistema, no esperen. Salió ayer.

Me tuve que contener y no pedirle que haga su trabajo y se deje de bromas. Frank no podía salir del hospital así nomás.

—Eso no es posible. —insistí.— No está en condiciones de abandonar su tratamiento.

—Lo sé. — nos interrumpió otra enfermera que apareció detrás de nosotros.

A ella la conocía, la vi entrar y salir en varias oportunidades del cuarto de Frank. Se veía además confundida y también fastidiada con nuestra presencia.

Algo malo estaba sucediendo.

—¿A qué te refieres con eso? Tú sabes dónde está Frank, dilo de una vez.

—Solo sé que no estaba en condiciones de ponerse de pie y menos que le den el alta. Pero eso se lo tiene que decir a su alfa. Vino por él ayer y se lo llevó. No pudimos detenerlo.

¿De qué estaba hablando? Eso no era posible. Debía haber un error. No, esto no podía estar sucediendo.



Espero que el capítulo haya sido de su agrado y me sigan acompañando en el resto de la historia. Les comparto mi página de escritora en Facebook, por si desean conocer mis demás novelas.

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