Sirius Black: el velo de la m...

De TheLittleRose_

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Primera y Segunda Generación La mente de Isadora le habló, pero en lugar de la suya, escuchó la voz de Sirius... Mai multe

Fianto Duri
Amato Animo Animato Animagus
Alohomora
Arresto Momentum
Confundus
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
Engorgio
Lacarnum inflamarae
Baile de Navidad I
Petrificus Totalus
Anapneo
Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas
Travesura Realizada
Alarte Ascendare
Wolfsbane
Vermillious
Ascendio
Defodio
Expelliarmus
Finite Incantatem
Aguamenti
Amortentia
Diminuendo
Impedimenta
Evanesco
Muffliato
Expulso
Imperio
Sonorus
Rictusempra
Tergeo
James y Lily Potter
Glisseo
Oppugno
Incarcerous
Fidelio
Rennervate
Noviembre - 1981 -
Noviembre - 1985-
Julio - 1993 -
Confringo
El Prisionero de Azkaban
Albus Dumbledore
Focus
Levicorpus
Accio
Crucio
Episkey
Obliviate
Dissendium
Everte Statum
A James y Lily
Bombarda
Prior Incantato
Avada Kedavra
El velo de la muerte
Wingardium Leviosa
Lumos Solem
Relashio
Harmonia Nectere Passus
RAB
Partis Temporus
Piertotum Locomotor
Legeremens
Morsmordre
Salvio Hexia
Sectumsempra
Vulnera Sanentur
Expecto Patronum
Epílogo
House of Black
The Marauder
AVISO

La Orden del Fénix

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De TheLittleRose_

Le costó mucho a Isadora volver a su habitación esa noche, habían sucedido demasiadas cosas buenas que debía asimilar y, además, hubiese querido quedarse otro buen rato en la sala común con Sirius; por eso cuando se levantó y bajó las escaleras hasta la sala común, se alegró de ver que él ya estaba allí, con los demás merodeadores, echado en el sofá con su camisa arremangada hasta los codos y la corbata desajustada. No sabía exactamente cómo debía actuar, pues claramente no tenía demasiada experiencia en la materia. Por suerte para ella, Sirius fue el primero en hablar.

- ¡Buenos días! – exclamó al mismo tiempo que saltaba por encima del sillón, corría hacia ella olvidando frenar y casi tumbándola al suelo. Ella juró que podía acostumbrarse en seguida a ser recibida así por las mañanas, o en cualquier otro momento del día.

- Buenos días – dijo dándole un pequeño beso en los labios – Buenos días, chicos... ¡Sirius, no puedo caminar! – chilló ella mientras trataba de llegar a sus amigos.

- Ya, déjala en paz, Canuto, no se va a perder – lo regañó James.

- Eso recuérdalo tú, me gustaría saber a qué hora te convenciste de que Lily no se iba a perder anoche – lo defendió Isadora. James se cruzó de brazos haciéndose el ofendido y sus amigos rieron.

- Chicos, es nuestro último día en Hogwarts, ¿alguien lo notó? – preguntó Peter.

- Mmm... yo la verdad que estaba intentado que se me olvide – respondió la muchacha, dejándose caer en el sillón con Sirius a su lado.

En cuanto Lily, Alice y Frank se unieron al grupo se encaminaron juntos al gran comedor, en el cielo encantado se notaba que la lluvia era inminente. Las cuatro mesas de las casas habían sido colocadas en su lugar nuevamente. Lo primero que les llamó la atención fue no ver a Dumbledore ni a la profesora McGonagall en la mesa del fondo, pero no llevó demasiado tiempo para que se enteraran el motivo.

Minerva McGonagall avanzaba con paso apresurado y los labios fruncidos a un lado de la mesa de Gryffindor. Se detuvo justo detrás de Isadora y Sirius, como esperando que ésta última volteara.

- Buenos días, profesora – saludó ella. - ¿Sucede algo?

- Buenos días – respondió con apremio – Me temo que necesito que me acompañe, señorita Lamperouge – explicó con expresión consternada. Isadora cruzó su mirada con la de Sirius, pues no entendía para qué podría necesitarla McGonagall – El profesor Dumbledore es quien quiere hablar con usted.

- ¿No puede decirme? – Preguntó ella aún más nerviosa. Minerva negó espasmódicamente e Isadora, sin más remedio, se puso de pie. Sirius tomó la mano de su novia antes de que se alejara.

- Puede venir si lo deseas – Concedió la mujer con voz suave al ver el gesto de Sirius. Isadora hubiese preferido que Minerva le dijese que no era necesario que alguien la acompañase.

Cuando los tres llegaron al despacho del director, Dumbledore paseaba de un lado a otro de la habitación sumido en sus pensamientos. Al verlos el anciano profesor sonrió cortésmente, alzó su varita conjurando un patronus al que envió por "noticias" y se sentó en el sillón que se encontraba detrás de su escritorio.

- Siéntense, por favor – pidió señalando los dos sillas frente a él, miró a Minerva, ella asintió y los dejó solos. – Isadora, ¿alguna vez tus padres te hablaron de la Orden del Fénix? – preguntó mirándola fijamente por encima de sus anteojos con forma de medialuna.

- No, profesor, no entiendo por qué estoy aquí, ¿Tiene que ver con ellos?

- Me temo que sí, ¿Estas segura que no lo mencionaron?

- ¿Por qué habrían de? – preguntó ella con la voz temblorosa – ¿están bien?

- Es algo que no puedo precisar – informó Dumbledore.

- ¡¿Cómo que "no puede precisarlo!?, ¡Dígame que sucede! – bramó ella poniéndose de pie. Sirius imitó su reacción y la tomó de los hombros con cuidado, intentando que volviera a sentarse.

- Por favor, Isadora, primero necesitas escuchar – pidió el director – Vincent y Ágape son miembros de la Orden del Fénix, supuse que te lo habrían mencionado, somos un grupo grande, formado por personas que efectivamente buscan la caída de Voldemort. Ellos debían de presentarse en una reunión esta mañana, pero fuimos a tu casa y no hay noticias de ellos, de verdad lamento decir esto, pero por el momento se encuentran desaparecidos. Ya eres mayor de edad y no voy a ahorrarte detalles, es peligroso en estos tiempos estar del lado bueno, el Señor Tenebroso sabe de la existencia de la Orden y busca disolverla. Creemos que – hizo una pausa como debatiéndose en qué decir – está buscando información de directo de la fuente.

- Es una sutil manera de decir los secuestraron para sacarles información, Profesor – respondió ella con frialdad – debo encontrarlos – determinó poniéndose de pie nuevamente.

- Es imperativo que estés segura – respondió Dumbledore – no debo retenerte aquí, pero lo considero necesario, sólo serías una herramienta para él. Si te encuentra a ti, tus padres tendrían que revelar los secretos de la Orden...

- ¡¿Qué se supone que haga?! – gritó llorando histéricamente - ¿Que espere?, ¿Me está diciendo que morirán de todas formas?, ¿Es eso?

Isadora se encaminó hacia la puerta con prisa mientras buscaba la varita en el bolsillo interno de la campera de verano que llevaba. Sirius la alcanzó antes de que llegara a la puerta y la rodeó con los brazos impidiendo que se fuera, al mismo tiempo, la puerta se abría, la profesora McGonagall entró por ella con los ojos vidriosos, detrás de ella Lily, Remus, James y Peter llegaron y se quedaron parados mirando a la pareja sin decir nada. Minerva negó con la cabeza a Albus, quien fijó la vista en el suelo y luego en el fénix que colgaba de una percha. Cuando un patronus con forma de comadreja entró en la habitación y dejó el mensaje, ya no quedaron dudas.

- Lo lamento – se limitó a decir Dumbledore – eran dos miembros muy valiosos de la Orden.

- ¡Es mentira!, ¡Tengo que ir a buscarlos!, ¡Sirius, suéltame! – vociferó la pelinegra mientras las lágrimas no cesaban de caer. Sus gritos alertaron a todo el grupo y Lily se acercó con los ojos llorosos, sumándose a contenerla en un abrazo, pues su amiga intentaba librarse de los brazos de Sirius que no la dejaban escaparse. Instintivamente Remus, James y Peter hicieron lo mismo. Sintió un gran nudo en el estómago y la sensación de que algo dentro de ella la abandonaba para siempre, un vacío espantoso que parecía quemarle iba ganando más y más lugar en su cuerpo. Pasados unos largos segundos ella dejó de sacudirse de un lado a otro, aceptando que no la dejarían irse a ningún lado por mucho que intentara deshacerse de ellos. Los gritos se convirtieron de a poco en temblores y débiles quejidos, hasta que sólo Sirius la sostenía, ambos sentados en el suelo, ella con el rostro oculto en el pecho del muchacho y él acariciando su cabello con serenidad. En ese momento Alice, Frank y Alaric, entraron en la habitación. Sin saber mucho que hacer se quedaron junto a los demás.

Isadora se levantó lentamente del suelo y detuvo la mirada en su profesor.

- Quiero entrar – requirió con los ojos hinchados y enrojecidos – Soy mayor, puedo hacerlo.

- No te lo iba a negar – respondió el anciano con docilidad.

- Y quiero que me lleven con ellos, saben dónde están, ¿Verdad?, quiero saber qué sucedió – exigió.

- Hay cosas sobre la Orden que debo explicarte antes – Dumbledore retomó su paseo de una punta a otra del escritorio.

En cuanto el director terminó de explicar las características más generales de la Orden, se hicieron unos segundos de silencio.

- De acuerdo – dijo Sirius – lo haré yo también – Rodeó a su novia con un solo brazo y le dejó un suave beso en la sien.

- Nosotros también – agregó Remus. James Peter y Lily asintieron enérgicamente. Los tres restantes dieron un paso al frente.

- También lo haremos – dijo Alice. En ese momento Isadora juró que lo único que la sostenía de pie era Sirius, pues sus piernas estaban lejos de funcionar.

- No tienen que hacerlo, chicos...

- No cambiaremos de opinión, ni lo intentes – dijo James con una sonrisa amable.

La muchacha resolvió que era inútil pedirles a sus amigos que se arrepintieran, no intentaría persuadirlos, sólo quería ver a sus padres cuánto antes o al menos lo que los mortífagos le habían devuelto. Se le revolvió el estómago de sólo pensarlo, la fuerza de sus piernas la abandonó por unos segundos y tuvo que aferrarse a Sirius para no desplomarse. Pero no podía quedarse allí, no importaba el estado en el que se encontrase. Poco a poco el dolor fue convirtiéndose en resentimiento, por un momento deseó tener a Voldemort y todos sus seguidores frente a ella, deseó poder matarlos a todos a la vez con una sola maldición asesina. Se apresuró hacia la salida del despacho. Dumbledore intentó retrasar su partida.

- El expreso de Hogwarts saldrá en unas horas – le recordó – creo conveniente que lo esperes. – Isadora miró por encima del hombro a su profesor y luego de meditar unos segundos asintió con un hosco cabeceo al mismo tiempo que la profesora McGonagall abandonaba la habitación. – Isadora – dijo Dumbledore logrando que la muchacha deje de darle la espalda – Creo que no deberías quedarte en tu casa estos días.

- No le tengo miedo a los mortífagos, profesor. – replicó con brusquedad, pues no podía evitar molestarse con Dumbledore

- No es lo que he dicho – Albus la miraba con curiosidad – Pero son impredecibles, y no tienes por qué facilitarles el trabajo, en caso de que se les ocurra hacer más daño.

- El profesor Dumbledore tiene razón, Isa – señaló Remus con timidez – puedes quedarte con cualquiera de nosotros.

- Quédate conmigo – solicitó Sirius. – es eso o tendrás que aguantarte que acampe afuera de tu casa hasta que accedas – bromeó intentando, con éxito, que ella al menos le devolviera una sonrisa apagada.


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