El Misterio del Águila

Samira85106

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El profesor Binns de Historia de la magia al fin ha vislumbrado la luz que lo sacaría del mundo terrenal, raz... Еще

Un encuentro perturbador
Conociendo a los colegas
Desconfianza
La primera clase de Historia de la magia
Tratando de descubrir el misterio
Dos descubrimientos, dos casualidades
Dos bestias en el bosque
Un ángel dormido
El murciélago es atrapado
Invadido
Sentimientos lastimados
Una extraña sensación
Un fantasma del pasado
La bestia domada
El paseo de los recuerdos
El paseo de los recuerdos parte dos
El paseo de los recuerdos (Última parte)
Impulso
El indicado
Cordelia se va
El Elegido
Una visita inesperada y reveladora
Escuchando al Elegido
El reencuentro con la piedra Dork
De Vuelta a Hogwarts
El obsequio de cumpleaños
Una decisión importante
La pócima
Snape pierde el control
La confesión
El sueño
¿Peter Pettigrew?
Luna llena
El giratiempo
Despedida
El águila vuelve a marcharse
Soledad
El mensaje
En una tarde lluviosa
El regreso.
Nueva vida

Los sentimientos del águila y el murciélago

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Samira85106



  El día del cumpleaños de la profesora de Historia de la Magia ya se acercaba, todo Hogwarts, a excepción de ella misma y cierto profesor de Pociones, se hallaba sumido en una gran emoción y expectativas. Por orden del profesor Dumbledore, todos los asistentes al baile debían ir acompañados de una pareja y además, asistir con atuendos y máscaras alusivos a la época barroca (esto era lo que llenaba más de emoción a los chicos)

Las únicas dos cosas que entusiasmaban a Cordelia de la fiesta de cumpleaños en su honor, eran el hecho de que Aberforth y Albus estuviesen juntos ese día y también que Remus Lupin hubiese aceptado su propuesta de acompañarla como su pareja oficial.

Cuando el licántropo recibió la propuesta de su amiga, al principio se quedó callado, no quería herir sus sentimientos rechazándola de nuevo, pero tampoco quería alimentar sus esperanzas si es que estas existían todavía, además estaba el hecho de que, siendo honesto consigo mismo, no contaba con uno de esos trajes que requería el evento. Sin embargo, al regresar de la excursión a Hogsmeade, Cordelia lo sorprendió obsequiándole un hermoso atuendo de aquellos años. Lo había mandado a confeccionar el mismo día en que mandó a confeccionar el suyo y el de su ahijado.

Ante la insistencia de la profesora, Remus no encontró cómo negarse, de modo que terminó por aceptar el atuendo y la propuesta de acompañarla, de todos modos, la idea le agradaba y el único detalle que había quedado por fuera, ella también se encargó de resolverlo. Remus no sabía cómo bailar en cuadrilla que era la forma en que se bailaba en aquellos años, y a ciencia cierta, nadie en Hogwarts sabía cómo hacerlo. Por esta razón y también por petición de Dumbledore, Cordelia se ofreció a dar unas cuantas clases de danza barroca en el gran comedor por las tardes, al término de las actividades académicas.

—Esto es una locura, Albus —dijo Cordelia cuando él le hizo la petición—. Ya me comprometiste con esa fiesta, no lo hagas de nuevo para enseñar danza. Hace muchos años que no bailo —añadió luego con un deje de tristeza.

—Querida, ¡Anímate! ¿Acaso olvidas cuando nos enseñaste a Aberforth y a mí cuando éramos niños? Nos divertíamos tanto en esa época.

Cordelia se permitió entonces sonreír a sus anchas, como solo lo hacía frente a su ahijado y Albus.

—Ustedes, par de traviesos. Siempre supieron cómo sacarme una sonrisa, ustedes y ella. Cómo me gustaría que volvieran aquellos años —respondió después de un suspiro lleno de nostalgia.

—También a mí —contestó Dumbledore con los ojos humedecidos mientras observaba a la madrina de su hermano—. Me gustaría tanto volver a verla.

—Al menos tú guardas esa esperanza, en cambio yo...

—Encontrarás esa piedra, Cordelia, la piedra que te hace falta para elaborar la poción.

—Una vez que la encuentre tendré que esperar otros cien años para poder usarla —respondió Cordelia con dejadez—, para volver a ser lo que una vez fuí, aunque eso lo dudo... Solo espero tener esa piedra Dork para poder morir en paz.

—Ya no hablemos de eso, Cordelia, déjame hacerte feliz mientras pueda. Disfruta de la fiesta cuando llegue el momento y mientras, enséñanos cómo se ejecutaban esos grandes bailes en las cortes.

—Solo si me prometes que Abi y tú van a aprovechar la oportunidad para conversar...

—Eso no depende de mí, Cordelia, ya sabes que lo he intentado todo. Es un testarudo, simplemente no me quiere cerca.

—Pues ya veremos ese día —contestó la pelirroja acariciando la mejilla del anciano.

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Snape, quien a esas alturas no contaba con una pareja para el baile, creyó inútil asistir a las «Estúpidas clases de danza» como él las llamaba.

En una ocasión, entró al salón de profesores y al hallar en su interior solo a Charity Burbage que era su única amiga, no desaprovechó la oportunidad que se le ofrecía, ya que quería quitarse de encima a Sybill Trelawney que lo había invitado a la fiesta previamente y él la rechazó diciéndole que ya contaba con una pareja.

—Charity ¡Ehh! Me preguntaba si.... ¿Irás a la estúpida fiesta?

—Sí —respondió la mujer mientras colaba un poco de té—. Me emociona la idea. ¿Tú no irás? Recuerda que Dumbledore dijo...

—Sí, ni modo, tendré que ir aunque no quiera... pero... me preguntaba si.... ¿Tú ya tienes pareja para asistir?

—No —se sinceró la bruja encogiéndose de hombros—, pero si tú tampoco tienes, supongo que podríamos ir juntos.

—Es exactamente lo que iba a proponerte —respondió Snape aliviado—. Todavía no entiendo el por qué de esta payasada.

—Es divertido, Severus, no seas aguafiestas. La excéntrica y misteriosa ahijada del director nos está dando una oportunidad de salir de la rutina y hay que aprovecharla. Ella no parecía animada al principio pero ahora hasta nos enseñará algunas técnicas de baile de cuadrilla. Te confieso que me llevé una sorpresa porque con lo poco que la conozco me he dado cuenta de que no es muy sociable ni alegre pero, quizá se ha visto comprometida. Dumbledore fue el de la idea de celebrar su fiesta.

Snape no respondió, únicamente asintió y se quedó mirando a través de una de las ventanas del salón de profesores.

—¿Cómo es que ella sabe de bailes de cuadrilla antiguos? —inquirió Charity Burbage más para sí misma.

—Esa mujer parece saberlo todo —respondió Snape con inquina.

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En los días sucesivos, tal y como había prometido muy a su pesar, Cordelia enseñó a los estudiantes, así como a algunos miembros del profesorado (A excepción de Snape) a como ejecutar el elegante baile de apertura a la fiesta, ya que por lo demás, la fiesta se llevaría a cabo de forma normal como cualquier otra.

—Los caballeros a la izquierda y las damas a la derecha —indicaba la profesora con aire solemne y expresión seria.

Por su parte, Charity Burbage que en ese momento estaba ensayando sola, por dentro se moría de la risa imaginando a su amigo en esos menesteres y también porque la profesora de Historia de la Magia no se mostraba animada a pesar de que estaba en plena instrucción de baile, claro que no era una danza muy animada sino más bien una mezcla de sonidos emitidos por instrumentos musicales que en la actualidad solo podían ser encontrados en museos, instrumentos de sonido armónico y elegante como el clave, el laúd o la lira.

Burbage sonreía al comparar mentalmente a la profesora Black con Snape.

—Ambos son parcos, serios y frugales para expresar sus sentimientos —se dijo internamente mientras miraba a la pelirroja deslizarse por el gran comedor, sin una sonrisa, tomada de la mano del sonriente Remus Lupin al tiempo que corregía las posturas de los demás—. Tan parecidos el uno al otro en actitudes.

—Es importante que luego de los diez pasos básicos se pongan cada uno frente al otro y se dedique una reverencia... Les mostraré. Las mujeres se inclinan ligeramente mientras toman con sutileza la falda del vestido o dejan los brazos con elegancia hacia los lados. Los caballeros en cambio, deberán hacer una reverencia un poco más acentuada, llevando el brazo izquierdo hacia atrás y el derecho flexionado contra el abdomen, luego se tomarán de las manos, después las soltarán, elevarán el rostro y los brazos de esta forma y volverán a separarse, yendo unos a la izquierda y otros a la derecha. ¡Por ahí, Remus, muy bien!

—¡Esto me encanta! —exclamó el profesor Dumbledore haciendo una reverencia para McGonagall, su compañera de baile.

Hicieron falta apenas unas cuantas sesiones para que todos se pusieran al corriente. Estaban emocionados y expectantes y solo esperaban el gran día para poder lucir sus mejores galas al estilo barroco.

—Esta mañana me llegó el traje, la máscara y la peluca que encargué —comentó Hermione muy emocionada a sus amigos Harry y Ron.

—Mi traje parece de mujer —se quejó Ron—. Tiene demasiado encaje y volados. Creo que mamá se equivocó al confeccionarlo.

—Desde luego que no —respondió Hermione riendo—. Así eran esos trajes.

—Que bueno que los años ya pasaron —comentó Ron entre espasmos de risa.

—¿Y tú, Harry? ¿No te emociona la fiesta? —preguntó Hermione.

—No me digas que aún piensas en lo que escuchamos en Hogsmeade —añadió Ron muy preocupado—. No vayas a cometer ninguna locura.

—¿Cómo qué? —preguntó Harry.

—Como vengarte de Black —respondió el pelirrojo.

—No seas tonto, Ron, Harry no haría algo como eso, ¿verdad que no, Harry? Esperarás a que los dementores lo atrapen y lo lleven de regreso a Askaban que es a donde pertenece.

—Askaban no es suficiente castigo para él, Hermione —contestó Harry con molestia—. Los dementores no le afectan.

Ron y Hermione intercambiaron miradas cargadas de pánico.

—Vamos a disfrutar de estos días en paz, ¿sí? Disfrutemos de la fiesta, Harry —propuso Hermione—. Ya después veremos qué pasa y si Black termina encarcelado o besado por algún dementor.

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Como no eran días de conversión y Cordelia se encontraba en un estado normal, pudiendo incluso dormir sin problemas por las noches, entonces ella aprovechaba las tardes libres, después que ya no fueron necesarias las lecciones de danza barroca, para tocar el violín, sin sospechar siquiera que en el despacho de al lado, Snape escuchaba atentamente su ejecución, completamente fascinado. No lo admitiría jamás, ni siquiera ante sí mismo, pero la verdad era que le gustaba escuchar tocar a la profesora, aunque la música que ejecutaba era más bien lóbrega y melancólica.

A veces, el profesor se sorprendía a sí mismo, muy atento frente a su escritorio, con las manos cruzadas y los pergaminos y botes de tinta abandonados a un lado. Entonces sacudía la cabeza con aire de reproche y volvía a su labor de corregir ensayos o examinar pociones elaboradas por sus alumnos.

Otra cosa que tampoco podía sacar de su mente y que le causaba gran inquietud, así como molestia era la escena de la profesora Black junto a Lupin en Las Tres Escobas ¿Acaso tenían alguna relación? Los veía conversar por doquier. Supo por su amiga Charity que el licántropo la acompañaría a su propia fiesta como su pareja y además... si en alguna que otra ocasión veía sonreír a Cordelia era porque estaba al lado del licántropo o en compañía de Dumbledore.

Se moría de rabia consigo mismo por tener aquellas inquietudes y hasta le asustaba siquiera pensar que todo aquello no fuesen más que celos. De verdad odiaba ver a Cordelia junto a Lupin, le molestaba sobre manera la expresión en los ojos de ella cuando lo miraba. No hacía falta ahondar en su mente para descubrir que el licántropo le agradaba más allá de una simple amistad.

—¡Maldita sea! ¿Y eso a mí qué me importa? —se preguntó a sí mismo dando un golpe certero con el puño sobre la superficie de su escritorio—. Son un par de monstruos, tal para cual. Me tienen sin cuidado.

Sin embargo, aquello no era verdad, había todavía mucho misterio en torno a la mujer pelirroja que capturaba toda su atención. Si bien había descubierto ya que era una vampiresa, madrina del hermano de Dumbledore, aún quedaba por desvelar el misterio de ese tal Ivánovich y el por qué era tan parecido a él físicamente. Ya sospechaba que fuese su antepasado por parte de la familia de su padre, pues, aunque Ivánovich era un vampiro fue también un muggle y además recordaba que en cierta ocasión, Eileen, su madre, le comentó que los Snape tenían cierta ascendencia búlgara. Entonces todo encajaba y tenía sentido, lo que lo llevó a tomar la decisión de dirigirse al ayuntamiento muggle de Edimburgo para averiguar lo que pudiera acerca de ese hombre. Lo haría para vacaciones de navidad, cuando se encontrase más desocupado. Por el momento trataría de concentrarse en su trabajo. Lo único que le debía interesar de Cordelia era descubrir quién había sido su difunto marido, aunque por dentro se moría de ganas por saber si realmente había sido ella quien le había dado muerte y también por qué si lo odiaba tanto, había terminado casándose con él. Snape era demasiado orgulloso como para preguntárselo a Dumbledore y además, lo menos que deseaba era poner en evidencia su... curiosidad.

Cordelia, por su parte, después de tocar el violín, lo colocó sobre su pedestal. Pese a no tener ventanas en su habitación ya que se encontraba en las mazmorras, la mujer sabía que afuera estaba haciendo un día estupendo según su criterio. El cielo estaba nublado, completamente gris y con amenaza de lluvia pese a que todavía no había caído ni una gota.

 En días como aquellos a Cordelia se le antojaba volar, la invadía una enorme necesidad de libertad, de sentir el viento en la cara, lo que no podría obtener allí encerrada entre tantos muros de piedra. Por lo tanto, salió de su habitación y del castillo aprovechando que los alumnos se encontraban dentro de sus salas comunes o en las bibliotecas haciendo sus deberes.

Al llegar al jardín, Cordelia advirtió que Remus se encontraba allí, admirando la belleza de las flores. La mujer sonrió al contemplarlo. Cada vez que lo hacía inmediatamente le llegaba a la memoria el recuerdo de su amado Phillip con su candidez y su dulce sonrisa, con sus palabras amables y su eterna bondad. Simplemente no podía dejar de compararlos, ambos eran tan parecidos, no físicamente pero sí en personalidades.

Tanto ella como Remus habían decidido, aunque sin decirse nada, dejar el incidente del beso robado atrás, hecho que todavía le hacía subir los colores al rostro a la hermosa vampiresa, si bien no se arrepentía en lo absoluto de haberse dejado llevar por ese maravilloso impulso.

—¿Cómo estás, Remus? —Inquirió la mujer con una ligera sonrisa, ignorando que justo en las puertas del colegio se encontraba cierto profesor de Pociones contemplando la escena y que lejos de hacerle caso a su propia razón y sentido común, obedecía al impulso descabellado que demandaba respuestas acerca de su posible relación con el licántropo.

—Bien, ya sabes que en los días sucesivos al plenilunio nos sentimos libres, casi humanos —respondió con una amplia sonrisa.

—Claro que lo somos, me gusta pensar que en estos momentos lo somos —respondió Cordelia.

Snape, imprudente decidió acercarse lo suficiente como para escuchar la conversación de ambos sin ser detectado, por lo tanto decidió ampararse detrás de unos arbustos con flores donde había una banqueta. Tomó asiento allí y sacó de su bolsillo un ejemplar de Mil hierbas mágicas. Si acaso era descubierto, diría que solo se encontraba leyendo y que ni siquiera había advertido la presencia de ambos conversadores.

—Hace un bello día, ¿no lo crees? —preguntó la bruja.

Remus esbozó un gesto de confusión.

—¿De verdad lo crees tú? 

—Siempre he amado los días nublados —simplificó la mujer, y desde su escondite Snape estuvo de acuerdo con el gusto de ella por el clima—. De hecho, salí del castillo porque me apetecía volar un poco.

—¿Montas en escobas? —preguntó Remus sorprendido—. Jamás imaginé que alguien como tú....

—No, no me refiero a usar una escoba —lo interrumpió Cordelia negando con la cabeza—, sino a mi forma animaga, ya sabes.

—¡Vaya! Tienes razón... A propósito, jamás te he visto así... ¿Me concederías el placer de verte volar libremente?

Al escuchar esto, Snape no pudo evitar arrugar con el puño derecho una de las hojas de su libro. Sin embargo, Cordelia tomó la petición de Remus con alegría, él parecía interesarse en ella. Aunque desde luego, no lo demostró, intentó serenarse suspirando para no poner en evidencia la alegría que sentía.

—Como quieras —respondió.

Cordelia se apartó de Remus, elevó los brazos en cruz y casi al instante su cuerpo se fue encogiendo y cubriéndose de plumas hasta convertirse por completo en un hermosa águila de pico dorado.

El animal se elevó por los aires mientras Remus y Snape, cada uno desde su lugar, lo contemplaron con embeleso. Era tal la sensación de libertad y regocijo que Cordelia tenía en su corazón, que no advirtió en ningún momento la mirada de Snape desde abajo. Ella continuó volando para Remus, describiendo círculos en el aire, elevándose muy alto para luego caer en picada mientras la brisa rizaba sus plumas. Era una sensación sublime que le agradaba en demasía y lamentaba profundamente que en sus días de conversión no pudiera gozar de semejante transformación para poder así liberarse de los embates del vampirismo. Prefería una y mil veces ser un animal que no podía hablar, a un monstruo aterrador y devorador de sangre.

Lentamente fue descendiendo hasta posar sus patas con delicadeza y elegancia en el suelo mientras crecía e iba tomando cada vez una apariencia más humana.

Remus aplaudió con ímpetu sin dejar de sonreír.

—¡Maravilloso! —exclamó con sinceridad—. Me recordaste a mis amigos.

—Los merodeadores, ¿no es así?

Remus asintió.

—A Phillip le encantaban las águilas —confesó Cordelia con voz y semblante triste—. Quizá por eso y también por sus habilidades, el sombrero seleccionador decidió enviarlo a Ravenclaw.

—Igual que a ti —respondió Remus—. ¿Lo sigues amando? —quiso saber después.

Al escuchar esto, Snape quedó rígido como una piedra sentado en aquella banqueta. ¿Quién rayos era ese Phillip? Y ¿Por qué Lupin le preguntaba si lo seguía amando? De pronto, el profesor de Pociones comenzó a hacerse una novela en su mente. Imaginó que tal vez ese tal Phillip del que hablaban hubiese sido algún amante de la mujer y que por su causa había decidido matar a su esposo para liberarse de él, pero siendo este un vampiro, muy bien pudo liquidar al joven. ¿Quién demonios era él? Esa mujer era una caja de misterios.

Cordelia permaneció callada tras la pregunta de su amigo, no sabía cómo contestar pues, estaba segura de sus sentimientos hacia Remus, pero por más que lo intentaba, aún no lograba dejar de pensar en Phillip, de hecho podía decirse que lo seguía amando, ahora en la figura del licántropo, aunque ella parecía no advertir ese hecho.

—Hay quienes afirman que el amor jamás muere, el amor es una energía que puede llegar a transformarse pero jamás morir —simplificó al fin la pelirroja.

—Es una buena respuesta —reconoció Lupin, aunque tragó saliva con dificultad. Su amiga parecía querer decirle algo entre líneas y él captó el mensaje enseguida.

—Aún lo extraño pero... creo que no pienso tanto en él cuando estoy a tu lado —añadió luego, rindiéndose ante otro repentino impulso de estrecharlo entre sus brazos.

Remus cerró los ojos al instante, resignado a recibir el abrazo. Pese a que no quería lastimarla con falsas esperanzas, no tuvo valor para rechazarla de nuevo, de modo que lentamente la fue estrechando también.

Snape no pudo evitar fisgonear por entre los espacios libres de las hojas del arbusto y tampoco pudo evitar que aquella fiera que parecía morar en su interior desde hacía algún tiempo, se enfureciera todavía más.

—Cordelia, yo no...

—¡Por favor, Remus! No lo digas, no digas nada, solo permíteme permanecer así, es lo único que te pido.

De pronto, Cordelia se separó un poco más de él y sin importarle que estuvieran en los jardines y que algún miembro del profesorado, fantasma o alumno pudiera observarlos, acercó su rostro al de Remus, impulsada por sus sentimientos. No podía evitarlo, ansiaba volver a sentir sus labios. Por un momento, Remus estuvo a punto de dejarla actuar, alentado por su belleza mientras Snape, por su parte, casi cede también al impulso de intervenir, arrojando un maleficio contra el licántropo o dándose el placer de largarle un puñetazo. Sin embargo, Remus reaccionó al fin, armándose de valor para apartarla de sí antes de que ella lo besara de nuevo.

En parte, Snape no pudo evitar sentir cierto matiz de alivio al contemplar el rostro de Remus Lupin ya que no parecía querer corresponder a ese beso y lo que escuchó a continuación confirmó sus sospechas...

—¡Cordelia! —exclamó, tomándola luego por los brazos para separarla de sí y poder mirarla a los ojos—. Debes aceptar que para ti soy solo un reflejo de lo que alguna vez fue tu prometido.

Así que ese tal Phillip había sido en realidad el prometido de la profesora Black —pensó Snape.

—Desde luego que no —respondió Cordelia molesta—. No sabes nada de él.

—Sé lo que me has contado, sé que realmente no sientes nada por mí sino por su recuerdo.

—Tú no puedes afirmar lo que siento con tanta seguridad, Remus.

—Tal vez el que tú y yo seamos dos seres que compartamos casi las mismas tribulaciones nos ha permitido comprendernos el uno al otro mejor de lo que cualquiera nos ha entendido jamás, pero quizá eso te ha llevado a confundir tus sentimientos hacia mí. Lo lamento tanto, Cordelia pero no te amo.

—¡Cállate! —espetó con vehemencia la mujer mientras, sin querer, emulaba el recuerdo de Phillip contrayendo nupcias con aquella doncella española. Ese había sido un adiós definitivo, un certero «¡Ya no te amo!» sin emitir palabras, una horrenda punzada de dolor en su alma y una daga que llevaría por siempre en su pecho como la que ella misma hundió sobre el de su marido, movida por la rabia, la frustración y el miedo.

—Debes aceptarlo de una vez, Cordelia, para poder vivir en paz.

—Yo ya no tengo ni podré tener paz jamás —respondió la pelirroja, girándose para darle la espalda.

—Desde luego que puedes, si encuentras esa piedra para elaborar la poción... Debes hacerlo.

—Debo esperar cien años después que la encuentre, tú ya no estarás aquí.

—Tienes que buscarla —la animó Remus con voz determinante mientras la giraba de nuevo para que quedara frente a él—. Que yo no sea una causa para detenerte, al contrario, deseo que la busques, que la busquemos juntos si así lo deseas pero no puedes dejarte vencer, ¿de acuerdo?

Ella asintió tratando de reprimir las lágrimas.

—Siempre seré tu amigo y te apoyaré hasta que me alcance la vida.

Aquellas palabras hicieron mella en la pelirroja que al instante hundió el rostro en el pecho de su amigo para sollozar en silencio mientras él la estrechaba con delicadeza. Tal vez era verdad lo que él afirmaba, quizá seguía amando a Phillip a través de su persona pero ahora que lo había conocido no deseaba perderlo también a él. Más que nunca quería detener el tiempo para que a él le alcanzara la vida mientras ella encontraba la famosa piedra con la que elaboraría la poción que la volvería un ser completamente humano y mortal.

—Iremos a tu fiesta y te divertirás como nunca, mira que ya me enseñaste a bailar como lo hacían en esos años, ¿eh? —dijo minutos después mientras le tomaba el rostro entre las manos, logrando así arrancarle una de sus atípicas sonrisas.

Snape se enderezó sobre el asiento, asimilando lo que acaba de ver y oír. La vampiresa se había enamorado del licántropo y este no le correspondía ¡Vaya combinación! Pensó y sin más nada qué hacer allí, se marchó con sigilo al interior del castillo. Sus dotes de espía le habían servido de mucho aunque no dejaba de recriminarse a sí mismo internamente, una y otra vez, el hecho de interesarse por un ser por el cual no debía sentir más que odio, pues todavía no olvidaba y tal vez no olvidaría jamás, el incidente del despacho. Ella se atrevió a vulnerarlo, a invadir sus pensamientos y hasta amenazarlo con atacarlo, valiéndose de los poderes que le confería el vampirismo, aprovechando que en ese momento era mucho más fuerte que él.

Pero había una fuerza superior a todas esas inquietudes y frustraciones, una fuerza que lo empujaba inexorablemente hacia ella y a la cual él se resistía con poca voluntad. Día a día pensaba en ella, en sus ojos azules, en su andar refinado, en sus modales aterciopelados, en su voz seductora, en la melodía de su violín y en su vibrante cabello rojo que en un principio tanto le recordaba a Lily.

Ahora solo pensaba en ella, en la profesora Black y en sus misterios que se negaban a ser develados. Sus ojos azules, tan hermosos, eran como un par de candados infranqueables que guardaban los secretos de su memoria. Snape no quería invadirla ya por curiosidad o por venganza, sino porque deseaba conocerla más a fondo y comprender así el por qué de su reticencia y hostilidad para con él, por qué de vez en cuando parecía incluso temerle aunque tratara de disimularlo. Quería comprender si de verdad guardaba parentesco con ese tal Ivánovich y este de verdad fue el causante de la maldición que aquejaba a Cordelia tal y como parecía ser.

Pero por ahora, y sin atreverse a aceptarlo ante sí mismo, solo soñaba con que llegara el día de su cumpleaños para así poder verla ataviada como en sus mejores años, así como la vio representada en esas pinturas que ella tenía colgadas en la pared de su despacho.

Nota de autora: Hola mis queridos lectores y lectoras, les ruego me disculpen por el tiempo que he pasado sin actualizar, es que me encuentro escribiendo tres historias y traduciendo otra, entonces como comprenderán debo repartir mi tiempo, sin embargo quiero agradecerles por su paciencia y también por sus comentarios, es un placer para mí poder leerlos. Su apoyo para con esta historia es un gesto invaluable y mi única recompensa como escritora aficionada.

P.D: El próximo episodio les encantará ya que será el correspondiente a la famosa fiesta de nuestra querida protagonista.

Hasta entonces.

Hermaire

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