Prozac y avellanas -Frerard-

By waydorable

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Gerard probablemente era el único chico feliz de haber sufrido una casi sobredosis. Y Frank era también, prob... More

Capítulo I
Capítulo II
Capitulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capitulo VII
Capítulo VIII
Capitulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capitulo XVIII
Capitulo XIX
Capítulo XX
Capitulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXXI
NO ES UN CAP AA
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Final
Epílogo (i guess)
Q&A (ahre)

Capítulo XXX

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By waydorable

Gerard no quería salir de su maldita casa, así que la increíble idea de Mikey le parecía complemente fuera de lugar. Preferiría tragar vidrios antes de ir a una ridícula fiesta llena de drogas y jóvenes igual de ridículos. A pesar de no ser demasiado mayor... sentía una absurda aversión hacia los adolescentes. Casi le daban miedo. Al hombre de 22 años le aterrorizaban los adolescente así que intentaba evitarlos a toda costa, de esa forma no podían burlarse de él o llamarlo 'maricón'. No le importaría de todos modos, porque estaba acostumbrado al ser el típico raro que usa demasiado negro y nunca tiene ganas de hablar.

En cambio, le encantaba pintar. Dibujaba mucho recientemente, desde bosques llenos de árboles rojos que servían de hogar para sus ficticios vampiros, hasta superhéroes que vivían super-aventuras. Así mataba su tiempo.

Le gustaba eso de la vida lenta: despertaba, tomaba un montón de café y fumaba un montón de cigarrillos. Trazaba sus obras. Volvía a tomar café. Y a dormir de nuevo.

Ahora que pensaba sobre su lista de actividades, todo sonaba mucho más depresivo de lo que recordaba. Uh.

Además, el estúpido chico del hospital solía arruinar su arte. Lo destruía. Porque digamos que, hipotéticamente, Gerard empezaba algo nuevo o tenía una idea nueva. Al momento de plasmarla en el lienzo, esta, irremediablemente, terminaría siendo un retrato del tal Frank. Ridículamente bonito.

Le molestaba en exceso no poder dibujar una maldita línea sin recordar la delicada curva de los labios del joven, sus bonitas cejas oscuras (¿era posible sentirse atraído hacia las cejas? Porque él ciertamente lo estaba) y más que nada, la forma en que lo había observado cuando estaba acostado en esa camilla. Tiñó su realidad de color avellana.

A la mierda.

—¡Lo estoy haciendo de nuevo, Mikey! —Gritó, tirando sus pinceles al suelo. Estaba harto de sí mismo.

—¿Qué cosa, loquito? —Preguntó este, recostándose en el marco de la puerta, sin tener un ápice de humor en el rostro. Hacía un intento por parecer feliz, pero le salía terrible.

El rubio era un desastre estos últimos días y Gerard era muy cobarde para preguntar qué le pasaba. Tenía demasiadas cosas ocupando su propia mente y añadir más leña al fuego no lo ayudaría en nada. Se consideraba asquerosamente egoísta, pero no hacía nada para remediarlo. Típico.

—Estoy dibujando a Frankie —Murmuró, abriendo sus ojos de sobremanera y curveando sus labios en un involuntario puchero. Quería llorar y realmente no sabía la razón.

—¿Dijiste Frankie? —Por su parte, Mikey sonaba increíblemente afectado. Su voz tenía un matiz candente, parecido a lo que ocurriría si las palabras estuvieran atoradas en su garganta.

—Sí —Confirmó— ¡no sé por qué sigo llamándolo así! Suena estúpido, pero... siento que no sé nada y me está volviendo loco. Dime adiós porque en poco tiempo voy a pintar desde el manicomio.

Para su sorpresa, en lugar de reír, su hermano se quedó quieto, limitándose a observarlo como si fuera alguna clase de bicho raro. Pero claro, esa mirada tampoco era nueva para él.

Era increíblemente bueno mintiendo, pero Gerard conocía todos los trucos detrás de esa actitud devastada. Interpretaba sus reacciones con más rapidez que un Bugatti Veyron. Creía. Bueno, su afición por los autos había nacido hace poco tiempo, así que no estaba muy seguro de qué tan rápido era eso exactamente. Seguro que mucho.

—Me estás ocultando algo, Mikes —Siguió diciendo, quitándose los pensamientos estúpidos de la mente— y te recomiendo que me digas que es.

—No oculto nada —Musitó este. Sus ojos se posaron sobre los del otro. Ambos irises se parecían bastante; a veces verdes y otras veces color miel.

—¿Seguuuuro?

—Estás siendo muy dramático —Contraatacó, intentando salir de la habitación. Gerard lo agarró fuertemente del brazo, deteniéndolo.

—No entiendo cuál es la necesidad de esconderme tantas cosas, —Encaró— no tengo 9 años.

—Con esa actitud, pareces de 7.

—Mira, —¿Podía ser su hermano más insoportable? ¿O ya había cruzado todos los límites y alcanzado un nuevo nivel de ser fastidioso? — voy a ir a tu estúpida fiesta de niñitos si me dices lo que pasa.

—¿Seguro? —Arremedó. La última vez, sacar al chico de la casa y prácticamente obligarlo a encarar la vida funcionó a la perfección para ayudarlo pero, ¿ahora? No le pensaba decir que Frank había sido su novio, no y mil veces no. Quién sabe lo que haría esta absurda versión heterosexual de Gerard si se enteraba de que había "traicionado a su masculinidad" de esa forma.

Para Michael Way era todo bastante simple; había crecido siendo testigo de los malos tratos que sufría su hermano debido a su sexualidad y a básicamente su forma de existir. Los recuerdos lo hacían sentir enfermo. Rememoró vagamente ver a los demás niños volviendo a sus casas con sonrisas en los rostros y alguna que otra raspadura por caerse jugando. Ese no era el caso de Gerard. Sus remeras rosas siempre terminaban llenas de espeso barro y sus dibujos de princesas destrozados, como si alguien se hubiera empeñado en romper las cosas que significaban algo para él. Y eso solo estaba en primer grado, cuando sus padres aún protegían a su frágil hijo, que recién conocía la palmaria crueldad que habitaba en las personas.

Sobra decir que las cosas se pusieron mucho peores.

Para su infortunio, en noveno grado, Gerard se enamoró terrible y perdidamente de un chico. Era algo como Marcel, Manny... ¿se llamaba Maxxie? Sí, Mikey estaba bastante seguro de que era Maxxie.

Como sea, a este chico gustaba de jugar rugby, vestirse de caballero en Halloween y hacer bromas pesadas que solían acabar en una detención. Pero lo que le llamó la atención sobre él fue el buen trato que tenía con las personas. Era simplemente amable.

Nunca se burlaba de las chicas, no las llamaba "putas" por usar vestidos cortos, ni besaba a Susy mientras salía con Martha, como hacía Bob. Ahora que lo pensaba, no besaba a nadie.

Tampoco molestaba a Gerard, ¿por qué? Todo el mundo lo hacía, vamos, seguro que disfrutaría de empujarlo y zarandearlo. Quizás golpearlo, pero si sucedía, Way preferiría que no fuera en la cara porque ya le había sangrado la nariz la semana pasada y no era una sensación que le gustaría volver a experimentar.

Gerard estaba prendado y era evidente; toda persona con ojos sabía que era un maldito maricón. Fue entonces cuando sus padres empezaron a sentir la absurda necesidad de agredirlo psicológicamente, intentando cambiar cualquier parte de él que no lograra encajar en el molde que le imponía su prejuicioso vecindario.

El menor quería ayudarlo pero no tenía idea de cómo, así que se limitaba a abrazarlo cuando Donald (no llamaría papá, no, el hombre no merecía tal título) dejaba de repetirle que "se volviera un hombre de una vez".

Cierto día, Maxxie apareció frente a la puerta de su casa y Mikey (había sido un error, una estúpida e infantil equivocación) lo dejó entrar. Claro, se extrañó mucho cuando este comenzó a besar a su hermano.

También se extrañó mucho la mañana siguiente, cuando encontró a ambos estudiando, sentados en la sala de la casa. Reían aunque la matemática no tenía nada de gracioso y usaban el mismo libro a pesar de que cada uno tenía el propio.

Maxxie se empeñaba en mostrarle a Gerard a jugar rugby, tanto que este comenzó a asistir a sus partidos a pesar de odiar todo tipo de deporte.

El pequeño Michael decidió que eran mejores amigos. Es decir, sí, los había visto besarse varias veces, pero eso no impedía que fueran bff's, ¿verdad?

Pero al parecer, las personas del colegio no pensaban lo mismo. Por alguna razón, cada día Maxxie terminaba más y más lastimado. Tenía moretones, sus labios sangraban... otros jugadores lo pateaban cuando tropezaba, en lugar de ayudarlo, como solían hacer.

Gerard salía llorando de los partidos. En cambio, su amigo siempre sonreía y le daba besos en la mejilla, a pesar su magullado aspecto. Era una persona muy feliz.

Un día le rompieron las costillas a mitad de un partido. Su hermano dejó de hablarle poco después, haciendo caso omiso a las cartas que este dejaba en el correo de su casa o a las veces que lanzaba piedras a su ventana.

Mikey no lo entendió en ese momento, pero desde esa vez dejaron de maltratarlo.

Por su parte, Gee dejó de ser el mismo de antes: ya no reía con igual de facilidad, ya no estudiaba, no salía a ninguna parte... no besaba chicos, no se pintaba las uñas. Su actitud era muy similar a la que tenía ahora, una falsa ilusión de felicidad. Era un alegre vacío.

—Seguro —Contestó el pelirrojo, sacándolo de su estupor— voy contigo y me lo cuentas todo, ¿si?

—Perfecto.

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