Después de que te dejé me reprochaste muchas cosas, estabas molesto, eufórico y confundido.
Yo no quería lastimarte así que traté de explicarme, aunque fuese mediante una llamada telefónica.
Me escuchaste, yo hablé un largo rato y finalmente dijiste que tu me creías incluso cuando sabías que yo estaba mintiendo.
Supongo que de eso se trata, de confiar ciegamente en la persona amada aunque todos te digan y todo te indique lo contrario.
Santiago... lo siento.
Siento haberte mentido en tantas ocasiones, de algún modo eso se volvió un hábito en mi vida.
Tuve muy poco respeto y probablemente también muy poco cuidado.
Sabía que podía engañarte porque nunca te ibas a dar cuenta, yo era tan hábil para mentir que iba a conseguir de un modo u otro convencerte.
Era tan fácil engañarte y tan satisfactorio saber que tenía ese poder.
Pero ahora la culpa no me deja seguir mintiendome a mi misma.
Ya no puedo seguir así.
Ya no puedo seguir negándolo.
Sé que ya no creías que yo era una santa, sé que no tengo perdón.
Decías que incluso mi sonrisa era falsa.
Pero seguías a mi lado, aún no entiendo por qué.
Santiago, este es el onceavo motivo por el que no merezco tu amor.
El amor todo lo cree y yo dejé de merecer tu confianza, perdí toda credibilidad frente a ti.
Perdí lo más importante en una relación.
Nuestra confianza, algo que nunca recuperaré.