Sam

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Las blancas sábanas envolvían cada centímetro de mi frágil cuerpo, estaba más delgada y débil con cada día que transcurría, apenas y podía mantenerme en pie.

Roberth se esforzaba e intentaba que yo mejore pero no lo lograba, principalmente porque yo no quería mejorar, no quería ser capaz de sonreír sabiendo que la muerte de mi persona favorita había sido toda mi culpa.
Suspiré y miré el reloj digital que se encontraba en una cómoda cerca a mi cama, extendí mi brazo y encendí la lámpara.

Cubri mis ojos con mis manos, la luz me cegaba.
Eran las tres de la madrugada.
Debería estar dormida.

Tomé mi libreta que escondía bajo la almohada y un esfero también y comencé a escribir... Las palabras fluían con mucha facilidad de mis dedos, la tinta recorría su camino y terminaba siempre dejando una estela de confusión.
Escuché unos pasos, sentí que alguien se acercaba, tomaba la manija de la puerta y la abría lentamente.
Aventé la libreta y el esfero debajo de la almohada y me tapé con la cobija.
Era una noche fría, pero mi cuerpo ya no era capaz de sentir más nada.
Tuve que obligar a mis ojos a cerrarse y a la vez predisponer a mi cuerpo a no dormirse, no podía permitir que el sueño me venza, tenía mucho miedo de dormir, temía no volver a despertar.

Él se acercó a mi cama, levantó la cobija y cuando lo hizo al sentir el frío aire recorrer el dormitorio yo grité, tan fuerte como pude, lo golpee en la cara y salí corriendo del dormitorio.

—Sam, ¡espera! No quiero hacerte daño—gritó Roberth mientras salía corriendo en mi búsqueda.
«nunca me va a encontrar» pensé y abrí la puerta trasera de la casa.
Corrí mucho, hasta que en mis pies el dolor palpitaba tanto que era imposible seguir corriendo, menos descalza, como estaba.
Me senté en el borde de la calle, mirando el cielo y tratando de advinar donde estaba... No lo sabía.
Era de madrugada y no había nadie en las calles, menos en una zona residencial como esta.
Seguí caminando y unos minutos después el cansancio me venció, no puedo recordar cuando fue la última vez que dormí bien.
Me recosté junto a unos arbustos y abracé mis rodillas, esta iba a ser una noche larga.

El frío que hace unos minutos había repudiado, se sentía dueño de mi cuerpo, provocaba que mis dientes tiritaran y que mis manos se helaran, desee entonces no haber salido de casa.
Roberth podía encontrar mi cuaderno debajo de la almohada y entonces todo habría servido para nada.

«sé que regresarás Santi, siempre lo haces, sé que lo harás»

«sé que regresarás, entonces todo habrá valido la pena»

Motivos para no merecer tu amorWhere stories live. Discover now