La Vigilia del Dragón

By Cuervo_MzHyde

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Los reyes de Whërtia han sido asesinados de forma misteriosa en la sala del trono en la capital del reino, Dr... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19 - Rosa sanguina
Capítulo 20 - El extranjero
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24

Capítulo 21

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By Cuervo_MzHyde

   Debería haberse marchado. Tuvo la oportunidad perfecta frente a ella y la había desaprovechado. Ahora tenía que presentarse ante el Rey Sin Cadenas y continuar una incómoda conversación que no acabó muy bien días atrás.

Trató de calmarse recordándose a sí misma que aquello era por lo que había cruzado el Mar Carmesí y no podía regresar a casa con las manos vacías. Respiró hondo, en un vano intento de desterrar sus nervios, y llamó a la puerta. No obtuvo respuesta alguna, así que tras unos segundos que se le hicieron eternos, la abrió y entró. El olor a medicinas mezclado con el aroma dulce de las hierbas medicinales la acarició como una mano amiga. Ahora que estaba más calmada que la última vez, pudo admirar los grabados que adornaban las columnas de mármol que soportaban un techo liso y blanco como la nieve del que colgaba una lámpara de araña que alguien se había ocupado de apagar hacía poco pues aún podía notar el olor residual de la cera derretida. En el interior, tan sobrio como le pareció la primera vez, no había sanadores, sólo estaba él: el Rey Sin Cadenas. Lo encontró mirando por la ventana del balcón, de modo que Luxia podía ver las cicatrices y quemaduras que como letras en un libro contaban una historia llena de dolor y sangre. Aquella imagen la horrorizó en un primer momento, pero la curiosidad por conocer la historia completa que aquellos estigmas del pasado relataban se sobrepuso, aunque por el momento no se atrevía a preguntar. Bajó la mirada en un acto de docilidad y cerró la puerta tras de sí con lentitud.

—¿Puedo hacer algo por vos, majestad? —preguntó Luxia con suavidad.

—Puedes empezar por llamarme por mi nombre: «Kräke». No termino de sentirme cómodo con mi título.

Luxia asintió lentamente con la cabeza, pero no levantó la mirada.

—Lo... lo intentaré —respondió, nerviosa.

—¿Se sabe algo de Duna? Me extraña no haberla visto aún.

—No lo sé... Kräke. Me mantengo al margen.

Kräke frunció el ceño con preocupación y se rascó la muñeca derecha mientras seguía mirando por la ventana.

—Estoy preocupado por ella, si se ha ido así no puede venir nada bueno.

Luxia, sorprendida ante aquella manifestación de preocupación ante una desconocida, levantó al fin la mirada para encontrarse con ojos fríos del color del hielo glaciar. Tenían algo extraño, quizá enigmático, pero no estaba segura de si eran imaginaciones suyas o realmente había algo en ellos. No tardó en reponerse para responder:

—Entonces espero que aparezca pronto.

—Créeme cuando te digo que quizá ya sea tarde, pero ella estará bien. Lo que me preocupa más es qué puede hacer ella mientras no está aquí.

Luxia asintió mientras cambiaba el peso de pierna sin entender del todo a qué se refería con aquello, ni tampoco qué quería de ella al haberla hecho llamar.

—Ojalá no sea nada —añadió al fin—. Siento no ser de más ayuda, majestad... Kräke —se corrigió. Hizo una pausa y añadió—: siento que fuerais atacado. Os prometo que no tuve anda que ver.

—Luxia, en ningún momento llegué a pensar que tuvieras algo que ver. Desde la primera flecha supe quién se escondía detrás. El enemigo siempre ha estado en casa, nunca más allá del mar.

Ella no comprendía cómo podía estar tan seguro de que era la princesa de Whërtia y no una simple extranjera. Hacerse la tonta ya no tenía caso, no al menos con él. Poder dejar de actuar y volver a ser ella misma resultaba liberador. Podía dejar atrás ese velo inseguro con el que se escudaba desde que embarcó en La fugitiva.

—Bien, Whërtia no tiene intenciones hostiles y es importante que lo sepa.

Kräke sonrió abiertamente ante su cambio de actitud.

—Tampoco Nossantra. Pero siempre hay alguien con el suficiente poder como para propiciar una guerra entre ambos reinos. —Su rostro se tornó serio—. En mi vida he pasado por mucho más de lo que puedas imaginar, y he visto cómo de crueles y ruines podemos llegar a ser los mortales sólo por conseguir unos trozos de metal o una parcela de tierra. Eso siempre será así y no podemos cambiarlo. ¿Piensas que tu hermana está bien aconsejada? ¿Que no hay nadie sospechoso entre su gente de confianza?

Luxia frunció los labios ante sus palabras en un gesto de disgusto, pero trató de disimularlo y se acercó a él, intentando mostrar una seguridad en sí misma que quizá no tenía.

—Oscandra es una mujer inteligente. Sabe en quién puede confiar. Por eso soy yo quien está aquí y no su ejército, ni un consejero, ni un embajador. —Recordó el enfado de su hermana cuando se enteró de que Nossantra enviaría a Nagan y no a su rey, que era lo mínimo que cabría esperar. Intencionadamente o no, había sido una puya que esperaba no torciese su situación.

—No he dicho que no sea inteligente, pero siempre pueden engañarnos, no importa lo sabios o ignorantes que seamos. No pretendía ofenderte.

—Créeme, no soy la hermana Dranile que está ofendida.

—Lo sé, yo no aprobé que Nagan marchase, sino que fue él quien aprovechó mi ausencia para partir sin decírmelo. No fue hasta que regresé a Dögrath que me enteré de la muerte de tus padres, y Nagan ya no estaba allí.

Levantó una ceja, algo sorprendida. En Dracania nadie se atrevería a mover un sólo libro de su sitio sin consultar a Oscandra.

—Creo que de todas formas mi hermana merece unas palabras suyas, Kräke, de monarca a monarca.

Él se había vuelto más serio de lo que ella lo había visto en días.

—Te prometo que las tendrá, pero se está gestando en Noctandria algo que no me gusta nada y que sin duda afectará a ambos reinos, si no lo ha hecho ya, y hasta que no lo solucione, no puedo ir a Whërtia.

Ella se acercó un poco más a él y se sentó en una silla cercana, parecía abatida. El cansancio de los últimos días la golpeó inclemente.

—Si algo sucede en Noctandria los whërtianos deberíamos saberlo. ¿Qué ocurre? —Sin darle tiempo a contestar continuó hablando—: Yo nunca he pensado que el asesinato de mis padres fuera cosa vuestra. Tampoco un crimen movido por la ambición ni el deseo de poder, pero sí creo que puede estar relacionado con aquello que me ocultas y creo que también merezco saberlo. Oscandra es inteligente, pero también es impaciente y no puedo asegurar que vaya a mantener su cabeza fría después de tanto tiempo dolida y sin respuestas.

—Puede ser que las muertes de vuestros padres estén relacionadas con lo que te «oculto» —pronunció aquella palabra con mayor énfasis—, pero también puede que no lo estén. En cualquier caso, retrasé mi viaje en cuanto supe que venías. Así que te ofrezco viajar conmigo en busca de respuestas a un lugar al que nunca nossantro ni ningún whërthiano ha puesto un pie jamás.

Aquello sí que no se lo esperaba. Estaba preparada para excusas, para mentiras, para esquinazos, pero no para una propuesta tan clara y segura; sin embargo, trató de no permitirse ningún titubeo. Debía ser lo que en ese momento Whërtia necesitaba.

—Le acompañaré, pero antes me gustaría escribir a mi hermana.

—Sin problema, si necesitas un lugar privado, díselo a Ymar o a Sota y te llevarán a una habitación para ti sola. Tienes tiempo de sobra, no iremos solos, he de esperar a dos personas más que nos acompañarán y que aún tardarán unos días en llegar —añadió, mientras tomaba una blusa de tela blanca que había sobre la cama y se la puso con lentitud. Comenzó a quitarse los parches y vendas que cubrían las heridas de flecha dejando al descubierto lo imposible: las heridas ya no estaban. Ni tan siquiera había el mínimo rastro de ellas. La imagen no le era extraña pues no era la primera vez que la veía, pero Kräke no tenía los ojos dorados de los völcanios. Pero resultaba innegable que su cuerpo sanaba con la misma velocidad. «No, no es un völcanio. Entonces, ¿qué es?» pensó, tratando de esconder su incertidumbre.

—Gracias. —No supuso que sería tan fácil.

Kräke se dio cuenta de cómo ella intentaba obviar las heridas que ya no estaban.

—Imagino que te preguntarás dónde están las heridas. No hay una respuesta sencilla ni corta que pueda darte, y la historia detrás es demasiado larga como para contártela.

—Creo que tenemos un largo viaje por delante en el que podrás contarme muchas cosas, Kräke —respondió casi como una petición.

—No tan largo gracias a Obby, pero tendrás tiempo de preguntarme muchas cosas. —Se puso en pie—. Creo que va siendo hora de que deje de ser el paciente y vuelva a ser el rey.

Luxia se levantó también y se encaminó hacia la puerta.

—Claro, avíseme cuando vayamos a partir. Iré ahora a escribir a mi hermana, si puede ser.

—Ve tranquila, pero no hables con nadie sobre todo esto, no quiero a los Jinetes preocupados en asuntos que escapan a su mano. Tienen asuntos más importantes de los que ocuparse.

—Muy bien.

Cuando Luxia abandonó la habitación sintió como si la atmósfera que la rodeaba pesara menos que hacía un momento. Su corazón aún latía acelerado, pero poco a poco fue calmándose. Había sido una conversación extraña pero reveladora y al mismo tiempo le había hecho llenarse la cabeza de preguntas. Ahora estaba segura de que no sabía nada sobre quién era realmente Kräke Begravelse, pero iba a tener tiempo para descubrirlo.

***

Peste condujo a Muerte a través de las calles del barrio alto de Dögrath hasta la casa de Coppel. Ambos sabían que algo había ocurrido, pues Muerte había sentido cómo la vida de Irvin Coppel desaparecía, así como la de su mayordomo, Daryl. Parte de su «maldición» era esa: sentir cada vida que se desvanece. Por desgracia para él aquello se manifestaba como un dolor físico sin localizar. Un dolor atroz que le recorría todo el cuerpo. Todos los días se convertían en una sesión de tortura. No había uno sólo en el que no muriese nadie. No importaba si la muerte era natural o provocada, su dolor era el mismo. Con los años había aprendido a soportarlo y a canalizarlo porque a pesar de ser su maldición, también era parte de él y de su don.

La casa de Coppel, aunque más bien era una mansión, reposaba silenciosa. Preguntaron a los vecinos si habían escuchado algo inusual en los últimos días. Lo único que pudieron sacar en claro es que Ahri había estado allí. Sus motivaciones estaban claras: lo había culpado del intento de regicidio. Aunque lo más seguro es que no estuviese equivocada, a él le habría gustado verlo subir encadenado y humillado al estrado de la corte.

Abrieron al fin la puerta de la entrada y el hedor a sangre y muerte les envolvió como un manto nauseabundo. Lo primero que vieron fue el cadáver de Daryl. Su cráneo estaba seccionado en dos mitades y su interior derramado, aunque en gran parte absorbido por la alfombra. Muerte examinó ambas mitades para comprobar que bajo la costra de sangre seca se encontraba las cuencas de unos ojos destrozados por las garras de Ahri. Hasta el momento de su muerte estuvo gritando, casi podía escuchar sus alaridos. En su mente pudo ver la escena, entender que los vecinos se callasen lo que habían oído y visto aquella noche por miedo a ser los siguientes. Se dispuso a ascender hasta la segunda planta cuando Sota le detuvo.

—Aquí ha estado alguien más aparte de ellos tres.

—¿La jauría de Ahri? —respondió Muerte.

—No, alguien ajeno a la escena. —Peste aspiró todo el aire que sus pulmones le permitieron y se detuvo unos instantes antes de soltarlo de nuevo—. Hay un olor familiar mezclado en el ambiente, más reciente que los otros. No estoy seguro de a quién pertenece, pero se difumina más rápido que los demás y no soy capaz de seguir su rastro. Es como si hubiera aparecido sin más, paseado unos minutos y vuelto a desaparecer.

—Oläe Morken —articuló Muerte, sin añadir nada más.

—¿Qué pasa con ella?

Muerte suspiró con hastío. ¿Por qué tenía que tener Peste un poder afín a él? Incluso prefería a Ed con sus pocas palabras y sus malos modos que la estrechez de miras de su compañero. Siempre había que explicarle las cosas dos veces como mínimo para que lo entendiese. Además, su capacidad deductiva era nula y era incapaz de descubrir algo si no lo tenía frente a él. Le apreciaba, al fin y al cabo, eran como hermanos y llevaban toda la vida juntos, pero en ocasiones llegaba incluso a detestarle. Y esta era una de esas.

—Ella tiene esa capacidad. ¡Por el amor de los dioses, Peste, ¿cómo es posible que no te dieses cuenta?! —Normalmente mantenía la calma, pero la tensión de los últimos días y la repentina aparición de aquel... «ser» en la escena del crimen de Ahri fue demasiado hasta para alguien tan estoico como él.

—No puede ser, la conocemos. ¿Qué podría hacer ella aquí? —preguntó Peste con una inocencia que rozaba la ignorancia.

—No es asunto nuestro. Esto sí que debemos hacérselo saber a su majestad —sentenció, más como una orden que como una afirmación.

Peste asintió con la cabeza sin estar demasiado de acuerdo con lo deducido por Muerte. El jinete morado se apartó un mechón de pelo negro, y añadió:

—Subamos a ver qué ha ocurrido con Coppel.

Peste no dijo nada. Ambos ascendieron por la escalera hasta detenerse frente a la puerta cerrada de su despacho. Grabado en la puerta había un símbolo que ambos reconocían. Un símbolo antiguo que designaba un número: «Uno». Eso sólo significaba que Ahri estaba de cacería y que no iba a parar hasta hacerse con todos los trofeos.

Giraron el pomo, pero la puerta no cedió. Muerte cargó contra ella y la derribó con una facilidad pasmosa. Dentro el olor de Ahri era mucho mayor, envolvía cada palmo del lugar. En la alfombra roja que tapizaba el suelo del despacho descansaba lo que quedaba de Irvin Coppel. Su cabeza, reposaba sobre la mesa de roble mirando hacia la Sierra Incierta. O quizá más allá de ella, hacia Ustat, el hogar de la Casa Coppel. ¿Aquello era un mensaje de Ahri? ¿Qué les estaba queriendo decir realmente?

—Volvamos al Bastión. No podemos perder más tiempo.

La calma había regresado a los largos y resonantes pasillos del Bastión de los Susurros. Aquella era la señal inequívoca de que el Rey Sin Cadenas se estaba recuperando de sus heridas. Caminaron en silencio hasta llegar a la puerta cerrada de sus aposentos. Aquella misma mañana, tras pasar quién sabe cuánto tiempo con aquella extranjera que todos decían que era la princesa Luxia Dranile, su majestad decidió regresar a su habitación en lugar de continuar en aquella enfermería improvisada.

Al escuchar voces provenientes del interior, esperaron. Allí dentro había una mujer y su voz les era familiar. Quizá demasiado. Cuando la puerta se abrió supieron por qué. Oläe Morken les sonrió y les guiñó uno de sus ojos rosados antes de desvanecerse en un borrón rojo y blanco. Tan cerca...

—Entrad, ya terminé con ella —les dijo su majestad, mientras les hacía un gesto con la mano.

Entraron y cerraron la puerta tras ellos. Peste permaneció en un segundo plano mientras que Muerte dio un paso al frente.

—Irvin Coppel ha muerto y Ahri está desatada —dijo Muerte sin ninguna clase de introducción.

—Lo sé, es culpa mía. Debí haberme ocupado mejor de ella. Yo más que ninguno quería ver muerto a ese... —se detuvo para finalmente cambiar lo que quiera que fuese a decir— hombre, pero sé que eso no sería justicia, sino venganza.

—No es culpa suya, nadie podía haberlo previsto. —Peste trató de quitarle tensión al ambiente.

—¿Qué ocurre cuando a un animal salvaje lo mantienes encerrado y le privas del alimento? —preguntó el rey y sin esperar respuesta continuó—: Que se vuelve feroz y su hambre crece y sólo busca saciarla. Esto es culpa mía. No debí haberla encerrado dentro de sí misma. —Su rostro de ensombreció.

—Ella lo quiso así, era la única manera.

—No, podía haberla dejado con Ansoniaro y nada de esto habría ocurrido.

—El pasado es pasado y no tiene sentido culparnos por él ahora. —Esta vez, Peste sí que acertó con las palabras.

Hubo unos minutos de completo silencio que Muerte rompió.

—¿Cómo debemos proceder? —preguntó.

—Tú irás a Pico de Arañas, con suerte la Orden de Merceros todavía estará allí. Habla con Obby para que te lleve con su... «dragón». Trata de averiguar algo más sobre todo el asunto y si encuentras a Ahri, no la enfrentes, apela a su parte humana.

» También quiero que envíes a Guerra a Ustat. Son los únicos sitios a los que supongo que podría ir. Si me equivoco, habrá más sangre.

—Así se hará. Con su permiso. —Hizo una reverencia y salió de la sala.

Sota se había quedado solo con él. ¿Qué querría Kräke de él?

—Tú vas a venir conmigo y con Luxia a la Ciudadela Negra.

—¿Crees que es buena idea llevarla hasta allí? Los mortales no deben de pisar esa tierra, es sacrilegio.

—Aunque no se haya manifestado aún por sus venas corre la misma sangre que por la nuestra. El Efn la bendijo tanto a ella como a su hermana. Ambas son efnas como nosotros cinco.

—Espero que sea cierto.

Hasta ese momento no había reparado en que el olor que siempre envolvía a Kräke estaba enrarecido. Algo había cambiado en él. Quizá tuviese que ver con el tiempo que sus heridas tomaron para sanar o a lo ocurrido con Ahri, pero definitivamente algo no estaba bien.

—Tus heridas tardaron mucho en sanar —afirmó tratando de forzar una respuesta.

—Para serte franco estuve muerto. «Ellos» me trajeron de vuelta. —Aquella palabra sonó poderosa en su boca.

—Pensaba que no podías morir, no al menos por el momento... —Entonces quizá por primera vez en su vida una idea, una deducción, saltó de pronto en su mente—: ¡La Orden de Merceros!

—Sí, aquellas flechas estaban envenenadas, pero desconozco con qué, porque si fuese un veneno normal mi cuerpo lo habría purgado. Aquello fue raro desde el principio. Rey se sorprendió al verme tan pronto, aquello no debió haber ocurrido así.

—Por eso envías a Zoth a Pico de Arañas, para averiguar qué ha ocurrido en realidad.

—En parte. Si yo sé que ellos están detrás del ataque, Ahri también puede saberlo e irá tras ellos. —Parte de él deseaba que la Orden no estuviese allí, pero otra parte de él quería saber la verdad a todo riesgo.

—Es un movimiento peligroso.

—¿No lo ves? Vivimos tiempos peligrosos.

***

Alguien golpeó tres veces la puerta de su habitación. Sólo podía ser Ymar. Era tradición en su gente dar tres golpes; dos espantaban a los malos espíritus y el último pretendía llamar la atención del que se encontraba al otro lado. Era una de esas tradiciones que se había mantenido por pura costumbre, pero ya nadie lo hacía por las razones de origen. En Runaria hacía ya cientos de años que nadie hablaba de malos o buenos espíritus, no así en Noctandria donde esa creencia tenía unas raíces muy profundas en la mente colectiva.

—Pasa.

Ymar entró y cerró tras de sí. Sus facciones se relajaron al ver que las heridas ya no estaban en el cuerpo de su enlazado. Kräke se encontraba de espaldas a la ventana que daba al exterior, desde la que se podía contemplar toda Dögrath. Las lunas se reflejaban sangrientas sobre la piel roja del Mar Carmesí como si fuese un espejo que descubriera su identidad oculta.

—¿Te encuentras bien? —preguntó con un tono brusco, menos de lo habitual, pero sin dejar de serlo.

—He estado mejor. Llevo tantos días metido entre los muros del Bastión que ya no sé ni siquiera en qué época del año estamos.

—Salgamos entonces, hace una buena noche. Desde la azotea se puede ver el Brazo de Padre —respondió Ymar tratando de convencerle.

—¿El Brazo de Padre? —Cogió una chaqueta de piel negra que había sobre una silla cercana y se la puso—. Subamos entonces.

Ymar no se equivocaba. La noche era fría pero calma. El cielo no tenía ni una sola nube por lo que podía verse una cúpula salpicada de incontables estrellas y, gobernándolas a todas, el Brazo de Padre del que Ymar hablaba.

—Supongo que lo que vosotros llamáis «el Brazo de Padre» es lo que nosotros llamamos aquí «El Puente» —comentó siguiendo el trayecto de aquello con el dedo, como si realmente pudiese recorrerlo.

—¿Por qué lo llamáis así? —preguntó mientras se sentaba en el suelo de piedra y estiraba las piernas.

Aquella imagen le trajo viejos recuerdos. Recuerdos de una joven con la que solía ver las estrellas. Recuerdos de otra vida. Sonrió con amargura y se sentó junto a ella.

—¿Te encuentras bien? Podemos volver si lo necesitas.

—No, estoy bien. Es sólo que he recordado algo que esperaba haber enterrado. —Cogió la mano de Ymar y comenzó a guiarla a través de El Puente—. Aquí Dwayna condujo a los Primeros a través de su soplo para llevarles a aquel camino entre las estrellas que hoy llamamos El Puente cuando Noctandria comenzó a morir.

—¿Y a dónde los llevó? —preguntó Ymar con la curiosidad que caracterizaba a una cultura ávida de conocimiento.

—Nadie lo sabe. Quizá a otra Noctandria. Nunca más regresaron ni nadie volvió a saber de ellos así que no es nada fácil saberlo.

Kräke miró a Ymar. Hacía años que su corazón era incapaz de amar, pero sí podía reconocer que la apreciaba mucho. Cuando la miraba veía fuego y pasión. Ambos tenían un acuerdo y cada uno estaba cumpliendo su parte acordada. En ocasiones sentía que lo que los unía no era más que un contrato, como un acuerdo comercial. Pero otras veces se le contagiaba su peculiar entusiasmo tratando de unirles.

—¿Por qué se lo llamáis «el Brazo de Padre»?

—Padre nos protege y nos envuelve en su abrazo. Lo que puedes ver no es más que uno de sus muchos brazos —explicó Ymar con seriedad.

—¿De qué nos protege?

—Del Gran Devorador. La némesis de Padre. Una vez fueron uno, pero Madre los separó en dos mitades: una toda bondad y la otra toda maldad. —Ymar siguió el trazado hasta donde se perdía en el horizonte—. Lejos de la mirada de los mortales el Gran Devorador recorre el cielo engullendo todo cuanto encuentra y alimentándose de su poder para recuperar el que perdió cuando Madre lo exilió.

—¿Qué hizo para que vuestra Madre lo exiliara? –preguntó intrigado.

—No es nuestra madre, sino la de todos, creas o no en ella. —Le corrigió, tras lo cual, respondió—: devoró a los dioses menores y a punto estuvo devorar también a los mayores.

—¿Y Madre no vela por nosotros al igual que hace Padre?

Ymar sonrió como cuando un niño pregunta una obviedad que ya debería de saber.

—Madre nos muestra sus tres caras cada noche: la amable, la furiosa y la compasiva. Quiere que sepamos que vela nuestro sueño, pero también que no permitirá que nos torzamos. En cambio, durante el día nos muestra su cara protectora y nos baña con su luz cálida.

—Oh, el sol y las lunas... —dijo Kräke en voz baja.

—Así las llamáis aquí.

Gran parte de la noche la continuaron entre historias, viendo las diferencias y similitudes entre los ancestros de unos y otros. A pesar de la distancia que los separaba y los años de guerras sin sentido, eran más similares de lo que pensaban. Si en vez de alzar las lanzas hubiesen alzado las jarras de cerveza y conversado, todo habría sido muy distinto.

—La semilla, ¿sigue creciendo fuerte? —preguntó Kräke con dulzura.

Ymar tomó su mano y la llevó hasta su vientre.

—Dímelo tú.

Era extraño. Sentía poder dentro de ella, pero no provenía de Ymar, sino de algo más. Estaba encinta y no podía hacer mucho de ello porque aún no se notaba a simple vista.

—¿No te alegra? —preguntó ella.

—Claro.

No estaba seguro de si decía la verdad o estaba mintiendo. ¿Un hijo con una guerra con Whërtia pudiendo ocurrir? Era una locura. «La semilla debe crecer fuerte», solía decirle ella más que ninguna otra cosa. ¿La semilla de qué?

Su cabeza siguió danzando entre esos pensamientos el resto de la noche.

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