Capítulo 6

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   Aquellas duras palabras eran dagas que se hundían poco a poco en su pecho desprotegido. Shaith cerró los ojos sintiéndose incapaz de continuar leyendo una sola vez más. Había repasado la carta cien veces y cada ocasión había sido más dolorosa que la anterior. No podía creer que ella se hubiera marchado, y mucho menos que lo hubiera hecho despidiéndose mediante aquel horrible papel. Apenas habían podido estar juntos desde la muerte de los reyes y ahora ella volvía a dejarle allí, marchando esta vez a un destino mucho más incierto y peligroso que nunca antes. Pensó en cuánto le gustaría haberla acompañado, haber podido estar ahí para protegerla si se presentaba la ocasión. En silencio juró que como ese dichoso Rey Sin Cadenas le pusiera las manos encima haría lo necesario para acabar de la forma más cruel con su vida. Pero... ¿acaso era eso lo que Luxia quería? Su nota parecía poner fin a cualquier relación que entre ellos hubiese, como si ella quisiera dejar atrás cada una de las noches que se amaron y cada uno de los días que se prometieron mantenerse unidos. «Me marcho, pues en Dracania no hago nada Shaith, vivo condenada a estar contigo cuando no puedes ser mío» ¿Era así como ella se sentía? ¿«Condenada»? Shaith resopló y volvió a pasear la vista por el papel buscando que por lo menos hubiera alguna pequeña pista que significase que aquel adiós, pasara lo que pasase, no era para siempre. «Y aunque me duela, cuida bien de Oscandra. Vive. Incluso te pido que me olvides». El joven no se daba cuenta de que su puño derecho se cerraba poco a poco, conteniendo la rabia que sentía. «No hagas ninguna tontería por mí, por favor». Dio un puñetazo a la mesa haciendo que el cuenco y las copas que había sobre ella se tambaleasen. «Yo planeé un futuro, Shaith, pero no era este y nunca lo será, nunca podré tener la vida que quiero, al menos no contigo». Pero él quería dársela, siempre había querido, hacerla feliz era un objetivo que pensó que alcanzaría, pero no era así y ella no iba a permitir que él lo siguiera intentando. «Serás siempre ese sueño que nunca podré alcanzar».

Con su mano izquierda arrugó el papel y lo redujo a una bola. Pensó en quemarlo, pero se arrepintió casi al segundo, era lo único que le había dejado, no podía reducirlo a cenizas, no como ella había hecho con aquella relación que él siempre había considerado un tesoro.

Metió la bola de papel en el fondo de uno de sus arcones y se tumbó sobre la cama fijando la vista en el techo, paseando su mente por mundos que tan sólo él conocía.

El sonido de la puerta le sacó de sus imaginaciones y le llevó de vuelta al dormitorio en el que su prometida acababa de hacer acto de presencia. A pesar de que el dolor por la pérdida de Luxia seguía en su interior, Shaith no podía negar que Oscandra era arrebatadora. Sus pies descalzos jugueteaban divertidos con el suave tacto de la alfombra, sus piernas blancas y desnudas parecían un camino infinito, sus caderas iban seguidas por una estrecha cintura que invitaba a rodearla; después, llegaba su vientre, liso y terso, que conducía hasta esos pechos perfectos que parecían la obra del mejor escultor. Su cuello era largo y pedía a gritos ser mordido; su rostro ovalado estaba decorado por una pícara sonrisa enmarcada por sus rojos y carnosos labios y, si eras lo suficientemente atrevido para seguir subiendo la mirada, te toparías con aquel par de ojos dorados que brillaban con la luz más intensa que el joven había visto nunca, una luz que encendía el alma e incendiaba cada célula.

No pudo evitar sonreír ante la vista de aquella obra de arte que desnuda como una diosa se presentaba ante él, era la criatura más bella que había visto nunca. Se incorporó para poder observarla mejor, aunque lo había hecho mil veces nunca podría cansarse. Oscandra se mostraba cómoda a pesar de su desnudez y sonreía segura dejando una estela de lujuria detrás, cualquiera que la hubiera visto habría pensado que crecían flores a su paso.

Ella siempre lograba dejarle sin palabras, desarmarle y hacerle sentir pequeño. Imponía y era imposible no desearla. La reina era poderosa y no sólo por su título o su don, sino por su capacidad de volver loco a cualquiera que la mirara. Shaith apartó la vista y carraspeó tratando de que su cerebro volviera a funcionar lo suficiente como para emitir más que un simple balbuceo, jamás llegaría a acostumbrarse a su infinita perfección.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora