Capítulo 2

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   El viento hacía que sus cabellos negros azotasen su cara de una forma muy molesta; además, la arena, levantada y arrastrada por el aire, se clavaba granito a granito en su blanca piel. Por suerte, la mitad de su rostro estaba cubierto por un pañuelo de tela violeta que los lugareños habían preparado para ella, protegiendo así la parte inferior de su cara. Luxia no estaba acostumbrada a las excursiones por el extenso Desierto de Ídaro, pero desde que había alcanzado los dieciocho años, hacía ya tres, su agenda había estado repleta de viajes oficiales como aquel. Como princesa de Whërtia no le quedaba más remedio que abandonar la capital cuando se requería la presencia de sangre real en algún otro punto del país. Suspiró, aunque ninguno de sus acompañantes se dio cuenta, y continuó con resignación su paseo por aquella llanura de arena que no parecía tener fin.

Por suerte no tardaron más de una hora en alcanzar Dréveda, un enorme oasis situado en el centro del desierto y convertido en una enorme metrópoli. La ciudad no estaba mal, pero no se podía comparar con el lujo de Dracania. Las calles eran estrechas y muy transitadas. Montones de ídaros de pieles oscuras y curtidas por el fuerte sol caminaban con prisa transportando carretas o tirando de animales extraños que Luxia no había visto en su vida. Observaba todo con bastante fascinación, la asombraban las casas de barro y teja, el extraño idioma que no alcanzaba a entender y la gran variedad de productos exóticos que se ofrecían en los puestos callejeros.

—¿Le apetece una?

Aquella voz masculina consiguió volar todos sus pensamientos e hizo que se girase para toparse con su nuevo interlocutor. Un joven, sin lugar a dudas ídaro, sonreía tras el mostrador de uno de los puestos. Luxia titubeó, mirando la mercancía que él ofrecía. Se trataba de una especie de fruta de color anaranjado, redonda y no muy grande. Tenía buena pinta. Comenzó a andar en dirección a él, animada por la idea de algo que llevarse a la boca, que desde hacía horas sentía seca y arenosa.

—Pues... sí, sí que me gustaría probarlas. ¿Qué son?

—Damilias, Alteza, muy populares aquí en Dréveda. —Él comenzó a palpar las frutas y cuando encontró una de su agrado, la tomó para ofrecérsela.

Luxia la cogió de buena gana y la acercó a su nariz, aspirando su aroma, después la mordió despacio dejando que el dulce jugo acariciase su lengua y se deslizase posteriormente por su garganta. Era delicioso. Cuando terminó de con ella, ofreció su mejor sonrisa al vendedor, que no dudó en devolvérsela.

—¿Le ha gustado?

—Sí, ojalá pudiera hallar damilias en Dracania.

Él pareció encontrar la idea divertida, pues una fuerte risa escapó de sus labios.

—Si me permite hacer un comentario, Alteza, estoy seguro de que cualquier hombre de Whërtia vendría hasta aquí cada mañana con la salida del sol, compraría cientos de damilias y correría raudo hacia el sur para estar en Dracania a la hora de su desayuno.

Luxia sonrió, aunque fue por pura cortesía pues la respuesta del hombre se le antojaba tan cruel como cierta. A diferencia de su hermana Oscandra, Luxia nunca había sido una princesa caprichosa. Disfrutaba ganándose las cosas por su propio mérito, luchando por conseguirlas. Su mente voló entonces hasta su hogar. Llevaba casi dos semanas lejos de casa, de sus padres, de su hermana, de Shaith... Cuando el rostro del muchacho inundó su cabeza, la sacudió buscando volver a la realidad y dejar de lado ese tenebroso pensamiento.

—¿Se encuentra bien? —El joven ídaro parecía preocupado por ella.

Como respuesta Luxia asintió con la cabeza y amplió brevemente su sonrisa. Un fuerte ajetreo hizo que los jóvenes rompieran el contacto visual y comenzasen a prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Unos gritos exigían que se despejase el camino y el sonido de unos cascos retumbó como un tambor. La gente correteaba, tratando de pegarse a las paredes para ponerse a salvo y los animales se quejaban con sus guturales sonidos y pisotones en el suelo.

La Vigilia del DragónWhere stories live. Discover now