Nuestra Verdad

Autorstwa SebMich

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Sebastián Michaelis es un psicólogo exitoso que está a punto de contraer matrimonio. Ciel es un chico que ha... Więcej

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Autorstwa SebMich

"Tú le das fuerza a la oscuridad de este mundo...
Mi corazón parece estar viendo a un largo sueño por siempre..."

.

Seguro se están preguntando, ¿qué sucedió con Sebastián y el disparo que la loca de su novia Geneviere le dio? Bah... ¿Qué acaso no sabes lo que sucede cuando alguien te dispara? Sangras, sufres... a veces mueres.

¿Y alguna vez ustedes se preguntaron quién había escrito esta historia? He sido yo. Ciel Phantomhive... He olvidado cómo hacer muchas cosas en la vida, pero aún no he olvidado una de las pasiones más grandes que tuve cuando era menor.

Pero no voy a saltarme partes. Ustedes querían saber qué sucedió con Sebastián y yo se los diré. Aquí... En medio de estas cuatro malditas paredes y ese ventilador soplando en mi cabello nuevamente, se los diré...

Sebastián está vivo.

Ah... ¡Pero qué dolor es saberlo vivo y tan lejos! Entonces me recuerdo que nunca pude preguntarle cómo se sentía, acariciar su rostro y decirle que todo iba a estar bien, que no le dejaría solo... Aunque al final sí lo hice.

Lleva cuatro años en prisión. Su rubia novia de canelones en las puntas de sus mechones, de lentes oscuros y un traje negro y ajustado, que declaró en su contra el día del juicio. No sé qué dijo exactamente. Yo no estuve ahí. Al único lugar que me dejaron entrar fue a una sala pequeña con un escritorio viejo y dos sillas, una a cada lado. Una sala de interrogatorio.

Ahí me hicieron preguntas extrañas como "¿Sebastián Michaelis te tocaba?" Recuerdo que miré hacia abajo y sonreí. "No... No me tocaba...." Respondí. "Me hacía el amor y me encantaba. Se arrodillaba frente a mí y me lo chupaba. ¿Qué más quiere saber?"

"Que asco." Fue lo único que masculló el hombre. Inmediatamente yo le pregunté "¿Por qué asco? Yo lo amo a él y él me ama a mí. Si me lo preguntara le diría que en este momento solo quiero estar debajo suyo... "

"¡Basta!" Me interrumpió. Yo reí. "¿Por qué? ¿Acaso le excita escucharme decirlo?" Madame Red me había ofrecido sacarme un ojo si mencionaba algo de ella en algún momento. Por tanto, me vi obligado a lucir como un niño rebelde que había escapado de la casa de su tía para irse con un desconocido y vivir en una casa que no era la de ese desconocido. Sin embargo, Madame Red no acusó a Sebastián. Por el contrario, me dijo que ella le extrañaría porque pagaba bien, porque nunca causó revuelo en su bar. No, Angelina Durless no odiaba a Sebastián. Yo le odio a ella... Pero eso es cosa aparte.

En fin, algo he de agradecerle. Y es que fue ella quien llegó por mí a la casa de Claude. Alguien con quien me acosté pero... de quien no sé demasiado. Lo que sé es por Alois, quien visita el bar frecuentemente y me contó todo de cuando se encontraron. ¿En qué estaba? ¡Ah, sí! Madame Red llegó ese día a la casa de Claude. No sé cómo se enteró de la noticia tan pronto. Nunca le pregunté, pero ella llegó ahí aproximadamente media hora después de lo sucedido, en una fecha que antes no olvidaba pero que ahora ya no recuerdo.

Me dijo algo como "Debemos irnos. Alguien le disparó a Sebastián." Y en el momento yo me hacía miles de preguntas. ¿Quién le disparó? ¿Por qué? No obstante, el tiempo no fue suficiente para evitar la llegada de la policía.

La policía llegó en ese momento. Madame Red se escondió en una de las habitaciones. Quizás debajo de una cama, quizás dentro del armario. Solo sé que cuando llegó la policía comenzó la lluvia de preguntas.

"¿Se encuentra bien, joven?" Me preguntó uno de los oficiales y preocupado le respondí "Sí, pero ¿y Sebastián? ¿Él está bien?"

Ellos se miraron y supongo que entonces me acusaron de padecer Síndrome de Estocolmo. "Sí. Él estará bien... Lo llevaremos a un lugar donde va a estar algún tiempo. Un lugar desde el que ya no podrá dañarte." Aquel tono no me gustó nada. Me recordó a la forma en que Sebastián me trató cuando me llevó a Buffalo. "¿A un manicomio?" Pregunté asustado. "No. A la cárcel." Me respondió el policía. "Él no está loco. Lo que te hizo... Lo hizo en pleno uso de sus facultades."

Y luego... El rompecabezas del que ya les hablé.

No me acusen. Repetí miles de veces que él no me había hecho nada. Pero hasta a mí me resultaba difícil de creer la historia que hice, sobretodo porque jamás pude verle a él otra vez para que pudiéramos ponernos de acuerdo en decir lo mismo. Yo decía que lo había conocido en la panadería y pastelería de mi tía. Algo que no era del todo mentira. Ahora... ¿Qué había dicho él? Sería un eterno misterio para mí tal vez.

Madame Red me dijo entonces, que ella podía asistir al juicio, ya que a mí no me lo permitían. Sin embargo, a cambio de eso, yo debería volver con ella sin poner ningún tipo de alegato. Acepté, con una condición: No me vendería al maldito de Parker.

El día de la sentencia, yo le esperé sentado en la pastelería, con un nudo en el estómago. Solo a Bard le había contado todo y él era el único que me consoló en esos momentos. Sobre todo... ¡Ah! ¡Otra vez! Si me vieran... Se darían cuenta que todavía se me quiebra la voz y se me escapan las lágrimas cuando recuerdo el momento en que Madame, tan fría como siempre, tan distinta a ese color rojo que la caracterizaba y que debería haber sido símbolo de felicidad ( al menos eso era lo que Sebastián decía que simbolizaba psicológicamente el rojo. Felicidad, seguridad, fuerza... ) me dijo : "Fue condenado a cuatro años de prisión por pedofilia." Hizo una pausa. "Por cierto, se ve más recuperado por el impacto de la bala. Comienza a tener más color en el rostro."

Y eso fue todo lo que supe. Después de eso, todo fue trabajo. Aunque ya no me molestaba tanto como antes. Es como si cada noche que lloraba en silencio mi dolor se hacía más intenso y mi propia condena más soportable.

Las noches en la cama de la habitación siete se acabaron. Ahora aquélla era mi habitación y utilizaba cualquiera de las otras para "trabajar". Ya no lo pensaba de otra forma. Cada noche entraba, me acostaba en la cama y les dejaba hacerme como gustaran. Cuando estaba con Parker cerraba los ojos y pensaba en Sebastián. Su cuerpo siempre fue el más similar al de mi "demonio". Ya sabrán más adelante porqué le llamo así. Por ahora no debo cambiar el tema. Las noches con Parker se conviertieron rápidamente en mis favoritas y yo nuevamente en el suyo.

Al principio venía una vez cada cuatro o cinco días. Después venía casi todos los días. Recuerdo que un día le dije "¿Te molestaría que te llamara Sebastián?" Él me miró serio, pero luego sonrió picarescamente como siempre lo hacía. ¿Ven ahora por qué les digo que se parece un poco a Sebastián?

"Claro. Puedes llamarme como sientas más cómodo." Respondió.

Aquella noche, como tantas otras, me entregué a él. Él fue cariñoso conmigo esa noche, más de lo acostumbrado. Sus manos no se comparaban a las de Sebastián... mi Sebastián. Él me tocaba y me hacía sentir como nadie. Quizás por ser un estudioso de todo lo relacionado a los nervios y el cerebro, conocía puntos que no eran fácilmente encontrados por otros humanos. Me rasguñaba suavemente las caderas, me besaba las rodillas y conocía puntos en mi cuello que no sabía que causaban tanto placer. Parker no era del todo malo en cuestiones sexuales. Lastimosamente no era igual a él. Sin embargo, cuando en ese momento, enredé las piernas alrededor de su cintura y susurré a su oído "Sebastián, te amo." Fue como si me hubiese quitado un momentáneo peso de encima. No me sentí de Parker ni un instante, no me confundan. Yo quería un cuerpo... Un cuerpo al que pudiera decir ese nombre. Y el suyo estaba ahí.

Cuando Parker se fue, me levanté de la cama, me vestí y fui a mi habitación. Me senté frente al buró y escribí una nota. Creo que puedo reescribirla para ustedes. Todavía la tengo fresca en la mente.

Escribí algo como: "Sebastián: Te he extrañado muchísimo, mi amor. ¿Cómo estás? Lamento no poder ir a verte, pero Madame Red no me ha dejado hacerlo. Te amo. Por favor, vuelve pronto. Ciel."

Y no supe qué más escribirle. Me sentí como una basura. Mi cuerpo tenía más capacidad de hablar que mis palabras. Si lo hubiera tenido de frente le habría dicho mil y un cosas. Le habría contado tantas otras, pero... comenzaba a sucederme algo que había temido durante muchas otras noches. Comenzaba a olvidarme de él.

No exactamente de él como la persona que amaba. No. Le amaba tanto como el último día que le vi. Más incluso que cuando le besé por última vez, antes que se fuera a trabajar. Pero comenzaba a olvidar su rostro, cómo se veía cuando sonreía. Para ese entones habían pasado ya dos años y, el dolor se hacía insoportable por instantes, pero igualmente arremetía solo más rápido.

Lo que sí no olvidaba eran nuestras pláticas. Y me reconfortaba a mí mismo repitiéndolas en mi mente como un video que en realidad no existía y que cambiaba con cada vez que lo reproducía en mi cabeza. Ustedes tal vez pensaban que nosotros teníamos sexo, comíamos y veíamos la televisión cuando estábamos juntos en esa casa, pero no. Hacíamos mucho más que eso.

Nos sentábamos horas frente a la chimenea de la casa y conversábamos. Sebastián me contaba cosas de sus pacientes y siempre decía frases como: "No debería contarte esto..." o "De acuerdo a los principios psicológicos no debemos contar lo que nos dicen los pacientes pero..." Y acababa contándomelo todo. Yo también le contaba todo. A lo que le temía, lo que me gustaba, lo que me hacía feliz. Recuerdo que la única noche que me sentí como frente a un verdadero psicólogo, fue cuando le conté como mi padre había perdido toda su fortuna en el juego, su mayor vicio. Le dije que temía perderlo todo también y él me hizo calmarme con un "Eso no tiene por qué sucederte." ¡Ah! ¡Tonto Sebastián! ¡No sabías que ese todo eras tú!

Otro día, me puse de pie para llevar los platos de la cena al fregadero, y cuando regresé lo encontré inyectándose una ampolla de Demerol. Entonces, me contó cómo era que se había vuelto adicto a él... Y fue así, tal y como se los conté a ustedes antes.

En general, me encantaba escuchar de todas las enfermedades, historias y cosas que sabía. Sebastián había visto una parte del mundo que yo deseaba conocer. La parte que hacía a las personas ser como eran. Y aún él a veces no se explicaba el comportamiento de algunas personas. A él, por su parte, le gustaba que yo le contara cosas de cuando era niño. Me preguntaba sobre las fiestas de sociedad. Alguna vez también me preguntó sobre las fiestas para adultos a las que Madame Red me había enviado varias veces. Sentía curiosidad sobre qué tan desinhibidas eran las personas en ellas. Y se asustó al saber que podías tener sexo en la sala mientras otras ocho parejas te observaban o hacían lo mismo a tu alrededor.

Una vez me hizo llorar. Me dijo cuán feliz lo hacía, lo completo que se sentía a mi lado y cuánto me amaba. Él también estaba con los ojos acuosos y yo solo atiné a responder que también lo amaba. Luego lo besé. Él se dejó besar y recostar en la alfombra. Ahí pasamos horas... Solo abrazados, besándonos y sin decirnos nada él uno al otro. En ese momento no hacía falta hacer el amor, porque según Sebastián "el amor no podía hacerse cuando ya existía".

Me quedé dormido pensando en eso y al día siguiente salí temprano a la pastelería. Era jueves y Alois me esperaba ahí los jueves. Llevaba el papel en las manos, doblado todas las veces posibles hasta hacerlo muy pequeño.

Mi rubio amigo llegó pasadas las ocho de la mañana. Estaba bien peinado y sonriente como siempre. Hasta ese día vi a Claude nuevamente y recordé que en efecto ya me había acostado con él. Hace unos años aquello me habría hecho sonrojarme, ahora me daba igual.

"Buenos días, Ciel." Me saludó él muy caballeroso, extendiéndome una mano. Yo la estreché y sonreí. Era divertido ver como sudaba ligeramente por recordarme. "Buenos días, Claude. Gusto de conocerte."

Claude podría haber sido un pervertido, pero admiraba de él su lealtad. Siempre creyó en Sebastián. Además había sacado a Alois de aquel terrible lugar. Le tomó tiempo, papeleo y muchas veces de coincidir con las personas correctas para que le hicieran los favores corresctos. No obstante, al final, lo había logrado.

Para entonces, Alois había cumplido dieciocho años y no tuvo que esperar nada. Podía marcharse de casa. No podía entrar a un mini mercado y comprar cervezas como lo haría alguien de veintiuno, mas podía salir solo y sobre todo... vivir con Claude sin ningún problema.

Ellos siempre fueron buenos conmigo. Veces me llevaban a desayunar, veces me llevaban al cine con ellos. Yo siempre tenía que ir con una de esas sombras que Madame Red llamaba "ayudantes", pero aún así me servía bastante para distraerme. Solo en ese lugar me entraba una desesperación inmensa. Tanta... Que varias veces estuve a punto de buscar la forma de inyectarme una de las ampolletas de la bolsa de Sebastián. Nunca llegué a hacerlo porque sabía que me sucedería lo mismo que a él... Me haría adicto a su "comfort".

Después de hablar un rato con Alois ese día, le entregué el trocito de papel doblado. Una vez el rubio se había ido, se me vinieron mil ideas a la cabeza sobre muchas cosas que le podría haber escrito y no lo había hecho. Algo que me atormentó fue pensar que Sebastián no tenía tal vez su Demerol. Un adicto sin aquello a lo que le provocaba la adicción debe ser terrible. Quise suponer que era lo suficientemente inteligente para arreglárselas, entrar a la enfermería y tomar algo de ahí. No que "mi amor" necesitara de grandes condiciones para inyectarse. Como psicólogo era muy delicado, pero cuando se trataba de drogarse lo hacía como un muchacho de la calle. Y eso era algo que me divertía.

No esperé que mi rubio amigo volviera con alguna respuesta. Conociendo a Sebastián, le diría que me dijera que él también me amaba y me extrañaba. Algo escueto y nada que requiriera mayor cosa. Él era muy simple en cosas como esas. Sin embargo, cuando Alois regresó a las seis de la tarde con una hoja doblada y me la entregó, yo sentí que mi corazón temblaba.

Me despedí de él tan rápido como pude y me dirigí a mi habitación. En el camino Madame Red me recordó que tenía un cliente a las siete de la noche y yo solo asentí y continué mi andar. Nervioso como pocas veces lo había estado en mi vida, desdoblé la hoja con manos trémulas.

"Ciel:

Quiero decirte que yo también te extraño. Muchas veces pensé que me habías olvidado. ¿Sabes? Es divertido que Alois, quien alguna vez fuera mi paciente, ahora venga a visitarme y me mire como tal vez alguna vez yo lo vi a él. No con pena... Es más como si fuera incredulidad. Supongo que no cree en todo lo que me ha sucedido. Y Claude... Bueno, él viene tan seguido como puede. Y no puedo agradecerle más el que continúe siendo mi abogado.

Perdóname, mi vida. La verdad no sé qué más decirte. Me has preguntado cómo estoy y me sentiría mal si te mintiera. La vida acá donde estoy no es fácil. Pueden violarte en las duchas, te atoran de yodo para que no sientas deseos sexuales y aún así, cualquiera puede hacértelo. Los que están condenados a cadena perpetua pueden matarte y no les dan otro castigo que ponerlos en una celda aislada por tres días. Luego, regresan y comprueban si quedaste vivo.

La verdad... Lo único que me mantiene vivo es la esperanza de volver a estar contigo y... A veces, el Demerol. ¿Debería reír por la ironía? ¡Tanto que dijiste que iba a matarme! ¿Lo recuerdas? Bien, uno aquí se las arregla para sobrevivir. Yo he tenido una conducta intachable... La suficiente para que me dejaran estar en la enfermería, la suficiente para enseñarle a uno de los doctores de acá lo que se siente tener esto en la sangre. ¿Divertido, no? Ahora él es un adicto como yo... Y yo me dedico en las mañanas a ayudar con las terapias porque eso es lo genial de los neoyorquinos... ¡Olvidan fácil que estás aquí por una supuesta causa psicológica!

Y en las noches te extraño, mi amor. Nunca he podido dormir mucho acá, creo que es culpa del ambiente. Sabes como soy. Me aburre vestirme del mismo color y comer lo mismo siempre. Aunque creo que ahora todo será más fácil porque finalmente he vuelto a saber de ti. Aunque, no quiero que detengas tu vida por mí. Si conoces a alguien más, sé feliz con esa persona. Cuando yo salga de aquí, lo único que quiero es que me dediques un día de tu tiempo. Eres la persona que más me ha comprendido en la vida y con la única que quisiera hablar ahora.

Te amo más de lo que te imaginas.

Sebastián."

Lloré más que nunca esa noche al leer eso. Me sentí impotente, avergonzado de mí mismo por haber sido cobarde y no escribirle antes. Sebastián había esperado por mí, quizás creyendo que yo amaba a alguien más, que no quería involucrarme en ese tipo de asuntos.

¿Por qué había sido tan estúpido de escribir tan poco? ¿Por qué no le dije alguna cursilería como "mira la luna esta noche, será la misma que yo estaré viendo"? ¿Por qué?

Internamente me preguntaba en dónde se encontraría la víbora de Geneviere. ¿Sería que alguna vez existiría ese tipo de justicia que proviene de alguna parte del cosmos?

.

.

.

Cosmos. Todavía recuerdo que esa canción resonaba en el bar en ese momento. Era una canción de una banda rusa de dos chicas. Mientras la escuchaba... Fue como si mi mente pudiera captar una idea completamente distinta de lo que era la vida real. Y yo haría que esa vida que "pertenecía a otro planeta" fuera la nuestra.

Dos años me tomó planearlo. Cada día fue estrátegico desde entonces durante los siguientes dos años. Ni una sola distracción más. Sebastián me escribió una vez más cuando yo le envié otra carta. En esta había una fecha. Decía 13 de julio de 2015. Era el día en que sería libre. Me explicaba que estaría libre desde la mañana, pero que dedicaría unas últimas horas al grupo con el que tenía las terapias antes de irse. Y aquello me dio la carta final, una fecha a mi idea.

Con tiempo y cautela había hecho que Brian me enseñara a conducir el auto de Sebastián. Hace cuarenta y ocho horas fui y compré el único bidón de gasolina que necesito. Todo está empacado en el auto de Sebastián.

Hace dos años me di cuenta que Le Rouge tenía un único defecto: Solo tenía una salida.

En repetidas ocasiones me sentí tan villano como lo fue Geneviere, como lo es Brian o como lo es mi propia tía. Sin embargo, ahora recuerdo lo que Sebastián decía "uno aprende a sobrevivir".

He regado la gasolina en mi habitación, en la de al lado y en unas cuantas más. La parte final fue para la puerta. La gente de por acá ha dejado de ver tanto mi cara que ni siquiera saben que aún existo por acá.

Un fósforo encendido y todo terminaba...

Además... Hace dos semanas que cumplí dieciocho años y ya nadie acá se preocupa por mí. Las llamas se elevaron frente a mí, corrí a la acera de enfrente y arranqué el auto. Nadie se preocupó por el lugar. Al menos mientras mis ojos alcanzaban a verlo. En mi cabeza escuchaba sus gritos, imaginaba el horno en que se convirtió aquel lugar que no tenía ninguna otra puerta y no poseía ventanas.

El sitio se incendió. Ellos no pudieron escapar... Yo sí.

Y pensando en eso me di cuenta que ya me sentía mejor. Sebastián decía que no había mejor remedio que el alivio de consciencia. Yo a ellos no les había hecho más de lo que ellos me hicieron a mí.

Conduje sin pensar más en eso. Al llegar, me aparqué en donde Sebastián me había indicado. Terminé de escribir esto y sonreí. Nunca más tendría que buscar la libertad...

La libertad estaba frente a mí... y su nombre era Sebastián Michaelis.

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Nose que escribir :/..... am.. leela pliss