Piratas (En Reedición)🚩

By Tessa_Kruspe

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En una era de caos y traición, cuando las sombras de la piratería se ciernen sobre reinos desgarrados por la... More

Personajes.
Parte I: La maldición de la Calavera. 💀
1.- Una esposa para el Rey.
2-. Draconis
3-. Honesta piratería
4-. Cumpleaños 24
5-. Nuevos amigos y viejos enemigos
6-. Acciones heroicas
7-. Pequeña traidora
9-. Promesa de un Capitán
10-. Ojos color mar

8-. Malos augurios

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By Tessa_Kruspe

Cuando escuché que Mariam había aparecido, una mezcla de felicidad y tranquilidad se apoderó de mi corazón. Durante toda una semana, supliqué a los dioses que la joven apareciera sana y salva, que los desalmados piratas mostraran compasión al darse cuenta de que no era la persona que buscaban. Pero todo cambió cuando, a través de la ventana, presencié la dramática escena que Mariam estaba a punto de desplegar para enfrentar a los soldados y defender a los piratas. A mi lado, el honorable Sir Williams también observaba esta angustiosa situación. Era evidente que Mariam había sido coaccionada por aquellos villanos para actuar de tal manera.

—Esta pobre niña debe haber sufrido enormemente para ser forzada a comportarse de esa manera. —comentó Sir Williams con tristeza en su voz.

Mantuve silencio frente al comentario de Sir Williams, enfocado en la situación y en cómo Steve priorizaba su papel como oficial por encima de su relación familiar. Me di cuenta de que cualquier intento de abogar por Mariam sería en vano; Steve tomaría las riendas y actuaría según su propio criterio, como siempre lo había hecho.

—Si Lord Dave Rowland se llega a enterar de esto, no sé qué medidas podremos tomar. Él mismo sabe que nadie sería absuelto por actuar de la manera en que lo hizo Mariam.

—Estoy convencido de que ese hombre no se enterará. Y si por casualidad se llega a enterar, confío en que comprenderá que una mujer que ha sufrido un secuestro puede reaccionar así; y no solo una mujer, sino también un caballero. —respondió Sir Williams, con un matiz de confianza en su voz.

Desvié mi atención de los piratas. Parecían más bien un grupo de mendigos deambulando por la ciudad en busca de alimento. Su aspecto distaba mucho de la imagen que yo tenía de cómo deberían lucir los piratas. En vez de la ropa raída y sucia, esperaba verlos vestidos con sedas tejidas con hilos de oro, adornados con joyas exquisitas, y una tripulación sacada de las historias más temibles.

—Sir Williams, ¿no le parece que estos individuos ni siquiera tienen el aspecto de verdaderos piratas? A excepción del hombre con el mono en los hombros.

—Las apariencias suelen engañar, querida. No hay duda de que son piratas, no conviene darle más vueltas al asunto.

Uno tras otro, los piratas fueron encadenados y conducidos al calabozo. Mañana enfrentarían su destino, condenados por la lectura de su sentencia y un nudo en la garganta. Era seguro que todo el pueblo se agolparía para presenciar la ejecución, disfrutando del hecho de que un peligro más fuera eliminado. Yo declinaría la invitación para asistir, con la firme intención de regresar a Rex y dejar atrás esta pesadilla.

—Regresar a la capital será completamente seguro, majestad —aseguró Sir Williams con voz tranquilizadora.

Me volví hacia Sir Williams, observando cómo los piratas se alejaban en compañía de los soldados y el capitán Van Dort. El alboroto había llegado a su fin y la calma volvía a reinar en el lugar.

—Eso es precisamente lo que deseo, Sir Williams. Necesito regresar a Rex y restaurar el orden que se ha visto perturbado desde mi llegada aquí. Por cierto, espero que Lord Rowland llegue hoy. Tiene algo importante que discutir conmigo, algo que, según se ha informado, cuenta con un fuerte respaldo del parlamento.

Van Dort abrió la puerta. Su rostro reflejaba una mezcla de enojo y, supuse, miedo. Rara vez perdía la compostura de esa manera, pero, por supuesto, el alboroto que había causado su prima justificaba su reacción. Estaba allí para interceder por ella, para argumentar que una semana lejos de casa había afectado su juicio y que los piratas le habían lavado el cerebro haciéndole creer que estaba luchando por una causa justa.

Debo admitir que Mariam posee una voluntad y una fortaleza admirables; es una persona decidida y difícil de persuadir. Aunque siempre hay una primera vez. O quizás esta sea ya la segunda, recordando cómo parecía estar dominada por las palabras y el encanto de William Albertson.

—Reconozco, señora, que el altercado que ocurrió afuera fue un incidente que Mariam no deseaba provocar. Está claramente desorientada y cree que los delincuentes la han rescatado. —comentó Van Dort con una mezcla de comprensión y preocupación en su voz.

Apresuradamente presioné mis labios, evitando decir algo hiriente. No estaba satisfecho con la situación, ya que las acciones de la señorita Mariam eran muy cuestionables y, hasta cierto punto, motivo suficiente para juzgarla en conjunto con esos detestables piratas.

—No será por mi parte que se impondrá un castigo. Estoy segura de que su prima actuó de esa manera debido al temor que siente al pensar en lo que les espera a esos hombres. Espero que su serenidad y su siempre presente actitud pacífica no se vean comprometidas por la opinión que esos piratas tienen de nosotros.

—Hablaré con ella, majestad. Le sugeriré que regrese a Irlanda tan pronto como se recupere. —ofreció Van Dort con respeto y determinación.

—Van Dort, no consideraré la actitud de Mariam como una afrenta. Solo espero que ella esté convencida de que los villanos no somos nosotros, ¿comprende? —expresé, enfatizando mi confianza en su comprensión.

Sir Williams se acercó a Van Dort y le dio unas palmaditas reconfortantes en los hombros, indicando que todo estaba bien. No debía llegar a oídos de Rowland, mucho menos a los círculos aristocráticos. Era un asunto tan pasajero que para mañana habría quedado como un recuerdo borroso y olvidado.

Van Dort agradeció mis palabras, disculpándose y mencionando que renunciaría a su cargo en el ejército si así lo deseaba.

—Lo de hoy es suficiente para que me pida que renuncie a mi cargo en el ejército y permanezca a su servicio de una manera diferente. Quizás como civil pueda serle de mejor ayuda.

Van Dort, el único hombre que estaría a mi lado sin que se lo pidiera, aquel que me había expresado en innumerables ocasiones cuánto honor sentiría al dar su vida por mí. Su mano entrelazada en mi brazo me proporcionaba seguridad, como si el mundo entero estuviera a punto de desmoronarse y él me sostendría sin importar las circunstancias.

—No sea tan duro consigo mismo, Steve. Estará más capacitado para protegerla si sigue al mando del ejército. Ambos lo haremos, porque yo no tengo intenciones de alejarme de Rex por mucho tiempo. Por supuesto, si me permite alojarme en el castillo.

—Sir Williams, usted es la persona que menos necesita solicitar tal formalidad. Ahora, cuando ambos me han brindado más apoyo que el propio parlamento, les insto a que se tomen todo esto con calma.

—Me dirigiré a hablar con Mariam. Con su permiso. —Van Dort salió de la sala mientras Sir Williams y yo continuábamos discutiendo el tema del aumento de impuestos solicitado por el parlamento.

—Me parece que Van Dort ha estado pasando por momentos difíciles últimamente, querida.

—He notado lo mismo, sí. Pero su labor no es sencilla, señor. Espero que, con el tiempo, la situación se enderece en unos pocos meses.

Unos aplausos secos, carentes de respeto y preludio de nuestra inminente caída, fueron el despreciable regalo que Lord Rowland eligió ofrecerme en esa triste tarde. Desconocía cuándo había llegado, e incluso si había sido testigo del tumulto durante la aprehensión. Esperaba fervientemente que no lo hubiera sido, pues era fácil anticipar su reacción. Le devolví una sonrisa agria, tal vez incluso desafiante. Sin embargo, con sus artimañas habituales, logró que el capitán Van Dort entrara en la habitación.

Mis esperanzas se desmoronaron de inmediato. Rowland estaba al tanto de todo lo sucedido. Ahora, debía descubrir a quién señalaría con la culpa.

—¿A quién debo felicitar por esta notable hazaña? ¿A usted, señora? ¿A Sir Williams? ¿Al capitán? Claro está que la culpa no puede atribuirse a una sola persona en particular; en este caso, es un error compartido, sobre todo debido a su benevolencia, señora. Permítame decirle que su capitán puso en riesgo todo al no ser capaz de controlar a una joven caprichosa que solo parece entender de telas italianas y vestidos costosos, ¿me equivoco, señor Van Dort?

En cambio, el capitán Van Dort, con las manos apretadas en puños, una expresión de contrariedad y el deseo de expresar algo que quedó sin palabras, fue el primer paso para pedirle directamente que se retirara de la reunión, eximiéndolo de culpa. Aquí, siempre habría dos culpables, siendo el primero el parlamento. Pero al haberse librado gracias a su respuesta contundente, toda la responsabilidad recaía sobre mí.

—Capitán —con la mirada nublada por la ira, se volvió hacia mí, anticipando la respuesta que seguramente suponía que le daría—. Le ruego que vaya a coordinar a los demás soldados. Estarán esperando sus órdenes para realizar rondines de vigilancia. Lord Rowland y yo debemos abordar este asunto de inmediato, yo me encargaré de mantenerlo informado.

—Majestad —susurró con la voz entrecortada—, por favor, no me haga esto. Es por mi prima que el señor Rowland piensa que el reino está en peligro.

—Le deseo un buen día, capitán. —Fui yo quien abrió la puerta, observándolo marcharse y poniendo fin a cualquier posibilidad de continuar en esa incómoda sala.

Sir Williams permaneció sentado, con la mirada fija en el primer ministro. Rowland, en cambio, no mostró inquietud alguna; al contrario, parecía estimulado por la situación, aumentando su ego al verse a sí mismo como el libertador del pueblo sin mover un solo dedo. Era innegable que su poder limitaba el mío. Sin embargo, yo llevaba la responsabilidad de asegurar que la justicia prevaleciera por encima de todo.

—¿Va a expulsar a Sir Williams también para desvincularlo de culpas? —cuestionó, desafiante.

—Eso no ocurrirá, señor. Aunque la reina decida que mi retiro es lo adecuado, permaneceré aquí y escucharé todo lo que tenga que decir. Si hay culpabilidad en mis acciones, le ruego que me lo haga saber.

—No acabaríamos nunca, señor. No obstante, quiero señalar que su error principal es proteger a alguien que no lo merece. El rey Richard quedaría profundamente desilusionado con todos nosotros.

—Particularmente conmigo —susurré con pesar, constatando que Rowland asentía con firmeza.

Y no se equivocaba. Había cometido errores que no me habían perdonado, como mi falta de firmeza, mi preocupación por el pueblo antes que, por mí misma, y haber desaprovechado oportunidades para mejorar las relaciones del reino. Por ejemplo, nunca había aprendido el idioma francés, lo que me había privado de la posibilidad de casarme con el sobrino del rey. Mi padre se había enfadado tanto que durante mucho tiempo ni siquiera me dirigió la palabra. Fue solo recientemente, cuando partió en ese maldito viaje y, presintiendo algún augurio, me dejó un beso frío en la frente, pidiéndome que no abandonara su reino si él caía.

—Es inaceptable que los individuos más importantes de nuestra nación se sometan ante una niña cuyos pensamientos son considerados la única verdad. Este lugar no debe brindar refugio a individuos que huelen a traición. El hogar en el que reside, majestad, no es un albergue. El castillo no le pertenece y no puedo aprobar tales actitudes.

—Permítame recordarle, estimado señor, que, si el castillo no le pertenece a ella, mucho menos le pertenece a usted, un plebeyo que obtuvo su título gracias a la esplendidez de su abuelo. Le recuerdo, además, que antes de convertirse en un aristócrata adinerado, su abuelo fue pescador, ganándose la vida extrayendo las entrañas de los peces y devolviéndolas al mar. No siempre nacemos con las manos llenas de oro, ministro.

Rowland no pareció ofendido en lo más mínimo; simplemente esbozó una sonrisa y, con un gesto de agradecimiento, reconoció las palabras de Sir Williams. Acomodándose en la confortable sala de estilo francés que mi madre había adquirido especialmente para la visita del príncipe galo, esperó pacientemente a que yo, como la máxima responsable, le informara sobre mi estrategia para resolver la crisis que se cernía sobre nosotros. Sin embargo, si no podía resolver la situación actual, mucho menos podría hacerlo con lo que el parlamento demandaba.

—El capitán se encargará de todo lo necesario —mencioné con una dosis de resignación, consciente de que esta afirmación no aliviaría en absoluto el descontento de Lord Rowland.

—He estado escuchando lo mismo durante mucho tiempo. El capitán no puede hacer gran cosa, a menos que se trate de usted.

—Tenga cuidado con sus palabras, señor. Parece que sus indiscreciones tienen más poder que cualquier otra cosa, incluso más que su propia ira.

—¿Tiene alguna otra queja en mi contra? —pregunté, manteniendo la compostura.

—¿Sabe una cosa? En esta vida, un gobernante puede optar por ser un tirano o un líder respetado. La última opción carece de fundamento y lo convierte en un perdedor que solo es ovacionado por sus enemigos. Si usted elige la primera opción, majestad, el pueblo sufrirá las consecuencias, pero en ningún momento se atreverán a cuestionarla. Cuando se inspira temor, lo último en lo que se piensa es en traición. Y debo decirle que esta palabra gana fuerza en las calles día tras día.

—¿Lo dice por usted mismo o trata de advertirme? No tengo motivos para agradecerle su fingida compasión, señor.

—Algún día lo hará. No hoy, y mucho menos mañana, pero estoy seguro de que llegará el momento. No debe preocuparse por mí, porque puedo desencadenar una tormenta sin hacer esfuerzo, recordándole que, de una manera u otra, saldré favorecido. Es por usted que debería temer, si el pueblo lucha por obtener su libertad.

Después de esas palabras y de su partida, comprendí que, si por algún giro del destino decidiera abandonar este lugar, nadie notaría mi ausencia. Sería como dejar el camino despejado para aquel que verdaderamente debería ocupar el trono, alguien que no teme ni siquiera a la tormenta más feroz y despiadada. En ocasiones recordaba las palabras reconfortantes de Sir Williams cuando no lograba comprender una lección de latín, esas mismas frases que continuaban infundiendo esperanza en algo que parecía carecer de futuro. Él solía mencionar que la acción del destino era difícil de comprender, pero a la vez increíblemente poderosa. Se estancaba en momentos que no entendíamos, pero que sorprendentemente revelaban cuál era en realidad nuestra misión.

No sé cuánto vale la pena sufrir en busca de mi propósito, pero resistiré si al menos supiera que todo esto al final traerá una recompensa significativa.

—Me informaron que aún no ha cenado, majestad —respondió Van Dort al entrar en la biblioteca, llevando consigo un trozo de tarta.

—No tengo apetito, capitán. Aunque dudo que me haya traído un trozo de tarta solo por esa razón, ¿verdad?

—Sir Williams me comentó que...

—Sí, le ha dicho que Rowland está de mal humor. Esto es algo que sucede con frecuencia y no hay motivo de preocupación. Mañana estará de mejor humor y seguramente vendrá a pedirme disculpas, las cuales negaré rotundamente —sonreí en un intento de calmarlo, y él me devolvió la misma sonrisa.

—Temo lo que depara el día de mañana. Puede echarle la culpa a los eventos de hoy, pero siento una inquietud, como si algo malo estuviera a punto de ocurrir.

Cerré el libro que tenía entre las manos en ese momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas para disipar el miedo de Van Dort, pero no tenía respuestas que pudieran tranquilizarlo. Yo también sentía temor, ya que esa angustia que pesaba sobre mi pecho me oprimía por completo. No estaba segura si era un presentimiento o si la misma muerte anunciaba su llegada con tanta fuerza.

—Mañana será un día más tranquilo. Verá que todo quedará en meros recuerdos desagradables.

Y como una premonición de lo que estaba por venir, cené el trozo de tarta que él había traído, pidiéndole que se quedara un poco más mientras compartíamos la lectura de un libro de poesía. Me despedí de él con un sombrío saludo, deseando quizás prolongar nuestra charla nocturna un poco más. Cuando el sueño finalmente me venció y cerré los ojos, pensé que mis nervios me estaban engañando, pero la desgracia se presentó sin previo aviso, sin darme tiempo siquiera para despedirme de las pocas personas que apreciaba y que probablemente no volvería a ver.

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