BALADA DE OBOE (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊...

By Donatella1212

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Vladimir es el típico chico aburrido viviendo la monotonía, él conoce una mujer sensual que trabaja en un ant... More

Prólogo
Crónica de una noche agitada
El miedo paraliza
La riña
A veces no podemos cambiar las cosas
El beso
Segunda opción
Confusión
Todo sobre las relaciones
Nos vamos o nos vemos
El encanto de las dudas
La pasión de la muerte
Dramas matutinos
Una nueva oportunidad para mí
Eclipsa y el hotel
El secreto mejor guardado
Confesiones
Evitar el pasado
En busca del verdadero amor
Políticamente incorrecto
Él incondicional
Nada que ver
No hay planes perfectos
El fin de las dudas
Epílogo

Vladimir

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By Donatella1212

                                  13/1/1999

Ese sábado estaba cansado, la sensación térmica había alcanzado los 36° grados. Mis colegas de la oficina me habían insistido para salir de parranda en la noche.

Ninguno mencionó donde iríamos, me pasaron a buscar en el Peugeot 504 rojo de Leopoldo. Lloviznaba y había una humedad incómoda. Los relámpagos habían iluminado el cielo con estrépito.

Al llegar los tres mencionaron que era un lugar barato donde te servían los tragos en unos hermosos vasos de cristal color ambar antiguos, que había un espectáculo en vivo y también solían ir muchas muchachas extranjeras a bailar y eso le daba una pizca de excentricidad al lugar.

Cuando entré a ese antro me asombré bastante, pude confirmar que el arte no solo estaba en los cuadros y en las esculturas que uno puede apreciar en las galerías, si no también en los lugares más bizarros y decadentes de la ciudad podría estar.

Los cócteles que probamos apenas entramos también eran unas auténticas obras de arte.

Este lugar se llamaba: Anagrama y ofrecía dos espectáculos llamados: Balada de oboe y Tango visceral. En las paredes habían unos afiches tipo vintage con las imágenes de los shows.

Pasaron las horas y repentinamente la música se apagó.  Mis colegas del trabajo, Leopoldo, Epifanio y Elmer me habían explicado que había que guardar silencio pues estaría por empezar el primer show de la noche.

Recuerdo cuando todo se oscureció y una luz blanca apuntó a una hermosa dama en el escenario, pareció una presentación única, algo que no había visto siquiera en Londres, París o Shanghai.

Desde que ví ese show por primera vez me quedé sin palabra, como si hubiese estado en un transe. Todo gracias al delicioso sonido del oboe que era ejecutado por una bella dama en el pequeño escenario del local. Fue fantástico para mí, muy increíble.

Estaba encandilado viendo a esa dama de cabellos negros que vestía un traje pantalón color azul Francia metalizado.

Después de ese evento, subieron al escenario un dúo de cantantes que tenían rasgos orientales.

—¿Te gustó como Eclipsa tocó el oboe? —dijo Leopoldo detrás de mí.

Elmer lo miró a Leopoldo, que tosía compulsivamente entre una nube de humo y polvo, y dijo:

—¿Cómo sabes que se llama Eclipsa?

—No te lo diré, mal nacido —le gritó Leopoldo.

—Lo siento amigo. Nuestro amigo Leopoldo la agarró a chica que toca el oboe y se la chapó frente a la puerta de los toilettes. ¡Jua! —chilló Elmer.

Yo estudié la cara de Leopoldo para saber si estaba diciendo la verdad.

—¡No jodas! —dijo Epifanio—. Mirá si esa doncella de ojos color miel te va a dar bola a vos. ¡Estás flasheando! 

—Cállense de una vez —chillé—. ¿De dónde
son estos dos cantantes?

—¿Quién? —preguntó Leopoldo.

—Estos asiáticos que cantan tango —dije señalando al escenario.

—Son dos hermanos filipinos —respondió al fin.

—Parece que a los extranjeros aman nuestra cultura, ¿no les parece raro?  —pregunté.

—No me dijiste si te gustó Eclipsa —dijo Leopoldo.

—¿Quién era Eclipsa?

—Tú sabes quién es —respondió Leopoldo.

—¿Quieres que te la presente? —preguntó de nuevo, muy retóricamente.

Me encojí de hombros y dije:

—Ese nombre parece inventado.

—¿Y eso qué tiene que ver?  —añadió Leopoldo—, algunos los artistas tienen nombres falsos que se los crean sus representantes para que sean más comerciales.

Volví a encojerme de hombros.

Entonces le cambió la cara, se acercó hasta ponerse frente a mi rostro y comenzó a elevar sus cejas.

—Espera un minuto —dije. Esto de estar en un antro desconocido no era nuevo para mí, pues había viajado con mi padre por algunos países cuando era adolescente, pero esta situación me estaba poniendo muy nervioso. Otra cosa que me ponía los pelos de punta era que la mujer venga hacia mí y me desprecie en mi cara. Pues, Leopoldo era muy diferente a mí, él era alto, rubio y musculoso, en cambio yo solo soy un simplón de veinticinco años, paliducho y sin gracia alguna.

Eclipsa se había cambiado de atuendo. Estaba apoyada junto a la barra con un ajustado vestido negro de satén.

—¿Le digo que venga? —dijo Elmer.

—¿Y por qué no? ¿Acaso ustedes no la conocen de antes? Pero les advierto... ¡no me presionen esta noche! —dije tratando de contener mis nervios.

Los vi cuchicheando con ella hasta que se acercó a mí y me dijo:

—Entonces dime, cariño —prosiguió mirandome fijo a los ojos— ¿es la primera vez que vienes a Anagrama?

—Así es —mascullé.

—¿Creés que algún día podrias salir con nuestro amigo virgen? ¡Jua! —bromeó Epifanio.

Lo que había dicho me hizo enderezarme del sobresalto.

—¡Pst! Dejense de romper las pelotas... —grité lanzando una mirada desafiante.

Eclipsa emitió una risita y bajo su mirada.

—Vamos, Vladimir. No seas tan mojigato. Solo estaba haciendo un chiste, una humorada, un chascarrillo. Eclipsa, lo que quise decir, y muy seriamente lo digo ahora, es que me gustaría que mi amigo te conozca.  Este muchachito me parece el tipo de persona con la que te llevarías bien —respondió Epifanio, mientras bebía cerveza negra.

—¡Deje de echarse sobre mí, por favor! —dijo Eclipsa con cara de asco.

—Disculpe, señorita —añadí mientras enderezaba a mi amigo— , no es mi amigo, es mi colega del trabajo y está un poco borracho.

—Si Anagrama se llena de ebrios lo van a clausurar —dijo Eclipsa, mientras se mordía el labio superior—. Mi idea es unir fuerzas creativas para poder ganar más dinero y si cierran el lugar donde obtengo mi fuente principal de ingresos todo será una verdadera debacle.

—¡Por Cristo, Vladimir! —gritó Elmer—. ¿Vos también tocas el oboe?

—Sí... —dije, dubitativo.

—¿En verdad? —dijo ella abriendo los ojos como platos.

—Tocaba el oboe en la escuela secundaria, en clase de música y eso fue hace tanto tiempo... —respondí—. Oh, Dios mío.

—Aún busco alguien con gran inspiración artística. Anagrama es un tesoro escondido en un lugar recóndito de la ciudad, quisiera tener más público, quiero ser transcendental, que los turistas hablen de Balada de oboe —dijo Eclipsa con gran ímpetu.

—Lo creo con firmeza. Anagrama es como una cápsula del tiempo se nota que es un lugar antiguo que fue reacondicionado a nuestra época —le dije mientras mis ojos recorrían las paredes del antro.

—Es un lugar multisensorial y quisiera inspirar a muchas personas con mi sonido —dijo Eclipsa.

El mero hecho de que esta despampanante mujer talentosa me este hablando tan gustosamente, me provocaba sensaciones infinitas.

—¡Oh, no! Vamos a parar aquí. Son las cuatro de la mañana y tengo que despertar muy temprano —dijo ella sobresaltada.

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