No te olvides de Angélica.

By FlorenciaTom

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Cada día que pasa para Angélica se vuelve más extraño. Su familia ya no la tiene en cuenta para nada, ni siqu... More

Sinopsis
BOOKTRAILER
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
TRAILER II
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
#Wattys
Capítulo 19.
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
FINAL.
Próximos proyectos.
Trailer II
HISTORIA COMPLETA
Blenti ¿eres tú?

Capítulo 27

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By FlorenciaTom


 Reaccioné tarde, eso era lo único que tenía para decir.

Vi como Sally hacía picadillos las pastillas hasta crear puro polvo y se las echó al café después de revolverlo.

Tenía la cara perdida, como si no estuviese allí mientras hacía tal atrocidad.

Llevó la bandeja al gran salón y sonrió con demasiada exageración mientras llevaba aquel veneno para mi padre y Ashley.

Estaba claro que el café de él no tenía nada y que los otros dos sí. Pero no me quedaba duda de que tarde o temprano, él se suicidaría ya que sería consumido por la tortura de llevar dos muertes detrás de su hombro.

Yo tuve que ver esa escena en donde mi padre tomaba el café, sentado en el sofá frente a la chimenea y mientras Ashley estaba sentada a su lado acariciándole el cabello y bebía con cierta seducción que me provocó nauseas. Apoyando aquellos labios rojizos contra la porcelana caliente de la tazilla.

Vi a Sally mirándolos con seriedad mientras bebía sorbo por sorbo. Cada uno de ellos era lento, como si disfrutara de lo que estaba viendo como para beber demasiado rápido.

Mientras ellos disfrutaban, yo gritaba con sollozos que me quemaban el pecho.

Estaba viendo a mi padre tomando lo que le causaría la muerte.

Maldije a Sally, lo maldije como nunca.

¡Él no tenía derecho a hacer algo así!

—Ya no bebas, papá—supliqué, desesperada.

A pesar de la traición que había causado en mi familia, no dejaba de ser la persona que me había criado y amado hasta el ultimo de mis días visibles.

Y ahora...estaba viendo como él estaba viviendo quizás las ultimas de su existencia.

—Ese chico...,es macabro.—comentó Florencia, con voz apenada.

La miré, con odio.

—Ustedes pueden impedir esto —solté, con rabia—¡Ustedes pueden frenarlo!¡¿Por qué me hacen esto?!¡¿Por qué dejan que vean cómo muere mi padre?! —grité, con lágrimas castigando mis mejillas.

Florencia me miró como si me tuviese lastima y eso me dolió mucho.

—Lo siento preciosa pero no podemos hacer nada al respecto. Sólo lo único que te diré, es que quizás Sally salga castigado por esto. Siempre hay justicia, tarde o temprano, siempre la hay.

Y eso esperaba...,sólo eso.

De pronto, en un punto de la sala una neblina grisácea comenzó a formarse desde el suelo hasta llegar a una cierta altura.

Simón apareció ante mis ojos, y aquello sólo pudo significar una sola cosa: era mi nuevo ángel guardián.

Era quince de diciembre cuando papá murió. Ashley había muerto unos días antes.

Y eso dio oportunidad para enterrarlos a los dos aquel día en que la nieve había dejado de caer y el cielo estaba azul.

Vi como mi madre, después de tanto tiempo sin verla, se acercaba con Dylan y Olivia quienes parecían shoqueados y perdidos.

Los tres estaban vestidos de negros y mamá lloraba en silencio, casi mirando con odio al cajón negro que tenía frente a sus ojos.

Supuse que ya sabía de la infidelidad de mi padre.

Dylan tenía los ojos rojizos a causa del llanto y Olivia...mi pequeña yacía abrazada a su pierna y mientras sus lágrimas caían en sus mejillas sonrojadas.

Me acerqué a ellos y abracé a mamá, mientras miraba los dos cajones negros llenos de flores y cartas. Rosas blancas, muchas rosas blancas.

A pesar de que no sentía su contacto, me hacía bien tenerla conmigo una vez más en una de las peores situaciones de mi vida.

No sabía si aquello era vivir realmente.

Había mucha gente rodeando los cajones. Estaban mis abuelos y mis tíos por parte de mi madre y de mi padre.

Prácticamente estaba toda mi familia, llorando y preguntándose ¿por qué él?

Mi abuela Sidny lloraba acurrucada al pecho de mi abuelo y verlos así me destrozaba. Perder a un hijo debía de ser muy duro para ellos.

Todavía no caía en la cuenta que lo había perdido para siempre. A pesar del rencor por su engaño, yo lo seguiría queriendo. Sin principio y sin final.

Me acerqué al ataúd de mi padre y acaricié una rosa blanca que resaltaba de las demás por alguna extraña razón.

Era preciosa.

—¿Angélica?¿Qué está pasando aquí?

Levanté la vista y me encontré con sus ojos.

Estaba vestido de negro y tenía el mismo aspecto cuando murió: pálido, ojeroso y labios incoloros y quebradizos.

Me quedé helada y la respiración se me contrajo, y al instante sentí una mano tomar la mía.

No hacía falta que mirara, sabía que era Simón.

—No le contestes. —dijo él, con los dientes apretados.

No era capaz de articular una palabra ya que me había quedado congelada al ver a mi padre mirándome.

¡Mirándome!

Me aterró por una parte verlo de nuevo y por otra me estaba muriendo por ir abrazarlo y gritarle por su engaño.

—No es él, Angélica. No le hables. —continuó diciendo Simón—Las sombras pueden utilizar la imagen de cualquier ser querido tuyo para manipularte y para que puedas verlas.

—¿Angélita quién es este sujeto? —preguntó mi padre, mirando con desprecio a mi guardián.

Negué con la cabeza, miré a Ethan y tiré de él para ir a otro lugar del cementerio.

Mi padre nunca me había llamado Angélita.

—¡Ya caerás jodida marcada!¡Nos perteneces! —gritó detrás de mí, pero yo ya no le prestaba atención.

No, no caería. Las sombras ya no me intimidaban en absoluto.

Había ángeles en aquel predio en donde la paz reinaba.

Ellos me saludaban con cierto pesar en sus miradas, mientras caminaba con Ethan de la mano.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó.

—No lo sé.

Habían ocurrido tantas cosas que ya no sabía exactamente cual era mi estado de animo.

Lo único reconfortante que podía recibir después de todo, era volver a ver a mi Blenti.

¿Cómo le explicaría todo lo que sucedió con papá?

Simón dejó de caminar al igual que yo, se puso frente a mi y me abrazó con fuerza.

Estar acurrucada contra su pecho me hacía bien. Más que bien.

—Me alegro mucho que estés aquí. —confesé con franqueza.

Me aparté un poco para poder mirarlo. Lo bonito de su mirada eran sus ojos azules y aquella sonrisa que aparecía hasta en los peores momentos.

Aquella mirada era la que siempre me habría prometido la calma.

Acarició mi mejilla con la yema de su dedo y besó mi frente.

—¡Tortolitos de manteca!

Nos volvimos inmediatamente al mismo tiempo y nos encontramos con Ethan Vinny acercándose a nosotros con un aspecto diademado confiado.

¿Por qué siempre llevaba las alas abiertas?

—Le daría un puñetazo si no fuera porque me dio la oportunidad de protegerte. —murmuró.

Fruncí en el entrecejo.

—Luego te lo explico. —dijo al instante cuando vio mi cara.

Ethan se acercó a nosotros, con una radiante sonrisa pero al instante se desvaneció al verme.

—Siento mucho lo que le pasó a tu padre.—lamentó, con una mueca.

—Gracias.

—Vengo a decirles que Sally y Kathy tienen en mente pasar la noche en la mansión. Así que eso significa que nosotros tres estaremos juntos...juntos...juntos.—sus palabras fingieron un eco horrible.

Sonreí apenas con la idea de que los tres podríamos establecer una relación que llevara a alguna amistad, ya que después de todo si eramos ángeles debíamos llevarnos bien. Era casi una obligación.

—Gracias por la información. —dijo Simón, en seco y sin gracia alguna.

Ethan Vinny asintió y se fue por donde vino.

Sentí la mirada de casi todos los ángeles que merodeaban por algunas tumbas, y a decir verdad me incomodaba ya que sabía el motivo de su atención hacia mi: una marcada en medio de ángeles sanos.

Alguien tiró de mi ala con cierto cuidado y cuando me di la vuelta me encontré con una niña de risos dorados y alas pequeñas, dándole un aire adorable y dulce.

—¿Te duele la X que tienes en la espalda? —preguntó, con cierta curiosidad que me recordó a Blenti.

Estaba hablando de mi marca horrible que parecía no cicatrizar.

Me agaché a su altura, con una sonrisa forzada en mis labios.

—No, preciosa.

Para mi sorpresa, me dio un breve abrazo y se marchó volando y merodeando por el predio en las alturas.

—Vamos, Sally se está yendo. —me avisó Simón, tomándome nuevamente mi mano.

Saludé a cada uno de mis familiares y dejé a lo ultimo a mamá, a Olivia y Dylan, diciéndoles que debían de ser fuertes.

A pesar de que no me escuchaban, me hacía bien decirles eso.

Caminé detrás de Sally, con el dolor fermentándome el pecho y con el rencor que crecía hacía él cada vez más intenso.

Cuando nadie lo estaba mirando, sonreía. Como si estuviese en paz consigo mismo, cosa que me estremeció.

—Ignóralo. Está loco.—me dijo Simón.

La limusina que lo había traído a Kathy y a él yacía esperando en la salida del cementerio.

Kathy estaba esperándolo junto a su guardián Ethan.

Ella no parecía entristecida por la situación y parecía estar mintiendo cuando se pasaba los dedos por debajo de los ojos, fingiendo llorar con discreción ante el chofer de Sally.

Subimos a la limusina negra y yo me senté en las piernas de Simón, y no era para nada incomodo ya que las alas estaban desvanecidas para no molestarnos con el contacto de cada uno.

Ethan yacía sentado al otro lado junto a Kathy, y tenía la mirada fija en la ventanilla.

El coche se puso en marcha y los dos protegidos se habían quedado en silencio.

Sally se echó hacía adelante para tocar uno de los botones rojos que habían en unos costados de la puerta y una ventanilla negra dividió al chófer de ellos.

—Prepara la maleta para esta semana. —le dijo a Kathy unos minutos después de conseguir la privacidad que necesitaban.

Ella, posó la cabeza en su hombro y soltó el aliento.

—¿Qué voy a hacer con mis padres?¿qué les diré al respecto?—preguntó con aquella voz débil y quebradiza.

—No tienes que decirles nada. Sólo prepara la maleta y apenas pase unos días nos marchamos.

—¿El destino sigue vigente?

—Sí, Argentina nos espera, mi cielo.

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