Capítulo 7

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 Eran las ocho de la mañana cuando pude cerrar nuevamente los ojos. Pero las pesadillas estaban intactas en mi cabeza, torturándome de una forma horrible. Mi peor enemigo, era mi subconsciente.

Aunque costara asimilarlo, yo lo había visto y escuchado.

Soñé con sus ojos sin vida que no parpadeaban, soñé con sus lágrimas que caían serpenteando por sus mejillas, soñé con su cabello cobrizo despeinado, soñé con su diminuta camisa blanca, soñé con sus manos y pies pequeños.

Simplemente soñé con algo que no tenía explicación alguna, y que buscaba con desesperación a su madre.

Jamás, en mis diecisiete años, había presenciado algo semejante, algo que estremecía con tan sólo pensarlo.

Nunca creí que esto me sucedería a mí.

¿Por qué sólo yo podía verlo?

No era alguien que presenciaba a los muertos, no era alguien que veía demonios o algo parecidos a estos, ¿pero por qué ahora?

Estaba aterrada, y más si mis padres no me creían.

Olivia se revolvió en la cama y abrió con pereza los ojos, tras lanzar un delicado bostezo.

—Te ves horrible —dijo, espantada—. ¿No has dormido?

Negué con la cabeza tras darle un casto beso en su frente.

—¡LES JURO QUE YO SOY EL REY!

Olivia lanzó una carcajada en cuanto Dylan gritó entre sueños, y acto seguido, cayó al suelo con un golpe seco.

En cuanto estuve apunto de ir a ayudarlo, él ya se había levantado de forma brusca.

—¿El rey de qué? — pregunté, horrorizada.

Dylan se acomodó como pudo su melena castaña y se frotó el rostro,antes de contestar.

—Cierra el pico, Angélica. —contestó, malhumorado.

—El rey de los idiotas. —respondió Olivia por él.

De pronto, él la tomó en sus brazos y ella lanzó un chillido de protesta para que la bajara, y comenzó a caminar directo hacia la puerta.

—Dejemos descansar a la demacrada de nuestra hermana. —le dijo somnoliento, tras darle un beso en la mejilla.

Los dos salieron de la habitación.
Lo último que haría sería descanzar.
Sin ganas, salí de la cama a rastras y fui al baño. Al chocarme con mi reflejo en el espejo, supe que mis hermanos tenían razón; tenía bolsas por debajo de los ojos, y la palidez consumía mi rostro, como si me estuviera muriendo.

Mi cabello era un desastre, más de lo normal, y parecía pajoso, sin vida alguna.

Mis labios estaban resecos y quebradizos, por la sed que tenía.

Abrí la canilla de lavabo y tomé un poco de agua de él, y comencé a lavarme el rostro, sintiéndome aliviada por la calidez del agua.

Tomé la toalla y me cequé. Luego hice mis necesidades.

Regresé a mi cama con un dolor punzante en mi espalda, y al ver que eran las diez de la mañana, fui en busca de mis píldoras que estaban en mi mochila y las ingerí con un poco más de agua.

Era insoportable el dolor, y suplicaba que las pastillas hicieran efecto y desapareciera por lo menos algunas horas.

Esponjé con las manos una vez más la almohada y reposé mi espalda contra ella, largando el aliento.

No te olvides de Angélica.Where stories live. Discover now