Capítulo 18

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 Gabriel nos prometió volver antes del primero de diciembre para poder despedirnos de nuestros padres, ya que aún debía visitar a los ángeles que pertenecía a su región.

Blenti había encontrado juguetes de Olivia en un baúl viejo y se encontraba entretenido haciendo volar los aviones con sus manos.

—Oye, Robert.—susurré para no llamar la atención de Blenti.

Él se acercó viendo en la misma dirección que yo.

—¿Por qué nosotros no podemos tocar ningún objeto que no sea ventanas o puertas y Blenti sí?

—Porque tu hermano no deja de ser un fantasma, Angélica. —contestó Ethan por él, quien se acercó a nosotros.

No dejaba de ser doloroso saber que él estaba muerto y no dejaba de ser horrible de pensar que yo era un ángel. Tarde o temprano tenía que aceptarlo.

Iss fue hacia mi hermano y se arrodilló a su lado, mientras lo observaba jugar con una sonrisa en su pálido rostro.

—Me voy a ver como amanece en el tejado. —solté en un suspiro.

Di media vuelta y fui directo a la ventana en donde salí.

El sol me pegó en los ojos, cegándome por momentos.

Se asomaba a lo lejos con aquel cielo pintado de acuarelas claras. El amanecer era lo más bello que podía apreciar ahora.

No sentía ni frío ni calor, simplemente estaba bien con mi temperatura corporal.

Me senté en el tejado, abrazando mis rodillas y mis ojos cristalinos enfocados en el cielo que nacía detrás de los arboles y casas a la distancia.

Tenía que ser fuerte y dejar de llorar, pero era todo tan difícil.

De un día para el otro mi vida cambió bruscamente. Hace horas mis padres ya no me recordaban y tenía que despedirme de ellos.

¿Los volvería a ver? O mejor dicho...¿me volverían a ver?

Insistiría a quien sea para que me devolvieran mi vida y lucharía para que eso fuera así, junto a Blenti.

Daría lo que fuera por volver el tiempo atrás.

—¿Diablilla?

Apreté los ojos con fuerza al escuchar a Ethan.

Aún me moría de vergüenza por lo que pasó.

—Creo que te debo una disculpa por lo que sucedió con nosotros. No quise besarte.—planteé con voz firme.

Se sentó a mi lado, con los ojos pegados en el cielo y sonrió con picardía.

—¿También lo sientes por decirme que era sexy?

Mis mejillas se acaloraron al escucharlo.

—No llegaras a nada con ese tema, Simón.

—No me gusta que me llames así.

—¡Pero sí así te llamaba cuando te conocí y no te quejabas! —protesté.

Sus ojos grises se clavaron en mí sin perder su buen humor.

—Como tu digas, diabla. De todas formas me ves sexy.

—Cállate. Esa no fui yo quien lo dijo.

—¿Y quién fue?¿Eh?

Se estaba burlando de mí ¿con qué necesidad?

—Cállate, en serio, cállate. —carraspeé, apartando la mirada.

De pronto, sus labios se aproximaron a mi oreja y sentí como mi corazón golpeteaba contra mi pecho amenazando con salir disparado.

No te olvides de Angélica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora