Tyler
Mierda. La cabeza me estaba a punto de explotar.
Idiota. Eres oficialmente un idiota, Tyler. Genial. Perfecto. ¿Por qué te acercas tanto a ella? ¿En serio vale la pena meterla en tu juego? ¿Estará dispuesta a jugar? No. No puedes. No quieres nada con ella. No buscas nada serio. Lo que pasa es simple. Tan simple que no lo quieres admitir.
La deseas.
Deseas a la hermana de tu mejor amigo, pero no por cualquier mierda del romance. La deseas porque te han dicho que con ella no.
—Ella no —bufé al recordar todas las advertencias de Nick.
No. Una palabra tan simple. Métetela a la cabeza, Tyler. Ella no.
Y una mierda.
Me salté el horario y fui directo a la salida, caminando bajo la atenta mirada de las chicas. Ellas me vieron pasar, me recorrieron con la mirada incluso cuando ya estuve afuera. Me concentré en caminar lejos, con mil y un dudas en mi mente. Ella no. ¿Por qué sentía como una amenaza a mi estilo de vida que me dijeran que con ella no? Nunca había pasado tanto tiempo con una chica sin tirármela, pero ahora estaba condenado a pasar tiempo con ella sin siquiera tocarla.
En cuanto levanté la mirada, vi una melena de un horripilante tono azul caminar hacia mí. Hice una mueca, si yo tuviera ese color de cabello creo que preferiría morir.
—¡Tyler! —Intentó abrazarme, pero retrocedí por instinto.
Ella desvió la mirada, avergonzada.
—¿Morgan? —La miré pasmado.
¿Estaba con mucha resaca o Morgan parecía sacada de una película de terror?
—¿Estás audicionando para el circo?
—No, yo... Ayúdame, no sé qué ha pasado. ¡Mírame! Este cabello... —Su mirada se desvió a un punto detrás de mí—. ¡Tú, maldita zorra!
Wow. Por un momento pensé que me lo había dicho a mí.
Me olvidó y se fue directo hacia su víctima. La seguí con la mirada y me topé con que ella no se refería a cualquier chica. Iba directo a Lydia, que la miraba divertida. Lidiar con las dos no era lo mejor que se me apetecía. Estuve a punto de continuar mi camino, pero me detuve. La odio. Mascullé una maldición y fui hacia ellas.
Casi me voy de narices cuando intenté caminar, pero lo hice y lo mejor fue que nadie me vio.
—¿Yo?
—¡Hija de puta! ¡Tú le hiciste esto a mi cabello!
—Es un pésimo cambio de look. —Lydia la miró con falsa pena—. ¿Quién te aconsejó tan mal?
—¡No te hagas la santurrona!
—Basta —le advertí en susurros.
Ella no me hizo caso porque estaba muy ocupada en fulminar a Lydia. Todos los estudiantes susurraron con la mirada clavada en ellas, pero también me miraban con desconcierto. Está bien, yo no pintaba en nada aquí, pero tampoco iba a dejar que se mataran. Me puse al lado de Lydia para escaparme por ahí.
Morgan me fulminó con la mirada.
—¿Te pondrás de su lado?
Me quedé callado. Si sacaban las uñas, yo me piraba.
—Ya lo hizo —sentenció Lydia.
La miré de reojo, indignado. Ella se limitó a esbozar una sonrisa inocente.
—¡Esto no se quedará así! ¿No te bastó con arruinar mi vida dos años enteros?
El silencio fue peor que un balde de agua. La sonrisa que Lydia tenía en el rostro se esfumó al escucharla y su cuerpo se tensó. Se volvió una versión fría y distante frente a todos. Fruncí el ceño.
—No sé de qué hablas.
—¿En serio? Porque lo que parece es que no quieres recordarlo.
—¿Recordar qué? —intervine, aunque me sentí estúpido por hacerlo.
—Ella no es lo que...
—Cállate —espetó Lydia con los ojos llorosos y se fue rápidamente en dirección contraria.
¿Qué mierda? Morgan la vio alejarse con una cínica sonrisa en el rostro, como si supiera que lo que iba a decir le había hecho daño.
—¿Qué fue eso?
—Tyler, Lydia no es quien crees que es. —Su mirada afilada cayó en mí—. Te hará daño tarde o temprano. Espero que te le adelantes.
Que estupidez. Yo podía hacerle más daño de lo que ella podría hacerme a mí.
Fui a zancadas hasta alcanzarla. Lydia dio media vuelta y se me quedó viendo con dolor. Trató de ocultar la frustración en su mirada, pero lo único que obtuvo fue quebrarse en mi delante. Me quedé pasmado al verla de ese modo. Siempre parecía tan fuerte que verla rota era como conocer una versión diferente de ella.
—Lo siento —murmuró y corrió a mis brazos.
Me abrazó como si la vida se le fuera en ello, como si necesitara que la abrazara. Y yo le cumplí el deseo encantado, la rodeé con todas mis fuerzas y la apretujé contra mí, pensando en qué la haría sentirse mejor, pero me quedé callado porque era mejor el silencio entre nosotros dos.
Simplemente la retuve ahí, sin querer soltarla.
—Me siento patética. —Lo arruinó con una risita.
Me encogí de hombros.
—Entonces somos patéticos.
Ella se apartó de mí con una pequeña sonrisa en el rostro. Su rostro ya no estaba tenso, ahora su cuerpo se veía relajado, natural y con el lustroso brillo que la caracterizaba. Por primera vez, miré cada detalle de su rostro. Le presté atención. Tenía una mirada cautivante con ojos color avellana, lo suficiente claros sin ser verdes, pero no tan oscuros para parecer marrones. Unos pómulos altos afilaban su rostro que terminaba con un mentón delicado acompañado de unos labios entreabiertos rosados y carnosos. Frescos, se veían tentadores. Irresistibles.
Nos quedamos mirando, nuestros ojos perdidos en los del otro, hasta que otra fue la voz que nos interrumpió.
—Lydia —insistió.
Sacudí la cabeza, confundido. ¿Por qué la estaba retratando con la mirada?
Ella se apartó de mí y me dolió que su sonrisa se hiciera mayor al verlo a él. Sean Vant era todo lo que no quería cerca de ella, me molestaba que actuara como un santo. Pero eso no impidió que ella lo abrazara de la misma forma que me abrazó a mí y, joder, eso tampoco impidió que él la abrazara con el mismo ímpetu que yo lo había hecho.
Me sentí apartado. Traté de no mirarlos, pero no pude. Él le susurró algo en el oído como un secreto solo entre ellos dos y ella asintió, sonriendo. Carraspeé fuerte, molesto.
—Espérate —espetó Sean con mala cara.
Me importó un comino.
—Estoy bien, no te preocupes —le dijo Lydia, apartándose.
—Espero que sea verdad. ¿Qué tal si voy a tu casa hoy?
Apreté los puños con fuerza. Quería apartarlo y decirle que la dejara en paz o si no se las vería conmigo, pero no pude hacer nada al ver la sonrisa que ella tenía en el rostro. ¿Por qué sonreía? Tenía que patearle el trasero y decirle que se fuera a su casa porque en la suya no era bienvenido, pero ella hizo todo lo contrario.
—Por supuesto.
—Tenemos planes —intervine.
—¿En serio? —Sean no apartó la mirada de ella—. Bueno, iré otro día.
—Sí, bueno, la cosa es que tenemos planes todos los días. —Le sonreí, pero mi tono de voz a la defensiva me traicionó ridículamente.
Intentaba cuidarla, maldita sea.
Caminé lejos de ella, molesto. Esto está mal, no puedo cuidarla si me reta a cada rato. Me subí a mi auto y cuando estuve a punto de arrancar, la vi aproximarse a mí.
—¡Tyler! —Intentó abrir la puerta, pero tenía seguro así que empezó a dar toquecitos suaves en el cristal de la ventana para atraer mi atención.
Bajé un poco la ventana, lo suficiente para escuchar su voz.
—¿Qué quieres?
Ella se sorprendió por mi tono de voz. Me estudió con la mirada, parecía que tenía una lucha interna sobre si subirse al auto conmigo y preguntar qué planes imaginarios teníamos o volver con Sean.
—¿Qué? —repetí de mala gana.
—Supuse que... —Se lo pensó una vez más—. Nada, no pasa nada.
—Bien, porque tengo cosas que hacer.
—¿Es en serio?
—Lydia —dije su nombre como si yo fuera su perdición. Lo dije con sumo cuidado, dejándole un mensaje claro de mis intenciones con ella—. Lo que quieras, lo tendrás. Pero no con él, no es para ti. Si lo quieres a él a pesar de eso, búscate otro hombro en el que llorar. Es un idiota.
Ella me miró fijamente.
—Al menos tienen algo en común.