Paranoidd ©

By L-ZigZag

324K 28.2K 23K

DISPONIBLE TAMBIÉN EN PAPEL Aless va al psiquiatra cada semana para intentar combatir sus conflictos mentales... More

Notas de la autora
▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪•▪▪▪▪▪
1. NO
2. HAY
3. MAYOR
4. AVENTURA
5. EN
7. VIDA
8. QUE
9. NO
10. PODER
11. CONFIAR
Pregunta para el lector (SPOILER)
12. EN
13. UNO
14. MISMO.
Extras (SPOILER)
FanArts (New!)
Explicación de Paranoidd
Recomendaciones
DÓNDE COMPRAR PARANOIDD

6. ESTA

12.5K 1.1K 1.5K
By L-ZigZag



Previously on Paranoidd...

[...]

Volví a casa sin dejar de vigilar al tipo vestido con la máscara de lobo. Si aquel desconocido era uno de sus súbditos ahora había posibilidad de que OP me amenazara físicamente, me golpeara o me robara.

Estaba ahí, pero a la vez no lo estaba. El resto de ciudadanos parecían no inmutarse al cruzarse con él. Me inquietaba la idea de que esta vez tampoco le estuviera viendo nadie excepto yo.

—Pot, por tu culpa ahora Áspid está llena de gente voceando.

—¡Lo sé! ¿No es re grosso? Está corriendo la voz por las redes sociales. Incluso crearon un jasstak de esos del pajarito azul... ¡Mi hipótesis hipotética está a punto de confirmarse!

—Hola, Romi.

—Hola, Aless.

—¿Ha sucedido algo desencadenante en tu vida relacionado con el color rosa? Yo ayer entre Terry y Terry estuve soñando con una especie de dibujo animado con forma de oveja rosa. En primer lugar has de saber que OP sostiene una teoría: en toda persona existe un objeto, pensamiento o ideal que recoge tu esencia y que te hace ser quien eres. ¿Sabes lo que significa eso? Que si lo pierdes, estropeas tu propia identidad y te vuelves loco.

—¿Eso quiere decir que las personas que están locas, lo están porque anteriormente han perdido cierta cosa importante para ellos?

—Así es, Aless —afirmó—. Lo que hace OP es robar a la gente sus objetos esenciales para volverlos majaretas. OP son las siglas de Objetos Perdidos.

—¡Así que tengo problemas psicológicos porque me han quitado algo! Ya lo entiendo. Y a ti también te falta un tornillo porque te han quitado algo. Tú tienes narcolepsia. Yo tengo trastorno de Personalidad Paranoide. Winona tiene síndrome de la Mano Extraña. Lo que hace Kornelius con los hospitales también tiene un nombre... síndrome de Munchausen o algo así. Pot y el teniente Rudy nunca fueron diagnosticados por un doctor, pero seamos sinceros, poner la lavadora tres veces al día y beberse el líquido de los pepinillos no es muy normal, que se diga.

—Muy bien. ¿Ya has resuelto tu misterio? —gruñó Romina—. Pues ahí va otro. Yo ya he hecho repaso de todos los objetos materiales que he tenido en mi vida y a mí nadie me ha quitado nada; desarrollé narcolepsia después de que Terry muriera al caerse por las escaleras. Y no sabes si Pot y el resto la conocen pero nunca la han mencionado.

—Pues entonces iré a preguntarles.

Entré justo a tiempo para ver cómo Winona empezaba a mover, hacia delante y hacia atrás, una pequeña sierra de carpintero sobre su muñeca izquierda. Emitía unos alaridos terribles y la sangre escurría a borbotones sobre la mesa.

—Es que está enfadada conmigo, pero no sé por qué. No quiere escribírmelo en un papel. Esta mañana ha intentado ahogarme mientras me abrochaba el collar. ¡Está loca! —susurró a voz en grito, en tono rasposo—. Es ella o yo.

Supe que había dejado la puerta abierta para que entrara y la detuviera.

—¿Me das un beso? —preguntó—. Las grandes líderes siempre tienen un acompañante con quien compartir los momentos duros.

No hubo punto de inflexión. Winona estuvo a punto de echarse a llorar.

—Tengo que irme —dije.

[...]


ESTA:

Aquella noche. El Zyprexa. Golpeó. Duramente. Mi cerebro. Me levanté. Por la mañana. Llena de temblores. Con los músculos dilatadddddos y la lengua agarrotada. Mi memoria... estaba en ja-a-a-que, asustada en un rincón y observando el exterior por la minnnúúscula ventana de mi corteza cerebral.

Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. Ufff...

Me sentía cautiva, incómoda, detenida, sangrienta, arrastrada, vigilada e incapaz de ser yo misma, suplicando porque aquel te-terrible juicio terminase cuanto anteeees. Ah. Ba-ba-basta. Basta. Basta. Respiraba hondo, para tomar un poco de aire antes de volver a sumergirme en la... incomprensión..., como un delf-ín agarrado por la cola. Ah. Tuve ganas de echarme a llorar. Me pregunté si esto era el inffffffierno al que se veían sometidas todas las personas con defeccctos mentales que se medicaban.

Ah... Ufff.

Me costó milenios llegar al sofá, respirando en-tre-cor-ta-da-men-te y frustrándome cuando mi cerebro se entre-tenía en dEsssVaRÍoS y onnnnduuulacioooones por la habitación. Apreté las manos en los reposabrazos. Que pase ya. Por favor. Que pase ya. Ya. Ya. Ya. YA. YA. YA. Cerré los ojos con fuer.

...

Ahí seguían. Las formas estrelladAS, agresivAS, impertinentES. Era imposible escapar de ellas. No importara que cerrara o abriera los ojos, porque el cerebro no necesita usar los ojos para ver.

Me sentía realmente mal.

Estaba segura de que iba a quedarme en ese estado para siempre (parasiempreparasiempreparasiempre...) aunque supiera que iba a acabar pronto porque el efecto ya estaba empezando a disolverse.

Poco a poco empecé a ser consciente de mí-mí-mí misma. De mi sofá. De mi cortina. De mi pelusa debajo de la mesa. Parpadeé con miedo de sentirme aliviada, pero lo cierto es que al cabo de dos horas seguía agarrada al sofá como si fuera una montaña rusa, aunque me encontrase perfectamente recuperada. Luego tardé media hora más en volver a pronunciar con normalidad.

Al principio estaba un poco asustada, pero pronto se me pasó y me puse a hacer la comida y a airear un poco el dormitorio. Simplemente me había sentado mal el Zyprexa. Nada más. Dejé la televisión encendida en el salón.

...que esta mañana ha aparecido muerta en el piso de su casa. Tenía treinta y seis años y vivía sola, por lo que descartamos un episodio de violencia de género. Sin embargo, las pruebas indican que se trata de un asesinato, aunque la policía recalca que todavía no tiene ningún sospechoso. La víctima, Winona Zakatsipoulos, era de nacionalidad griega y llevaba diez años viviendo en la ciudad de Áspid.

Alcé la cabeza y dejé de sacudir las sábanas, sobresaltada. Corrí hacia el salón.

Luego hacia la cocina. Había olvidado apagar el horno. Una vez puesta a salvo la comida, me acerqué a la televisión con la ceja levantada. Las noticias decían que alguien había matado a la pobre Winona. Vaya. Se avecinaban problemas. Qué pereza. Escuché.

—...quizá algunos todavía puedan recordarla por su cargo en la secretaría del Jefe del Gobierno, hace doce años. Al parecer la víctima no tenía ningún familiar al que notificar la pérdida y poseía una grave enfermedad mental relacionada con la locomoción de sus extremidades. El Primer Ministro no ha querido hacer ninguna declaración.

Chasqueé la lengua. No sabía que Winona había trabajado como secretaria del gobierno en el pasado. Debía de haber manejado mucho dinero; eso explicaba por qué jamás había abandonado su acaudalado modo de vida. De todas maneras, sabía que no iba a ser capaz de salir de este charco sin que me salpicara el barro. Casi esperaba la llamada. No. La esperaba. Diiiiiing diiiing diiiiing diiiiiiiiiiiingg. Ahí estaba. Levanté el teléfono. ¿Sí?

—¿Alessandra Antzas? ¿Es usted amiga de Winona Zakatsipoulos?

—Sí. Bueno... no. No somos amigas porque nunca haríamos nada la una por la otra.

—Vale, pero usted la conoce, ¿no? Soy el inspector Goumas. Lamento informarle de que Winona...

—Sí. La han matado. Estoy escuchando las noticias —interrumpí con aburrimiento.

—¿Y está usted bien?

—Perfectamente.

El inspector pareció dudar un momento al otro lado del teléfono.

—De acuerdo... ¿Podría acercarse un momento a la calle Ekarchia número seis? —Era la dirección de la casa de Winona. Dije que sí y bufé de vaguería. Me puse una camiseta que no tuviera manchas y salí hacia donde me habían indicado.

El sol pegaba fuerte. Cuando llegué allí, me encontré a Pot rondando por el lugar como un histérico, a Romina durmiendo en el banco de la acera de enfrente y al teniente Rudy poniendo cara de circunstancias. Los policías salían y entraban del piso mientras apartaban a los vecinos que se habían acercado a cacarear y a cotillear un poco.

Un hombre vestido de uniforme me cogió del brazo y me enseñó su placa.

—Soy el inspector Goumas. ¿Es usted Alessandra Antzas?

—Sí.

—Quizá pueda proporcionarnos alguna pista sobre el asesinato —explicó—. ¿Sabe usted si la víctima tenía algún enemigo potencial?

—No, que yo sepa. —Y añadí—: Pero claro, yo nunca sé nada.

Aquello solo sirvió para levantar más dudas, pero no me apeteció corregir mis palabras y él tampoco comentó nada al respecto.

—¿Y había intentado herirse anteriormente?

—Mmmm. No.

Debió pensar que mi ayuda era más inútil que los pezones en un hombre, así que procedió a volver al trabajo. Me agradeció parcamente y entró al piso de nuevo. Mientras tanto, Pot despertó a Romina con su flemático nerviosismo y ambos se pusieron a dar vueltas como hámsters acorralados.

Alguien nos contó que Winona había muerto desangrada al clavarse el cepillo de dientes en la garganta. Los tejidos de la faringe son blandos y habrían permitido el traspaso de un trozo de plástico a cualquiera que tuviera un rango de fuerza dentro de la media. Que la víctima murió por asfixia, ya que la herida era demasiado interna para que la sangre fuera vomitada. La policía se la había encontrado tirada en el suelo de su baño, con los ojos como platos, la boca abierta y el cepillo de dientes tieso en su interior.

El detective se alejó de la escena del crimen con una bolsa de plástico entre sus manos, en cuyo seno había un objeto que debía funcionar como prueba: un as de picas.

—¿Alguna novedad? —preguntó Romina interrumpiéndole.

El joven detective pareció dudar un poco antes de desvelar la situación, pero entonces hinchó la pechuga como un pollo vanidoso y explicó:

—Encontramos una carta sujeta por el borde de las bragas de la víctima. Esto parece ser claramente un indicio de un asesino en serie con tendencias sexuales, que deja una carta significativa en cada crimen que deja. Ahora tenemos varias preguntas a las que encontrar contestación: ¿Qué quiere decirnos el as de picas? ¿Deberíamos esperar un siguiente cuerpo?

Pot, Romina y el teniente Rudy nos miramos los unos a los otros con el mismo pensamiento en la cabeza.

—Lamento echar por tierra su sospecha, señor uniforme —comencé a decir—, pero Winona era ludópata y estuvo jugando en el casino ayer por la noche. Probablemente se guardó la carta en las bragas para hacer trampas y al final se fue a casa con ella. No tenía muy buena memoria.

El detective fue a decir algo, pero finalmente guardó silencio. Se marchó hacia su furgoneta farfullando como una mantis religiosa y custodiando férreamente su prueba.

—Ha sido un asesinato, sí, pero también ha sido un suicidio —comentó el teniente Rudy, girándose hacia nosotros—. Aless, tú dijiste que su mano izquierda había intentado matarla anteriormente. O al menos, eso es lo que te contó ella. Winona estaba tan mal de la cabeza que utilizó su mano como excusa para clavarse el cepillo de dientes en la garganta.

—Para usarlo como excusa, ella debería haber querido hacer eso realmente —expliqué—. No es el caso, ya que su cerebro no reconocía su mano izquierda y no podía ordenarle hacer nada.

—Entonces ha sido un asesinato verdadero. Ella siempre estaría al alcance de su mano malvada, por lo que esto habría pasado tarde o temprano —resumió Romina.

—Pero no sabemos si se lavó los dientes con la mano izquierda o con la mano derecha —añadió el teniente Rudy—. Si se los lavó con la izquierda fue asesinato, y si se los lavó con la derecha fue suicidio.

—Ningún inspector se creería un crimen así —se apenó Romina—. Y tampoco hay un doctor que avale hasta dónde ha llegado su síndrome de la Mano Extraña en estos últimos meses. A Winona no le gustaban los hospitales.

—¿Y deberíamos decírselo a los agentes? —dudó el teniente Rudy.

—No —me rehusé—. Tendríamos que hacer millones de declaraciones juradas y grabadas ante cámaras, aportar pruebas y actuar como testigos en los juicios. Qué pereza. Si son buenos detectives, lo descubrirán por sí mismos.

A todos nos pareció bien, así que nos disgregamos por el lugar para dejar trabajar a los policías. Llegó el momento en que los súbditos de la ambulancia sacaron el cuerpo de Winona envuelto en plástico en una camilla. El lugar se habría quedado en un agradable momento de silencio de no ser por el sonido de mi móvil en el bolsillo.

—¿Sí?

—Hola, Aless. ¿Estás ocupada? —preguntó Kornelius, pero no esperó respuesta—. Tengo una duda que he estado meditando últimamente. Mira. Si un hijo es genéticamente parte del padre y parte de la madre... ¿Las niñas no deberían tener las tetas cada vez más pequeñas hasta desaparecer, por la influencia exponencial del padre a lo largo de las generaciones?

—Eso no es así —repliqué con abatimiento, mientras veía a la ambulancia cerrar sus puertas—. No sé por qué no es así, pero no es así.

—Pero tú siempre tienes respuesta para todo, aunque sea cualquier mierda deprimente —se quejó Kornelius.

—Mira, cerebro de Homo Erectus, hoy no me apetece hablar de esto. —Hice una pausa cargada de aire—. Winona ha muerto.

Kornelius fue a decir algo, pero al final guardó silencio. Y por primera vez en la vida, fue él quien colgó primero. Me guardé el móvil de nuevo con una sensación de paz inhumana.

Suspiré, convenciéndome de que esto debía afectarme de algún modo y que estaría encantada de sentir el sufrimiento. Pero no había nada. Solo aceptación.

Había por allí un psicólogo preparado para atender cualquier posible ataque de ansiedad, que nos trató con la repelente confianza con la que los programas de prensa rosa ponen apodos a los famosos. Ninguno de nosotros quisimos hablar con él; no lo necesitábamos. Compartíamos el tiempo con Winona, sí, pero no era nuestra amiga porque nunca haríamos nada los unos por los otros. O eso se suponía.

Pot estaba más decaído que nunca.

—No estés triste, Pot —le dije con voz monótona. Me senté junto a él en el bordillo, con las piernas recogidas—. Tienes que aceptar su muerte; olvidarte de ella. Mira. Siempre me dices que debería salir de Áspid... así que podemos hacer un viaje si quieres. A la playa —sugerí.

—No me gustan las playas —bufó Pot—. La arena me da asco; está llena de espinillas arrancadas y es donde las caracolas y las almejas van a morirse. Es un cementerio gigante. ¿A quién carajo le gusta ir a un cementerio?

—A nadie.

—Y el agua está infestada de bolsas malvadas.

—¿Medusas?

—Pues eso.

El hombrecillo metió la cabeza entre las rodillas y respiró como un gatito junto al fuego. Entonces alzó las cejas y se miró las manos.

—Pot... —insistí. Le puse la mano en el hombro.

—¡Que no estoy triste! —replicó—. El mundo está feliz. Mi cuerpo está feliz. Todo el mundo sonríe. Hasta las uñas de las manos sonríen.

—¿Qué?

—Miráte las uñas de las manos. Cada una lo hace a su manera según lo recortada que esté, pero todas están sonriendo. Si el extremo se mete mucho en el dedo, la uña tiene una media sonrisa.

Doblé los dedos para mirármelos. Yo no veía nada.

Le analicé con la vista. A veces me cansaba de Pot y de su ingenuidad, por mucho que utilizara la inocencia para superar los malos tragos. La inocencia es esa facultad estúpida que te permite creer en hechos todavía más estúpidos, fielmente y desde tu propia raíz, desde tu propio ser. Es algo incontrolable que crece dentro de ti y manipula tus sistemas de desconfianza. Está mezclado con la ilusión, que es el sentimiento que lo pone de manifiesto, y principalmente está en gente inútil como los niños y en acciones inútiles como los trucos de magia. Supongo que es como una especie de hipnosis o de droga que no te permite ver la realidad como es... y no ver la realidad como es puede ser peligroso.

—Pot... ¿no te cansas de decir tonterías? —pregunté con seriedad—. Ganarías más tiempo si no te entretienes con cosas sin sentido.

—Si ganara más tiempo del que tengo, lo invertiría en decir tonterías —contestó—. Me hacen feliz.

Aquello me dejó pensando.

Romina se acercó bostezando y se sentó en el bordillo con nosotros. Sacó una lata de bebida energética y chasqueó la chapa para abrirla. Allí estábamos los tres. Entonces recordé algo.

—Oye, Pot. Me gustaría hacerte una pregunta. ¿Tú sabes algo de una oveja rosa?

—¿Te referís a un dibujo animado?

—¡Sí! Eso es.

Romina y yo prestamos atención con sorpresa.

—Pues no. No tengo ni la más puta idea de lo que me hablás —resumió con simpleza.

—Pero has preguntado que si estaba relacionado con un dibujo animado.

—No es más que un producto de la lógica —rio—. Corregime si me mando la fruta, pero una oveja rosa suena a dos cosas posibles: a un dibujo animado, o a una noche re copada de LSD. No es como si existieran más opciones en este mundo, ahre.

—Am... de acuerdo. —Parecía decir la verdad, así que insistí un poco más en el tema—. Oye, ¿y recuerdas cuándo empezaste con tu manía esta de poner la lavadora?

—Bueno, a ver... —Hizo memoria—. Hace años que vivo con la costumbre de lavar la ropa varias veces al día, pero no te creas que supone un drama para mí. Me encanta, chabón. Este olor a detergente y a suavizante de lavanda. No puedo vivir sin él. Mirá. Olé. Olé y sentí cómo respirás el aroma de una existencia pura, respetuosa y despejada. —Tiró del pecho de su camisa hacia nosotras, pero le dijimos que no hacía falta—. Y bueno, ya sabés, supongo que debí obsesionarme con poner la lavadora en el pasado, pero no recuerdo por qué. Debió ser algo que comenzó como una obligación y que acabó formando parte de mi vida. Ya sabés lo que dicen: si no podés acabar con un enemigo, unite a él. Se vive mejor asimilando las molestias. Tomá nota, Romi. —La señaló—. Vos no, Aless, que vos ya asimilás demasiado bien.

—¿Pero por qué tendrías que poner la lavadora por obligación? No lo entiendo.

—Que no me acuerdo, Aless —insistió Pot con pesadez—. La almendra nunca me funcionó demasiado bien desde aquello.

—Bueno. —Romina se quedó pensativa—. Oye, y ¿en qué trabajabas?

—Era profesor de física en la Universidad de Atenas.

—¿Tú profesor de física? —se rio Romina.

—Sí, pelotuda. ¿O quién crees vos que le puso el apodo de Schrödinger al viejo? —espetó dignamente—. Expliqué el experimento de Schrödinger millones de veces en mi vida. Yo fui un individuo con mucho prestigio en aquellos tiempos, e incluso me codeaba con el Arzobispo de Atenas.

Le miré con una mueca cómica. Un Arzobispo y un físico. Era obvio que no nos creíamos nada de lo que decía.

—Pero eres joven. ¿Qué haces aquí entonces, sin trabajo y viviendo como un perro?

—Me echaron hace siete años por escándalo público, ya que la Universidad quería mantener su imagen.

—¿Escándalo público? ¿Qué hiciste? —quise saber.

—Metí el perro de una niña en la lavadora. —Romina puso una mueca de espanto, así que Pot se apresuró a defenderse—: ¡Pero es que...! ¡Yo no entiendo que pasó! ¡Yo jamás haría eso! Era un yorkshire chiquito con las patas como espárragos. Se ahogó. Y después la niña se ahogó en lágrimas. Pero yo no recuerdo haberlo metido; ¡lo juro! Pero claro, es que a veces hago las cosas y después no me acuerdo de qué hice. ¿Cómo podía estar seguro de que era inocente? Todo el mundo me señalaba. A mí, que tan a gusto vivía con mi sueldo de profesor y mis vacaciones de profesor, no menos importante. Pagué una multa desorbitada y después me echaron del trabajo. No pasé más vergüenza en mi vida. Pobre perro. Pobre niña. Pobres padres. Pobre Pot. Yo jamás haría eso. No sé qué me pasó.

—Tranquilízate, Pot. No vamos a juzgarte —murmuré con serenidad. Meter un chucho en la lavadora...; tampoco me parecía que fuera para tanto.

—Lo único que me parece recalcable es que hay muchas cosas que has olvidado de tu pasado —comentó Romina con suspicacia. Pot erizó el pelo del lomo y sacó las uñas.

—¿A qué viene esto, flaca? ¿Es una acusación? Porque me estás rompiendo las bolas ya. Sabía que no tenía que haberles contado nada. Si tenés algún problema conmigo, salite ahí fuera y lo resolvemos a las piñas. Recordá que soy bueno en física.

—Ya estamos fuera.

—Tu madre sí que está fuera.

Pot le dedicó una mirada de duelo y Romina perdió el interés como un soplo de viento. Entonces el teniente Rudy se acercó al bordillo también y se sentó a nuestro lado. Allí estábamos los cuatro.

—Jamás pensé que tendríamos este problema con Winona... —masculló—. Pobre mujer. Estaba un poco mal de la cabeza, pero no era una mala persona.

—Oye, Schrödinger —interrumpió Romina—. ¿Qué me contestas tú si yo te digo las palabras oveja rosa?

—Que no me llames Schrödinger —contestó él.

—Vale, perdón, ya no lo digo más. Te lo juro por mi madre.

El teniente Rudy asintió y respondió tras pensar un momento:

—Pues te diría que en mi local no se venden ese tipo de sustancias.

—¡No estoy hablando de droga, Schrödinger!

El hombre abrió mucho los ojos pero sin levantar las cejas. Me pregunté a dónde habían ido sus párpados y tiré del brazo de Romina para que no nos rompiera las vértebras. Allí dejamos a Pot y al ex militar.

Cuando por fin nos encontramos a salvo en la tranquilidad de lo íntimo, le resumí:

—Vale, el teniente Rudy no sabe nada. Pot tampoco. Y Winona ha muerto así que no podemos preguntarle.

—Ya lo veo.

—No existe ninguna Oveja Rosa, Romi —insistí con un suspiro—. Tú y yo estamos viendo alucinaciones que no tienen nada que ver con el resto del mundo. Lamento decirte que tu teoría conspiranoica ha terminado aquí.

Romina se rascó la barbilla mirando al infinito y añadió:

—No todo el enigma está acabado, Aless. Hablar con Pot me ha dado una idea. ¿Y si OP primero actúa en las personas... y luego hace que se olviden de su existencia? Eso daría explicación a por qué Pot y Schrödinger están como una regadera pero no se acuerdan de ninguna oveja rosa.

—Eso podría tener algún sentido... de no ser porque tú sí te acuerdas de ella —señalé.

—Pero es lógico por qué yo sí puedo reconocerla. ¿Sabes a dónde van todos los recuerdos que han sido borrados de nuestra memoria? A nuestro subconsciente. —Romina bajó la voz con emoción—. Nuestro subconsciente es fuerte; tanto que no pensamos en él. Está olvidado y hecho para ser olvidado. ¿Crees que se puede escribir en un papel algo sin sentido? Yo creo que no. De hecho, escribir una frase con palabras aleatorias es más difícil que una frase apegada a hechos. ¡Pruébalo! Son palabras rescatadas de un lugar donde las ideas entran y no deberían salir. La inmensa papelera del cerebro. ¿Desea eliminar el archivo? Sí. Pum. ¿Y por qué? Porque nuestro subconsciente es fuerte.

—¿A dónde quieres llegar?

—Joder, Aless, hay que explicártelo todo. Alguno ya lo ha pillado seguro —gruñó—. ¿De dónde saco yo las ideas sobre Oveja Rosa? De los sueños, Aless, y eso es porque el subconsciente se presenta cuando estamos dormidos y crea nuestras pesadillas a partir de recuerdos que ya creíamos olvidados. Es por eso que yo sí puedo recordar a Oveja Rosa.

—Entiendo. ¿Y por qué yo también puedo verla? —pregunté. Entonces caí en la cuenta—. Ya lo tengo. Es por el Zyprexa.

—Y dale con el Zyprexa de los cojones. Yo no sé de medicina así que no puedo asegurarte eso, pero puede ser que todavía estés en la fase donde Oveja Rosa actúa sobre ti y por eso, aún no te has olvidado de ella. Pero lo harás, ¡lo harás! Porque así es el proceso.

Asentí con la cabeza sin estar muy convencida.

Miré a mi alrededor con la mirada perdida. Entonces le reconocí. Estaba parado en la puerta de la casa de Winona, viendo a los policías subir y bajar sin que nadie pudiera reparar en él. El hombre de la máscara de lobo seguía llevando aquella camisa rosa que indudablemente me recordaba a su líder, el dibujo animado. Ya no sabía muy bien qué clase de sentimientos me producía.

—Oye, Romi, tengo consulta con el doctor Merlo en veinte minutos. Díselo a la policía si pregunta, no quiero meterme en líos.

La joven narcolépsica asumió su papel y yo me alejé de la casa de Winona a paso lento. Tenía varias cosas en las que pensar.

Tenía que reconocer que la confesión de que Romina también veía a Oveja Rosa me había tranquilizado mucho, pero por otra parte, la evidencia se derrumbaba en cuanto Pot y el teniente Rudy negaron estar inmiscuidos en el tema. Cabía la posibilidad de que mintieran, claro, pero había pasado mucho tiempo escuchando mentiras de los desconocidos con los que hablaba y podía olfatear eficazmente cuándo me encontraba ante una.

El misterioso sujeto disfrazado con una máscara de lobo me seguía como un fantasma por la acera opuesta.

No tenía ni idea de si existían paranoias compartidas, pero es que incluso podía ser aún más grave si se diera la posibilidad de que mi cerebro estuviera captando las inofensivas palabras Romina y las estuviera transformando en aquellas que yo quería oír. Eso significaría que Romina tampoco sabía nada de dibujos animados. Por la misma razón, Romina me había dado una alternativa para el hecho de que Pot y el teniente Rudy no recordaran nada de Oveja Rosa. Una alternativa que sonaba creíble, posible y razonada dentro de su incredibilidad, pero es que claro, todos los hechos encajan ordenadamente dentro de cualquier paranoia. Es un enredo que funciona porque para nosotros tiene sentido. Eso es. Todo estaba formando parte de mi paranoia.

Llamé al telefonillo de la consulta. Pulsé el botón del ascensor. Cuando se abrió la puerta, Oveja Rosa me recibió desde los espejos con su amplia sonrisa y sus pupilas horizontales. Cerré los ojos.

Aless. No me ignores, por favor. Aless.

Pero tenía que pensar fríamente. Por dios, ¿un dibujo animado y un hombre enmascarado que solo yo puedo ver? ¿Una organización que roba a la gente sin que se dé cuenta? ¿Un reflejo que aparece en los espejos y en los discos de vinilo? Sonaba ridículo. Terriblemente ridículo. Mi mente lo había entretejido de tal manera que todos los hechos encontraban sus razones, pero al final había aprendido que debía confiar un poco menos en mí misma y un poco más en lo que digan los demás.

Debía aprender a ver la verdad. La realidad del mundo, en contra de lo que dijera ese cordero idiota. Debía dejar de echar la culpa a otras entidades de las desgracias que me pasaban, de las afecciones de mi psique. El doctor Merlo me lo advirtió. Me advirtió que esto pasaría de nuevo y que debía separar lo que era verdad de lo que mi mente se estaba inventando. Oh. Lo siento, señor Merlo, con sus ojillos brillantes y su canoso pelo de aguilucho. Lo siento por no haber confiado en el Zyprexa y en sus intentos por ayudarme. Juro que jamás volveré a dudar de usted y de sus buenas intenciones.

—¡Alessandra Antzas! Buenas tardes. ¿Qué tal has pasado el día?

Voy a luchar contra mí misma y contra las redes de mi cerebro. Lo juro. Pero no quiero que meta usted más pastillas en mi dieta. No puedo con ellas. Me asustan. Uf. Esto es muy difícil. Confío en usted, pero no en las empresas farmacéuticas. No quiero más compuestos químicos riéndose dentro de mi cuerpo. No voy a contarle nada sobre las alucinaciones porque sé que su única solución será inducirme médicamente a la sanidad. No quiero. No de esa manera. No voy a contarle nada de momento. Estoy segura de que usted lo entendería. Lo combatiré yo sola. Está bien. Todo está bien.

—Todo está bien.

El doctor Merlo inclinó la cabeza con extrañeza y añadió:

—Por cierto, hoy he escuchado en las noticias que ha muerto tu amiga Winona. Mi más sincero pésame. ¿Cómo te lo has tomado?

Y dale con lo de amiga.

—Bien.

—¿Bien? —El doctor Merlo alzó una ceja—. No es así como debieras tomarte el asesinato de una persona con la que llevas viéndote casi tres años. ¿Eres consciente de que no volverás a verla nunca más? ¿De que todo lo que ella deseaba y lo que hubiera podido llegar a ser, se ha interrumpido de repente?

Sabía que estaba intentando llegarme al corazón, derrumbar la armadura de la inapetencia.

—Mire, sé que pretende alardear de sus nociones de psicología y ayudarme a superar esto con un par de palabras mágicas y una palmadita en la espalda, pero de verdad que no lo necesito. —Me encogí de hombros—. No hay nada que superar. Estoy bien. ¿Por qué iba a estar mal si nada de lo que yo sienta va a traer a Winona de vuelta? No es rentable tener que llorar por ello.

El doctor Merlo negó con la cabeza.

—Esto no te conduce a ninguna parte. No tienes que preguntarte por qué debes estar mal; debes estar mal y punto. Es cuestión de sentir, no de razonar. Los sentimientos no entienden de mecanismos con rentabilidad, y generalmente están hechos para salir perdiendo. —El hombrecillo juntó las manos con cordialidad—. Salir de este bucle es como querer despertarse o querer salir de una hipnosis: cuanto más lo intentes, más imposible y frustrado se verá el objetivo. En un episodio de hipnosis, si tú te concentras en mover una mano, en mover una mano, en mover una mano, en mover una mano; no vas a conseguirlo. Pero si de repente te pica una nalga en ese momento, es probable que despiertes de la hipnosis con toda facilidad para poder rascarte. Porque tu cerebro extrae la orden de aquella parte de tu mente que no está atrapada. Esto es lo mismo. Es un hecho que no requiere lucha, que no requiere intentos. Se hace y punto. Sin pensarlo. Se siente desde dentro. ¿Entiendes?

—Lo entiendo igual que un judío entendería el Mein Kampf —contesté, pensativa—. Puedo ver sus razones, pero soy incapaz de meterme en su piel.

—¡Deja de pensar tanto, Aless! —piafó el psiquiatra—. Mira. Cuestionas todo lo que haces, así que no haces nada. Para curarte de la apatía debes dejar de preguntarte por qué haces las cosas. Debes saber por qué las haces, aunque sea una razón ridícula, porque la confirmación recompensa tu cerebro y le anima a seguir adelante. No debes cuestionarte más.

Me erguí sobre la silla con tenacidad.

—¿Qué no me cuestione más? ¡No comprendo nada de esta especie a la que supuestamente pertenezco! El miedo del ser humano a fracasar, a tener éxito. A ahorrar demasiado, a gastar sin control. A ser temerario, a ser demasiado cobarde. A hablar en público, a no tener nada que decir. A ser un segundón, a ser un líder. A pensar como todo el mundo, a pensar distinto. Y que al final del día todo haya dado igual, porque olvidaremos los éxitos tan pronto como los fracasos. O quizá todavía más pronto, que es peor. Estamos malditos, doctor Merlo. Con un cerebro hecho para olvidar... para así poder seguir adelante. Ya sabes, como si nada hubiera pasado. Y es que realmente nada pasó.

El doctor Merlo se quedó callado en su silla giratoria, con tristeza.

—Pero tiene que haber algo que te cause interés, Aless. Si no es la muerte de tu amiga, de una de tus pocas amigas... ¿qué podría ser?

—Pues de hecho, la muerte en sí me parece un tema atrayente —comenté, pensativa—. Ojalá tuviera una excusa para matar a alguien.

Entonces el doctor Merlo me miró con preocupación. En ese momento supe que no debía haber dicho eso.

—¿Vas bien con el Zyprexa? —preguntó después.

—Estupendamente. Reconozco que en un principio tuve algunas dudas sobre él, pero ahora he decidido tomármelo con confianza y sin permitir que mis ideas puedan interrumpir el tratamiento.

—Vaya, pues me alegro. Esto sí es un gran avance. —El doctor Merlo sonrió con algo de optimismo ante mi determinación—. Estás yendo por el buen camino, Aless; tan solo recuerda no salirte de la línea. Seguiremos trabajando en ello.

La línea. Sí, sí. La línea.

Así que al final salí de la consulta orgullosa de mí misma, ignorando a Oveja Rosa y creyendo haber hecho lo correcto por primera vez en mi vida. Aun con el terrible atraso que tenía con la apatía, estaba dando el primer paso para luchar contra el trastorno de Personalidad Paranoide, y lo estaba dando por mí misma. Al otro lado de la carretera vi al tipo vestido con la camiseta rosa y la máscara de lobo. Le enseñé el dedo de en medio.

Pero entonces sucedió algo que terminó de romper el delicado castillo de cristal que había construido en mi mente:

Una niña iba caminando agarrada del dedo meñique de su madre, mirando hacia su piruleta tan maravillada que no se dio cuenta del individuo que había parado en la misma acera que ellas. La madre lo esquivó, pero la niña se chocó con el secuaz de OP tan bruscamente que le pisó los zapatos. Le pidió perdón.

El lobo y la niña se miraron como si hubieran cometido el mayor error del universo. La madre me ojeó desde el otro lado de la calle, espantada, y tiró del brazo de su hija apresuradamente mientras la regañaba.

La ciudad entera estaba fingiendo.

Continue Reading

You'll Also Like

227K 15.9K 117
Qué triste querer decirle tanto y saber que es mejor no decir nada.
363K 15.6K 162
Frases Reflexiones Realidades Tristezas Frases para tu estado
Cicatrices By Sol

Mystery / Thriller

279K 20.7K 61
Una chica. Cinco chicos. Un misterio. Muchas muertes. Y un par de cicatrices.
10.7K 1.7K 25
── 25 días, 25 inspiraciones. 𝐔𝐧𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐞𝐣𝐚 Especial Navideño Traducción al español: Awnyaa en AO3