—Haremos una cosa —les dijo Gabriel a Angélica y a su hermano—, cuando caiga la noche aparecerán en los sueños de sus padres y hermanos.
—¿Me estás tomando el pelo?¡Eso no era lo que esperábamos!
—¿Qué más quieres Angélica?¡No soy un mago!
—Gabriel no actúes de forma infantil y danos la última oportunidad para despedirnos de nuestros seres queridos. —apareció Ethan junto a los demás.
Angélica estaba indignada por como Gabriel quería hacer las cosas. No era justo, él no podía hacerles eso.
Ella quería aparecer frente a ellos en carne y hueso.
—Niños me están poniendo en una situación muy extrema —advirtió el arcángel—.Si le concedo a ustedes hacer eso, tendré que hacerlo con todos los ángeles que están a mi cargo.
—Pero no tienen por qué enterarse. —dijo Angélica, en voz baja.
Gabriel enarcó una ceja.
—¿Quieres que mienta, ángel?¿Quieres que cometa pecado?
—No, simplemente guardar silencio y no dices nada al respecto. —recalcó, sintiéndose un poco avergonzada.
Gabriel se cruzó de brazos y la miró por un instante, luego le dirigió la mirada al grupo que yacía en silencio, esperando a que todo aquello llegara a una conclusión.
Todos estaban desesperados por despedirse de su familia.
—Me están comprometiendo. —carraspeó, con voz áspera.
—Por favor, hágalo por nosotros, necesitamos decirles adiós. Por favor. —suplicó Robert.
Gabriel parecía realmente frustrado, odiaba que aquello le ocurriese a menudo.
Angélica abrazó a Blenti. Tenía un horrible nudo en la garganta y no le gustaba lo que él quería ofrecerles, no era justo.
¡Ellos tenían la culpa por la vida que les había arrebatado!
—¡Bien, lo haré! —masculló, furioso.
Sus palabras fueron alivio para sus oídos y hasta se abalanzaron para abrazarlo con fuerza. Gabriel actuaba indiferente, pero por dentro ese afecto fue algo reconfortante.
—Pero...—continuó Gabriel—, sólo podrán hacerlo los que se convirtieron en invisibles. Los que no están vivos...temo decirles que sólo podrán despedirse en los sueños.
Angélica miró a Blenti y vio la decepción reflejada en sus ojos. Se agachó a su altura y le sonrió para tranquilizarlo.
—Iremos los dos juntos a despedirnos en el sueño entonces. —dijo, con decisión.
Eran las diez de la mañana cuando Ethan y Robert fueron a despedirse de sus familiares, y tenían diez minutos para hacerlo antes de que volviera todo a la normalidad.
Angélica, Blenti e Iss fueron a casa, esperando a que la noche regresara una vez más.
Mañana a las doce de la noche les esperaba un nuevo comienzo y Angélica tenía miedo por lo que les esperaba ya que eso significaba separarse de su hermano hasta tiempo indefinido.
Cuando los familiares de Angélica se fueron a dormir, Gabriel reapareció.
Ethan y Robert ingresaron por la ventana de la ex habitación de Angélica al mismo tiempo. Ahora parecían relajados y más satisfechos, como si hubiesen hecho todo lo que necesitaban hacer: Decir adiós, aunque sin realmente querer hacerlo.
Ahora era el turno de los hermanos Williams.
—Tienen tan sólo veinte minutos para despedirse —les informó Gabriel, muy serio—. A ellos les di diez porque me estaban metiendo en un lío muy grande.
Gabriel los llevó al pasillo de la casa.
—Cierren los ojos los dos juntos y piensen en su familia, en cada uno de ellos. Con eso conectaran los sueños de ustedes seis. Simplemente piensen en cosas bonitas.
Angélica asintió, tomó las manos frías de su hermano y los dos cerraron los ojos al mismo tiempo.
—Buen viaje, niños. —saludó el arcángel con suavidad.
Ella imaginó a su familia reunida. Imaginó a Dylan jugando a las patadas, a Olivia con su muñeca, a mamá regañándola por quemar la tarta de verduras y a papá enseñándole a conducir por primera vez.
Aquellos recuerdos estaban intactos en su cabeza y fueron los primeros en venir a su mente.
De pronto, como si algo la hubiera consumido, se vio arrastrada por algo negro, por algo que trasmitía inquietud...y aquello provocó que su cuerpo se viera tensado por una sensación horrible.
Abrió los ojos de golpe, con la respiración agitada.
Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la noche, y cuando estos lo hicieron su pulso se aceleró.
Estaba en los pasillos de la escuela.
Miró sus manos y se pellizcó la mejilla para comprobar que fuese una ilusión más.
Pero aquel dolor soportable que sintió fue mucho más fuerte que el susto que comenzaba a molestarla.
Miró a todas partes, la luz de la luna ingresaba por los enormes ventanales en fila de la vieja escuela.
¿Por qué ella estaría allí?
Intentó cerrar los ojos nuevamente pero lo que pasó a continuación provocó que se le congelara la piel...
—Un ángel...
Aquel susurro rasposo chocó contra su oreja y la hizo estremecer. Su cuerpo reaccionó al instante, echándose a correr por el infinito pasillo a oscuras.
Los susurros aumentaron a cada paso que daba, dándole a entender que no se encontraba a solas en ese gigantesco lugar.
Con desesperación, bajó por las escaleras sintiendo como si su respiración le fallara.
—¡Es un ángel!
—¡Ayúdanos a salir de aquí!
—¡Atrápenla antes de que se escapé!
No, no iba a permitir que la usaran como rehén para hacer que el cielo entrara en guerra contra ellos. No lo permitiría jamás.
Continuó corriendo, pero su desesperación le jugó en contra.
Tropezó en uno de los últimos escalones y su cuerpo cayó contra el suelo helado de baldosas manchadas.
Intentó levantarse poniendo toda su voluntad pero le fue imposible, ya que los susurros se habían convertido en gritos desgarradores de cientos y cientos de sombras que con el pasar de los segundos se acercaban más y más a su cuerpo débil.
—¡Yo soy cielo, ustedes infierno!—gritó sin realmente saber por qué estaba gritando aquello.
Tomó entre sus manos su collar, como si fuese su verdadera protección.
De pronto...los gritos callaron.
Aquel silencio le erizó la piel, en vez de traerle tranquilidad...le dijo que se echara a correr lo antes posible.
Lo intentó y logró pararse y sin pensarlo corrió con toda su fuerza, sintiendo el ardor molesto de su rodilla por causa de la caída.
La espalda comenzaba a dolerle de una forma insoportable a medida que avanzaba. Era tanto el dolor que no lo soportó, y cayó al suelo. Sentía como si le estuviesen quemando a fuego lento.
Sin darse por vencida empezó a arrastrarse con la ayuda de sus brazos y puños cerrados sin despegar sus ojos en la distancia que la separaba de la puerta de salida.
Necesitaba salir de allí lo antes posible, antes de que fuese demasiado tarde. No quería llorar, no quería hacerlo de verdad pero no lo soportó y las pesadas lágrimas ya azotaban sus mejillas.
Estaba asustada.
La espalda la estaba matando y la sentía pesada, tanto como si una tonelada de rocas estuvieran haciendo presión contra ella para que ya no pudiese moverse.
—¡Ayúdenme!
Fue lo único que pudo decir antes de dejar de respirar.