Piratas (En Reedición)🚩

By Tessa_Kruspe

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En una era de caos y traición, cuando las sombras de la piratería se ciernen sobre reinos desgarrados por la... More

Personajes.
Parte I: La maldición de la Calavera. 💀
1.- Una esposa para el Rey.
2-. Draconis
3-. Honesta piratería
5-. Nuevos amigos y viejos enemigos
6-. Acciones heroicas
7-. Pequeña traidora
8-. Malos augurios
9-. Promesa de un Capitán
10-. Ojos color mar

4-. Cumpleaños 24

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By Tessa_Kruspe

Las puertas del salón se abrieron, dejando que la música inundara mis oídos con una melodía extraordinariamente dulce. Una multitud de damas se congregaba, esperando ansiosamente a que un caballero las invitara a la pista de baile. Mientras esperaban su turno, su entretenimiento preferido parecía ser el intercambio de conversaciones frívolas sobre vestidos deslucidos y las altas temperaturas del verano.

En el frente del salón, una silla elegantemente decorada con adornos heráldicos aguardaba mi presencia, ya que, sin mí, la fiesta no tendría sentido. Celebraba mis veinticuatro años, la misma edad en que mi padre había ascendido al trono. A veces, me sentía como si la gente que me rodeaba me considerara más joven de lo que era en realidad. Algunos parecían pensar que cualquier tropiezo me haría caer y lastimarme, pero no era así.

Por lo que he observado, sé que toda esta opulencia es obra del primer ministro y su afán de destacar en asuntos majestuosos. Le gusta estar en el centro de la atención, ser el tema de conversación y, sin duda, recibir elogios. Hoy es el rey de la fiesta, igual que su amigo y confidente, otro lord que se encuentra rodeado de jóvenes damas en edad casadera.

—Las fiestas suelen resultar tediosas, ¿no cree, majestad? —comentó Sir Williams, siendo el único en captar mi sentir, expresando lo que yo pensaba, pero no podía decir. Siempre me he sentido más cómodo con un libro en la tranquilidad de mi habitación que en eventos de suntuosidad desmesurada.

—Los cumpleaños no son precisamente lo mío —murmuré con voz apenas audible.

—Ni las cenas de aniversario por la fundación de nuestra querida tierra, ni las bodas, y mucho menos las navidades.

No pude evitar sonreír ante su observación, pues tenía razón en cada palabra.

—Me gustan los velorios, mi estimado señor. Me llevan a reflexionar sobre por qué la vida debe celebrarse en medio de una algarabía desenfrenada, dejando solo unas pocas migajas de dolor a la muerte. Debería ser siempre igual, inmutable.

—Majestad, puede confiar en que, si llegase a fallecer pronto, mi deseo sería que, en lugar de servir comidas insulsas, se obsequiara a la gente con porciones de deliciosa tarta de naranja. Me emocionaría saber que, entre las lágrimas de tristeza, sus bocas se llenarían con este manjar exquisito.

Mantuve una expresión incrédula ante tal comentario, esperando que nadie hubiera escuchado la extravagante ocurrencia de Sir Williams. Afortunadamente, parecía que nadie había captado que nuestra conversación estaba teñida de sátira festiva.

En ese momento, Van Dort hizo su entrada, acompañado de su prima, la señorita Mariam, quien era su único pariente sobreviviente. Juntos se dirigieron hacia mí, hicieron una respetuosa reverencia y entregaron a la servidumbre un obsequio que tendría la oportunidad de desvelar al día siguiente.

—Señorita Mariam, es un verdadero placer tenerla aquí —me acerqué para saludarla, permitiendo que me envolviera en un cálido abrazo—. Ahora veo que su primo es muy discreto, apenas menciona lo hermosa que se ha vuelto desde que usted se trasladó a Irlanda.

—Sus elogios son muy gratos para mí, majestad. Sin embargo, siento que usted y yo discrepamos en ciertos aspectos.

—¿En qué sentido difieres, Mariam?

—A diferencia de lo que mencionaba anteriormente, Steve no me ha ocultado nada. Me ha relatado con gran detalle todo lo relacionado con usted, por lo que no me sorprende encontrar a una mujer tan hermosa al mando de Draconis. De hecho, considero que las descripciones de mi primo sobre la belleza de la reina son extremadamente precisas.

—Mariam, no creo que Su Majestad esté interesada en conversar sobre eso —intervino Van Dort, tratando de disimular el rubor que los comentarios de su prima habían provocado.

—Al contrario, capitán — indiqué con amabilidad —. Me complace su compañía.

—Yo..., Disculpe usted, majestad.

Me hicieron otra reverencia y se adentraron en la multitud, quizás esperando que no fuese testigo de la discusión que estaban manteniendo a raíz de la imprudente observación de Mariam.

En ese momento, me resigné a que la noche sería larga y que no podría escapar tan fácilmente como cuando solo era una princesa. Opté por recorrer la sala, entablar conversaciones triviales, sonreír por cortesía y expresar gratitud sin necesariamente entender por qué. Era evidente que esta costumbre marcaba una nueva etapa en la vida selecta de mis súbditos. Quizás consideraron que era un atrevimiento de mi parte pasear por allí sin solicitar permiso para unirme a sus charlas. En realidad, ese era un talento que solo mi madre dominaba. Ella tenía palabras para todas las ocasiones, poseía una educación exquisita y su compañía era muy apreciada en las reuniones y fiestas de las damas. Catalina de Anersen, de lo más sencillo a lo más elaborado, era una verdadera experta en la materia.

Envidié un poco no poseer el carisma de mi madre y haber heredado en su lugar el genio solitario de mi padre. Las habilidades para la amabilidad no eran precisamente mi punto fuerte, y alguien que lo sabía perfectamente era el primer ministro, Lord Dave Rowland. Un hombre de porte definido, alto y elegante, con una galantería casi perfecta. Casi.

—Intentar una escapada a través del balcón no es una idea sensata, su majestad.

Había intentado tomar un respiro, seducida por la paz que ofrecía ese balcón, y no pude evitar observar el cielo y el bosque que se extendía más allá de las murallas del castillo. Dave Rowland fue el único que notó mi ausencia durante unos breves minutos, tal vez porque desde su asiento seguía atentamente mis movimientos, esperando que ejerciera mi papel de anfitriona de forma agradable.

—No podría escapar de este lugar, aunque lo deseara.

—Permítame preguntarle algo, majestad. ¿Al cumplir veinticuatro años, no le hace pensar que algo falta?

La pregunta resonó con una voz seductora y vibrante, infundiendo un aire de misterio y un toque de inquietud en el ambiente. Dave me ofreció una rosa y esperó pacientemente a que la aceptara, con una sonrisa arrogante y triunfante. Todo su juego estaba meticulosamente calculado y ensayado, diseñado para seducir a cualquier dama. Sin embargo, yo no era una dama cualquiera, y siempre podía resistir los encantos de un hombre.

—Extraño mucho a mis padres —respondí con un suspiro, dejando escapar una mirada melancólica que él notó inmediatamente.

—La presencia de los padres es un apoyo que todo ser humano necesita, por supuesto. Sin embargo, y sin intención de ser entrometido, mi pregunta apuntaba más bien a otro asunto.

—¿A qué asunto se refiere? —pregunté con curiosidad, entrecerrando los ojos ligeramente.

—Me refiero a la posibilidad de unir su vida con la de un hombre —dijo Rowland, observándome con atención.

—¿Se refiere a unir mi vida con la de un príncipe, verdad? —inquirí con cierto escepticismo, notando un destello de humor en sus ojos.

Rowland soltó una carcajada ante mi respuesta. Yo no veía nada gracioso en la situación y me quedé en silencio, esperando a que su risa se calmara, mientras notaba el parpadeo de las velas que iluminaban el balcón y sentía la brisa nocturna golpear mi rostro.

—¿Desea casarse con un príncipe? —me preguntó Rowland, con una expresión intrigante en su rostro, mientras sostenía la rosa en su mano extendida hacia mí.

—Es la tradición, Milord —respondí, pensando en la historia de la realeza y en las expectativas que recaían sobre mí como futura soberana.

—Recuerde que su madre no era princesa cuando se casó con el rey —añadió Rowland, con un tono reflexivo. Gustoso quizá porque había tomado la rosa.

—Pero conoce bien la historia de ese matrimonio. No estoy comprometida por ninguna promesa, y la idea de casarme ahora no me atrae en absoluto —expliqué.

—En este salón, querida, precisamente aquí, se encuentran varios hombres solteros que estarían a sus pies con solo ordenarlo usted. Yo sería el primero en obedecerla sin titubear.

Tomó mi mano y depositó un beso en ella. Su enfoque era directo y pragmático, aunque no particularmente romántico.

—Su sinceridad me sorprende —repuse con una sonrisa, mientras miraba sus ojos intensos—. Aunque prefiero pensar que lo menciona solo para amenizar nuestra conversación.

—Un hombre que busca expresar sus aspiraciones sinceramente debe ser directo. Como le he dicho, allá dentro hay una veintena de caballeros que ansían captar su atención, majestad.

—¿Cree que me venderé con facilidad por un poema mal compuesto y una flor al borde de marchitarse?

—Yo no compongo versos —respondió con una expresión que sugería cierta ofensa—. Mi sinceridad es mi poesía, y esta se enriquece con el hecho de que jamás he incumplido una promesa.

—¿Y cuál promesa desea cumplir conmigo, Lord Rowland? —inquirí, interesada en conocer su intención.

—La promesa que hice a su padre, de protegerla de cualquier mal que pudiera acechar en esta tierra —afirmó solemnemente, con un brillo de determinación en sus ojos.

—Eso es imposible, no puede protegerme de todos los males existentes.

—Estoy actuando en silencio, querida. ¿No ha notado que su reinado se está desarrollando de manera más tranquila de lo que podría parecer en realidad?

—Lord Rowland, yo quisiera que... —murmuré, pero él alzó la mano para indicar que guardara silencio.

—No intento hacer que renuncie a mi promesa. Por el contrario, quiero que comprenda que hablar de este tema me llena de orgullo.

—Supongo que todo esto debe ser retribuido de alguna manera, tal vez desee pedir un favor en particular.

—No actúo con la intención de ganar favores, querida. Lo único que pido es que en un rincón de su corazón esté grabado mi nombre con letras de gratitud y amistad, esperando que algún día mi lealtad dé sus frutos y pueda responder a ciertos sentimientos que albergo con la más pura sinceridad aquí... —señaló hacia el lado izquierdo de su pecho con un gesto casi teatral.

—Por el momento, su amistad es suficiente para mí —respondí con gratitud.

—Para mí también, majestad. No crea que soy un hombre que se rinde fácilmente, sobre todo cuando ve que la competencia parece ser encumbrada ante sus ojos.

Guardó silencio cuando el capitán Van Dort se aproximó, lo miró con desprecio y se retiró sin decir una palabra más. Van Dort esperó en silencio hasta que Rowland se alejó y, con una sonrisa burlona, tomó la flor que el primer ministro me había regalado minutos antes. Luego, la arrojó al jardín. No pude evitar reír ante la escena y agradecer que fuera Van Dort quien me sacara de ese compromiso.

—Así que parece que hay una veintena de hombres ansiosos por ser el rey consorte, ¿verdad? —cuestionó Van Dort.

—Todos ellos esperan pacientemente su turno mientras recitan poesía, según las investigaciones de Rowland —añadí con una risa contenida.

—Quizás por eso el primer ministro ha sustituido sus libros de política por poesía, según lo que he averiguado —comentó Van Dort.

—Creo que sería aconsejable que vuelva a sus autores conservadores en lugar de adentrarse en la poesía. Claramente, no es su fuerte —comenté, compartiendo una mirada cómplice con el capitán.

—No, la poesía no es su fuerte —suspiró Van Dort—. Pero el poder, en cambio, sí lo es, y con eso puede lograr mucho más que con un simple verso de amor.

—No me obligarán a hacer nada —afirmé con determinación, comprendiendo las palabras de Steve.

—¿Está completamente segura de eso, majestad? Porque yo creo que traerla a esta fiesta ya fue su primer paso en llevar a cabo algo que inicialmente no deseaba, pero terminó aceptando.

Ese momento marcó un antes y un después en mi vida. Recordé la negativa inicial a asistir a la fiesta, la forma en que en un primer momento rechacé cualquier participación y, luego, de forma imperceptible, cambió mi respuesta a un aceptar la celebración. Ahora me encontraba de pie en ese lugar, respirando el aire de la noche y actuando de manera coqueta, a pesar de mis intenciones iniciales. Estaba segura de que en la fiesta todos habían notado mi conversación tranquila con el primer ministro, alimentando rumores sobre algo que él había mencionado, una esperanza que lo mantenía con vida.

Van Dort extendió su brazo, invitándome a volver a la fiesta. Con discreción, me ayudó a abandonar aquel lugar sin que nadie notara nuestra partida, y finalmente me condujo hasta la puerta de mi habitación, donde quedé a salvo.

—Le estoy muy agradecida, capitán —expresé sinceramente.

—No confíe en él en exceso, majestad. Sus sentimientos son meros peldaños en su ascenso al poder.

Realizó una reverencia y regresó al salón sin pronunciar una palabra más. Sin saberlo, Steve Van Dort se convirtió en el primer hombre al que consideré un héroe.

🔅🔅🔅⚜️🔅🔅🔅

Se aproximaba la ceremonia de nombramiento de cargos en el ejército y la marina. El designado para ocupar el puesto de coronel, a cargo de todos los hombres que servían a la corona, era, por supuesto, Van Dort. Mi padre lo había colocado al mando debido a su demostrada valentía y compromiso con una causa justa, aunque esto no había sido del todo bien recibido por los hombres más experimentados en el ámbito militar. Van Dort era un novato en comparación con ellos, sin embargo, su intachable conducta le había valido el puesto.

El capitán Van Dort me había recomendado considerar a dos hombres para otorgarles el rango de teniente. El señor Adrien Kingsley y el señor Joseph Knightley eran dos personas de confianza, sin ambiciones más allá de servir en sus carreras militares y con un compromiso inquebrantable hacia la lealtad. El primero de ellos era un experto en asuntos marítimos, conocedor de los entresijos de la marina naval y hábil en la ejecución de tareas en el mar. El segundo, en cambio, estaba altamente versado en el arte de la guerra y la formación militar, destacando por su inteligencia y perspicacia en cada tarea que emprendía.

Nos encontrábamos en plenas festividades de la fundación de nuestra tierra, un acontecimiento que desencadenaba celebraciones en cada rincón de nuestro reino, con la capital de Draconis destacando como el epicentro de la euforia. Rex, nuestro imperio, era la envidia de muchos otros reinos, y la opulencia se hacía evidente en cada sitio, un recordatorio constante de la inquebrantable grandeza de nuestro reino. En la plaza principal, se alzaba una majestuosa estatua en honor a mi padre, el rey Richard Eshkeri, presidiendo el escenario. Frente a él, la imponente catedral se alzaba majestuosa, y a lo lejos, las montañas coronaban los densos bosques que rodeaban la ciudad. Era un lugar de una belleza incomparable, lleno de vida y serenidad, y en ese momento, la plaza bullía de actividad con la presencia de soldados y ciudadanos comunes, todos ansiosos por ser parte de esta celebración.

Sin embargo, no siempre fue así, y la historia tiene sus propias sombras que arrojar sobre este esplendor.

Una emocionante demostración de combate, reminiscente de la Edad Media, estaba en pleno desarrollo para determinar al vencedor. Los principales combatientes eran los hijos de hombres adinerados, aquellos capaces de costear tales pasatiempos. No era sorprendente ver que entre la multitud solo se encontraba la aristocracia, entre ellos Lord Dave Rowland y su amigo, Lord William Albertson.

Desde mi posición, podía observar con claridad a las personas que habían acudido a presenciar el evento. Rowland entablaba una charla amistosa con un influyente mercader inglés, mientras William Albertson hacía todo lo posible por explicar el combate a la señorita Mariam, quien parecía lejana a lo que sucedía en la arena. Mi mirada se posó nuevamente en Van Dort, quien estaba completamente concentrado en mantener el control de la multitud ansiosa por asistir a la función. Supuse que estaba ajeno a la situación con su prima, y yo era la última persona que podía ignorar eso, especialmente en consideración a Mariam.

Sir Williams se encontraba a mi lado, pero no podía pedirle un favor tan importante como el que tenía en mente. Miré alrededor en busca de alguien que pudiera ayudarme en esa situación y, al no encontrar a nadie en particular, tomé la decisión de dirigirme al lugar para asegurarme de que Mariam estuviera a salvo de Lord William Albertson, quien, según comentarios ajenos, tenía fama de ser un canalla.

Me puse de pie y descendí dos escalones, pero antes de que pudiera avanzar más, la multitud estalló en gritos al pronunciar la palabra más temida y odiada por mí.

Los piratas habían invadido la ciudad, que ostentaba el título de ser la más fortificada del mundo, y lo hacían con una fuerza desmedida en pleno apogeo de las festividades. El pánico se apoderó de la gente, y la multitud, desprovista de orden alguno, comenzó a correr en todas direcciones. En medio de la confusión, perdí de vista inmediatamente a Mariam, y mi urgencia por encontrarla aumentó.

Me apresuré a regresar en busca de Sir Williams, pero en el camino fui arrastrada por la marea incontrolable de personas que descendían por las escaleras. La sensación de agobio y la falta de aire se hicieron presentes, pero no pude hacer nada en medio del tumulto. Corrí junto a todos los demás sin detenerme y, finalmente, busqué refugio bajo el arco de entrada a la catedral. Allí esperé pacientemente hasta que el tumulto disminuyera lo suficiente como para poder encontrar a alguien de la guardia que pudiera ayudarnos en medio de aquel caos que se cernía sobre nosotros.

En la distancia, los cañonazos comenzaron a resonar, señalando la defensa desesperada de la ciudad. El estruendo de los disparos de armas de fuego se hizo cada vez más ensordecedor, y la multitud, sobrecogida por el miedo, se diseminó de inmediato.

—¡Eleanor, Eleanor! —gritaron mi nombre.

Instintivamente, busqué de dónde provenía el llamado, y divisé a Mariam acercándose a donde yo me encontraba. Una sonrisa de alivio se dibujó en mi rostro al encontrarla y alcé la mano para hacerle saber que estaba allí. Ella, por su parte, mostró con orgullo que había logrado rescatar mi corona, la cual llevaba puesta para evitar que fuera arrebatada. Parecía contenta de haber salvado una joya que para mí tenía un gran valor y que había perdido sin darme cuenta.

Sin embargo, justo cuando Mariam estaba a punto de llegar a mi lado, dos hombres se aproximaron y la detuvieron sin esfuerzo, cargándola en sus hombros. Mariam empezó a gritar pidiendo ayuda mientras yo salía de mi escondite y corría en su dirección, pero me resultaba imposible alcanzarla. Desesperada, lanzó mi corona al suelo y se perdió de vista al cruzar el acueducto de la ciudad.

Recogí la corona del suelo, sosteniéndola en mis manos mientras observaba la dirección en la que Mariam había desaparecido. Permanecí inmóvil en medio de aquel escenario desolado, que había sido devastado por el repentino ataque de los piratas, dejando tras de sí una estela de caos y destrucción. No quedaba rastro de los invasores, pero los estragos que habían causado eran evidentes.

Al dar la vuelta, me encontré con una escena desgarradora: el caos y la muerte reinaban en ese lugar. Los soldados corrían de un lado a otro, transportando en brazos a sus compañeros heridos y a aquellos que habían sucumbido en la estampida. El desastre y la aniquilación eran palpables en cada rincón de la plaza.

En medio de aquel sombrío panorama, Van Dort se acercó a mí, tomó mi mano y me abrazó en un gesto de consuelo. Sin embargo, yo permanecí en un estado de shock, aturdida por la pérdida de Mariam y la devastación que nos rodeaba. La magnitud de la tragedia era abrumadora.

—¡Gracias al cielo que está bien, majestad! —exclamó Van Dort con alivio al verme ilesa.

—Yo..., Mariam, ella... —traté de hablar, pero las palabras se atascaron en mi garganta, dejándome sin habla. El impacto de lo sucedido seguía pesando sobre mí.

Van Dort tomó mi mano y me condujo con cuidado hasta el carruaje que había dispuesto para mí. El semblante de preocupación y determinación en su rostro era evidente.

—No se preocupe, señora. Ahora mismo enviaré a buscar a Mariam —aseguró con determinación.

—No entiendes, Steve. A Mariam se la llevaron —esta vez alcé la voz con desesperación—. Creo que la confundieron conmigo.

La gravedad de la situación se reflejó en sus ojos mientras procesaba mis palabras.

—¿Quiénes se la llevaron? —preguntó con urgencia.

—Los piratas —respondí con un nudo en la garganta, la crudeza de la realidad cayendo sobre mí como una losa.

Van Dort palideció instantáneamente al escuchar mi desgarrador relato. Cerró con premura la puerta del carruaje y dio instrucciones para que me llevaran de vuelta al palacio, mientras él mismo tomaba uno de los caballos y se lanzaba a toda velocidad en busca de su prima. Sin embargo, todos sus esfuerzos resultaron en vano, ya que no logró encontrar ningún rastro de Mariam ni de sus captores.

Por la tarde, se convocó una reunión en el parlamento que congregó a los hombres más influyentes del reino. Se solicitó la elaboración de una lista de personas que pudieran haber corrido la misma suerte que Mariam, pero lamentablemente, no se obtuvo ninguna noticia que arrojara luz sobre su paradero. Se confirmó que quince personas habían perdido la vida en medio de la estampida, aplastadas por la multitud, y entre ellas se contaban tres valerosos soldados. El número de heridos era inferior a veinte, pero no se obtuvo información sobre ninguna otra persona desaparecida. Mariam Van Dort había sido la única que había desaparecido sin dejar rastro alguno. La incertidumbre y la preocupación se apoderaron de todos.

Les expliqué a Sir Williams y a Van Dort lo sucedido cuando Mariam y yo nos encontramos en la plaza, haciendo hincapié en que ella llevaba puesta la corona en el momento de su secuestro. Llegamos a la conclusión de que, como en ocasiones anteriores, los piratas habían buscado al gobernante y, al darse cuenta de que Mariam no era la reina, regresarían para enmendar su error. Por lo tanto, se decidió, en el más absoluto secreto, trasladarme a Aqua, donde se encontraba el castillo que solía usarse como lugar de descanso para el rey. A pesar de mi inicial renuencia, Sir Williams me instó encarecidamente a obedecer, ya que la desaparición de Mariam ya constituía un problema suficientemente grave.

Así que ahora me encontraba en Aqua, aguardando en una sencilla habitación que estaba siendo preparada por una de las criadas del castillo. A partir del día siguiente, mi vida tomaría un rumbo completamente diferente. Sir Williams se haría pasar por mi padre, mientras que Kingsley y Knightley actuarían como mis hermanos. Yo, por mi parte, adoptaría la identidad de Mariam Spencer, haciendo creer que era la hija de un comerciante residente en Aqua, encargado del cuidado del castillo de la reina. Adiós a los lujos, las joyas y los vestidos elegantes. Un nuevo capítulo de mi vida como una sencilla campesina estaba a punto de comenzar, y el secreto sería nuestra mejor defensa.

A pesar de los cambios, me sentí liberada al verme vestida de manera más modesta, aunque la preocupación por Mariam seguía pesando en mi mente. Van Dort no logró encontrar ninguna pista, y la desesperación creció cuando hallaron un trozo del vestido de Mariam, manchado de sangre seca en el lado sur de Aqua. Aunque insistí en regresar a mi vida anterior, me negaron la posibilidad, argumentando que mantener mi paradero oculto era la mejor estrategia por el momento.

Durante esa semana, acompañada por Sir Williams, paseé por la playa, esperando un milagro que trajera a Mariam de vuelta. Pero, por desgracia, no ocurrió, a pesar de los esfuerzos del primer ministro para incrementar las ejecuciones de piratas. La situación se volvió cotidiana, y comenzamos a preguntarnos si no estábamos cometiendo un error al matar a nuestros enemigos. La idea de unirse a ellos empezó a rondar en mi mente como una posible solución.

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