CDU 3 - La elección de Cassio...

Autorstwa litmuss

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Cuando todo lo que amas amenaza con destruirse, ninguna elección debería ser juzgada. Con la partida de dos m... Więcej

La elección de Cassiodora ©
Eternos
Parte I
1. Capítulo 1: Everard (1ª Parte)
1. Capítulo 1: Everard (2ª Parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (1ª parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (2ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (1ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (2ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (1ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (2ª parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (1ª Parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (2ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (1ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (2ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (1ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (2ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (1ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (1ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (3ª Parte)
Parte II
Fragmento especial de Lía
2. Capítulo 10: Corte de las flores (1ª Parte)
2. Capítulo 10: Corte de las flores (2ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (1ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (2ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (1ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (2ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (1ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (2ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (1ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (2ª Parte)
2. Capítulo 15: Movens (1ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (1ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (2ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (1ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (2ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (1ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (2ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (3ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (1ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (2ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (1ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (2ª Parte)
Epílogo
Extras #CDU

2. Capítulo 15: Movens (2ª Parte)

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Autorstwa litmuss

Miré de nuevo hacia allí, a aquel escudo que ahora cobraba un significado totalmente distinto, pues pertenecía a Los Puros, los seres más terribles y atroces que alguna vez pisaron este mundo... Estaba frente a su sello, la imagen que los representaba y que seguramente por cientos de años fue su señal para declarar la guerra a miles de inocentes. Cubrí mi boca con las manos, intentando reprimir el gemido de horror que subió por mi garganta.

—Qué... ¿Qué es esto? ¿Por qué su sello está aquí? No... —las palabras no tenían sentido fuera de mi cabeza. Castiel miraba el escudo con una mezcla de odio, repulsión y miedo.

Era increíble que un simple dibujo pudiera causar tanto terror en alguien, era la muestra viviente de que su poder seguía vigente a pesar de tanto tiempo.

—Había escuchado cientos de leyendas sobre esto, pero pensé que tan solo eran eso, leyendas.

—¿De qué hablas? —pregunté sin entender. La historia de Los Puros era conocida en cada rincón de Umbrarum, y bien sabida por nuestro grupo.

—Durante cientos, o miles de años quizá, el escondite de Los Puros fue un secreto que las autoridades de todos los reinos intentaron revelar sin éxito alguno. Nadie sabe dónde se reunían, dónde hacían sus planes, dónde vivían... Tampoco comprendían cómo era posible que sus ataques fueran tan rápidos y sorpresivos. Hay registros de varias batallas de Los Puros llevadas a cabo al mismo tiempo, en lugares separados por miles de kilómetros. Y había una teoría que circulaba en los reinos, pero que nunca nadie pudo probar...

—¿Qué teoría?

—Muchos decían que habían creado túneles en los lugares más inhóspitos de Umbrarum, partes de este mundo donde prácticamente ninguna raza viviera. Pero nadie pudo comprobarlo, porque en realidad les asustaba, incluso después de miles de años, despertar al monstruo durmiente.

Las ideas lentamente iban haciendo conexión en mi mente. Era demasiada información para asimilar.

—¿Estás diciendo que...?

—Estamos bajo tierra, atrapados en los túneles secretos de Los Puros, y me temo que entonces este lugar no debería ser mejor que afuera con la flora y fauna de Movens.

No sabía qué decir ni hacer, mi mente estaba en blanco. Nuestras provisiones eran nulas y estábamos tardando demasiado en llegar al reino de los ogros, aunque en esos momentos, esa era la última de mis preocupaciones. La idea de que estaba pisando el mismo suelo que aquellos asesinos sin alma habían caminado cientos y cientos de veces me revolvía el estómago. Los escombros habían sellado la entrada por donde caímos, por lo que la única luz que nos llegaba provenía de los pequeños orificios dejados por la avalancha de escombros que nos atrapó en ese lugar.

Castiel se acercó hasta la pared marcada por el sello, y deslizó las puntas de sus dedos lentamente por el escudo. Los relatos de aquellas épocas oscuras de Umbrarum que Kim y Yamato me contaron vinieron a mi mente.

Muchas veces, cuando estaba con Alhaster en su forma humana bajo el poder de la luna menguante temía por lo que podría pasarnos si nos encontraban... rezaba porque todo fuera una simple leyenda y que estuvieran enterrados a cien metros bajo la tierra. Y vaya que era extraño el mundo, porque era exactamente bajo tierra que se ocultaban.

—¿El loto no te recuerda algo? —dijo Castiel, sacándome de mis pensamientos.

—Cassie —dije con un hilo de voz.

Pero era imposible que tuviera alguna conexión, ella también escapaba de Los Puros, su amor por Brennan sería su condena si la hallaban.

—El loto es una planta que se caracteriza por purificar el agua, además de poseer detalles perfectos. Es la representación ideal de Los Puros —dijo, haciendo un puño con su mano sana—. La flor está purificando la sangre, la sangre de los impuros, los mestizos, los pecadores... Ese es su objetivo, lograr la perfección de las razas, mantener lo sagrado y puro de este mundo —Llevó su dedo índice al marco que rodeaba el escudo—. Y el círculo simboliza lo infinito, la eternidad. No tiene fin.

—Ellos tampoco —dijo Haliee que se había mantenido callada todo el tiempo.

—Debemos ponernos en movimiento, no quiero estar aquí más de lo necesario —dije con suavidad. Necesitaba salir de allí y dormir, dormir durante siglos.

Las heridas de Haliee habían menguado un poco por todos los ungüentos que se había colocado, pero aún sentía dolor al caminar y, debido a que Castiel ahora tenía su propia dosis de dolor, decidimos que la hechicera caminaría.

La ayudamos a levantarse y entonces el elfo la sostuvo por la cintura, mientras ella mantenía su brazo derecho sobre los hombros de él. Por lo tanto, yo tomé la totalidad de nuestras pertenencias. Los bolsos eran una carga pesada, pero no me imposibilitaban caminar, y considerando las condiciones de mis amigos no es como que debiera correr en algún momento.

Busqué algo que pudiera servirnos de antorcha y encontré un trozo de madera no muy largo debajo del escudo, junto a una pila de cenizas. Creé unas chispas con las yemas de mis dedos, apenas perceptibles, pero que sirvieron para encender mi improvisada fuente de luz.

Kira estaba a mi lado, como siempre. Era agradable que alguien me fuera tan fiel.

—¿Qué camino tomamos? —preguntó Haliee.

Miré a Castiel, que últimamente se había convertido en el cerebro del grupo.

—Tomemos el túnel que tomemos seguramente se dividirán en más y más atajos a cientos de lugares, así que lo más prudente es ir lo más recto posible, ya que el reino de los ogros está al norte. Solo elijamos uno y tratemos de que la siguiente vez podamos revertir la dirección tomada de forma que sigamos parcialmente en línea recta. Tú eres la princesa, tú decide —terminó, dejándome toda la responsabilidad.

—Por supuesto, dejen que decida la chica con el menor sentido de orientación del universo —gruñí, más divertida que molesta. En realidad, esa era la respuesta que esperaba—. Vayamos por la derecha.

—¿Por qué por la derecha? —preguntó el elfo una vez que ingresamos al túnel.

—¿Alguna vez has escuchado a la gente decir "Me levanté con el pie derecho esta mañana" cuando tienen un mal día? No, el lado derecho siempre es el mejor —repliqué.

—Tu fundamento es tan pobre que me da ganas de llorar —dijo el elfo.

Una sonrisa surcó mis labios por unos instantes, tal vez no todo estaba perdido y pronto el grupo de reuniría. Todo volvería a hacer como antes o al menos un poco como antes.

El silencio nos invadió mientras recorríamos aquellos túneles. Lo único que nos iluminaba era la luz de mi antorcha, por lo que era imposible saber si era de día o de noche. Caminamos durante bastante tiempo, sin decir palabra, hasta que mis ojos captaron algo que erizó los vellos de mis brazos como espinas. Al igual que los cavernícolas hacían dibujos relatando cómo cazaban a sus presas en las paredes de sus cuevas, Los Puros trazaron enormes pinturas en los muros de sus pasadizos secretos. Retratos de la guerra.

El haz dorado de mi antorcha nos mostraba a un hada de espaldas, con una espada en su mano y en la otra una cabeza que colgaba de dedos manchados de sangre. En otro rincón, una horda de criaturas: elfos, licántropos, hadas y más, eran incineradas por el fuego abrasador que brotaba de las fauces de un dragón. No se veían más que siluetas, pero fue fácil imaginar sus rostros, retorcidos por la agonía. Me di la vuelta para iluminar la otra pared del túnel, y la misma exposición de arte brillaba en su superficie.

—Registros ilustrados de sus batallas. Su sadismo no tiene límites —dijo Haliee, que observaba con fijación el dibujo de un ogro protegiendo a una pequeña elfa, mientras lo que parecía ser una hechicera de largos cabellos incrustaba una espada en la espalda del ogro, mientras este alzaba su cabeza, rugiendo de dolor.

Sin decir nada, seguí caminando, tomando nuevamente la delantera en la marcha. Los dibujos no desaparecieron, sino que fueron aumentando a imágenes mucho más sangrientas y descriptivas que las anteriores. Árboles marchitos, ríos de sangre, cuervos negros sobre las ramas secas y esqueléticas de los robles, cuerpos descuartizados, esparcidos por doquier, escenas de tortura en calabozos... Era demasiado.

—Tenían muchos discípulos —dijo Castiel tras un largo silencio—. Seres tan devotos a su causa que eran capaces de inmolarse por ellos, y lo hicieron. Por eso eran tan poderosos; tenían ejércitos fuertes. Persuadieron a muchos y les prometieron la gloria, mas no les dieron más que muerte y destrucción.

—Un gobernante no es nadie sin su pueblo —dije aquella frase que había escuchado tantas veces en la Tierra.

—Y ellos no habrían sido nadie sin sus adeptos —suspiró—. Luego de aquellos años oscuros, sus fieles disminuyeron. Quizá por eso permanecieron ocultos en las sombras, esperando el momento justo para reunir sus fuerzas nuevamente.

—¿Después de tanto tiempo? —pregunté, abrigando la esperanza de que nunca volvieran a aparecer.

—No suena descabellado, considerando la magnitud de su poder —replicó.

Seguimos caminando hasta que llegamos a una pequeña sala, donde el camino se dividía no en dos, sino en tres túneles. En una de las paredes había una inscripción en latín, que Castiel tradujo en voz alta.

La sangre pura vivirá, la mestiza perecerá.

—Eso me da muchas esperanzas —ironizó Haliee que cada vez se cansaba con más rapidez. El escaso aire la mareaba y su condición no la ayudaba. Si no salíamos rápido de allí, podríamos morir por asfixia y ella sería la primera.

—Sigamos por aquí —dije, señalando el túnel del medio con mi antorcha, que amenazaba con apagarse también. El poco oxigeno tampoco ayudaba a preservarla.

Por suerte ya no había antiguos dibujos, pero a mitad de camino nos encontramos con una abertura a la izquierda. Un arco en forma de entrada hacía un salón bastante grande en el que se veía una mesa redonda en el centro, y varias sillas a su alrededor. Castiel ingresó, junto con Haliee, y yo seguí sus pasos. La mesa era de mármol negro, al igual que los asientos, que ahora que los miraba de cerca parecían tronos. Siete en total. Sobre la superficie de la mesa había tallado el dibujo de un loto con sus pétalos abiertos.

—Este debe ser el lugar donde se reunían los líderes —dijo Haliee sacándome las palabras de la boca.

Deslicé la palma de mis manos por el borde de los asientos de piedra, allí donde tiempo atrás Los Puros recostaban sus cabezas, meditando sobre sus próximos ataques. El odio me invadió, deseaba tenerlos frente a mí y estrangularlos con mis propias manos, sentir su vida desvaneciéndose entre mis dedos y vengar la muerte de todos aquellos a quienes habían hecho sufrir con el filo de sus espadas.

Sin darme cuenta, me había enfurecido tanto que mis manos comenzaron a emanar calor y pronto el respaldo de mármol negro estuvo incandescente, casi en llamas. Me desprendí de la roca gritando, no de dolor sino por el susto de lo que yo misma había provocado.

—¿Qué fue eso, Ilora? —preguntó Castiel sorprendido.

—No lo sé... me dejé llevar por mis emociones.

—Creí que ya habías aprendido a dominar el fuego.

—Lo hice —dije sin gracia y mirándolo seriamente—. Vámonos, aquí no hay nada interesante.

—¡Esperen! —exclamó Haliee, que se movía impulsándose con las manos por las paredes—. ¿Ven esto? Aquí en la pared, hay una gran grieta con forma de...

Haliee puso ambas manos sobre la abertura y la pared cedió por su fuerza, abriéndose hacia un lado, como si fuera una puerta. El sonido de la gruesa pared raspando el suelo hizo rechinar mis dientes, y Haliee cayó al suelo de bruces.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo Castiel entrando a la habitación, mientras yo ayudaba a amiga a ponerse en pie.

—¿Te encuentras bien? —pregunté a Haliee que se limitó a asentir.

Miré a mí alrededor. Estábamos en una sala de enormes dimensiones, cuatro veces más grande que la habitación anterior. Tres de sus cuatro paredes estaban cubiertas de estantes con armas de todo tipo, espadas, ballestas, sables, mazos repletos de puntiagudas espinas... La cuarta pared, la del fondo, disponía de una mesa muy larga pero angosta, que iba de esquina a esquina. Dejé que Haliee se apoyara sobre el borde de la rústica madera y comencé a revisar los cientos de papeles que estaban esparcidos sobre ella. Muchos eran planos que no lograba entender, descripciones sobre razas y mapas antiguos de Umbrarum, los cuales nos serían de gran ayuda. Entre esos mapas, encontré uno que llamó mi atención.

—Castiel, ven un minuto.

—Que sea importante, esta ballesta es hermosa —dijo mientras revisaba con fascinación un arma, como un niño mirando un juguete.

—¿Estos no son los planos de los túneles? —le dije al extender el mapa amarillento sobre la mesa.

—Por fin una buena, princesa —dijo con una mirada atrevida. El Castiel que conocía seguía vivo.

—¿Eso significa que saldremos de aquí? —preguntó esperanzada Haliee.

—Están bastante deteriorados y la tinta se borró en algunas partes, pero estoy bastante seguro de que sí —respondió Castiel con una sonrisa. Dobló el mapa en varias partes hasta que solo quedó un diminuto rectángulo y lo guardó dentro de sus pantalones, razón por la que solo él sería quien lo tocara. Se dirigió hasta el estante de armas y tomó nuevamente la ballesta, para después colgarla en su espalda.

—¿Para qué la quieres si no puedes usarla? —pregunté, señalando su muñeca fracturada que no se veía para nada bien.

—Los elfos sanamos muy rápido, Ilora, en cuestión de días seré capaz de usarla, y me agradecerás haberla tomado —dijo, seguido de un guiño de ojo. Fingía muy bien, pero se podía percibir que el dolor en su muñeca era un poco serio.

Tomó otras armas, algunas espadas y mazos pequeños, y las introdujo en nuestra bolsa, como si ya no tuviera demasiado peso.

Justo cuando estábamos listos para abandonar la habitación, vi algo extraño debajo de la mesa. Me agaché y tomé una libreta cubierta de polvo. La sacudí un poco y en la tapa, hecha de cuero, había una extraña letra en cursiva, parecía un P y estaba dibujada con caligrafía preciosa. Abrí la libreta de par en par, y me frustré al ver que estaba escrita en un idioma que no entendía en absoluto.

—¿Qué es esto, latín? —pregunté.

El elfo ya había reparado en mi descubrimiento y, al igual que yo, miraba aquellas palabras con total desconcierto.

—No, no es latín, es algo mucho más antiguo —dijo, quitándome el libro de las manos—. Estos símbolos... nunca antes los había visto.

—Tal vez es una lengua que ellos mismos inventaron, ya saben, para que nadie pudiera leerlo —aventuró Haliee que a duras penas se mantenía en pie.

—No lo creo, tiene la apariencia de ser un idioma ancestral de Umbarum, tal vez anterior a los días oscuros... llevémoslo y luego veremos qué hacer —terminó el elfo, que iba a guardarlo junto con el mapa, pero lo tomé de sus manos y lo guardé entre mis cosas.

Luego de recibir una mirada de reproche, tomé solo mis dos bolsas y a Haliee, indicándole al elfo sin palabras que cargara el mismo sus armas. La hechicera puso su brazo sobre mis hombros, mientras salimos de la armería. Por suerte sería la última vez que estuviera allí.

Nos adentramos nuevamente en el túnel, con Castiel en la delantera, que miraba el mapa y luego el camino, y nuevamente el mapa. Seguimos todas sus indicaciones, derecha, izquierda, derecha, derecha, al centro... Estaba mareada, me sentía dentro de un laberinto del que no había salida.

Un grito llamó nuestra atención entonces.

—¡¿Hay alguien allí?! ¡Ayuda por favor! —gritaba una voz masculina con todas sus fuerzas, presa de la desesperación, y repetía su llamado sin cesar.

—¿De dónde viene eso? —preguntó Castiel mirando el mapa.

—¡Fíjate si hay algún calabozo o algo así! —dije al mismo tiempo que el hombre gritaba otra vez.

—Vengan, ¡rápido! —exclamó Castiel que comenzó a correr.

El peso de la mochila no me dejaba moverme como quería, y no podía correr porque cargaba a Haliee conmigo. En un momento perdí de vista al elfo y me asusté un poco, pero los gritos guturales del aquel hombre eran tan fuertes que me sirvieron de guía.

Haliee jadeaba al igual que yo cuando llegamos a un estrecho pasillo, y Kira respiraba muy fuerte. En algún momento había perdido la antorcha, por lo que no tuve más opción que encender el fuego con mis manos. Las paredes se iluminaron de un color rojo sangre, y vimos que el pasillo desembocaba en un gitanesco recinto, con un aroma a podredumbre.

Nos adentramos en aquel lugar, tratando de revisar cada centímetro con nuestra escasa luz. Esta vez, sin embargo, notamos que, a diferencia del resto, ese lugar tenía una suave línea de antorchas conectadas por lo que parecían tuberías de dura piedra. Me acerqué a ellas, sin dejar a Haliee, y encendí la primera antorcha. El fuego trabajó rápido, pues el material parecía tener una sustancia viscosa e inflamable, y para nuestro completo asombro, no tuve que hacer nada más, ya que el sistema de iluminación era más complejo de lo que parecía y, gracias al conducto, el fuego iluminó la totalidad de la habitación en que estábamos y varios pasillos que aún no recorríamos.

Lo siguiente que escuché fue el jadeo de mi amiga y supuse que estaba tan sorprendida como yo por el recorrido del fuego, pero cuando volví mi vista a su lado tuve que sostenerme a la pared para no trastabillar y llevarnos a ambas al suelo. El techo de esa habitación estaba sostenido por altas columnas de las que se desprendían cadenas con un sin número de herramientas de tortura y argollas que aún sostenían esqueletos y cuerpos descompuestos. Sentí la bilis subir a mi garganta y tuve que imaginarme en una morgue para no expulsar los alimentos —que mi estómago no tenía—. En la esquina derecha había incluso una guillotina y una extraña cama de madera con cadenas, conectada a un sistema de palancas que, muy probablemente, hacía más que "estiramientos" en quienes la usaban.

Escuchamos de nuevo los sollozos. Los mismos provenían de detrás de una pared, justo al lado de la cama, y caminamos hasta allí. La pared hacía las veces de separador y lo que había del otro lado no era más que la consecución de la anterior habitación de tortura, pero en esa no había cadáveres, en esa había alguien con vida y Castiel estaba arrodillado en el suelo, sosteniéndole.

Un hombre moreno con largo cabello plateado permanecía encadenado a una pared, su respiración era pausada y fue bastante fácil ver, entre su ralo cabello, sus orejas puntiagudas. Podríamos haberle confundido con un cadáver de no haberlo escuchado, por lo que allí había no era más que una criatura reducida a la nada misma. El elfo tenía apariencia de no haber comido en años y, más que uñas, sus dedos poseían garras amarillentas y secas.

El pobre señor mostraba un alto grado de deshidratación y, por su postura, podría asegurar que sus piernas ya no tenían la fuerza para mantenerle en pie.

—Pensé... pensé que estaba alucinando —dijo el elfo con la voz rasposa, su garganta debía haberse lastimado luego de tanto gritar. Una risa disonante brotó de sus labios—. Jamás creí que encontraría ayuda.

—¿Qué te hicieron? —preguntó Castiel, sus ojos brillaban con lágrimas que no derramaría, y sus dientes estaban tan apretados que su mandíbula iba a estallar.

—Creo que la pregunta correcta es... qué no me hicieron... —respondió el elfo de cabellos plateados entre pausa y pausa. Sus ojos eran dorados, y hacían un hermoso contraste con su piel.

—¿Hace cuánto estás aquí? ¿Por qué... por qué te hicieron esto? —preguntó Haliee.

Yo no encontraba la voz dentro de mí.

—Muchos años, más de los que todos ustedes juntos llevan vivos —respondió, interrumpido por una fuerte tos—. Mi pecado fue enamorarme... de una de mis compañeras...

—¿Compañera?

—Del ejército... su ejército —respondió el elfo.

—¿Eras parte de ellos? —dijo Castiel, que de repente cambió su semblante.

—Más bien fui reclutado... no me mires así, arquero, cuando las opciones son rendirse o morir, eliges rendirte.

—Hubiera preferido la muerte antes que elegir el camino de la deshonra —escupió Castiel, que se puso de pie y le dio la espalda al moribundo.

—Pues no soy un elfo valiente... me dejé llevar por su poder y codicia, y sus palabras de que sería mucho más que solo un lacayo del rey... —dijo con odio la última palabra—. Cuando vives toda una vida en las sombras... la tentación de salir a la luz del sol es muy fuerte...

—¿Y de quién te enamoraste? —pregunté finalmente.

—De una hechicera... igual de bella que tú —respondió, con una pequeña sonrisa—. Ella se había unido a las fuerzas por decisión propia, pero era tan hermosa... nuestra relación fue algo corta, pero llena de pasión...

—¿Qué pasó con ella?

—Uno de los soldados, otro elfo, nos delató ante ellos. La incineraron viva en una hoguera, y me obligaron a verla arder... como castigo. Luego me encerraron aquí, me torturaron, mutilaron y... condenaron a una vida de eterno sufrimiento —dijo cerrando los ojos. Cada palabra estaba cargada de dolor.

—¿Te hechizaron para no morir, cierto? —dijo Castiel, y el elfo asintió.

—Por eso rogué por su ayuda cuando los oí hablar... necesito que... terminen mi condena.

Miré a Castiel, pero él tenía su mirada fija en el hombre que le suplicaba acabara con lo que le quedaba de vida.

—¿Cómo podría hacerlo? —cuestionó Castiel, finalmente cediendo ante sus palabras.

—Una espada a mi corazón, solo eso, no hay otra forma. Ni agua, ni fuego, ni golpes, ni una maldita enfermedad podrían matarme —escupió el hombre con resentimiento.

—Está bien —dijo con voz sepulcral y estiró su mano sobre su cabeza para tomar el mango de una larga espalda que sobresalía de su bolsa. Aquella había sido una de sus nuevas adquisiciones.

Castiel empuñó la espada con ambas manos, cuando una mueca de dolor se instaló en su rostro, sin embargo, no dudó. Despacio, alzó la espada por sobre su cuerpo, en dirección al corazón del elfo y respiró hondo, preparándose para lo que tendría que hacer.

—La severidad hace vencedores; la piedad, perdedores —dijo, antes de descender con todas sus fuerzas la espada. El moreno se sacudió al sentir el frío del metal atravesando su pecho, y sus ojos se abrieron de par en par.

—Tengan cuidado con el... —dijo tan bajo que apenas pude escucharlo. Lentamente sus párpados se cerraron, y dejó de respirar.

Castiel tomó la espada bañada en sangre y la dejó en el suelo, al parecer el arma había perdido su atractivo. Sin decir palabra, se alejó caminando hasta la salida del calabozo.

—¿Cuidado con qué? —preguntó Haliee, refiriéndose a las últimas palabras del elfo, pero no llegó a obtener respuesta, debido a que un rugido hizo temblar las paredes.

Un pedazo del techo se desprendió y si no me hubiera movido con rapidez, me hubiera aplastado la cabeza.

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