Léiriú I: La rebelión

By LuxMatnfica

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La alocada Madelaine desea venganza. Para ello se unirá a un grupo muy peculiar de rebeldes liderados por una... More

Prólogo
Operación Desembarco: 1ª parte
Operación Desembarco: 2ª parte
1.Idril I: Cómo ser invencible
2.Madelaine I: La niña que creyó en los cuentos de hadas
3.Rosalie I: La princesa colibrí
3.Rosalie I: Un superhéroe
3.Rosalie I: De acampada en la zona maldita
3.Rosalie I *última parte*
4.Gelsey I: Comienzan los preparativos
5.Idril II: El despertar del ensueño
6.Grisel I: La reunión
7.Adrián I: Destino irónico(Reescrito)
Adelanto especial
7.Adrián I: Churri
8.Elijah I: El Amo del Bosque
8.Elijah I: Huida magnabulosa
-SEGUNDA PARTE: La rebelión-
9.Madelaine II: El reencuentro
10.Rosalie II: El primer beso
11.Nissa I: El origen de los feéricos
12.Gelsey II: Tres mujeres
13.Elijah II: Enfrentamiento
14.Adrián II: Caos
15.Idril III: El salto del elfo
16.Grisel II: Tuli
17. Nissa II: El Hada Maravilla
ESPECIAL HALLOWEEN: Primera Parte
ESPECIAL HALLOWEEN. Segunda Parte (ARREGLADO)
18.Gelsey III: Limonada rosa
Entrevista de 100 preguntas a Idril
19.Idril IV: 57
20.Joker I: Una batalla muy peculiar (1ª Parte)
Joker I: Una batalla peculiar (Segunda Parte)
Epílogo
Índice de relatos
Información sobre la segunda parte
Entrevista al más magnabuloso
¡Entrevista intensa a Adri!
Adelanto Léiriú II
Nuevo adelanto: capi de Adrián (disponible temporalmente)
Adelanto: Capi de Idril
¡Tachán!
Una importante aclaración y una disculpa
¡La ilusión de Fehlion (#Léiriú 2) ya disponible!

1.Idril I: La Promesa

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By LuxMatnfica

—Eres un maldito desobediente —me reprochó el hombre misterioso que ahora estaba atrapado entre las zarpas de la peligrosa criatura.

Me llevó unos largos segundos procesar que había estado a punto de ser devorado por un dinosaurio rosa.

—¿De dónde ha salido eso? —inquirí, atónito.

—Vale ya chicos, bajadme o no respondo de lo que pueda pasarle a tu hijo, Madelaine.

No tenía ni idea de a quién le estaba hablando, pero no quería quedarme quieto sin hacer nada, por lo que me preparé para pasar a la acción, al fin y al cabo él me había salvado sacrificándose a sí mismo. Entoné unas melódicas palabras mágicas y las patas delanteras del dinosaurio con que sujetaba a su presa comenzaron a temblar como si se hubiesen vuelto de mantequilla, y así liberó al hombre misterioso que cayó con estilo al suelo. Las garras de la gran criatura le habían desgarrado la camisa y parte del pecho. La piel magullada lloraba sangre mezclada con jirones de carne púrpura y, sin embargo, su rostro ni se inmutaba. Tenía que ganar tiempo para poder curarle, por lo que conjuré un hechizo más poderoso. Las pelusas de diente de león que flotaban a nuestro alrededor se volvieron cortantes y ordené que se abalanzaran sobre el dinosaurio, quien cayó de bruces aullando de dolor y sacudiéndose en un intento desesperado de quitarse las molestas partículas que se pegaban a su cuerpo como plumas sobre una sustancia pegajosa. 

Me dirigí satisfecho por haber hecho algo de utilidad hacia donde estaba mi extraño acompañante, creando más flores curativas. Él no me miraba a mí sino que parecía pendiente de percibir algo aparte. No había llegado a su lado aún, cuando alguien más se abalanzó sobre él, enzarzándose ambos en una pelea en la que no me quedaba claro quién llevaba la ventaja. 

—¿Qué le has hecho a Dini, desgraciado? —sonó una voz femenina a mis espaldas, la misma que había escuchado antes. 

Giré ciento ochenta grados para toparme con una mujer humana de aspecto plebeyo. Ésa fue la primera vez que vi a Madelaine, aunque no observé su verdadera esencia como me había dicho el Joker que tenía que hacer, sino que simplemente la vi como quien mira una flor cualquiera sin pararse a pensar que quizás esa flor es más especial de lo que parece a simple vista, que la forma de sus pétalos es más compleja y cautivadora de lo que pensabas. Simplemente me pareció una humana feúcha del montón, que carecía de sentido alguno estético y sin curvas. La primera vez que la observase de verdad tardaría en ocurrir varios meses después, pero hasta que ese momento llegara, a los dos nos quedaban por vivir un montón de experiencias cada cuál más loca y surrealista que la anterior.

—¿Dini? ¿Ese bicho tiene nombre? —pregunté, muy asombrado.

—¡Pues claro que tiene nombre! Él vale mil veces más que tú.

Estaba realmente alterada y enfadada conmigo por haber atacado a su mascota asesina.

—¡Él nos atacó primero! —me defendí—. Además, ¿con qué derecho me hablas de esa forma? Te encuentras ante el Príncipe de los Feéricos de Luz, así que mide tus palabras, pequeño alhelí.

—¿En serio? ¡Qué emoción! —exclamó fingiendo exaltación—. ¿Y qué vas a hacer, seducirme?

—Yo no me junto con gente de tan baja categoría, eso sería repugnante —dije retorciendo la boca en una mueca de desdén—, pero puedo hacerte otras muchas cosas.

—¿Sí?

En esos instantes Maddie no podía parecerme más estúpida. Se estaba ganando ser usada como sacrificio durante el próximo Carnaval. Chasqueé los dedos para demostrarle con quién estaba tratando, mas nada ocurrió.

—¿Y bien? —se vanaglorió.

Volví a intentarlo sin que cayera de rodillas, doblegada. En lugar de eso, ella había terminado de recortar la distancia que nos separaba y sujetó mi rostro con sus manos, unas manos muy descuidadas y ásperas. Un fuerte malestar me embargó repentinamente, nublándoseme los sentidos, y mi estómago se estremeció. Las rodillas me fallaron y caí postrado sobre la fresca hierba, vomitando.

—No se ha desmayado —le comentó la humana al tipo que estaba peleando contra el arlequín misterioso.

—Porque es un híbrido, tu habilidad no le afecta tan fuerte —explicó entre forcejeos. 

Su contrincante estuvo a punto de hundirle el puño en la mandíbula, pero logró detenerle el brazo a unos escasos centímetros y consiguió empujarlo hacia atrás, liberándose del peso de su cuerpo. Yo continuaba sin poder levantarme del suelo. La humana sostenía ahora lo que parecía un arma de fuego pequeña y me apuntaba con ella esbozando una sonrisa torcida.

—Me encanta cuando para variar soy yo la que tengo el control sobre otros seres que fanfarronean de ser más poderosos.

—¿De qué va todo esto? —conseguí proferir entre jadeos, muy confuso.

—Es un juego. Se llama venganza. —Su voz canturreaba salpicada de sagacidad y regocijo.

—¡Déjate de charlas, putita, y date prisa! No podré retenerlo por mucho más tiempo —le gritó su compañero.

—Ya voy —farfulló, disgustada porque se le había acabado la diversión—. Mira idiota, necesito que... —dijo refiriéndose a mí, aunque yo no podía verla al encontrarme postrado.

Su voz se ahogó en un hipido y pequeñas burbujas de jabón salieron de su boca. Se llevó las manos a la garganta muy asustada y un nuevo hipido trajo consigo más burbujas de mayor tamaño. La pistola se le cayó al suelo, activándose al entrechocar contra una piedra, y un rayo mágico salió disparado, haciéndole un agujero en la maraña de sus cabellos y perdiéndose en el cielo. Un remolino de burbujas se había formado a su alrededor y comprendí lo que sucedía: llegaban los refuerzos.

—¡Idril! ¿Estás bien? —Una inconfundible mano blanca y grácil con dos uñas rotas me ofrecía su ayuda.

Por si la situación no era ya lo suficientemente desagradable, encima tenía que ser rescatado por doña lágrimas de fresa.

—Alteza, tenemos que regresar lo antes posible, apresúrense por favor.

—Lo sé, Elijah. Idril, ¿puedes incorporarte?

Haciendo apócope de todas las fuerzas que pude, me erguí, todavía algo aturdido. La imponente figura entrajetada con su uniforme negro del capitán Elijah me impedía ver qué estaba sucediendo con la pelea de los otros dos.

—¿Ese hechizo lo has hecho tú? —le pregunté a la princesa, señalando con la vista a la humana que seguía echando burbujas por la boca y miraba llena de rabia a los recién llegados.

—¿Qué te parece? —se atrevió a preguntar, algo sonrojada.

—Sorprendente... para una niña de cinco años, no para la futura reina.

Los ojos de la extraña humana se tornaron de cristal agrietado ante la frustración de no poder hablar sin ahogarse en el jabón de su propia saliva. Algo me golpeó en la mejilla. De pronto se había oscurecido y una gran sombra se había cernido sobre el valle. Elevé la vista al cielo y me topé con una inmensa nube de color ahumado. Piedras preciosas caían desde ella en forma de lluvia multicolor. Atrapé con la mano una de esas gemas y descubrí, atónito, que se trataba de un caramelo cuyo envoltorio, al ser atravesado por los rayos de sol, brillaba tanto como un ópalo de verdad.

—¡Lluvia de caramelos! —exclamé—. ¿Qué será lo próximo?

—Lo próximo será vuestra muerte —rugió la humana con el habla ya recuperada—. ¡Mirad lo que habéis conseguido! —gritó bastante agitada recuperando su pistola.

La ojos azules de Rosalie se abrieron como platos.

—¡Si eres…! —La humana sacudió la cabeza lateralmente en un gesto de negación y Rosalie nunca llegó a terminar la frase, cosa que me hizo sospechar.

—¿La conoces? —inquirí con la voz tan afilada como un cuchillo.

La Princesa fue a responderme, sin embargo se le trabó la lengua y finalmente se acuclilló para recoger los caramelos que se racimaban a nuestros pies.

—¡Cuántos caramelos! Los recogeremos y los repartiremos entre los niños, seguro que se ponen muy contentos.

¿Cómo se le ocurría ponerse caritativa en un momento así? La humana volvía a estar armada y apuntaba hacia nosotros. Giré la cabeza en busca de Elijah, se suponía que él tenía que protegernos, que le diese el disparo a él en vez de a nosotros. Para mi sorpresa, él se hallaba luchando contra el dinosaurio rosa. Me pareció entrever que se había transformado, pero no, sólo en parte: en sus dedos habían surgido garras y espeso vello gris, y su mandíbula parecía algo deformada debido a los grandes colmillos que contenía.

—¡Protege a la Princesa! —me gritó, mientras forcejeaba con Dino o como fuera que se llamase, comenzando así una pelea de titanes. 

Resultaba difícil distinguir cuál de los dos era el bueno pues Elijah luchaba con ferocidad. La humana se dejó caer de rodillas al lado nuestro al contemplar la que le estaba cayendo a su mascota asesina.

—¡Mi Dini! —gimoteaba con el rostro arrasado por las lágrimas—. Por favor, decidle que pare, ¡os lo suplico! Me rindo, haré lo que sea que me pidáis… ¡Él es tan joven aún...!

—¿De veras? —se enterneció Rosalie.

—Cuidado, no te fíes —traté de advertirla, pero ya era demasiado tarde.

La humana la había atrapado cogiéndola del pelo y besó la sien de Rosalie con su pistola mágica.

—¡Ja! Yo jamás os suplicaría nada. Las traidoras mueren traicionadas.

—Yo no… —sollozaba Rosalie.

¿Por qué era tan inútil?

—Ya le estáis diciendo que pare o su querida princesa pasará a tener un bonito agujero en su bonita cabeza —me amenazó.

Me volví hacia Elijah, resignado. Esperaba que aún mantuviese cerebro de humano y que la bestia que yacía en su interior no se hubiese apoderado de él.

—¡Detente, es una orden! La vida de Rosalie está en peligro si no lo haces —vociferé.

Mi mandato debió de llegarle, porque se detuvo de golpe. Volvía a ser prácticamente humano y apenas le quedaban restos de su transformación incompleta.

—Eso está mejor —asintió la humana terrorista—. Ahora cura a Dini —me ordenó sin soltar a Rosalie.

—Yo no sirvo órdenes de humana —protesté.

—¡Hazlo!

 Aquello resultaba humillante. Se me ocurrió utilizar una flor venenosa en vez de una curativa, pero seguía teniendo apresada a la cursi. Al final me resigné y le curé las heridas que el Capitán le había infligido, mientras intentaba ganar tiempo pensando en algo. No tenía ni idea de dónde habían salido estos locos ni qué querían de nosotros, pero sus intenciones no podían ser buenas. Lo más extraño fue la sensación de adrenalina circulando por mi sangre. Eufórico no era la palabra, pero sí que todo esto resultaba emocionante. Nunca lo admitiría porque una parte de mí sólo pensaba en llegar al palacio, bañarme y ponerme ropa limpia, sin embargo la otra parte disfrutaba con la sensación de riesgo que nada tenía que ver con desafiar las normas o probar narcóticos. Se llamaba «peligro» y acabaría volviéndome adicto a esta sensación. 

Terminé de sanar las heridas del dinosaurio y en ese momento, el tipo guay se puso por encima del guaperas. Al fin parecía que la pelea iba a acabar, pues se disponía a darle el golpe de gracia. Su contrincante le miraba fijamente a los ojos, muy serio y sin parpadear. 

Mi “amigo” le había quitado la pistola y apuntaba hacia su pecho. ¿Por qué no le disparaba ya? Nos habíamos quedado en silencio, expectantes. El tipo guay volvió a tensar los músculos de su brazo. Su camisa desgarrada dejaba entrever la piel magullada y las venas se le marcaban, azules y nítidas. Había tomado una resolución. Soltó la pistola.

—Soy un desgraciado —proclamó de rodillas en el suelo y golpeándolo con aflicción—. Soy más inútil que una lombriz. ¡No! Soy más inútil que una lombriz ciega, manca y coja a pesar de que normalmente no tienen patas... —sollozaba.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —le grité, perplejo.

Alejandro o Ariadno o como se llamase, se incorporó, satisfecho.

—Está acabado, ya no supondrá ningún problema.

—Claro que no. ¡Levanta, tipo guay! —le animé.

—Tienes razón... No puedo rendirme así.

Una pequeña llama de esperanza brotó en mi interior al ver que se estaba recomponiendo.

—No, Joker. Estás acabado.

—¡Cierto! Lo siento, Idril. No merezco seguir existiendo. —Volvió a hundirse en la depresión.

—¡Éste no es momento para volverse bipolar! ¡Eres muy peculiar y conoces el secreto para ser invencible!

—Es verdad... no sé qué estoy haciendo...

—He dicho que he-ganado-yo —insistió el íncubo, remarcando las tres últimas palabras.

—¡Soy más miserable que el hierbajo que Maddie está pisando!

Este espectáculo era más de lo que Elijah podía soportar. De un rápido y profesional movimiento consiguió desarmar e inmovilizar a la humana.

—Maddie, ¿qué estás haciendo? Necesito el conjuro de una vez, así que deja de tontear con el Capitán —le urgía Andreo a su compañera humana. ¿Acaso no veía que su amiga se encontraba en inminente peligro?

—En nombre de Su Majestad, la reina Helena, quedáis detenidos —declaró Elijah.

—¿En el nombre de esa furcia? —Marlene soltó una corta y seca carcajada despectiva. Elijah acercó una de sus afiladas garras a su garganta.

—Insultar a la Reina es también un acto condenado.

Si no estuviese tan enojado como asustado, le habría dado la razón en eso a la humana. Helena era realmente zorra y no me cansaría de llamárselo.

—Bien hecho, Capitán —le felicité. Al fin hacía algo de utilidad el tan aclamado Capitán de la Guardia Real al que tantos méritos se le atribuían.

Elijah, sin embargo, no parecía muy cómodo por mi cumplido.

—Espera, Elijah, no es necesario llegar a estos extremos —intervino Rosalie.

Lo que sucedió a continuación pasó de forma tan rápida que no pude reaccionar a tiempo. El dinosaurio se abalanzó sobre todos nosotros. Elijah arrojó a Maddison hacia un lado y cayó sobre ella, sin dejar de presionar su nuca contra el suelo. Arnoldo le dio una patada suave a la pistola que continuaba tirada en el suelo. ¡La pistola! ¿Cómo no se me había ocurrido recogerla? Ya era demasiado tarde. La pequeña arma se deslizó directa hacia la mano de la humana. Malena apuntó hacia el Capitán y disparó, no una, sino hasta tres veces. Elijah trató de incorporarse, pero tres camelias rojas florecían en su pecho. Rosalie emitió un largo grito que se perdió más allá de las nubes cargadas de caramelos. Matilde se levantó, jadeando, y se limpió las gotas de sudor que perlaban su amplia frente.

—¿Quién quiere ser el siguiente?

El tono macabro de su voz me estremecía. Rosalie hizo el amago de acercarse a Elijah para curarlo, mas la humana no se lo permitió.

—Quieta ahí, traidora. No le he dado en ningún punto vital.

—¡¡¡Ya basta!!! ¿Se puede saber qué queréis de nosotros?

El tipo guay seguía con el rostro hundido entre sus manos, lamentándose de su inútil existencia; Elijah luchaba por no perder el conocimiento y Rosalie trataba de contener las lágrimas sin el empeño suficiente.

—Vas a contarnos un chiste —habló al fin la humana.

—¿Un chiste? —repetí, incrédulo.

—Pero vamos por partes, estos caramelos me molestan muchísimo —dijo refiriéndose a los cientos de dulces envueltos en llamativos colores que continuaban cayendo del cielo, amontonándose a nuestros pies.

Su pistola tenía una pequeña ruedecita dorada. La hizo girar hasta que se encendió una luz roja dentro del cañón.

—¿La luz roja? —preguntó su compañero sorprendido—. Eso es...

—En efecto.

Apuntó hacia el suelo, apretó de nuevo el gatillo y un rayo rojo se extendió por todo el suelo como un manto de sangre, cubriendo los caramelos. La luz roja desapareció y con ella, los caramelos se habían ido también. Nos quedamos atónitos contemplando el sorprendente fenómeno. De la boca de la pistola fluía una etérea hélice de humo. Detrás de esa cortina humeante, el rostro de la humana se había vuelto una máscara insondable, fría, imperturbable.

—Hoy es jueves —dijo Adriano.

—Entonces toca complacer a la diosa Déardaoin.

—¿Diosa? —inquirí— ¿Es esto alguna clase de ritual religioso? Los silfos no...

—Silencio —me calló la humana. Odiaba acatar órdenes de seres inferiores—. Me exasperas —dijo señalando hacia mí—. ¿Y si te hago desaparecer también a ti? —En esos momentos, el sombrerero guay pareció recobrar algo de lucidez y clavó en la humana una mirada intensa, feroz, que habría hecho morir de miedo a cualquiera, aunque ella ni siquiera le estaba prestando atención. Andrés le apuntaba con una pistola mientras que con la otra no quitaba ojo de encima al Capitán, por lo que tampoco tenía cómo escapar—. Sí, por qué no —concluyó la humana.

Antes de que apretase el gatillo, tuve el tiempo justo para arrancarme lo que quedaba de mi camisa de seda y brocado, y la utilicé a modo de escudo de forma que el rayo escarlata incidió sobre ella. Mi camisa desapareció al igual que lo habían hecho los caramelos.

—Lo próximo que haré desaparecer serán tus pantalones —me amenazó colocando el arma a la altura de mis piernas—, que además seguro que están hechos con alguna tela con nombre ridículamente impronunciable.

 —Con seda y lino de NaSun y lavado con lágrimas de dríade —le aclaré, muy orgulloso.

—¿Ves? Pues si no obedeces sin rechistar, haré que desaparezcan. Además, sé que los silfos no lleváis ropa interior —proclamó con malicia y dándose aires de autosuficiencia. El orgullo destellaba en sus iris color miel.

Todos nos quedamos en completo mutismo, fijando nuestras miradas en ella.

—¿Y cómo sabes eso? —le pregunté.

—¿No ves que es una putita? —la dejó en evidencia su compañero.

—¡Porque una humana como yo tiene que estudiar muchas cosas sobre las criaturas mágicas! No me gusta encontrarme en desventaja —trató de excusarse, pero el ligero rubor rosado de sus pómulos la delataba.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —cedí, deseando acabar con esto de una vez.

—A la diosa Déardaoin le gustan los chistes y además éstos tienen que tener rimas. Tienes que conseguir hacerla reír. 

—¿Tengo pinta de comediante? ¿Y cómo sabremos que le ha hecho gracia mi chiste? 

—Lo sabremos, tú concéntrate en tu tarea.

Intercambié una mirada con Rosalie que se encontraba llorando junto al Capitán. Yo no tenía ni idea idea de qué clase de diosa era esta tal Déardaoin ni qué cosas le gustaban o cuáles le ofendían. Los feéricos simplemente cuidábamos de la Madre Naturaleza. A veces nos referíamos a ella como «Gaya». En algunos clanes se adoraba a supuestos dioses antiguos y sanguinarios. Teníamos festividades como Beltaine, pero el carácter religioso de éstas había quedado olvidado mucho tiempo atrás, más bien servían como excusa para generar caos y divertirnos.

—La diosa Déaordoin fue una de las que estuvieron presentes cuando las diferentes razas se repartieron la Tierra —musitó Rosalie con voz queda. Gracias a mi oído pude entenderla bien.

—Así es —corroboró Armando—. Fueron siete en total. Los feéricos fuisteis tan arrogantes que no os quisisteis presentar. 

—Eso son pamplinas. Los feéricos nos hemos encargado de cuidar de la naturaleza desde tiempos inmemorables gracias a la Canción de la Vida. De existir esos dioses, no han hecho absolutamente nada por el planeta.

—Tienes suerte de que no sea sábado, Sathair es la diosa protectora de los íncubos.

Me gustaba componer canciones y poemas, tenía un don para expresar mis sentimientos a través de la música, pero a uno se le bloquea la mente cuando le están amenazando. Los jueves son el día central de la semana. Si se le había atribuido a esa diosa, ella debía de ser la principal, la líder de todos los demás, y si esa estúpida historia sobre la reunión a la que los feéricos no habíamos querido asistir era cierta, no debía de profesarle mucho cariño a nuestra raza.

—Creo que lo tengo —anuncié—. Si a vuestra diosa no le gusta es que tiene un pésimo sentido del humor, aunque a decir verdad se me daría mejor complacer a la diosa del sábado...

—Deléitanos pues —me instó la humana sin dejar de apuntar a mis piernas.

Continuaba sin comprender qué pretendía esta panda de locos sádicos, a parte de disfrutar con la vista de mi cuerpo, por supuesto. Me aclaré la garganta y recité:

—Van dos amigos haciendo rimas mientras caminan —comencé.

—¿De qué raza? —me interrumpió la humana.

—¿Qué más da eso? —espeté con fastidio— Está bien... —cedí ante su mirada inquisitiva—. Un íncubo y un feérico —ante el gesto de asentimiento que hizo con la cabeza proseguí—. Va el íncubo y dice: “Fui a Mureas y probé sus famosas croquetas” —«vaya rima más estúpida»—. “Pues yo fui a Nemea y había unas humanas que no veas”, prosiguió el silfo. “Pues yo fui a Llyr y me tiré a tu hermana”, añadió el íncubo. “¡Pero Luci, eso no rima!” “Ya, pero es verdad”. 

Una ráfaga de aire arrastró los últimos pétalos efervescentes. De pronto se levantó una tormenta de verdad, con fragosos truenos que estremecieron mis oídos y cegadores relámpagos que partieron el cielo en dos. La oscuridad nos envolvió como si hubiese anochecido súbitamente, tiñéndolo todo con tonalidades cárdenas y grises. Runas luminosas comenzaron a rodear al tipo guay en un círculo para hacerlo desaparecer a él también. 

—Lo siento, Idril. Volveré a buscarte cuando estés preparado de verdad para convertirte en aventurero y encontraremos Léiriú —se despidió de mí el peculiar sombrerero.

—¿Me lo prometes?

Él asintió con la cabeza antes de desaparecer en un haz de luz. El íncubo sostenía una carta entre sus dedos en la que podía apreciar los mismos símbolos centelleando en los bordes. Llamadme loco, pero el joker de esa carta me parecía el mismo tipo misterioso. Los dos terroristas respiraron, aliviados.

—Más vale que no se vuelva a escapar. Ese tipo es demasiado poderoso y se resiste cada vez más a mi poder —dijo el íncubo guardándose la carta en un bolsillo de su chaqueta de cuero desgastada.

—¿Qué hacemos ahora con ellos? ¿Les borramos la memoria? —sugirió la humana.

—¿¿¿Qué??? —se me escapó, aterrorizado.

—El principito y el Capitán parecen persistentes.

—Yo me encargo de eso —proclamó la humana.

Elijah se incorporó y pasó un brazo por delante de Rosalie, en afán protector. El rayo le envolvió y al igual que las veces anteriores, absorbió al Capitán Elijah. El rostro de Rosalie se desencajó por la aflicción, aunque esta vez ni siquiera las lágrimas podían emanar de sus enormes ojos azules.

—E-Elijah... —balbuceaba, sin dar crédito a la dura realidad. Su cuerpo comenzó a irradiar una energía verdosa, casi blanca al principio, que fue ganando en intensidad a medida que iba asimilaba lo acontecido y la expresión de su rostro se transformaba. Se volvió hacia mí, con los ojos desmesuradamente abiertos, las pupilas desenfocadas. Dos surcos de plata atravesaban sus mejillas—. Elijah ha... —me agarró del brazo, pero su mano, imbuida de esa energía verdosa, quemaba.

—Aléjate de mí, Rosalie —le dije, asustado, pero ella se aferró con más fuerza aún y me agarró con el otro brazo también.

—Elijah ha... —repitió.

—Sí, ya lo he visto. Tengo ojos en la cara...

—¿Qué está ocurriendo? —le preguntó la humana a su compañero.

Contemplé mi propio cuerpo y me horroricé al descubrir que también irradiaba una luz azulada.

—Esto no me gusta, Maddie —dijo el íncubo.

Podía sentir cómo la energía de Rosalie pasaba a través del contacto de su piel con la mía , recorriéndome y fusionándose con mi propio poder mágico, aquél que siempre había retenido en lo más hondo de mí. Las lágrimas aguijoneaban mis lacrimales del dolor. Mi propia luz me impedía ver más allá de nosotros dos, todo lo que alcanzaba a ver era a la llorona que lucía muy serena, con los párpados cerrados suavemente y sus tirabuzones dorados siendo agitados por una brisa mágica. Yo me sentía desgarrar por dentro. Quise rogarle que parase, pero cuando mi garganta consiguió emitir un sonido largo, estremecedor, todo había acabado. Me sentía drenado de toda energía, sin fuerzas, y no podía controlar mi propio cuerpo que no cesaba de temblar descontroladamente. Todo me daba vueltas. Rosalie seguía junto a mí, parpadeando completamente perpleja. Entonces me miró directamente a la cara y pareció despertar del trance porque sus dos océanos volvieron a empañarse.

—No... vuelvas... a acercarte a mí... —conseguí decir con la voz más firme que pude emplear.

A nuestro alrededor, el enorme prado se había transformado. El suelo se había agrietado y habían surgido diferentes desniveles, como si se hubiese producido allí el epicentro de un gran terremoto. Habían crecido árboles gigantescos cuyas ramas se alzaban hacia el cielo y lo intentaban arañar con grandes hojas azules, doradas y plateadas. Sus troncos parecían centenarios y estaban recubiertos de musgo, enredaderas y flores de vivos colores que no había visto en mi vida. Di un paso hacia atrás pero mi pie tropezó con una gruesa y retorcida raíz que sobresalía del suelo. Parecía que nos hallábamos en una selva prehistórica o en el jardín de un ruinoso palacio abandonado siglos atrás. Los pétalos irisados de los dientes de león que flotaban por toda la atmósfera, aumentaron la intensidad de su luz y brillaban como luciérnagas. Estábamos nadando entre estrellas.

La humana se encontraba atrapada entre las ramas de un árbol que había brotado repentinamente bajo sus pies. Consiguió zafarse de las lianas que se habían enredado a ella y cayó al suelo. Se incorporó, con el vestido manchado y rasgado, la piel recubierta de arañazos y la melena convertida en una madeja enmarañada, pues se le habían adherido muchas hojas. Se sacudió los ropajes y emitió una mueca de desaprobación al examinarse una herida brillante que le había surgido en el codo. Se recompuso con rapidez para tratarse de alguien tan frágil, y acudió corriendo a socorrer a su compañero a quien una raíz nudosa y puntiaguda le había atravesado el pecho. Milagrosamente seguía con vida. La humana rebuscó nerviosamente entre los faldones de su estropeado vestido y le hizo beber de un pequeño frasco con un líquido violeta; la poción serviría de primeros auxilios. Mari me dirigió una larga mirada que no supe calificar.

—Nos la veremos de nuevo dentro de tres meses, pero quiero que le entregues esto a Gelsey.

Para mi asombro, me tendió una flor de pétalos amplios y blancos, con estrías carmesí y grandes estambres amarillos. Su forma me resultaba inconfundible a pesar de que nunca había tenido una de verdad frente a mis ojos, pero lo había visto en numerosos libros y flores de tela aromatizada que los trataba de imitar. La humana acarició sus suaves pétalos con sus manos ensangrentadas y pegajosas, impregnándolos de sangre.

—Entrégale este jazmín ensangrentado.

—Pensaba que estaban extinguidos...

—Entrégaselo —insistió.

Y no pude recordar nada más porque todo se volvió negro a mi alrededor y perdí el conocimiento.

* * *

Cuando abrí los ojos de nuevo, las nubes se habían disipado y me sentía desorientado y confuso, como si acabara de tener una extraña y compleja pesadilla, sin embargo, las heridas de mi cuerpo me indicaban que todo había sucedido de verdad. Gelsey se hallaba junto a mí y no despegaba su vista de encima mío. Junto a él yacían de pie y expectantes todo su séquito y me estaban curando las heridas. Traté de incorporarme y el resultado fue un desastre, porque me mareé y sentí un martillazo demoledor en la sien. Seguía teniendo náuseas, pero sabía que Gelsey esperaba una explicación, por lo que hice apócope de todas mis fuerzas restantes. Comencé a relatar, pero Gelsey me interrumpió

—Yo... Algo nos tiró del caballo y...

—No quiero excusas, Idril. ¿Eres consciente de lo que has hecho?

El miedo me embargó, él lo sabía.

—No pude controlarlo. Le pedí a Rosalie que parase...

—¿De qué me estás hablando? Los detalles morbosos no me interesan. Me refería a que no te había dado permiso para que te desviaras del Camino Real.

Debí de poner cara de idiota. Gelsey había malentendido completamente mis palabras; me sentí completamente aliviado y casi se me escapa la risa, a fin de cuentas no sabía lo que había sucedido con la magia descontrolada de Rosalie y mía.

—Quería enseñarle algo a Rosalie. Esto es un bosque, jamás pensé que podía ocurrir algo peligroso —traté de justificarme.

—Alguien que no nos tiene mucha estima nos atacó esta mañana. Te dejé que fueses a caballo con ella siempre y cuando no os perdierais de vista. Sois los herederos, si algo os sucediese...

—¿Cómo está Rosalie? —le corté, y aproveché para mostrarme preocupado por la bruja, todo fuese por que resultase más creíble la historia.

Gelsey señaló con la cabeza detrás de él. A ella también le estaba atendiendo su séquito, y su madre le estaba dando su propio sermón.

—Ella se encuentra bien, no tiene heridas graves, pero sí que está algo... conmocionada. No dice cosas muy coherentes, por eso esperaba tu versión de los hechos.

—¿Cómo nos habéis encontrado? —quise saber mientras ganaba tiempo para recomponer lo ocurrido.

—Vimos la gran explosión de luz, pero fue el guardia Floripondio quien nos guió hasta donde os encontrabais, estos bosques son un maldito laberinto, justo lo que necesitamos para que ningún visitante indeseado llegue hasta nuestro palacio.

—¿Había alguien más con nosotros?

—Sólo la Princesa y tú, inconscientes los dos, y todo este caos de alrededor. ¿Fuisteis vosotros quienes lo hicisteis? —Me pareció percibir un gran interés camuflado entre sus palabras.

Me salté un latido que esperaba que Gelsey no percibiese.

—No... fue esa humana...

—¿Una humana? —se extrañó.

—Había una chica... Llevaba una de esas pequeñas armas de fuego, pero no disparaba fuego...

—¿Una pistola? —dedujo.

—Sí, eso creo... —Por más que me esforzaba en recordarla, no lo conseguía. Trataba de evocar su rostro, su voz..., pero era como si tuviese un agujero en la sección de los recuerdos. Tenía que contarle algo a Gelsey, entregarle algo... Mis manos estaban vacías, aunque los dedos continuaban pegajosos por la sangre reseca—. También estaba el sombrerero guay... Iba a llevarme al puerto y hacernos piratas. Quería enseñarme una isla exclusiva de mujeres...

—¿Un sombrerero? —repitió, incrédulo.

—¡Sí! Como el de las cartas, de hecho tuve que contarle un chiste a una diosa furiosa para hacerla reír y después regresó a su carta.

Gelsey se llevó los extremos de sus dedos a la frente en un gesto de desaprobación.

—Ya basta, no quiero historias absurdas. Quiero la verdad, así que déjate de excusas fantasiosas que nadie va a creer.

—¡Es verdad lo que digo! —protesté, indignado— Estaba el Joker con una chistera y el maquillaje de la cara y...

—¡Idril! —exclamó Rosalie al verme despierto— ¡Díselo! Ellos no me creen —me suplicó—. Elijah desapareció... ¡Ese dinosaurio rosa nos atacó y luego el rayo rojo le hizo desaparecer!

—No recuerdo ningún dinosaurio... —Gelsey tenía razón, la pobre había quedado algo trastocada.

—Dinosaurios rosas, payasos piratas, diosas furiosas... ¿Alguien da más? —se burló mi padrastro, bastante enojado.

—Quizás la luz roja era sangre... —aportó alguien.

—Todo es culpa de ese mocoso consentido que tu ex-mujer te endosó como carga —espetó una voz femenina y fría, la voz de la reina Helena que había llegado junto a Gelsey. Mantenía la cabeza bien erguida y un porte imponente—. Seguro que estuvo tomando de esas setas alucinógenas que están tan de moda entre los silfos de su edad. —Esa maldita vieja me odiaba y hacía muy poco por disimular el desprecio que me profesaba—. Deberías castigarle como es debido por lo que le ha hecho a mi hija...

—Helena, son jóvenes, es normal que hagan estas cosas —me defendió Gelsey—, pero es cierto que fue una gran irresponsabilidad. —Endureció su voz—. Ya es hora de que empieces a comportarte como el rey que estás destinado a ser. Tu madre esperaba grandes cosas de ti.

Al mencionar a mi madre, algo se volvió a remover dentro de mí. Mi padrastro era consciente de la influencia que su recuerdo ejercía sobre mí y le odiaba cada vez que se atrevía a mencionarla después de haberse olvidado por completo de ella. Agaché la cabeza, avergonzado y conteniendo mi furia interior.

—¡Pero es cierto todo lo que hemos dicho! —seguía insistiendo la tonta de Rosalie— Elijah desapareció y por eso nuestros poderes...

—¡Para ya! —la detuve, por poco lo contaba todo—. Nos han pillado, no sirve de nada mentir. —Dirigí mi mirada hacia los demás, especialmente a mi tutor—. Confieso que toda mi vida creí que sentía algo especial por nuestra querida Princesa y al verla esta mañana, más hermosa que nunca, tuve la necesidad de intimidar con ella. —Esto era una descomunal mentira, pero yo siempre sonaba muy convincente—. Me habían hablado del orichalcum de este lugar y un amigo me había dado unas hierbas que nunca había probado. Como Rosalie tampoco lo había hecho nunca, traté de persuadirla, pero ella insistió mucho y bueno... se suponía que eran suaves y los efectos se pasarían rápido; somos jóvenes y tenemos que cargar con una gran presión sobre nuestros hombros. Sólo queríamos evadirnos un poco —concluí—. Pero no os preocupéis, ambos hemos comprendido que nuestro amor es incompatible y nunca más volveré a acercarme a ella para no molestarla con mi incómoda presencia.

Rosalie me miraba atónita, sin dar crédito a lo que sus oídos escuchaban, afortunadamente no logró pronunciar nada inteligible. Helena me miraba como si fuese el mayor criminal del mundo y acabase de confesar todos mis crímenes. Las cejas de Gelsey se inclinaron más aún. Apoyó su mano en mi espalda y me apartó de todo el meollo, alejándonos unos metros. Me susurró al oído de forma que sólo yo pudiese oírle, aunque sin dejar de sonar amenazante:

—Sabes que nunca te he denegado nada. Me da igual cómo haces para divertirte en tu tiempo libre, yo también he sido joven y me alegra que hayas superado al fin la muerte de tu madre, pero no voy a permitir que te pase absolutamente nada. El reino te necesita y mientras yo esté aquí, nadie va a dañarte. Si no quieres pasarte todo el verano encerrado en una habitación con una docena de guardias rodeándote, no vuelvas a desobedecerme. Quiero que disfrutes antes de que cumplas con tu destino, pero tengo mis prioridades y no voy a poner en peligro algo en lo que llevo invirtiendo tanto esfuerzo.

Las palabras de Gelsey me confundían, pero no iba a engañarme a mí mismo. Yo no le importaba a él en un sentido afectivo. Quizás le había hecho una promesa a mi madre o como silfo que era le importaba el futuro de nuestra raza, el caso era que la relación entre nosotros dos resultaba tensa. Le temía y le respetaba, como todos los de su alrededor, supongo, y al mismo tiempo le estaba agradecido. No necesitaba ningún padre que me diese cariño, yo era fuerte gracias a él; la gente al fin me respetaba y ya todo el mundo se había hecho a la idea de que yo sería el rey muy pronto. Además, Gelsey me dejaba bastante libertad siempre y cuando no hiciese algo que él desaprobara. Si en realidad el misterioso silfo era un tipo divertido cuando le pillaba de buen humor, así que acabé aprendiendo a no tentar su paciencia. Gelsey era mi modelo a seguir, o lo que me gustaría llegar a ser algún día. Todos le respetaban y admiraban y nadie le cuestionaba. Si decidía adoptar una medida no exenta de controversia que le beneficiaba más a él que al propio reino, nadie protestaba. Su pasado me intrigaba, me gustaría saber de dónde había salido un tipo con él. ¿Habría más que se le pareciesen? Tan corpulento para ser un simple silfo de luz y con conocimientos de magia oscura, él mismo me había enseñado algo a mí. Todo aquél que había intentado indagar en su vida había acabado mal, con lo que el resto de curiosos fueron lo suficientemente inteligentes para no desperdiciar sus vidas y yo también había sido intimidado, por lo que dejé de hacerle preguntas personales.

—He aprendido la lección —le aseguré.

—Eso espero, sabes que no me gusta castigarte.

La sola palabra en sus labios me estremeció. Gelsey de buen humor era un tipo legal, pero también había probado muchas veces su mal humor y no quería volver a experimentarlo.

—Estoy cansado, quiero volver al palacio.

—¿Quién te dio las hierbas? —me preguntó con ese tono que no admitía ser evadido.

—Mejor olvidemos el asunto...

—Los actos conllevan consecuencias, y han sido actos graves, muy graves. Quiero el maldito nombre.

Vacilé. No quería inculpar a nadie por mi causa, pero Gelsey no descansaría hasta conseguir el maldito nombre. Recordé que el idiota de Carbry había estado haciendo comentarios acerca de Rosalie, por lo que sintiéndolo mucho... le había tocado.

—Carbry, el hijo de Carbery Dedosdeoro —improvisé. Su sobrenombre se debía a su capacidad para obtener oro quien sabía de dónde.

—¿El hijo del duque Carbery? No dejas de ocasionarme problemas —me recriminó. Bastó una mirada significativa para que un par de guardias se pusieran en movimiento y marchasen a buscar al pringado de Carbry. Fuese lo que fuese que le hicieran sabía que no le iba a volver a ver—. Por cierto —añadió antes de regresar con los demás—, no te desanimes aún con Rosalie. Sé que estáis hechos el uno para el otro.

El humor de Gelsey a veces me descolocaba.

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