—¿¡Cómo que ha escapado!? —grito. Mi respiración comienza a tornarse irregular y creo marearme. No puedo creerme lo que me está contando.
—Todavía no tenemos una hipótesis clara, prácticamente acaba de ocurrir. Pero estamos barajando la posibilidad de que alguien del interior haya dejado su celda abierta a propósito y ha bloqueado las cámaras de seguridad. Las exteriores estaban activas y han conseguido grabar cómo subía en un 4x4 negro que estaba esperándole afuera.
—¿Habéis podido ver al conductor?
—Nada. Sus ventanas estaban tintadas —hace una pausa—. Álex, ten cuidado, amigo. Recuerda que juró vengarse y te amenazó de muerte cuando le detuvimos.
—Debisteis habérmelo entregado cuando os lo pedí —aprieto con fuerza el teléfono.
—Sabes de sobras que no podíamos hacer eso. Estaba claro lo que pretendías. No te hubieras conformado solo con golpearle.
—Tenemos que dar con él cuanto antes —digo con rabia—. No quiero que ese hijo de puta goce de un minuto más de libertad. Debe pagar por lo que ha hecho —mis dedos comienzan a doler por la presión que estoy haciendo sobre la carcasa de mi móvil.
—Estamos en ello. En cuanto tenga noticias, te informo.
—Daos prisa, Gabri. Si lo encuentro antes que vosotros tendréis que enterrar a alguno de los dos.
—Cuídate de ese animal —cuelga.
«Tengo que encontrarlo como sea. Tiene que pagar por lo que hizo», me digo. Aprieto los dientes. Mi cuerpo está tan tenso que mis músculos comienzan a doler y tengo la sensación de que en cualquier momento podría explotar. Mi presión arterial debe de estar por las nubes.
Trato de calmarme y de recordar lo que iba a hacer antes de que me llamara Gabriel, y tras un rato dándole vueltas por fin lo consigo. Me pongo en contacto con los agentes de seguridad y les indico cuáles son los perímetros que deben vigilar. Tras pasar varios minutos instruyéndoles, por fin decido volver a casa. El día está siendo agotador y necesito despejarme.
Cuando abro la puerta del piso, Sonia sale.
—Hola, hermanito. ¿Cómo ha ido el día?
—Mal —contesto secamente.
—¿Has hablado con Laura?
—¡JODER! —grito, estresado—. ¿Vas a dejar de una vez el jodido temita? ¡No pienso tener ninguna relación con Laura!
—No, no voy a dejar el tema y menos cuando estoy segura de que esa chica podría sacarte del tormento en el que vives. He visto cómo la miras —cruza sus brazos—. Arregla esto, Álex Torres —mierda, está usando mi apellido. Oírselo a ella es peor que cuando lo hace una madre—. Arréglalo o lo haré yo. ¿Me oyes? —clava su dedo en mi pecho—. No vuelvo a avisarte más.
—¿Cuándo entenderás que no puedes meterte en mi vida? —digo con rabia.
—Cuando tú entiendas que eres parte de la mía. ¿Consentirías que yo estuviera pasando por lo mismo?
—No me gustan tus preguntas con trampa —entro a la casa—. No vengas muy tarde —digo sin mirarla.
—¿Y tú sí puedes controlarme a mí? —cierro la puerta y la dejo con la palabra en la boca. Necesito que el día acabe ya. Está siendo realmente duro.
Las siguientes horas las paso en mi cuarto tratando de poner en orden todos mis pensamientos. Laura, Erika, Carnicero, César, Natalia... No sé cómo voy a logar centrarme en todo. Mañana intentaré al menos hablar con Laura y suavizar mi preocupación por ella. Si es lo que creo, espero que me lo cuente. Al menos sabiendo de qué se trata estaré más tranquilo y tendré una distracción menos. Minutos después, por fin consigo quedarme dormido.
A la mañana siguiente recibo un mensaje de Laura indicándome el lugar para vernos. Cuando llega la hora, me preparo y camino hasta allí. El bar está muy cerca de mi casa.
—Hola, musculitos —dice sonriente. Desde ayer parece otra. Sus maneras han cambiado como por arte de magia.
—Hola —contesto—. ¿Cómo estás?
—Preocupada. Apenas he podido dormir esta noche pensando en la perra de Erika. Si la tuviera delante la despellejaría y me haría un abrigo de piel con ella.
—Qué bruta... —sonrío. Me ha hecho gracia su expresión.
—Aunque más que un abrigo de piel, sería de poliéster —río a carcajadas. Tiene más razón que un santo. Erika debe de haberse dejado una fortuna en operaciones. Es como una Barbie de plástico.
Pedimos un par de cervezas y nos sentamos dentro. Además de que ya hace frío afuera, prefiero tener que vigilar solo una entrada. Si estuviéramos en la terraza, no podría controlar todo el espacio abierto. Desde que sé que ese individuo ha logrado escapar, tengo la impresión de podérmelo encontrar en cualquier parte. No le tengo ningún miedo, pero temo que pueda hacerle daño a quien esté a mi lado cuando me encuentre. Sé que dará conmigo tarde o temprano.
—¿Puedo decirte algo? —capto su atención y me mira atenta.
—Claro —toma un sorbo de su cerveza.
—Sé lo de tu aborto —suelto la bomba. Quiero saber hasta dónde le está afectando esa decisión. Se atraganta y escupe todo el líquido por la mesa.
—¿Yo? ¿Abortar? —contesta cuando se recupera—. ¿De qué cojones me estás hablando?
—No hace falta que lo ocultes, Laura. Puedes hablar abiertamente conmigo de ello —evito decirle que la vi salir del quirófano y que estuve allí hasta que despertó.
—Es que no tengo necesidad de ocultarte eso porque no es verdad —me mira, confusa. Toma otro sorbo de su vaso.
—¿Quieres decir que aún estás embarazada? —tose después de oír mi pregunta.
—¡JODER! —grita—. ¿Te has propuesto matarme hoy?
—No, solo estoy tratando de que compartas tu carga conmigo. A veces hablar de las cosas que nos afectan ayuda a sobrellevarlo mejor —debería poner en práctica mis consejos.
—Mierda —dice como si estuviera recordando algo—. Creo que tengo que pedirte disculpas —se seca con una servilleta la boca.
—¿Por qué? —mi frente se arruga mientras espero su respuesta.
—El día que te dije que estaba embarazada, no era cierto. Solo quería que me dejaras en paz. Te di la razón como a los borrachos y funcionó.
—¿Estás de coña? —digo, alarmado.
—Precisamente ahora no. Lo siento —hace una mueca.
—¿He estado viviendo en una puta mentira todo este tiempo? —grito, y el camarero nos mira.
—Has estado creyendo lo que creías creer... Te recuerdo que fuiste tú quien vino a mí afirmando eso.
—¡Podrías haberme sacado de mi error!
—Entiende que entonces no quería saber nada de ti y te empeñabas en perseguirme —baja su mirada.
—¡Joder! ¡Solo quería aclarar las cosas! —me siento engañado, pero a la vez un gran alivio me recorre.
—Lo siento, Álex. De verdad —clava sus enormes ojos verdes en los míos—. Parece que nuestro orgullo, junto a los malos entendidos, nos la ha jugado.
—Eso parece —contesto tratando de calmarme. Los músculos de mi estómago están contraídos—. ¿Por qué fuiste entonces al hospital esos días? —se tensa.
—Nada importante, no te preocupes, revisiones rutinarias —sonríe. Sé que está mintiendo. La imagen de Laura sobre la camilla y todavía bajo el efecto de la anestesia viene rápidamente a mi mente.
—¿De qué te operaron, entonces? —me mira fijamente. Intenta hablar, pero se detiene. Abre la boca para decir algo y vuelve a cerrarla. Unos segundos después, por fin reacciona.
—Yo... Tenía un pequeño bultito de grasa en uno de mis pechos, pero nada importante. Decidí quitármelo por precaución.
—¿Y tan difícil era decírmelo?
—Es que... me da vergüenza —sonríe raramente y toma su vaso para dar otro sorbo. Parece que esta vez dice la verdad. Inspiro lentamente mientras me relajo. Si admite que le da vergüenza hablar sobre ello, será mejor que no siga por ahí. Sé lo incómodo que les resulta a algunas mujeres que le obliguen a hablar de un tema tan delicado. Ahora puedo entender muchas cosas. Quizás esa ha sido la razón por la que ha estado preocupada todos estos días y su estado anímico ha caído tanto. Aunque todavía está algo apagada, poco a poco va siendo la misma rubia vacilona de siempre.
Pasamos más de tres horas hablando de nuestras cosas y riendo. De todo es capaz de hacer un chiste. Realmente es una mujer muy cómica y divertida. Le explico cómo se tomó César la noticia y su petición de silencio en cuanto a Natalia. Entiende que en su estado puede ser peligroso el impacto de ciertas noticias y me asegura tener cuidado. Es muy grato poder confiar en ella por fin. Cada vez que me sonríe siento un agradable cosquilleo en la boca de mi estómago. Estoy comenzando a rendirme. Que Dios y Gema me perdonen, pero soy incapaz de luchar contra estos sentimientos. La felicidad de Laura está convirtiéndose en una prioridad para mí.
Pago la cuenta y vamos hasta su coche. Se le está haciendo tarde y mañana tiene que hacer algunos recados. Tiene frío y rodea con uno de sus pequeños brazos mi cintura buscando calor. Paso el mío por sus hombros y mi pecho se hincha al tenerla tan cerca. Es tan agradable que me asusta. Cuando estamos cruzando la primera calle un todoterreno negro con las lunas tintadas pasa cerca de nosotros. Mi vello se eriza al instante y una mala sensación recorre mi espalda.
—Laura —me mira con su radiante sonrisa—, necesito que camines deprisa. ¿De acuerdo? —arruga sus cejas, extrañada, y se aparta de mí. Siento frío en la zona de mi cuerpo donde estaba apoyada.
—¿Pasa algo?
—Es posible. Haz lo que te diga. No me gusta nada ese coche —le señalo sin que apenas se note y parpadea—. Prepárate, que vamos a correr un poquito —miro a ambos lados de la calle y tiro rápidamente de ella—. ¡Ahora!
Oigo un frenazo, pero no miro atrás, necesito esconder a Laura cuanto antes. Si es quien creo y la ha visto, es posible que pueda hacerle daño para vengarse de mí. Antes de que el coche consiga dar la vuelta, callejeamos para que les sea más difícil dar con nosotros.
—Álex, joder, no puedo seguir tu ritmo. Me duele un huevo el pecho —ahora entiendo por qué ayer mientras cargábamos bolsas en la habitación del hotel se sentía tan molesta. Si me lo hubiera dicho entonces no habría consentido que cargara ni una sola.
—¡Un poco más! ¡Vamos! —tiro más fuerte de ella aun sabiendo que siente dolor, y conseguimos entrar en un portal que alguien ha dejado abierto al salir. Cierro y quedamos apoyados contra la pared. Ambos jadeamos por el esfuerzo.
—¿Me lo explicas? —dice Laura aún sofocada.
—Es alguien a quien conseguí que metieran en la cárcel y está bastante molesto conmigo —evito darle más explicaciones.
—¿Cómo aquel gilipollas a quien retorciste el brazo en la terraza? —sonríe.
—Sí, como aquel. Pero un poquito más peligroso —le devuelvo una sonrisa de "todo está bien".
Un coche muy parecido al anterior pasa por la calle y las luces entran al portal. Me pongo sobre Laura y la cubro con mi cuerpo. La chaqueta roja que lleva llama demasiado la atención y podría verse a través de los cristales. Me relajo al ver que no es el mismo vehículo y dejo salir todo el aire de mis pulmones. Bajo la mirada y los ojos de Laura están clavados en mí.
—Tengo malas noticias para ti, musculitos... —rodea con sus brazos mi cuello. Sus ojos brillan—. Está empezando a gustarme demasiado esto de las persecuciones —cuando voy a sonreír, me besa inesperadamente. Cierro mis ojos y me dejo llevar. Su carnosa boca atrapa la mía. Tira despacio de mis labios con sus dientes haciéndome gemir. Como cada vez que tengo un contacto con ella de este tipo, mi respiración comienza a acelerarse y mis instintos más profundos salen a flote. La necesidad de hacerla mía es más incontrolable en cada encuentro. Mis manos acarician su cuerpo y no puedo hacer nada para evitarlo. No pienso, no veo, no oigo... No soy yo cuando su sabor impregna mis papilas gustativas.