Léiriú I: La rebelión

By LuxMatnfica

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La alocada Madelaine desea venganza. Para ello se unirá a un grupo muy peculiar de rebeldes liderados por una... More

Prólogo
Operación Desembarco: 2ª parte
1.Idril I: Cómo ser invencible
1.Idril I: La Promesa
2.Madelaine I: La niña que creyó en los cuentos de hadas
3.Rosalie I: La princesa colibrí
3.Rosalie I: Un superhéroe
3.Rosalie I: De acampada en la zona maldita
3.Rosalie I *última parte*
4.Gelsey I: Comienzan los preparativos
5.Idril II: El despertar del ensueño
6.Grisel I: La reunión
7.Adrián I: Destino irónico(Reescrito)
Adelanto especial
7.Adrián I: Churri
8.Elijah I: El Amo del Bosque
8.Elijah I: Huida magnabulosa
-SEGUNDA PARTE: La rebelión-
9.Madelaine II: El reencuentro
10.Rosalie II: El primer beso
11.Nissa I: El origen de los feéricos
12.Gelsey II: Tres mujeres
13.Elijah II: Enfrentamiento
14.Adrián II: Caos
15.Idril III: El salto del elfo
16.Grisel II: Tuli
17. Nissa II: El Hada Maravilla
ESPECIAL HALLOWEEN: Primera Parte
ESPECIAL HALLOWEEN. Segunda Parte (ARREGLADO)
18.Gelsey III: Limonada rosa
Entrevista de 100 preguntas a Idril
19.Idril IV: 57
20.Joker I: Una batalla muy peculiar (1ª Parte)
Joker I: Una batalla peculiar (Segunda Parte)
Epílogo
Índice de relatos
Información sobre la segunda parte
Entrevista al más magnabuloso
¡Entrevista intensa a Adri!
Adelanto Léiriú II
Nuevo adelanto: capi de Adrián (disponible temporalmente)
Adelanto: Capi de Idril
¡Tachán!
Una importante aclaración y una disculpa
¡La ilusión de Fehlion (#Léiriú 2) ya disponible!

Operación Desembarco: 1ª parte

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By LuxMatnfica

20 Años después...

ORILLA OESTE DEL TÁ SÚIL. PUERTO DE NÁCAR. FEECHARATIAESSE. PRIMER MES DEL VERANO 11:45 AM.

 Un importante evento se celebraba aquella hermosa mañana fresca y soleada. La muchedumbre se congregaba sobre la blanca arena, casi plateada, de la orilla del río más ancho y profundo del continente mágico de Feecharatiaesse. Principalmente eran feéricos y hechiceros, pero también había algún que otro licántropo y elfo superviviente a la matanza de Kra Dereth que habían decidido acercarse a echar un vistazo. El puerto lo habían decorado con banderines multicolor que la suave brisa agitaba. Vendedores y estafadores habían aprovechado aquella congregación de gente para hacer negocio y sacar una buena tajada.

Las hadas eran muy presumidas y susceptibles, así que sabían que tenían que mostrarse halagadores con ellas sin caer en lo pedante, pues el interés de ellas resultaba tan volátil como los vaporosos vestidos que usaban para cubrir sus menudos cuerpos; con los silfos y duendes había que tener mucho cuidado, pues nunca eran honrados a la hora de pagar; y las brujas y hechiceros solían estar interesados siempre en hacerse con algún libro antiguo o baratija con supuestas propiedades de talismán o amuleto. Se podía otear los barcos de la flota real de ambos reinos acercándose con buen ritmo, en unos cinco minutos habrían llegado a su destino tal y como estaba previsto.

Las velas carmesí del Viva la Reina, el barco de Su Majestad la bruja Helena, destacaban de entre todas las demás, deslizándose por las mágicas aguas del río con majestuosidad y cierta sensualidad. Por el otro lado avanzaban los navíos de cristal de los feéricos, lanzando destellos irisados y dejando un rastro de pétalos blancos y azules tras de sí. Adrián tuvo que reprimir una arcada y conformarse con sus pensamientos para dar su opinión al respecto.

«Menudos hipócritas; mucho pétalo blanco, pero luego son todos unos imbéciles»

Se dio cuenta de que tenía algo de hambre y aún quedaba un poco para que la Familia Real desembarcase, tenía tiempo para conseguir algo de picar. Se acercó al puesto más cercano en el que una mujer con unas discretas patas de gallo alrededor de sus ojos azules trataba de vender unas jugosas manzanas verdes a un precio algo abusivo.

—Todas las mujeres sois iguales —dijo con cierto desprecio en la voz—. Me pudisteis engañar una vez, pero ni una más.

—¿Disculpe? —inquirió la vendedora, bastante incrédula. Examinó con recelo la imponente figura encapuchada que tenía en frente. Como nadie más estaba mirando, Adrián se quitó la capucha desvelando un rostro de un atractivo treintañero con cabello oscuro y una perilla que le dotaba de cierto aire interesante. Parecía un humano normal, pero había algo oscuro en él, su cuerpo desprendía un aura de magnetismo y oscura sensualidad que la desconcertó por unos instantes—. ¡Oh! Yo a usted le conozco. Es ese actor tan de moda... ¿Cómo se llamaba? ¿Johnny Sparrow? ¿Jack Depp?

—El precio de estas manzanas es una estafa —prosiguió él muy serio, tomando una entre sus manos y examinándola.

—A usted se las regalo... —sollozó.

La sola presencia de ese hombre la oprimía, dejándola sin aire. Lo que ella no sabía era que Adrián estaba usando su poder.

—Ah, no son estas manzanas las que quiero para saciar mi apetito.

—¿Entonces? —se aventuró, muy desconcertada.

Adrián clavó su pesada mirada en ella y sus labios se curvaron en una irresistible sonrisa taimada.

—Tú intentaste tentarme con una manzana, la fruta prohibida...

—Yo no he...

No pudo acabar la frase, porque Adrián había sellado sus labios con su dedo índice.

—...Pero yo tengo métodos más originales para tentarte —le susurró, al mismo tiempo que acariciaba su rostro.

¡Y qué caricia! La pobre vendedora que se llamaba Ileana, no pudo evitar estremecerse bajo ese tacto tan exquisito. De pronto comenzó a tener una visión que la ruborizó hasta la coronilla. Ella se encontraba en su cama, desnuda, y ese misterioso hombre estaba sobre ella, en su interior. De repente se sentía más húmeda que todo el río Tá Súil y a ella también le estaba entrando un hambre especial. Sin saber cómo había llegado a esta situación, Ileana pasó a encontrarse aferrada al cuerpo caliente de ese extraño hombre que se parecía a un actor famoso, el cual había saltado su modesto puesto para quedar frente a ella.

Él la rodeaba con sus fibrosos brazos, mientras que ella clavaba sus dedos en la nuca de él y movía sus caderas con urgencia y desconocida desesperación. ¿Estaba realmente haciendo el amor con un forastero en mitad de la calle? La ola de placer que estalló en su interior parecía indicar que así era, aunque ninguno de los transeúntes les mostraba la más mínima atención, pasaban por delante del puesto como si éste no existiera. Sin embargo, algo no iba bien. La estaban tomando como nunca en su vida y a la vez tenía el presentimiento de que algo iba terriblemente mal. Su fuerza vital se le escapaba por la boca, por su sudor, por cada poro de su erizada piel. No sabía cómo explicarlo, pero ese hombre se la estaba absorbiendo.

Cuando Adrián terminó de alimentarse, la soltó sin importarle que se desmayara. Quizás sobrevivía y se recuperaba, o no, eso no era asunto suyo. Él tan sólo como príncipe íncubo tenía que alimentarse así, no era algo que hubiese escogido por su propia voluntad.

Adrián volvió a colocarse la capucha y soltó unas últimas palabras para despedirse de Ileana:

—Adiós putita, que duermas bien.

ORILLA OESTE DEL TÁ SÚIL. PUERTO DE NÁCAR, 15 METROS MÁS A LA DERECHA. 11:52 AM.

 —¡Chocolate caliente! ¡Rico y sabroso chocolate caliente! ¿Quién quiere un poco? —Madelaine lucía entusiasmada su disfraz de vendedora, mientras se hacía pasar por una humana normal y corriente. Algunos se detenían a fijarse en los extraños prismáticos que colgaban de su cuello, pero tras una mirada aviesa regresaban a sus asuntos—. ¡Hola, pequeñín! ¿Quieres un vaso de chocolate caliente?

Un niño de aspecto desgarbado y nariz pecosa se quedó mirando a la excéntrica joven con los ojos acuosos y abiertos como platos. La humana era bastante bonita, pero su encanto quedaba algo apagado por lo descuidado de su apariencia. Su rostro era ovalado y de pómulos altos, con unos labios finos y rosados y ojos grandes y cálidos, pero su cabello castaño claro lo llevaba desaliñado y enmarañado. Tenía un talle bonito, a medio camino entre una mujer hecha y derecha y una joven que había dejado de ser niña, pero tenía en la piel restos de pólvora y arañazos, las uñas completamente descuidadas y algo sucias, y un deje de locura en su mirada que inspiraba desconfianza.

—No, mi mamá dice que no debo aceptar cosas de desconocidos...

—¡He dicho que te lo bebas! —Madelaine cogió el vaso y le hizo bebérselo a la fuerza—. Eso está mejor, que estás en crecimiento. Una moneda de cobre por mi sabroso chocolate mágico.

El niño, después de atragantarse y tragar con dificultad el espeso brebaje, se quedó observando la mano extendida que le tendía Madelaine completamente despavorido y al borde del llanto. La madre terminó de hablar con su amiga y se volvió a ver qué estaba haciendo su pequeño.

—¿Qué ocurre, Marcus?

—¡Su hijo no quiere pagarme! —protestó Madelaine muy indignada—. Mira mocoso, que mi jefa es alguien con muy mal carácter, tú no quieres que la llame y se lo cuente.

—Pero si no eres más que una humana. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con aire de superioridad la madre del niño, una bruja de clase media.

—¿No me estará subestimando? Le advierto que tengo contactos.

Siempre la misma canción, Madelaine no entendía por qué la gente insistía en tomarla a menos, se había esforzado mucho en la vida para llegar donde estaba ahora.

—Marcus, vámonos de aquí. Nosotros no nos relacionamos con concubinas.

El niño, que seguía haciendo esfuerzos por contener las lágrimas, tomó la mano de su madre y se alejaron de allí. Madelaine decidió que no le daría más importancia al asunto. La Familia Real estaría a punto de llegar a tierra y llevaba deseando este momento mucho tiempo. Miró a su alrededor y se acercó al joven hechicero de pelo negro como el ala de un cuervo, que vigilaba la calle apoyado en un poste.

—¿Y tú, Joshua? ¿No quieres probar mi chocolate? —le preguntó a su compañero con su buen humor ya recuperado.

El hechicero se giró hacia ella y le dedicó una mirada de fastidio.

—¿Todo bien, Maddie? ¿Necesitas que te ayude?

—Un cliente me dio problemas, pero he sobrevivido a tragedias peores. Por lo visto se creen que soy el juguete de algún silfo. ¿Chocolate? —insistió.

—No, gracias. Estamos en una misión, te recuerdo.

—Y eso hago, por eso estoy fingiendo que soy una vendedora ambulante. ¿Tú por qué no estás disfrazado?

Como respuesta, Joshua se encogió de hombros. El walkie-talkie que llevaba enganchado en su cinturón y oculto bajo su túnica, de creación de la propia Madelaine, comenzó a emitir ruidos extraños y a pitar. Joshua lo extrajo, pero Madelaine se lo arrancó de las manos antes de que le diese tiempo a contestar.

Aquí Tiburón Salvaje, ¿me recibes, Dark Lion? Corto y cambio —hablaba una voz masculina a través del aparato.

—Soy Gacela Resbaladiza, te recibo alto y claro. ¿Dónde te habías metido, idiota? Intenté contactar contigo antes, pero sólo se escuchaban ruidos extraños. Corto y cambio.

No he comido nada en toda la semana y el viajecito hasta aquí me abrió el apetito, ya sabes, los pepinos... ¿Por qué escogiste una Gacela? Tendrías que haberte puesto «Zorra», al fin y al cabo también eres una mujer...

—Mira puto, éste no es momento para hablar de tu trauma. ¿Todo bien desde tu posición? —Una segunda señal empezó a interferir y una lucecita verde y parpadeante se encendió—. Estamos recibiendo una llamada de la líder, espera.

Aquí Pantera Furiosa, ¿me recibís, atajo de inútiles? —gruñó una voz femenina que todos reconocieron al instante.

—¿Por qué estáis tardando tanto en desembarcar? ¡Lleváis un minuto de retraso ya! Corto y cambio.

Eso es lo que quería comunicaros. Al parecer el principito con complejo de súper estrella se ha mareado y se ha tenido que retrasar todo. Seguid alerta de todas formas. Cambio y fuera.

—¡Ya están haciendo esperar a la gente! ¿Con qué derecho se creen que pueden jugar con el tiempo de los demás? —protestó Madelaine al aire.

Estaban llamando demasiado la atención y la gente se había parado a observarles, curiosos. No estaban acostumbrados a la tecnología de los humanos y pensaron que todo aquello no era más que un espectáculo humorístico algo vanguardista. También llamaron la atención de dos vigilantes que decidieron acercarse a interrogar a esa pareja tan sospechosa. Su increíble masa muscular, las afiladas espadas y la cara de pocos amigos que llevaban, lograron intimidar a la humana, pero Joshua actuó rápido y llevó a cabo un conjuro aturdidor acompañado de una bola de humo. Joshua aprovechó la distracción que había creado para tirar a Madelaine del brazo y huir de allí. Doblaron por el primer callejón que encontraron y se ocultaron tras unos edificios.

—Ha faltado poco —le reprendió a su compañera una vez hubo recuperado el aliento.

—¿No estarás insinuando que mi voz es chillona y por eso hemos llamado tanto la atención? Corto y cambio.

—Estoy insinuando que tenemos que tener cuidado o todo el plan de la rebelión se irá al traste. Y no hace falta ya que sigas diciendo «corto y cambio».

—Déjame ser, ¿de acuerdo? Te lo tomas todo demasiado a pecho. Corto y cambio.

—Vaya, vaya. ¿Pero qué tenemos aquí? —pronunció una voz burlona que había llegado junto a ellos por el otro lado de la calle.

—Una linda humana —añadió una segunda voz—. ¡Y qué bien huele! —exclamó con ojos soñadores tras inspirar con fuerza.

A Madelaine no le gustaban nada las sonrisas torcidas de sus aparentemente inocentes rostros. El primer tipo tenía la piel de un color verdoso amarillento y sus ojos, dos cuencas negras y brillantes sin iris, todo pupilas, quedaban semi ocultos bajo un abundante flequillo. El pelo, de un castaño reluciente, parecía sacado de algún anuncio de un producto para el cabello. El otro parecía algo más joven y trozos de su cara estaban hechos de corteza de árbol. Varias ramitas con tiernos brotes verdes le crecían de detrás de las orejas. Ambos poseían a sus espaldas un par de alas membranosas similares a las de algún insecto. ¡Silfos! Ya sólo les faltaba eso. Era por todos sabido que la diversión preferida de estos seres eran las humanas. Solían secuestrar a las incautas que se perdían por sus bosques, hechizándolas con su encanto feérico, y nunca más se volvía a saber de ellas.

—¿Quieres que me encargue de ellos? —preguntó Joshua, tan servicial como siempre y preparado para pasar al combate en cualquier instante.

—No, deja que me ocupe yo.

—No esperaba encontrar una humana aquí. ¿Y tú, Cian?

—Yo tampoco, Liam. ¿Te has perdido, guapa? Nosotros podemos ayudarte a encontrar el Paraíso.

Liam, el mayor, dio un paso hacia delante. Su amigo le imitó.

—¿Quién de los dos usa su encanto? —preguntó Cian.

—Hagámoslo los dos, así explotará de placer.

Madelaine, que quería acabar con esto lo antes posible, les encaró.

—Creo que ya está haciendo efecto, esas orejitas picudas vuestras me vuelven loca. Vosotros sois novios, ¿verdad?

Los dos amigos intercambiaron miradas de confusión. Les sorprendía el extraño comportamiento de la humana, quien debería estar arrodillada ante ellos esperando a ser tomada en vez de formular preguntas estúpidas.

Madelaine, que ya se había puesto a la altura de ambos, apoyó sus manos en el hombro de cada uno. El efecto fue casi inmediato: primero Cian cayó inconsciente al suelo y unos instantes después, Liam le siguió. Madelaine se sacudió las manos, triunfal.

—Qué molestos son los silfos, no los soporto. Cambio y fuera.

—¿Cómo has hecho eso? —inquirió Joshua, atónito.

—Es que yo soy así de fantástica y épica —se vanaglorió—. La verdad es que ni yo misma lo entiendo, pero siempre ha sido así desde que lo descubrí de casualidad... Sólo funciona con silfos.

—Entonces será muy fácil acabar con el Rey —proclamó tras inspeccionar con un dedo el pulso de los silfos. Seguían vivos, pero tardarían en despertar.

—No, con él no funcionaría...

El semblante de la humana se había vuelto serio. Joshua se quedó mirándola, expectante. No solía hacer preguntas sobre el pasado de la gente, a él tampoco le gustaba que indagasen en el suyo así que él no hacía lo que no le gustaba que le hiciesen a él, pero sentía que Madelaine se estaba guardando información importante para la misión.

—¿Entonces es cierto que ya conocías a Gelsey de antes?

Fueron interrumpidos por el griterío de la muchedumbre. Se estaba produciendo un gran revuelo y la gente corría a la orilla en masa. Madelaine utilizó sus prismáticos para enfocar al muelle y allí los vio, los primeros navíos ya habían llegado y la Corte de los Feéricos de Luz estaba desembarcando.

—¡Ya están aquí! —exclamó.

Ey, todos a sus puestos que ya están llegando —les informó la voz de Adrián —Tiburón Salvaje— por el walkie-talkie, algo tarde porque ya se habían enterado.

—Lo sabemos, pero las irritantes adoradoras de los silfos no me dejan ver. Corto y cambio.

Y era verdad, porque una multitud femenina se había conglomerado lo más cerca que los guardias permitían y no cesaban de gritar, histéricas.

—No sabía que habíamos venido a un concierto —ironizó Joshua.

Tu hadito es muy popular, ¿eh Gacela? Corto y cambio —se burló el íncubo.

—Cállate, maldito. Las tiene engañadas a todas, pero nosotros les mostraremos la verdadera cara de la monarquía. Corto y cambio.

—Se me ha ocurrido una idea —anunció Joshua—. Vamos, sígueme.

El hechicero se dirigió a unas cajas viejas que se encontraban apiladas detrás de un puesto de curtidos. La dueña se había acercado a presenciar el espectáculo, por lo que no tuvieron que malgastar hechizos. Maddie siguió a Joshua trepando por las cajas hasta subirse al tejado. Saltaron de azotea en azotea hasta quedar lo más próximos posible a los recién llegados. Tan sólo unos metros les separaban de su objetivo. Las fans enloquecidas seguían gritando debajo de ellos, incluso hubo desmayos.

Maddie volvió a utilizar los prismáticos y se asustó cuando se topó con el inconfundible rostro de Gelsey a tan sólo unos centímetros de ella. Allí estaba él, el ahora Regente y que hacía de rey de los Feéricos de Luz hasta que su hijastro, Idril, cumpliese la mayoría de edad. No pudo evitar pensar qué atractivo era y se sentía como una idiota pensando así, pero no se extrañaba de la expectación que levantaba, porque Gelsey era realmente apuesto.

El silfo resultaba más alto y corpulento que el resto de los de su raza. Ella le recordaba con el pelo no demasiado largo, pero en estos cincuenta años se lo había dejado crecer y ahora llevaba su sedosa cascada de cabellos caoba recogidos en una larga cola de caballo que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Maddie sintió deseos de acariciárselo, y no sólo el pelo, sino también sus orejas triangulares, sus carnosos labios... Y se sintió fatal por pensar así, si Adrián y el Joker se enteraban se sentirían defraudados. No podía mostrar debilidad, por lo que decidió canalizar todo el odio que ese hombre le había hecho sentir. Habían pasado cincuenta años de que él la dejase abandonada. Para un silfo, eso equivalía a unos cinco años humanos, por lo que apenas había envejecido. Su piel también era diferente a la de los demás; bronceada y tersa. Sólo mostraba unas discretas vetas verdosas en sus mejillas y transmitía una calidez especial que Maddie no había podido olvidar. A diferencia de los demás, él no tenía alas, al menos visiblemente. Había pasado mucho tiempo, pero Gelsey seguía siendo el mismo vestido, eso sí, con ropas más lujosas que le sentaban realmente bien. Madelaine se sintió decepcionada por esto. Había tenido la esperanza de que en todo este tiempo el silfo hubiese envejecido mal o que al verle ahora le pareciese más feo de lo que recordaba, pero más bien fue todo lo contrario.

Gelsey se mostraba aparentemente tranquilo, con una sonrisa calmada. Maddie deseaba borrarle esa felicidad de la cara. ¿Cómo podía estar él tan tranquilo después de todo lo que la había puteado? Joshua comenzó a mirar a su compañera, algo preocupado. El cuerpo de la chica se había vuelto un poco rígido, pero emitía una negatividad concentrada que le asustaba.

—Tendríamos que haber reclutado a un francotirador, ¿no crees? Desde aquí sería realmente fácil acabar con todos —rompió el hechicero el tenso silencio que se había formado entre ellos.

—¿Francotirador? —repitió Maddie, saliendo de su ensimismamiento—. Ni falta que hace —prosiguió en un tono que daba miedo.

Joshua le había quitado los prismáticos y ahora era él el que miraba. Madelaine aprovechó para volverse a hacer con el walkie-talkie. Adrián hablaba a través de él, pero Maddie le ignoraba.

¿Estás ahí, Gacela, o estás babeando? ¿Dark Lion, tú también estás dejándolo todo perdido?

—¿Tanto revuelo de las niñatas ésas por el Príncipe? ¿Por ese príncipe? ¡Si parece una niña! —comentó Joshua sin soltar los prismáticos.

Detrás de Gelsey había aparecido el príncipe Idril. La hermosura del joven traspasaba fronteras y existían numerosas canciones que elogiaban su sobrenatural belleza. El joven se echó hacia atrás su increíble melena plateada y cuando hizo brotar unas flores entre el público, los guardias tuvieron que bloquear el paso para impedir que las admiradoras se abalanzaran sobre él, y eso que no mostraba su mejor aspecto porque se había mareado por el camino y aún la cara no había recuperado su color habitual.

Madelaine estrujaba entre sus manos el transmisor y en cuanto tuvo a Gelsey a tiro, se lo arrojó con todo su ímpetu. Joshua intentó detenerla, mas ya era tarde. Maddie deseaba con todas sus fuerzas que el walkie-talkie le diese en la cabeza y le electrocutase, pero nada de eso pasó porque había una barrera mágica protegiendo a toda la Corte Real, y el aparato rebotó. El público seguía tan ensimismado por la belleza de Idril que no se percató de nada, pero Gelsey sí lo hizo. Adivinó la trayectoria que había hecho el objeto y clavó sus penetrantes ojos negros en el lugar donde una décima de segundo antes habían estado Maddie y Joshua. El corazón de Madelaine le palpitaba con tanta fuerza que temía que se le saliese. Había faltado muy poco y aún así sentía que Gelsey la había atravesado con esa mirada.

El silfo seguía escudriñando la zona en busca del culpable hasta que apareció la Reina de las Brujas, Helena, y su hija, la princesa Rosalie. Helena se acercó al silfo y antes de que éste pudiese recaer en su presencia, se lanzó a sus brazos. Gelsey la correspondió con efusividad, levantando una gran expectación. Las más románticas exhalaron suspiros de emoción, mientras que los miembros del club de anti-fans de Helena agitaban sus pancartas frenéticamente y abucheaban a la Reina.

—Te he echado muchísimo de menos, querido. El invierno se me ha hecho interminable —le dijo Helena a su amante cuando se separaron, ignorando por completo las quejas.

—A mí también, pero ya estamos aquí juntos de nuevo —pronunció Gelsey con ese ligero acento exótico que nadie lograba ubicar.

—"Oh Joshua, amorcín, te he echado tanto de menos... La primavera se me hacía interminable y por poco me corto las venas, sino hubiese sido por los amantes con los que te ponía los cuernos..." —parodió Maddie a la pareja.

—El espectáculo que acabo de presenciar no se me va a borrar de la retina ni en mil años.

—No, Joshua, tienes que seguirme el juego y decir: "yo también, mi palomita del placer. Soy un puto egocéntrico pero necesito tus jardines paradisíacos..." ¡Puta Helena! ¡Estúpido Gelsey! ¡¡¡Putos los dos!!!

—A veces me das miedo, ¿lo sabías? Por cierto, ¿se te ha ocurrido cómo vamos a hacer ahora para comunicarnos con Adrián? —le incriminó.

ORILLA OESTE DEL TÁ SÚIL. MUELLE. 12:12 PM.

 El Capitán Elijah era el encargado de proteger a la princesa Rosalie. Así había sido siempre y esa ocasión no fue menos. A pesar de lo joven que era para ostentar el cargo que poseía, los rumores de que podía transformarse en un gigantesco y feroz lobo de nueve metros de alto intimidaban lo suficiente a los malhechores para que mantuviesen sus sucias manos lejos de la Princesa.

Elijah no podía evitar pensar en lo hermosa que se veía la joven con su vestido veraniego azul y su dorada melena bailando libre con la brisa marina. Fue un momento el que pasó ensimismado pensando en el objeto secreto de su amor, un sólo momento en el que podía haber echado a perder toda su carrera, porque un proyectil surcó el cielo y si no llega a ser por una barrera mágica, la vida del Rey hubiese peligrado. No es que fuese exactamente su rey porque él pertenecía a la Guardia Real de las Brujas, pero la seguridad de la Familia Real estaba a su cargo y, ¿cómo explicaba que había estado distraído admirando lo hermosa que era la Princesa? Quizás le comprenderían porque Rosalie era una mujer maravillosa, al menos para él lo era, pero eso no era una excusa válida.

Muy a su pesar tuvo que confiar la seguridad de la Princesa a sus hombres y se salió de la fila para examinar la prueba del crimen. Se trataba de un aparato negro que cabía perfectamente en una mano. Poseía un par de botones, entre ellos una luz verde parpadeaba intermitentemente. Elijah frunció el ceño porque el aparato estaba hablando:

Darky, que sepas que me has decepcionado. Yo pensaba que tú tenías otras inclinaciones...

—¿Oiga? ¿Hay alguien ahí? Soy el capitán de la Guardia Real, Elijah Wolf. Está usted detenido por intento de atentado terrorista.

Vaya... Malditos inútiles... Encantado de conocerle, Capitán. Tenga cuidado con la Princesa, seguro que ella también es una putita como todas las demás. Cambio y fuera.

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