Trillisas 2

By Carlosdasilvam

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¿Por qué todos nos esforzamos tanto en ser diferentes si necesitamos lo mismo? Nunca he recibido una respuest... More

*Importante*
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Parte 2
Parte 4

Parte 3

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By Carlosdasilvam



7

Sábado: 1:32pm

—¿Cómo pudiste...? —balbuceé—. ¿Ya tú sabías la respuesta a esa pregunta?

—No.

—¿Y entonces cómo...?

—Es una simple multiplicación —me interrumpió.

La respuesta que Karina me había dado no tenía nada de simple. Era una respuesta que englobaba todos mis estudios, todas mis investigaciones y mis largas horas divagando en libros. Esas palabras contenían la esencia misma de mi existencia y la de mis hermanos: nosotros éramos una de las más extrañas coincidencias que podían ocurrir en este mundo.

Y si en realidad fuera una "simple multiplicación", como ella lo llamaba, si tan solo fuese un problema matemático en el cual solo se necesitaba saber cuántos trillizos y cuántos albinos nacían en promedio, pues debíamos admitir que el resultado, 360 millones, contenía uno de los números más perfectos que existían: 360. Esa era la cantidad exacta de  grados que formaban una circunferencia, la figura más perfecta y repetida en el universo.

No era, por lo tanto, "una simple multiplicación".

Y esta niña, por inteligente que fuera, no pudo haber obtenido ese número en un par de segundos. Ella sabía esa respuesta de antemano, lo que me llevaba a otra gran interrogante: ¿por qué la sabía? ¿Qué la había motivado a indagar acerca de los albinos?

De pronto la niña dejó de ser una molestia para convertirse en un misterio. Ahora era yo el que quería hacer preguntas.

—Sí sabías la respuesta.

—Áagun, no importa si yo sabía eso o si lo deduje, aquí lo que importa es que te respondí correctamente, ¿o no? Ahora —señaló su cuaderno—, ¿cómo te defines a ti mismo?

Justo antes de que hablara apareció mi querido hermano Ron. Se acercó a la mesa donde estábamos nosotros y se mantuvo de pie casi inmóvil, en silencio y con un rostro contrariado.

No estaba solo.

Una chica estaba a su lado con una sonrisa de oreja a oreja.

Era ella. Por fin la tenía enfrente.

Domingo: 6:34am

La superficie del puente estaba cubierta de cientos de tablas de madera antigua que hacían sonar mis pasos más fuertes de lo que deberían y soltaban una dulce fragancia a pino recién cortado. A mi hermano le pareció divertido este fenómeno, por lo que daba grandes zancadas con fuerza, haciendo que las tablas resonaran. Cuando pasamos el pequeño puente dejamos la ciudad y el sonido del tráfico atrás para adentrarnos en un selva espesa y oscura, donde lo que no era verde o bien era artificial o estaba en camino de enverdecerse.

—Bienvenidos al Peñalver, el hotel más económico y natural de la zona —murmuré mientras pasábamos cerca de una joven pareja que, sin importarles la hora y el lugar, se besaban bajo la sombra de los enormes árboles.

—Quita esa cara —me animó Ron—. La vamos a pasar bien, ya verás. Y te va a encantar Ada, estoy seguro.

—Seguro —bufé.

En el parque se respiraba un aire húmedo y dulzón, como el de las fragancias artificiales que se usaban para aromatizar el baño. La tenue luz del sol se filtraba por el manto de árboles. El ruido urbano se reducía por el sonido de la afluencia del río.

Estábamos en otro mundo.

La próxima visitante del parque que nos encontramos era una señora mayor (más de cincuenta) que estaba vestida con una licra negra ajustada a sus cadavéricas piernas y una sudadera roja con acabados grises que le quedaba holgada. Estaba de pie sumergida en una especie de meditación oriental con los pies pegados, los brazos alzados horizontalmente y la cara elevada hacia el cielo, con los ojos cerrados.

Ron soltó una carcajada al verla. La señora no se alteró por la risa de mi hermano, seguía inmóvil.

No solo estábamos en otro mundo, sino que además este estaba habitado por extraños.

Seguimos caminando.

En medio de la grama siempre había un camino de tierra que nos indicaba los distintos caminos que podíamos elegir para recorrer el enorme parque. Seguimos el que nos pareció menos engorroso.

El tercer personaje con el que nos topamos era el más raro de todos: era un hombre de edad media, llevaba un pantalón de vestir blanco y una camisa de rayas; pero lo más inusual era la máscara antigás que tenía puesta. Me imaginé que debía ser un trabajador interno fumigando el parque. Fue después que lo vi caminar hacia una enorme caballeriza cuando entendí el motivo de su máscara. No debía ser muy agradable estar rodeado de caballos y estiércol sin una máscara.

—¿Cómo se llama el lugar a donde vamos? —me preguntó mi hermano mientras miraba hacia todas las direcciones.

—Concha Acústica —le recordé.

—Concha Acústica —repitió una y otra vez sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro—. Ok. ¿Y cómo vamos a saber cuándo estemos allí? Yo nunca he estado allí y me imagino que tú tampoco.

—Pues fácil: cuando veamos una Concha Acústica.

Ron se detuvo de golpe y me lanzó una mirada de "¿y qué carrizos es eso?".

Cerré los ojos.

Respiré profundo.

Abrí los ojos.

—Tranquilo, no tengas miedo —le di una palmada en el hombro—, yo estoy aquí para protegerte de tu propia ignorancia.

Me dio un empujón y yo se lo devolví. Me empujó de nuevo y antes de que yo me vengara una chica se acercó corriendo a nosotros y abrazó a mi hermano con tanta fuerza que casi lo derriba.

Y allí estaba ella, la loca. La susodicha "Ada".

Esta vez sí era ella. Por fin la tenía enfrente.

Por fin conocería a la culpable de todo esto.

8

Sábado: 1:34pm

Debía confesar que mi hermano era tan bueno describiendo mujeres como resolviendo ecuaciones matemáticas.

Ada no era para nada como me la había imaginado.

Su rostro no era tan deslumbrante como él me había repetido una y otra vez. Su mirada era seca y opaca. Sus demás rasgos faciales se atropellaban entré sí formando un aspecto agresivo.

No era fea.

Pero tampoco era una chica "perfecta", como Ron creía.

—¡Áaron! —gritó Karina—. ¡Qué sorpresa!

—Hola Karina. —Señaló el cuaderno rosado—. Así que te lo llevaste la semana pasada para hacerme venir de nuevo.

—Tú sabes cómo soy —dijo la niña.

—Tramposa, eso es lo que eres.

—Astuta, no tramposa. ¿No me presentas a tu amiga?

—Ah... —mi hermano hizo un gesto de insolencia—. Karina, te presento a Geraldine —hizo un gesto agresivo hacia su amiga.

Un momento. ¿Geraldine?

Las dos estrecharon las manos.

—Gun —me lanzó una mirada significativa—, ella es Geraldine. ¿Recuerdas que te hablé de ella?

—Sí, claro —estrechamos las manos.

—Encantada de conocerte —me dijo ella con una voz dulce. No pude evitar la curiosidad de ver sus pechos. Sí, eran enormes.

No había sido mucho, pero lo poco que había escuchado de ella era suficiente como para preguntarme por qué carrizos él la había traído a este centro comercial. ¿Acaso se había vuelto loco?

—Vamos a ver una película juntos —nos confesó la pechugona sin esperar a que le preguntáramos el motivo de su presencia. Acto seguido tomó a mi pobre hermanito por un brazo y le dio un beso en el cachete. Él hizo ademán de querer vomitar.

—¿En serio? —averiguó Karina, quien no entendía el porqué de la diferencia emocional entre el rostro de Geraldine y el de Ron.

—Sí.

—Me alegro.

—Yo también me alegro —dije y mi hermano me lanzó una mirada asesina. Yo le lancé una sonrisa vengativa. La niña periodista alternaba la mirada de mi rostro al de mi hermano.

—Bueno, vamos, que ya va a empezar la película. Ya venimos —y jaló a mi hermano por el brazo para llevárselo.

Cuando estuvieron a cierta distancia solté una carcajada.

—¿Me vas a explicar qué demonios está pasando? ¿Quién era esa chica? ¿Y por qué tiene los senos tan grandes?

Contuve las risas.

—Esa chica, aunque no lo creas, será la futura esposa de mi hermanito —y seguí riendo.

Domingo: 6:41am

Ada era más bajita de lo que me había imaginado.

Su cabello, en vez de liso, era ondulado.

Su tez era morena, y no clara.

Su rostro me pareció muy común, nada fuera de lo normal.

Aunque sí debía admitir que sus ojos eran hermosos. Eran tan verdes y brillantes como la grama que recubría el parque.

Aun así, mi hermano había exagerado al describirla.

Estaba vestida con una franela ligera y un pantalón deportivo. De su cuello guindaba una enorme cámara fotográfica.

—¿Cómo supiste que estábamos aquí? —le preguntó ella después de abrazarlo.

—Es una larga historia —le respondió con voz exaltada.

Luego ambos voltearon hacia mí.

—Gun, ella es Dayana.

¿Qué? ¿Dayana?

La miré de nuevo.

¡Claro!

La fotógrafa.

—Mucho gusto —estrechamos las manos.

—Encantada de conocerte. ¿Tu hermano te habló de mí?

—No mucho —le confesé—, pero me llegó a decir que ustedes dos se besaron bajo un túnel.

—Sí, es cierto. Pero fue un beso extraño, ¿verdad Áaron?

—Extrañísimo —me arrojó una mirada significativa. Luego tomó de la mano a su amiga—. Dayana, ¿la Trillisa está aquí?

—¡No le digas así! —lo regañó.

—Perdón, perdón. ¿Ada está aquí?

—Sí. Pero... —arrugó el rostro.

—¿Pero qué?

—Eh... bueno... no está vestida de rojo.

—¡No puede ser! —grité yo con cara de sorprendido antes de que mi hermano dijera algo—. No nos digas eso. ¡Qué mala suerte! Bueno, al menos lo intentamos. Vámonos —y emprendí la marcha por el camino de regreso. Ron me tomó por el brazo y me jaló de vuelta.

—No me importa. Igual quiero verla.

—No creo que sea buena idea —le advirtió la fotógrafa.

—Opino lo mismo.

—¡Cállate! —me silenció—. ¿Por qué no crees que sea buena idea, Dayana?

—Áaron yo la conozco desde hace años y, por más que me he esforzado, no he podido crear una buena relación con las tres. Créeme, es imposible. Son muy diferentes.

—¿Nunca alguien se ha llevado bien con las tres?

—No.

—No me importa —murmuró Ron con la vista clavada en la grama. Su rostro había cambiado completamente. Ya no mostraba el entusiasmo que había reflejado todo el día—. No me importa. Tengo que verla. No pretendo caerle bien a todas sus personalidades, pero tengo que verla, tengo que tocarla, tengo que decirle muchas cosas. Ya no aguanto más. No puedo irme sin saber de ella.

Sus ojos se humedecieron.

¡Esto era lo que faltaba!

Ahora mi hermano se iba a poner a llorar.

Sabía que el amor afectaba mucho en las personas pero, ¿ponerse a llorar a las seis de la mañana? ¿Y por una chica loca que solo había visto una vez? Eso ya era demasiado.

—Muy bien —Dayana le tomó una foto a su demacrado rostro y luego lo abrazó—. Pero que coste que te lo advertí, ¿ok?

—Ok. Dime dónde encontrarla. ¿Está en la Concha Rústica?

—"Acústica" —lo corregí.

—Eso mismo.

—Sí, está allá.

—¿Y cómo se llega a ese lugar?

—Vamos —su amiga lo jaló por la mano—, yo te llevo.

Fingí que observaba con mucho interés los caballos que estaban en las caballerizas para ver si, entre tanta emoción, se olvidaban de mí, pero Ron me jaló a mí también.

Odiaba este parque.


9

Sábado: 1:38pm

—¡Deja de reírte! —me exigió.

—Ok —obedecí.

—¿Quién era esa chica?

—Tú sabes quién era, no te hagas la tonta.

—¡Oh por Dios! ¿Es verdad? ¿Todo eso que salió en el periódico acerca de la Colonia Tovar es verdad?

—Sí.

—No lo puedo creer —Karina se llevó las manos a la boca—. ¿Fue con ella que Áaron se lanzó en parapente?

—No, con otra.

—¿Otra? ¿Fueron varias?

—Sí, varias. Pero créeme, mi hermano se va a casar con esta —y volvieron las risas.

Domingo: 6:45am

La Concha Acústica resultó ser, como yo esperaba, una estructura enorme con una amplia tarima central de concreto rodeada de altos paneles verdes que formaban rectángulos paralelos cada vez más pequeños a medida que éstos se alejaban del centro de la plataforma. La idea de toda esa estructura era que, debido a la disposición de los compartimientos, el sonido rebotara de los paneles y se reflectara hacia el frente, donde estaba el público. Su estructura en sí era el producto de una idea muy ingeniosa porque con ella se lograba amplificar los sonidos de una forma natural y darles una dirección específica, puesto que su peculiar forma reducía la cantidad de ondas sonoras que se perdían hacia las trayectorias menos convenientes.

En lugar de explicarle eso a Ron, dije:

—Eso es una Concha Acústica.

—¿Y por qué se llama así?

—Luego te explico.

Había una gran cantidad de personas cerca de la Concha, y en su mayoría eran niños, por lo que mi hermano y yo nos detuvimos en seco, como una presa cuando visualizaba al depredador.

—¿Qué pasó? —nos preguntó Dayana.

—Hay muchos niños —dijimos los dos al mismo tiempo.

—¿Y qué tiene de malo? ¡Ah! Cierto. Ustedes no se llevan muy bien con los niños.

Ambos negamos con la cabeza.

—Bueno, espérenme aquí —y se fue hacia la multitud. Un par de minutos después se acercó a nosotros pero esta vez en compañía de una chica que tenía una franela verde fosforescente tan brillante que seguro podría verse desde el espacio. Noté que el pobre  Ron sudaba y temblaba de pies a cabeza.

Tonto.

Esto era lo que sucedería:

Él la vería y empezaría a llorar de inmediato.

Ella le diría que ya no lo quería.

Él sentiría cómo su corazón se hacía pedazos.

Yo contendría mis ganas de reírme y, luego de un poco más de drama y sentimentalismos, estaríamos de vuelta en nuestro hermoso apartamento comiendo arepas y volviendo a la normalidad.

Fin.

Nunca sucedió esto.

Nunca existió Ada.

Volveríamos a ser los trillizos albinos de siempre.

Sin embargo, apenas tuve a la chica de varias personalidades en frente de mí sabía que las cosas no sucederían así. Sabía que a partir de este nefasto momento mi vida empezaría a ser tan miserable como la de mi hermano.

Ron tenía razón: Ada era perfecta.


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