Amelie Moore y la maldición d...

By siriusblack33

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Hasta sus once años, Amelie fue una chica muy normal... o creyó serlo. Por más asombroso que parezca, ella t... More

Sinopsis
Advertencia
El día en que todo cambio
Más allá de la plataforma 9 ¾
Sexto año
Volar en escoba, por Amelie Moore
Entre cazadores y capitanes
-NotadeAutora-
¡GUERRA!
Vacaciones de mal genio
El enigma de la mujer de la fotografía
Zorras por Francia
Las tres D
La mejor no cita del universo
Programa de infidelidades
Baile de pociones (Parte 1)
Baile de pociones (Parte 2)
Gwenog Hera Moore
Compañeras de cuagto
-NotadeAutora-
Pica-pica
Lily Evans
Séptimo año
Jamelie
Jodidas debilidades
Bufandas para el frío
El plan
La asquerosa mariposa del amor
Otra vez... ¡¿Qué?!
Visitas inesperadas
Los Weasley
Si ella lo dice...
Por ti
La trágica historia de una patética pelirroja friendzoneada
Desde James
Tercera, la vencida
El clásico
Chicles de sandía (Parte 1)
Epílogo
Albus Potter y la maldición de los Potter
One-Shots
PLAGIO

Chicles de sandía (Parte 2)

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By siriusblack33

¿Han visto la imagen en multimedia?  Agradezco a theChez   por su dibujo... ¡MUCHÍSIMAS, MUCHÍSIMAS GRACIAS! (Creo que ya se lo agradecí veinte mil veces, pero... ¿Han visto ese dibujo? ¡ME ENCANTA!)

CAPÍTULO FINAL 2/2 (*inserte aquí miles de caritas llorando*)

********************

-Am... -musito Harry, firmemente, perdiendo la guerra de miradas con Dumbledore-. ¿Te animarías a ver algo desde el pensadero? Comprenderías mucho más a que si te lo contamos. Pero como quieras, claro... entendería si...

-No, sí quiero –lo interrumpió Amelie-. Lo veré.

Entonces, James fijó su mirada en ella y pudo captar como una pequeña lágrima moría en los labios de Amelie. Le dio un apretón de manos, para que ella fijara su vista en él.

-Yo iré con ella –decidió.

Harry asintió y se apresuró a acercarse al pensadero, guiándolos. Tomó uno de los frascos de la estantería, lo destapó y vació su contenido sobre la vasija. Los espirales y raras formas que dibujaba aquel líquido-gaseoso se removieron con más fuerza al encontrarse con el recuerdo y, una vez que parecían volver a su cauce tranquilo y pasivo de hace unos segundos, Harry rompió el silencio:

-Cuando estén preparados –los invitó.

Sus piernas habían comenzado a temblar de los nervios, pero no era momento de derrumbarse nuevamente. Sabía que lo que vería sólo esclarecería sus ideas, que no traería ningún daño en ella, pero por alguna razón la hacía sentir profundamente insegura.

James buscó con sus ojos cafés los verdes de Amelie y, en cuanto lo hizo, la muchacha ladeó la cabeza hacia el pensadero, dispuesta y preparada a lo que tuviera que enfrentarse. En cuanto su mirada estuvo sobre la vasija, la sustancia plateada comenzó a parecer un cristal y, en cuanto más se acercó, pudo ver un prado de césped verde y brillante.

Apretó su agarre con el de James, suspirando profundamente. Una vez decidida, dejo que su nariz hiciera contacto con la sustancia. Todo el despacho a su alrededor pareció dar vueltas y ella y James se vieron propulsados a caer de cabeza dentro de la vasija, donde todo se volvió gris y oscuro, como un profundo espiral que apenas le dejaba distinguir la cara distorsionada de James.

Sus piernas temblaron, provocando que amenazara con caer de cara hacia el brillante pasto del prado. Por suerte, James aún seguía tomando su mano, por lo que jaló de Amelie para ayudarle a mantenerse parada.

Una vez estabilizada, examinó el lugar.

Tal como lo había visto de arriba, había un verde césped que parecía ser cuidado con mucha dedicación. El viento que soplaba era terriblemente fuerte, por lo que lograba sacudir sin ninguna dificultad todas las hebras del pasto, aunque estas estuvieran increíblemente cortas. A un par de metros a su derecha había una gran extensión de florecillas lilas, mientras que hacia su izquierda, Amelie pudo distinguir unos bellos tulipanes de variados colores.

James apretó su mano, como señal, ladeando su cabeza hacia su hombro en cuanto Amelie se giró a verlo. Detrás de ellos, había un hombre de gran edad que había atado su larga barba blanca al cinturón que se ceñía, al mismo tiempo, a su túnica purpura. Sus botas de tacón y hebilla dejaban marcas sobre la gramilla, que formaban un caminillo hacia la colina que se alzaba a sus pies.

El viento volaba los cabellos y ropas de Albus Dumbledore, pero él se veía impasible en su caminata, manteniendo su paciencia de los mil soles en destino hacia la vieja y destartalada cabaña que se erguía sobre la eminencia. James y Amelie lo siguieron sin dudar, aunque el sol había comenzado a molestarles aún más que el insoportable viento.

La cabaña era de madera. Era muy pequeña, pero con un hermoso jardín en la parte delantera. Observaron cómo Dumbledore movía su mano sobre la cerca, provocando que el cerrojo de esta se corriera por sí solo hacia un lado, dándole la libre invitación a entrar. Atravesó el camino de grava hasta la puerta de entrada y golpeó en ésta tres veces.

Asomándose detrás del profesor, Amelie y James observaron como la puerta se abría y la cabeza pelirroja de un niño se asomaba.

-Buenos días, pequeño –saludó Albus, agachándose unos centímetros para poder verlo mejor y no parecer tan amenazador-. Soy... un viejo amigo de tu madre, ¿Esta ella en casa?

El pequeño asintió fervientemente y mantuvo la puerta semiabierta antes de correr a buscar a su mama. Segundos después, se escucharon unos pasos apresurados y la abertura expuso a la dueña de la cabaña totalmente.

-Buenos días, Violetta. Tanto tiempo sin verte –saludó el profesor, ofreciéndole una mano como saludo.

-Albus Dumbledore –musito la aludida, sorprendida, con tan solo un hilo de voz.

Era una mujer pelirroja, delgada y de pequeña estatura. Sus rizos caían alrededor de su pálido rostro con gracia, pero lo más impresionante en su presencia era la cantidad de pecas que se extendían por su piel: tan pequeñas y diminutas que se juntaban unas con otras, al grado tal de que casi podrían cubrir su blanquecina tez al completo. La cantidad innumerable de pecas era la única diferencia que mantenía con Amelie, porque sus ojos eran tan verdes y brillantes como los de ella.

De tan muda de la impresión por tener a su ex director en su humilde cabaña, Violetta ni siquiera se había percatado del amable saludo de Albus, por lo que el anciano tuvo que bajar su mano.

-¿Cree usted que podría invitarme a una taza de té?

La joven asintió fervientemente, haciéndose a un lado para dejarlo pasar. Limpió la mesa con un viejo trapo rápidamente y arrastró una de las sillas menos destartaladas como una invitación a tomar asiento. Mientras Dumbledore se acomodaba en su lugar, comenzó a contemplar la choza con sus curiosos ojos azules, al igual que Amelie y James, sólo que estos últimos habían aprovechado el ser invisibles dentro del recuerdo para deambular dentro del cuarto del comedor.

Tras la pared más alejada, se escuchaba el tintineo de vajillas y un par de murmullos. Pasados unos minutos de silencio, donde lo único que resonaba era el débil tarareo musical del profesor Dumbledore, el pequeño que les había abierto la puerta en primer lugar volvió a aparecer, cargando un plato rebosante de bocadillos. Se trepó a una silla y, sentado de rodillas, colocó el plato en medio, para que quedara al alcance del profesor.

El pelirrojo se quedó sentado en su lugar, en silencio, observando con sus negros y pequeños ojos curiosos a Albus, quien le agradecía con una sonrisa la comida.

-Que hermoso niño tienes, Violetta –musitó, en cuanto la aludida volvió a reaparecerse por el salón, llevando en sus manos dos humeantes tazas de té-. ¿Cuál es su nombre?

-Oh, Rufus –sonrió, mirando con aprecio a su hijo-. Rufus Moore.

-Como mi tío –murmuró el pequeño.

-¡Oh, claro! –exclamó Dumbledore-. Recuerdo muy bien a Rufus... él fue un gran capitán de Quidditch. ¡El mejor en Slytherin, debo admitir!

Violetta soltó una risita melancólica a medida que le entregaba la taza a Albus.

-Si... él amaba el Quidditch.

-¿Y a que se dedica ahora? –inquirió el profesor, mirándola atentamente mientras tomaba un sorbo de té.

-Oh, no lo sé –admitió la muchacha, apretando sus labios-. Hace mucho que no viene a visitarnos.

-Eso... eso es una lástima –musitó Dumbledore-. Cuando he pasado por la casa de tus padres tampoco he podido verlo.

Amelie observó atentamente como la taza que Violetta estaba llevando a sus labios se detenía a mitad de camino, pasmada. Sin embargo, rápidamente supo fingir y esconder su asombro, tomando un trago como si nada hubiese pasado.

Por otro lado, el pequeño Rufus se había sentado en el piso y había comenzado a jugar con un mazo de naipes.

-Sí, ha salido de viaje –le contó Violetta, depositando finamente la taza sobre la mesa, para luego cruzar sus manos sobre su regazo.

-¿Y tú? ¿A qué te dedicas? Tengo entendido que estabas trabajando para el Ministerio...

-Así fue. Comencé a trabajar en el departamento de Aplicación de la Ley Mágica, pero nada importante.

-¿Nada importante? –exclamó Albus, fingiendo sorpresa-. Según me han contado sustituiste a Bob Ogden durante su enfermedad... tuviste el departamento a cargo.

En unos segundos, la mirada pasiva y serena de Violetta se había alterado, escudriñando a Dumbledore minuciosamente, tratando de saber que era lo que buscaba. Sin embargo, el profesor se mantenía impasible, sorbiendo de su taza de té como si nada hubiese ocurrido.

-Sí..., claro –musito la pelirroja algo insegura-. Bob y yo éramos grandes amigos, pero tuve que dejar el trabajo porque estaba esperando a Rufus.

-Ah, claro –murmuró Albus, pensativo, dedicándole una sonrisa al pequeño.

Se mantuvieron unos segundos en silencio, con Dumbledore revolviendo su taza de té y tintineando la cuchara sobre el borde. Violetta, en cambio, tenía la mirada perdida en un punto indefinido sobre su hijo. Confundidos e intrigados, Amelie y James se miraron entre ellos.

-¿Y dónde está tu esposo, Violetta? –preguntó Dumbledore, sobresaltando a su ex alumna.

-Oh, está trabajando. Trabaja a un par de campos más allá –le conto, señalando hacia su derecha.

-Había querido conocerlo –le confesó el profesor-. Considerando que es un muggle que pudo estar contigo cuando tu familia es enormemente orgullosa de la sangre pura... -hizo una pausa, levantando la mirada de su infusión para fijarla en Violetta, cuyas pecas parecían haber perdido color-. Al igual que tú.

La muchacha se removió incómoda, volviendo su mirada a su hijo.

-Oh, emmm... sí –murmuró-. Rufus es muy parecido a Terrence, mi esposo. Tal vez puedas imaginártelo en una versión más adulta...

-Ah, ¿en serio? -inquirió Albus, fingiendo curiosidad al mirar al pequeño-. Pensé que al cabello lo había heredado de ti...

-Terrence también es pelirrojo –le aseguró Violetta rápidamente, pero el profesor no la escucho, sino que siguió hablando.

-... y que tenía los ojos de su padre.

La mirada azul de Dumbledore se había vuelto a posar en la nerviosa Violetta, quien retorcía sus manos entre sí sobre su regazo.

-Terrence Moore tiene los ojos azules –afirmó Dumbledore-. Tus padres me lo dijeron cuando estuve por allí.

-Los ojos negros de Rufus son de su abuelo –exclamó Violetta rápidamente.

-No es bueno mentirnos, Violetta.

El aire se había vuelto tenso e indeseable en menos de un segundo. La mirada del profesor Dumbledore era tan penetrante e incómoda que obligaba a la joven a cubrir sus ojos con su cabello pelirrojo, al igual que lo hacía Amelie. James se sorprendió de que hubiera tantas similitudes entre una y otra, pero muchas de las actitudes de Violetta le hacían darse cuenta que los parecidos eran tan solo físicamente.

-¿Qué es lo que quieres saber, Albus? –gruñó la pelirroja, finalmente, enfrentando al profesor, gélida y amenazante.

-Una sola cosa... –musitó-: el por qué lo has hecho.

Fueron tan solo unos segundos de silencio, en los que el pequeño Rufus seguía jugando, ignorante a toda la seriedad que invadía la habitación. Los ojos verdes de Violetta escrutaban al director de Hogwarts atentamente, tratando de averiguar que planeaba. Pero, después de tanto, se rindió y dejó que las verdades emanaran de su boca sin parar. Definitivamente, se notaba que había necesitado a alguien con quien desahogarse todos estos tiempos.

-En un principio, todo comenzó por la baja posición en la sociedad que estaba ocupando mi familia, y todo por culpa mía –inició, jugueteando con sus dedos y el dobladillo de su delantal-: los Winickus tenemos la sangre tan pura como un Slytherin, y la gente estaba comenzando a acusarnos de traidores porque yo estaba haciendo buenas amistades con Terrence Moore, nuestro vecino muggle.

Violetta soltó un largo suspiro y apartó su mirada unos segundos, tal vez acechada por el dolor de los recuerdos. El profesor Dumbledore se mantenía en su lugar, preocupándose tan solo por no hacer más ruido que el sonido de sus respiraciones. Estaba tan interesado en lo que la joven tenía para contarle que sus ojos no se despegaron en ella ni un solo segundo.

-Mis padres estaban decepcionados de mí y quería asegurarme que no fuera así. Cuando Bob Ogden dejó la dirección del departamento a mi mando y tuve que hacer la revisión a todos aquellos que habían infringido muy gravemente alguna de las leyes, conocí a Morfin Gaunt, temido y repudiado pero con una gran posición tan sólo por ser descendiente de Slytherin. No importaba que se estuviera pudriendo en la miseria, tan solo quería volver a tener la confianza de mis padres en mí –declaró, avergonzada, rehuyendo de la mirada del profesor y dejando que una de sus lágrimas resbalara por su mejilla hasta caer sobre su delantal-. Y a él, quien había estado tan apartado de la gente todo este tiempo, tampoco le importó demasiado lo que fuera a hacer y si eso podía llevar a algo.

James miró a Amelie, quien también tenía los ojos llorosos y dolidos, mirando atentamente a Violetta, como si tratara de adivinar que pasaba por su cabeza. En una suave caricia, el muchacho acarició su mejilla lentamente y le dio una sonrisita de lado, reconfortante, en cuanto ella volteó a verlo.

Lo único que quería y buscaba es que Amelie no se deprimiera con esto. Claro que eran sus ancestros y que de esta forma se daba cuenta que había vivido en una mentira, pero no tenía porque derrumbarse. Ella iba a vivir su vida normal, nada cambiaría...

-¿Fue una única vez? –inquirió Dumbledore.

-Fueron varias veces –admitió Violetta, mordiendo su labio inferior-. Quería que él se enamorara de mí, para que todo el mundo mágico supiera nuestra relación, que él se recompusiera y que, de alguna forma, mi familia pudiera volver a tener un buen lugar en la sociedad. Pero en cuanto quede embarazada de Rufus, Morfin fue encarcelado por el asesinato de los Riddle y negó que pudiera ser un hijo suyo, así que supe que nada podría hacer para cambiarlo. Le conté a mi familia que el hijo que esperaba era de Gaunt, pero no tenía pruebas, no me creyeron y quemaron mi nombre del árbol genealógico, alegando que era un hijo de Terrence. Solo mi hermano Rufus fue capaz de creerme, pero su creencia contra la de todos los demás no hacía ningún cambio.

»Me habían echado de mi casa, así que estaba a punto de morir de miseria, por no mencionar que no sólo tenía que alimentarme y sobrevivir yo misma, también tenía que cuidar de mi hijo. Entonces, recurrí a la única persona capaz de ayudarme: Terrence. Pero le fallé, le fallé de la peor forma –musito, tapándose la cara con ambas manos para comenzar a llorar desenfrenadamente. Sus hombros se sacudían y sus sollozos sonaban amortiguados por su piel.

Sentado en el piso, Rufus alzó sus ojos preocupados hacia su madre, sin entender nada, pero Dumbledore supo darle una sonrisita que lo tranquilizó en cuanto se situó junto a él. Miro al pequeño con ojos enternecidos mientras su madre trataba de recomponerse.

-¿Tienes más juguetes, Rufus?

El niño, cohibido, asintió.

-¿Te importaría mostrármelos todos? Estoy seguro de que tu mamá querrá jugar con nosotros.

Emocionado, Rufus dio un brinco para levantarse y correr rápidamente hacia el interior del hogar. En ausencia del pequeño, Dumbledore tomo un último sorbo de su té y talló sus ojos con cansancio mientras se encaminaba hacia la puerta de entrada.

-Terrence piensa que Rufus es su hijo, ¿verdad?

Violetta asintió penosamente.

-Le modifiqué la memoria en cuanto tuve oportunidad –le confesó, con un hilo de voz.

Amelie y James se adelantaron al profesor en cuanto este abrió la puerta de la cabaña. Volvieron a sentir el fuerte viento del exterior y trataron de agudizar el oído cuando Dumbledore volvió a hablar.

-Sólo espero que Rufus aprenda mucho del corazón de Terrence y no cometa los mismos errores de sus padres.

Violetta alzó la cabeza tan sólo unos centímetros. Se veía arrepentida y dolida desde todo punto, pero aun así trato de esbozar una sonrisa, que se pareció más a una mueca.

-Él es mi único orgullo –declaró-. Será el mejor mago que exista.

-¿Lo dices porque habrá heredado el poder de su padre y su don? –inquirió Dumbledore, mordazmente, dándose media vuelta para darle la espalda. Detrás de él, Violetta frunció el ceño, preocupada-. Y, dime... ¿Ya ha tenido sus primeros indicios de magia?

La boca de la joven se abrió, conmocionada. Se quedó mirando al director de Hogwarts con dolor y sorpresa, para luego frotar una de sus manos en su sien.

Antes de que Dumbledore cerrara la puerta, Violetta había explotado en lágrimas y lamentos.

El rostro de la muchacha, la cabaña y el prado se desvanecieron. Sintió como todo volvía a darle vueltas, oscureciéndose a su alrededor, hasta que sus pies finalmente se afirmaron sobre el despacho de la directora McGonagall. Amelie cerró los ojos un minuto, sintiéndose mareada y, preocupado, James se acercó a ella y la sostuvo de la cintura, guiándola hacia la silla donde anteriormente había estado sentada.

Harry, detrás del escritorio, tambaleaba una pluma sobre sus dedos en silencio, al igual que el resto de los retratos. Todos mantenían sus miradas gachas, nadie miraba a nadie los ojos. Se removían en sus asientos, incómodos, sin atreverse a mencionar ni palabra.

Completamente ausente y sintiéndose aislada de todo mientras trataba de asimilar toda la información que su cerebro había recibido en la última hora, Amelie apenas se dio cuenta del silencio que todos estaban manteniendo por ella, mientras que James, a su lado, se removía inquieto por la cantidad de dudas que aún le rondaban en la cabeza.

-Rufus es un squib –murmuró James, pensativo-. ¿Y sus descendientes también?

-Un squib no tiene magia, James –explico Dumbledore-. Squib y Muggle son casi la misma palabra respecto al poder mágico, así que Rufus no tenía ningún tipo de magia para heredar y, menos que menos, considerando que cuando fue mayor se enamoró de una muggle. Tuvieron cuatro hijos, entre ellos, Gregory Moore.

-Mi abuelo –susurró Amelie, desde su lugar.

-A partir de allí puedes deducir como siguió la historia. Todos muggles hasta Amelie, quien heredó toda la magia y dones que todos sus antecesores no consiguieron.

Tenía un montón de preguntas que hacer, pero no sabía cuál soltar primero. Era tan confuso saber sobre su pasado que la cabeza le dolía a horrores. Deseaba tan sólo cerrar los ojos y tomarse una poción del olvido para ignorar la cantidad de verdades sobre ella. Pero Amelie sabía que Dumbledore y Harry se lo contaban por su bien... era necesario que ella lo supiera, porque por más que aquello haya ocurrido hace más de cincuenta años, predecía mucho sobre su presente y futuro.

-¿Nadie nunca sospecho de que Morfin pudiera tener descendientes? –inquirió James.

-Como Violetta bien dijo, Morfin detestaba a las personas.

-¿Y entonces por qué carajos acepto estar con ella? –gruñó Amelie, enfadada.

-Mmmm... -murmuró James, indeciso, tratando de adivinar cuál sería la mejor forma de decirlo-. Supongo que porque..., ya sabes, las necesidades básicas de una persona. Supongo que hacía mucho que él no dejaba que su basilisco...

-Ya, Potter –lo cortó Amelie, con los ojos como platos-. Merlín, ya cállate.

James soltó una risita por lo bajo mientras Harry y los exdirectores rodaban sus ojos.

-Bob, un día, fue preocupado a casa de los Winickus a preguntar que había sido de Violetta –les contó Dumbledore-. Le había parecido raro que la muchacha hubiera desaparecido de un día para el otro y, sus padres, dijeron que la muchacha simplemente había huido, robándoles un montón de fortuna. Preferían decir eso antes que una sola persona del mundo mágico se enterara de que había escapado junto a su muggle vecino para cuidar de un hijo.

-La borraron del mapa –musitó Harry, ensimismado.

El antiguo reloj de McGonagall hizo tic-tac una y otra vez con sus manecillas oxidadas. Estaban sumidos en un inquietante silencio, esperando y esperando a que Amelie se recompusiera y se levantara a gritarle a James por alguna tontería que se le ocurriera en el momento. Pero nada más que el tiempo pasaba.

Amelie tomó el dije que James le había regalado para su cumpleaños y comenzó a pasar la almohadilla de su pulgar sobre él para tratar de concentrarse en otra cosa que no sea su futuro. Un futuro en el que se imaginaba rodeada de treinta gatos y encerrada en un convento junto a Lily Potter.

-¿Y qué hay de la Cámara de los Secretos? –volvió a hablar James-. Si ya habían matado al basilisco anteriormente, ¿por qué volvió a estar allí?

Harry miró a Dumbledore con el ceño fruncido, con la misma pregunta en mente, mientras que el anciano retorcía su barba blanca con la mirada perdida en un pensamiento.

-No puedo darte ninguna respuesta segura. Mi mente sólo ha podido establecer absolutas conjeturas –confesó Dumbledore, antes de tomar un suspiro y revelarles sus suposiciones-. La Cámara fue construida para que el basilisco pudiera terminar el "noble trabajo" de Salazar Slytherin. Es decir, librar la escuela de todos aquellos que no son sangre pura. Como eso nunca pudo ser logrado, supongo que el basilisco se ha regenerado por sí solo con la llegada del nuevo descendiente de Slytherin a Hogwarts: Amelie –la muchacha levantó la cabeza de su regazo, sobresaltada y aturdida-. Se pretendía que ella terminara el trabajo.

Entonces, y así, sus peores temores fueron confirmados. La respiración comenzó a faltarle, aterrorizada a sabiendas de que no iba a poder cumplir ninguno de sus sueños y deseos. Sentía que ya todo estaba arruinado.

Volteó su cabeza para ver a James y comprendió que no quería atraerlo a sus problemas. Sabía que él no se merecía nada de todos los dilemas que ella podía crear en su vida.

Cuando sus ojos se anegaron en lágrimas y la mano de James apretó su agarre, mirándola con los ojos brillantes en preocupación, trago su llanto y todos sus lamentos. No quería arruinar a James antes de tiempo.

Para disimularlo, Amelie hizo la pregunta más estúpida que tenía en mente.

-Entonces... si Terrence nunca fue verdaderamente mi bisabuelo, yo nunca fui una Moore, ¿verdad? Mi abuelo, mi padre, mis tíos, primos, hermana y yo somos Gaunt, ¿cierto? –interpretó el silencio de los adultos como un asentimiento-. Por Merlín... es como decir que tengo que cambiar mi nombre a Amelie Gaunt –comenzó a delirar-. ¡Moore es mucho más lindo! ¡Toda mi vida fui una Moore! ¡Soy una orgullosa Moore!

Harry y el profesor Dumbledore la miraron como si le hubiera salido un tercer ojo. James, en cambio, la observaba pensativo.

-Tienes razón –musitó el mayor de los hijos Potter-. No puedo imaginarme diciéndote Gaunt... ¡Eres Moore!

-No estamos diciendo que tiene que cambiarse el apellido... ¿Acaso es lo único que rescatan de todo esto? –inquirió Dumbledore, con el ceño fruncido.

-Y Amelie Gaunt suena horrible –siguió opinando James, sin haberse detenido a escuchar a Albus-. En cambio, Amelie Potter es un buen nombre.

Furiosa, la aludida se volteó a él, olvidándose de todo el drama familiar y la cuestión de sus apellidos.

-No sé porque piensas eso cuando ni siquiera eres mi novio.

-Uuuuuuuuuuuuuuh –abucheó Harry, divertido, mientras James lo fulminaba con la mirada.

Pero luego de soltar aquello, su posible futuro volvió a atormentar a Amelie. En cuanto saliera del despacho invitaría a Paris a tomar un par de copas... de Coca-Cola. Porque el alcohol era asqueroso. No sabía cómo eso supondría olvidar lo que estaba pasando, lo único a lo que eso llevaría sería un estomago oxidado, a explotar, y los dientes más chirriantes que las viejas manecillas del reloj de McGonagall.

Harry detuvo su burla en cuanto vio que el rostro de Amelie comenzaba a tomar una expresión triste y desanimada, obligándola a agachar su cabeza en un gesto arrepentido. James pareció también darse cuenta de ello y acercó su silla para intentar hablarle.

-Am –murmuró, tratando de encontrar su mirada sin lograrlo-. Estoy desesperado por ser tu novio. Con todo lo que te amo... ¿Cómo puedes pensar que no lo quisiera? Sólo que sabes que soy demasiado estúpido para todo esto... nunca pensé que era necesario decírtelo y créeme que ya me he golpeado yo mismo por no hacerlo. Estoy tan desesperado para que lo nuestro vaya perfecto que a veces olvido las cosas más importantes. Quiero hacer esto bien, tener una relación seria contigo y... no solo ser novios. Sé que pensaras que soy un estúpido cursilero del asco, pero planeó pasar toda mi vida contigo. Vivir juntos, casarnos, tener hijos... todo lo que imagines. Y... y... es pronto hablar de esto, pero estoy tan desesperado porque me entiendas, me quieras, me perdones y, aún, sigas queriendo ser mi novia, que creo que es necesario decirte toda la verdad. Quiero que sepas todas mis intenciones y que, de ninguna forma, pienso hacerte daño, porque eso significaría perderte... y no estoy preparado para eso. Ni nunca lo estaré –tomó un largo y profundo suspiro, insinuando una sonrisita boba al darse cuenta todo lo que había soltado-. Ay, Am..., te quiero tanto.

Para aquel entonces, las lágrimas de Amelie ya habían empapado toda su falda. Su depresión aumentaba y el miedo por lastimar a James, también.

Pero tenía que decírselo.

-Eso es imposible. Es que... ¿no te das cuenta, James? –dijo Amelie, apretando sus párpados con fuerza para que el dolor no la atravesara-. Nosotros no podremos casarnos, ni tener un futuro juntos, ni nada. Tienes que buscarte a otra persona, estoy segura que hay alguien que te merecerá más que yo... y créeme que eso no me gusta nada, pero es elemental que sepas que no estamos destinados a estar juntos.

El rostro de James se había tornado confuso, decepcionado y dolido. Si Amelie seguía hablando, un mar de lágrimas se compararía muy mal a lo que sucedería.

Por suerte, Harry noto las reacciones de su hijo: había comenzado a sacudir su cabello azabache, tirándolo levemente de las raíces, como cada vez que se ponía nervioso y trataba de controlar o aplacar su ira. Entonces, su padre supo que era necesario intervenir antes de que James se destruyera mil veces más de lo que ya estaba:

-En realidad, están más que destinados a estar juntos. Están hechos el uno para el otro.

Ante las palabras de Harry, Amelie alzo su cabeza, alterada y traumada, permitiendo sin darse cuenta de que James observara cuan rojos estaban sus ojos de tantas lágrimas, y como sus párpados se habían hinchado de sobremanera. Él quiso abrazarla y estrujarla hasta que todo pasara, demostrarle que estaba con ella ocurriera lo que ocurriera y, más que nada, cuando lo necesitara. Pero luego recordó que ella era quien acababa de rechazarlo hace unos segundos... y su corazón volvió a destruirse.

-De eso quería contarle, profesor Dumbledore –dijo Harry, llamando la atención del anciano-. Esa era mi gran novedad.

-Adelante.

Harry se levantó de su asiento y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho, con las manos unidas a su espalda, a un paso ligero y rápido que agilizaba su mente.

-Hace unos momentos, cuando los chicos estaban en mi clase de Defensas Contra las Artes Oscuras, Amelie pudo conjurar su Patronus... -se paró en seco y miro a su mentor-. A que no adivina qué es.

-No... tengo varias opciones, pero ninguna que me asegure nada sorprendente. Imagino que una serpiente...

-No –lo interrumpió Harry, con una sonrisa divertida, mientras Amelie y James lo observaban perdidos, sin entender lo que pasaba-. La serpiente es la de James... Algo que me parecía totalmente ilógico, aunque ahora tiene todo el sentido del mundo.

Completamente interesado en el tema, el profesor Dumbledore se inclinó en la silla de su retrato hacia adelante, con los ojos entrecerrados. Desde los demás cuadros, los otros directores también parecían bastante intrigados... sobre todo, Severus Snape.

-¿Un ciervo? –adivinó Albus, con una sonrisita triunfante.

Harry se limitó a asentir quedamente, mientras que James volteaba a ver a Amelie, para ver si ella tenía alguna idea de lo que significaban las miradas que los adultos se echaban.

Pero ella no se animó a voltearse a verlo. Si lo hacía, lloraría nuevamente.

-¿Qué es? ¿Qué hay de grandioso?

Contento y entusiasmado porque su noticia haya sorprendido a Albus Dumbledore, Harry volvió a sentarse satisfecho en la silla detrás del escritorio.

-Verás, Amelie –comenzó-. Por lógica, lo más coherente sería que tu Patronus sea una serpiente... ya sabes, por tu don y tus genes. Era muy raro que James, considerando que odia todo lo relacionado con la casa Slytherin, conjure un Patronus con el animal que la representa –echo un rápido vistazo a James, quien recorría con sus dedos el largo de su varita, muy detalladamente-. Pero, entonces, hace una hora, un ciervo corpóreo salió de la punta de tu varita... Mi Patronus es un ciervo –le contó Harry, con una sonrisa-. Y el de mi padre también. Así pues, lo más lógico es que el ciervo hubiera sido el Patronus de James.

Amelie entrecerró sus ojos, tratando de adivinar a donde quería llegar Harry con todas sus conclusiones. Tantas suposiciones y problemas eran demasiados por un día.

-He conocido muchos casos fabulosos y diferentes sobre los Patronus –comentó Dumbledore-, pero este es definitivamente más raro y extraño. James y Lily Potter tenían un ciervo y una cierva, respectivamente, porque sus almas estaban hechas para pasar toda una vida juntos. Y luego, hay dos otros casos más que conocí, en donde el Patronus de una persona puede convertirse en el de la persona que ama: como si le entregara totalmente su alma.

Haciendo memoria y escarbando en lo más recóndito de su menta, Amelie notó que ya había leído de ello en un manual. Algo de almas gemelas y sus Patronus..., Merlín, pero eso solo ocurría cuando estaban hablando de la misma raza, es decir: Amelie y James tenían a un mamífero y un reptil, ¿Qué había de parecido entre uno y otro? ¿Hasta dónde llegaban los disparates de Harry? ¿Ya había logrado volverse tan loco como Dumbledore?

-Mi teoría sobre Amelie y James va por ambos casos... pienso que James ha invocado recuerdos sobre Amelie a la hora de su Patronus... ¿Estoy en lo cierto?

James, avergonzado, asintió quedamente.

-Entonces, entregó su alma a Amelie, al mismo tiempo que ella pensó en él al conjurar su Patronus, ¿verdad?

Amelie, avergonzada también, asintió quedamente, ignorando y evadiendo los ojos ilusionados y esperanzados de James, quien tenía un fuerte debate interior entre abrazarla y besarla o controlarse y... esperar a hacerlo, claro.

-Entregaron sus almas –musitó Harry, con los ojos brillosos, volviendo su mirada a Dumbledore, quien se encontraba igual de emocionado como cada vez que le hablaban de demostraciones de amor-. Estuvieron dispuestos y no dudaron en dar todo el uno por el otro, en arriesgarse, consiguiendo así que sus Patronus terminaran siendo invertidos sin notarlo –acarició su sien con las manos, tratando de acomodar sus ideas-. Es como si Amelie sólo estando con James pueda encontrar su alma, y él sólo estando con ella, puede encontrar la suya.

Se sumieron en otro incómodo silencio, en el que Amelie sintió que todo a su alrededor se movía. ¿Qué pasaba ahora? ¿Qué haría ahora? James le había entregado su alma y ella la estaba pisoteando al pedir separarse... no le importaba que su propia alma también fuera arruinada: por lo único que se preocupaba era él. Y, por eso, era necesario que James entendiera que no podían estar juntos, que con ella iba a ser muy difícil el poder ser feliz.

Pero nadie parecía entenderlo en el maldito despacho. Ni siquiera Dumbledore ni Harry eran capaces de comprender porque ella parecía tener un ataque nervioso en ese momento. No lo notaban porque ellos no acababan de botar todo el futuro que tenían planeado, todos sus planes. Ellos no habían tenido que modificar el cumplir todos sus deseos y sueños con la persona que amaban luego de descubrir todo su pasado.

Nadie la entendía. Nadie era capaz de comprender.

-Él tiene esa parte que a ti te falta, y tú tienes la suya. Se necesitan mutuamente. El no estar juntos es como perder una parte de su existir. ¿Qué hace una persona sin alma? Ronda inexistente por el mundo, incapaz de pensar algo, incapaz de recuperarse.

Harry miró a Amelie, atravesándola con sus penetrantes ojos verdes, tratando de leerle la mente y saber todo lo que pensaba. Aunque había mejorado su técnica con la legeremencia en la Academia de Aurors, Harry nunca había sido capaz de usarla en personas que no se lo merecieran. Claro que quería saber que pensamiento provocaba que Amelie no quisiera estar con James y... no tan solo porque era un padre que se preocupaba por la felicidad de sus hijos, sino, también, porque desde el primer momento en que vio a Amelie supo que nunca podría separarse de su imagen y, tanto para él como para su hijo, iba a ser algo duro y raro. Extraño. Mejor dicho: sin sentido.

No había sentido alguno, al menos para Harry, por él que ella no quisiera estar con James. Se notaba a leguas que se amaban... ¿Qué ocurría ahora?

-Mis condolencias, Am -murmuró Harry, tratando de romper un poco la tensión del ambiente-. Sé que será insoportable estar con James, pero lograras sobrellevarlo.

-Gracias, pa –gruñó James, con sarcasmo.

Cuando Amelie apretó sus puños y sus párpados tratando de relajarse, James se alteró. Ella estaba teniendo otra de sus negaciones y él podía verlo por como combatían su cuerpo y mente al mismo tiempo. Amelie estaba mal y James se odiaba por no poder hacer nada al respecto... el problema era que: ¿Qué haría?

No sabía que le ocurría, ni porque había decidido tan de pronto que no quería estar junto a él. Quería simplemente tocarla, hacerle saber que estaba ahí, dándole su apoyo... pero ella se pondría a gritarle y probablemente empeoraría las cosas.

-Oye... dime que fue lo que hice mal, Am –dijo James, ya sin poder aguantar la ignorancia-. Te juro que lo corregiré. Haré lo que sea, por Merlín, pero... pero tan sólo dime que pasa.

Amelie suspiró profundamente, mientras una lágrima caía por su mejilla. Alzó su mirada y observó a James intensamente.

-Tú no has hecho nada mal. El problema aquí soy yo... ya te lo dije. Yo soy quien no te merece... tu tan sólo tienes que tomar tu alma a ir a rondar por cualquier otro lado, Potter –soltó, mordazmente, rompiendo en más y más lágrimas que se convirtieron en sollozos desenfrenados.

-¡No haré eso! ¡Deja de decir estupideces! –chilló James-. ¿Cómo puedes decir que no te merezco? En todo caso, ese soy yo, por la cantidad de veces que te he molestado, que he conseguido enojarte, que he perdido mi oportunidad para decirte cuanto te amo. Yo soy el de la culpa por no haberme dado cuenta antes y no tan tarde de que estaba enamorado de ti... y también deberías saber que también es tarde para poder revertir eso. ¿En serio piensas que sería capaz de desenamorarme de ti? ¿De olvidarte? ¡Ja!

Amelie sintió que toda la furia, impotencia e injusticia la golpeaba en el pecho y la echaba hacia atrás, en un fuerte espasmo de desesperación. ¿Por qué le pasaba esto a ella? Era algo que no se lo merecía ni ella ni James, pero que había ocurrido antes de que todo entre ellos se estableciera. No podía cambiar su pasado.

-No lo entiendes, James –murmuró Amelie, tratando de respirar correctamente-. Yo no podré cumplir tus sueños ni los míos nunca... ¿Acaso no entiendes que significa todo lo que descubrimos sobre mis ancestros? ¿Sabes cómo cambia todo el hecho de saber que la sangre Slytherin corre por mi sangre?

En ese mismo entonces, Harry y Dumbledore se dieron cuenta que era lo que pasaba por la cabeza de la muchacha. Quisieron interrumpir y corregir sus pensamientos, decirle que eso no podría cambiarse pero podrían hacer muchas cosas para tratar de solucionarlo... de buscar una alternativa.

Sin embargo, James no lo entendió en el momento.

-¿Qué tiene que ver todo eso? ¿En que nos cambia a mí y a ti? Lo único que pienso respecto a eso es que quiero pasar todavía más tiempo contigo, solo para cuidarte y protegerte... Algo que paso hace más de cincuenta años no va a destruir nuestros sueños.

-Ah, ¿no? –explotó Amelie, levantándose de su asiento, combinando la furia con sus ojos llorosos-. ¿Y crees que no cambia nada el hecho de que yo soy prácticamente destructiva? ¿De qué puedo controlar un enorme basilisco? Claro que lo cambia... todo cambia cuando te das cuenta que nadie más vendrá después de mí, que mis futuros hijos serían prácticamente tan destructivos como yo... ¿Entiendes, James? Yo no podré tener hijos nunca... y, por lo tanto, tu sórdida imaginación tampoco, ¿piensas en que ellos tendrían el poder de aniquilar a todos los hijos de muggles? ¿De qué el hecho de que yo tuviera un hijo podría generar más y más descendencia, provocando así que, posiblemente, uno de ellos quisiera tener las mismas ambiciones de Lord Voldemort? Después de todo... tendrán sangre Slytherin... y la sangre Moore ya no podrá compararse en nada con ella. Llegará el día en que todo se derrumbara, que una nueva guerra vendrá si esto no se detiene: por eso la línea de sangre Slytherin debe terminar en mí.

Aprovechando el aturdimiento de James ante toda su acertada decisión, Amelie aprovecho el shock para huir todo lo rápido que le fue posible. Quería enterrarse en su habitación y no volver a verlo... no se podía permitir ello cuando ponían tanto en juego en el simple hecho de estar juntos.

Bajo las escaleras en espiral rápidamente, sintiendo pasos tras suyo. No quería hablar con James ahora de algo que él tendría que entender por sí solo. Él debía comprender que ella ya había tomado una decisión... de la que no estaba muy segura, a decir verdad. Era una decisión que le dolía hasta los huesos, pero en la que creía como única solución.

Sus ojos se nublaron de tanto llorar y la respiración se le agitó. Todo a su alrededor se sacudió con violencia y entendió que no podía dar ni un solo paso más. Temiendo que culpa de su torpeza se estrellara contra el piso, decidió deslizarse contra una de las paredes hasta quedar sentada, con las rodillas pegadas a su pecho. Los pasos detrás suyo disminuyeron su velocidad y, segundos después, sintió como alguien se arrodillaba frente a ella.

-Am –volvió a llamarla James, colocando las manos sobre las rodillas de la pelirroja-. Tranquilízate, por favor. Hablemos.

Amelie negó de izquierda a derecha, sintiendo como más y más lágrimas se escapaban de sus ojos. Quería gritar.

-No hay... nada de q-que hablar. Y-yo ya tome mi decisión y... y... tienes que entender que es lo-lo único que podría solucionar t-todo esto –dijo con la voz temblorosa.

-No. Hay muchas más cosas que podemos decidir... hay otras formas, Am –insistió James-. Te has negado y encerrado a ti misma en eso sin pensar otras posibilidades. ¿Por qué vas a privarte el hecho de tener hijos cuando sé que estas desesperada por hacerlo? No puedes negarte a ese sueño, a ese futuro...

-Y tampoco puedo privártelo a ti, James –lo interrumpió Amelie-. Es una estupidez hablar de esto cuando sólo tenemos 17 años, pero sé que tu estas decidido a pasar el resto de tu vida conmigo... puedo verlo. Tu estas seguro de que yo soy tu pelirroja, pero... ¿Qué tal si estas equivocado?

James soltó una risita seca y amarga, carente de diversión.

-¿En serio? ¿En serio piensas que estoy equivocado? Vamos, Am. Desde el primer momento me enamoré de ti... Nada puede cambiar eso y no veo porque esta noticia pudiera hacerlo. Tendremos un millón de hijos y, si es necesario, vendré un millón de veces a matar ese basilisco –dio un largo suspiro y la miro a los ojos-. No puedes negarte a eso, Am. Sé que es lo que siempre quisiste. Y si es necesario, si de verdad tú también quieres un futuro conmigo... podremos superarlo. Juntos. Podremos hacernos cargo de eso, yo me asegurare de que todo salga perfecto porque...

Incapaz de seguir escuchándolo, con el corazón latiéndole a mil y los ojos brillosos rebosantes de alegría, Amelie tomó a James de las mejillas y lo acalló con un beso. Obviamente que el muchacho no protesto por la interrupción de su discurso y, en cuanto se separaron, la abrazó por la cintura y la besó en la coronilla de la cabeza.

-¿Eso significa que lo pensaras?

-Significa que si quiero un futuro contigo... sin... sin importar las consecuencias.

-¡Convencí a Amelie Moore! –festejó James, soltando una carcajada y dándole otro casto beso en los labios.

-Pero... ¿Entiendes que, tal vez, eso signifique tener hijos en Slytherin?

James ladeó la cabeza, pensándolo y luego le sonrió sinceramente.

-Podré soportarlo. Además... tendrán sangre Potter en las venas, y los Potter somos mejores que los Slytherin.

Amelie rodó los ojos y decidió revelarle a James otra de sus tantas dudas.

-Por qué... ¿Por qué crees que yo fui enviada a Gryffindor? Si soy descendiente de Slytherin... ¿Por qué?

-El Sombrero Seleccionador tiene en cuenta tus actitudes... no tus genes –dedujo James-. Puede que estos influyan un poco en tu decisión, pero estoy seguro de que tú no eres ni una pizca parecida a lo que eran Violetta y Morfin... aunque lleves sus apellidos, eres una Moore y, al parecer, los Moore son unos gran Gryffindor.

Permanecieron en silencio unos cuantos minutos más, abrazados, acoplando sus respiraciones unas con otras y pensando en todo lo que había pasado últimamente. Si Amelie tenía que elegir un día en que hubiera experimentado todas las emociones posibles, definitivamente seria este. Había tantas cosas que asimilar, tantas revelaciones y contradicciones... pero solo una cosa segura: que James sería para siempre.

-¿Chicle de sandía? –ofreció James, estirando una tableta hacia ella.

Amelie soltó una carcajada y tomó la golosina sin dudarlo, al tiempo que le regalaba un beso en la mejilla.

Lo había sabido desde el primer momento en que se dio cuenta que estaba enamorada de él. Había sabido que no podría olvidarse de él y, en cuanto fue correspondida, supo que no quería nada más en el universo. No desperdiciaría un futuro con James, aunque eso fuera egoísta e injusto para sus descendientes.

Ya había tomado una decisión definitiva y se alegraba porque James pensara de la misma forma. Definitivamente estaban hechos el uno para el otro.




****************** (Sí, mis últimos asteriscos por aquí... que triste.)

OMG. NO PUEDO CREERLO.

Supongo que mañana ya subiré el epilogo... o esta noche... no lo sé...

Esto es raro.

Luego subiré una nota de autora: no soy buena para los agradecimientos. Aprovecharé eso para contarles una buena noticia que les va a gustar mucho, mucho, mucho.

Oh, por Merlín. Y los santos. Ya terminó.

Cualquier duda que tengan déjenlas en los comentarios que las responderé con gusto.

Muchos saludos e infinitas gracias por todos y cada uno de sus votos y comentarios, ¡No sé de cuantas formas dárselos! Estoy totalmente agradecida con cada uno de los lectores (hasta los fantasmas –lo sé, soy una rara-).

Gracias por tanto y espero que nos sigamos leyendo.

Besos y chocolates imaginarios para ustedes (¿Qué? ¿En serio se creyeron que les daría chocolates de verdad? ¡JA! Igual, los quiero).






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