Compañeras de cuagto

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Antes de que las llamas verdes la envolvieran, Amelie pudo ver a su hermana Gwenog con una inmensa sonrisa de despedida y a su padre Lee, a un lado, quien le ordenaba como saludo que se mantuviera alejada de los chicos. Observo pasar borrosas salas de estar frente a ella, hasta que finalmente todo dejo de dar vueltas y cayo de rodillas hacia adelante sobre una limpia alfombra blanca. Limpia en un pasado, claro.

Por suerte, había llegado a apoyar las manos en el piso al último minuto, porque si no se hubiera roto la nariz con la pierna que tenía en frente suyo, cuyo pie, ahora, estaba bajo su mirada.

-¡Me ensucias las zapatillas, Am! -chillo Albus, quitando sus converse negras de debajo de los ojos de su amiga.

Amelie resoplo. El muy idiota podría haber ayudado a levantarla antes de quejarse como niña. Mientras se incorporaba y sacudía el polvillo grisáceo de la chimenea de su atuendo, escucho a Paris Peyton, imitando a Albus con voz aguda.

-¡Que no las toques, que no las toques! -se sumó Scorpius llegando al salón, acompañando las burlas de Peyton con un afeminado aspaviento de manos.

-Idiotas -mascullo Albus, mientras se volvía a Amelie y le dedicaba una de sus deslumbrantes sonrisas-. ¡Es bueno que hayas venido! Papá estará muy contento.

-Está en la cocina -musito Peyton, desde el sillón enfrente de la chimenea, tras Albus y Amelie, pintando con extrema delicadeza sus uñas de los pies en un esmalte rojo con la varita.

-Ve a avisarle que has llegado, mientras yo llevo tus maletas a la habitación de huéspedes.

-No olvides decirle feliz cumpleaños -añadió Scorpius, recostándose junto a Paris.

Nunca antes había venido a casa de los Potter, por eso aprovecho para observar minuciosamente el lugar. La sala de estar era grande y espaciosa, con una inmensa alfombra blanca en su centro, la cual compartían los pies de la chimenea y el sofá. También había una mesa ratonera y, apoyada sobre la pared derecha, una pequeña estantería con libros, álbumes de fotos y suvenires.

Siguió a Albus hasta salir de la sala a un largo pasillo, muy poco iluminado.

-Sigue por allá -señalo el muchacho hacia su izquierda-. Antes de llegar al vestíbulo veras una puerta: atraviésala y estarás en la cocina.

Sin rechistar, Amelie obedeció, mientras Albus tomaba la ruta contraria cargando el bolso de su amiga y subiendo las escaleras hacia la planta superior.

Antes de entrar a la cocina, Amelie volvió a retocar su cabello pelirrojo en una coleta, para controlar si había sacado el polvillo como era debido. Finalmente, giro la manivela de bronce.

-¡Moore! -saludo James alegremente, mientras corría hacia ella y la abrazaba por los hombros, levantándola levemente del piso.

-¿A qué se debe tanta efusividad? -pregunto Amelie, arisca, reprimiendo la sonrisa en sus labios y tratando de zafarse de James.

-A que a Harry le ha perdonado.

Al otro extremo de la habitación, pudo distinguir a la señora Potter, con una ceja levemente enarcada y una expresión de disgusto y decepción. Su esposo, por otro lado, rodo los ojos.

-Vamos, Ginn, que es mi cumpleaños.

-¿Qué has hecho ahora, Potter? -inquirió Amelie, dirigiéndose a James, con la misma expresión que Ginny y sus manos a la cadera.

Desde detrás de Harry, escucho una risita. Le sonó bastante familiar, pero cuando se movió para verla mejor, Amelie estaba segura de que no la conocía. Era una señora. Alta, según parecía, con el cabello castaño atado en un tenso rodete y unos hermosos ojos avellanas en forma de almendra. Así mismo, había algo en su rostro elegante y carismático, que le hacía recordar a alguien.

Amelie Moore y la maldición de los PotterNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ