Ese mayordomo, tentado.

By LafaardRebellie

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Lo más similar que tienen los demonios a sentir calidez es la simpatía que pueden poseer por un ser inferior... More

Prólogo
Capítulo 1: Mayordomo indecente
Capítulo 2: Ese mayordomo, provoca.
Capítulo 3: Servicio de mayordomo.
Capítulo 5: La insensatez del mayordomo.
Capítulo 6: La dulzura del mayordomo.
Capítulo 7: Ese mayordomo, ejecuta.
❥ Notita.
Capítulo 8: Ese mayordomo, decide.
Final I: Como vaho entre los dedos.
Final II: Bruma disipada.
Final I: Epílogo.
Nota de autora.

Capítulo 4: La contradicción del amo.

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By LafaardRebellie

¿Porqué no dejarse llevar? Sebastian solo era como un perro esperando atentamente las ordenes de un amo, era completamente suyo y estaba a su merced.

Él podía ser lo que Ciel quisiera y haría lo que sea que éste le ordenase, pero a pesar de saber esto, el chico no sabía que hacer. Estar de esa manera con Sebastian se sentía correcto, como si fuera algo tan natural como el respirar. Sin embargo, se sentía también complicado... Le afligía el corazón, como si faltase algo.

El conde tenía una mirada que delataba su confusión y duda, como si en su humilde posición de humano tuviese algún derecho a dudar. Esto le hacía una tremenda gracia a Sebastian. Por eso es que lo humanos son tan interesantes, pensaba. Siendo tan débil y tan delicado se oculta bajo egolatría y arrogancia, intentando convencerse de que es el rey del tablero, siendo simplemente un vulgar peón de la reina, como todos los otros.

Los ojos del muchacho estaban cerrados, y Sebastian aún no había recibido una respuesta, así que simplemente siguió tocando a su amo a su antojo.

Ciel, como olvidando la vergüenza, se dejó llevar por las sensaciones y echó la cabeza hacia atrás, para después flexionar las piernas. Se sentía como si hubiesen pasado años desde la última vez que había sentido las manos de su mayordomo recorriendo su cuerpo. ¿Cómo podía existir algo así? No lo terminaba de comprender.

Sebastian se separó de él y el conde observaba atentamente cada uno de los gráciles y sensuales movimientos de su mayordomo. Como sus hombres se relajaban para deslizar hacia afuera la ropa y como los ojos del color del vino parecían comérselo con la mirada mientras lo hacía. Actuaba como si le pagasen por provocar libido.

El cuerpo del mayordomo era extremadamente blanco, casi tan blanco como la luna. Y a pesar de ser de complexión delgada, tenía forma y estaba en muy, pero muy buenas condiciones. Era tan inmaculado que parecía ser de seda, nadie pensaría que ese cuerpo pertenecía a una de las criaturas infernales más aterradoras. Los huesos de sus caderas se marcaban un poco cuando caminaba, al igual que sus clavículas, y Ciel pensó que era irónico que un demonio tuviera la manzana de Adán tan deliciosamente marcada.

"No está mal" pensó Ciel...

El rubor de sus mejillas se intensificó al notar la clase de cosas en las que estaba pensando.

-¿Joven amo, se encuentra bien?-Preguntó Sebastian divertido y fingiendo confusión.

Pero Sebastian sabía exactamente lo que le pasaba, sabía que se moría de nervios y de vergüenza, también sabía que si jugaba mucho con los nervios de su amo el podría pensar en echarse atrás.

-Solo cállate...-Respondió el conde, ahora aún más avergonzado.

El mayordomo sonrió con burla. ¿Realmente iba a avergonzarse de esa manera con tan poco? Esta iba a ser una noche muy difícil.

Sebastian separó las piernas de su amo y Ciel lo miró como si le hubiese crecido otra cabeza. Estaba asustado. Todo era tan inverosímil, tan nuevo que no pensó que realmente estuviera pasando. Ciel cerró las piernas con brusquedad y le dirigió una mirada avergonzada a su mayordomo, quien tenía los ojos clavados en su cuerpo y se lo comía con los ojos. Después la mirada de Sebastian subió, encontrándose con la de su amo. Su boca se curvó en una divertida sonrisa ladeada y su expresión se relajó, para luego dejar unos cuantos besitos tranquilizadores en su rodilla, haciéndole sentir a Ciel que todo estaba bien. El muchacho suspiró y Sebastian separó sus piernas otra vez pero con más delicadeza, dejando un camino de besos húmedos por sus muslos mientras clavaba sus sedientos ojos en su adorable y avegonzada presa. Un jadeo salió de la boca del muchacho cuando los besos se convirtieron en lamidas y empezaron a rodear su entrepierna. Unas pequeñas lágrimas de frustración de acumularon en sus ojos mientras sus caderas se balanceaban involuntariamente. El mayordomo se estaba demorando demasiado y el chico estaba hecho un mar de sensaciones, su excitación era tanta que llegaba a tornarse insoportable. Sabía que lo estaba haciendo esperar a propósito.

Maldito bastardo... Cree que por... Dios eso se siente tan bien... Por favor, por favor... Ahí, más cerca... Te lo ruego, por favor maldita sea...

Cuando los ojos del amo se clavaron en los de su mayordomo casi con súplica, Sebastian decidió no esperar más y hacer lo que el cuerpo de su amo le estaba pidiendo a gritos. Sus manos se deslizaron suavemente por los muslos del chico y llegaron a sus caderas, tomándolas con firmeza y haciendo que su cuerpo se acercase más al suyo.

Dolor.

El muchacho se aferró aún más a su cuello y entrelazó sus delgadas piernas detrás de su espalda. Sus manos bajaban de vez en cuando de su cuello a su espalda, enterrando un poco las uñas, porque sentía como si se fuera a caer si no se aferraba bien. Sus caras estaban cerca y sus agitadas respiraciones se entremezclaban. Ahora Ciel ya no pensaba ni en vergüenza, ni en consecuencias, ni en nada. Es más, ya ni siquiera pensaba. Cada estocada lo conducía más al límite, cada roce lo hacía delirar y cada sonido que no reprimía lo hacía sentirse más libre. El chico cada vez hacía sonidos más fuertes, los cuales podían variar desde incoherencias y jadeos, hasta un intento desesperado de decir el nombre de su mayordomo sin perderse en la "T", ya que el placer era demasiado fuerte, y todo lo que trataba de decir se transformaba en un gemido. Ahí fue cuando Sebastian supo que había encontrado su punto más débil y dulce. Se mantuvo en esa posición y dio contra él lo más fuerte que pudo, tomando a su vez al chico por sus delgadas caderas mientras este enterraba las uñas en su espalda. Tenía las mejillas rojas, la boca deshaciéndose en gemidos, el ceño fruncido y los ojos cerrados. No fue mucho tiempo después que lo hizo llegar al clímax. Una sensación como eléctrica recorrió su cuerpo por unos segundos, haciéndolo estremecer, para después dejarlo exhausto y aliviado.

Las piernas de Ciel aún temblaban, y sus parpados seguían cerrados. El mayordomo tenía el cabello pegado a la frente por el sudor y un imborrable sonrisa egocéntrica. El muchacho respiró hondo y abrió los ojos, intentando recuperarse, su cuerpo seguía sensible.

-Sebastian, prepara el baño.

El mayordomo asintió levemente, y se levantó.

Mientras preparaba la tina, pensaba. ¿Los humanos no necesitaban afecto después de este tipo de cosas? Conociendo la naturaleza orgullosa de su amo no le extrañaría que estuviese fingiendo normalidad. Después de todo, conocía muy bien a su amo. Mejor de lo que él se conocía a si mismo, quizá.

Sebastian salió del baño y fue hacia la cama de Ciel.

-La tina está lista.

Ciel se deslizó hacía la orilla de la cama con presteza, pero al querer caminar, cayó estrepitosamente al suelo.

Al verlo desde arriba, lucía débil, desprotegido. Pero en cuando sus miradas se cruzaron, el mayordomo pudo sentir la fortaleza de sus ojos azules.

Su personalidad, su aspecto y todo él en general, eran una combinación perfectamente irónica que se complementaba a la perfección.

Suave como la seda, frágil como una pluma, resistente y pequeño como una perla.

Gatito asustadizo.

El mayordomo le tendió la mano, y cuando su amo la tomó, este por puro reflejo, se inclinó hacia cara. Su enguantada mano acarició su mejilla y viajó a su barbilla, para sostenerla con dulzura.

Gatito nervioso.

Y sin poder evitarlo ni aguantarlo ni un segundo más, le dio un casto y corto beso en los labios, tan suave que juró estar comiendo un malvavisco.

Los ojos del conde se abrieron exageradamente ante la impresión, y sus mejillas se colorearon.

Ojos azules desviándose, maldiciones al aire.

-¿Se-Sebastian?

El mayordomo sonrió ampliamente y se llevó el dedo a los labios, indicando silencio.

-¿Va a bañarse en ese estado? Déjeme ayudarle.

El muchacho aún no encontraba las palabras, y aprovechando su desconcierto, el mayordomo lo cargó hasta la bañera si que el rechistara.

Gatito totalmente confundido.

Hola :) Primero que nada... Perdón, perdón, perdón, perdón. Soy bastante irresponsable con las actualizaciones :/

Esto va dedicado a Catano Ai, maribernalt y YamiNezumi

¡Gracias por apoyar mi Fic! los quiero *-*, en serio. Es genial leer los mensajitos que me mandan algunas :<





























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