Escamas

By RocioRosado

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Capítulo 1: Fran
Capítulo 2: Descubrimientos
Capítulo 3: En la oscuridad.
Capítulo 4: Tragedia
Capítulo 6: Raro
Capítulo 7: El cometa Kjebe
Capítulo 8: Trasero congelado
Capítulo 9: ¿Encajando?
Capítulo 10: Dolorosa sorpresa.
Capítulo 11: Con uñas y dientes
Capítulo 12: Cosas inesperadas
Capítulo 13: En sus manos
Capítulo 14: Color y aventura
Capítulo 15: Kadal
Capítulo 16: El motivo de Kadal
Capítulo 17: Explicaciones
Capítulo 18: Hipnótico acantilado
Capítulo 19: Fiebre peligrosa.
Capítulo 20: Una vieja historia de amor
Capítulo 21: Mejor.
Capítulo 22: Plan místico
Capítulo 23: Inesperado plan
Capítulo 24: El viaje.
Capítulo 25: Blanca arena
Capítulo 26: Maquillaje Corrido
Capítulo 27: Subasta
Capítulo 28: Momentos
Capítulo 29: Destrozo
Capítulo 30: Decisión
Capítulo 31: Final
Epílogo
Extra: Caluroso regreso...
Concurso

Capítulo 5: Montaña rusa de ánimos

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By RocioRosado

La última partícula de ceniza cayó de la urna de papá. Yo le había dado lo poco que quedaba a Theo para que él terminara de arrojarlas al mar, ya que no podía continuar. Me dolía mucho hacerlo, me dolía mucho deshacerme de lo que quedaba de ellos. Douglas miró con dolor cómo mi hermano dejaba la urna en donde había estado su amigo en el suelo de la lancha. Theodore me miró con lágrimas en los ojos y se abalanzó a abrazarme. Solté un sollozo y cerré los ojos, tratando de hacer que el movimiento de la lancha sobre el agua me tranquilizara. El dolor en mi pecho era menor que cuando habían pasado dos días, porque había logrado entender que tenía que salir adelante. Tenía que ser fuerte por Theo y por mí. No quería que sintieran compasión por la joven inútil y huérfana que tenía que criar a su hermano menor. Quería llevar las riendas de la situación.

El dolor era inevitable, pero el sufrimiento era opcional. No podía permitirme caer en el pozo y no pretender salir de allí. No podía auto-compadecerme y esperar que las cosas simplemente sucedieran. No podía quedarme quieta y ver cómo mi hermano crecía sin la atención y el apoyo que necesitaba. No podía solo pensar en mi situación. Tenía que levantarme y seguir creciendo. Tenía que ponerme los pantalones y llevar adelante a una familia. Porque, aunque fuéramos únicamente dos, éramos una familia. Y, si bien dolía no ser la misma familia de antes, teníamos que recuperarnos para luchar por nosotros, nuestros sueños y nuestras vidas.

— Iremos juntos contra el mundo si es necesario, enano —le susurré. Él me apretó un poco más fuerte y siguió llorando.

— Los extraño mucho, Fran... —Levantó la cabeza y miró el océano.

— Yo también, Theo. Yo también —contesté y suspiré.

Miramos el inmenso mar, supuse que los dos pensábamos lo mismo. Hermoso y peligroso. Nos había arrebatado a la familia que solíamos ser, nos había dejado casi solos en el mundo. Doug puso sus manos en nuestros hombros y los apretó amistosamente. Nos dejó unos cuantos minutos en silencio, los dos abrazados, mirando cómo el agua nos movía en la lancha. Yo bajé mi mano y acaricié el agua. No podía sentir rencor, por más que quisiera. Sumergí mi mano y la moví un poco. Sentí un toque en mi dedo y me alarmé, sacando la mano inmediatamente. Asomé la cabeza para tratar ver qué había sido, pero era inútil. No se veía nada más que el reflejo del cielo gris.

Cinco minutos después, Douglas puso en marcha la lancha para volver a Partenón. Al llegar, nos despedimos de él y fuimos con Theodore a nuestra solitaria casa. Estaba silencioso y apagado, como estuvo durante el tiempo que enfrentábamos el duelo, así que decidí cambiar eso. Me acerqué al estéreo y puse uno de los discos de rock ochentero de mi padre. Era un enganchado que le había hecho yo a los diecisiete años, y eran todas canciones que nos gustaban. Subí el volumen al máximo y me puse a cantar la letra mientras limpiaba y ordenaba las cosas que estaban fuera de su lugar. Traté de no ponerme mal cuando agarraba cosas de Sonia o de papá que estaban desperdigadas por ahí. Todavía no sabía qué iba a hacer con sus cosas, no quería tocarlas aún. Mi hermano me miraba extrañado desde el sofá mientras yo movía el trasero al compás de "Sweet Child o' Mind". Le hice muecas raras y él se rio levemente, negando con la cabeza.

Terminé de limpiar el comedor, la cocina y la sala de estar, y decidí que iba a preparar algo para comer. En el refrigerador había para hacer pescado, pero no había nada para acompañar, así que agarré la tarjeta para ir a sacar dinero del cajero y comprar algo. Estaba anocheciendo ya, así que me puse una sudadera de mi padre y salí, luego de avisarle a Theo que había dejado el pescado en el horno. Miré el mar por un momento y el juego de luces anaranjadas me maravilló, como todas las tardes. Suspiré y caminé rumbo al cajero que quedaba a dos calles. Los niños estaban entrando a sus casas luego de una cansadora tarde jugando a la pelota, las ancianas guardaban las sillas que ponían en las puertas de sus casas, los perros de Stan, el joyero, me perseguían y me movían la cola.

Recordé que dentro de dos días tenía que ir a retirar el colgante de rubí (Stan me confirmó que era un rubí). Dijo que bañaría de oro la cadena y que puliría la piedra para que su belleza roja resaltara. "Belleza roja como la de usted", me dijo.

Luego de sacar el dinero y comprar las cosas, fui de vuelta a casa. En el camino silencioso, oí voces. Y como toda partenense chismosa que era, me dio curiosidad saber por qué trataban de hablar en voz baja. Eran dos hombres, estaban cerca de la playa. Yo me había escondido detrás de una pared.

— Sabes que no puedo hacer esto. Está prohibido —dijo una voz gruesa y atrapante. Pude reconocer la voz del tipo que se había acercado al kiosco de Dean. El dios griego expulsado del Olímpo.

— Lo siento, pero Melinda está enferma. Sé que no debes tener contacto conmigo, pero no quería verla así. —Ésa era la voz de Dean, el kiosquero. ¿De qué estarían hablando? ¿Qué sucedía con la esposa de Dean?

— No quiero que me metas en problemas. Sabes que te ayudo en lo que puedo, pero si se enteran de que vengo aquí, me expulsarán —¿Del Olímpo?—. Y sabes que detesto venir aquí. Es horrible. —¿Y éste de qué venía? ¿Cómo osaba insultar mi pueblo hermoso?

— Tus ojos no ven lo que los míos, porque tu corazón no siente lo que yo. Nunca entenderás mis razones si tú no...

— No me vengas con eso otra vez. Melinda fue un signo de tu debilidad. La tentación que te trajo aquí —lo cortó maleducadamente. ¡El discurso que estaba dando Dean era precioso!—. Y para que no me contagies eso, prefiero no venir.

— El amor no fue mi debilidad, ¿sabes? Debilidad es forzarse a no sentirlo.

— El supuesto amor te trajo hasta aquí. Te alejó de los tuyos.

— Si no entienden las razones por las que algunos los abandonan, entonces no son muy "nuestros" que digamos.

Y como era de esperarse de mí y de mi característica torpeza, dos latas se me cayeron de la bolsa. Las agarré con rapidez y me hice la de haber estado caminando desde antes. Aparecí ante ellos de forma casual (o un intento) y sonreí. Dean me devolvió la sonrisa, pero el otro irrespetuoso y amargo sujeto rodó los ojos con fastidio.

— ¿Qué tal? —Pasé caminando por delante de ellos, tratando de no parecer nerviosa. El desconocido seguía sin mirarme. Tenía una bolsa vacía en la mano.

— Nos vemos, Fran —contestó Dean. El alto joven me miró de reojo, yo le sonreí levemente, pero su cara de recelo me dio a entender que yo no le caía bien. Y bueno... había interrumpido una charla privada. De seguro se había dado cuenta de que estaba chismoseando.

— Adiós, Dean. Saludos a Melinda. —Levanté la mano y di vuelta la cabeza para seguir con el camino que me llevaba a mi casa. Theo ya había pasado mucho tiempo solo.

— ¡Oye! —escuché que llamaba el sensual sujeto, pero no hice caso. No me había dirigido ni una mirada, ¿por qué me hablaría?— ¡La del cabello rojo! —Ésa sí era yo. Me di vuelta y vi que sostenía una de las latas que se me había caído. Me mordí el labio y caminé con vergüenza hasta él. Dean sonreía con suficiencia mientras lo miraba. Al parecer él le había dicho que me avisara de la lata casi perdida.

— Gracias —murmuré cuando agarré la lata.

— Su nombre es Franchesca —habló Dean.

— Como sea. Debo irme —contestó. Yo me volteé de vuelta y seguí caminando—. Adiós.

— Nos vemos, Cassian.

Llegué a casa con ese extraño nombre rondando por mi cabeza. Cassian. Debía admitir que era un nombre exótico. Tan exótico como su belleza.

¿Su belleza? ¿En serio, Franchesca?

Me reí de mi estupidez y caminé hasta la cocina. Dejé las bolsas en la encimera y me puse a preparar la ensalada. Theo fue hasta donde estaba yo y se quedó allí, simplemente en silencio. Entendía que no quería estar solo, y yo era una loca ruidosa, así que necesitaba de mi presencia en la casa. Lo hice ayudarme a cocinar para que no estuviera tan quieto. Él seguía siendo un niño, debía moverse y estar alegre. Lo de nuestra familia era reciente, pero debía sonreír a pesar de eso.

Luego de comer, lavé los platos. Ya debían ser las doce de la noche, así que mandé a Theo a dormir y fui hasta mi habitación. Me quedé sentada en el balcón de mi habitación, mirando cómo la luna se reflejaba en el mar. Se oían sólo las olas golpeando contra la costa y el viento ir de aquí para allá. Pensé en ese joven que hablaba con Dean, era realmente lindo. Nunca lo había visto en el pueblo. ¿De dónde era? ¿Qué relación tenía con el amable anciano? ¿De qué habrán estado hablando?

Suspiré y acomodé mis piernas en entre las rejas para que quedaran colgando. Inhalé profundamente y pensé en lo que estarían haciendo Sonia y papá ahora si siguieran vivos. Bueno, esperaba que estuvieran durmiendo. No quería recordar lo que había presenciado ya un par de veces, cuando creyeron que yo no estaba en casa.

Me reí y se me cayó una lágrima. Los extrañaba demasiado. No sabía qué iba a hacer con Theo. Mi plan de distraerlo no me funcionaría toda la vida. Tendría que educarlo (aunque pareciera más educado que yo). Él todavía no había llegado a la adolescencia, y ésa sería una etapa realmente difícil para los dos. Para él porque experimentaría cambios y pensamientos desconocidos, y no tendría a papá para que lo orientara. Para mí porque, justamente, yo no era mi padre, y él no me confiaría lo que estuviera pasándole. Estaba llenándome de preocupaciones por cosas que aún no sucedían. A este paso iba a terminar loca antes de tiempo. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Y si el dinero se me terminaba antes de graduarme? ¿Y si lo que ganaré como profesora no me alcanza para cubrir los gastos que Theo necesitará? ¿Cómo iba llevar adelante todo esto?

Mis días desde la tragedia habían sido una constante montaña rusa. Subidas y bajadas. Primero era optimista, luego retrocedía por miedo. Pensaba en un principio que podría llegar a hacer todo bien, pero luego me atacaban las dudas e inseguridades. Me sentía minúscula e inútil. Insuficiente. No tenía familiares que me ayudaran, no tenía amigos ni amigas, no molestaría a Douglas cada dos minutos por cualquier cosa que pasara. No quería ser una carga para nadie, pero necesitaba ayuda que no estaba dispuesta a pedir.

Mi teléfono sonó y yo lo saqué de mi bolsillo. Era un mensaje de Doug.

"¿Estás despierta? Espero que sí. ¿Qué te parece si mañana al mediodía llevo a Theo a dar un paseo para distraerlo un poco y hablar con él sobre lo que siente? Una charla de hombre a hombre, ya sabes."

Me reí de lo irónico que eso sonaba y le contesté.

"¿Una charla de hombre a hombre sobre sentimientos? Eso es contradictorio. Pero puedes llevártelo contigo si quieres."

Un minuto después recibí una contestación.

"Sí, irónico, lo sé. Pero nosotros los hombres también tenemos sentimientos. Estoy pensando en llevarlo a la casa de Frank dos días. En el terreno que tiene hay un lago e iremos a pescar. Sólo si me lo permites, obviamente."

¿Dos días sin Theo? ¿Aguantaría sin él? ¿O él sin mí?

"Yo te doy el permiso, pero tienes que consultarlo con él."

Resoplé con inseguridad. No quería alejarme de Theodore tan pronto.

"Estoy hablando en este instante con él. Dice que sí quiere venir pero que debía consultarte a ti primero. Por cierto, me dijiste que necesitabas una lancha. Puedo prestarte la mía durante este tiempo que no estemos. Me averiguas bien lo que tu padre me dijo y me avisas, ¿bien?"

¿Qué le dijo mi padre?

"¿Lo de las cosas que halló?"

"Sí, no me dijo qué era ni dónde estaba. Sólo me dijo que era una sorpresa y que preparara el equipo. Lo único que sé es que está en Zima."

"Oh, son dos barcos pirata. Aaaarrgg ;)"

"¿Es en serio? ¡Genial! Luego me llevas hasta allí. Mañana al mediodía me llevo a Theo. El lunes por la noche lo traeré de vuelta. Me dijo que no tiene clases ese día."

"Sí, tienen que refaccionar unas cosas que no recuerdo y se demorarán hasta el lunes. Por la mañana prepararé sus cosas. Cuida su pierna."

"Por supuesto que sí. Lo cuidaré como si fuera mi propio hijo. Buenas noches, Fran, descansa."

Miré ese último mensaje y cerré los ojos. Minutos después mandé otro.

"¿Doug?"

"¿Sí?"

"Gracias por lo que estás haciendo. No somos tu responsabilidad, pero eres de muchísima ayuda."

Segundos después recibí una llamada.

— No tienes que agradecerme, Fran. Sabes que los considero mis sobrinos. Yo quería mucho a tu padre, a tu madre y a Sonia cuando llegó y se casó con Sam. —Una lágrima bajó por mi mejilla— No dudes en contar conmigo, ¿sí? Estaré para cualquier cosa que necesiten.

— Gracias... —susurré.

— No hay de qué —contestó—. A las doce pasaré con la camioneta a recoger a Theo y te daré las llaves de la lancha.

— Está bien, Doug. Averiguaré bien lo de los barcos.

— Okey, Franchesca. Hasta mañana.

— Adiós, Douglas.

Corté la llamada y me acosté en el suelo, aún con las piernas colgadas. Miré las estrellas durante dos minutos, hasta que pasó justo por encima de mí una estrella fugaz. Sonreí, pero no pedí ningún deseo. Yo tenía la costumbre de regalar mis deseos. Elegía a una persona y le contaba sobre lo que había visto. Cuando me preguntaba si había pedido algún deseo, le decía que no y se lo regalaba. Extrañamente, según ellos, se les cumplían, aunque no me decían qué era, porque supuestamente eso arruinaría todo.

Estuve cinco minutos más mirando las estrellas, sintiendo el viento acariciarme las piernas, pensando en el infinito inmenso, peligroso y emocionante, hasta que sentí frío y fui a acostarme. Soñé con aletas y profundos ojos penetrantes. Con siniestras garras oscuras y una luz protectora.

¿Acaso te drogas antes de dormir, Franchesca? ¿Qué son esos sueños?

Me levanté a las diez de la mañana para preparar el desayuno y acomodar las cosas que Theo llevaría. A las doce Doug se llevó a mi hermano, quien estuvo diez minutos abrazándome. Preparé mi mochila con las cosas que tenía habitualmente, la navaja, la linterna, la cámara y comida (sí, comida también tenía habitualmente), y agarré el equipo de buceo que habían logrado rescatar del velero cuando lo sacaron del fondo del mar. Apenas tuviera dinero lo haría restaurar, pero pasarían años antes de llegar a recaudar el dinero que me costaría. Era más barato comprar uno que arreglar ése. Llevé un tubo de oxígeno extra por si acaso y me dirigí hasta el muelle en donde Douglas tenía su lancha. Dejé todas mis cosas allí, y cuando estaba a punto de meter la llave para encenderla, un carraspeo me llamó la atención. Joe estaba parado justo al lado de la lancha, y yo no lo había notado. Me puse tensa y nerviosa, sin embargo, le sonreí.

— Hola, Fran —me saludó.

— Joe... —susurré. Él miró mi mochila y las cosas de buceo y frunció el ceño.

— ¿Vas a bucear?

— Sí —contesté.

— ¿Sola? —levantó una ceja.

— Ahm... No tengo muchos amigos como para elegir con cuál ir —ironicé.

— Ahora tienes uno —respondió con una sonrisa y saltó a mi lado. Me asusté y lo miré sorprendida—. Te acompaño.

— ¿No tienes nada que hacer? —pregunté. Él me miró extrañado.

— Bueno... Si no quieres que vaya, no tienes que...

— ¡No! —exclamé— ¡No te lo decía para que te fueras! —Agarré su brazo cuando estaba por volver a subir. Él me miró con una sonrisa y puso una mano sobre la mía, ésa que sostenía su brazo. Quité mi mano con vergüenza y desvié la mirada— Es que... tú siempre tienes cosas para hacer. Me extrañó que quisieras ir conmigo.

— Ahora tengo algo para hacer —contestó. Yo lo miré—. Ir contigo.

— Está bien... —susurré.

Encendí el motor y estuve a punto de caer, excepto porque choqué contra el pecho de Joe. Estuvimos en movimiento como una hora, hasta que llegué al lugar en donde había ocurrido todo. Tenía las coordenadas y un GPS náutico que me guiaba. Anclé la lancha y me quité la ropa.

— Oh... —expresó Joe, observándome con los ojos abiertos desmesuradamente. Yo bajé la mirada y me vi a mí misma en bikini. Frente a él. ¡Había olvidado que estaba él allí! Enrojecí y me tapé con la camiseta— No, no, tranquila. Es que... confundí tus intenciones... creí que...

— Yo... ahm... —Me encogí en mi lugar y miré el agua— Dije que bucearía y...

— Sí, lo sé, lo sé... —Él también estaba nervioso y ruborizado, cosa que me pareció adorable— Es que soy un idiota —se rio—. Dios, qué incómodo...

— Eh... Bueno... voy a... —Señalé el agua y agarré las patas de rana.

— Sí, claro.

No sentía vergüenza de mi cuerpo, pero sí de que él me viera. Yo nunca fui exhibicionista, no solía ir a la playa con amigos (porque no los poseía) como Irina, ni mostraba mi cuerpo a cualquiera. Me habían visto en bikini sólo las personas con las que me relacionaba. Y eran muy pocas. Mi familia, el equipo de búsqueda (cuando los ayudaba con las búsquedas submarinas), dos novios que tuve en la adolescencia y... No... nadie más. Ésas eran las únicas personas.

— ¿Por qué estamos aquí? —preguntó Joe. Yo dejé la boquilla de oxígeno a medio camino y lo miré.

— Aquí murió mi padre y mi madrastra. Quiero ver si encuentro el brazalete que le regalé a papá junto con mi madre cuando era niña. Su cadáver no lo llevaba.

— Ah... —Pude ver que un escalofrío lo recorría.

— Sí, bastante tétrico lo que haré. Pero quiero recuperarlo.

— Te espero aquí —contestó.

— Bien... —Me puse la boquilla (ya tenía puesto todo lo otro) y me tiré para atrás.

Me sumergí y nadé hasta el fondo. Dolorosamente, todavía podía ver restos del velero allí. Busqué por las plantas, removí unas cuantas maderas, pasé las manos por la arena... Pero nada. No había nada. Levanté la vista al percibir un movimiento detrás de un coral, y vi que se metía una conocida aleta negra. Fruncí el ceño, ya harta de mi paranoica imaginación, y nadé hasta allí. Rodeé el coral, espantando unos cuantos peces, y vi que del otro lado esa aleta se escurría. Nadé con rapidez, pero se fue aún más velozmente. Terminé de rodear el maldito coral y vi que a lo lejos una mancha negra se alejaba. Había llegado hasta allá en tan sólo un par de segundos.

¡El maldito era una luz!

Frustrada y agitada, volví a la superficie y me quité el oxígeno. Joe estaba alzando su teléfono lo máximo posible, al parecer, buscaba señal. Le pegué con el puño al borde de la lancha y maldije entre dientes.

Había estado demasiado cerca de verlo otra vez frente a frente.

____________________________________________________

Posible Cassian en la multimedia *.* (Todavía no tengo decidido quién va a ser)

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