Amelia: El infierno de las be...

By MicaelaAreso

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El muchacho cayó de rodillas al suelo dispuesto a ser devorado, miró por última vez a su amada, aquella que h... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Aviso :(

Capítulo 1

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By MicaelaAreso

Estaba por cumplir mi décimo octavo aniversario, me encontraba frente a un pastel enorme de color verde y una multitud de familiares a mi alrededor entonando la horrible y pegadiza cancioncilla del "cumpleaños feliz"

-...Pide un deseo...- oí la voz de mi abuelo. A su lado estaba mi madre, esperaba verla con una radiante sonrisa como en mis aniversarios pasados, pero no... Podía sentir la tristeza que traía encima, comencé a preocuparme. No sabía que le ocurría...

"Que sea lo que esté destinado a ser" dije mentalmente recordando la historia que me había contado mi abuelo años atrás, antes de soplar las velas. Para mi sorpresa las dieciocho se apagaron junto a la luz de toda la casa. Todos comenzamos a murmurar entre nosotros. "Tan solo ha sido un apagón" decían algunos a mi izquierda, mientras yo permanecía quieta frente al pastel, que por cierto ahora ya no veía. Le temía a la oscuridad, creía que al llegar a los dieciocho pasaría pero el temor seguía allí, retorciéndome el estómago.

Los faroles de la casa volvieron a encenderse después de unos minutos, todos comenzaban a encimarse formando un circulo, estaba asustada y no lograba comprender que estaba sucediendo. Abrí paso entre mis familiares y llegué al fondo del circulo... Mi corazón paró repentinamente, intenté inhalar pero el aire se negaba a llegar a mis pulmones. 

Mi madre de rodillas lloraba con desesperación junto a mi abuelo que se encontraba tendido en el suelo. Antes de que pudiera asimilar lo que estaba frente a mí, alguien me tomó del brazo y me llevó fuera de la casa. Mi tía Catrina con los ojos llenos de lágrimas me abrazó sin siquiera darme explicaciones. 


Nueve semanas después

El corazón de mi abuelo se había detenido, se había apagado en el momento que lo hicieron aquellas velas. Repasaba cada día aquellos minutos en mi cabeza, queriendo comprender el porqué de aquella terrible noche. Pero nada lograba explicarlo, ni el doctor, ni mi madre, nadie podía explicarme por qué me lo habían arrebatado de aquella manera.

La sonrisa de mi madre había vuelto, se había acostumbrado a la idea de que ahora solamente seríamos tres, con mi pequeña hermana Aida y yo.

-Amelia iré al pueblo ¿necesitas que traiga algo para ti?- preguntó mi madre mientras abría la puerta de mi habitación. Negué con la cabeza- No, estoy bien- le dije esbozando una sonrisa.

Aida entró corriendo y se tumbó sobre mi cama, llevaba puesto el vestido rosa que le había obsequiado nuestro abuelo años atrás.-Bien, Aida necesita un baño y no olvides revisar el buzón- dijo mi madre para luego marcharse.

-Amelia...- habló mi hermana casi susurrando- Tengo que decirte un cuento...- yo reí al oírla. Era muy inteligente para ser una niña de cuatro años.

-¿Contarme un cuento querrás decir?- pregunté mientras dejaba a un lado mis libros. Aida asintió sin decir nada. -Bien ¿que me dices si me lo cuentas mientras tomas tu baño...?- dije mientras me dirigía al baño para preparar la bañera con agua caliente.

-¡Aida!- la llamé desde el baño, pero no la oía venir. Fui a la habitación y luego a la cocina. Comencé a preocuparme, no estaba por toda la casa. -¡Aida! no juegues conmigo ¡le diré a mamá!

Oí su risita nuevamente en la habitación, corrí hasta ella y la vi al lado de mi cama. -¿Qué haces?- pregunté extrañada, habían pasado tan solo unos segundos desde que había revisado la habitación y no se encontraba allí.

-No te enfades, necesita hablar conmigo- contestó sin alejarse de la cama.

-¿Quién necesita hablar contigo?

-Alfred, ven tienes que conocerlo- me tomó de la mano y me llevó hasta mi cama. Comenzaba a asustarme ¿quien era Alfred? No sabía a que se refería y por lo que lograba entender alguien llamado Alfred se encontraba debajo de mi cama y eso no me tranquilizaba para nada.

Aida quedó viendo mi cama por varios segundos, mientras que yo permanecía quieta sin decir una palabra. -No funciona si crees que no existe- dijo por fin.

-Vamos, la bañera está lista- dije llevándola fuera de la habitación. Cerré la puerta y me dije a mi misma que revisaría mi cuarto en cuanto haya llegado mi madre, hasta entonces no volvería a entrar.

No era una decisión muy madura de mi parte, pero Aida jamás en sus cuatro años de vida había dicho una mentira.

-¿Y como es Alfred?- le pregunté a mi hermana mientras la ayudaba a enjabonarse.

-Tiene el cabello muy largo y los pies muy grandes, dijo que ha conocido sirenas pero le han roto el corazón- me explicó mientras retorcía al patito de hule con sus manitas. Entonces comprendí que Alfred no era más que producto de su imaginación. Solía oír historias fantasiosas que le contaba nuestro abuelo, avivando su imaginación- El abuelo también conoció a las sirenas- continuó- pero dijo que son malas.

-Oh, seguro! Muy malas, es por eso que no debes acercarte a ellas...- dije conteniendo mis lágrimas, oírla hablar de él me dolía. Sentía su ausencia en la casa y era terrible.

-¿Por qué lloras?- preguntó con una expresión inocente en el rostro- el abuelo no quiere verte llorar.

-No es nada pequeña- le dije enjugando mis lágrimas- Aún no me has contado la historia ¿que esperas?- la animé.

-Trata sobre ti, no es una historia, el abuelo quería que lo supieras- dijo salpicando agua fuera de la bañera. La miré con una expresión de asombro, las largas conversas que Aida solía mantener con él comenzaban a intrigarme. -¿Ah, si? dímelo- contesté con cierta preocupación.

-Que solo tu puedes leerlo, pero que no debes hacerlo- me explicó

-¿Leer qué?- pregunté más extrañada aún, Aida se encogió de hombros insinuando que no lo sabía.-¿Por qué no puedo abrirlo?- entonces caí en la cuenta de que se refería al libro, aquel libro que solía leerme cuando era pequeña, aún lo conservaba.

-Debes ocultarlo- dijo con los ojitos muy abiertos, y murmurando- o volverá...

Nunca me habían asustado las palabras de Aida, pero ahora comenzaban a hacerlo. Ya no quería hablar más de ello, la saqué de la bañera y fuimos a la habitación de nuestra madre. Luego prepararía la cena y me olvidaría de todo lo que acababa de oír.

****

Habían pasado dos horas y mi madre llegó a la casa con provisiones, yo por mi parte había logrado que Aida quedara dormida, después de haber depositado en mi la intriga sobre aquel libro.

La cena del día constaba de pan, mermelada y leche, no era mucho pero nos bastaba. Habíamos dejado a Aida dormida, así podía charlar con mi madre a solas. No es que no confiara en mi propia hermana, pero con lo que me había dicho hace unas horas atrás me ponía la piel de gallina.

-Me ha dicho que alguien llamado Alfred está debajo de mi cama- dije yo bajando la voz para no despertar a mi hermana. Mi madre rió entre dientes mientras me lanzaba una mirada incrédula.

-¿Con dieciocho años aún crees que monstruos viven debajo de tu cama?- me preguntó con un tono de burla. Tal vez yo estaba exagerando y simplemente era algún amigo imaginario de Aida, teniendo en cuenta que a esa edad es normal, pero eso no me tranquilizaba. Deseé preguntarle sobre el libro, pero sentía que no debía hacerlo, algo dentro de mí me lo impedía.

No volví a hablar sobre el ello con mi madre, entré a mi habitación un poco temerosa pero me convencí de que era producto de la imaginación de Aida, de que no había nadie debajo de mi cama. Por un momento me sentí una completa idiota al recordar las palabras de mi madre, por que en realidad tenía razón... Con dieciocho años no podía creer en ese tipo de estupideces.

****

-...No llores mi pequeña, tan solo es un sueño...- dijo mi abuelo mientras me abrazaba, pero algo no marchaba bien... "tan solo es un sueño" esas no eran sus palabras, entonces reaccioné, estaba soñando, me encontraba en mi vieja habitación, la cual habían reformado con los años.

-Debes cuidarlo, pero jamás abrirlo- me advirtió antes de salir de la habitación. Pero mi curiosidad era demasiado grande, no podía contra ella. Me acerqué al libro y lo abrí, sus hojas estaban desgastadas y la humedad había hecho con que su color cambiara de marrón a verde. Recordé entonces la última página, el muchacho de rodillas ya no formaba parte del paisaje, había desaparecido y las letras debajo de él habían cambiado.

"...Estoy aquí..." leí mentalmente, pero las palabras siguieron resonando dentro de mi cabeza convirtiéndose en un susurro detrás de mi oído, volteé pero no logré ver a nadie.

"...Estoy aquí... estoy aquí... estoy aquí..." su voz me aturdía, cubrí mi cabeza pero seguía allí, mi abuelo ya no estaba -Abuelo... abuelo...- estaba sola, se había ido... para siempre.

-¡Abuelo!- un grito salió por mi garganta haciendo que volviera a mi habitación, mi madre entró por la puerta con una expresión preocupada.-¿Amelia? ¿Estás bien?- me preguntó apoyándose sobre mi cama- has tenido una pesadilla- siguió hablando mientras me examinaba con la mirada.

-No te preocupes- dije para tranquilizarla- estoy bien, vuelve a la cama- esbocé una sonrisa, no quería que se preocupara, habíamos tenido demasiados problemas las últimas semanas y no quería agregar uno más a la lista.

Me besó en la frente y volvió a su habitación, una vez sola mis ansias por abrir aquel libro que ni siquiera estaba segura de donde se encontraba, aumentaron. Intenté cerrar mis ojos y volver a dormir, pero después de unos minutos ya me encontraba rebuscando entre antiguas cajas dentro de mi armario, luego debajo de mi cama. Solté una risita al imaginar que Alfred podía estar allí custodiando el libro. -Bien Alfred, necesito el libro- dije riendo de mis propias palabras. No podía creer que estuviese hablando con el amigo imaginario de mi hermana.

Di un brinco al oír que algo golpeó contra el suelo, me puse de pie rápidamente y noté que varias de mis revistas estaban sobre el. Al recogerlas lo encontré, no recordaba haberlo dejado junto a mis revistas, de todas formas allí estaba, tenía el libro en mis manos.

No podía abrirlo, me advirtió mi abuelo. Pero si tenía intenciones de obedecerlo no habría buscado el libro. Las mismas hojas desgastadas, verdes y con aroma a libro viejo, seguían allí. Era tan solo un libro ¿qué esperaba? Quizá me había fabricado la idea de que algo emocionante pasaría, pero nada de eso ocurrió.

****

-Aguarda un segundo...- Brigitte con una expresión de asombro intentaba comprender lo ocurrido el día anterior-¿Dices que tu abuelo te ha dejado un libro en blanco y que según él no puedes abrir?- preguntó, mientras Mateo que estaba a su lado me hacía señas insinuando que estaba pirada y reía.

-Si, de todas formas no ocurrió nada cuando lo abrí- confesé frustrada.

Nos habíamos alejado del pueblo e íbamos en dirección a casa, nuevamente tendríamos que cruzar el bosque. Para nuestra buena suerte, con los años las pocas personas que vivían al otro lado de éste habían creado una especie de camino, el cual nos servía de mucha ayuda para no extraviarnos.

-Chicas...- habló Mateo con una mirada maliciosa sobre nosotras- que me dicen si visitamos... el lago...- dijo y soltó una fuerte carcajada macabra. Intentaba asustarnos, habían demasiadas historias sobre mujeres que desaparecían allí sin motivos aparentes.

-Mira, he vivido aquí dieciocho años y en esos dieciocho años no he visto a ninguna persona acercarse al lago- le informé para que no se dejara llevar por historias estúpidas- lo que dicen son puras mentiras.

-Bien ya que tú no le temes ¿por qué no te adelantas y nos enseñas el camino?- me desafió. Habían pasado años desde la última vez que me acerque al lago, y no estaba segura de si realmente quería ir o no. Miré a mi izquierda, en dirección al lago y luego a Brigitte como si quisiera pedirle una mano, pero ella decidió unirse a Mateo. -¡Vamos Amelia! ¿Tienes miedo de que Alfred esté allí esperándote?- bromeó, no tenía otra opción, no permitiría que se burlaran así de mí. Los llevaría hasta el lago pero no me haría cargo de las consecuencias.

-Bien, como tú digas y para aclarar... Alfred vive debajo de mi cama, no en el lago- bromeé, pero al decirlo una tenebrosa imagen cruzó por mi mente causándome escalofríos. Dejaría esos comentarios para otro momento, porque a la única que lograba asustar era a mi misma.

El camino al lago se hizo más largo de lo que esperábamos, aún no habíamos llegado y estábamos exhaustos. -¿Segura que es por aquí?- preguntó Mateo con una expresión preocupada.

-¿Nos hemos perdido?- Brigitte también comenzó a preocuparse, echaba un vistazo a sus espaldas a cada paso que daba, como si quisiera asegurarse de que nadie nos estuviese siguiendo, y eso era normal ya que aquel bosque intimidaba.

-¿Qué hora tienes?- le pregunté a Mateo sin contestar a sus preguntas, no nos habíamos perdido, íbamos en la dirección correcta, estaba absolutamente segura.

-Siete y media, estoy fuera de área- dijo alzando su teléfono y moviéndolo de un lugar a otro.

-Si nos extraviamos será tu culpa- solté molesta, no quería ir allí, aquel lugar si me intimidaba. Además era tarde y el cielo estaba cubierto de enormes nubes que no tardarían demasiado en bañarnos por completo.

-Estoy de acuerdo con Amelia, si nos sucede algo diremos que tu nos has secuestrado- habló Brigitte intercambiando una sonrisa conmigo.

-¿Crees que si estuviera pensando en secuestrar a alguien, lo haría con ustedes?- se burló riendo y Brigitte le dio un golpe el pecho, ambos comenzaron a arrojarse las piñas de pino que estaban por todo el suelo. Yo preferí seguir mi camino tranquilamente, pensaba regresar sana a casa.

Pequeñas gotas de lluvia mojaron mi camisa, luego esas pequeñas gotas comenzaron a caer con más fuerza. El cielo se oscureció por completo y llovía en gran cantidad. -¡Ohooo!- gritó Mateo mientras corría de Brigitte- El fortachón Mateo Donat se enfrenta a una disputa cuerpo a cuerpo contra la débil e indefensa Brigitte Fontaine, mientras que los espectadores atemorizados por el diluvio como Amelia Nighelli intentan salir disparados- comenzó a decir Mateo, pero luego de unos segundos un grito muy cercano a nosotros nos dejó paralizados.

Brigitte comenzó a retroceder con el rostro más blanco que un papel -Ha sido una mujer- dijo murmurando. Mateo se acercó a nosotras y recogió una rama del suelo para utilizarlo como arma.

-Salgamos de aquí- nos dijo dándonos golpecitos en el hombro para que camináramos -Rápido, caminen. No se detengan- nos ordenó.

Nuestra ropa estaba completamente empapada y ya no lograba ver nada más que no fuesen pinos y más pinos. Ni siquiera sabíamos hacía que dirección estaba el camino principal que nos llevaría a casa, mirásemos donde mirásemos el paisaje no cambiaba.

Oímos nuevamente el grito de aquella mujer, esta vez más cerca. Me cubrí la boca con ambas manos y miré a Brigitte, sus ojos llorosos demostraban el temor que sentía. -Corran- dijo Mateo mientras nos empujaba para que reaccionáramos -¡Corran!- repitió y nos echamos a correr. Vi a Brigitte correr entre los árboles pero desapareció entre ellos, volteé en busca de Mateo. No lograba verlos, paré en seco al oír el tercer grito. Estaba sola, los había perdido de vista y no quería gritar sus nombres. Sea quien fuese la que estaba allí me oiría y lo que es aún peor, lo que estaba causando aquellos gritos lo haría.

Me recosté contra uno de los pinos y allí me quedé durante unos cuantos minutos. La tormenta no aminoraba, pero al menos los gritos ya no se oían. Volví a ponerme en marcha, esta vez un poco más calma. Simplemente comencé a caminar sin saber a donde me dirigía, tenía dos posibilidades o llegaría a casa o llegaría al lago.

El bosque se abrió dejando a la vista el temido lago. Una vez allí, llegué a la conclusión de que debía volver hacía la dirección contraria. Estaba a punto de retroceder cuando avisté a un muchacho al otro lado del lago, la distancia que existía entre ambos no era demasiada, lo suficiente como para percibir que me observaba. No llevaba nada encima, un cuerpo atlético... no, esa no era la palabra correcta. Era de una belleza inefable, su cabello tan negro como la noche. Permanecía allí quieto mirándome fijamente con el rostro más serio que jamás haya visto, mientras que yo lo imitaba. Comencé a sentirme débil y noté que no podía quitarle la mirada de encima, ¿Por qué estaba allí? ¿Qué hacía yo allí? mis manos casi por cuenta propia se alzaron en dirección a él como si quisiera alcanzarlo, quise besarlo pero estaba muy lejos... no podía hacerlo. Entonces fue cuando comenzó a caminar el momento en el que reaccioné.

Miré a mi alrededor, recordando los gritos de aquella mujer. Tenía que salir de allí, me había quedado prácticamente hipnotizada viéndolo y no percibí el peligro que podía estar corriendo. Él se sumergió en el agua, ya no lo veía.

Volteé sintiendo la pesadez de mi ropa empapada. Un grito escapó por mi boca, estaba frente a mí con el cuerpo rígido sin intenciones de moverse, sus ojos de un color marrón casi rojos hacían que mis ansias de besarlo regresaran. Intente comprender como había llegado a mí tan velozmente, intenté recordar en que momento salió del lago. Pero la atracción que sentía hacia él, impedía que me concentrara. Coloqué mis manos detrás de su cuello y posé mis labios sobre los suyos. Su aroma... jamás había sentido algo similar. No correspondió al beso, me alejé... pero no demasiado, algo me impedía, él me fascinaba. Giró la cabeza hacia un lado examinándome con la mirada, giró a mi alrededor y volvió a posarse frente a mí, esta vez con una ligera sonrisa en el rostro.

Tomó mi mano y la llevó junto a su rostro -Estás helada...- me dijo con la voz grave, una voz única. Acaricié su mejilla, el deseo de querer tocarlo me dominaba, iba a colocar mi mano sobre su pecho pero retrocedí. Volví a la realidad, reaccioné.Comencé a alejarme de él, no podía permanecer a su lado, no sabía con quien estaba tratando. Podía ser el culpable de los gritos de aquella mujer.

-¿Por qué te alejas?- me preguntó mientras caminaba detrás de mí.

-¡Aléjate!- grité y sentí como mi cuerpo se volvía aún más pesado, mis piernas temblaban entorpeciendo mis pasos. -¡Vete! ¿Qué quieres?- mi voz se quebró en un llanto, sentía cansancio y temor a la vez.

-No te haré daño- dijo con una sonrisa maliciosa, haciéndome dudar de sus palabras. Si realmente no me haría daño ¿porque me seguía? Es más ¿Qué hacía desnudo en medio de la nada?

-Aléjate...- mi voz comenzaba a debilitarse, ya no podía seguir. Caí al suelo y apenas logré voltear.

Él se acuclilló frente a mí y colocó una mano sobre mis jeans -Tu ropa está empapada ¿porqué no te la quitas?- me pregunto examinándome con un cierto aire de preocupación.

-¿Qué haces?- pregunté inhalando profundamente- ¿Por qué no logro mantenerme en pie?

Algo malo sucedía conmigo, mi mente intentó concentrarse en buscar distintas opciones que justificaran el terrible cansancio que sentía. Luego de unos segundos, la palabra "Drogas" fue lo primero y lo único que cruzó por mi mente, lo había besado... seguramente me había drogado. ¿En que momento de locura se me había ocurrido besarlo?

Las gotas de lluvia que caían sobre mi rostro, ahora eran tibias...

No... no eran gotas, eran lágrimas. Lloraba porque sabía lo que me esperaba, sería una más en la lista de mujeres desaparecidas. Luchar no me serviría de nada, no podía moverme. De todas formas si pudiese hacerlo, su cuerpo era el doble de grande que el mío.

Algo llamó su atención y comenzó alarmarse, sea lo que estuviese viendo lo intimidaba. Yo no lograba distinguir absolutamente nada, pero si aquello lograba hacer con que se marchara, estaría sumamente agradecida.

Podía sentir movilidad nuevamente en mis extremidades, y de a poco recobré mi fuerza. Sigilosamente tomé un palo que estaba tras mi espalda con la intención de golpearlo, pero antes de que pudiera hacerlo su imagen se tornó borrosa y comenzó a correr a gran velocidad en dirección al lago. Desapareció sin siquiera dejar las huellas de sus pies descalzos sobre la tierra.

Tiempo de reflexionar sobre lo que acababa de ver no tenía, lo único que tenía que hacer era correr.





















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