Un mar revuelto (En Correcció...

By Lily_Greenstorm

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El amor pirata no conoce el miedo, aborda, conquista, arrebata y roba. Lady Christine Maxwell sale de Londres... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo

Capítulo 7

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By Lily_Greenstorm

Samuel no lo podía creer, no era uno, eran dos barcos los que se dirigían hacia ellos a una velocidad infernal. La niebla les hacía confundir las distancias, pero estaban cerca. La bandera inglesa ondeaba en el mástil. Venían a por ella, él lo sabía. Ya no podían huir, lo único que les quedaba era presentar batalla.

- ¡Preparad los cañones! - gritó.

Si alguien no se había dado cuenta del peligro, en esos momentos fueron conscientes. Los piratas corrían por la cubierta cumpliendo las órdenes, preparando las armas, sacando los baúles de pólvora de la bodega y limpiando las armas. Rezaba para que estuvieran secas y limpias, húmedas no les servían de nada y un fallo en el fragor de la lucha podía significar la muerte de alguno de ellos.

- Capitán, vienen más detrás - le advirtió Miguel.

Samuel le arrancó el catalejo de las manos, detrás de los que encabezaban la marcha se distinguía la silueta de más. Por Dios, habían traído la armada al completo. Samuel maldijo entre dientes. No era la primera vez que se enfrentaban a tantos enemigos, pero estando en desventaja, los daños eran grandes. Incluso estuvieron a punto de hundirlos, pero las velas y la fuerza del viento les habían ayudado a escapar.

- Que ondea la bandera pirata, señores - le gritó el capitán a su tripulación - vamos a enseñarles que no les tenemos miedo. Serán más, pero nosotros tenemos algo que ellos no tienen... sangre fría.

Los piratas alzaron su voz en un grito de guerra respondiendo a las palabras de su capitán. Eran como en la antigua Roma cuando los generales arengaban a sus tropas para darles fuerzas y ánimo en la batalla que iban a emprender.

A Samuel le faltaba algo por hacer antes de enfrentarse a sus enemigos y tal vez a su muerte. Bajó las escaleras para reunirse con la dama que estaba causando este altercado. Samuel se sentía como Paris cuando secuestró a Helena provocando la guerra de Troya, pero si Helena se parecía un poco a su Christine, ahora entendía al desdichado.

Entró en la habitación y se sorprendió de que siguiera desnuda, solo le cubría una fina sábana que dejaba clarear sus senos y el oscuro triángulo que tenía entre las piernas. Samuel no pudo frenar la erección que creció en sus pantalones con solo la visión de su cuerpo. La deseaba de una forma visceral, era una hechicera que provocaba estragos en su mente. Estaba hecha para el pecado y él ya tenía ganada la entrada al infierno. Los barcos que le perseguían le traían sin cuidado, si iba a morir lo haría de la mejor forma posible. Samuel se sacó la ropa a una velocidad de vértigo y se acercó hasta ella que se sonrojó ante la visión de su desnudez. Christine miraba el cuerpo del capitán y sentía un quemazón que se instalaba en su centro. Era perfecto, estaba moldeado por los dioses y que ese hombre la deseara insuflaba su ego, aunque no pudo evitar pensar que lo hacía con cualquiera que tuviera dos pechos, pero ahora estaba con ella, así que dándose ánimos se levantó hasta la altura en la que se encontraba el capitán y dejó resbalar la sábana por su cuerpo, deslizándose hasta caer en una maraña en el suelo. Estaban los dos desnudos, admirando la belleza de sus cuerpos. Se quedaron mirándose a los ojos, en silencio. En sus ojos había algo más que deseo, pero ninguno de los dos se atrevía a descubrir que ocultaban esos sentimientos.

Se atraían como dos imanes y pronto estaban fundiéndose en uno solo. Samuel devoró la boca de Christine como un sediento que ha pasado su vida en un desierto. La empujó con demasiada brusquedad en el colchón, pero a Christine no le importó, estaban encendidos al mismo nivel. Samuel besó cada parte de su cuerpo antes de entrar en ella con un gruñido de satisfacción. Los movimientos eran duros y rápidos, temía causarle daño, pero ella respondía a todos sus embistes con mayor intensidad. Hicieron el amor ajenos a los peligros que les acechaban en el exterior, eran como si estuvieran en su mundo, dentro de una cúpula. No eran un pirata y una mujer a punto de ser desposada, eran dos personas amándose de la forma más antigua que pueda existir. Llegaron juntos a un orgasmo liberador.

Se quedaron unidos mientras recuperaban la respiración. Samuel no podía creer como le afectaba aquella mujer. Había venido a advertirla y en su contra había acabado haciéndole el amor. Sus hombres podían estar arriesgando sus vidas en ese momento y él allí, dejándolos solos. Se sentía un mal capitán, ningún hombre que se precie dejaría su tripulación en la estacada por unas faldas. Esa mujer le quitaba la capacidad de pensar. Se levantó enfadado consigo mismo y se vistió apresuradamente. Su mirada se había convertido en la de un auténtico pirata con sed de sangre. Nadie iba a hundir ese barco.

- No salgas de aquí, estarás a salvo - le dijo de forma amenazadora mientras salía del camarote.

En la cubierta nadie se había percatado de su ausencia, la tripulación seguía cumpliendo sus funciones y eso le hizo sentirse peor. Robert fue el único que sabía que le rondaba por la cabeza al capitán, podía analizarlo con solo una mirada. Él no se daba cuenta pero era muy transparente, estaba avergonzado consigo mismo.

- Capitán Every - le llamó - nadie se ha dado cuenta de donde has estado - Robert le palmeó la espalda - si tuviéramos la oportunidad, todos hubiéramos hecho lo mismo. Te perdonamos. - Samuel no pudo evitar reírse. Ese hombre siempre sabía que decir para animarlo.

- Gracias, Robert - quiso abrazarse, no obstante se contuvo.

- No me des las gracias solo sácanos de esta - le dijo mientras le entregaba su sombrero de tres puntas.

Samuel se lo puso y dirigió una mirada a sus hombres que esperaban nuevas órdenes. Por ellos, por Christine y por él mismo iba a luchar hasta la muerte.

- Démosle lo que vienen a buscar, una batalla en toda regla.

***

Christine también estaba enfadada consigo misma, no podía creer lo débil que era cuando estaba cerca de él, perdía la cordura y podía hacer con ella lo que quisiera. Era un hecho, pero le costaba aceptarlo, ella nunca había sido una mujer dependiente, le gustaba ser libre, no rendir cuentas a nadie, ni a su padre que le había dado más de un tirón de orejas por ello, y ahora, se sentía dependiente de él y lo peor es que le gustaba.

Los ruidos en cubierta eran cada vez más fuertes, gritos, órdenes, baúles rodando por la madera del suelo, cañones siendo arrastrados, algo se estaba preparando. Christine se asomó por el pequeño ojo de buey que había en el camarote del capitán. Una flota se acercaba hacia ellos. Eran barcos que le resultaban familiares, los había visto muchas veces en el puerto. Eran galeones enormes, había sentido curiosidad por ellos desde muy pequeña, las velas parecían que tocaban el cielo reclamando al viento que fuera benevolente en el viaje y permitiera a los tripulantes volver a casa sanos y salvos, la madera a su vez parecía que abrazara el mar, perdiéndose en él, en una relación de amantes que no pueden separar los brazos del otro, pero lo que más le llamaba la atención eran los hombres que subían a los mástiles, preparándose para marchar. Desde abajo se veían como gigantes que luchaban contra la naturaleza, volando con las cuerdas entre los mástiles. Christine quería volar con ellos, sentir el aire en su cara y ver la grandiosidad de Londres desde las alturas. No hacía falta que viera la bandera blanca con la cruz de San Jorge roja que ondeaba en lo alto para saber que eran ingleses. Debería sentirse aliviada, venían a por ella, a rescatarla, podría volver a ver a su padre y a Anna, pero sentía una fuerte opresión en el pecho y es que la idea de separarse de Samuel le dolía y más le atemorizaba que pudieran matarlo.

- ¡No! - gritó en voz alta.

Ese pensamiento era espeluznante, se llevó las manos a la cabeza intentando reprimir las horribles imágenes que pasaban por ella. La pena por piratería era la horca. Christine llevó sus manos a su cuello esta vez. No, no, no, no, no... se repetía mentalmente, ver una soga en el cuello de Samuel y como el aire se escapaba de sus pulmones hasta que se cerraran aquellos ojos azules color mar provocó un quemazón en sus ojos. Las lágrimas se derramaron por su cara sin poder remediarlo dejando en la madera una sutil marca.

- Ya basta, Christine - se reprendió a si misma.

Eso no ha pasado y no iba a suceder si ella podía evitarlo. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo ya. Se quitó las lágrimas con el dorso de la mano y recuperó la calma. La necesitaría para urdir un plan y llevarlo a cabo.

La puerta estaba abierta, con las prisas el capitán no la había cerrado o era que confiaba mucho en que cumpliera sus órdenes. Aún no la conocía. En la cubierta, la niebla se hacía más densa y complicaría su misión, pero tenía que actuar antes de que los barcos estuvieran demasiado cerca aunque eso ya no era posible, los tenían encima.

Los piratas pasaban a su alrededor sin ser conscientes de su presencia, estaban concentrados en sus tareas, los rostros le eran familiares, pero el que realmente le importaba no lo encontraba. Sumergido entre la niebla, estaba el capitán. Se acercó hasta él sin llamar su atención y se quedó mirándolo. En su cara había rastros de preocupación, sus cejas rubias estaban juntas, concentrado como estaba y en sus labios había una mueca que la alarmó. Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, preparado para la batalla. En sus ojos había determinación por sacar a sus hombres con vida de esta situación y Christine se hinchó de orgullo por ese hombre. Le gustaba todo de él, hasta cuando se enfadaba, pero lo que más le gustaba era su sonrisa, con ella podía parar los latidos de su corazón y moriría feliz.

- Oh, Dios mío - pensó Christine - me he enamorado de él. No podía creerlo, se había enamorado de un pirata.

***

Los galeones ingleses se acercaban a una velocidad de vértigo, la niebla les daba ventaja y pronto los tendrían encima. La espera lo mataba, no era un hombre paciente, ese era uno de sus muchos defectos. Robert se acercó a él y se situó a su lado. Sin palabras, le reconfortó.

- Capitán... - empezó con la voz rota. Su contramaestre no era el único que se había dado cuenta que posiblemente esa sería su última incursión juntos - si no salimos de esta, déjeme decirle que ha sido un placer estar a su mando.

- Robert, vamos a salir de esta - dijo mirando a los barcos que ahora eran su amenaza inminente - no cabe otra posibilidad.

Si de verdad venían a por ella, y él realmente lo creía, tenía que ser así. No iba a permitir que nadie tocara lo que era suyo y ella le pertenecía desde el momento en el que le robó la virtud, o tal vez antes ya se había ganado su corazón. Así tuviera que luchar contra el mismísimo diablo.

- Capitán Every - le llamó Víctor, el oficial - esperamos órdenes.

- El mejor ataque siempre es una buena defensa.

- ¿Qué quiere decir, capitán?

- Jugaremos al despiste.

En los labios de Samuel se dibujó una sonrisa maliciosa, iban a caer en las famosas trampas del capitán Every, gracias a ellas, su fama se extendía alrededor de los siete mares. Se sentía como un ratón que iba a atrapar a un gato.

La niebla iba amainando mientras los barcos se acercaban, ahora podían ver con precisión cuantos eran. Seis en total, los que estaban en la retaguardia eran inofensivos, no tenían cañones ni armas ofensivas, eran barcos de rescate, tenían más función de prestar apoyo a los verdaderos barcos ofensivos, los galeones que iban los primeros, abriendo camino al resto. Los galeones eran barcos preparados para el combate. Si Don Quijote había confundido molinos de viento con gigantes era porque no había visto esos barcos, eran imponentes, enormes, aunque el suyo no se quedaba a la zaga.

Su fragata era unos de los navíos de mayor tamaño que surcaban las aguas del atlántico, con sus tres mástiles, el trinquete, el mayor y la mesana, que sostenían unas velas que llegaban a los diez metros de altura y con dos castillos, el de proa y el de popa. Podía llevar una tripulación de más de doscientos hombres que se había reducido en el último puerto. Ahora serían unos 175, sin contar con la bella dama con lo que sumaban un total de 176. Además, los 30 cañones que poseía le conferían un fuerte signo de amenaza para el resto de barcos, pero lo que más le identificaba era su peculiar casco, de un tono rojizo, por el que se había ganado el sobrenombre de el diablo rojo. Samuel miró las alas de su navío, dejó el timón y fue a besar el mástil, una acción que se había convertido en costumbre antes de todas las batallas. Le daba suerte, o eso creía él, hombre supersticioso como era.

- Danos suerte, pequeño - le dijo al barco.

Los navíos ingleses llegaron hasta su posición, desde la cubierta de su barco no se veía ningún pirata, parecía un barco fantasma. No había movimiento ni siquiera un ruido que les demostrara que allí había alguien. La única que se mantenía firme era la bandera pirata, osada, en el mástil en todo su esplendor. ¿Era posible que hubiesen abandonado el barco? Era la pregunta que se repetía en la cabeza de los ingleses. Todos los tripulantes estaban desconcertados, el capitán inglés decidió mandar a unos cuantos hombres para que inspeccionaran la fragata, sin saber que estaban cayendo en la trampa del capitán Every. Diez marineros pasaron a la cubierta con la ayuda de unas tablas. A ambos lados del barco se apostillaron, eran hombres jóvenes, recién alistados en el ejército real.

- Ahora - gritó Samuel.

Los cañones empezaron a disparar como sacados del mismísimo infierno. Algunas velas cayeron a los pies del mar que las recibía como una madre a un hijo descarriado. El timonel fue destrozado evitando así que pudiesen maniobrar. Los marineros ingleses no tuvieran capacidad de reaccionar antes de que se hundiera el primer barco. La metralla voló por el segundo y los valientes que fueron a investigar descansaban en la cubierta bajo un chorro de sangre. En ese momento empezó una batalla épica, de estas que les cuentas a tus nietos si sobrevives a ella. Los marineros y los piratas volaban por las jarcias en una lucha aérea, los cañones disparaban sin ton ni son, provocando grandes averías en los dos bandos. La metralla dejó paso a la lucha cuerpo a cuerpo. Machetes, dagas, espadas y cualquier artilugio punzante era buena arma para enfrentarse al enemigo. Samuel luchaba contra los marineros mientras dirigía el barco y daba órdenes. Con el hundimiento del primer barco vio un rayo de esperanza. Podían ganar, pero los barcos ingleses tenían otras ideas en mente. Cinco barcos los rodearon con los cañones apuntando. Si disparaban sería su fin.

- La muchacha - le dijo un marinero que parecía el capitán de unos de los barcos.

Alto y enjuto, de pelo canoso y con el uniforme rojo al servicio de su país, era un hombre que en su mirada había coraje y años de experiencia por lo que se ganó el respeto de Samuel, aunque eso no importaba mucho porque si tenía que matarlo no le temblaría el pulso. Era su vida contra la de Samuel.

- Discúlpeme, señor - le dijo Samuel con sorna - está en mi cubierta y no creo que esté en la posición de reclamarme nada y menos algo que es mío.

El viejo lobo de mar se rió de él.

- ¿De verdad crees que puedes salir vivo de esta? Los cuellos de los piratas son muy cotizados en tierra inglesa y más cuando atacan a sus flotas.

- Espectáculo dantesco es lo único que ofrecen los remilgados a los que llamáis caballeros. Hombres finos, petimetres sin sangre en las venas que se cagan en sus pantalones con la solo mención de la palabra pirata.

El hombre se puso rojo de la ira y sacó su espada, con un impulso sobrehumano desplazó a Samuel del timón haciendo que el barco virara a estribor. Marineros y piratas se balancearon por todo el barco, de babor a estribor, de proa a popa, algunos cayeron al agua, los que tuvieron suerte se cogieron a lo primero que pillaron. Cuando el barco recobró el equilibrio, el inglés y el español seguían con su duelo interno. El ruido de las espadas al chocar era ensordecedor, era como un baile coreografiado, con cada movimiento el otro respondía del mismo modo, sincronizados. Los marineros se quedaron absortos mirando como se desarrollaba la batalla entre sus capitanes. Los más osados los animaban, atento al duelo de palabras que también tenía lugar.

- Entrégame a la muchacha - le dijo el inglés atacando.

- Antes muerto - le contestó Samuel cara a cara cuando sus espadas se encontraron formando una cruz sobre sus cabezas.

- Pronto lo estarás

- Yo no estoy tan seguro.

Y es que, aunque el capitán inglés fuera muy diestro con la espada, Samuel se adelantaba a sus estocadas, intuía cada movimiento que daba y el duelo se había convertido en un juego para él.

***

Christine observaba toda la batalla desde la oscuridad, desde los primeros pasos hasta el duelo que se realizaba en cubierta. Estaba paralizada mirando los cuerpos de los marineros ingleses que habían ido a explorar. Deberían tener su edad, eran muy jóvenes, hombres en la flor de la vida que había muerto sirviendo a su país o siguiendo los designios de sus progenitores. Odio la guerra pensó Christine, lo único que hace es llevarse la vida de gente inocente, gente inocente que había venido a salvarla. Se sentía culpable de todas las muertes que se estaban dando.

Una lágrima solitaria se derramó por su cara cayendo en el rostro de uno de los muchachos, borrando los restos de suciedad y sangre y purificando la vida a su paso. Cuando se recompuso y enfocó la atención en lo que ocurría en cubierta el alma se le escapó del cuerpo. En el centro, se estaba desarrollando una pelea entre un capitán inglés dedujo por el uniforme y las condecoraciones y Samuel y por lo que parecía tenía todas las de perder. Estaban rodeados por varios hombres que les alentaban, Christine pudo ver como el otro hombre iba ganando terreno y lo iba acorralando. Tenía que hacer algo y rápido. Su única forma de salvarlo sería entregándose ella misma, así podía suplicar para que retiraran los barcos y Samuel podía seguir con vida. Rezaba para que aguantara más de un asalto.

No se lo pensó ni dos veces cuando se lanzó al mar, el agua salada se instaló en sus pulmones y por un momento pensó que se ahogaba, pero después sacó fuerzas de flaqueza y braceó hasta salir a la superficie con una gran bocanada de aire fresco. Los ojos le escocían por la sal y las ropas mojadas la lanzaban hacia abajo. Si no la rescataban ya, pronto sería arrastrada al fondo.

- ¡Ayuda! - gritó una y otra vez.

Los tripulantes del barco inglés que estaba más cerca y que estaba en la retaguardia esperando órdenes escucharon sus súplicas y le lanzaron una cuerda. Christine se aferró con todas sus fuerzas a la jarcia que le ofrecían y mientras subía al barco vio la silueta de Samuel y le suplicó al cielo con todas sus fuerzas para que su plan surtiera efecto.

Dos marineros la subieron en la cubierta, parecía un pez fuera del agua, boqueaba e intentaba recuperar el aliento, además el pelo se le había enmarañado y le cubría los ojos, impidiéndole ver. Tenía una pinta horrorosa, pero en lo que más se fijaron los marineros fue en como se ajustaba la ropa mojada a su cuerpo insinuando sus curvas.

- Traigan algo para cubrirla - gritó una voz que le parecía familiar.

Christine se apartó el cabello y pudo distinguir al hombre al que le pertenecía aquella voz y que se acercaba a ella como un rayo para lo avanzado de su edad. No podía creer lo que estaba viendo. El hombre llegó hasta su altura y la abrazó.

- Hija mía - balbuceaba mientras la tapaba con una manta.

Creía que no vería nunca más a su padre y ahora estaba entre sus brazos. Se quedó mirándolo detenidamente, no era como lo recordaba. Las ojeras en los ojos le indicaban que no había pegado ojo en días, pero lo que más le llamó la atención fue su delgadez, parecía enfermo y débil.

- ¿Padre? ¿Qué le ha pasado? - Su padre estaba desconcertado, no sabía que le estaba diciendo. Él estaba feliz por haberla recuperado.

- ¿No saludas a tu prometido?

Hasta ese momento no se había percatado del hombre que había a la espalda de su padre. Su peor pesadilla se encontraba también en aquel barco, con su sonrisa venenosa y esos ojos de hiel.

- Vamos dentro - le dijo su padre, cogiéndola del brazo y sacándola de su estupor.

- No - le contestó mientras se soltaba del agarre - padre tiene que detener esa masacre.

- ¿Y perdonarles la vida a unos piratas? - le contesta Jason. Su padre los miraba contrariado.

- No puedo hacerlo, Christine, son piratas, ellos te secuestraron, deberían colgarlos

- Papá - empleó el tono que usaba cuando quería conseguir algo, el que le tocaba el corazón y no podía resistir a concederle lo que quisiera - diles que den la vuelta, vinisteis a por mi y yo estoy aquí.

- Los barcos no siguen sus directrices sino las mías - le contestó Jason con una sonrisa de suficiencia. - Christine estaba estupefacta y enfadada con el universo ¿es que nos se podía tener más mala suerte?

- Haré lo que quieras

- Sabes lo que quiero. - La mirada de Jason se llenó de lujuria al recorrer el cuerpo mojado de Christine, ella sabía que la deseaba y eso le dio repulsión.

- Lo tendrás - estaba metiéndose en la boca del lobo, pero a veces caperucita puede convertirse en el cazador. Se acababa de ofrecer a él, si eso servía para salvar la vida de Samuel lo haría, aunque nadie había dicho que no opondría resistencia.

- Vamos al camarote - insistió su padre - no es lugar para que discutáis de estos temas.

Y era verdad, todos los marineros estaban escuchando su conversación, además de su cuerpo casi desnudo. Ninguno de los dos le hizo caso, se mantenían la mirada, evaluando la situación, cada uno desde su punto de vista. Al cabo de lo que pareció una eternidad, Jason asintió y se dirigió hacia unos de los oficiales.

- La mujer ya está a salvo, ordene a sus hombres que se retiren.

- No nos podemos retirar en plena batalla, el capitán no lo permitirá. - le dijo un marinero.

- Me da igual lo que quiera su capitán, ponga este barco en marcha y sáquenos de aquí. Yo soy el que ha pagado esta expedición y yo doy las órdenes - el hombre no pudo hacer otra cosa que obedecer y mandar que se retirara la flota a pesar de su descontento.

Cuatro barcos emprendieron el viaje de vuelta, el último siguió luchando contra los piratas, cumpliendo las órdenes de su capitán y sirviendo de distracción para que la huida fuera más rápida y sigilosa. No había salido al cien por cien como ella esperaba, pero al menos había conseguido reducir las amenazas. Ahora le tocaba a Samuel, era él quien tenía que demostrar sus destrezas y mientras se alejaban y perdía la silueta del barco en el que había vivido tantos momentos deseó que fuera muy diestro y sobreviviera.

Christine no pudo ver como transcurría la batalla porque la arrastraron hacia un camarote donde le dieron ropa seca para que se cambiara. Su padre le dio privacidad mientras lo hacía y se tendió en la cama a esperarlo, pero al parecer su cuerpo tenía otras intenciones y se durmió. En mitad del sueño escuchó unas voces que discutían en la puerta de su camarote. Eran su padre y su prometido, pensar en eso le revolvió el estómago.

- No la tocarás hasta que estés casado con ella.

- Ha pasada dos meses en manos de unos piratas que se la habrán ido pasando unos a otros, ya ha sido mancillada. Dé gracias que aún vaya a casarme con ella.

- Le prohíbo que hable así de mi hija, no estamos seguros de las insinuaciones de las que habla.

- Pregúnteselo cuando despierte.

- Aunque sea cierto, no la tocará hasta que sea su esposa.

- ¿Quiere que nos lo juguemos a las cartas? - dijo con voz socarrona y después soltó una carcajada.

Christine no sabía si esa conversación era real o era producto de sus sueños, aunque no siguió pensándolo mucho antes de que cayera como un tronco. Después de toda la tensión se había relajado. Sin embargo, unos ojos azules le acompañaban y velaban su descanso.

Se despertó con los primeros rayos del alba y lo primero que vislumbró fue la silueta de su padre, sentado en una silla, guardando la puerta.

Así que la conversación había sido verdad - pensó Christine - Jason quería casarse con ella, aunque hubiese sido utilizada como una vulgar puta por todos los piratas, cosa que no había sido. No entendía sus razones, cualquier hombre en su posición hubiese rechazado el acuerdo y hubiera quedado como un caballero. Ella sería la repulsiva, la que caería en desgracia mientras él abandonándola sería un héroe por no permitir que mancillaran su nombre. Entonces ¿por qué no lo hacía? ¿había malinterpretado a Jason o había algo que les ocultaba? ¿cuáles eran sus verdaderas intenciones? 

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