Léiriú I: La rebelión

By LuxMatnfica

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La alocada Madelaine desea venganza. Para ello se unirá a un grupo muy peculiar de rebeldes liderados por una... More

Prólogo
Operación Desembarco: 1ª parte
Operación Desembarco: 2ª parte
1.Idril I: Cómo ser invencible
1.Idril I: La Promesa
2.Madelaine I: La niña que creyó en los cuentos de hadas
3.Rosalie I: La princesa colibrí
3.Rosalie I: Un superhéroe
3.Rosalie I: De acampada en la zona maldita
3.Rosalie I *última parte*
4.Gelsey I: Comienzan los preparativos
5.Idril II: El despertar del ensueño
6.Grisel I: La reunión
7.Adrián I: Destino irónico(Reescrito)
Adelanto especial
7.Adrián I: Churri
8.Elijah I: El Amo del Bosque
8.Elijah I: Huida magnabulosa
-SEGUNDA PARTE: La rebelión-
9.Madelaine II: El reencuentro
10.Rosalie II: El primer beso
11.Nissa I: El origen de los feéricos
12.Gelsey II: Tres mujeres
13.Elijah II: Enfrentamiento
14.Adrián II: Caos
15.Idril III: El salto del elfo
16.Grisel II: Tuli
17. Nissa II: El Hada Maravilla
ESPECIAL HALLOWEEN: Primera Parte
ESPECIAL HALLOWEEN. Segunda Parte (ARREGLADO)
18.Gelsey III: Limonada rosa
Entrevista de 100 preguntas a Idril
19.Idril IV: 57
Joker I: Una batalla peculiar (Segunda Parte)
Epílogo
Índice de relatos
Información sobre la segunda parte
Entrevista al más magnabuloso
¡Entrevista intensa a Adri!
Adelanto Léiriú II
Nuevo adelanto: capi de Adrián (disponible temporalmente)
Adelanto: Capi de Idril
¡Tachán!
Una importante aclaración y una disculpa
¡La ilusión de Fehlion (#Léiriú 2) ya disponible!

20.Joker I: Una batalla muy peculiar (1ª Parte)

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By LuxMatnfica

Este capítulo ha sido duro de pelar, el Joker es un hombre muy complicado jajaja, pero estoy contenta con el resultado *-* Me ha pasado de todo para impedirme acabar con el capi, ¡pero no pueden vencerme! Tedríais que haberme visto con el teclado de patalla escribiendo XD pero bueno, lo dicho, nadie puede detenerme ¡ja!

Ojalá os guste el tan esperado POV del Joker jeje.

El capi se lo dedico a la mejor Afiladora del mundo, que hace tiempo que quería dedicarte uno, ¡¡pelirrosa!! Y mira que capi te dedico, nada menos que el POV del Joker para que veas ¿eh?

Muchas gracias churri mía, acá OmniscienteSensual porque sin tu ayuda este capi no habría sido posible.

En fin, ya os dejo con el capitulo que el Joker me regaña por retrasar su momento. Como es muy largo va sólo la primera parte:

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20.JOKER I

Una batalla muy peculiar

Y el invierno llega y ya no sé qué hacer con las pocas fuerzas que me quedan. Idril no puede morir, no quiero que muera. Sin ti, me siento incapaz de seguir adelante. Vivo en una condena perpetua desde que te conocí por haber encontrado el amor que tanto deseaba y que todo saliera al final tan terriblemente mal. No puedo dejar de sentirme culpable por no haber sido la luz que te prometí ser. Sabes que lo intenté con todas mis fuerzas... Estaba dispuesta a tragarme mi orgullo por ti, pero Idril es Idril. ¡Es mi hijo! No podía permitir que lo usaras de esa manera, él no se merecía implicarle en un destino así por tu egoísmo.

Me consumo Dereth... e Idril se consume conmigo cada vez que me ve. Sólo me queda hacer una última cosa por él. Si vive sus aventuras, que sea porque él mismo las escoge.

Diario de Ellette


PALACIO DE LOS ESPEJOS. JARDÍN. 00:30

Nissa observaba oblicuamente al íncubo, quien no cesaba de actuar sospechosamente comunicándose a través de aquel trasto infernal y sin acceder a explicarla qué diantres estaba ocurriendo. La esencia de Baghrá se había disipado de la atmósfera, pero en su lugar percibía algo frío y tremebundo. Fuertes sentimientos de odio habían empezado a brotar en su interior y no quería dejarlos crecer.

—No sé  muy bien cómo pretenden que abra un portal mágico —compartió  Adrián sus problemas en voz alta.

—¿Y por qué no se lo preguntaste?

—Porque se supone que debo saber cómo se hace.

—¿Por qué deberías? —inquirió con una curiosidad afilada.

Sus miradas volvieron a enfrentarse. El deseo volvió a acuciarla. Quería poseer a ese hombre con desesperación y al mismo tiempo quería hacerle mucho daño, quería matarlo...

—¿Te encuentras bien, putita?

—No me cambies de tema —espetó ariscamente.

—Lo pregunto en serio, no tienes buen aspecto.

—Me encuentro perfectamente. Hacía mucho que no me encontraba así de bien.

Se quedó contemplándola de nuevo, indescifrablemente. Quería comprender a Nissa, pero le costaba hacerlo. Sabía que trataba de mantenerse altanera como coraza, pero el deseo que emanaba su cuerpo no podía pasarle desapercibido a un íncubo como él. Eso le hacía sentir mucho mejor de lo que esperaba.

Decidió retomar la tarea pendiente antes de cometer alguna estupidez. El diamante mágico centelleaba entre sus manos. Parecía un objeto puro y sagrado reluciendo en un mar de oscuridad, el corazón de una estrella que agonizaba entre sus manos al absorber la contaminada atmósfera. El grito de Nissa le hizo reaccionar.

Unos monstruos horrendos habían aparecido de entre las sombras y sus demoníacos ojos ambarinos se posaban fijos y amenazadores en ellos.

—¿Qué son esas cosas? —preguntó el hada, asqueada.

—¡Adrián! ¡Por aquí! —llamaron unos rebeldes. Agitaban los brazos sobre sus cabezas para llamar su atención.

Adrián estaba dispuesto a enfrentarse a esas cosas, pero descubrió que había muchísimas y que les estaban cercando a su alrededor, por lo que agarró a Nissa del brazo y la hizo correr hasta los muros del palacio. Los rebeldes que le habían llamado cerraron la puerta que comunicaba el interior del palacio con el jardín. Los monstruos de fango seguían avanzando lentamente hacia ellos.

—¿Creéis que con esto bastará para que no entren? —les preguntó.

—No tenemos ni idea. Parece ser que la Neblina ha llegado hasta aquí y todo el palacio se encuentra rodeado de estos monstruos.

«Fantástico»

—Sin Grisel ni Maddie no sabemos qué hacer...

Adrián no desclavaba los ojos de la puerta, tratando de pensar en alguna solución, pero se dio cuenta de que los rebeldes esperaban algo más de él por la forma en que le miraban. Su parte racional se negó rotundamente. Querían que él hiciera de líder y no tenía intención alguna de hacer algo así, pero si se negaba les desanimaría.

—No hay por qué entrar en pánico. Las paredes del palacio son seguras y firmes, ningún bicho de lodo podrá romperlas.

Condujeron a Adrián, quien seguía tirando del hada oscura, hasta el Gran Salón, donde tenían secuestrados a los nobles. Por el camino se cruzaron con algunos invitados de la fiesta que corrían despavoridos siendo perseguidos por algún rebelde.

El Gran Salón estaba hecho un completo desastre. Tendrían que ordenar a alguna bruja que limpiara un poco aquel caos, aunque había algo entre todo ese desorden que Adrián encontró reconfortante.

—Nuestro Príncipe nos salvará —sollozó un hada, llenándose de convicción. Adrián la reconoció como la joven que habían rescatado de la Zona Maldita.

—¡Sí, el príncipe Idril nos salvará! —repitió con coraje Mab, una de las hadas que Idril había cortejado durante el verano. Sus cabellos verdosos caían desordenados por sus frágiles hombros.

—¡Cállate, zorra!

Uno de los rebeldes se había adelantado, irritado por la osadía de las hadas, y golpeó a la mayor.

—Mi séquito me está aguardando afuera —expuso Nissa, apartando la mirada, disgustada.

—Quejándote por todo no ayudas —la reconvino.

Ella le lanzó una mirada fulminante.

—¡¡¡No podemos dejarles afuera con esas cosas merodeando!!!

—Tus concubinos me dan tanta pena... —Incluso con un poco de suerte ya se los habían tragado. La imagen mental que recreó se le hizo muy divertida.

—¿Quién es ella? —preguntó uno de los rebeldes.

—Una putita muy problemática y caprichosa, pero se portará bien, ¿verdad? —incidió, clavando significativamente los ojos en ella.

—¿Y desde cuándo yo me porto bien? Y menos me afectan las amenazas de un hombre.

Al decir aquello, los rebeldes reaccionaron, preparando sus armas.

—Nissa... —le advirtió.

—Se trata de Nissa Hippeastrum, ¡la Furia Roja del Látigo! —la reconoció uno de los silfos prisioneros.

—O mejor dicho, Nissa la Loca del Látigo —agregó burlonamente otro silfo.

Las hadas de luz rieron. Nissa se dirigió a ellos invocando su látigo de espinas para demostrarles qué sobrenombre le quedaba mejor. Adrián la detuvo, preocupado por que empezaran una guerra unos feéricos contra otros. Parecían niños peleando en el patio del colegio y Adrián no estaba de humor para esas cosas.

El Palacio de los Espejos no había tenido nunca antes un aspecto tan fantasmagórico. No quedaba ni una lámpara intacta colgando del techo. Los fragmentos de cristal ensangrentado cubrían el suelo de mármol. Brillaban como estrellas moribundas bajo la oscilante luz de las antorchas. Era la primera vez que se encendían tantos fuegos en un palacio habitado por feéricos. A lo lejos, muy difuso, se escuchaba el clamor de la batalla como una lejana letanía, música deleitosa para los oídos de los rebeldes. El miedo de los prisioneros nobles eclipsaba la atmósfera.

Y Adrián disponía de ese palacio entero para él. La Sala del Trono aguardaba en penumbras al otro lado. Galones de sangre se habían derramado por poder poner el trasero en aquel asiento, ahora decorado con bellas enredaderas y campánulas de dulce aroma. No había un asiento que el íncubo anarquista aborreciera más. Trató de ignorar los sollozos de las hadas para concentrarse en hallar una solución.

No podía dejar a Nissa sola porque sabía que la liaría. Conocía demasiado bien al hada oscura para saber que intentaría crear caos, por lo que debía de encontrar una manera de encadenarla a él e ir a la biblioteca, donde esperaba encontrar entre el laberinto de libros arcanos y códices alguna forma de abrir el portal. De lo contrario, el Joker descubriría que él no tenía ni idea de cómo liberarlo de la carta mágica. Lo único que sabía era que saber abrir portales suponía un requisito indispensable.

Ya era demasiado tarde. Nissa había usado su encanto feérico para hechizar a los rebeldes, quienes la contemplaban aturdidos con los ojos vidriosos y la garganta seca. El hada había desaparecido tras las cortinas del balcón. Por ahí había unas escaleras que bajaban al jardín.

Echó a correr hacia ella, pero un muro de raíces negras le atrapó al llegar junto a las escaleras.

—¡No seas loca! Si sales afuera, te pondrás en peligro.

—¡Debo averiguarlo todo sobre la Neblina!

Nissa sabía en el fondo que Adrián estaba en lo cierto y miedo no le faltaba, pero ignoró esa voz. Una oportunidad como aquella no se le volvería a presentar.

Corrió y corrió adentrándose en el denso manto de bruma rojiza que se había apoderado de todo el jardín, envolviéndolo. Las emociones se le desbordaban y temía que nublasen su juicio. No tardó en verse rodeada por tres de aquellos monstruos viscosos.

«¿Qué demonios sois?»

Los flanes lodosos la observaban con sus demoníacos ojos amarillos hundidos en su etérea figura, balanceándose en un vaivén viscoso.

Con decisión, se acercó a uno de ellos que gruñó cuando sintió al hada a unos pasos de él. Nissa retrocedió un pie, nerviosa, pero después se volvió a armar de determinación y terminó de acortar la distancia alzando una dubitativa mano. Si tocaba esa cosa podría contaminarse una vez más.

«Es la única forma de saber de dónde proceden»», pensó jadeando por la carrera.

Unos fuertes brazos la sujetaron por detrás.

—¡¡¡Suéltame!!! —protestó.

Adrián, con la ropa rasgada y cubierto de rasguños, se resistió a soltarla. Cayeron rodando al suelo, el hada quedando apresada bajo su cuerpo, bocabajo. No respiraba ni se movía. Los monstruos de fango bramaron en la oscuridad y comenzaron a deslizarse hacia la pareja con su lento ritmo.

Adrián tenía las manos cubiertas de polvo de hada oscura, por lo que apuntó hacia el más cercano y sopló con todas las fuerzas de sus pulmones. La nube de polvo irisado envolvió al monstruo y se deshizo en un asqueroso charco de lodo metálico. Uno de los monstruos restantes se adelantó y absorbió los restos de su compañero, incrementando su tamaño, pero el polvo de hada lo contaminó también, deshaciéndolo en un charco mayor. Sólo quedaba uno, pero Adrián decidió cargar con el hada y largarse de allí, esas cosas habían salpicado su disfraz. Más monstruos de ésos se habían acercado hasta las puertas de palacio, por lo que prefirió adentrarse en la profundidad de los jardines.

—Mi séquito no está por aquí —protestaba el hada.

—Cállate putita, siempre lo lías todo.

—¿¿Yo??

El hada oscura le hundió fuertemente la rodilla en el estómago. El íncubo, a pesar del dolor, la retuvo contra él. Nissa siguió forcejeando y arañándole.

—¡Suéltame! ¡¡Es todo tu culpa!! ¡¡¡Tú me abandonaste!!! —le gritó Nissa, enervada.

—Tú me abandonaste a mí. —Aquellas acusaciones le herían profundamente—. ¡Tú me apartaste de tu lado!

—¡Tampoco luchaste por verme!

—¡Lo hice! No dejaste que el bosque me permitiera el paso.

Una cortina rojiza empezaba a nublar su vista. Quería matar a ese hada, hacerla pagar por todo el dolor que le había causado.

—Tuve que hacerlo... ¡Te estabas aprovechando de mí!

Ella deseaba con fuerza salvaje cubrirlo de raíces y que las espinas le desgarrasen hasta el corazón.

Iba a estrangularla, a absorberla hasta la última gota de energía. La fragancia oscura del hada se clavaba en su piel como veneno...

Ella se resistía violentamente. La cabellera roja revuelta, esparcida sobe sus hombros; el etéreo vestido descorrido.

La lengua de Adrián recorría su cuello y descendía con lascivia por su torso de piel erizada. La Neblina sacaba el lado más violento y primitivo de ambos.

Las uñas de Nissa se clavaron en su espalda, arrancándole la piel. Adrián le mordió con fuerza un oscuro pezón. El viento había dejado de correr a su alrededor. La atmósfera se había vuelto muy densa, casi tangible. La lujuria empapaba sus cuerpos que no cesaban de temblar de furia y odio. El cinturón de cuero calló al suelo. Nissa se había vuelto a quedar inmóvil mientras Adrián repartía besos por todo su cuerpo.

—Sigue... —le instó en un susurro anhelante.

Entonces Adrián volvió a mirarla a los ojos y atrapó su delicado cuello con sus manos. Nissa, lejos de asustarse, le clavó una mirada de fuego verde.

—¿Por qué no estás dentro de tu anhelada diosa ya? —susurró.

Adrián trataba de descifrar el significado de aquellas palabras. Para él, lo único que tenía sentido en esos instantes era absorberle toda la energía a esa mujer. Sin embargo, había algo mágico en aquella voz que disipaba la niebla carmesí de su mente. No podía ser...

—¿Sathair? —se atrevió a preguntar, muy confuso.

El hada oscura sonrió. Se trataba de una sonrisa muy diferente a la que él tan bien conocía.

—Al fin puedo apoderarme de este cuerpo. El verte de nuevo me dio fuerzas...

A Adrián el pulso acelerado le dificultaba asimilar que aquello fuera real. Una parte de él había deseado con todas sus fuerzas que la Diosa del Placer hubiera abandonado el cuerpo de Nissa en todo aquel tiempo. No obstante, allí estaba la diosa, hablado a través de la voz del hada. Su fuerte e intensa aura nublaba los sentidos del íncubo.

—Sathair... —repitió aturdido, soltándola.

—¿Por qué tardaste tanto en verme de nuevo, Adrián?

—Nissa me prohibió acercarme...

—Lo sé y la odio por ello. Cuando la enfermedad se apoderó de su cuerpo pensé que iba a morir antes de volver a verte, antes de que me liberaras de esta prisión carnal.

Mientras hablaba, iba delineando con delicadeza y sensualidad las facciones del príncipe rebelde.

—Aquí estoy. —Besó su vientre, había logrado salir del estupor—. He estado buscado todo este tiempo la manera de liberarte.

Todavía no podía dar crédito a que estuviera hablando con la diosa.

—¿Y la has encontrado? —preguntó hundiéndole los dedos en su pelo. Cada palabra de ella estaba entretejida con la más exquisita sensualidad. Era un conjuro, magnética e irresistible.

Adrián buscó sus ojos resplandecientes. Una fuerza muy poderosa se había apoderado de su verde habitual.

—En Léiriú se encuentra la legendaria Rosa Dorada. Con ella podré liberarte, mi Diosa.

Selló sus labios con los suyos, reteniéndola por las manos que ya iban dispuestas a ultrajarle.

Sathair le correspondió con todo el anhelo del Universo. Cada beso de ella contenía más energía que una supernova.

El árbol de hojas plateadas susurraba. Sus hojas se mecían solas si ningún tipo de viento rozándolas.

El walkie-talkie empezó a sonar.

—Ni se te ocurra cogerlo.

Sus piernas se enroscaron en torno a la cintura del íncubo que, aunque parecía inalterable, a ningún hombre podía pasársele desapercibida la influencia de la Diosa del Placer.

Adrián besó su garganta. Sathair soltó un suspiro, impaciente. Su íncubo se estaba haciendo de rogar, aunque sabía que merecería la pena. Todo lo que la hacía siempre merecía la pena.

—¿Me echaste de menos? —le preguntó con una inocencia inesperada para la diosa del placer.

—Mucho. —Otro beso que sellaba muchas cosas—. Cada día, cada minuto...

Sus cuerpos se estrecharon con fuerza hasta quemarse con el fuego del otro.

—Yo también. Era frustrante no poder apoderarme de este cuerpo...

—¿Nissa está bien? —Sathair le lanzó una mirada cargada de reproche—. Me refiero a que como hasta ahora no habías podido...

—La esencia de Baghrá y la Neblina roja ayudaron —admitió.

—¿Sabes lo que es esta última?¿Qué la produce?

La diosa sonrió, aunque la suya fue una sonrisa malévola.

—Por supuesto que lo sé.

—¿Es culpa de los humanos? ¿De la oscuridad?

La diosa se incorporó y empujó al íncubo para tumbarlo en la hierba y posicionarse ella encima.

—¿De quién crees tú? —preguntó juguetona, lamiéndole el contorno de los labios.

—...No lo sé.

—Tu amigo no te lo ha contado por lo que veo.

—¿Mi am...? ¿Te refieres al ridículo del Joker?

—Sé quién es y tú también lo sabes.

El silencio cayó entre ambos.

—Si alguien sabía cómo liberarte, era él —respondió finalmente con la voz ronca por el deseo.

—¿Él te contó lo de la Rosa Dorada?

—Él sabía dónde estaba. Nunca me he atrevido a hablarle de ti. Trataría de usarte.

—Todo esto que está pasado es culpa suya. De momento eso es todo lo que te contaré. Suya y de esos malditos impostores.

La furia la trasfiguró. Sathair odiaba con tanta intensidad como daba placer a los Nuevos Dioses, los que la habían encerrado a ella, la última de las antiguas divinidades, en una prisión carnal.

Adrián volvió a besarla en la boca para tranquilizarla.

—Tenemos que ir a Léiriú.

El walkie-talkie volvía a pitar, arruinando la belleza de la atmósfera. Los resquicios de la magia de Idril y Rosalie flotaban como espirales fluorescentes. Sathair le arrebató el aparato.

—Pero tú no sabes hacer el portal, ¿verdad? —preguntó jugueteando con el aparato, al cual lo acariciaba con la misma sensualidad provocativa que desprendían sus dedos siempre. Apretó curiosa un botón y la voz de Maddie reverberó en la oscuridad plateada de la noche.

¿Tiburón Salvaje?

Sathair fue a responder algo, pero Adrián no se lo permitió, volviendo a imponerse sobre el hada. Le quitó el walkie-talkie y se alejó, poniéndose en pie. Sathair protestó.

¿Qué dices? ¿Que me una a vosotros? Ni lo sueñes, puto.

—Qué dices tú, loca. No dije nada de eso. Estoy abriendo el portal... Me distraes. —Mientras hablaba, se recomponía la ropa.

¿Que te distraigo mientras le comes la boca y le abres las piernas? Vete a la mierda, ¡eres un burdo! Corto y cambio.

Ya basta, humana. Estás perdida —se oyó la voz de Gelsey.

El ceño del íncubo se frunció más. Interferencias y ruidos extraños crujieron hasta que la conexión se cortó repentinamente.

—¿¿¿Maddie???

Adrián no comprendía qué mierda le pasaba a esa loca, pero sin duda estaba en peligro. Sathair se había levantado también y le observaba muy seria con los brazos cruzados. Bajo los rayos lunares y su fuerte aura, la piel de la diosa parecía de roca pulida.

—Te prometo que te follaré intensamente cuando estemos en Léiriú, pero ahora hay que abrir el portal...

—¿Lo prometes?

¿Adri? —Era la voz del Joker la que resonaba a través del walkie-talkie.

—Te recibo. ¿Qué está pasado y por qué Maddie está más loca de lo habitual?

La pelea en los calabozos se ha puesto muy peculiar. Corto y cambio.

—Ya escuché la voz de Campanillo...

Con un poco de suerte las llamas lo reducirán a cenizas.

—¿¿Las llamas??

Sí, hay fuego por todas partes —contó tranquilamente—. ¿Qué tal lo llevas?

—Bien... Todo va bien, el diamante está a rebosar de magia. ¿Cómo lo llevas tú?

Estoy en ello. Es que me distraen y han pasado cosas... Escucha, tenemos que abrirlo los dos a la vez o nos perderemos en los entresijos espacio-temporales, ¿entiendes?

—Entiendo... ¿Y cuál es la señal?

A este trasto no le queda mucha magia. Cuando veas un resplandor rojo cuenta tres segundos, ésa es la señal. ¿De acuerdo?

—Sí.

¿A que suena morboso eso de abrir los portales los dos a la vez?

—Idiota.

¡Corto y fin de la transmisión! Recuerda, el resplandor rojo.

El walkie-talkie se apagó. Adrián exhaló un suspiro.

—Tranquilo amor mío, yo te abriré ese portal —proclamó Sathair, acercándose nuevamente a él.

Le abrazó por detrás, pegando su cuerpo a la espalda de él para que pudiera sentirla. Dos dedos de ella se enroscaban en su pelo mientras le arañaba suavemente el pecho. La proximidad de sus cuerpos volvía a entrecortarles la respiración. Adrián se giró para besarla, pero un estallido de luz rosa proveniente del palacio los cegó por unos instantes.

—¿Es ésa la señal?

—Dijo rojo, no rosa.

—Quizás le daba vergüenza decirte que la señal sería rosa...

No estaban solos. Los monstruos les habían ido rodeando poco a poco. Estaban tan ensimismados el uno con el otro que no lo habían notado, pero ahora que el embrujo en parte había pasado, volvían a ser conscientes.

—Encárgate de ellos mientras abro el portal.

Adrián fue a darle el diamante, pero ella lo rechazó.

—Soy diosa, no lo necesito.

—¿Si usas tu energía divina no dañará el cuerpo de Nissa?

—Muy probablemente.

—Mientras estés en ella es tu cuerpo, Sathair.

—Tranquilo, sabes que no puedo permitir que ella muera o moriré yo también.

Adrián no tuvo más remedio que dejarlo todo en manos de la diosa y se dispuso a enfrentar a los monstruos que ahora habían adoptado forma humanoide y se movían con mucha más rapidez y destreza. Si los tocaba, sabía que se contagiaría, pero mientras tuviera el jazmín mágico podría curarse, por lo que luchó dándolo todo.

Las balas no parecían funcionar en esos cuerpos lodosos. Guardó las pistolas, no servía de nada gastar munición en vano. Pasó al combate cuerpo a cuerpo, esquivando a uno de ellos que se había impulsado con velocidad sobre él, y atrapó a otro, oprimiéndole el pecho con sus brazos, sin embargo sólo se hundía en ellos, estaban muy fríos por dentro y al mismo tiempo algo le abrasaba. Un fuerte resplandor verde alumbró esta vez el cielo.

—¿Qué mierda están haciendo? —masculló forcejeando con el monstruo mientras dos más le rodeaban.

Sathair concentraba magia en las palmas de sus manos. Su figura recortada contra la luna cansada se movía como una sombra sobrenatural.

Los restos de polvo de hada en las manos de Adrián hicieron efecto por fin y el primer monstruo se disolvió. Del charco de sus restos surgió una neblina rojiza que se disipó en la atmósfera.

—Estas cosas están hechas de Neblina —le comentó a Sathair luchando contra los otros dos.

Tres más se abalanzaron también sobre él y no había ni rastro aún del resplandor rojizo.


PALACIO DE LOS ESPEJOS. CALABOZOS. 1:30 AM.

JOKER

Somos los autores de la historia de nuestra vida. Nuestras acciones son la tinta que guarda nuestra entidad, una tinta única que no se gasta con los años y a la que sólo la cobardía puede volver invisible. Es por eso que en nuestros libros aparecen espacios en blanco. No era un ser que aceptaba dichos espacios, ya no. Y así como era consciente de que la ilusión hacía que intentáramos romper los márgenes del libreto, también lo era de que hacer una mera transcripción de lo que se supone correcto le quita tu esencia al relato que has creado.

Nadie quiere que su vida sea una copia de otra, ni su relato una versión extendida de la guía que alguien más ha hecho para que sigamos. Yo nunca quise eso para mí y ciertamente tampoco lo quería para Idril, y sabía que él en el fondo —o quizás no tan en el fondo— también deseaba tomar, al menos por un tiempo, las riendas de su vida; entregarse a la incertidumbre de ser dueño de sus decisiones y probar qué se sentía al escribir con otros colores. Él todavía no estaba dispuesto a toda una vida así, pero Kra Dereth no permitiría que aquella autonomía fuera sólo un capítulo del libro, que esto fuera sólo un pasaje anecdótico sin importancia a la larga... Él no dejaría que Idril fuera un rey más. No permitiría que el joven príncipe perdiera contra el destino que algunos le asociaban, y aún menos contra las artimañas de un ser tan patético y a la vez sediento de poder como Gelsey.

Y así, acá estaba yo, con el completo control de las palabras escritas, aún algo preocupado tal vez, pero a la vez confiado de que en el arte de transformarse en dueño de uno mismo, no hay caminos equivocados, sólo difíciles. No me malentiendan, cuando digo difícil no me refiero a asesinar a Tham; estábamos en medio de una rebelión y él prefirió ser valiente antes que sensato, y como bien debéis saber, es una verdad mundialmente conocida que la valentía es la principal causa de finales que existe, sobre todo cuando va de la mano con el honor y la inexperiencia... o con la estupidez, como en el caso del Heraldo.

Cuando hablo de dificultades, me refiero a aspectos como el que el chico estuviera enamorado de la psicópata y emocionalmente inestable de Grisel, a que el tal Floripondio se encontrara justamente en aquel lugar, a que Joshua hiciera numeritos telenovelescos con su novia de hacía cinco minutos, a tener que soportar a los rebeldes y, evidentemente, a que en aquella maldita fiesta de cumpleaños no hubiera chocolate, por supuesto. ¡Ah! Y claro, también me refiero a tener que ver cómo el brujo de pacotilla dejaba inconsciente a MI objetivo, otra mezcla de acciones que puede llevar a un punto final y que sinceramente, le habría llevado si la loca de Maddie no se hubiera puesto en medio para interferir, es decir, para hacer lo que mejor hacía: meterse donde no la llamaban.

—Muévete Maddie, no quiero hacerte daño. —Le sonreí, mientras veía la cara de satisfacción del brujo enamorado.

—Tranquilo, Idril está bien... Sólo se echará una siestecita un rato mientras se recupera de todos los traumas.

Si Maddie pensaba que con esas palabras arreglaría las cosas, realmente poco sabía de los colores con que yo escribía mi libro, porque sinceramente sus acciones sólo me alteraban más. Eso sin contar lo arriesgada de su decisión de interponerse... Es decir, la gente no suele enfrentar a un asesino psicópata que vive en una carta.

—No me malentiendas Maddie, yo también sólo quiero ayudar al pobre Joshua para que duerma un tiempo, vivir un romance en tiempo récord me imagino que es muy agotador.

—Estás débil, mejor será que gastes las energías que te quedan en abrir el portal —siguió hablando, recordándome lo que ya sabía, pero que prefería ignorar. Hay ocasiones en las que hay que olvidar los límites y simplemente seguir; las palabras de Maddie no ayudaban.

No ayudaban y no me gustaban, sobre todo porque no tenía la intención de seguir su consejo. Sabía que me quedaban pocas energías y que lo sensato sería volver a la carta, pero no lo haría. Había esperado demasiado tiempo para esto, por el momento en que al fin se pudieran llevar a cabo los planes tan discutidos y acuciosamente elaborados, como para dar un paso hacia atrás, o aún incluso peor, no terminar de darlo del todo. No quería un libro con puntos suspensivos o comas excesivas, quería puntos y apartes marcados y llenos de triunfo.


BOSQUE DE LLYR. GUARIDA SECRETA DEL TRÍO MAGNABULOSO. DIEZ MESES ATRÁS.

Aparecieron los tres, envueltos en la capa mágica del Joker, en las penumbras de su guarida. Venían de una reunión con los rebeldes en el reino de las Brujas, pero el Joker prefería estar lo más cerca de Idril posible, conformándose con observarle desde la distancia. Adrián y Madelaine nunca comprenderían del todo hasta qué punto resultaba doloroso para él todo aquello.

—¿Y bien? ¿Qué es eso que nos querías contar? —preguntó Adrián mientras Maddie encendía unas velas.

La tenue luz iluminó una pequeña cabaña decorada hogareñamente con muebles de madera y bastante hierro para mantener a raya a los feéricos. Lo que más destacaba era la mesa rectangular que ocupaba gran parte de la habitación y que estaba hecha un desastre.

—He encontrado un portal hacia las Ruinas Encantadas.

—¡Al fin! —exclamó la humana, emocionada.

—¿Estás seguro que la Rosa Dorada se encuentra allí? —preguntó Adrián, siempre con la sombra de la sospecha acerca de las acciones del Joker.

—Segurísimo.

—¿Cómo de seguro?

El semblante del sombrerero se puso serio.

—Ellette la encontró, pasaron cosas... y finalmente la convencí de que lo mejor era esconderla. Cuando Kra Dereth fue derrotado, los dioses falsos aislaron ese pedazo de tierra en otra dimensión para que nadie hallara jamás pruebas sobre la profecía, así que de ahí no ha podido salir aunque alguien la haya vuelto a encontrar.

—¿Y de verdad funciona? —preguntó Maddie sin poder ocultar la inquietud que la asediaba, rompiendo el silencio que se había formado entre los tres.

—Por supuesto, pero tiene un precio, como bien sabrás...

—La magia siempre conlleva un precio, lo sé —respondió, agravando la expresión risueña de su rostro al recodar lo sucedido con su hermano pequeño.

—Eres consciente de que el precio de semejante magia será muy grande, ¿verdad?

—¿Cómo de grande?

El Joker la examinó, enigmático, mientras daba unos pasos para acercarse a la vela y jugueteaba con las diferentes tuercas que había expandidas por la mesa, obra de que Maddie había estado trabajando en uno de sus inventos. La suave luz esparcía peculiares sombras a su alrededor.

—Una vida por otra. La Rosa elige la vida que tomará en su lugar. Puede ser Adri, por ejemplo. Cualquiera.

La tensión les oprimía el pecho. Las llamas oscilaron.

—¿Podrás cargar con esa muerte en tu conciencia? —insistió.

—Quiero resucitar a mamá —declaró con firmeza.

—Bien. —Arrojó hacia arriba, con dos dedos, una de las piezas metálicas y al caer, la atrapó sobre el dorso de su mano. Cuando la destapó, la pieza había desaparecido—. La valiente hija está determinada a salvar a su dulce madre a cualquier precio. Qué adorable.

—¿Me llevarás a esas ruinas encantadas entonces?

—A cambio quiero a Idril, mi venganza y mi liberación. —Le lanzó una significativa mirada al íncubo que se había puesto a fumar uno de sus cigarrillos—. Eres un muy mal modelo a seguir para las jóvenes generaciones.

—¿Yo? —inquirió Adrián, extrañado.

—Está a punto de comenzar a escribirse una gran historia que gente de todas las edades leerá. Se emocionarán de lo guay que eres y todos querrán imitarte...

—¿Y de todas las cosas que podrían imitarme sugieres que me copiarían el fumar?

—Todo es posible, Adri... Por eso debes ser como yo y tener sólo adicciones sanas, como el chocolate.

—Y entonces, en vez de gente adicta al tabaco, habrá gente obesa... y con una seria afición por el maquillaje.

—¡Eso es lo de menos! Lo siento por los pobres diabéticos que no podrán copiar mi magnabulosa personalidad... pero me gusta pensar que aún así, haría del mundo un lugar más dulce.

—No me seas ridículo. Te liberaré cuando todo esto haya acabado.

—Bien, ¿cómo haremos para que Idril y Gelsey estén cerca del portal? —cuestionó Maddie, todavía riéndose de los comentarios del Joker.

—Para abrir el portal se necesitan dos reliquias mágicas.

Maddie buscó el Corazón del Bosque que reposaba sobre la mesa y se lo mostró.

—Sí, ésa por ejemplo cuenta como una —le confirmó.

—¿Y la segunda?

—¿No tienes por casualidad otro diamante similar?

Madelaine se le quedó mirando, muy desconcertada.

—¿Cómo sabes acerca del diamante de mamá?

—Sólo preguntaba por curiosidad, pero tu reacción me lo ha confirmado. —Sonrió.

Los labios de la humana se fruncieron.

—Ese diamante está prohibido tocarlo. Por su culpa mi hermano empeoró, ¿entiendes? El precio por usar esa magia es demasiado caro y no es imprescindible.

—¿Entonces de dónde sacaremos otra reliquia mágica? —preguntó Adrián tras un velo de humo, ignorando por completo la crítica del Joker.

—Los feéricos deben tener alguna más entre el Tesoro Real. Suelen ser muy protectores con estas cosas, así que se las llevan siempre allá donde van.

—¿Dónde encontraste el portal? —siguió preguntando el íncubo.

—Hay que cruzar el mar más allá de los Bosques de nácar, donde yacen las ruinas de un castillo del que se dice que está encantado...

—¿Bosques de nácar? Eso es al otro lado del continente —protestó Adrián.

Maddie ya se había puesto a extender un amarillento mapa sobre la desordenada mesa y se disponía a encontrar el continente mágico de Feecharatiaesse.

—¡Aquí! —dijo señalando con el dedo el punto exacto en el mapa—. Uy, sí que está lejos.

—Adri, ¿por qué no le inspiras a Gelsey la necesidad de querer construir un palacio veraniego, por ejemplo? —sugirió el Joker.

—Se podría probar... si es que logro acercarme a él. No es fácil superar las protecciones feéricas, menos las que le rodean a él.

—Lo harás —le insistió sin apartar su intensa mirada escarlata de él.

—Vale, vale. Gelsey construirá en esas ruinas un palacio para pasar el verano en él. Se llevará a Idril y seguro que la Corte de las Brujas también irá...

—Grisel querrá aprovechar esa oportunidad —aportó Madelaine.

—Cierto. Se me había olvidado ese detalle —admitió el Joker con hastío.

—Bueno, no pasa nada. Los rebeldes daremos nuestro golpe en el caos producido y yo conseguiré la reliquia feérica mientras Maddie se venga de su silfo violador. Se cumplen todos los requisitos para abrir el portal, ¿no?

—¡Ey, que Gelsey no me violó!

—¿Se cumplen? Dímelo tú, Adri. La carta es otro portal, así que para liberarme hay que abrir el portal y romper los lazos mágicos que me unen a él. Puesto que sabes hacer eso, debes de dominar a la perfección el arte de abrir portales.

—Claro que sé abrirlos, estaba enumerando todo lo dicho.

—Sí, se cumple todo, salvo un detalle: las ruinas estarán habitadas por centauros y otras criaturas y recuerdo que odiaban a Kra Dereth y que para ellos la idea de que tuviera un hijo con un hada de luz se les hacía aberrante.

—¿Son un problema para nuestra genialidad? —preguntó Maddie.

—Será molesto tomar el té con ellos ahí. Además, querrán matar a Idril.

—No tienen por qué saber que se trata de él —intentó tranquilizarlo Adri.

—Idril es demasiado único... Los feéricos de allí le reconocerán.

—Bueno, pero tú no dejarás que le pase nada.

—Hay otro inconveniente...

—¿Por qué no puedes contar las cosas de una en vez de guardarte siempre detalles? —le reprochó Adrián. Había que tener sumo cuidado a la hora de tratar con alguien como el Joker.

—Porque así no os asustáis y podéis ir asimilando poco a poco mi maravillosa información. Veréis... La Rosa Dorada se encuentra en esas ruinas, por supuesto, pero un hechizo la protege. Sólo el más poderoso podrá hacerse con ella.

—¿Entonces hay que demostrar que somos los más poderosos para hacernos con ella? ¿Cómo rayos lo haremos?

—¡Tengo una idea! —exclamó Maddie muy emocionada—. ¡¡¡Organizaremos un gran torneo mágico!!! La gente más poderosa de todas las razas acudirá. Después me encargaré de hacerme con la Rosa, una vez que alguien la haya ganado.

—Podría ser... —aprobó el Joker, adoptando expresión meditabunda—, pero alguien debe de encargarse de transformar las ruinas del viejo coliseo que hay allá en un flamante estadio. Es importante que existan máquinas de chocolate.

—Pero entonces necesitaremos en total cuatro reliquias en vez de dos si vamos a enviar a alguien antes que a nosotros —les recordó Adrián, destrozando el entusiasmo que había surgido en la humana.

En esos instantes, el walkie-talkie de Maddie comenzó a vibrar. La humana fue a cogerlo con cara de fastidio.

—¿Sí?

¡Mi flor! ¡Luz solar de mi vida!

—Oh, no —masculló Maddie para sí misma, sin embargo cuando respondió, cambió por completo de actitud—. ¡Manolo! ¿Qué quieres? Estás interrumpiendo una conversación muy seria.

Sólo quería escuchar tu voz un poco y preguntarte qué tal está nuestro hijo. Os hecho mucho de menos a los dos.

El Joker tenía los ojos en blanco mientras que Adrián luchaba por contener la risa.

—Estoy bien... —Se asomó a la ventana desde donde se veía al tierno Dini jugando felizmente entre las flores—. Y nuestro hijo simbólico también se encuentra perfectamente. Extraña tus croquetas de canguro.

El gnomo casi se ahoga de felicidad al escuchar aquellas palabras al otro lado de la línea.

—Un momento. —El Joker acababa de recaer en algo de suma importancia—. ¿Manolo no era un príncipe o algo de eso?

Madelaine ya se había despedido del gnomo y cortado la conversación.

—Eh... Ah, sí. Algo de eso mencionó una vez, pero estaba muy borracho. Yo no lo tomaría en cuenta.

Los ojos del Joker centelleaban, vívidos como alguien que acababa de despertar de un largo letargo y volvía a estar vivo de nuevo.

—Llámale otra vez y pregúntale si tiene alguna reliquia.

Maddie no quería hacer algo así, pero no se atrevía a contrariarle, por lo que volvió a tomar el walkie-talkie y comenzó a marcar el código que conectaba con el gnomo.

¿Crisálida del corazón? —preguntó dubitativamente sin creerse que estuviera llamándole.

—Oye Lolo, soy yo de nuevo... ¿Tienes por casualidad una reliquia mágica?

Tengo ese anillo que me regaló mi hermana...

Los ojos de la humana se abrieron como platos.

—¿¿De veras??

¿Por? Se trata de un objeto muy preciado para mí, el único regalo que me ha hecho mi hermana en la vida...

—¿Tienes una hermana?

Siento no haberte presentado nunca a la tía de nuestro Dini... pero es por tu seguridad. Se trata de un hada de oscuridad y ellas odian a las humanas...

Nunca habría podido imaginar que Manolo perteneciese a la Corte Oscura, pero el Joker la sacó de sus cavilaciones haciéndola gestos enérgicos con las manos. Se recompuso.

—Voy a necesitar tu ayuda, Lolo.

—Dile que quieres que te regale el anillo —le ordenó el Joker.

—¿Podrías prestarme ese anillo tuyo unos días?

Sabes que por ti haría cualquier cosa, pero si mi hermana se entera que le he dejado su anillo a una humana...

—Es muy importante... —trató de poner voz afligida.

El gnomo suspiró, derrotado.

Está bien... ¿Dónde nos vemos?


PALACIO DE LOS ESPEJOS. CALABOZOS. DE VUELTA AL PRESENTE.

JOKER

La parte positiva de sumergirme en mis propios asuntos y de darle vueltas a mis problemas y a las situaciones que me acosaban y me habían traído hasta allí, era que Maddie había dejado de hablar pensando que mis ganas de asesinar al brujo habían desaparecido. Lo cierto era que no, que ésas probablemente nunca desaparecerían, pero el establecer un orden de prioridades es lo que da pie a las victorias y el enfocarse en pequeñas molestias puede ser lo que te haga perder la batalla... Un buen jugador sabe que no debe perder su tiempo en pequeñeces. Y así, aunque aún quería que el brujo muriera, decidí tragarme mis impulsos y volver a concentrarme en el portal; el tiempo por primera vez lo sentía en mi contra, y aunque fuera poderoso y generalmente no me importara, no por eso le tenía menos respeto. Es difícil no tenérselo a algo que no se puede cambiar... que es permanente.

Maddie me tendió el medallón, la segunda reliquia que necesitábamos, recién robada de la Cámara del Tesoro. La gente solía sorprenderse de la magia que contenían estos objetos, a mí, sin embargo, no me impactaba. Cuando has conocido la magia más verdadera de todas, aquella en la que nadie racional puede creer hasta vivirla, ésa que puede encandilarte como ninguna y así también condenarte a ser un adicto de ella, todas las demás te parecen vanas imitaciones... intentos fallidos de hacerse con la esencia de la real, lo cual hasta el momento ha sido imposible, nada puede igualarla.

Yo todavía sufría las consecuencias de hacerme adicto a ella, de creer que allí se encontraba la salvación, siendo que lo cierto es que ella, lo que verdaderamente encierra, es tu perdición. Y un perdido difícilmente encuentra su camino de vuelta, sobre todo si tampoco quiere hallarlo, y así, aquella noche mi trayecto no era más que un sendero pedregoso y plagado de oscuridad. Uno que yo mismo había escogido mantener.

Un movimiento inesperado, sumado a la guardia baja y a una sensación de victoria adelantada, habían hecho que me olvidara de lo molesto que podía llegar a ser el tal Floripondio. Flopi se había levantado del suelo aprovechando que estábamos distraídos y se había abalanzado sobre Madelaine, arrebatándola el medallón.

—Devuélvenoslo —le exigí, dedicándole la mirada más dura y terrible que fui capaz en ese momento, intentando parecer fuerte y completamente harto de lo que estaba sucediendo.

Flopi se limitaba a sonreír enigmáticamente. Después echó a correr hacia el laberinto que conformaba las tripas del calabozo. Las dagas sesgaron nada más que aire, ese maldito guardia había sido más rápido que yo. Madelaine me miraba como aparentando compasión por mi estado de debilidad y por un breve suspiro, me alegré de que Idril no estuviera consciente, no soportaría que me viera en un estado tan reprobable.

—Ese guardia no va a salir con vida de aquí —proclamé.

—Espera, primero devuélveme mi cuchillo — me pidió la pesada de Maddie extendiéndome la mano.

No tenía tiempo para discutir por pequeñeces, por lo que se lo devolví y también le confié mi sombrero.

—Cuídamelo como si te fuese la vida en ello. De hecho, lo hace —le advertí poniéndoselo en la cabeza. No la quedaba tan magnabulosamente bien como a mí, pero no la sentaba mal.

Ella me arrojó una mirada de reproche pero la ignoré y me lancé a la persecución del inquietante guardia que ya me estaba tocando mucho las narices. Tenía que recuperar el medallón o nunca podríamos salir de aquel lugar, ya que eso que decían de que nadie podía salir... pues era verdad.

Distinguí la figura del guardia de enormes pies parada frente a una de las bifurcaciones. Las antorchas derramaban cascadas de luz líquida sobre su imponente figura.

—Eres un gatito muy audaz para atreverte a adentrarte en este laberinto tú solo.

Las flores centinelas. Las había subestimado por completo, de entre todas las preocupaciones que tenía no iba a preocuparme por unas flores. Siendo sincero, para esas alturas y después de todo lo que había vivido, debí adelantarme a que a veces una flor podía cambiarlo todo, ya que las apariencias suelen engañar.

—Si quieres el medallón, tendrás que demostrarme que eres digno de él. —Ahora resultaba que un guardia ridículo me llamaba indirectamente indigno y ponía pruebas de dignidad. Lo preocupante era que ya no me sorprendía.

—Basta de juegos, te aseguro que hoy no estoy de humor, en parte por tu culpa.

Su sonrisa lasciva se ensanchó más aún y eso sólo aumentaba mi crispación.

—¡Vence a tu cobardía y admite la pasión de tu corazón! Sólo así podrás hacerte con el medallón.

Ya no le prestaba atención. Me hallaba ocupado extrayendo la energía del ambiente para poder lanzar un hechizo de ataque. Trazos de luz fluyeron de mis dedos y los arrojé como saetas contra el cuerpo del guardia. La magia cortó el aire a toda velocidad, dibujando intrínsecos y complejos símbolos que mi voz ordenaba, pero para cuando alcanzaron a su objetivo, éste había desaparecido. No daba crédito a lo que mis ojos veían. Nadie engañaba al Joker con ningún truco ilusorio barato, por eso en algunos lugares me llamaban también «El Rey de los prestidigitadores».

Me acerqué a examinar el lugar, tanteando incluso las grietas más invisibles de la húmeda roca, pero nada. Ni rastro de la esencia de aquel intrigante y absolutamente perturbador ser. Sólo entonces se me ocurrió pensar que quizás, si prestaba atención a sus frasecitas cutres, podría encontrar una solución, aunque aquello no tenía sentido para mí. La situación era absurda: me había perdido en un laberinto de unos calabozos más. Si Maddie se enterara de esto, se burlaría de mí por los siglos de los siglos, y eso sin duda le quitaría puntos no sólo a mi moral, sino también a las encuestas de popularidad.

La recámara no parecía complicada en sí: un pasillo recto con varias ramificaciones, pero a medida que me decidía a recorrerlas, éstas se iban volviendo más intrincadas, hasta que llegaba un punto en el que me sentía mareado. Quise destruir a todas las flores centinelas. Podría hacerlo: tan sencillo como conjurar el más simple de los hechizos ígneos.

Sin embargo, el fuego no prendió, mis dedos estaban fríos como el alabastro. Una risa femenina se burló de mi impotencia. La lista de gente que deseaba asesinar se incrementaba por momentos. Seguí las voces, al menos me conducirían hacia alguien al que podría amenazar y extraer toda la información que necesitaba. Eran varias: juguetonas y burlonas, y provenían de la misma dirección en que soplaba un vientecillo dulzón.

Seguí las voces hasta el punto en que no sabía si yo las perseguía a ellas o ellas me estaban persiguiendo a mí. Un pasillo. Dos caminos, primero por la izquierda, izquierda, izquierda, izquierda... hasta toparme con un muro sin salida. Al girarme, un nuevo camino se había abierto ante mí, esa vez hacia la derecha. Aquello no tenía sentido, pero no me quedaba más remedio. Lo crucé y, tan pronto como las sombras me envolvieron, las suelas de mis botas pasaron a hundirse en una capa de mullida hierba. Me hallaba de pronto en un manantial: las mariposas y libélulas revoloteaban alegres y el agua fluía con parsimonia. La luz de aquel lugar me chocó en contradisposición a lo tétrico de los calabozos.

Las risas se habían aunado en una sola voz que podría reconocer en cualquier universo y que nunca creí que volvería a escuchar jamás. No quería volverme, porque temía la visión que podía encontrarme detrás. Los hombros me temblaban de furia. Mis puños se apretaban hasta languidecer.

—¿Por qué no te atreves a mirarme? ¿Acaso me tienes miedo? ¿Tú a mí?

Era su voz. Si en un primer momento había llegado a convencerme de que se trataba de pequeñas hadas tomándome el pelo, ahora estaba seguro de que si me giraba, su belleza calaría en mí como la luz que siempre vuelve más densa la sombra que compone la otra parte. Y es que Ellette había llegado en convertirse en mi otra cara de la misma moneda: el recuerdo de su traición estaba siempre presente en mí, adensando mi propia oscuridad que ya de por sí era lo suficientemente honda.

—Claro, temo tus lágrimas y que te eches a llorar —respondí en tono sarcástico, dándome la vuelta al fin.

Como compuesta por los diferentes rayos de luz, allí estaba Ellette, contemplándome con una sonrisita en sus finos labios. No era más que una joven de ciento noventa años y aún así, las hebras de plata que caían serpenteando de forma natural sobre su rostro de forma de corazón, su melena única recogida en un moño casual, sus clarísimos ojos guardando con diversión un secreto que disfrutaba escondiéndome... Todo en ella era especial.

—No lloraré, al no ser que tú me lo causes —me respondió aparentemente normal, pero ambos sabíamos perfectamente lo que podían significar aquellas falsas palabras inocentes.

Traté de pensar con lógica: Ellette estaba definitivamente muerta, su luz había dejado de alumbrar una pequeña parte del mundo, así que debía de tratarse de una mera ilusión producida por las flores centinelas. Una ilusión desconcertantemente realista, pero no por ello el cuerpo de Ellette se volvía más real y, por tanto, el medallón que colgaba de su cuello no podía serlo tampoco. Ella era sólo un recuerdo, un juego que la memoria y las flores habían creado, pero un juego del que difícilmente podía escapar porque mi propia mente era coautora de él. Huir de tus propios trazos es escapar de tu propia historia. De tu libro.

—Una trampa muy ingeniosa... para que me acerque a ti, ¿verdad? Luces ese falso medallón y cuando me acerque a arrebatártelo ¡plaf! Te conviertes en un monstruo más feo que Edward, sin dientes y con tetas colgando hasta los pies.

—¿De qué hablas?

—No voy a entablar conversación con una ilusión —proferí.

De verdad me sentía ridículo. La sola idea de que alguien me estuviera viendo hablar con una pared me irritaba.

Y al mismo tiempo seguía allí, contemplándola, consciente de que era una ilusión, y a pesar de eso siguiéndola con la mirada, observando cómo echaba a andar hacia el manantial. Se movía con la misma gracia que recordaba, como si sólo ella conociera los pasos de alguna danza secreta.

«Ya está. Ahora simplemente desaparecerá porque sabe que no ha funcionado»

Sin embargo, Ellette no se esfumó en el aire como humo, sino que empezó a quitarse el etéreo vestido que se pegaba a sus delicadas curvas, dejando traslucir su piel de tacto único.

Miré hacia otro lado. No merecía la pena que le prestara la más mínima atención, por lo que empecé a buscar la salida de aquel lugar. Un suave chapoteo me indicó que Ellette ya debía de haberse metido en el agua. Por un breve instante desvié la mirada hacia el lago, en el fondo seguía dentro del juego por mucho que me convenciera de lo contrario. Craso error, pues el hada estaba allí, completamente desnuda entre los juncos salvo por el pesado medallón que colgaba de su cuello. Simplemente había arrojado una piedra al agua para saber cuán hondo estaba.

Las palabras del guardia volvieron a resonar en algún lugar de mi cabeza. Nadie jugaba conmigo... Empuñé una daga, dispuesto a acabar con aquella falsa Ellette, fuera lo que fuera. Si se trataba de una trampa, a esas alturas ya no me importaba, no se me ocurría nada mejor que hacer. Quizás simplemente comenzaba a desesperarme.

Me aproximé sigilosamente al hada, aunque el viento debió advertirla de que me encontraba detrás de ella. Ellette simplemente metió con su gracia característica un pie en el agua y después, el cuerpo entero.

—¿Te bañarás conmigo?

Aquel manantial no podía ser real, me encontraba en un mugriento calabozo decorado con un gusto tan anticuado como trillado, así que ni me molesté en quitarme las botas ni la camisa. Simplemente seguí al hada. Sin embargo, el agua estaba fresca y me estaba calando hasta las botas, las cuales pesaban y por tanto, me imposibilitaban seguir andando. Me resigné a nadar hasta alcanzarla.

Frente al hada ya no pensaba en la lista de gente que deseaba asesinar, ni en encontrar una salida a aquel maldito laberinto. Todos mis esfuerzos estaban inmersos en la tarea de crear toda una diatriba mental en contra del hada, en no cesar de recordarme una y otra vez por qué la odiaba con tanta intensidad, esperando borrar mi nombre de los créditos de la ilusión.

Haces de luz blanca y dorada caían sobre nosotros. Las aves cantaban con una tranquilidad que no podía ser real.

—Está lloviendo muy fuerte, ¡estamos empapados! —comentó, salpicándome.

Me protegí de las gotas de agua con un brazo, sin inmutarme.

—No Ellette, no está lloviendo ni estamos empapados fuera de esta jodida ilusión.

Normalmente le habría seguido el juego, pero no aquella vez porque ésa no era Ellette y aunque lo fuera... solamente merecía mi odio.

—Se te va a estropear el traje. ¡Encogerá!

—No lo hará, es de buena calidad.

Nadó hacia mí y entonces extendió una mano para acariciarme el rostro. La esquivé, pero ella insistió jugando con la pintura que se deshacía entre sus dedos. Me llevé inconscientemente una mano hasta mi otra mejilla al mismo tiempo que trataba de observar el reflejo de mi propia cara: el agua estaba echando a perder el maquillaje.

La atrapé con mi mano, nuestros dedos se entrelazaron y de nuevo recuerdos del contacto con su piel me invadieron. Ella seguía sin desvanecerse.

—Te tengo —dije.

Ella no forcejeó a pesar de que estaba resbaladiza.

Al tocar el medallón, un calambrazo me sacudió todo el cuerpo. Eso me hizo tragar agua y crisparme más aún.

—Así no —comentó ella con voz ¿atribulada?

Ellette volvió a nadar hacia la orilla y salió. Me estaba cansando de seguirla, pero salí del lago también.

De vuelta en tierra firme, el cuerpo de ella se secaba rápidamente al aire mientras que yo... chorreaba agua. El pelo se me pegaba a la cara y hasta los guantes se me habían inundado. Bajo los pies del hada había un lienzo.

Cuando se sintió seca, se sentó y prosiguió pintado como si yo no estuviera allí presente. Me sacaba la camisa y la escurría, los guantes me los había quitado también. No quería mostrar interés por la pintura, pero de reojo la observé. Resultaba desconcertante verla imitar los mismos movimientos que Ellette hacía siempre que se concentraba en su arte.

—¿Quieres saber qué estoy dibujando?

—No he preguntado nada de eso —repuse.

Ella me mostró igualmente el lienzo. Los colores brillantes se desparramaban abstractamente, quién sabía lo que realmente quería representar con aquel galimatías de color.

—Es Idril en el momento en que descubre que le has mentido todo este tiempo —me explicó, aunque yo no se lo había pedido.

Bufé.

—¿Crees que algo de todo este numerito cutre me afecta?

—Esto es el color de la decepción, ¿sabes? Y éste, el del miedo...

Los colores que hacía unos instantes eran brillantes y alegres, se habían tornado oscuros y sombríos; mi respiración se había vuelto un poco más agitada.

—Quizás eso es lo que siente cuando sepa de verdad lo que hiciste tú —contraataqué.

Su rostro se descompuso.

—Yo sólo le protegí.

—No era de mí de quien debías protegerlo.

—Los dioses falsos... ¿Crees que no le he protegido también de ellos?

No supe qué decir. Lo cierto era que no le habían hecho nada al muchacho de momento, ni siquiera habían dado señales de existencia, lo cual sí que era extraño. Pero no podía admitírselo, mi orgullo era mayor. El odio debía ganar a todo lo demás porque no podía ser de otra manera; no para mí. Para Idril todavía tenía esperanza de que fuera muy diferente su destino, de que la sombra de sus recuerdos no le atormentaran.

—Eso se debe a la profecía de Nadine. Gracias a ella le necesitan vivo —encontré una respuesta que darla.

Al escuchar aquel nombre, su nariz se arrugó. Seguía odiándola pese a todo. Mi subconsciente evocaba cosas muy peculiares, y de alguna forma sabía que con quien discutía era conmigo mismo, con los «y si...» que aún guardaba mi mente, y los reproches que me negaba a hacerme y prefería dejar de lado.

—Sigue odiándola si quieres, pero si no fuera por Nadine, Idril habría estado en peligro todos estos años —proseguí. Le había encontrado un punto débil, un punto débil a mis recriminaciones.

—No hay nada de su padre en él, ¿verdad? —cambió de tema bruscamente. Sus palabras eran dagas afiladas mientras que yo le arrojaba dardos envenenados con las mías.

Nos habíamos reencontrado nuevamente después de tanto tiempo, aunque se tratara de una ilusión, y ya estábamos como siempre, enzarzados en un duelo verbal tratando de infligirnos mutuamente el mayor daño posible para destruir todo lo que podía construirse entre ambos. Y es que nuestra cabezonería y empeño por cegarnos habían ganado a todo lo demás. La ilusión que tenía frente a mí era una representación, esa ilusión no me había encerrado en una carta jamás, por lo que si fuera inteligente, podría aprovechar esa oportunidad de tener la imagen de Ellette frente a mí y, sin embargo, prefería despreciarla. Necesitaba mucho más odiarla y aquella ilusión, más que ser sólo la representación de Ellette, era quien me había traído hasta ahí, separándome de mis metas, de lo que anhelaba.

—Incluso ha heredado tus hábitos nudistas —comenté burlándome de su desnudez. El vestido seguía a sus pies, pero ella prefería permanecer así—. Es también igual de apegado a la vida que tú —agregué con mi tono frío habitual. Nada en mi aspecto traicionaba el volcán de emociones que había entrado en erupción desde el momento en que su inconfundible presencia había aparecido para amargarme mi capítulo.

Una catástrofe. Eso era lo que el hada representaba para mí. Y el recuerdo constate de la traición, a modo de recordatorio de que un ser como yo jamás podría alcanzar la felicidad y de lo estúpido que había sido por ilusionarme de lo contrario.

—Por supuesto. No podía dejar que siguiera el camino oscuro... Gelsey es un silfo de luz, él podrá mantenerle apartado de la oscuridad.

Definitivamente, mi subconsciente estaba muy enfermo por producir semejantes alucinaciones.

—¿Gelsey? —Ahora sí que mi rabia hervía—. ¿¿¿Qué demonios tenías en la cabeza cuándo decidiste dejarlo en sus manos?? ¡¡¡Le arrojaste directamente al nido de la víbora!!! —Llevaba mucho tiempo deseando recriminárselo, aunque fuera en aquellas circunstancias.

—Estaba sola. Gelsey era el único apoyo que tenía...

Negué con la cabeza.

—Ellette... ¿Cómo puede una sola persona cometer tantos errores? Eres el mayor desastre que he conocido nunca.

Empezaba a sentirme desesperado. Mi cuerpo se estaba convirtiendo en sígiles de luz. No podía volver a mi carta y menos en aquella situación en que cualquiera, por ejemplo Flopi, podría hacerse con ella. El hada debió de leer la preocupación en mi semblante.

—Quieres el medallón, ¿verdad? —preguntó lo obvio, sacándoselo.

Extendí una mano para que me lo diera, pero ella lo alejó.

—No puedo dártelo así.

—¿Entonces cómo?

Se me quedó mirando de una forma que me frustraba.

Hastiado, extraje de nuevo la daga y me dispuse a atacarla. Ella reaccionó sobrenaturalmente rápido, reteniendo mi brazo con una fuerza inhumana. Que el hada fuera tan fuerte no le pegaba en absoluto y, sin embargo, me tenía inmovilizado.

—¿Le contarás a Idril la verdad?

—No voy a hablarle mal de ti si eso es lo que te preocupa, aunque te lo mereces ¿eh?

—¿De verdad crees que me merecía haberte conocido?

Sus palabras volvieron a desarmarme.

—¿Y yo sí me merecía lo que me hiciste?

Si la situación ya era absurda, alcanzó un nuevo nivel cuando súbitamente otra daga depositaba su afilado dorso sobre mi garganta. Reconocí el arma blanca que Ellette sostenía: la empuñadura contenía gemas de orichalcum incrustadas. Gemas que desprendían destellos oro-rubí, el orichalcum más raro y poderoso de todos.

—Por favor, ¿de verdad pensaste que yo podría amarte después de todo lo que te esforzaste en hacer que te odiara? —La mano que sostenía el medallón me acariciaba lentamente el torso mientras que el filo de la daga se hundía más en mi garganta.

—Siempre tuviste una forma muy peculiar de mostrarme tu odio. —Sonreí a pesar de la situación.

Ellette volvió a ponerse el medallón y susurró unas palabras. Una llama de fuego blanco refulgió en su mano libre. Murmuré el hechizo para apagarla, sin embargo, como ya era costumbre en aquel maldito laberinto, no funcionó. Ellette me devolvió la sonrisa.

------------------

Hasta aquí por hoy. El jueves que viene pondré la segunda parte :D

Flopi: Los sexy-sensuales no podemos ser vencidos tan fácilmente ;P

Léiriú está en Goodreads, una red social para puntuar libros, dejar comentarios sobre ellos y muchas otras cosas. Si tenéis cuenta de facebook podéis entrar con ella muy fácil y rápidamente. Si otáis por Léiriú y dejáis algún comentario sería magnaboloso *w* ¡En el primer comentario dejaré el link!

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Gracias y si os ha gustado el capi que no se os olvide votar porfis *-*

¿Qué os ha parecido el capi? ¿Teorías para el último capi?

¡¡Nos vemos el jueves de nuevo!!

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