Un mar revuelto (En Correcció...

Lily_Greenstorm द्वारा

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El amor pirata no conoce el miedo, aborda, conquista, arrebata y roba. Lady Christine Maxwell sale de Londres... अधिक

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo

Capítulo 6

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Lily_Greenstorm द्वारा

- ¿Quieres que me detenga?

Christine en su fuero interno sabía que le tendría que haber dicho que sí, que parara en ese instante, pero no podía, lo deseaba.

- No, no pares.

Y no lo hizo, sintió su erección que rozaba la parte interna de sus muslos y se preparó para lo que venía, sabía que la primera vez dolía. A su mente le vino la voz de la criada. Cierra los ojos...

- ...y piensa en Inglaterra - dijo en voz alta. Samuel se rió en sus labios

- No pienses en Inglaterra, solo siente, siénteme a mí.

Y se introdujo en ella en un solo movimiento, Christine soltó un grito que fue silenciado por la boca del capitán. Ella creyó que la había partido en dos, su centro quemaba y notaba la invasión muy molesta. Él se quedó quieto esperando a que ella se acostumbrara a su tamaño. Christine podía ver las gotas de sudor en su frente y como apretaba los dientes para refrenar el impulso de moverse. Tenía los ojos cerrados y respiraba dificultosamente.

- ¿Estás bien? - ¿Él se preocupaba por ella?

- Joder, necesito moverme - le dijo entre dientes y empezó un suave balanceo.

Poco a poco los movimientos del capitán fueron más rápidos y sus embestidas más profundas. Con un grito gutural derramó su simiente dentro de ella y se dejó caer encima. Después de que recuperara el aliento, se apoyó en el colchón para mirarla sin salir de dentro de ella.

- Lo siento - dándole un suave beso en los labios, un beso de amante - estaba ansioso, pero está vez te prometo que iré más despacio. ¿Otra vez? ¿Ya?

- Sí, otra vez - Uy, había hablado en voz alta de nuevo, parecía que su filtro cabeza- boca estaba dañado.

Samuel la besó, quitando todo pensamiento racional de su cabeza, si le quedaba alguno ahora mismo. Christine sintió como crecía en su interior e hizo una mueca que fue perceptible para él. Aún le molestaba su invasión, era enorme y parecía que llegaba al mismo centro de su ser. Samuel metió sus brazos por debajo de su espalda y dio un giro, dejándola a ella encima. En esa posición, Christine se percató de que no le dolía tanto.

- Muévete como yo lo he hecho.

Ella siguió las instrucciones de Samuel. En esa posición ella llevaba el mando, podía elegir la velocidad y la profundidad de los embistes. Se movía por inercia, imitando los movimientos de él. Christine se apoyó en su pecho y comenzó un balanceo lento que lo llevaba casi a la locura. Samuel se levantó para besarla mientras ella seguía con sus tormentosos movimientos hasta que él, impaciente, le cogió de las caderas instándola a que se moviera más rápido. Juntos llegaron a un clímax abrumador.

Christine se dejó caer en su pecho, podía sentir los veloces latidos de su corazón que se equiparaban a los suyos. Nunca pensó que hacer el amor podría ser tan satisfactorio. A las mujeres se les enseñaba que había que cumplir en el lecho pero nadie les advertía que también podían disfrutar de ello. ¿O dependía del hombre? Porque con su capitán había sido mágico y dudaba que otro le pudiese hacer sentir lo mismo. Los latidos de Samuel se fueron ralentizando, eran como una nana para ella. Medio dormida le escuchó hablar.

- ¿Has pensado en Inglaterra?

- No, solo sentía - dijo repitiendo sus palabras.

- Bien - dijo con una sonrisa de triunfo - ahora duerme

- Sí, mi capitán - dijo con voz varonil, grave, imitando a un marinero.

- Samuel - dijo Christine después de cinco minutos. Él no le contestó, pero sabía que aún estaba despierto - ¿Por qué abandonaste España?

- Christine duérmete o volveré a hacerte el amor y todavía estás dolorida.

- Puedo soportarlo. - Quería hablar, que le contara cosas, pero él no le dejó, la besó con pasión haciendo que olvidara todo a su alrededor y ya no durmieron.

***

Las primeras luces del alba entraban por el ojo de buey, despertándolo. Tenía mucho calor y notaba un peso que lo inmovilizaba a la cama. Abrió los ojos y se encontró con el cuerpo de Christine encima suyo, dormía plácidamente. Se la quedó observando, era preciosa, con ese pelo negro azabache, esos ojos pardos que le prometían guerra siempre que le miraban y esas curvas que podían enloquecer a cualquier hombre, como lo había hecho con él. Había estado con muchas mujeres, pero nunca lo habían excitado tanto como lo hizo ella, incluso había acabado antes que ella, como si fuera un adolescente en su primera relación, pero la deseaba mucho y no podía esperar. Menos mal que luego la había resarcido sino su hombría quedaría en entredicho.

Apartó suavemente su cuerpo y se levantó de la cama, ella se dio la vuelta y se volvió a dormir. Ahora tenía un problema, si salía del camarote haría ruido al abrir la puerta rota y no quería despertarla. Muy despacio movió el mueble y abrió la puerta sin que perturbara su sueño. Debería haberse despertado pero esa mujer tenía el sueño muy profundo. Samuel salió a cubierta solo con los pantalones y se quedó mirando el amanecer, siempre se levantaba pronto para poder observarlo. Un espectáculo así era digno de admirar. Aspiró la suave brisa matutina del mar y bajó a la cocina. Preparó todo lo que quería en un plato y volvió a su camarote.

Sus hombres se estaban despertando y bajaban a la cocina para empezar su jornada. En la cofa estaba Miguel, el vigía, con su catalejo controlando el peligroso mar y todas sus amenazas. Para cerciorarse de que no había ningún peligro subió el mismo a la cofa.

- Miguel - le saludó.

- Buenos días, capitán - le dijo dándole el catalejo. Samuel miró por todos los lados, norte, sur, este y oeste. Nada, no había ningún barco, ni la estela de uno a lo lejos y eso le sorprendía. Todo estaba demasiado en calma. - Capitán se acerca un corriente frío puede producir niebla

- ¿Estás seguro, Miguel?

- Mi pierna nunca me falla

Los marineros y sus supersticiones, él no creía en ninguna de ellas pero Miguel nunca se equivocaba.

- Está bien, baja a cubierta y mantente cerca de las anclas donde se encuentran las serviolas y vigila desde allí. Si ves algo extraño, avísame.

- Sí, capitán - dijo mientras bajaba el mástil.

Samuel se quedó arriba mirando el horizonte, la línea de tierra que une mar y cielo y preguntándose por qué no había rastro de navíos. Tendrían que estar detrás suya, persiguiéndolos, tanta paz en el mar le daba un mal presentimiento.

Dejando sus malos pensamientos en el cielo, bajó y cogió la bandeja que había preparado para encontrarse con la dama y agradecerle la noche que habían pasado. Entró y la puerta se cayó al suelo.

- Mierda - masculló. Voy a mandar a arreglar esa puerta ahora mismo - pensó

Se giró para disculparse con Christine pero ella no se había enterado, seguía profundamente dormida. Podría tocar una orquesta en el camarote y ella no se hubiera inmutado. Parecía que estuviese muerta, sino fuera por los movimientos que hacía su pecho para respirar así lo creería, incluso acercó sus dedos a su nariz para comprobar que salía aire. Como aún tardaría algo en despertarse, dejó la bandeja y salió de nuevo a ver a su contramaestre. Robert estaba sentado en la cama desayunando.

- ¿Cómo estás, amigo? - le dijo mientras se sentaba en el borde de la cama.

- Bien, capitán. Listo para la acción

- No lo creo, quiero que te recuperes del todo

No dijeron nada, se quedaron mirando, bebiendo cada uno de su vaso. Samuel se levantó para irse pero Robert lo detuvo.

- ¿Te has acostado con ella?

- Sí y no me sermonees.

- ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?

- Ya no estoy seguro de nada, ella me hace perder la razón, no se lo que hago cuando la tengo cerca, es como una hechicera que me quita la capacidad de pensar.

Su contramaestre se le quedó mirando estupefacto, nunca lo había visto así por una muchacha, hasta había pensado que no tenía corazón pero al parecer sí que lo tenía y se había encaprichado de una mujer que no podía tener, ella pertenecía a otro hombre y él la había mancillado. Iban a sufrir los dos pero no atendía a razones. Era como Ícaro volando cerca del sol, se iba a quemar, incendiándolo todo a su paso y él no podía hacer nada. Se sintió impotente por no poder evitarle el sufrimiento a su capitán, al que consideraba como un hijo.

- Ten cuidado, hijo.

- Descansa, Robert

Samuel sabía la mirada que le estaba echando Robert, era las mismas que le echaba su padre cuando hacía algo mal. El problema es que él no se sentía como si hubiese hecho algo mal.

De vuelta al camarote se encontró con uno de sus hombres y entre los dos consiguieron arreglar la puerta. Volvió a poner el escritorio en su sitio y dejó la habitación antes de que el huracán Christine pasara por ella.

- Christine - la llamó, despertándola - Christine, despierta

Ella se giró dejando a la vista sus pechos desnudos, estaba irresistible. Samuel acercó sus manos hasta ellos y los acarició, adorándolos. Ella gimió en sueños y en su boca se formó una mueca graciosa y besó sus labios. Christine abrió los ojos y lo primero que vio fue sus ojos azules.

- Buenos días, mi bella dama.

- Buenos días - dijo ella mientras se restregaba los ojos.

- ¿Has dormido bien?

- Sí, muy bien

- Ya lo creo - dijo riéndose de ella - toma, desayuna. Samuel le dio la bandeja y se marchó a cubierta dejándola sola.

- Eres libre para ir donde quieras, si así lo deseas.

***

¿Le acababa de dar libertad? ¿No tenía que estar más encerrada en ese camarote? ¿Tanto había cambiado su situación en una noche? Christine vio como salía sin darle ninguna explicación y cerraba la puerta. Espera, ¿cuándo había arreglado la puerta? ¿Y la habitación? Estaba el camarote entero ordenado y ¿ella no se había enterado?

Comió todo lo que había en la bandeja, estaba hambrienta después de la noche que había pasado, solo recordarlo se sonrojaba, menos mal que no había nadie que pudiera verla. Aún sentía cada fibra de su ser sensible por el contacto de Samuel, recordó sus caricias, sus besos, sus palabras amorosas susurradas en su oído...

Se levantó de la cama y se vistió, la tela de la ropa le molestaba, se sentía encorsetada. En un arranque de osadía se desvistió y se puso la ropa del capitán, una camisa ancha, pantalones y botas. No era ropas de una dama, pero eran muy cómodas y nadie podía decir lo contrario. Anna estaría tirándose de los pelos si la pudiera ver y eso la hizo reír.

Subió a cubierta buscando a Samuel, veinte pares de ojos la miraban sorprendidos, pero unos la miraban echando chispas por ellos. El capitán que estaba detrás del timón se había percatado del silencio que había provocado la presencia de la muchacha, pero lo que no esperaba era que vistiera como un vulgar marinero. Dejó el timón en manos de su segundo al mando mientras se recuperaba Robert y cogió a Christine del brazo arrastrándola de nuevo a la seguridad de su camarote.

- Quítate eso ahora mismo - le dijo mientras cogía un vestido y lo lanzaba a la cama - Ponte un vestido.

- ¿Por qué? Tu ropa es más cómoda.

- Y vas enseñando tus encantos a todos mis marineros - le gritó.

Christine no se había dado cuenta, la camisa transparentaba sus pechos y los habían visto toda la tripulación. Con un acto reflejo se cubrió con las manos.

- ¡Oh, Dios mío!

- Si quieres salir de este camarote te aconsejo que te cambies - le dijo ya más calmado al darse cuenta de que las intenciones de la mujer eran inocentes.

Samuel se acercó a ella, apartó sus manos que seguían cubriendo sus pechos y la acercó a ella, pegando sus labios y robándole el aliento. Tras la primera sorpresa, Christine respondió al beso y pasó sus brazos por la cabeza del capitán acercándolo más a ella, profundizando la caricia. Finalizaron el beso sin separar el contacto de sus cuerpos.

- No me importa que uses mi ropa, es más me encanta - le dijo muy seriamente - pero solo donde yo sea el único que te pueda ver. - Christine no sabía que decir, seguía estando avergonzada y las palabras no salían de su boca. Quería disculparse, pero no podía. - Cámbiate, ahora - fue más una orden que una petición.

¿Quién se creía él para decirle lo que tenía que hacer? Dominante controlador. Como si se paseaba desnuda por todo el puerto marítimo, él no tenía ningún poder sobre ella. Samuel captó el cambio temperamental que se produjo en ella.

- Christine - le advirtió - no quiero tener que darte unos azotes. - ¿Azotes? ¿Ahora la estaba amenazando?

- Cámbiate - le volvió a decir mientras salía y cerraba la puerta a su paso.

A Christine le entraron ganas de desobedecerle, pero quería salir de allí y si para eso tenía que ponerse su ropa, lo haría. La alternativa de quedarse encerrada en ese camarote por más tiempo la volvía loca, ya conocía hasta la última astilla de la pared. Se vistió con sus mejores ropas para que el capitán no le pudiera reprochar nada y fue a buscarlo. Lo encontró en el puente de mando, detrás del timón. Era realmente un hombre muy atractivo y verlo en acción le provocó un sofoco a Christine. Con el pañuelo tapando su suave pelo rubio, esos ojos azules del mismo color que el mar en el que se fijaban y el pendiente en una de sus orejas, tenía todo el aspecto del pirata que era. Un pirata inteligente y sexy. Estaba concentrado en su labor y realmente parecía que le gustaba, el mar era su vida. Bajó la vista hacia sus manos que sostenían el timón y no pudo evitar pensar en esas mismas manos acariciando todo su cuerpo, dándole placer, llevándola a un éxtasis extremo. Se sonrojó ante sus pensamientos y miró hacia sus labios, quería que la besara otra vez, que la volviera loca con esa boca. Christine se reprendió a sí misma, una dama no debería tener esos deseos lujuriosos. Llegó hasta la altura del capitán que la esperaba con una sonrisa irónica.

***

Samuel la había estado observando disimuladamente desde que se puso a su vista. La ropa que lucía en esos momentos envidiaría a cualquier reina y en su fuero interno así lo deseaba, quisiera que, aunque estuviera entre bárbaros, fuera toda una dama y tuviera todos los privilegios que le correspondían a su condición. Christine lo miraba a él, seguía con total precisión los movimientos que hacía, pero él hacía lo mismo con ella. En un momento, su respiración se paró y volvió a llenar sus pulmones en una brusca bocanada de aire, ella le estaba mirando los labios y no tenía ninguna duda de que estaba rondando por su cabeza. Sonrió, ella lo deseaba tanto como lo hacía él. Vio como se sonrojaba y se acercaba hasta él. Ahora la tenía a su lado y su cercanía le estaba volviendo loco, tenerla tan cerca solo la hacía pensar en llevarla hasta su camarote y enterrarse en ella.

- ¿Quieres llevar el timón?

- No lo he hecho nunca.

- Yo te enseñaré.

Christine llevó sus manos temblorosas hasta el timón, Samuel se puso a su espalda y unió sus manos llevando el rumbo del barco. Era la primera vez que la tarea de navegar el barco le parecía placentera. El cuerpo de Christine se adaptaba al suyo y con cada roce sentía un hormigueo en todo su cuerpo. Permanecieron así, en silencio, hasta que Christine se apoyó en el pecho del capitán y se quedó mirando el mar. Ahora Samuel era el único que timoneaba.

- El mar tiene algo que te atrapa - dijo Christine mientras miraba embelesa como las olas chocaban contra el casco. Él la estaba mirando a ella de la misma forma.

- Mi hermano solía decir que el mar es como debería ser toda mujer hermosa, misteriosa, a veces apacible y otras salvaje. - Christine sonrió ante sus palabras.

- Tú hermano es un hombre inteligente.

- Lo era. Murió. - Ella se le quedó mirando, interesada y apenada.

- Lo siento. - Y él sabía que lo decía de verdad, lo podía ver en sus ojos pardos. - ¿Cómo era?

Samuel no quería hablar de su pasado, dolía demasiado. Christine sabía que había ido muy lejos al preguntarle por él, corría el riesgo de que se enfadara con ella, pero tenía curiosidad, curiosidad por saber cosas de él, donde había crecido y las cosas que le habían llevado a ser como era ahora. Que no le hablara era la otra posibilidad. Ya había perdido toda esperanza de que le contara algo de su vida cuando habló.

- Benjamín era mi hermano pequeño - empezó - mi madre murió cuando éramos muy pequeños en la labor de parto y nuestro padre nunca estaba en casa, estaba borracho o trabajando en el mar, a veces incluso las dos al mismo tiempo. Pasábamos meses sin verle. Un día se fue y no volvió. Prácticamente nos criamos en las calles, comíamos de los que nos daba la gente si no lo robáramos - se rió - éramos dos niños de cuidado. Benjamín siempre era el más alocado, se metía en peleas a la mínima oportunidad y yo era el que le sacaba de todos los fregados. Era mi tarea como hermano mayor. Tenía una sonrisa que encandilaba a todas las féminas, era risueño y alegre todo lo contrario a mí. Con trece años ya tenía éxito con las mujeres e iba tras la falda de mujeres casadas. En más de una ocasión lo salvé de la pistola de un marido deshonrado.

- ¿Y tú? ¿No volviste loca a ninguna mujer?

- No le tenía nada que envidiar, pero lo mío no eran las mujeres casadas, aunque te sorprendería las que se me insinuaban.

- ¿Así que erais unos conquistadores?

- ¿Quién se iba a resistir a estos ojos azules? - le dijo haciendo una mueca graciosa.

- Creído - Christine sabía que le estaba tomando el pelo - pero tienes razón - le dijo mientras que se giraba y le miraba - tienes unos ojos que enamoran.

Samuel no se podía creer lo que le estaba diciendo. ¿Estaba enamorada de él? ¿Pero cómo? No sabía que contestarle. Sentía algo por ella pero no quería asimilarlo. Para él era solo deseo. Así que siguió con la historia. A Christine no le pasó inadvertido que él no le contestó y que estaba cambiando de tema, pero lo dejó correr.

- A los diecisiete conoció a una muchacha y se acabaron las noches de juerga para él, se enamoró de ella pero ella era inmune a sus encantos. Ni con lisonjas ni con insinuaciones le correspondía hasta que un día no le dijo nada, la ignoró y fue ella la que lo buscó. Al poco se casaron. Me quedé solo, no sabía vivir sin él y me refugié en el mar. El lugar que nos había visto crecer. Pasé un año de marinero. Cuando volví, escuché las alertas piratas en el puerto, todas las casas habían sido incendiadas en una disputa, robaron y saquearon por doquier, incluida la casa de mi hermano. Fue mi culpa, no pude hacer nada por él, tendría que haber estado allí para protegerlos, era mi obligación. - Samuel recitó esta parte de memoria sabiendo que se estaba inventando la mitad de los detalles, pero el fin era el mismo. Su hermano y su mujer murieron, no importa lo que pasó antes. El pasado dolía demasiado como para recordarlo. Además, contarle la verdad sería abrir una brecha muy profunda en el fondo de su alma.

Christine escuchó la desesperación en su voz, quería consolarlo, abrazarlo para quitarle toda la pena y la culpa que llevaba a sus hombros.

- No fue tu culpa, si hubieras estado allí también te habrían matado, no podrías hacer nada por ellos.

Samuel no lo creía así, en su interior llevaba el peso de la muerte de su hermano y ese peso le despertaba por las noches.

- Estaba enfadado y fui a buscar a los piratas. - ahora apretaba los dientes y si no hubiera estado tan cerca de él, Christine no lo hubiera escuchado - Estaban en el puerto, los ataqué, pero eran más. Robert formaba parte de la tripulación y me salvó. Así me convertí en pirata.

- ¿Cómo llegaste a ser capitán?

- Me hice amigo del capitán, con el tiempo cogió mucha confianza en mí y me nombró su segundo al mando. Era un hombre que daba repulsión verlo, pero me enseñó todo lo que necesitaba. Tenía el plan para matarlo - Christine sintió un escalofrío ante sus palabras faltas de sentimiento - pero el muy lobo de mar se murió.

- Gota - le contestó a su mirada interrogativa - Yo era muy joven y no querían atacar mis normas. Se dio una batalla y acabaron matándose entre ellos, los pocos que sobrevivieron los tiré por la borda, menos a uno.

- ¿Robert?

- Ajá - le respondió - junto a él formamos la tripulación que ves ahora.

- ¿Por qué Robert te salvó aquel día?

- Demasiadas revelaciones por un día ¿no crees?

Christine creía que nunca se cansaría de conocer cosas sobre él, pero habían avanzado, él se había abierto a ella, lo que significaba que confiaba en ella. Christine se quedó mirando al suelo, remarcando unas pestañas de infarto que escondían esos salvajes ojos. Unos mechones salían del moño improvisado que se había hecho y él solo pensaba en tener ese pelo suelto en su almohada. Ella levantó la mirada hacia Samuel que la miraba con deseo visceral que hizo que se encendiera.

- Vamos - le dijo ofreciéndole la mano. Él esperaba que la cogiera pero en cambio se deshizo de él y con un movimiento sensual caminó delante suya. Samuel hizo un gesto a uno de sus hombres para que cogiera el timón y se fue a seguir la figura esbelta que le había lanzado una mirada retadora.

Samuel subió a cubierta y dejó dormir a Christine, con cada vez que hacían el amor, ella le respondía con más pasión y lo único que quería él era perderse en su cuerpo. Era como una adicción y eso le preocupaba. Miguel no se había equivocado, una espesa niebla cubría todo lo que había a la vista, incluso el mástil era difícil de ver.

- Capitán - le llamó Robert ya restablecido - deberíamos fijar la posición.

- Manda preparar el ancla y colocar las serviolas en proa. En cuando la sonda sea baja, fondearemos.

De las muchas amenazas que se podía encontrar en el mar, la niebla era la peor para Samuel, la reducción de la visibilidad conllevaba muchos peligros: la pérdida de rumbo, la colisión o la varada en la costa. Esta última no le preocupaba porque estaban en mar abierto pero lo que más le inquietaba era el abordaje de algún barco. Con esta niebla se podrían acercar sigilosamente y ellos no estarían preparados. Además, si echaban anclas serían un objetivo fácil.

- ¿Anclamos, capitán?

- No, esperaremos

Tenía un mal presentimiento, hacía tiempo que la ausencia de barcos persiguiéndoles le traía como alma en vilo, era extraño que no les acecharan, pero tal vez estaban esperando el momento oportuno. Sus peores miedos se confirmaron cuando escuchó a Miguel.

- ¡Barco a la vista!

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