¿Dónde estás? (Secuestro)

By mimethai13

2.6K 154 35

¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para salvar la vida de alguien a quien quieres? Así comienza la h... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
Agradecimientos
Contenido extra - Otro punto de vista

Capítulo 21

36 4 0
By mimethai13

Cuando desperté, Alexander seguía en la cama conmigo. Le escuché hablar por teléfono:

- Claro. Como siempre... Está bien. Aún duerme - decía, mientras permanecí quieta dándole la espalda -. No. Sé lo que hago.

Colgó, dejó el móvil en la mesita de noche y volvió a tumbarse, acercándose a mí. No me lo podía creer... Seguí quieta para ver qué hacía, pero no se movió. Siguió tumbado como si me estuviese custodiando sin molestar. Una sensación extraña. Agradable e incómoda al mismo tiempo. Eso fue lo que me hizo girar lentamente para mirarle, desperezándome y apartándome el pelo de la cara. Sus ojos verdes me miraban serenos y despejados, como si no hubiese dormido.

- Buenos días. - dijo.

- ¿Qué hora es?

- Apenas las nueve.

- Es temprano...

- ¿Quieres dormir más?

- No me apetece levantarme...

- ¿Acaso has dormido mal?

- No. ¿Tú?

- No he dormido. - "¡Lo sabía!", pensé.

- ¿Me has estado observando...? - de pronto, sentí que me moría de la vergüenza.

- Y sujetando. Tienes una mente activa durante la noche.

- ¿Te he hecho algo? - pregunté, más avergonzada todavía. En cierta ocasión me dijeron que pegaba más patadas que un futbolista.

- Llamabas a tu madre - respondió -. Y gritabas.

- Eso es porque llevo varios días sin hablar con ella. ¡De esta tarde no pasa! - dije, pensando en que era la única lógica que podía explicar mi comportamiento inconsciente. Pero me asaltó una duda: - Entonces, ¿por qué me sujetabas?

- Porque te agitabas y soltabas manotazos al aire. Te defendías de alguien.

- Te diría de quién, pero no lo recuerdo.

- ¿Siempre has tenido pesadillas?

- No. O al menos no tan intensas ni tan frecuentes. Llevaba una temporada bastante buena, después de las sesiones y el tratamiento que tuve hace un par de años. Pero... Han vuelto. - sonreí tristemente.

- ¿Y no sería mejor que no te lo callases? ¿Qué me lo contases?

- Nada de vínculos, ¿recuerdas? - respondí, para que dejase de hablar del tema.

- Cierto - dijo, al tiempo que su mirada se endurecía, volviendo a la frialdad que le caracterizaba. Incluso, se apartó de mí lado - ¿Qué te apetece hacer hoy?

- La verdad... Nada.

- Esa no es opción. - contestó, meneando la cabeza de un lado a otro, negándose a lo que había dicho.

- ¿Entonces para qué me preguntas?

- Para saber tu opinión.

- ¿Y desde cuándo importa?

- A ver, Sonia. ¿Me quieres explicar a qué viene este repentino cambio de humor?

- Para cambios de humor los tuyos. Tan pronto quieres ir de colega conmigo, como me rechazas; o me dices que no confías en mí y que no puedes establecer vínculos, pero te metes en mi cama. ¿Qué es lo que quieres, Alexander?

Definitivamente, algo no iba bien. Sabía lo que me estaba pasando. El miedo empezaba a dominarme. Me ganaba la partida poco a poco. Me estaba preparando el caparazón para sobrellevar el golpe terrible que, presentía, llegaría esa noche. Buscaba a aislarme de todo, también de él. Pero sería imposible. No sólo por el apartamento diáfano, sino porque no se despegaría de mí ni un instante. Como había hecho siempre. Pero ese día, me molestaba su presencia, como en aquella mañana lluviosa en la que me metió en un coche rumbo al aeropuerto para empezar toda esta locura infinita, de la que no veía el final. Si fuese necesario, me quedaría en la cama todo el santo día a la espera de conocer los malditos resultados de los análisis de Ezequiel.

- Desayunar - respondió, finalmente -. Date una ducha, te espero en la cocina.
- No pienso ir a ninguna parte, Alexander.

Levantó el estor de forma rápida y ruidosa, para silenciarme; deteniéndose a mirar por la ventana. Mientras, intentaba conservar la calma, centrándome en las siluetas negras del tatuaje de su espalda.

- ¿Vas a desaprovechar la oportunidad de ver Berlín nevado?

- ¡¿Está nevando?! - exclamé, levantándome de la cama de un bote para correr a ponerme en la ventana junto a él.

Me encanta la nieve. Me gusta ir a la sierra de Madrid en invierno, de vez en cuando, para disfrutar del paisaje nevado y hacer algunas fotos. Adrián siempre ha insistido en enseñarme a esquiar, pero me da miedo. Velocidad cuesta abajo sobre superficie deslizante, es mala combinación... Prefiero nadar, que me pone menos tensa.

Desempañé el cristal con la palma de la mano y vi que el edificio de enfrente, que debía ser un bloque de pisos, tenía las azoteas blancas; las aceras estaban brillantes, con algunos pegotes de sal, y los techos de los coches aparcados cubiertos con una capa espesa. Era verdad.

- Te espero en la cocina. - dijo.

Tenía razón. No me podía permitir el lujo de estar en Berlín y no salir del apartamento, y menos nevando. Le hice caso (como siempre), me di una ducha y me puse la ropa más de abrigo que tenía: unas calzas hasta las rodillas, unos leggins tupidos debajo del vaquero, una camiseta de manga larga, una chaqueta de punto gordo en color gris con capucha y forrada por dentro y unas botas. Me sequé el pelo y me lo dejé suelto, para que me tapase las orejas.

Alexander me esperaba en la mesa de comedor que había en la cocina, con el desayuno preparado. Había hecho tostadas con un poco de miel (no sé cuándo fue a comprar, pero imagino que lo trajo con la comida del día anterior), zumo de naranja, café y chocolate instantáneo. Decidimos si sería mejor ir en coche o en transporte público, pero me daba miedo coger el coche con la nieve, a pesar de que la carretera estaba limpia y no habría demasiados problemas de circulación. Además, la zona turística no quedaba demasiado lejos. Siempre podríamos movernos en transporte público y despreocuparnos del aparcamiento (que, por cierto, había plazas de parking gratuitas para los huéspedes.)

A plena luz del día, los edificios eran mucho más bonitos; la mayoría de ellos con fachadas color ladrillo y blanco. Otros, cubiertos de graffiti de colores. Alexander me estuvo contando que algunos, incluso, estaban protegidos por la UNESCO. También que aquel distrito tuvo un pasado de clase obrera, de ahí que muchos de los edificios pareciesen fábricas.

Cogimos un autobús que nos llevó a la zona turística de Berlín. Pasamos por el Puente de Oberbaum, una impresionante estructura que sirvió de paso fronterizo durante la Segunda Guerra Mundial construida sobre el río Spree. Por la parte superior del mismo, circulaba una de las líneas del metro de Berlín. Después visitamos el emblemático Muro y su galería de arte gratuita, ya que muchos artistas jóvenes aprovecharon aquellas paredes para hacer graffiti reivindicativos sobre la libertad y otras cuestiones sociales. Algunos de los murales eran muy realistas y me gustaron mucho. Eran símbolos sobre el símbolo.

Volvimos a utilizar el transporte público para desplazarnos hasta la Puerta de Brandemburgo (probablemente, esto que voy a decir te parezca una barbaridad, pero una vez vista, tampoco es tan diferente del Arco del Triunfo o la Puerta de Alcalá. Al final terminas preguntándote si cada ciudad europea tiene un monumento similar...), situada en la Plaza de París; cubierta con aquel manto blanco.

Sin embargo, hubo algo que llamó mi atención poderosamente. Unos bloques de hormigón de distintos tamaños, colocados en paralelo entre sí, que resultó ser un monumento a los judíos. Pasear por aquel laberinto sombrío y nevado, que daba una sensación aún más lúgubre me hizo sentirme perdida y sola. Aquellas estructuras transmitían a la perfección lo que debieron sentir los homenajeados en su época. Identificarme con esa profunda soledad que sentía por dentro, la desorientación de viajar sin rumbo, la desesperanza del final de aquella tarde, y el mal presagio de que algo sucedería; hicieron que me derrumbase bajo la nieve entre esos bloques de hormigón.

Alexander me encontró apoyada en uno de ellos, sobre esos fríos adoquines cubiertos de nieve; con la cara entre las manos, llorando como una niña perdida. Se sentó a mi lado y me cobijó con uno de sus brazos, pasándolo por encima de mis hombros, tratando de reconfortarme:

- No puedo más...

- Lo siento, no debí traerte a este lugar.

- No es por el sitio, es por cómo me siento... No me quedan fuerzas.

- Eso no es verdad.

- ¡Ahora también te crees con derecho a decidir cómo debo sentirme! ¡Hasta eso piensas controlar! - mi voz resonó entre los bloques de hormigón.

- Dime, ¿a dónde vas cuando necesitas pensar?

- Y eso qué importa...

- Está bien. Vámonos.

- ¡No piensas dejarme en paz ni un momento! ¡Por favor, necesito respirar!

- Sabes que no puedo hacerlo... Mira... Ven conmigo donde quiero llevarte y, una vez que estés allí, prometo dejarte algo de espacio. Pero necesito que salgamos de aquí.

Hay momentos en los que me gusta pararme a reflexionar sobre ciertas cosas, incluso ausentarme del mundo para meterme mirarme desde dentro y pensar si voy por el buen camino. Y ese era uno de ellos. En esos momentos, siempre he contado con el apoyo de mi madre y mis amigas (de las que no sabía nada desde que salí de Madrid, ya ves lo preocupadas que debían estar...); y en ese momento no tenía ninguno de ellos. Estaba completamente desvalida. Y hay gente no sabe respetar esos momentos. Es odioso.

Me levanté secándome las lágrimas con las mangas del abrigo y caminamos sin dirigirnos la palabra hasta el parque de Tiergarten. Nos adentramos entre los amplios espacios verdes por un estrecho camino adoquinado, cerca de un río. Sin embargo, hubo un momento en el que Alexander se detuvo y me pidió que le diese la cámara de fotos:

- Te esperaré aquí.

Al principio dudé. Seguro que era una trampa. No podía permitir que me marchase sin más... Pero lo hizo. Le entregué la cámara y le di la espalda para empezar a caminar sola por ese parque, cada vez más deprisa, hasta que terminé echando a correr en libertad. Cuando me detuve a sentarme en un banco, ya le había perdido de vista. Los árboles dejaban paso a la carretera. Estaba en una especie de glorieta. En ese momento hice lo que llevaba necesitando tanto tiempo.

- Mamá...

- ¡Hija mía, por Dios! ¿Te pasa algo?

- No... Es solo que... Hace mucho que no hablamos... - "te echo de menos", pensé.

- Claro. Nunca me llamas...

- Tienes razón, pero a veces es complicado...

- Bueno. Al menos lo estarás pasando bien. Cuéntame, ¿dónde estás?

- En Berlín.

- ¡Estáis ahí, con el frío que hace! Ya te puedes abrigar...

- Sí... No te preocupes. - mi madre, siempre preocupándose por estas cosas, como todas. Sin embargo me hizo reír.

- ¡Cómo no me voy a preocupar! ¿Acaso sabes en el día que vives?

- Es seis de noviembre, mamá.

- ¡Eso es porque lo miras en el móvil, pero realmente no lo sabes!

- Está bien, me has pillado... - no me apetecía discutir y cambié de tema - Bueno, ¿y tú qué estás haciendo?

- ¡Aburrirme!

- ¿Pero no ibas al gimnasio?

- Sí. Pero me canso de hacer lo mismo siempre... Y de verle la cara a estos... De verdad, hija. ¿Cuándo piensas volver?

- Aún no lo sé...

- ¿Crees que será antes de tu cumpleaños? No me gustaría que pasaras ese día en el extranjero.

- Ni a mí... Y menos así...

- ¿No estás bien con el chico? ¿No te cuida?

- Su trabajo no es cuidarme. De eso me encargo yo... - suspiré - La verdad es que hay veces que ni siquiera sé qué hace aquí.

- Nunca me has hablado de él...

- No hay mucho que contar. Es... insoportable.

- Bueno. Yo también pienso eso de ti y estoy deseando que vuelvas.

- ¡Ah! Gracias mamá... Qué amable...

- Todos somos insoportables a veces, Sonia. Algunos, la mayor parte del tiempo. Pero ese chico es tu compañero y le tienes que aceptar. Es un trabajo, como el que tienes en Madrid. ¿Acaso te llevas bien con todo el mundo de la oficina?

- No, claro.

- Pues esto es igual.

- No es lo mismo.

- ¿Por qué?

- Porque le tengo pegado a mí en todo momento... Desde que me levanto hasta que me acuesto. Todo son órdenes, exigencias, presiones... Desayuna, cena, acuéstate, levántate, vístete...

- La convivencia es difícil. Y en tu caso, forzosa y extrema.

- Pero no puedo más...

- Siempre se puede, cariño. Eres fuerte.

- Ya no tanto, mamá. Estoy cansada de tener que depender de las llamadas de un tarado que tiene secuestrado a mi novio para que me diga cuál es el siguiente punto donde buscar, y que nunca aparezca. Estoy cansada de que mi compañero desconfíe de mí por algo que no he hecho. Y estoy cansada de estar desconectada del mundo y vigilada las veinticuatro horas.

- Tienes libertad para moverte y utilizar el móvil siempre que quieras.

- No es tan sencillo, mamá. Las cosas no son como te las están pintando. Cada apartamento al que vamos está lleno de cámaras de vigilancia, y el móvil lo tengo pinchado. Conversaciones, fotos, redes sociales... Todo.

- Sonia, forma parte del trabajo.

- Tú sabes algo, ¿verdad?

- ¿Algo de qué?

- De Adrián. De lo que están haciendo con sus ordenadores. ¿Qué está pasando?

- Sé lo mismo que tú, cariño.

- No es verdad... ¿Qué es lo que no quieres que sepa?

- Eso que te preocupa... Es cuestión de horas. No hagas tonterías y cuida de tu compañero. Seguro que no es tan horrible como crees.

- Por favor, mamá...

- No puedo hacer más, Sonia.
Me colgó. Era la primera vez que me hacía eso. Y me lo tomé fatal. Ahí tenía de nuevo a mi fantástica mente acelerada pensando mil cosas, cada cual más macabra y retorcida que la anterior. Estaba viviendo una pesadilla real, con los ojos abiertos. Estaba convencida de que mi madre me estaba mintiendo. Cuestión de horas... A eso se reducía todo. Al tiempo. Ni siquiera sabía qué hora era... Miré el móvil. Las dos y cuarto. La hora de comer y ni siquiera tenía hambre (bueno, realmente en Alemania se come sobre la una del mediodía, pero yo no terminé de perder las costumbres españolas del todo).

Alcé la vista y vi una inmensa columna en mitad de la glorieta, y en su cúspide la figura dorada de lo que parecía un ángel. Un ángel guardián... El mío me esperaba en el mismo sitio donde le dejé antes de adentrarme en el parque sola. Cogimos un autobús y regresamos al distrito de Wedding. En vista de mi indecisión e indiferencia (bastante tenía con poner en orden mi cabeza...), optó por volver a coger comida para llevar de un restaurante cercano al apartamento, el mismo que el día anterior. Me fue suficiente con unos espaguetis carbonara. Después de comer, me metí en la cama; y Alexander no puso ninguna objeción a ello. Sólo quería cerrar los ojos y que el tiempo volara. Que fuese de noche, para saber la verdad.

Continue Reading

You'll Also Like

24.6K 2.1K 14
Izuku midoriya un chico que nació diferente a las demás de su generación no por el hecho de no tener un don El tenía algo más El era un prodigio Tod...
71.2K 2K 28
🧸🧩👒🎧 ONE SHOTS [SPREEN] +18 Minis historias. Esta historia no se hace con fines de incómodar a nadie, si te incomoda, vete. No en todas hay +18. ...
Nobilis By YinaM

Science Fiction

351K 32K 68
En un régimen estable, donde la calidad de vida es alta y la guerra es solo un mito de antaño, Aletheia es una adolescente a puertas de un compromiso...
19.7M 1.3M 122
Trilogía Bestia. {01} Fantasía y Romance. El amor lo ayudará a descubrir quién es en realidad y su pasado hará reales sus peores miedos. ¿Podrá ell...