Consorte [Saga Sinergia]

By AxaVelasquez

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«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que po... More

Sinopsis
Antes de leer
Prefacio
1: Duelo de reyes
2: Un pacto entre dos coronas
3: Los mandamientos del matrimonio
4: El sonido del silencio
5: Pluma carmesí
6: El enmascarado de Jezrel
7: Mariposa
8: Venganza
9: Justicia y honor
10: Juicio bastardo
11: Prisionera
12: El cuarto de la reina
14: La princesa que más lee
15: Noche de las hojas rojas
16: La costa de Medusa
17: El anillo y la máscara
18: El beso maldito
19: Acuerdo nupcial
20: Boda ilegítima
21: Coronación inesperada
22: Noche de bodas
23: Al ritmo de dos corazones
24: La vagina de la discordia
25: Nukey

13: El señor del silencio

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By AxaVelasquez

Los ojos oscuros de Eva me escudriñan. Tal vez esté preguntándose cómo puedo confiar en ella luego de que fuera condenada por el rey. Tal vez, se pregunta cómo sirios se me ocurre continuar con el compromiso con dicho rey, dado que el muy bestia —lo estuve pensando, y le queda el adjetivo— me encerró a soportar hambre, sed y malos tratos en un calabozo insalubre.

O tal vez solo se pregunta si pretendo darle de comer en el almuerzo, y el resto de las preguntas solo están en mi cabeza.

—Estás libre de esta celda, pero no de tu esclavitud —le había dicho la matriarca anciana a Eva en nombre de la reina—. Tus pecados no han sido perdonados, existes para servir a la reina consorte y nada más.

Después de eso pedí que recibiera atención médica inmediata. Luego de que me volvieran a suturar quedé tan agotada que me dormí en el banquillo donde esperaba a mi nueva doncella, y recién en la mañana me despertaron para que desayune; una hora más tarde ya tenía a Eva a mi servicio.

La envié a ponerse al día con las instrucciones de la anciana, y hace un rato regresó con todo lo que necesitaré para el evento social que más temor me ha provocado jamás.

La idea de ser presentada a la sociedad de Jezrel altera mi determinación. Al llegar aquí, solo estaba nerviosa; hoy he visto las paredes llenas de espinas, y los cielos atestados por luciérnagas; he visto asesinos que se esconden detrás de una máscara, y damiselas que escogen morir por sus secretos; he visto leones con alas y reyes sin voz. Hoy, no tengo idea de qué esperar de este reino de moribundos donde todos parecen más eternos que yo.

Tal vez por ello siento que llevo una vida aquí sentada con un libro que ni me interesa ni pienso leer.

La tinta y el pergamino me observan, juzgando mi incapacidad para empezar la carta que debo enviar a mi familia.

No les he escrito desde que llegué.

—¿Se encuentra bien, alteza? —me pregunta Eva al acercarse a mi rincón en la torre—. ¿Quiere que yo escriba eso por usted?

—¿Eh? No, no hace falta. Es solo que... ¿No hay una biblioteca disponible en estos momentos? Sin ofender a Elius y a su intención de que me distraiga, pero no me interesa... —Cierro la portada del libro para leer el título—. "El descubrimiento y comercialización de los restos de las criaturas post creacionismo".

—Tal vez haya algo dónde comprar una novela fuera de aquí, pero no creo que este sea el momento. Debemos empezar a vestirla si quiere llegar a la reunión.

—No es una reunión, es un circo donde yo soy el payaso. O, lo que es lo mismo, una fiesta para celebrar mi compromiso con un rey que no me habla. Que no habla con nadie, para ser justos, pero a mí ni siquiera quiere verme.

—Muy cortés de parte de su majestad.

Exhala con dramatismo y la miro. Ahora lleva el uniforme de las doncellas, pero en esencia sigue siendo una esclava.

—Eva, ahora que eres mi doncella —le digo—, es importante que entiendas que tienes la obligación de secundar todas mis habladurías. Es decir, que si yo me siento aquí a hablar mal de mi prospecto de marido, lo cordial sería que aportes críticas, y no cumplidos.

—En ese caso: su prospecto de marido apesta. ¿Fue lo mejor que pudo conseguir, princesa?

—La otra opción era el celibato. Literalmente.

Ella se queda mirándome con suspicacia, cohibiéndose de hacer la pregunta. Tal vez no sabe si tiene el derecho a hacerla.

—Quería ser caballero. —explico—. De hecho, lo que quería era dejar de ser inútil, así que me enlisté. No sé cómo funciona el adiestramiento en Jezrel, pero en Deneb la guardia real tiene prohibido formar una familia, así que ese sería mi futuro.

—¿Qué clase de princesa se enlista para ser caballero?

—La clase que se queda paralizada al ver a su padre traicionar a la familia, y a su madre asesinarlo, y que solo es salvada de morir en manos de unos sirios porque su hermanita es la mejor arquera. Esa princesa, de existir, le apuesto a que guardaría los patines e iría corriendo a tomar una espada.

—Patines —repite anonadada, como si fuera lo más insólito de la historia.

—Larga historia, y muy aburrida.

—Ya no necesita la espada, princesa, tal vez debería buscar unos patines nuevos.

—¿No la necesito? —La miro con los ojos entrecerrados—. ¿Qué recuerdas de lo que ocurrió en esas celdas, Eva? Porque lo que yo recordé es que nunca dejaré de necesitar la espada.

—Tiene posibilidades, alteza. Hay quienes un día estudian para construirse un futuro y al siguiente la vida se les termina. La suya sigue, aunque sea junto al rey de las bestias. No guarde la espada, pero tampoco queme los patines. Atesore sus posibilidades.

—Eres una poeta —le contesto en broma, porque me parece el modo más efectivo de callar a la otra Freya, la que no sabe sonreír, la que si dejo entrar no saldrá nunca.

Eva me ayuda a vestirme. Me forra con corsé, el armador, tull y medias color piel hasta pasar a la artillería.

La tela del vestido se desliza sobre mi piel; es de un azul más profundo que el hielo de Deneb, con mangas cortas que son completadas por guantes largos a juego. La costuras están hechas con hilo de plata que forman patrones de mariposas por todo el vestido. Quien escogiera el diseño, pensó en representarme en el.

Me preocupa el escote corazón tan pronunciado, pues hace que mis senos resalten tanto que veo grotesco agregarle un collar. Sería impropio usar algo tan sugerente, si no estuviera ya prometida al rey y el vestido avalado por su madre.

Eva me coloca los pendientes y una gargantilla de diamantes con pequeños zafiros que me distinguen de la princesa que solía ser, proclamándome como la reina en la que voy a convertirme.

El suplicio se prolonga cuando no una, sino tres doncellas irrumpen en la habitación y empiezan a trabajar en mi peinado que combinará el cabello suelto abajo, y lleno de intrincadas trenzas en la parte de arriba.

—Si el rey no le habla luego de verla así —dice Eva ayudándome con el rubor—, déjelo.

—La última vez que confirmé, no funcionaban de ese modo los acuerdos matrimoniales.

—Bueno, todos cometemos errores, ¿le ha gustado la comida? ¿Entendí mal o es usted virgen?

—¡Eva! —Me acabo riendo, lo que hace que se riegue el rímel por todo mi párpado y que ella tenga que corregirlo—. Eres tan asocial como Elius, y él lo tiene justificado: sus amigos son griphers.

—Habla mucho de ese Elius, ¿es su amigo? ¿Le contó que es virgen?

—Se te da fatal el cotilleo, Eva. Tendré que darte unas clases.

—Por favor, y ya que insiste en darme clases... ¿Me daría clases de virginidad?

—¡Por Ara, sí, sí soy virgen! ¿Feliz?

—Y más le vale —dice una odiosa voz desde la entrada de la torre—, porque Israem no va a meter su gripher donde antes anduvieron gatitos, ¿entiende?

Le lanzo mi zapatilla a Elius, que esquiva por un centímetro al pegarse al marco de la puerta con una mano en el pecho.

—Princesa, se le desvió la zapatilla y por poco me la clava en la frente. Debe revisar su puntería. ¿Me permite hacerle un examen ocular? Tal vez desarrolló una ceguera ligera luego de las fiebres...

—Mi vista está en perfecto estado, Elius —aseguro con un tono exageradamente dulce—. Ahora, deje de opinar de la cueva del gripher y retírese.

—¿Qué cueva?

—Elius, honorable lord mano, le aseguro que no quiere tener esa imagen en su cabeza. Así que...

Hago una floritura con mis manos enguantadas para indicarle la salida.

—Yo escogí el azul del vestido —dice, sin molestarse crear un puente entre mis palabras y su comentario—. Es el color de los ojos de Scar, espero que ablande un poco a su majestad al verla. Así que vine a supervisar que se pusiera exactamente este vestido, y no el uniforme de las doncellas. Con usted nunca se sabe.

—Le aseguro que mis días de insurgente han acabado en esa prisión. Ahora, márchese. Es impropio que haya un hombre en la torre mientras me visto, usted debió haberlo pensado, sabiendo lo posesivo que es el rey.

Elius me mira como si acabara de decir la cosa más ridícula que alguien puede decir.

—El rey jamás se sentiría intimidado por mí, y es abominable que siquiera lo sugiera. Yo soy su veterinario.

—Ah... —Lo dice como si tuviera todo el sentido del mundo—. Claro, ¿cómo no lo pensé? De todos modos, no hay nada de qué preocuparse, no voy a vestir como una esclava y este peinado debería estar listo en unas tres horas, así que... ¿Me da privacidad, por favor?

Asiente y se marcha.

—Entonces... ¿Qué se supone que ha hecho desde sus dieciocho a los veinte? —retoma Eva sin poder contener su curiosidad—. ¿Rezarle a Ara?

—Leer cómo intiman personajes ficticios que se odian entre sí.

Ella ríe, como si fuera un chiste. Ojalá lo fuera.

—Ya en serio —dice con la huella de la risa todavía en su voz—, ¿no le preocupa tener su primera vez con un cosmo?

—Yo... —mi voz baja una octava mientras el calor abruma mi rostro. No me incomodan los temas sobre coito, es este mi deber, pero me avergüenza reconocer que me preocupa en específico el asunto que ha mencionado Eva—. Tengo entendido que el rey no es precisamente un cosmo, pero... ¿Qué has oído tú?

—Bueno, lo de cosmo es para simplificarlo. Hay miles de teorías por todo Jezrel sobre la condición del rey, pero lo único que parece un hecho es que está relacionado a las estrellas. Eso son los cosmos, ¿no? Humanos que roban poder de las estrellas.

—Pues... Es una forma simple de decirlo, sí. Mi hermana, la reina de Deneb, es un cosmo. Y su marido. Y toda la familia real de Áragog. Por allá nos gusta decir que son humanos escogidos por las estrellas para portar su poder, no ladrones.

—Lo lamento si la ofendí...

—No, Eva, no quiero que censures tus opiniones conmigo. Me gusta hablar con alguien tan genuino junto a mí.

—En ese caso, ¿puedo insistir en mi duda con respecto a su primera vez con el rey?

Reprimo una risa y le contesto.

—Si él fuera un simple cosmo, creo que no estaría tan preocupada. Pero no fue eso lo que oí del rey.

La miro, esperando encontrar en sus ojos algo de confirmación a lo que sé.

Y lo veo ahí, detrás de su comodidad al hablar conmigo, donde está la mujer destrozada por lo vivido en esa celda. Eva oculta tanto que desconfío hasta de que me haya dado su nombre real. ¿Qué tanto sabe? ¿A quién teme, a quién protege?

—¿Qué ha escuchado? —me pregunta.

—Que es un sirio.

—Dudo mucho que un rey sea capaz de venderle su alma al dios Canis. Digo: ganaría poder, claro, ¿pero no perdería su consciencia humana? Yo vi al rey en ese juicio; era... bruto en sus formas, pero no un monstruo irracional, al menos no del todo.

—Algo de verdad debe haber en la información que tengo. Ese hombre no aparenta tener noventa años, de alguna forma ha burlado al envejecimiento, ¿no podría también haber encontrado una forma de tener el poder de un sirio sin perder su alma?

—Entonces, ¿usted cree que él come almas?

—No lo sé, pero si es así, me esperan unas noches muy interesantes en su cama.

Camino a la celebración del compromiso, Eva me alcanza. La había mandado a buscar información sobre la anciana que la adoctrina en su puesto como doncella. Esa mujer es más que solo una sirvienta mandona, y necesito a alguien en el castillo que me dé una maldita respuesta, por sencilla que sea.

—Su nombre es Isobel Belasius —me explica Eva en voz baja mientras nos acercamos al salón—. Y sí, me aseguré y es de esos Belasius. Es pariente de la reina madre, aunque no he confirmado en qué parte del árbol genealógico está. Según las demás doncellas, tiene un hijo de unos trece años. Es el consentido de la corte y el ser más joven relacionado con la familia real.

—¿Tienen a una Belasius trabajando para el servicio? —me uno a sus murmullos—. ¿Y esa mujer tuvo un hijo hace trece años? Si tiene toda la pinta de tener unos setenta.

—Es todo lo que pude averiguar, alteza, ¿quiere que indague más?

—No, te necesito en esta fiesta. Mézclate e infórmame de cualquier asunto medianamente sospechoso o que me pueda dar información sobre el rey, el reino y... Y todo, básicamente. Infórmame de todo.

En la entrada me espera lord Elius, mano del rey. Va vestido de blanco y dorado, lo que hace que en contraste su piel se vea más grisácea y su iris resalte. Hasta está peinado.

Y a su lado, está la reina madre.

—Lord Elius se ha ofrecido a llevarla —me explica la reina con premura—, abrirán el evento y luego te entregará al embajador para que bailen. El rey ha decidido solo observar, y no vamos a cuestionarlo, ¿de acuerdo? Luego del baile empezarás a formar parte de nuestra corte, así que básicamente harás lo que yo te diga en ese momento, ¿está claro, niña?

—Como ordene, Isidora.

—¿Nos disculpas? —pregunta la reina madre a Elius al tomarme por el brazo.

—No me han ofendido, no se preocupen —contesta él, por lo que tengo que reprimir mis latentes ganas de burlarme. Y es que ni siquiera da indicios de estar bromeando, parece en serio estar sumido en su burbuja de asocialidad.

La reina no le da importancia y me aleja unos pasos de la mano del rey, y entonces suspira.

—No pareces ser una insensata, niña, pero como tampoco me parecías ser una suicida que se encierra a sí misma en el calabozo... Me veo en la obligación de advertirte que el adulterio se paga con muerte. Elius está siendo ridículamente amable, pero no te confundas, hace por ti lo que haría por un gripher herido. Su bando está escogido, y no es el nuestro. Si tiene que escoger, escogerá al rey, y si se te ocurre confundir las cosas... Solo ten en cuenta que el no tiene pene antes de hacer una locura, ¿sí?

—Ma-majes... majestad —trago con dificultad, sus palabras las he recibido como un puñetazo tras otro—. Jamás faltaría a mi deber, no rompería un juramento, y en cuanto pronuncie mis votos habré jurado honrar a su hijo. Y... usted está malinterpretando...

—Querida, si estuviera malinterpretando algo, ya estarías muerta. Si tengo esta conversación contigo es porque creo que no es necesaria, pero prefiero evitar desgracias futuras teniéndola de todos modos. Tú y yo seremos grandes aliadas. Juntas haremos de este reino un lugar decente que mi hijo no pueda arruinar. No lo arruines tú.

Asiento, todavía con mis ojos desorbitados por la retahíla que me acaba de soltar esta mujer.

«Su bando está escogido, y no es el nuestro.»

Si algo bueno saco de esta conversación es la convicción de la reina al respecto de mis lealtades. Cree que le sirvo a ella y solo a ella. Pretendo que siga siendo así.

—No lo arruinaré.

          Hasta el más corto de mis pasos resuena como un eco en mi corazón.

El salón está impregnado de expectación mientras Elius me lleva del brazo hacia el centro de la sala, mi vestido rozando el suelo en mi eterno avanzar.

El lugar está abovedado por un techo alto lleno de mosaicos de cristal, y entre tanta nobleza de pie a mi alrededor, apenas alcanzo a ver los tres tronos al final de la sala. La reina madre ya se encuentra en el de la izquierda, y el del centro supongo ha de pertenecer al rey. Al menos ahí debería estar, porque no veo rastro de sus ojos azules por ningún lado.

El embajador de mi reino está en el centro de la pista de baile, esperando a que Elius me entregue.

Pero mientras atravesamos todo el pasillo formado por los invitados, me fijo en sus rostros desconocidos. Y en medio de ellos, llego a un ángulo en el que alcanzo a distinguir una de las mesas al fondo, donde solo hay una persona sentada. Un hombre de tez clara con una coleta que recoge su largo cabello oscuro del que resalta un mechón blanco a la altura de su sien.

Pero no puedo ser, no puede ser él.

Por instinto alzo mi mano libre con ganas de tomar el broche de mariposa, pero me abstengo. No puedo dar un espectáculo en este lugar solo por mis alucinaciones nerviosas.

Y es que cuando vuelvo a alzar la vista, ya no soy capaz de ver las mesas al fondo. A punto estoy de devolverme solo para asegurarme de lo que vi, pero no puedo.

Además, ¿en serio estaría aquí el asesino más buscado del reino, sentado entre los invitados como si nada?

Estoy exprimiendo mi cerebro y ni siquiera recuerdo si tenía máscara. Creo que sí, pero, ¿y si solo me estoy convenciendo de ello? Pudo haber sido un noble más de cabello largo, y las luces crearon ese destello blanco que me pareció un mechón.

Alucinación o no, ha borrado mi sonrisa, ha tornado mis nervios en una tensión asesina. El enmascarado juró convertirse en mi miedo, pero lo que se está ganando es mi repudio.

Elius me deja junto al embajador y ni siquiera soy capaz de retener las palabras que dicen, sigo absorta por la imagen de ese hombre, mi corazón latiendo entre creerme o rechazar mi preocupación, exprimiendo el recuerdo para extraer más que solo esa imagen fugaz.

—Princesa Cygnus —escucho que murmura a medida que bailamos. Por el tono que usa, siento que no es su primer intento de llamar mi atención—. La reina me envió para protegerla. Hay un denebita de su lado, alteza, ya no está sola.

Me obligo a centrarme en él. Es un hombre imponente, con una barba espesa y manos curtidas por el trabajo de campo. Lo recuerdo como lord Albir, ha sido muy devoto a la monarquía de los Cygnus desde el momento en que se instauró. Es un alivio tener a alguien leal a mi lado.

—¿Algo le preocupa, princesa?

—¡No! —me apresuro a aclarar—. Simplemente los nervios de la boda.

—Entiendo... Tengo mensajes de sus hermanas, no le han escrito por miedo a que alguien interceptara su correspondencia.

—Tan inteligentes como de costumbre.

—La princesa Gamma Cygnus le dice que exige ser su dama de honor, así que estará aquí para el día de la boda...

—¡No! —chillo lo más bajo que puedo. La presencia del enmascarado en esta celebración, ficticia o no, me ha recordado que no estoy a salvo en este reino, y mi hermanita mucho menos. Él la amenazó, no puedo permitir que pise este lugar—. Mi lord, debe decirle que no es necesario.

—¿Usted conoce a sus hermanas, alteza? Porque yo podría hacerles un discurso para exponer esa idea, y aún así la princesa Gamma hará lo que se le antoje. Y lo que se le antoja es ser la dama de honor de su hermana.

Sobre mi inminente cadáver.

—Yo hablaré con ella, no se preocupe.

—¿Por qué no quiere que su hermana venga aquí? ¿Está segura de que todo está en orden?

Siento unos dedos sobre mi hombro y me detengo. La reina madre se ha unido al círculo de baile tomada del brazo por lord Cedric, el chismoso real, según entiendo.

Isidora procede a bailar con el embajador y Cedric me pide un baile al unísono. Supongo que no tengo opción, así que acepto.

Mientras bailo con lord Cedric, debo agradecer que deja entre nosotros el espacio de un cuerpo. Sus manos apenas me tocan, una puesta sobre mis omóplatos, y la otra ligeramente sosteniendo mi mano enguantada.

Supongo que dice mucho de mis expectativas el hecho de que agradezca que un hombre no se comporte con lascivia hacia mí delante de todo un salón de baile.

—Mis más honestas felicitaciones, princesa Cygnus —lo oigo decir, y aunque su voz es más cauta que la del embajador, no parece que esté susurrando; es como si la práctica lo hubiera convertido en un experto de la discreción.

—Muchas gracias, lord Cedric.

—Estos son sus primeros pasos en una corte que le traerá muchas sorpresas.

—Eso estimo.

—Por ejemplo, debería saber que hoy la observan ojos muy importantes. Hoy, estudian; buscan una conclusión sobre usted que les diga cómo actuar en adelante. Usted será su reina, después de todo.

—¿Y qué ha concluido usted de mí en lo que va de velada?

—Yo ya formé mi juicio hace días, alteza. En cambio, estas personas... Solo hay una oportunidad para dar una primera impresión, y esa primera impresión ni siquiera depende de usted, me temo. Lo importante es lo que no se ve: la ausencia del rey. Al faltar a su entrada, el rey la ha marcado con su desinterés. Eso es algo que la nobleza de Jezrel jamás pasará por alto.

—¿Y usted pretende agravar los rumores del desinterés del rey regando la información sobre mis días en el calabozo? ¿De eso se trata este baile, lord Cedric? ¿Quiere extorsionarme?

—Pero qué paranoica ha resultado, alteza. Yo negocio con la información según me beneficie, y créame que ese detalle perjudicaría al reino de maneras que no hacen bien a nadie. Si me permite darle un consejo: no lo vuelva a mencionar. Las sombras tienen oído, y no es un baile el mejor lugar para susurrar un secreto tan delicado.

Este reino es una mina de escalofríos, cada minuto que paso en él mi temor se agrava y mi confianza flaquea.

Para cuando vuelvo a cambiar de acompañante, todo el centro se ha llenado de parejas bailando. Me presentan a un lord tras otro, me hablan de siembras y proyectos que quieren que financie, incluso de sus hijas, ofreciéndolas como mis pupilas. Pero es poco lo que retengo y nada lo que realmente importa una vez ese hombre se me acerca.

No tengo idea de quién es, pero las personas se apartan a su paso. La reina madre me lanza una mirada que me inquieta, porque no me está direccionando sobre lo que debo hacer, sino que se limita a observar con preocupación. Busco a Elius entre la multitud y lo encuentro justo cuando detiene su baile y se tensa, confundiendo a su pareja.

El hombre no tiene nada que destaque en su físico, tiene los rasgos de la mitad de los lores presentes, con barba y líneas de expresión que delatan el paso de los años sobre él. Pero la cantidad de anillos lo distingue en cuanto a su situación económica, y por encima de eso lleva una pieza que nadie más en todo el castillo: una especie de diadema de oro que en forma de plumas que se entrelazan hasta rodear su cabeza.

Sus pasos se detienen al llegar a mi altura, y para entonces ya nadie está bailando.

—Isidora —saluda con impunidad a la reina madre.

Ella endurece su expresión, sosteniendo la mirada del hombre por unos segundos hasta que consigue la compostura necesaria para fingir una sonrisa.

—Veo que recibiste nuestra invitación —señala Isidora.

—De hecho, ni me he molestado en revisar mi correspondencia, simplemente asumí que no me dejarían fuera de un evento tan... —El hombre escruta mi cuerpo de arriba a abajo—. Sin precedentes.

—Por supuesto —concede Isidora.

—Entonces es cierto lo que dicen: Jezrel al fin tendrá a su reina. Luego de casi dos décadas gobernados solo por el señor del silencio, esto es como ver regresar a Ara al plano terrenal.

—Freya —dice Isidora sin mirarme, ni siquiera de reojo. Da la impresión de que no quiere ni parpadear en presencia de ese hombre—. Te presento al alto lord de Polaris.

Polaris... esa zona del reino de la que viene Eva, y a la que suele llamar «el otro lado». Entonces este hombre es quien la gobierna.

¿Por qué parece tan infame en la corte que debería recibirlo con honor?

Extiendo mi mano para presentarme y le regalo una sonrisa casta y sencilla.

—Mi lord —saludo.

Él solo llega a hacer el ademán de tocar mi mano cuando una explosión detona sobre nosotros y del techo empiezan a llover cristales.

Los gritos surgen por instinto colectivo, y el embajador de Deneb se cierne sobre mí usando su cuerpo como escudo, aceptando los fragmentos del techo que caen para que yo no tenga que lastimarme.

La conmoción solo se multiplica cuando las ráfagas de viento forman desastres sobre las mesas, peinados y vestidos. Y a eso procede el temblor, el suelo deja de parecer seguro cuando la oscura criatura alada aterriza en medio de nosotros con el rey envuelto en cadenas sobre ella.

Israem Corvo Belasius, con su capa moviéndose todavía por los residuos del viento que formaron las alas de Scar; sus ojos azules brillando más que la aurora del cielo nocturno, ahora desnudo sobre nosotros, y su cubrebocas intacto como de costumbre.

Si antes habían hecho paso al alto lord de Polaris, ahora los presentes parecen extinguirse alrededor del rey a medida que baja del gripher, hasta que siento que solo quedo yo en medio.

Israem viene a paso firme hacia mí, y temo que lo domine uno de sus impulsos donde destroza todo a su paso. Porque yo soy lo que queda a su paso.

¿Tenía que usar el techo para ingresar a nuestra fiesta de compromiso, hacía falta que llegara montado en Scar?

El alto lord parece sacudirse la impresión de haber visto al rey en su polémica entrada, y se mueve un par de pasos hacia él.

—Majestad —dice sin siquiera hacer una reverencia, pero el rey lo ignora, pasando por su lado directo hacia mí—. Pretendía invitar a nuestra reina a bailar, tal vez debería esperar a que terminemos.

Lo siguiente que sucede multiplica la densidad del aire al punto en que ya no soy capaz de alojarlo en mis pulmones. Creo que estoy soñando, que la fiebre ha vuelto. Creo en cualquier otra posibilidad que no sea lo que presencio. Porque lo que mis ojos ven es cómo Israem se detiene a mitad de un paso, y se vuelve como si viajara a través del viento, encarando al alto lord.

—La parte de tu cuerpo que roce a mi reina, no volverá a tocar nada jamás.

Yo lo escuché, todos escuchamos las mismas palabras, esa sentencia amarga que reparte escalofríos por todo mi ser, que ha petrificado toda la sala a media sonrisa, a mitad de un paso o una sílaba. Israem ha hablado. El cubrebocas me impidió ver sus labios, pero esa voz indiscutiblemente provino de él.

Israem habló, y acaba de amenazar al alto lord al que parecen temer y aborrecer tanto el resto de la corte.

No tengo ni idea de qué sentir, ni qué pensar, más allá de entender que Elius había sido honesto al decirme que el rey no es mudo.

Y estoy tan absorta, tan enajenada entre los escombros del techo y el eco de las palabras del rey, que no lo veo acercarse hasta que ya tengo su mano alrededor de la mía.

Israem me está tocando. Me mira a los ojos, distrayéndome en esa ira que quema en ellos mientras sus dedos cubiertos por cuero arrancan el satén de mi guante.

Desnuda mi mano, se roba todos los latidos de mi corazón, y entonces saca de su bolsillo una sortija cuyo diamante central refulge con el color del oro.

Se queda mirándome con mi mano entre la suya y la sortija en la otra. No entiendo lo que espera, pero me mira con tal intensidad que empiezo a asfixiarme.

—Mi señor —murmuro.

—Estoy pensando —contesta, confirmándole a mi corazón que no hemos imaginado su voz. Y es como un látigo a mis nervios, dos palabras dichas como para clausurar la conversación, y toda réplica posible. Por un instante, incluso olvido lo que me ha hecho, por un instante, no tengo que obligarme a estar en su presencia como si fuera un deber. Me cautiva lo que veo, me exalta lo que escucho.

—¿En qué piensa, majestad? —indago en confidencia, como si solo existiéramos él y yo en este salón.

—En lo que... —vacila, su entrecejo frunciéndose— debo decir.

—Usted es el rey, nadie espera que diga nada. Si no sabe qué decir, solo ponga el anillo, majestad.

Cuando me pone el anillo y veo a mi alrededor, la nube que nos envolvía se disipa. No hay una sola cara contenta o cautivada; la reina madre mira a su hijo con claros instintos homicidas, y el resto me mira a mí, o a mi dedo, como si les produjera una pena fúnebre.

Veo la sortija nuevamente, y me salgo de la ilusión que me hizo tomarlo como un detalle romántico, y por un minuto me dejo llevar por la Freya que cuestiona absolutamente todo. ¿De dónde sacó esta sortija, por que todos me miran así?

Pero no tengo tiempo para pensar mucho en ello, porque las manos del rey se cierran sobre mi cintura, arrastrándome un paso más cerca de su cuerpo.

Me mira, es tan intenso como suele ser él, pero esta vez no media palabras.

—Quiere que bailemos —aventuro, aunque esta vez mi voz no es la de hace un momento. Me cuesta suprimir la amargura que ha vuelto a escalar hasta mi garganta.

El rey asiente, y yo se lo permito, bailando sin implicarme, como si fuera un deber más. Mi mente no deja de vagar sobre las expresiones que me rodean, mis pies tropiezan con los escombros del techo y mi corazón vomita un latido tras otro, recordándome todo lo que sufrí en esa celda gracias a esta bestia que apenas se puede comunicar.

—Majestad...

Israem gruñe, una señal que supongo amerita mi silencio, pero pretendo hacerme la ignorante e insistir.

—Creo que debemos hablar —le digo.

No me responde y me desliza en una vuelta donde su fuerza pierde un poco de su compostura, provocándome un tirón de vértigo que me agita. Caigo nuevamente junto a él, que se aferra a mis manos y me clava sus ojos en... Espero que en mi collar.

—Majestad, han sucedido cosas que estimo que deberíamos discutir...

—¿No sabes guardar silencio? —Sus palabras no dejan de sorprenderme, y estas son agrias, una orden que reprime mucho.

—No soy muy buena en ello, pero aprenderé del mejor.

Me suelta, mirándome como si quisiera abofetearme delante de todos. No creo que encuentre nada agradable en mis ojos, porque desvía los suyos, me da la espalda y me deja sola en la pista de baile.

Necesito un intérprete para sobrevivir a Israem, y no solo por la ausencia de sus palabras. Son sus acciones, tan extremas y contradictorias. Despiertan una ira en mí que no debería sentir, pues no estoy aquí para vivir un romance.

Debo recordármelo. Aunque me duela en los huesos y en el orgullo, no puedo volver a perder la compostura con el rey. Debo ser la mujer ejemplar, al menos hasta que nos hallamos casado y Deneb esté fuera de peligro.

Nota: Estoy muy contenta con el ritmo de esta historia, a partir de aquí pasan cosas que estoy muy emocionada porque ya lean.

TIENEN QUE DECIRME TODO LO QUE OPINAN DE ESTE CAPÍTULO. Está largo y sustancioso.

¿Qué pensaron al leer que el rey habló? ¿Qué les parece su entrada y lo que dijo?

¿Qué piensan del alto lord de Polaris, el embajador de Deneb y la alucinación, o no, que tuvo Freya del enmascarado? ¿Teorías?

¿Qué les parece Elius y lo que dijo la reina sobre él?

Ah, y el anillo y el baile... ¿Les pareció romántico o están preocupados como Freya?

Otra vez dejaré la meta de 500 comentarios para el siguiente capítulo. Nos leemos pronto ♡

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En un giro del destino, Jun Hao, un despiadado matón callejero conocido por su fuerza bruta y sus agudos instintos, muere a manos del jefe al que ser...