Consorte [Saga Sinergia]

Galing kay AxaVelasquez

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«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que po... Higit pa

Sinopsis
Antes de leer
Prefacio
1: Duelo de reyes
2: Un pacto entre dos coronas
3: Los mandamientos del matrimonio
4: El sonido del silencio
5: Pluma carmesí
6: El enmascarado de Jezrel
7: Mariposa
8: Venganza
9: Justicia y honor
10: Juicio bastardo
12: El cuarto de la reina
13: El señor del silencio
14: La princesa que más lee
15: Noche de las hojas rojas
16: La costa de Medusa
17: El anillo y la máscara
18: El beso maldito
19: Acuerdo nupcial
20: Boda ilegítima
21: Coronación inesperada
22: Noche de bodas
23: Al ritmo de dos corazones
24: La vagina de la discordia
25: Nukey
26: Resistencia de mariposa, gracia de cisne

11: Prisionera

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Galing kay AxaVelasquez


Cada que paso saliva mi garganta arde como si estuviera tragando cenizas.

Ingenua, creí que Israem sería compasivo, que mi trato en la celda sería similar al que tuve los primeros días de encierro. Pero no pude equivocarme más.

El primer día sin comer predominó mi orgullo, aguanté con la misma fuerza en que me rehusaba a pedir clemencia. A la mañana siguiente no pude sentirme más arrepentida. Esperé a que entrara uno de los guardias, dispuesta a rendirme y llamar al rey.

Suplicaría lo que hiciera falta.

Pero en cuanto entró ese guardia... Si tan solo hubiese hablado antes, tal vez habría podido evitarlo, pero él no me dio tiempo; se fue directo a cometer una fechoría que no quiero rememorar. No puedo describirlo, porque soy incapaz de regresar a esos recuerdos sin quebrarme.

No me lo hizo a mí, pero se desquitaba con la esclava con más saña a medida que yo le suplicaba que se detuviera, como si deseara hacérmelo. Todavía convivo con mi vomito, ya seco, junto al banquillo.

Nadie ha venido a limpiarlo, como nadie borrará esos lamentos de mi mente.

Quiero salir de aquí, tiemblo de frío y lloro en silencio cuando el fuego de las antorchas se consume porque vaya que quiero, pero recuerdo lo que mis hermanas y yo sufrimos por un tirano. Lyra estuvo secuestrada tres años donde ese bastardo la quebró mentalmente. No puedo convertirme en el Sargas de nadie, y desde que Israem puso esa tortura a mi nombre ha condenado mi consciencia.

Ya no queda ni un resquicio de la Freya que le estaba agradecida, no cuando he tenido que ver a la prisionera contigua desmayarse por la pérdida de sangre luego de lo que ese guardia le hizo.

Y presumen que en Jezrel no se venden mujeres, como si robarlas los hiciera mejores.

—Princesa... —escucho balbucear a la prisionera.

Parece que al fin despierta. No sé si dar gracias a Ara de que siga viva, o llorar por lo que le espera.

—¿Sí? —pregunto con mi voz herida.

—No es una imbécil.

Son esas palabras las que cambian mi llanto silencioso a sollozos heridos.

Quiero un abrazo de mis hermanas.



Siento mi estómago como si lo hubieran pateado. El dolor de las suturas en mi cuello es distante, pero ahí está desde que me cortaron el suministro de analgésicos. Y no me importa, nada de eso. Son mis labios resecos y la aspereza de mi lengua agrietada lo que no me deja dormir

En algún punto de la noche el frío se distorsiona y empiezo a sudar, y cada gota de sudor es desesperante, porque me recuerda mi inminente deshidratación. Me siento tentada de lamerme para saciar esta horrenda necesidad que me agobia.

Acerco la mano a mi frente y noto mi piel hirviendo. Acabo de salir de una cirugía, una fiebre no puede ser buena señal.

Le pido a Ara y al cisne que, si es su voluntad lo que estoy haciendo, por favor no me permita morir. Pero sé que si pereciera en esta celda, quedaría como un precedente: los barrotes pudieron encarcelar mi cuerpo, mas no mi mente.

Lyra siempre dice que dejemos ser heroínas a las demás, que preferiblemente estemos a salvo. Pero es solo lo que dice, porque lo que hizo fue luchar por nuestro hogar, nuestra familia, y nuestro pueblo. No libertó todo Áragog, pero salvó Deneb. Aunque sus palabras digan algo distinto, lo que sus acciones me demuestran es que no somos todopoderosas, pero podemos escoger nuestras batallas.

Yo escojo esta.

Si salgo de aquí, estaré contribuyendo a lo que le hacen a esta mujer. Si salgo de aquí, ella nunca saldrá de mis pesadillas.


     Por la mañana me entregan una cacerola para que pueda hidratarme con ella.

Estoy tan desesperada que empiezo a tragarme el agua como un animal. No sé de dónde saco la fuerza de voluntad para detenerme.

Mi instinto de hermana me inclina a comerme todo antes que Gamma lo tome por mí, pero mi adiestramiento como caballero me ha acostumbrado a racionar la comida y respetar los códigos.

El hombre se ha ido sin dejar nada para la otra prisionera, así que la culpa me arrebata. Me preocupa cuando volverán a traerme algo de beber, pero, siendo justos, me han dado suficiente agua para saciar mi sed y hay alguien aquí que debe estar muriendo por un sorbo.

Me arrastro para entregarle el recipiente que ella agradece con letargo.

Solo queda un despojo de ella, no puedo ni verla a la cara luego de...

—Me copié en el examen de admisión —la escucho decir.

Es tan extraño que creo haberlo imaginado, hasta que ella se gira y aferra a los barrotes, pegando su rostro a ellos para hablarme directamente.

—Preguntaste qué hice. Eso hice. Sé que las personas de este lado tienen la impresión de que en Polaris todos somos mendigos o de muy bajos recursos, pero la verdad es que el internado es de élite. Yo no tenía para pagarlo, por supuesto. Así que me postulé para la beca. Pero estaba tan cansada por haber estado estudiando toda la noche y trabajando hasta tarde que... simplemente estaba tan cansada... Y me copié. Y me descubrieron, ellos tienen los medios para eso. Entonces alguien intervino y sobornó al internado para que me dejaran repetir el examen. —A partir de esa parte empieza a llorar. Es insólito verla llorando justo ahora, luego de soportar tanto sin una sola lágrima—. Ni siquiera pagó para que me dejaran entrar sin más, solo para que repitiera un examen. Y dejó una pluma roja...

Sorbe por la nariz y se queda viendo el techo mientras yo empiezo a encajar lo que me dice.

—He estado pensando tanto estos días... ¿Qué hice? Por Canis, ¿qué sirios hice para merecer esto? Y eso es lo único que me viene a la mente.

—Tú... ¿Sabes quién...?

—Si fuera cómplice de un asesino en serie, ¿crees que sería tan idiota para pedirle que deje su firma en los favores que hace para mí?

Pero eso no fue un no.

—¿Qué estudiabas? —le pregunto, e inmediatamente me arrepiento de hablar en pasado.

—Arquitectura —responde sorbiendo por la nariz. Me alivia que no tomara mal mis palabras—. Quería ser quien relata las historias de cada monumento al pasar junto a ellos, y no quien las escucha.

No tengo nada que decirle, me duele pensar en la vida que ha dejado atrás.

—Ellos te relacionan con ese asesino. No dejo de pensar... Si tienen una idea de quién podría ser, ¿por qué no lo atrapan?

—¿Qué le hace creer que él quiere ser atrapado?

Me remuevo en mi incómodo banquillo, incapaz de disimular mi ansiosa curiosidad.

—¿Insinúas que solo así lo atraparían? ¿Incluso el rey?

—Solo fue un cuestionamiento al azar, alteza, no insinúo nada.

—Estoy aquí por ti, tal vez me pudra en esta celda, creo que podrías confiar un poco más.

—Usted está aquí porque siente que es lo correcto, y así mismo lo correcto sería reportar al rey cualquier información que pueda ser útil para atrapar al enmascarado, ¿no?

—¿Y tienes esa información?

—¿Es esto un interrogatorio?

Suspiro. Tal vez debí especializarme en sutileza a la hora de sacar información, y no en fanfics y adiestramiento de soldado.

—No estoy aquí porque sea lo correcto  —le aclaro—, estoy aquí porque el rey me ha dado un obsequio que repudio con cada hueso que sostiene mi cuerpo. Y cuando se acepta un regalo una vez, eventualmente rechazarlo se vuelve imposible. Debo aprender a decir que no como esposa, y él debe aprender a respetar mis negativas. Sino esto será una tragedia.

—A mí ya me parece bastante trágico.

—Y todavía no me caso —bromeo.

—Ojalá llegue a la boda.

—¿Tu falta de positivismo es un efecto colateral de haber sido apresada o es una condición congénita?

—Es un efecto colateral de haber crecido del otro lado, supongo.

—¿Por qué le llamas así? ¿Qué hay en Polaris que parece señalarte como marginada?

—Es una persona muy buena, princesa, pero debe estudiar si quiere ser una buena reina.

He decidido que ella me agrada. Es honesta, y luego de todo lo que ha vivido estos días sigue teniendo una voz para acompañarme en nuestras conversaciones.  

—No soy buena —contradigo—, desobedezco a mi hermana mayor, me burlo de la menor y leo cochinadas entre sirios y sus almuerzos humanos. Pero me esfuerzo en no ser mala, con eso me doy por satisfecha. Y tienes razón, debo estudiar Jezrel. No tuve tiempo de hacerlo cuando me llegó la... propuesta. Los consejos que recibí entonces iban más dirigidos a entender los terrenos del cuerpo masculino.

—En ese caso, considere cambiar de consorte a doctora. Es más seguro para todos.

Me sorprendo a mí misma riendo por primera vez en mi aprisionamiento legal.

—Mi nombre es Eva, por cierto —me dice.

—Un placer, Eva, ojalá nunca te hubiera conocido.

—Tenemos tanto en común... —secunda, y entonces ella también se ríe.

Hice reír a una moribunda. No lo he hecho tan mal después de todo, ¿eh?

Está en nuestra naturaleza acostumbrarnos a todo. El hedor a vomito, el olor del moho, son cosas que ya casi no siento a menos que piense directamente en ello.

Pero todavía no me acostumbro a la fetidez del excremento fresco, que es justo lo que me golpea cuando mi vecina se cansa de esperar la cubeta que nos rotan de vez en cuando y decide defecar en el piso.

Si tardan un día más, yo seré la siguiente.

Mi cuello arde, y la fiebre me consume.

Creo que estoy alucinando cuando veo sus ojos dorados encima de mí.

Elius, maldito Elius. Como me alegro de verlo, aunque luego resulte ser una imagen creada por mi febril imaginación.

Escucho las órdenes de la mano del rey, cómo los esclavos que le acompañan preparan una especie de mesita con implementos médicos junto a nosotros, y al resto los envía a  limpiar mi celda y la contigua. Dice algo sobre no poder trabajar en esas condiciones.

Que imagine vivir en ellas.

—Princesa Freya —dice con voz cauta, como si temiera alertar las paredes de su presencia—. Permítame quitarle el collarín, necesito examinar las suturas.

—No se lo permito —bromeo con voz ronca—, prefiero quedarme con esta cosa puesta hasta que se me pudra el cuello.

—Antes del juicio, habría tomado sus palabras como una broma —su voz suena forzada por el esfuerzo que hace para ayudar a mi cuerpo a incorporarse—. Ahora no dudo que tenga verdaderas ideas suicidas.

—Viniste a sermonearme —entiendo.

Me ignora en rotundo y mete un termómetro bajo mi lengua. Lo deja ahí un momento mientras me quita el collarín y examina mi cuello.

Sus dedos tocan la sutura, y un gemido escapa de mis labios.

Lo veo fruncir el ceño, tomar mi termómetro y alejarse para cambiarse los guantes.

—La fiebre es alta —murmura—. Necesitamos reducirla antes de limpiar la herida.

Me extiende un par de píldoras y un vaso de agua.

—Se ha infectado, ¿verdad?

Lo veo mezclar hierbas en un mortero y crear una pasta espesa. Su seriedad me preocupa.

—Estará bien, alteza —me responde.

—¿Te matarán si muero?

—No va a morir, por desgracia.

Aplica la pasta de hierbas sobre mi frente y en mis muñecas. Su frescor me alivia un poco la sensación de estar quemándome en vida, pero mis ojos siguen llorando por la fiebre.

—¿Podrás ayudarla a ella también?

—Ella es una esclava.

—Pero... sería como un favor para mí.

—No voy a hacerle favores, podría creer que estoy de acuerdo con algo de lo que hace.

—Estás molesto.

Pincha mi dedo para examinar una gota de mi sangre con un microscopio. Eso parece empeorar su humor y profundiza las líneas de su entrecejo. 

Saca un paral de su maletín y en este cuelga una bolsa de solución salina. Luego me toma una vía para suministrarme el suero.

—Está deshidratada, sin defensas, baja de azúcar... ¿Cuándo fue la última vez que comió algo?

Lo miro a los ojos, ya no finjo la sonrisa con la que patentaba mis bromas. Dejo que vea lo que hay debajo, la mujer que herida, humillada y furiosa.

—Soy la princesa de Deneb, Elius. Estoy protestando pacíficamente, no por ello tienen derecho a tratarme de este modo. 

—Desautorizaste al rey, Freya —espeta perdiendo la formalidad que había intentado mantener desde que apareció en esta pocilga—. No estamos hablando de cualquier cosa.

—No lo hice, solo rechacé su obsequio.

—Lo dejaste en evidencia frente a su corte. Murmuran que se ha ablandado, que no puede controlar ni a su prometida. ¿Qué esperabas que hiciera?

—No provocarme una muerte lenta, eso te lo aseguro.

—Debo limpiar la sutura —dice mostrándome la jeringa—. La infección debe ser tratada, y va a doler. Más vale que aceptes la anestesia.

Le muestro todos mis dientes a modo de sonrisa y el procede a penetrar mi piel con la aguja.

—Se lo dije, ¿sabes? —me dice al empezar a limpiar. No espera que la anestesia actúe, y tengo que morderme la boca para no graznar de dolor—. Le dije que no te regalara esa maldita rosa, que no agradecerías su regalo. Él tenía una buena intención, pero nunca ha sabido expresarlas.

Cuando retira la gasa con la que ha estado limpiando, veo que ha arrastrado sangre y pus. La tira, y toma una nueva que moja con algún antiséptico.

—Eso... —empiezo a balbucear atemorizada por lo que veo.

—No mires, no te alarmes.

—Ya miré, ya me alarmé. —Trago en seco—. Elius, ¿voy a perder el cuello?

—¿Tengo cara de que voy a morir? No, ¿verdad? Entonces no, no vas a perder el cuello. Ahora cálmate.

Sería más sencillo obedecer a eso de calmarme si no sintiera cómo la gasa lija mi herida y el químico que la empapa no me provocara tal ardor que creo que podría invocar  Canis si dejo salir el grito que reprimo.

No tendría que soportar este dolor si aceptaran mi protesta apresándome en condiciones mínimas de salubridad. 

—Cuando el embajador de Deneb llegue...

Él se detiene abruptamente.

—No puedes decirle —me advierte, es legible la preocupación en sus ojos.

—Suerte al ocultar que tienen a la princesa en un calabozo.

—Tú te metiste aquí.

—No recuerdo pedir que dejaran de alimentarme, ni exigir el resto de las condiciones inhumanas. Mi punto se probaría de igual forma si estuviera aquí abajo con un libro y una mantita. Voy a ser su esposa, Elius, no su esclava.

—El quiere presionarte, ¿no lo entiendes? Cree que así te doblegará y pedirás clemencia.

—Está faltando a su parte de nuestro maldito acuerdo donde jura que no solo no me lastimará, sino que me mantendrá a salvo en este matrimonio. Fue lo único que Deneb pidió. ¿Crees que dejarán pasar esto?

—Estás siendo injusta.

Gimo cuando arrastra con más fuerza la gasa por mi herida, y creo que lo ha hecho a propósito.

—¿Yo estoy siendo injusta, Elius? ¡¿Yo?! Llevo días sin comer, apenas bebí algo ayer, y si no voy al baño este mismo día lo único infectado no será mi cuello.

—Freya, no puedes juzgar a Israem como a uno de tus noviecillos en tu reino. El rey no razona como un ser humano, es instintivo, actúa más como una bestia que el mismo Scar. Sé que en estos momentos es difícil verlo, pero lo acorralaste y reaccionó.

—Yo lo acorralé, desde luego, porque fui yo quien armó todo un juicio para exponerlo en lugar de descartar antes una conversación. Si tomé esta decisión fue porque Israem no estaba presente entonces, y supongamos que entiendo que se molestara, pero  el impulso le ha durado... ¿Cuánto? ¿Tres, seis días? Ni siquiera sé cuánto llevo aquí.

Siento cómo Elius aplica una pomada a mi herida y lo siguiente que siento es...

Ahogo un grito al percibir la aguja atravesando mi piel, me muerdo la boca cuando el hilo sale y se tensa. Está suturando de nuevo, y no veo que haya nada anestésico ayudándome a soportar el dolor.

—Quiero saber si confías en mí —me dice.

—Supongo que no estás aquí por órdenes del rey.

—No, no lo estoy.

—Viniste porque te provocó ayudarme —sugiero.

—Yo te operé, e hice un juramento como médico, así que digamos que no podía dejarte morir. Ni perder la oportunidad de decirte que te equivocas.

—En ese caso, digamos que confío tanto en ti como se debe confiar en tu médico de cabecera.

—Me sirve. Y, en ese caso, debo decirte que Israem no es malo, solo hay que aprender a llevarlo.

—Lo haré, en tanto el embajador de Deneb llegue y me aconseje cómo proceder. Si el embajador me ordena que salga, lo haré sin protestar. Habré luchado hasta donde pude. Cuando haya salido de aquí, me preocuparé por aprender a llevar a la bestia.

—Puedes salir por tu cuenta, no es necesario que acarrees una situación política delicada...

—Puedo salir, si dejo que sigan ultrajando el cuerpo de Eva.

—¡No le des nombre!

—Yo no se lo di, solo respeto el que tiene.

—Freya, quiero que vivas... Por favor, por favor, recapacita. Esta no es tu guerra.

—¿Crees en Ara, Elius?

Elius asiente.

—Estoy convencido de su existencia —reconoce, mucha más devoto de lo que esperaba viniendo de un pilar de una monarquía que me es tan ajena.

—Entonces pídele que se haga su voluntad en mi vida. Si he de vivir, sobreviviré.

Se me queda mirando, sé que quiere protestar, agregar muchos más argumentos, quejarse y hasta insultarme si eso es posible. Pero se calla todo, consciente de su inutilidad, y es evidente cuánto le molesta.

—Lamento ponerte en una situación incómoda —le digo—. Y te agradezco muchísimo tus cuidados.

—No seas agradable, no dejar que te deteste en paz se considera descortés.

—Lo siento, imbécil, no se repetirá... Además, tienes una mano muy pesada para ser doctor. Y limpias mi cuello como si le lijaras el culo a un gripher. Espero no lo vuelvas a hacer jamás. ¿Así está mejor?

Por como me mira, supongo que no captó del todo mi sarcasmo.

Aff, veterinarios.

—¿Romperás el compromiso luego de esto? —pregunta al terminar de suturar.

—No. Como te dije: una vez salga de aquí, aprenderé a domar a la bestia.

—Israem no puede ser domado. Si esto es demasiado para ti, aun cuando ni se han casado, tal deberías...

—Sobreviviré de todos modos.

Me mira con suspicacia. Sospecha de mis intenciones, o de mi cordura, porque no lo entiende. No entiende que necesito este matrimonio.

—Debes descansar —dice mientras venda la sutura y me pone un collarín nuevo—. Te dejaré un bolso con alimentos y si te place puedes compartirlo con la chica de al lado. Le echaré un vistazo a sus heridas, pero por favor cumple al pie de la letra con el tratamiento que voy a dejarte, ¿quieres?

—¿Llevabas una mudanza en tus maletines?

No me responde y empieza a recoger sus cosas para irse a la otra celda, señal evidente de que está muy molesto.

—Y, Freya... —lo oigo decir cuando ya está fuera de mi celda.

—¿Sí?

—Ni se te ocurra morirte aquí.

—Veré que puedo hacer.

~~~

Nota:

Doble actualización, esperen que en unas horas subiré el próximo capítulo.

Díganme qué les ha parecido este capitulo, las condiciones del encierro y el trato hacia la esclava. Qué piensan de Elius, lo que habló con Freya y las conversaciones de estos dos en general. 

Quiero saber también qué creen que va a pasar.

Pd: leyendo los comentarios me he dado cuenta de que, aunque edito los capítulos antes de subirlo, ocasionalmente se me escapan algunas tildes faltantes. Esto se debe a que mi nueva laptop tiene un teclado configurado en inglés y no tiene tildes, así que trato de corregirlas con el teléfono cuando voy a actualizar, pero como trato de subir capítulos tan seguido obviamente se me pasan algunas erratas. Se los aclaro para que no piensen que el libro lo escribe un mono XD, si ven mis demás historias, notarán que trato de cuidar lo más posible la ortografía aunque no dejan de ser borradores, pero bueno, se hace lo que se puede. Espero igual la disfruten.

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