Consorte [Saga Sinergia]

By AxaVelasquez

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«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que po... More

Sinopsis
Antes de leer
Prefacio
1: Duelo de reyes
2: Un pacto entre dos coronas
3: Los mandamientos del matrimonio
4: El sonido del silencio
5: Pluma carmesí
6: El enmascarado de Jezrel
7: Mariposa
8: Venganza
9: Justicia y honor
11: Prisionera
12: El cuarto de la reina
13: El señor del silencio
14: La princesa que más lee
15: Noche de las hojas rojas
16: La costa de Medusa
17: El anillo y la máscara
18: El beso maldito
19: Acuerdo nupcial
20: Boda ilegítima
21: Coronación inesperada
22: Noche de bodas
23: Al ritmo de dos corazones
24: La vagina de la discordia
25: Nukey

10: Juicio bastardo

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By AxaVelasquez

La oscuridad de la celda me envuelve cuando despierto, aunque no puedo asegurar que sea de día. Mi cuerpo yace inmóvil en el banquillo que uso de cama, por suerte no me caí a mitad de mi sueño como temía. Eso habría sido fatal para mi cuello.

Cada respiración es un recordatorio punzante de mi fragilidad. La operación en mi cuello ha dejado una huella de fuego y el efecto de los analgésicos ha pasado. Y, por Ara, tengo tal ardor en mi garganta que siento que llevo el sol de Baham en ella.

Me siento exagerada en cierto modo, pero debo ser justa conmigo misma. Jamás había tenido la necesidad de pasar hambre y sed por más de un mediodía, y eso por elección; así que todo un día, una noche y la mañana contigua sin alimentos o líquidos, cuenta como un justificativo para quejarme.

Israem no ha bajado a verme, ni siquiera sé si ha llegado ya al castillo. Tengo la esperanza de que esto acabe como aquel capítulo de Sirios en el crepúsculo cuando el sirio fulmina una manada de imbéciles por haber hecho pasar un mal rato a la protagonista. Fantaseo con el infame rey de Jezrel aleccionando a los guardias por haber permitido que su futura reina pase hambre, sed y prescinda del descanso necesario luego de su cirugía. Futura esposa que, además, podría ponerlos en una tensa situación política con el reino vecino si se le ocurriera la idea de avisar de tal situación.

Hipotético todo, por supuesto. No hablaré con Lyra de esto, partiendo del hecho de que ha sido mi decisión y he cuestionado las órdenes del rey; además, Israem apenas gruñe, no lo veo lanzando un sermón a nadie, ni siquiera si se lo merecen tanto como estos guardias.

Si al final no sucede, al menos ya me imaginé una buena escena para un fanfiction. Se lo enviaré en mi siguiente carta a Gamma.

Una figura sombría languidece en la penumbra de la celda contigua. Es la esclava de Jezrel.

El susurro ronco de su voz me recuerda que ella está aquí mucho antes que yo, siendo víctima de torturas que tengo suerte de desconocer, pero que la han dejado marcada.

—¿Estás despierta? —pregunta.

Extraño poder asentir, es más fácil librarse de una conversación de ese modo.

—Lo estoy. ¿Tú? ¿Te encuentras bien?

La desconocida comete la falta de educación de contestar a mi pregunta con otra pregunta.

—¿Por qué lo hizo?

—¿Encerrarme en una celda a pasar frío y hambre luego de mi cirugía? —Bufo y, todavía acostada en el banquillo, añado a la broma un gesto de mi mano—. Lo hago cada fin de semana en Deneb. ¿Cómo se divierten en Jezrel sino?

—Usted es imbécil.

Me rio. Acabo de privarme de mis privilegios y mi libertad por esta desconocida, y me llama imbécil, pero el único impulso que tengo es el de reír genuinamente.

Parece que estoy fracturando las vértebras de mi cordura.

—De hecho soy mujer.

—¿Es eso relevante?

—Creí que la imbecilidad era una cualidad masculina.

Ella ríe por lo bajo, así que me siento apoyada del muro para contribuir con la inmovilidad que me garantiza el collarín.

—Primer viaje en gripher —le explico al descubrirla observando mi cuello.

—¿Era salvaje?

—Supuestamente, dijo un imbécil, estaba domesticado. Y tenía más cadenas que plumas, pero eso no lo detuvo de atentar contra mi vida.

—Mi primer viaje fue vertiginoso, pero fructífero.

—¿Sueles viajar en esas criaturas?

—Yo... —Vacila, supongo que está editando la historia para suprimir las partes que no conviene decir—. No hay muchos griphers de nuestro lado. Yo solo he visto uno, y en casos muy extremos en los que necesitaba un transporte veloz y urgente. Digamos que soy... Era afortunada. Y no, no tenía cadenas, y tampoco atentó contra mi vida.

—¿Segura que no lo confundes con un cosmo de Pegaso?

Ahora es ella quien ríe. Tiene linda risa, vigorizante. Si ella es realmente importante para el enmascarado, imagino que empezó por acostumbrarse a esa risa.

—Puede ser, tiene alas blancas —contesta al fin.

Nuestra conversación es interrumpida por un guardia que amablemente abre mi celda, como si no temiera que escape, y me entrega un caldo caliente, algo de fruta, agua y una aspirina.

Cuando está a punto de marcharse, miro mis suministros con mis ojos entrecerrados y luego vuelvo mi vista hacia el guardia.

—Un momento.

—¿Alteza?

—¿Y la comida de ella?

—Déjelo así, por favor —la escucho murmurar a través de los barrotes.

El centinela se para firme, las manos cruzadas detrás de su cuerpo.

—Hoy no le toca, alteza —me contesta él.

—¿Cómo que no le toca?

—Son órdenes de arriba.

—¿Órdenes de Ara, dice? —ironizo. No me gusta esta versión de mí que cuestiona la autoridad, pero esta versión sufre por el hambre de un día y medio. ¿Cuánto lleva sin comer la joven a mi lado?

—En serio lo siento —culmina el guardia.

—Déjelo, son órdenes de arriba. Su consciencia no debe pesar por cumplir su deber.

Cuando el guardia hace ademán de marcharse, vuelvo a hablar, impotente.

—Sin embargo... La obediencia es tan necesaria como el criterio propio. Si no se cuestiona sus propias acciones... usted no es más que un sirio que ha vendido su alma y en consecuencia ha perdido toda consciencia.

Asiente, como si no quisiera discutir, y al comprobar que no tengo nada más que decir, simplemente se marcha.

Este reino está lastimando mi espíritu antes de tiempo.

Escucho cómo la prisionera se arrastra hacia el extremo contrario de su celda, y giro todo mi cuerpo para ver más comodamente en su dirección.

Ella ni siquiera tiene un banco dónde descansar.

—¿Qué hiciste para merecer este castigo? —le pregunto, porque es mi deber cuestionarme incluso mi propia empatía.

Puedo ver su rostro, con una palidez amarillenta que hace resaltar los moratones. No es una imagen agradable, pero no está ni cerca de ser la peor que he presenciado...

Flashes de ese día ciegan mi mente. Blanco chispeado de rojo, la espada que atraviesa un corazón, una cabeza rodando hasta los tacones del cisne...

El tañido del vidrio al caer me despierta de mi ensoñación en un jadeo. El único vaso de agua que tenía acaba de quebrarse, convirtiendo la mugre del suelo en un charco turbio.

Esto no debería estar pasándome, no ahora. No después de tantos años. Se supone que lo he superado, se supone que mutilé las cuerdas vocales de mi trauma para que no pueda volver ni en susurros.

Tengo que tragarme la pastilla con sopa. La dejo pasar hirviendo por mi garganta, la quemada sirve para despertarme. Por desgracia está salada y no calma la sed. Y vaya que tengo sed.

Luego del sorbo que he dado al consomé, me levanto y dejo la cacerola pegada a los barrotes de la celda contigua. Son estrechos y no pasará, pero dejo también la cuchara para que la prisionera pueda comer desde esa posición.

—Puedes comer, desconocida. Te cedo el agua sucia. Considéralo como mi declaración de odio hacia ti.

Ella no lo cuestiona ni lo piensa, se arrastra por el suelo mugriento hasta el tazón y empieza a comer sin siquiera soplar el caldo.

¿Qué tienen sus piernas? No me lo había cuestionado hasta ahora, pero solo la he visto arrastrarse.

—Lo va a lamentar —me advierte—. Cuando pase más de un día sin comida.

Alzo mi manzana... Que es redonda, y turquesa. Supongo que no es una manzana, pero igual la comeré.

—Yo tengo esto, y me sacarán en breve. Nos sacarán, de hecho. No he tenido tiempo de presentarme, pero soy la futura consorte del rey.

—Eso solo valida mi teoría: es usted imbécil. ¿Ha congeniado con el orgullo de un hombre? Pues imagine hacerlo con el de un bastardo. Jamás lo hará ceder.

—¿Has llamado bastardo al rey?

Por primera vez veo en la prisionera una emoción muy cercana al arrepentimiento.

—Sé cómo suena lo que he dicho, pero le aseguro que no es lo que pretendía decir.

—¿El rey es un bastardo?

—¡No! De ser así, ¿cómo lo sabría yo? De poseer esa información, ¿por qué temería decirla? Ya soy escoria, una esclava más, condenada a muerte. En serio, en serio, ha entendido mal.

¿Por qué está tan nerviosa? Hablar errante, labios temblorosos y ojos que parecen brincar de mi rostro a su plato.

Hay algo en lo que ha dicho, algo que siento tan cerca de mí, pero que de todos modos se me escapa. Me frustra, y temo presionar a la esclava hasta que se cierre.

—¿De dónde eres, desconocida?

—¿Ah?

Sí, está muy nerviosa. Necesito ganarme la confianza de esta mujer a como dé lugar.

—Dijiste que «no hay muchos griphers de nuestro lado». ¿Cuál es «nuestro lado»?

—Ah, no me refería a usted y a mí. Soy de Polaris.

—Polaris... —Busco en mi memoria las lecciones de astrología y rápidamente doy con el nombre—. Es la gigante amarrilla, la estrella más cercana al norte, la que guía a los viajeros y se usa de referencia en los mares. ¿Qué localidad tiene ese nombre aquí? ¿Queda muy lejos?

—¿No sabe lo que es...? —Ella niega y cambia la dirección de la plática—. ¿Qué es Deneb? Ese lugar del que viene. Parecen muy ignorantes.

—Ignorante suenas tú, pues Deneb es el reino colindante tras el bosque congelado.

—Eh... No, el reino colindante es Áragog.

—Deneb hace un par de años que se independizó de Áragog. Éramos un principado de ese reino anteriormente.

—Ah, usted viene del reino de las constelaciones, donde son tan estúpidos para creerse todos enviados por las estrellas y se ponen nombres derivados de estas.

Sonrío. Por algún motivo, me causa ternura lo arisca que es. Me da la impresión de que está a la defensiva porque es la única manera en que sobrevive. La pregunta es... ¿sobrevivir a qué?

—Los nombres no los escogemos, los dictan las estrellas —le explico pacientemente—. Y, hasta donde sé, aquí también sucede. ¿No es el apellido real un derivado de la constelación del cuervo?

—Lo es, pero ellos son nobles y devotos. Solo los nobles más devotos cumplen esa regla. ¿Cuál es su nombre, princesa de Deneb? ¿Es algo relacionado a gallinas? Porque eso de temerle a los griphers está raro.

—Te recuerdo, prisionera de Polaris, que la gallina se encadenó en protesta por tu encierro. Y mi nombre es Freya Cygnus. Nombre de mariposa, apellido de cisne.

—Hemos oído de usted. La última esperanza de un reino enfermo. Pero la miro y pienso... es solo otra pieza rota de un juego que ni siquiera es consciente de estar jugando.

—Suerte tengo en no desear ganar, solo sobrevivir.

Ella dibuja una sonrisa gentil en su rostro.

No puede ser mala persona, debo convencer al rey de ello.

—Yo soy... —empieza a decir.

Los candados de la entrada chirrían, los pestillos chasquean y la pesada puerta se abre con lentitud desnudando la alta figura del rey de Jezrel.

Sus ojos azules están opacos tras una capa que parece cansancio, si es que alguien con su longevidad puede sentir tal cosa. Su largo cabello va más ondulado que de costumbre, como si acabara de bajar de Scar para venir directo hacia aquí. Pero viste como el rey que es, con una gruesa capa de plumas de cuervo a juego con el cubrebocas.

Su presencia inspira temor y respeto en igual medida; a los escoltas, a los centinelas, y a cada uno de los prisioneros. Es insólito ver al rey aquí.

Detrás de él entran otras personas, y a la mayoría desconozco, a excepción de Elius. Su firmeza es frágil, pero persistente. Y en todo momento evita mirarme.

La puerta se cierra tras él, y el eco de los pasos resuena en las paredes.

Nadie pronuncia palabra alguna, pero la sola presencia de Israem llenó la estancia de una tensión palpable.

Tambaleante, me pongo de pie con cuidado de no lastimarme el cuello, y hago la reverencia correspondiente.

La puerta vuelve a abrirse, y me quedo perpleja de ver una procesión de sirvientes que cargan con sillas, mesas y atriles organizándolas alrededor del rey, como una especie de consejo improvisado.

Esto no parece una buena señal.

Alguien abre mi celda y señala el único atril frente a ellos. Quieren que me exponga al juicio de cada uno.

Obediente, camino a donde se me indica y me tomo el tiempo de hacer contacto visual con cada uno de los aquí presente. Acato sus órdenes, les respeto en la medida que se demanda de mí, pero no bajaré la cabeza, no demostraré temor a ninguno.

La mano del rey es quien toma las riendas y pone en palabras lo que el simbolismo de la situación expresa.

—Princesa Freya Cygnus, se le acusa de cuestionar y desafiar la autoridad del rey Israem Corvo Belasius. Quiere, por favor, explicarnos a todos qué se supone que hace aquí.

En parte no me sorprende que se hable de estos asuntos delante de los prisioneros. Para ellos son menos que seres humanos: son esclavos. Pero me cuesta acostumbrarme.

—Ejerzo mi derecho a tener una opinión, mi lord —contesto tranquila—. No cuestiono ni desafío la autoridad de su majestad, pero sí defiendo la inocencia de la prisionera a la que se ha condenado en mi causa sin consultarme antes.

Giro mi cuerpo para ver directamente a Israem.

—Amablemente, rechazo su obsequio, majestad.

—Freya —insiste con mas severidad Elius—. Esto no es un juego. Hay quienes sugieren que se te acuse de traición. Probaste tu punto. Es hora de irnos.

Pero yo sigo mirando a Israem, presionando para que se exprese. Necesito que hable, que diga lo que sea. Si hay una situación en la que necesito saber qué sirios piensa, en la que necesite debatir con él directamente y no con un intermediario, es esta. Aunque después me cueste su silencio de por vida, ¡que hable ahora, por Ara!

Sin embargo, aunque me sostiene la mirada, aunque leo las venas de su frente y el ardor de sus ojos como un deseo por estrangularme... no... dice... nada.

No puedo ni poner en palabras mi frustración, hace mucho que no siento el impulso de gritar hasta que las paredes sangren. Tengo entrenamiento de caballero, estoy acostumbrada a aceptar lo que se me ordena y enterrar el orgullo, esta impotencia es una ofensa a mi formación, pero aquí está: latente en el pulso de mis manos mientras me aferro con fuerza a la falda de mi vestido.

—No he traicionado a nadie —digo con mi voz una octava más baja.

—Y lo entendemos, esto es solo un malentendido...

El indecoro se apodera de mí y termino interrumpiendo a Elius.

—Majestad, agradezco mucho el gesto, pero aunque su intención ha sido noble en la práctica no hace más que agregarle peso a mi consciencia. Usted ejecutó una venganza que le parecía pertinente, pero el que la haga en mi nombre, como un obsequio...

Veo a Israem inclinarse al oído de Elius, y paso mi mirada rápidamente de uno al otro, con la boca entreabierta y mi pulso haciéndome un daño cardíaco. Me indigna creer que, otra vez, prefiere usar un intérprete en lugar de solo usar su voz en una situación tan delicado donde el diálogo es necesario.

Elius asiente y espera hasta que el rey le quita la mano del hombro para mirarme y decir:

—Princesa Cygnus, el rey pide que se calle.

Eso es como un puñetazo a mi estómago congelado, fracturándolo al punto en que sus grietas se extienden hasta lastimar mi garganta a mitad de una palabra.

No es la primera vez que me mandan a callar, pero yo voy a ser su reina consorte. Este acuerdo es algo que yo necesitaba con desesperación, pero no es un favor de el hacia mi, ellos están asegurando una alianza con Deneb, también previenen una guerra, aunque en un principio insinuaron estar dispuestos a una. Soy una princesa, descendiente del cisne, parte del poderoso linaje Cygnus y cuento con la protección de los escorpiones. Y él, sencillamente, me esta humillando y minimizando frente a su corte.

Mi único consuelo sería que no están ni la reina ni lord Cedric.

Terrible consuelo.

—Pero...

—Freya —me advierte Elius.

—¡Yo he convivido con ella! Está limpia del pecado por el que privaron su libertad, y sufre cada...

—El rey ha ordenado que se calle, Cygnus.

Morder literalmente mi lengua es la opción que me queda para no replicar.

Pasaré este trago, cederé a la autoridad. Israem demuestra su ira quemando tripulaciones y secuestrando damiselas, pero si algo sabemos los Cygnus es que el frío cocina las mejores venganzas.

Hacen una pausa, como esperando mi reacción, o evaluando los hechos individualmente, hasta que se juntan y empiezan a discutir entre ellos con murmullos ininteligibles.

Menos Israem.

El está sentado, imperturbable, mirándome sin siquiera pestañear, y en sus ojos casi puedo ver la cocción de mi propio rencor.

¿Dónde está el hombre que hace unos días se preocupaba por mi recuperación? ¿Dónde está el que ordenó a Elius que me cargara para que no camine y me cazó una mariposa para que me recupere? ¿Tanto lo he ofendido?

—Freya Cygnus —empieza a decir Elius una vez todos han vuelto a sus puestos—. La Corona olvidará lo que ha hecho, y prometemos olvidar el asunto y no mencionarlo en el futuro, ni castigarla al respecto, siempre que abandone esta celda con nosotros. Es decir: inmediatamente.

—¿Y la mujer a la que han hecho esclava en mi nombre?

—Es propiedad y asunto del rey, no suyo.

—Debo saber: si me voy, ¿ella se va conmigo?

—La prisionera no será liberada, Cygnus. Ese asunto no está en discusión, este juicio es sobre usted.

—En ese caso... —suspiro, dejando ir el peso que tensa mis hombros, calmando mi voz todo lo posible—. Agradezco la generosidad de la Corona, y la deliberación tan favorable con respecto a mí. Agradezco, nuevamente, que se vengara el atentado que se hizo contra mi vida recientemente. Pero me reservo el derecho a rechazar tal generosidad. —Miro a cada uno de ellos, a sus rostros que van de la perplejidad a la furia—. Caballeros, majestad, mi nombre no será bandera de injusticia. Creo que tengo derecho a luchar por ello.

Las manos enguantadas del rey chocan contra la mesa con tal estrepito que la vuelven escombros y astillas. Él se levanta, sus pies sacudiéndose los restos que le rodean, y me mira con el azul de sus ojos tan intensificados que estoy segura de que están brillando.

Lentamente se aproxima hacia mí hasta que su capa roza el atril. Estaría totalmente justificado huir al ser expuesto a su presencia de ese modo.

Pero no he visto causa que se defienda escondido. Así que me mantengo en pie, con mi mirada en la suya.

Con ambas manos toma lo alto del atril y se inclina más hacia mí. Puede escuchar su respiración, sentir cómo tiembla debajo de los guantes. Todo en él me indica que quiere dejarme peor que a la mesa.

Como ni él, ni nadie, dicen nada, imagino que la finalidad de su cercanía es intimidarme y hacerme desistir sin que él deba decir ni una palabra.

Bueno, todos nos equivocamos alguna vez.

Pongo las manos sobre el atril, llevo mis dedos tan cerca de los suyos como mi temor a su tacto me lo permite. Y también me inclino hacia él, a quien atrapo desviando su mirada a mi escote por un segundo.

—Gracias —le repito—, por la intención de su obsequio. Pero no lo quiero. Me quedaré aquí.

Lo siguiente que siento es un tirón fuerte bajo mis manos, como si el castillo entero temblara. Pero solo ha sido Israem, que en medio de su impotencia ha arrastrado el atril y lo arrojó al otro lado de la prisión hasta que este se estrelló contra la pared.

Luego de esta demostración, ya puedo hacerme una idea más fiel de como quedó la habitación nupcial.

El me da la espalda y se aleja a paso firme. Cuando llega a la altura de los guardias, solo me señala antes de salir dando un portazo.

Cuando un par de ellos me toman y arrastran nuevamente al interior de la celda, empiezo a salir de mi burbuja para entrar en una de shock.

Esto esta sucediendo. El rey de Jezrel, la más alta autoridad en este reino, ordenó legalmente mi encierro. Ya no hay quien me salve de aquí, excepto yo misma, pero a costa de ceder en algo que no me parece posible.

En serio prefirió mantener presa a su futura esposa que soltar a la desgraciada esclava.

Me hundo en el banquillo, sintiendo el peso de mi decisión.

—Lo dije: imbécil —escucho comentar a la esclava.

¿Ahora en qué sirios me metí?

Nota:

Se va a poner buena la cosa, así que espero tengan muchas ganas de leer. Perdonen la tardanza, amores míos, es que se me adelantó la fecha de la maquetación de Vendida y he tenido que duplicar mi trabajo. Espero igual les guste el capítulo. Por suerte, tengo otros adelantados en un ataque de inspiración, así que si quieren, ya saben, cuando lleguemos a 500 comentarios subiré el siguiente ♡

Pero no se vayan sin decirme qué piensan de la decisión de Freya.

¿Qué opinan de la actitud y la decisión final de Israem?

¿Qué les parece la esclava misteriosa?

Ah, y sé que algunos pueden haber pensado en cuanto se mencionó la palabra "bastardo" que aquí puede pasar algo como en Vendida... Les aviso que no, no es como en Vendida. Pero les dejo armar sus teorías aunque en el libro todo acabará por aclararse.

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