En las sabanas de un Telesco

By FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... More

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 25

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By FlorenciaTom


CAPÍTULO 25

EVANGELINE BROWN.

Fue angustioso ver cómo Nathan me quitaba el vestido de novia para ayudarme a ponerme otra cosa. Sentía que me sofocaba con cada respiración entrecortada.

—No deberías estar haciendo esto, Nathan. Deberías estar acompañando a tus padres al edificio donde los van a retener para que pasen al exilio —insisto, sintiendo el peso de la culpa y la responsabilidad sobre nuestros hombros.

La voz de Nathan se quiebra mientras responde, y a través del espejo de cuerpo completo, noto su lucha interna por mantener la compostura.

—Por culpa de ellos mi hermano se suicidó —confiesa con un nudo en la garganta, revelando el peso de un dolor que lleva en silencio

—Debí decírtelo antes.

Me quedo en silencio, sintiendo el peso de la tragedia que ha marcado nuestras vidas de formas inimaginables.

—Tenías la soga en el cuello como para contármelo. Lamento muchísimo lo que le hizo Dan a tu madre —agrega Nathan con pesar, mientras desata el corpiño y procede a quitarme la falda del vestido.

Termina de desnudarme y me pasa una bata para que me cubra.


—Darya está acompañándolos en el proceso, yo no los voy a apañar —me dice Nathan, sentándose en el borde de la cama con expresión sombría—. No quiero, ni siquiera puedo verlos a la cara. Todas esas chicas...

Asiento con pesar, comprendiendo el tormento que debe estar atravesando Darya en medio de toda esta situación.

—Ahora mismo debe estar la policía desalojándolas del sitio —comento, echando un vistazo al reloj de pared que cuelga en la habitación del palacio—. Yo no tengo que hacer nada.

Nathan frunce el ceño con preocupación.

—Conociendo a la policía que está vigilando el pueblo, seguro está con ellos. Evangeline, te estás metiendo en algo muy oscuro.

Me encojo de hombros con determinación.

—No tengo nada qué perder.

Mis palabras suenan decididas, pero en lo más profundo de mi ser, sé que me estoy adentrando en un territorio peligroso y desconocido. Sin embargo, la necesidad de justicia y la búsqueda de la verdad me impulsan a seguir adelante.

—Sí, tienes algo que perder —Nathan me mira directamente al vientre, y su comentario me golpea como un puñetazo en el estómago.

Me quedo en silencio por un momento, procesando sus palabras antes de responder.

—No creo que quiera seguir con este embarazo —le confieso, con un nudo en la garganta y un peso en el pecho que apenas puedo soportar.

Nathan traga saliva, y sus hombros se hunden con desaliento ante mi confesión.

—Tampoco te conviene tener algo ligado a nosotros —coincide, su voz cargada de tristeza y resignación.

—No, y lo siento, pero tampoco tengo ganas de estar atada a tu apellido, Nathan —respondo con sinceridad, sintiendo el peso de la decepción y la desilusión en mis palabras.

Nathan eleva su mirada para clavar sus ojos oscuros en los míos, y su expresión refleja una mezcla de comprensión y resignación.

—Supongo que todo lo de la boda fue una farsa para vengar a tu madre, ¿no es así? —su pregunta corta el aire con su crudeza, y me encuentro incapaz de sostener su mirada.

No digo nada, solo observo mis manos entrelazadas sobre mi vientre. Tomo una bocanada de aire y la suelto, sintiendo como el peso de la verdad se asienta sobre mis hombros.

—Me lo supuse, Evangeline—se pone de pie—. Dime por favor cuál era tu plan conmigo. Creo que merezco saberlo.

—Mi plan era casarme contigo y asesinar a tus padres —confieso finalmente en un susurro apenas audible, sin atreverme a enfrentar su mirada—. Primero me acostaría con tu padre para poder, no sé, de cierta manera seducirlo. Le metería una pastilla en el vino que beberíamos juntos para luego acostarme con él y que a la mañana siguiente amaneciera muerto. Eso saldría en cada portal del pueblo y destrozaría a tu madre, por lo que también me ocuparía de envenenarla para cubrir su muerte diciendo que murió de un infarto por la noticia. Acabaríamos con ellos en un suspiro.

Siento que mi corazón late con fuerza en mi pecho, presionándome con cada latido como si quisiera escapar de esta pesadilla.

Nathan no dice nada, haciendo que esta vez si haga contacto visual con él. Sólo está observando un punto muerto de la habitación, procesando lo que acabo de decirle.

—Necesito un momento—suspiró, saliendo de la habitación.

Con el corazón apesadumbrado y la mente sumida en un mar de pensamientos turbulentos, hundo el rostro en mis manos en cuanto escucho el estruendo de la puerta al cerrarse tras Nathan. Sabía que él saldría lastimado en todo esto; era parte de las consecuencias inevitables de mis acciones.

Miro a través del ventanal, con el alma encogida por la amargura y la incertidumbre. Sé que debo arreglar las cosas con él, aunque dudo que me perdone por mis verdaderas intenciones. Sin embargo, a pesar del remordimiento que me embarga, también siento una inquietante sensación de satisfacción al saber que los Telesco ya no serían un problema para mí.

Ahora, su asquerosa fortuna estaría en mis manos en cuanto fueran exiliados del pueblo. Mis ancestros fundaron esta comunidad, pero ahora, con determinación férrea, estaba decidida a poner fin a ese legado. Un Brown cerró las puertas. Y sería otro Brown quien las abriría de nuevo, esta vez para forjar un nuevo destino, libre de las sombras del pasado y del yugo de la opresión.

ADIELE FERRARI.

Adiele avanza con paso seguro por los oscuros pasillos del edificio donde retienen a aquellos destinados al exilio. Su figura, envuelta en el vestido de novia que irrumpió en la ceremonia de Evangeline y Nathan, emana un aire triunfal que no pasa desapercibido. El arma sigue oculta en su tobillo, un recordatorio constante de su determinación y poder. Nadie se atreve a detener su marcha; todos conocen su linaje como hija de Katherine Ferrari, la influyente directora del palacio de la Elite.

El edificio, abandonado y desolado durante años, refleja su decadencia en cada grieta de sus paredes, en cada azulejo desgastado y en cada abertura que amenaza con desmoronarse. Sin embargo, este lugar lúgubre y olvidado ahora cobra vida con la presencia dominante de Adiele, quien avanza con determinación hacia su destino

Se rumorea que nadie desea remodelar el edificio, pues su estado de deterioro sirve como un recordatorio sombrío para los futuros exiliados de cuál es su destino.

Adiele llega a la celda donde están Sara y Vicenzo Telesco, quienes están inmersos en una discusión tumultuosa que se interrumpe abruptamente cuando la joven hace su entrada, con su imponente vestido de novia como un guiño irónico a la situación.

—¿Y tú qué mierda haces aquí? —Sara avanza furiosa hacia los barrotes de la celda, intentando sacar su rostro entre ellos, desbordada de ira—¡Por tu culpa nuestra vida fue arruinada, no debiste aparecer en la iglesia, Adiele!

Sin embargo, Adiele no se ve afectada por los intentos de la señora Telesco por intimidarla. Con una calma inquebrantable, sostiene la mirada de Sara con una expresión imperturbable, como si estuviera observando a una hormiga en su camino.

Adiele pronuncia sus palabras con un tono gélido y afilado, como una hoja de acero cortante.

—Me contó un pajarito que, por culpa de usted, mi Dan se suicidó y que por ello me quedé sin la fortuna Telesco — Su voz, aunque susurrante, resuena con una intensidad que hiela el aire de la celda.—. No iba a dejar que Evangeline tuviera un final feliz con Nathan si yo no lo tuve con su hermano.

El eco de sus palabras se cierne en la atmósfera cargada de la celda, dejando claro el resentimiento y la sed de venganza que arden en el corazón de Adiele.

—¡Evangeline tenía más fortuna y poder que tú, imbécil!

—Ahora comprendo por qué la queria tanto. Incluso llegué a creer que podria llegar algun tipo de familiar suyo—piensa en voz alta la joven de cabello pelirrojo—. Mire lo enfermiza que está mi cabeza como para pensarlo. Sin embargo jamás pensé que los antepasados Brown eran familiares directos de Evangeline. Madre mia, honestamente no me lo esperaba.

—¿Dejala en paz, no ves que está enferma de la cabeza? —interrumpe Vicenzo, agarrando del brazo a Sara, pero esta se safa de su agarre.

—¡Por su culpa nos van a exiliar, Vicenzo!

—No van a llegar al exilio. Por su culpa mi Dan está muerto.

El silencio se vuelve aún más denso, como si contuviera el aliento colectivo de los presentes. Adiele, con una determinación fría en sus ojos, desenfunda el arma oculta en su tobillo, un gesto rápido y calculado que apenas da tiempo para reaccionar. Antes de que los Telesco puedan asimilar lo que está por suceder, el estruendo del disparo rompe la quietud, y la habitación se inunda con el eco retumbante de la violencia.

Un fogonazo de luz, seguido por el estallido seco del proyectil, y los cuerpos de Sara y Vicenzo Telesco caen al suelo, sus vidas extinguidas en un instante de violencia brutal. La escena se vuelve un cuadro macabro, con el rojo carmesí de la sangre que se esparce en el suelo frío de la celda.

—Un tiro en la cabeza a cada uno para que no se me pongan celosos—murmuró Adiele.

El guardia de seguridad se desliza silenciosamente hacia la escena, su presencia apenas perturba el aire denso y cargado del lugar. Su rostro impasible refleja la frialdad de alguien acostumbrado a presenciar situaciones desgarradoras sin inmutarse. Sin pronunciar una sola palabra, sus ojos escudriñan los cuerpos inertes de Sara y Vicenzo Telesco, como si estuviera evaluando las opciones disponibles.

Adiele, con una serenidad calculada, le da las instrucciones con una voz calmada pero firme.

—Coloca un arma dentro de la escena para que se de a entender que se suicidaron —explica, su tono apenas más que un susurro en el aire tenso—. Si haces las cosas bien, un barco te sacara a ti y a tu familia del pueblo con dos maletines con muchos billetes. Si Darya Telesco te hace preguntas, dile que Vicenzo pagó para que pudieran quitarse la vida con su esposa.

El guardia asiente en silencio, interiorizando las indicaciones con una expresión imperturbable.

Con movimientos metódicos y precisos, el guardia sigue las instrucciones al pie de la letra. Coloca el arma estratégicamente cerca de los cuerpos, asegurándose de que todo parezca coherente con la narrativa de un suicidio. Su profesionalismo es evidente en cada gesto, ejecutando la tarea con una eficiencia casi mecánica.

Ante las promesas tentadoras de una nueva vida lejos del caos y la corrupción del pueblo, el guardia acepta el trato sin vacilar. Sus ojos revelan una mezcla de determinación y anhelo por un futuro mejor, mientras se prepara para emprender un nuevo camino junto a su familia.

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