Consorte [Saga Sinergia]

Da AxaVelasquez

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«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que po... Altro

Sinopsis
Antes de leer
Prefacio
1: Duelo de reyes
2: Un pacto entre dos coronas
3: Los mandamientos del matrimonio
4: El sonido del silencio
5: Pluma carmesí
7: Mariposa
8: Venganza
9: Justicia y honor
10: Juicio bastardo
11: Prisionera
12: El cuarto de la reina
13: El señor del silencio
14: La princesa que más lee
15: Noche de las hojas rojas
16: La costa de Medusa
17: El anillo y la máscara
18: El beso maldito
19: Acuerdo nupcial
20: Boda ilegítima
21: Coronación inesperada
22: Noche de bodas
23: Al ritmo de dos corazones
24: La vagina de la discordia
25: Nukey
26: Resistencia de mariposa, gracia de cisne

6: El enmascarado de Jezrel

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Da AxaVelasquez

Despierto sobresaltada, el corazón martilleándome el pecho como solo lo ha hecho mientras caía con el gripher.

Tardo en entender lo que sucede, lo que perturba la tranquilidad de mi sueño, y no es solo que la cama siga vacía, y que Israem no haya regresado en todo el día.

Es el sonido del órgano que resuena a través de las paredes de su habitación, como ecos de una profunda, y terrible, melancolía.

Me incorporo, mis cabellos cayendo sueltos en una cascada detrás de mí, y me deslizo fuera de las sábanas de seda. La aurora boreal, que impera desde el balcón abierto, mancha las sombras de verde.

No entiendo la tristeza que me invade. Me he despertado con miedo, pero justo ahora, mi emoción es otra. Es esa melodía, que me llega desde el recibidor, atravesando la piedra para apuñalar mi pecho. Es inquietante, como si sus notas llevaran consigo secretos de un corazón manchado.

Siguiendo el sonido, cruzo el pasillo, mis pies descalzos apenas rozan la alfombra gastada por miedo a hacer ningún ruido.

La puerta de la salita está entreabierta, y la luz tenue del fuego blanco iluminando...

Me llevo la mano a la boca, y la presiono tan fuerte como para impedir que ni mi aliento salga de ella.

Hay un hombre aquí.

Viste un abrigo oscuro que parece fusionarse con las sombras, y sus dedos gobiernan sobre las teclas del órgano con la destreza que imagino en Ara al hilar las constelaciones del cielo.

Me quedo en el umbral, cautivada por la música y la figura enigmática, tanto como siento mis ojos llenarse lágrimas por el miedo. En este momento, se condensa toda la dualidad del reino, siempre entre lo maravilloso y lo lúgubre.

Pero entonces, el hombre levanta la vista. Sus ojos dos pozos negros, sin iris ni pupila, y parecen atravesarme hasta lo más profundo, donde nada es azul, ni tiene alas, donde tiemblo, sufro y odio.

No son sus ojos, entiendo. Pero que he visto a través de ellos, a través de la mascara roja que oculta con sombras su mirar.

El hombre sigue tocando, y el polvo danza en el haz de luz que lo ilumina, haciendo resaltar el único mechón blanco en su largo cabello negro, mientras el órgano de ébano se alza como único guardián de sus secretos.

La habitación vibra con una energía extraña. Las llamas de fuego blanco parpadean, casi como si se inclinaran hacia el desconocido.

El hombre ya me ha visto, pero no puedo hacer nada al respecto. Mi corazón late al ritmo del órgano. Los acordes se entrelazan creando una sensación de inquietud y fascinación, la música parece abrir portales al alma de ese hombre, y una parte de mi quiere asomarse, tanto como teme al guardián de esas puertas.

Doy un paso atrás, mis pies impregnándose del frio del piso.

Y entonces la música se detiene.

Aterrorizada, corro al balcón.

La brisa nocturna me azota el rostro, pero no me detengo hasta quedar asida a la balaustrada.

Ahí, el vértigo se apodera de mí. Es una caída letal e infinita la que me espera.

Entonces siento eso. El viento tiene un tacto, y su aliento uno distinto. No podría confundirlos, estoy segura de que tengo una respiración cerca de mi oído, tanto como sé que son sus dedos que, casi sin tocar, se deslizan por mi cabello, tan cerca de mi nuca que me erizan entera.

Hasta este instante, quería creer que se trataba del rey disfrazado. Pero no puede serlo, porque todos en esta vida pueden mentirme, menos mi piel. Israem respira cerca de mí como si me olfateara, este hombre usa su aliento para tocarme, y luego inspira, como si se alimentara de la reacción que exhuman mis poros.

—Freya —dice en mi oído, y su voz revive para mí las notas de aquel órgano, aunque el ya no lo esté tocando.

—Sabes mi nombre —digo tragando en seco.

—Sé todo de ti, Freya Cygnus.

Y cuando dice eso, sus dedos llevan un mechón de mi cabello a la zona de mi escote y lo deja ahí. El rubio pálido haciendo contraste con el negro de sus guantes.

—Como la mayoría —murmuro en voz tan baja, que siento que quedara entre el viento y yo.

—No, Freya. Yo no soy como la mayoría.

—No —concedo tragando—. Tú eres un asesino.

Esta sonriendo. No lo veo, mi bufanda mantiene mi cuello inmóvil, pero el tiene la generosidad de restregar toda esa curva burlesca y maliciosa cerca de mi sien.

—Sería conveniente para ti que yo fuera un asesino.

—¿No lo eres?

—Definirse es limitarse. Y yo... —Sus dedos enguantados se aferran a mi cintura, tan gentiles que tiene la capacidad de engañarme y hacer creer que he sido yo la responsable cuando estos me halan y doy un paso atrás, más cerca de su cuerpo. Es enorme—. Yo no tengo límites, mariposa.

—Yo sí —susurro cerrando los ojos—. Y usted está cruzando cada uno de ellos.

Él se ríe por lo bajo, sus manos subiendo por todo mi costado hasta alcanzar mi cabello. Lo recoge a un lado de mí, dejando a su disposición el nudo de la bufanda para desatarlo lentamente.

El nudo en mi garganta empeora. Este es un hombre al que nadie conoce, un asesino que esta monarquía, con todo su poder, no ha podido atrapar. Siento que estoy viviendo mis últimos minutos en sus manos.

—Estás tensa porque soy un desconocido, ¿no? Tal vez debería decirte mi nombre.

No. No quiero saber su identidad. Si lo supiera, mis probabilidades de salir con vida de este encuentro se reducirían a cero.

—Yo sé quién es usted —repongo—. Es el enmascarado de Jezrel.

—¿Y sabes qué quiero, Freya?

Estoy tan aterrada de hablar que intento negar con la cabeza, pero un fogonazo de dolor me ciega.

El enmascarado me voltea lentamente, como si siguiera la melodía melancólica que antes tocaba. Y entonces me agarra el rostro, sus dos manos sobre mis mejillas, acariciándolas con sus pulgares.

Quisiera ver sus ojos, pero la mascara parece tener un velo negro que lo impide. Lo que si distingo es esa sonrisa, con la curva de una medialuna, y la perversión de un cielo sin ella.

—¿Sabes que quiero? —repite.

—No... —contesto en un hilo de voz.

—Tu miedo.

Casi me alcanzo a reír de tal disparate.

—Siga como va, que lo hace excelente.

—No, todavía no me temes —dice llevando el cuero de su índice a mis labios—. Yo te debo enseñar. Aprenderás conmigo lo que es el miedo, y a respetarle.

—¿Qué quiere de mí? ¿Qué este temblor que me provoca no es suficiente?

—Quiero que tiembles, sí. Cuando me veas, y cuando no. Quiero ser el monstruo bajo tu cama, la razón que te impida salir sola, la sombra en el espejo, y la pesadilla por la que despiertes agitada.

Su aliento vuelve a erizarme la piel, y contengo tanto la respiración que mis pulmones arden.

—¿Por qué? —me atrevo a preguntar.

—Porque nunca tuve muñecas para jugar.

—Mi lord, yo...

Me empuja con una fuerza que me desconcierta y me manda despedida en una dirección que desconozco, pues mis ojos se cierran por instinto. Entonces siento coomo sus dedos se cierran alrededor de mi garganta. Es tanta la fuerza de su agarre, que el grito que surge de mi podría romper los muros del castillo.

—Si gritas nuevamente, te dejaré caer.

Abro los ojos y es ahora que entiendo que me tiene alzada con la fuerza de uno solo de sus brazos, mis pies colgando al vacío más allá de la balaustrada.

Lucho por respirar, mis ojos buscando desesperadamente una salida.

¿Quién es este maldito hombre?

Su agarre no cede, y su risa llena la noche de su crueldad.

Mis lágrimas se mezclan con el miedo mientras miro hacia abajo, desesperada y asida al desconocido que tiene, literalmente, mi vida en sus manos.

—Aprenderás a temerme —me recuerda el enmascarado con su sonrisa maquiavélica—. Si no por tu vida, por la de la hermosa Gamma...

El abismo se abre bajo mis pies como una boca hambrienta, y en este momento ni siquiera me importa. El hielo se ha apoderado de mis huesos con la mención de mi hermanita.

Entonces me suelta en el balcón, mis pies buscando desesperadamente apoyo en la piedra fría.

Respiro una vez, y al segundo siguiente me abalanzo sobre el enmascarado. Pegados a la pared del balcón, quito el broche en mi cabello. En mi desesperación, dejando el lado de la mariposa abajo, lo sostengo como una daga contra el cuello del desconocido.

—¿Quieres convertirte en mi pesadilla? Adelante, de todos modos no valoro dormir mucho, pero toca un solo cabello de mi hermana y yo me convertiré en la tuya.

Su sonrisa siniestra se afila todavía más.

—No te alteres, no te conviene hacerme daño. Lo digo por tu bien.

—Mi bien no me interesa. ¡ALÉJATE DE GAMMA!

Estoy temblando tanto que siento que no me podre contener y atravesare la tráquea de este desgraciado.

—Baja esa cosa o quedarás sin mano, mariposa.

—¡No me llame mariposa!

—¡Está bien! —dice, enajenado por la risa que le provoca el estado en que me tiene.

Su maldito burla solo hace que quiera clavarle el broche en el ojo.

—Si prometo no tocar un solo cabello de tu hermana... —murmura, las palabras como una maldición brotando de su sonrisa— ¿Podría tocarte a ti?

Con el bofetón que le propino creo que mi respuesta no deja cabida a malas interpretaciones, sin embargo, entiendo que he cometido el error de mi vida en cuanto alza la vista y el rojo parece brillar por sobre la sombra de la máscara.

Ya no hay sonrisa.

Esa mirada carmesí es la mirada de un asesino.

Pero algo lo detiene, y no soy yo. Es como si sus oídos captaran algo muy lejano. Y eso le molesta, lo frustra a niveles que solo multiplican su ira.

Me aparta de un empujón que me lanza al suelo, al otro extremo del balcón al borde de una caída segura.

Y luego salta al vacío.

Muy confundida, creo estar viendo como se suicida, pero no tenga tanta suerte, porque luego lo veo emerger en la profundidad de la noche montado en un gripher completamente blanco.

Es cuando pierdo el conocimiento.

Nota: obviamente que me van a contar TODOOO lo que piensan de este capítulo, ¿verdad?

¿Qué opinión tienen del enmascarado y lo que ha hecho aquí?

Doble actualización en un día, ¿lo notaron? Cuando lleguemos a 500 comentarios subiré el siguiente capítulo
Un minuto de silencio para el cuello de Freya.

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