Alaric
Uno de mis antiguos profesores de la universidad de jubilaba y había decidido celebrarlo por todo lo alto. Nos había notificado de su decisión a prácticamente todos sus ex alumnos por mail y junto a ello iba la invitación a un evento benéfico que había montado para celebrarlo; quería que llevásemos comida de larga duración para donar al banco de alimentos, y a cambio tendríamos una noche de música, comida y bebida.
Me pareció una idea estupenda, aunque no tuviera ganas de verle la cara a algunas personas con las que me licencié hace más de cinco años.
Theo no me quiso acompañar. Más que nada porque el código de vestimenta no le gustaba. Traje oscuro, ya me diréis qué tiene de malo. No insistí mucho, porque si al final venía obligado, estaría protestando toda la noche. Simplemente quedé con verme en el aparcamiento con Ken, un ex compañero de clase y amigo.
―Te has pasado el código de vestimenta por el forro ―le dije a modo de saludo en cuanto bajé del coche y lo encontré allí fuera.
―No, tío, el gris es un color oscuro.
―Creo que tenemos la percepción de lo oscuro y lo claro un poco diferentes. ―Me reí―. ¿Qué tal, hombre?
―Bien, bien. Como siempre. Tú imagino que de lujo.
―No me quejo. ¿Entramos?
―Claro. ¿Crees que vendrán muchos compañeros de clase?
―No lo sé, espero que no le hagan el feo al señor F y vengan. Ha dado tan solo diez años de clase, no tiene tantísimos alumnos, así que espero que hayan venido todos y no dejen este local vacío.
―Yo también lo espero. Con lo de puta madre que ha sido el señor F.
Coincidía con él.
El señor Ferrera (solo F para la gente, a petición suya) era uno de esos profesores con los que te apetece aprender, con los que saldrías a tomarte una copa y al que le ofrecerías un cigarrillo al salir de clase. No había un solo alumno que hubiese pasado por su clase, que no tuviera un buen recuerdo de él. Yo hacía solo dos meses que no lo veía, ya que usualmente íbamos a tomarnos un café y a ponernos al día, y además él había sido mi psicólogo un tiempo.
Entramos en el hotel, el cuál era de la hermana del señor F y cuyo salón de eventos acogería esa pequeña celebración. O no tan pequeña, porque en cuanto pisamos esa sala pudimos apreciarla prácticamente llena. Muchos trajes, muchos vestidos, pocas caras conocidas.
Nuestro primer curso de especialización había sido el primero en recibir clases del señor F, por lo que la mayoría de los presentes eran más jóvenes que nosotros y se notaba. Quizá por el volumen que usaban al hablar o porque la música que sonaba no la escucharía el señor F por voluntad propia en un millón de años. Decidimos buscarlo para saludarle y no fue demasiado complicado, ya que estaba al lado de una de las mesas altas llenas de copas y canapés.
―¡Qué alegría veros por aquí!
En vez de abrazarnos uno a uno, nos agarró a los dos por los hombros y nos dio un abrazo en conjunto, apretándonos fuerte. Lo bajito que era, y lo mucho que abarcaba. Nos dio un par de palmadas fuerte en la espalda antes de liberarnos.
―¿Cómo estás? ¿Cómo os va todo? ―Nos miró primero a uno y luego a otro.
―Estupendamente, señor F. ¿Tú qué tal? ―preguntó Ken de vuelta.
―¿Quién te ha obligado a poner esta música? ―añadí.
Él se rio.
―Me alegra mucho, Ken. Y... ―Señaló la sala en respuesta a mí pregunta.
―No me sorprende.
Estuvimos charlando un buen rato los tres, sobre todo rememorando los viejos tiempos como si de tres veteranos de guerra nos tratásemos. El señor F tenía una memoria increíble y todavía recordaba cosas que Ken y yo teníamos perdidas en la cabeza, incapaces de hacerlas sacar.
―¡Señor F!
Me giré rápidamente al reconocer esa voz. No sabía por qué me sorprendía y no entendía cómo no había caído en que, lógicamente, Aurora Winslow había sido alumna del señor F. Vino por uno de nuestros lados, enfundada en un vestiddo negro, largo y ceñido a sus curvas, escote cuadrado y mangas abullonadas que le daban un toque incluso más elegante a su aspecto. El cabello, ondulado como siempre y suelto sobre su espalda. Medía exactamente lo mismo que el profesor, así que su abrazo fue más compensado.
―Qué bonito verte, Aurora. Hacía mucho que no lo hacía ―le dijo al separarse, con una sonrisa enorme.
―¡Desde el semestre pasado! He tenido mucho trabajo últimamente.
―Me lo imagino. Acabas el máster en primavera, ¿verdad?
―Así es. Dos meses y medio.
―Mira, te presento a Ken y Alaric, ambos de mi primera clase como profesor, hace diez años.
Primero miró a Ken y luego a mí, con los ojos brillantes y una sonrisa que demostraba sorpresa. Le dio la mano a mi amigo cuando él se la ofreció, se dijeron que estaban encantados de conocerse y luego la acercó a la mía.
―Alaric.
―Aurora.
―Aurora tiene un podcast, como tú ―me explicó el señor F.
―Sí, lo conozco. Nos conocemos, más bien.
―Ahí está Martha, voy a saludarla ―se disculpó de pronto Ken, sonriéndonos con disculpa.
Y se marchó de allí, hacia un grupo que había cerca de los ventanales que daban a unos amplios jardines iluminados por unas farolas con más potencia que había visto en mi vida. Martha, si no recordaba mal, era una compañera de clase que vino solo un par de años antes de ser transferida a Cambridge con una beca. Era bastante amiga de Ken. A mí me resultaba bastante indiferente.
―Qué casualidad. Dos de mis mejores alumnos. ―Nos sonrió el señor F―. ¿No habéis pensado en colaborar alguna vez?
―No lo había pensado nunca, pero no estaría mal, ¿no crees? ―Miré a Aurora.
Sus ojos, rasgados a causa de su sonrisa, me examinaron con atención.
―Estaría muy bien.
El señor F miró por encima de nuestros hombros y luego a nosotros, disculpándose para poder ir a encontrarse con un grupo de profesores. Tanto Aurora como yo, nos alejamos de allí, sin hablar, hacia otra de las mesas altas con canapés y allí nos detuvimos.
―¿Estaría muy bien? ―pregunté mientras la veía agarrar una copa de lo que parecía ser algún tipo de vino espumoso.
―¿Creías que me asquearía hacer un episodio del podcast contigo, Alaric? ―Me miró y se llevó la copa a los labios con una leve sonrisa.
―¿Lo hace?
Mantuvo el silencio unos segundos, sin apartar la mirada de mí. Alcé las cejas, impaciente.
―Para nada.
―Te lo has pensado ―murmuré con una sonrisa que fue correspondida al instante con otra por su parte.
―A la gente solo le faltaba que hiciéramos un episodio juntos para que empiecen a hacer edits para Tik Tok. ¿Eres consciente de ello? Quizá no porque no tienes Twitter, pero te juro que hay hilos de veinte tuits cada uno, especulando lo de una nuestra posible relación secreta.
―Tengo Twitter ―admití―, lo he visto.
―No es público ―adivinó.
―No, es una cuenta anónima que me he creado hace apenas dos semanas. Theo sí tiene y el muy cabrón me manda enlaces a todas horas de esos hilos. Hay uno que dice que estamos fingiendo una enemistad para ganar visitas.
―Ni siquiera estamos enemistados. ―Rio.
―Pero me caes regular ―bromeé.
―Tú tampoco eres de mi agrado, Whitman.
Sonreí, viendo cómo agarraba otra copa llena y la acercaba a mí. La tomé.
―No he probado el vino espumoso en mi vida ―admití mientras acercaba a la nariz para oler el líquido medio transparente antes de darle un pequeño un sorbo, haciendo que me vibrara toda la garganta mientras éste caía por ella.
―¿Qué tal?
―Prefiero la cerveza.
Lanzó una carcajada antes de que yo apurara la copa hasta el final. Definitivamente, prefería la cerveza.
―Creo que en esa barra sirven lo que quieras. ―Señaló la barra que había a unos cuantos metros de nosotros, con varias personas apoyadas en ella.
―¿Me acompañas? ―me atreví a preguntar.
―Claro.
Apuró el último sorbo de su copa y nos fuimos juntos hacia la barra. Dejé que ella ocupara el único hueco del lugar para no tener que darle la espalda, no sin antes colocar mi mano en el pico de la barra para que no se lo clavara si se giraba hacia allí. Se incorporó de espaldas a ella, mirándome a mí.
―¿Qué le pongo? ―preguntó entonces el chico que estaba atendiendo a la gente, antes de que Aurora pudiera decir nada.
―Una cerveza y... ―La miré a ella.
―Yo nada, no te preocupes.
―Marchando una cerveza.
―¿No quieres nada? ―le pregunté de nuevo. Sacudió su cabeza de lado a lado.
―Yo voy a base de vino espumoso, que tiene pocos grados. Está feo emborracharse en una reunión de antiguos alumnos de psicología; solo me faltaba que alguno quiera diagnosticarme con algo que no tengo. "Mírala, pobrecita, bebiendo para acallar los gritos interiores de una niña que ha sufrido maltratos familiares toda su vida". "Qué pena, tan joven y empezando con la bebida; tiene toda la pinta de un duelo amoroso que no la deja ni dormir".
No sabía si me gustaba más la Aurora contestona e irónica del podcast, o la de fuera del mundo profesional y estudiantil, la que bromeaba y ponía voces ridículas para imitar las supuestas voces de los psicólogos de esa sala.
―"Le daré mi tarjeta de contacto, que a lo mejor necesita la ayuda de un profesional" ―seguí yo con la broma, haciéndola sonreír ampliamente.
―Es maravilloso que nos burlemos de lo que nosotros mismos hacemos siempre. ¿No te encanta analizar a la gente o sacarle un diagnóstico sin haber hablado nunca con ella?
―Es mi pasatiempo favorito ―admití.
―Aquí tiene.
Alcé la mirada y agarré la copa de cerveza que me tendía el chico. Se lo agradecí, y con Aurora nos alejamos de allí, de nuevo a una mesa alta vacía. Le acerqué una de las copas de vino espumoso. Sonrió.
―También es el mío ―dijo entonces, refiriéndose al pasatiempo favorito―. Ya lo hacía de pequeña, pero sin tener ni idea. Ahora al menos sé algunas cosas.
―Por lo que sea.
―Por lo que sea. ―Rio―. ¿Lo has hecho conmigo? ¿Me has analizado y sacado un diagnóstico?
―Lo he intentado, sí.
―Ilumíname.
―Noto algunos rasgos de autoexigencia que parecen venir de mucho tiempo atrás y quizá ese aspecto de ti es lo único que no ha cambiado en los últimos años. Creo que has experimentado un cambio significativo de autoimagen y confianza en ti misma, yendo a más y mejor con el tiempo. Seguramente gestionas bastante bien el estrés, porque tienes mucho trabajo siempre y pocos días para ti misma, por no decir ninguno. También, estoy seguro al 90% de que no tienes relación con tu padre, o si la tienes no es buena. Has mencionado mucho a tus hermanos y a tu madre en el podcast, pero no a él.
―Vaya, vaya. ―Su mirada recorrió cada centímetro de mi rostro―. ¿Has hablado con alguno de los que fueron mis psicólogos, acaso?
―Te he escuchado en el podcast. ―Me encogí de hombros―. Adelante, tu turno.
―No sé si desvelar todas las armas que tengo en tu contra ―bromeó.
―Después de tu análisis, haré como que no has dicho nada.
―Pues si es así... Exhibes rasgos de personalidad dominantes y seguros de ti mismo. Tu autoconfianza puede ser una fortaleza en diversas situaciones, pero también puede presentar desafíos en las relaciones interpersonales si se manifiesta como arrogancia. Creo que lo proyectas de una forma errónea y me atrevo a decir que lo haces de forma consciente. Disfrutas al pensar que la gente cree que eres un arrogante, egocéntrico y narcisista a veces.
Apoyé el codo en la mesa alta, nada sorprendido al escuchar su análisis, y le di un trago a mi cerveza, esperando que siguiera.
―Te detestaba ―admitió―, hasta que vi que estabas haciendo el papel de tu vida. Porque en realidad eres un tierno.
―Dios, no digas eso.
Se rio y me dio un toquecito de cadera.
―Venga, por favor. No tenías necesidad de ello, y me recomendaste para la charla del podcast y obligaste a que me pagaran quinientas libras.
―Eso no es nada, Aurora.
―Eso no te lo crees ni tú. Igual que el hecho de que hayas puesto la mano en el pico de la barra para que no me lo clavara, y que me dejaras pasar antes a mí para no darme la espalda. Esa no es la persona que demuestras ser en tu día a día, sobre todo en el podcast, Alaric.
―Venga...
―Y también creo que solo tienes relación con tu madre, porque nunca te he oído mencionar a tu padre, lo cuál me hace creer que esa es la razón por la que dices que el amor es una farsa. Igual que el mío, tu padre debe haber demostrado quereros muy poco.
―Mi padre ha dejado y ha vuelto con mi madre siete veces; no tengo relación con él ―admití, de acuerdo con lo dicho.
―El mío se divorció de mi madre y se marchó, sin darle pensión para los cuatro hijos menores de edad que tenía. Y está forrado. No tenemos buena relación.
―Vaya otro hijo de puta.
―Creo que los dos estamos curados de disgustos ―dijo mirándome a los ojos.
―Curadísimos.