En las nubes ©

By Lau154

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𝗔𝘂𝗿𝗼𝗿𝗮 está a un paso de ser psicóloga. 𝗔𝗹𝗮𝗿𝗶𝗰 ejerce desde hace años. 𝗔𝘂𝗿𝗼𝗿𝗮 tiene un po... More

Intro | En las nubes
Prólogo | Enfoque Whitman, T3 E8
Capítulo 1 | Que le quiten el micrófono
🎙️En las nubes, T2 E6
Capítulo 2 | Es bastante guay
🎙️Enfoque Whitman, T3 E9
Capítulo 3 | Para esto pago internet
Capítulo 4 | Las mayúsculas
Capítulo 5 | ¿Y qué c*ño es eso de franchipán?
🎙️En las nubes | T2, E8
Capítulo 6 | «Dios me libre de ello, cielo. Un beso.😘»
🎙️Enfoque Whitman, T3 E12
Capítulo 7 | Creo que nos vamos a pique
🎙️En las nubes, T2 E10
Capítulo 8 | Olorcito a testosterona rancia
Capítulo 9 | Siempre me han encantado los enemies to lovers
Capítulo 10 | Sí, hombre
Capítulo 11 | Un poco egocéntrico sí que eres
Capítulo 12 | ¿Le masajeas otras cosas que no son la espalda?
🎙️Enfoque Whitman, T3 E17
Capítulo 13 | Eres un encanto
🎙️En las nubes, T2 E17
Capítulo 15 | Señor F
Capítulo 16 | Estoy cabreadísimo
🎙️Enfoque Whitman, T3 E21
Capítulo 17 | A. W.
Capítulo 18 | ¿Pero tú quién te crees que eres?
Capítulo 19 | Buen diagnóstico, doctor Whitman
🎙️En las nubes, T2 E11
Capítulo 20 | Te llevaste sus bragas favoritas
Capítulo 21 | Eres más guapo en persona
Capítulo 22 | ¿La nutria por qué?
🎙️En las nubes, T2 E23
Capítulo 23 | Tú hueles a esto
Capítulo 24 | Eso era sentirse en las nubes.
Capítulo 25 | No te soporto
Capítulo 26 | Esto fuera
🎙️Enfoque Whitman, T3 E27
Capítulo 27 | Está molesta contigo
Capítulo 28 | Tu ligue
Capítulo 29 | Venga, feliz día
Capítulo 30 | No está tan buena, en realidad
Capítulo 31 | Sé que el barro me llega al cuello
Capítulo 32 | Estás pilladísimo
Capítulo 33 | Nueva etapa, nueva cafetera
Capítulo 34 | Lo siento
Capítulo 35 | Total, ¿qué importan ya?
Capítulo 36 | ¡Qué emocionante!
🎙️En las nubes, T2 E32
Capítulo 37 | Es impresionante
Capítulo 38 | ¿No te gusta Mark?
Capítulo 39 | Por tonto
Capítulo 40 | Narcisos
Capítulo 41 | Cambridge
Epílogo | Alaric Whitman de Londres

Capítulo 14 | Y aquí estoy

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By Lau154

Aurora

Si había algo que me satisfacía y me hacía sentir segura de mí misma, era que la gente contara conmigo como profesional por la razón que fuera. Y cuando una profesora del máster de comunicación digital de la universidad me pidió que fuera a charlar con los alumnos de éste sobre el podcast, casi me dio algo. ¡Sobre el podcast! La verdad es que no me lo esperaba; antes esperaba que me pidieran dar una charla de psicología, de algún tema relacionado, de alguno en común entre mi campo y el suyo. Pero no. ¡Sobre el podcast!

Así que el viernes, cuando no tenía nada que hacer salvo pasar consulta por la tarde y grabar y editar el podcast, busqué el edificio de comunicación de mi universidad para encontrarme con la señora Santana, la cuál no conocía hasta hacía cuatro días. La encontré en la entrada, tal y como me había dicho que haría.

―Ostras, qué frío hace aquí dentro, ¿no? ―pregunté de camino hacia la sala donde daría la charla.

―Sí, hija, sí. Se nos ha estropeado la calefacción y hasta el lunes no volveremos a tenerla. Espero que esta tarde vengan a arreglarlo o probablemente queme alguna que otra oficina.

Me reí sin poder evitarlo y ella me guiñó un ojo. Me enseñó un poco la facultad mientras íbamos a la sala de conferencias y también me explicó que uno de los proyectos de ese semestre para los estudiantes de no sé qué asignatura, era crear un podcast y hacer cinco episodios. Eso se subiría al portal de la universidad y la gente podría escucharlos allí, incluyendo los profesores que eran los que los evaluarían. Por ello, que yo les explicara un poco cómo funcionaba todo, les iría bien.

―Va a ser casi una clase ―admitió―, pero a alumnos con más edad que tú.

―A ver qué tal sale. ¿Hay algo en específico sobre lo que quieres que haga hincapié?

―No, tienes total libertad. ―Sonrió.

Entramos en un salón grande, casi idéntico a la sala de conferencias de mi edificio. Me contó que también había sido parte del proyecto de ampliación de los espacios que habían hecho en la universidad hacía unos pocos años. Era un campus muy grande, con acogida a muchas especialidades, másteres, doctorados y cursos, por lo que habían decidido hacer más grandes los edificios para que se pudieran hacer más actividades, como acoger conferencias, sin tener que dejar a un gran grupo de personas sin clase durante unas horas.

Esa sala tenía algo diferente a la nuestra, y es que había un sinfín de material audiovisual, lo que se espera de un edificio en el que se daban todo tipo de especialidades relacionadas con la comunicación. Me daba mucha lástima que no fuera a poder usar todas esas cosas, ya que tan solo usaría la pantalla digital; ni siquiera el ordenador, porque usaba mi móvil para pasar la presentación a la pantalla e incluso para pasar las diapositivas.

―La charla es para unos alumnos en concreto y abierta, y voluntaria para los primeros. Aquí suelen pasar de todo lo que son conferencias, prefieren pasar ese rato en la cafetería cotorreando que aprendiendo algo que les va a ser útil para el proyecto, así que no te sientas mal si ves que esto no se llena. Si vienen diez, ya lo consideraré un éxito; cinco, lo esperado; ninguno, una decepción.

―No te preocupes, imagino que nadie llena una sala en su primera charla.

―Tú ya has dado muchas y todas llenas. ―Me guiñó un ojo. Su mirada se desvió rápidamente hacia la puerta, hacia adónde empezaban a llegar algunas personas―. Voy para allá. Yo te aviso cuando puedes empezar, ¿bien? Si quieres, esa puerta lleva a una salita con máquina expendedora de bebidas y comida, y otra de café y chocolate. Está vacía, toda tuya.

―Está bien, muchas gracias, señora Santana.

Mientras entraban algunas personas a la sala, yo dejé mi bolsa en la silla de detrás del escritorio que había en la tarima, y aproveché para ir a buscarme una botellita de agua por si la necesitaba durante la charla. Debo admitir que, por primera vez, estaba un poco nerviosa. Seguía teniendo que hacer una explicación sobre algo que controlaba, pero en esos momentos tenía más miedo de hacerlo mal que en una exposición, porque en este caso nadie me evaluaba; la gente podía llevarse una imagen pésima de mí si no lo hacía bien. Aunque fueran cuatro gatos.

Saqué dos botellitas de agua máquina, ya que eran muy pequeñas, y la mitad de una de ellas me la bebí allí mismo. Miré el móvil antes de salir, viendo si Lily, que estudiaba en esa misma facultad, me decía que llegaba a tiempo. Y, por suerte, lo hacía. Dijo que estaba ya camino de la sala.

En cuánto salí para esperar a poder dar inicio, me sorprendí bastante. Mucho, de hecho. Porque la tribuna central se estaba llenando. Creo que ni la señora Santana se lo creía, que me miró desde su asiento con las cejas alzadas y una sonrisa, sin soltar la libreta en la que parecía estar anotando algo.

Un minuto después, Lily entró y sonrió entusiasmada, alzando sus pulgares. Bajó hasta la primera fila, donde solo había dos sitios libres. Me acerqué a ella, que se sentó en la punta, al lado del pasillo.

―¿Qué tal, reina? ―Me besó una mejilla.

―Un poco nerviosa ―admití―. Gracias por venir.

―Siempre.

Se lo agradecí con una sonrisa y volví a mi sitio, dado que faltaban segundos para que la señora Santana me dijera que podía empezar, pues estaban a punto de tocar las diez. Aproveché ese momento para mandar la presentación de mi móvil a la pantalla y, en cuanto la tuve, tuve el visto bueno de la profesora para empezar. Ante más de cincuenta personas, que ya eran diez veces más de lo que esperaba.

Y les hablé de qué iba mi podcast, de cómo se inicia en ese mundillo, las cosas que hay detrás de lo que la gente ve y escucha, de los mil tipos de podcast que existen, de los premios y convenciones que hacían anualmente, las plataformas, y de mil y una cosa. Vi gente tomando apuntes, otras haciendo fotos a las diapositivas (o a mí, esperaba que no fuera así) y algunos simplemente escuchaban casi sin parpadear.

Al fin y al cabo, a pesar del nerviosismo del principio, lo disfruté igual que una exposición de clase.

Como no podía ser de otra forma, Santana dejó que me hicieran preguntas, las cuáles estuve encantada de responder.

―¿Por qué empezaste con el podcast? ¿Lo hiciste con la idea de ganar dinero? ―me preguntó una chica de la segunda fila.

―No sabía que se podía ganar dinero cuando empecé ―admití―. Empecé porque me gusta hablar y, por ende, ser escuchada. Siempre he aburrido a mis amigas y mis hermanos con charlas infinitas de psicología, lo cuál no les interesa porque entre ellos hay una periodista, una bióloga, un fisioterapeuta, un analista de software y una estudiante de secundaria. Un día mi hermano bromeó diciéndome que era como un podcast. Me lo tomé muy a pecho, investigué y aquí estoy.

―¿Se gana mucho? ―preguntó otro chico.

―Depende. Por lo general, no. De dos a cuatro libras cada mil reproducciones en Spotify, que es donde suele empezar todo el mundo. Luego puedes tener contrato con alguna plataforma y allí se ve si pagan por reproducciones, si te ponen un precio fijo y no puedes bajar de cierto número... Ahora también se puede monetizar por otros lados, como Tik Tok, que paga mucho menos que Spotify, y YouTube, que por suerte ahora está pagando bien. A eso sumémosle los patrocinadores o los anunciantes que quieras y puedas tener. En resumen, al principio solo te genera gastos; los beneficios llegan después de un tiempo y si tienes suerte. Yo no vivo de ello actualmente.

―¿Pagas a los invitados que vienen al podcast?

―Si quiero pagar el recibo de la luz, no puedo permitírmelo ―confesé―, aunque ellos tampoco me lo piden. Evidentemente, antes de invitar a cualquier persona, le dejo claro que no puedo pagar y que es libre de rechazarme, más faltaría. El día que me lo pueda permitir, evidentemente pagaré a toda persona que se siente en ese sofá.

―¿Cómo lo haces para destacar por encima de la competencia? Siempre hay posibilidad de que te opaquen.

Alcé la mirada en busca de la chica que había preguntado eso, y me llevé una sorpresa. No por ella, sino por la persona que estaba sentada detrás de ella.

―Una cosa que no hice y que os he aconsejado que hagáis durante la charla, es ver qué otros podcasts hay con una temática parecida a la vuestra y valorar qué cosas hacer para innovar. Sin embargo, yo no lo hice. No me enteré de que había otros podcast que hacían cosas parecidas a las mías hasta hace unas semanas, así que no puedo decirte qué he hecho para destacar, porque no hay nada. Evidentemente, hay posibilidad de que me opaquen, pero creo que la solución es mantener un equilibrio entre lo que a ti te gusta hacer y a lo que tus oyentes les gusta escuchar, y así poder innovar sin problema.

Las próximas cinco preguntas las respondí con la cabeza medio en las respuestas, medio en la última fila de ese salón.

Cuando acabé, el aplauso que me concedieron fue de lo más bonito. Supuse que lo había hecho bien por eso y porque algunas personas se acercaban a mí mientras desconectaba mi móvil de la pantalla. Me di cuenta de una cosa, y es que me habían escuchado; eran oyentes habituales del podcast, puesto que me preguntaban cosas sobre temas específicos que había tratado, sobre invitados y colaboradores, e incluso varias de esas personas que me rodearon se fueron con mi mail. Con el de trabajo, el de psicóloga. A lo tonto me llevaba posibles pacientes. Nunca pensé que eso sería un momento de reclutamiento.

Para cuando se hubieron ido, quién se acercó fue Lily para felicitarse e irse corriendo a clase, y luego la señora Santana.

―Ha sido maravilloso, Aurora. ―Sonrió ampliamente, encantada―. Y a ellos les ha gustado mucho, es obvio. Espero que les haya servido mucho, yo creo que sí. Han tomado muchos apuntes.

―Sí, lo he visto. Y también lo espero.

―Me alegra mucho que hayas sido tú la que haya dado la charla, sin duda ha sido todo un acierto tomar la recomendación.

―¿Qué recomendación? ―pregunté curiosa mientras recogía mis cosas y las metían en la bolsa.

―Uno de los profesores sugirió a Alaric Whitman, de Enfoque Whitman, pero como no podía venir te recomendó a ti. Aunque cabe decir que yo y dos profesores más te sugerimos a ti de buenas a primeras.

―Oh, vaya ―murmuré con el ceño fruncido. Miré al final de la clase y luego fingí mirar la hora en mi reloj―. Tengo que marcharme, señora Santana. Me alegra que haya ido bien y que hayan contado conmigo.

―Claro, Aurora. Ha sido todo placer.

Agarré mis cosas y subí las escaleras a toda prisa para marcharme de allí. Salí del edificio, mirando a mis lados y tratando de localizar mi objetivo, y lo hice tras avanzar unos cuantos metros hacia el aparcamiento más cercano.

―¡Oye!

Alaric se detuvo y se dio la vuelta en cuanto me escuchó. Cerré mi chaqueta mientras me acercaba a él, pues hacía bastante frío allí.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté curiosa, plantándome delante de él.

―He ido a consultar unas cosas sobre una reunión de ex alumnos y me han dicho que había una charla sobre un podcast, y he venido a echarle un vistazo.

―Ya.

―¿Qué pasa? ―preguntó con las cejas alzadas, sonriendo.

―Me han dicho que tú eras a quién querían, pero que tú me recomendaste a mí porque no podías asistir. Y aquí estás.

―Y aquí estoy.

―¿Por qué?

―Porque se te da bien y te gusta.

―No he planteado bien mi pregunta. ¿Por qué has dicho que no podías asistir y me has recomendado a mí, pero ahora estás aquí?

―Demasiadas preguntas, Aurora. ¿Te han dicho cuánto te van a pagar?

―No me han dicho nada de ningún pago.

Frunció el ceño.

―¿Perdona?

―Que no me van a pagar, no me han dicho nada de ello...

Metió su mano dentro del bolsillo de la chaqueta mientras yo hablaba y de él sacó el móvil. Me mandó a callar alzando su dedo, mientras se llevaba el teléfono a la oreja.

―Buenos días, Melanie ―saludó en cuanto le cogieron la llamada. Melanie era la señora Santana―. Bien, trabajando. ¿Qué tal ha ido la charla? Genial, me alegra. Espero que se le haya comentado a Aurora lo del pago, porque ambos sabemos cómo hace las cosas el señor Rivers. Sí, sí. Voy a verla en unas horas, así que espero que, como mínimo, se le haya pedido un número de cuenta para el ingreso. Claro, claro. No querría tener que... Perfecto. Lo dicho, me alegra que haya ido bien. Un abrazo, Melanie.

Colgó y me miró. Yo igual, pero sorprendida como pocas veces.

―Te van a pagar. Probablemente quinientos, que es lo que suelen pagar las universidades por hora. Me han dicho que te han preguntado ya el número de cuenta, lo cuál significa que en máximo media hora lo harán. Cuando cobres, me dices cuánto ha sido.

―Alaric, no lo hice por dinero ―murmuré.

―Lo sé, pero es un trabajo remunerado por todo el mundo. A mí me iban a pagar, ¿por qué a ti no? El señor Rivers, que es el que lleva todo el tema de conferencias, entre otras cosas, en la universidad, es un chanchullero, ya se la jugó a un compañero de máster con la contabilidad de las horas de las prácticas. Ha tratado de hacerte creer que no había pago y aquí estás. Y no me hace ni puta gracia.

Parecía enfadado de verdad, y yo no sé cómo sentirme exactamente. Estaba agradecida con él, pero a la vez decepcionada con la señora Santana y el señor Rivers, que no me habían dicho que había pago de por medio.

―Gracias...

Negó con la cabeza.

―No es nada. ―Sacó las llaves del bolsillo y dio un par de pasos hacia atrás―. Sigues sin caerme demasiado bien.

―Lo mismo digo. Eres bastante insoportable.

Sonrió alejándose de mí.

―Escríbeme con el pago, por favor.

―Lo haré.

―Lo mismo si no te piden el número de cuenta.

―Cuenta con ello.

Me alejé también sin echarle una última mirada, aunque sí lo hice cuando me pasó con el coche por el lado.

Alaric me estaba sorprendiendo muy gratamente. Cuando supe de él por primera vez, no pensé que acabaría hablando bien de mí, recomendándome a la gente, luchando para que me pagaran quinientos dólares y mucho menos que hubiese compartido con él una tarde en mi cafetería favorita. Y todavía menos que me diera tan buena conversación y durante tantísimo rato.

Fue agradable.

Su compañía lo era. Y lo que hacía por mí y sin conocerme, también. 

🎙️🎙️🎙️

¡Mañana capítulo especial! (nuevo episodio del podcast) 💖

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