Doppelganger - #ONC2024 (Comp...

נכתב על ידי Oscar_Nox

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La vida de Lena Roth, una detective de policía, da un giro cuando encuentra el cadáver de una mujer idéntica... עוד

Antes de leer...
Capítulo 1: La detective
Capítulo 2: En la estación de policía
Capítulo 3: Das Rote Haus
Capítulo 5: Las dos líneas de investigación
Capítulo 6: El pelirrojo
Capítulo 7: Las pruebas
Capítulo 8: Nuevos planes
Capítulo 9: Segundos encuentros
Capítulo 10: Cacería
Capítulo 11: El arresto
Capítulo 12: Fuego
Capítulo 13: Aparición
Epílogo

Capítulo 4: Sábanas italianas

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נכתב על ידי Oscar_Nox


Berlín, 14 de mayo de 1951.

Casa de Lorenzo Moretti, frente al Lago Müggelsee

00:35 a.m.


El trayecto desde el Das Rote Haus al lago Müggelsee fue corto, amenizado por clásicos italianos y las anécdotas de Lorenzo sobre su infancia en Sicilia.

El suntuoso Opel Kapitän se estacionó frente al porche de una casa de dos pisos. La fachada, de aspecto tradicional y campestre, estaba decorada con buen gusto. La vista hacia el lago era impresionante: el cielo estaba despejado y la luna llena se reflejaba en sus aguas oscuras como una perla reposando en una cama de seda negra.

Los sonidos de patos, garzas, grillos y algún búho lejano llegaban a oídos de Lena, mecidos por el murmullo de las aguas. Era una experiencia estimulante y relajante a la vez.

Lorenzo se bajó del coche y le abrió la puerta, haciendo una reverencia. Lena bajó fingiendo una sonrisa que cada vez le salía más natural. Siguió a Moretti hasta la puerta, analizando cada detalle de la casa y sus alrededores. No tenía vecinos ni edificaciones cercanas, lo que ofrecía múltiples rutas de escape y visión periférica del terreno. A pesar de estar relativamente cerca del casco urbano, apenas se oían los ruidos de coches. Si una persona gritase, sería casi imposible que alguien acudiera.

Las luces se encendieron y un mayordomo de rostro afable les abrió la puerta. Lorenzo le tendió las llaves del auto. Parecía una rutina a la que el hombre de mediana edad estaba ya acostumbrado.

—Peppe, déjanos solos esta noche. Llévate el coche si gustas, pero regrésalo al amanecer.

—Como ordene, signore —asintió, recibiendo las llaves. Luego se dirigió a Lena con un gesto de despedida y una sonrisa ensayada—. Signori. Buenas noches.

Lena le devolvió la sonrisa y vio cómo se alejaba y subía al coche de Lorenzo, de forma autómata, como si hubiera repetido esa misma acción cientos de veces. Jugó a adivinar a cuántas muchachas se llevaba del club a su casa, pero desistió de inmediato. No estaba ahí para averiguarlo.

Se preguntó si Arthur habría conseguido seguirlos hasta allí, o si les había perdido el rastro en el Das Rote Haus.

—Adelante, querida Evangeline —se dirigió a ella como a una reina, sosteniéndole la puerta invitándola a pasar, e inclinando un poco la cabeza.

La casa lucía más espaciosa por dentro gracias a la delicada elección de colores. Las macetas con plantas de interior, elevadas estratégicamente, creaban la ilusión de un ambiente mediterráneo. La madera, la piedra y los colores terrosos la transportaron a Sicilia, incluso sin haber estado nunca allí. Caminar por la mullida alfombra era como andar descalza por la playa de Mondello.

«El desgraciado tenía razón...», pensó al ver las cortinas. Aunque no era una experta en modas, debía admitir que eran preciosas, con finísimos detalles dorados que adquirían una nueva dimensión al acercarse.

—Vamos, tócala —dijo Lorenzo percibiendo el interés de Lena mientras descorchaba un vino de su cava personal y le dedicaba una sonrisa pícara—. Todo en esta casa invita al tacto...

Las insinuaciones de Moretti ya no molestaban tanto a Lena. Después de todo, había conseguido llevarlo a su terreno. A pesar de estar en casa de él, era ella quien tenía el control. De ella dependía lo que pudiese pasar, y estaba convencida de tener la destreza fuerza para enfrentarse a él si fuera necesario. Además, Lorenzo no se veía muy atlético y en la pista de baile había demostrado una escasa resistencia física. Parecía más un estafador que un maleante.

«¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar, Lena?», se preguntó. Lorenzo se acercó a ella, descalzo, con una copa de vino en cada mano. Había dejado su chaqueta sobre la cava y llevaba la camisa a medio desabotonar.

—Esta es la pieza más preciada de mi cava: un Barolo, Giacomo Conterno, la bodega más prestigiosa de Piamonte —dijo con orgullo, extendiendo una de las copas a Lena y soplando un mechón de cabello que le caía sobre la cara.

Lena examinó el contenido con discreción. No vio burbujas extrañas, pero no quería correr riesgos, pues no había visto si Moretti había vertido alguna droga en el líquido.

—Sostén la copa por el tallo, no quieres calentar el vino —dijo él, sosteniendo la suya a modo de ejemplo—. Si lo miras a contraluz, podrás apreciar sus matices. Aunque su cuerpo destaca a la vista, el impacto de este vino radica en su olor. Agita levemente la copa para liberar sus aromas...

Mientras Moretti continuaba su clase exprés sobre cata de vinos, Lena buscaba la mejor manera de someterlo a su control.

—Da un pequeño sorbo y deja que se extienda por tu boca —continuó Lorenzo, haciendo la demostración.

Lena hizo el ademán de beber, pero dejó que el vino se derramara sobre su vestido.

—¡Maldita sea! —exclamó fingiendo sorpresa—. Creo que ha sido suficiente vino por esta noche, el alcohol no se me da bien...

—Tranquila, no te preocupes —dijo Lorenzo poniéndose de pie y apresurándose a ofrecerle un pañuelo—. Subamos a mi habitación para que puedas tomar una ducha. Te prestaré una de mis batas.

Lena le devolvió una mirada coqueta, aparentando seguirle el juego. Recibió el pañuelo y frotó su pecho con él, muy despacio, buscando nublar el juicio de Lorenzo. Fue fácil conseguirlo, pues él se mostraba impaciente y acalorado.

«Tranquilo, campeón. Hoy no será tu noche», pensó dejando escapar una sonrisa. Ya había elaborado su plan, solo debía ejecutarlo.

Ya en el cuarto de baño y con la bata de seda en las manos, dejó correr el agua de la ducha y entreabrió la puerta para espiar a Lorenzo, que había procedido a quitarse la ropa para enfundarse una bata. Tal y como había supuesto, su cuerpo no le resultó nada impresionante: sin músculos, con un tatuaje de marinero en el brazo que no le sentaba muy bien, y con los hombros caídos. Aún así, le encontraba cierto encanto.

Lena se quitó el vestido y entró a la ducha, con cuidado de no deshacer el elaborado peinado. En el tocadiscos de la habitación empezó a sonar Core n'grato, una vieja canción italiana lenta y emotiva, y Lorenzo empezó a cantar, sorprendiendo a Lena con su melodiosa voz.

Luego de unos minutos, ya con el cuerpo seco y vistiendo la bata, se dirigió al dormitorio en el que Lorenzo había dispuesto unas velas para generar una atmósfera provocadora. No pudo evitar sentirse impresionada, y recordó la última noche con Arthur, antes de enterarse de su ascenso y traslado a Berlín. En esa ocasión usaron velas porque se cortó la luz eléctrica en el hotel barato al que fueron, que se encontraba a media reconstrucción, como muchos de los edificios de la zona en la posguerra.

—Hola, principessa —dijo Lorenzo con una sonrisa sincera, y golpeó con la palma de la mano el espacio de la cama que había separado para ella, invitándola a acostarse junto a él—. Estas sábanas hiladas a mano son tan suaves que te sentirás en el cielo. Compruébalo por ti misma.

Por un momento estuvo tentada de seguirle el juego, pero por su mente cruzaron las imágenes de los últimos asesinatos. No podía involucrarse con un sospechoso. Pero, ¿qué era lo peor que podría pasar? No estaba en servicio, no había nadie cerca, y podría aprovecharse de eso para sacarle toda la información que quisiera...

Se lanzó encima de él, tomando la iniciativa, sentada sobre su cintura y colocando ambas manos en el menudo pecho del italiano.

—Juguemos a algo —susurró inclinándose hacia su oído, lo cual pareció estimular a Lorenzo, que intentó levantarse, pero Lena lo empujó contra la cama. Le puso un dedo en la boca y agregó—. Shhhh... Déjate llevar.

Extrajo las fundas de las almohadas y ató a Lorenzo de las muñecas a los balaustres de la cama, dejándolo expuesto y excitado. Su rostro reflejaba que nunca se había topado con una chica tan arrojada como Lena.

Entonces, se soltó el cabello en un acto de liberación, y antes que Moretti pudiera notarlo, extrajo de ese peinado a medio deshacer una daga enfundada. Era bastante pequeña, pero al retirar la funda reveló su afilada hoja. Al notarla, Lorenzo se contorsionó intentando liberarse. Intentó gritar pero Lena le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra le colocó el filo en la yugular. El italiano dejó de moverse.

Lena notó cómo el pecho del italiano subía y bajaba, acelerado, y el sudor se escapaba de sus poros.

—Tranquilo, no te haré nada —le dijo, aunque la daga deslizando por la piel de Lorenzo enviaba señales confusas—. O al menos, no si colaboras.

—¿Qué quieres de mi? ¿Eres una ladrona? ¿Quieres mi colección de pintura? —inquirió, desesperado.

—No, nada de eso. Solo quiero algunas respuestas —respondió, y se quitó de encima de Lorenzo—. ¿Tienes alguna pistola?

No respondió, pero Lena supo que ésta se hallaba en el cajón de la mesa de noche por una fugaz mirada que Moretti lanzó cuando le hizo la pregunta.

Extrajo la Beretta M34, idéntica a las que había visto en Leipzig, y apuntó a Lorenzo, retirando el seguro.

—Podemos hacer esto por las buenas, o por las malas. Y si te confieso algo, me divierto mucho cuando es por las malas, aunque no creo que eso sea divertido para ti.

—¿Te mandó Gross? —tanteó Lorenzo, siguiendo con la mirada el cañón de la pistola, fingiendo una valentía que no tenía.

—Tranquilo, tranquilo, después me cuentas más de ese tipo, pero ahora quien hace las preguntas soy yo.

Lorenzo se veía agitado, pero poco a poco empezaba a rendirse. Intentaba respirar profundo para calmarse.

—Ibas a reunirte en el Das Rote Haus con un traficante de armas de Leipzig, eso lo sé. ¿Qué tienes tú que ver con ellos? ¿Eres también traficante?

Se limitó a asentir, y se quedó en silencio. Abrió la boca un par de veces, tratando de articular alguna palabra, y Lena empezó a impacientarse. Tomó una de las velas y la ladeó sobre el pecho de Moretti. Las gotas de cera caliente caían y el italiano hizo su mejor intento por soportar el dolor, aunque los gemidos delataban que no era muy bueno fingiendo.

—Vamos, no tengo todo el tiempo. La próxima no será cera caliente, sino directamente la llama.

—¿Eres policía? —logró al fin preguntar, entre gemidos lastimeros.

—No hablaremos de mí esta noche, hablaremos de ti y tu relación con el asesinato de hace dos días en la calle Max Beer, cerca de Alexanderplatz. El asesino usó una Beretta como las que tú traficas, por lo que necesito saber a quiénes les venden estas pistolas en Berlín.

—Yo no me encargo directamente de las ventas, solo soy quien cierra los tratos con algunos representantes. No puedo delatarlos sin que ellos sepan que solté la lengua, y si se enteran apareceré flotando en el Müggelsee en menos de lo que se come una pizza.

—Te vi hablar con un tipo en el Rote antes de que volviera del lavabo. Era un pez gordo, ¿cierto? No sabrán que obtuve esta información por ti. De todas maneras, si te niegas a hablar correré el rumor de que eres un soplón.

Lorenzo se quedó callado, pensando sus palabras.

A Lena le pareció oír un coche a la distancia, y se apresuró a taparle la boca antes de que pudiera gritar. Pero ni siquiera lo intentó.

—Entonces, ¿hablarás o prefieres la vela? Hay suficientes para cantarte el cumpleaños feliz.

—Se llama Erich Gross —dijo, rindiéndose—, líder de la banda de traficantes de Berlín y dueño del Rote. Nunca había tratado directamente con él hasta hace un par de días, durante el show del ilusionista de Münich. Me llevó a su palco y me presentó a un pelirrojo que deseaba comprar armas. El tipo era bastante peculiar, se presentó como un sujeto elegante y sofisticado a pesar de las sutiles cicatrices en la cara, pero a veces mostraba unos gestos impropios de un caballero. Creo que le faltaba un tornillo, pero debe de haber tenido bastante influencia para acceder al palco personal del jefe. Lo puse en contacto con el vendedor para que eligiera el modelo de pistola que prefiriese, aunque de todas ellas la que más se vende es la Beretta, por su tamaño y discreción.

—¿Sabes cómo contactarlo? Necesito toda la información que puedas brindarme para poder dar con él.

—No traté directamente con él, solo lo puse en contacto con el vendedor: un visitador médico que aprovecha su trabajo para llevar las armas en su maletín de farmacéuticos.

—Necesitaré su nombre y cómo ubicarlo. Si tú no puedes, él me conducirá al pelirrojo.

—Adolf Schulz, es algo obeso, de cuarenta y tantos, y lleva bigote. Suele ir cada dos noches al Rote, y creo que vive en el barrio obrero de Kreuzberg, pero no sé cómo ubicarlo fuera del club.

—¿Se movilizaba en coche? ¿Tienes el modelo y matrícula?

—No, no lo tengo. Pero sí vi el coche al que se subió el pelirrojo cuando salió del club. Era un Porsche 356 plateado, muy llamativo. He visto ese coche antes rondando el club, probablemente esté relacionado con otros clientes.

—De acuerdo. ¿Es todo? ¿O hay algún detalle más que no hayas mencionado?

—Ten cuidado, es peligroso meterse con Erich Gross —advirtió con genuina preocupación, arrugando la frente—. Tiene topos en la policía, y siempre se sale con la suya. Estás jugando con fuego, Evangelina.

—No me llamo Evangelina —corrigió—. Por ahora esta información es suficiente, pero si lo necesito volveré a buscarte. Por ahora, me llevaré esto —dijo agitando la Beretta en el aire—. Ya que estás en la cama, intenta dormir.

Lena abandonó la habitación, dejando tras de sí a un Lorenzo entre aturdido y fascinado. Al bajar las escaleras, volvió a vestir su vestido negro con la mancha seca de tinto y recogió su diminuto bolso, en el que introdujo la daga y la pequeña Beretta M34.

—Adiós Lorenzo, fue un gusto conocerte —dijo en voz alta, antes de cerrar la puerta a sus espaldas, y deshacer a pie el camino de regreso al centro urbano.


Al regresar a la carretera Fürstenwalder, a pocos minutos del lago Müggelsee, un coche la interceptó y las luces de los faros la deslumbraron. Lena llevó la mano al bolso, lista para sacar la pistola que le había robado a Lorenzo, y se sorprendió al ver bajar del vehículo a una silueta familiar. 


(Imagen referencial generada por IA)

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