Lirio (BL🌈 En proceso 🐦)

By LadyBerrybell

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¿Qué queda tras la venganza? Lirio lo tiene claro: nada. El vacío y la anhedonia. Sin embargo, su alma vuelve... More

Lirio
Mapa de Astria
El príncipe mentiroso.
Aquí. Destrozado y retorcido.
Una suave caricia para un pájaro herido.
Palabras en una tibia noche.
Si tú quieres.
Los secretos que esconde tu sonrisa.
Latidos de porcelana.
Sátira de cristal.
Pétalos de luz.
Tras el telón.
Estaba equivocado, pero fue mi elección.
Sorpresa.
Aquella noche, vendí mis labios y él vendió los suyos.
Ven, Lirio.
Los colores de la noche.
Lo que agita su corazón.
Desaparecer para el mundo.
La luna en lo alto del cielo.
Todo lo que pude hacer y no hice.
Xistra ⚘ Y no te olvides, sonríe.
Xistra ⚘ Apuñalar tu corazón.
Xistra ⚘ Tallar mi piel con un sentimiento desgarrador

Ojos que no mienten, corazón que no siente.

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By LadyBerrybell

El regusto amargo permanecía en mis labios mientras me deslizaba por los pasillos de cristal, siguiendo los pasos de Cade. Por suerte, el guarda se había detenido para hablar. O más bien, torturar a un joven muchacho con su verborrea. Se me cruzó por la mente seguir mi camino hasta encontrar a mi hermana, pero quedaría expuesto si Cade aparecía.

Esperé en el hueco que había entre una de las numerosas columnas de piedra blanca y las cortinas de seda que cubrían los ventanales. El guarda acarició la nuca del chico, con una retorcida mueca que bailaba entre el divertimiento y el hastío. Crucé los brazos y me planteé usar la magia, ¿sería capaz de noquearlo sin que las sacerdotisas se percataran? No tenía muy claro si eran capaces de discernir el intercambio de energía entre la magia y los mestizos.

Tras susurrarle algo al oído y darle una palmada en el trasero, el montón de basura que conformaba la persona llamada Cade se movió de nuevo.

Pasé al lado del chico, quien resultó ser Kailen. Se estaba mordiendo el labio inferior y la sangre ya había brotado.

—Te intercambio la posición —le dije con ligereza—. Me he aburrido de dar vueltas por el mismo sitio.

Él parpadeó sin comprender.

—El capitán se enfadará con nosotros —acertó a decir con el ceño fruncido.

—Conmigo, ya que he sido yo el que te dijo que te largaras de aquí.

La comprensión llegó a sus ojos claros.

—Puedo soportarlo, es algo habitual —musitó con la voz convertida en una voluta de humo—. Escapar un día no hará la diferencia.

Miré hacia el recodo por el que había girado Cade.

—A veces, un día es todo lo que se necesita.

Suspiró con abatimiento.

—Te van a castigar.

—Como siempre, creo que incluso les he tomado cariño a las gallinas salvajes que hay en el Palacio Olvidado.

Antes de que Kailen pudiera replicar, le di un par de palmadas en la cabeza y me apresuré a seguir a Cade.

—¡Ya sabes, mi ruta es desde la entrada oeste al jardín de la corte!

Apuré mis pasos hasta alcanzar al dichoso guarda. No había ningún fae en aquel angosto pasillo dedicado al servicio, las paredes ni siquiera eran de cristal pulido, sino que estaban hechas de una burda piedra grisácea.

Decidí arriesgarme. Busqué aliento y di una orden simple.

Haz que vomite.

Sin embargo, la magia se tomó la orden de otra manera y lo que sucedió fue que la lámpara fae que pendía del techo, se resquebrajó y cayó directa a su cabeza. Escuché un gruñido y me apresuré a retroceder.

El frío que sentí al perder un pedazo de mi energía vital me hizo estremecerme. Escuché juramentos y al cabo de un rato, a Cade vomitando.

—El resultado lo es todo, supongo —susurré para mí.

Me escabullí antes de que llegaran otras personas a ayudar con el altercado.

Al fin, encontré a mi hermana. Estaba sentada en un banco de piedra, en el extremo norte del jardín que colindaba con los acantilados. La lluvia se había detenido por completo hacía rato y, por lo que podía apreciar, Aira había secado el banco con la magia.

Me quedé de pie, cerca, pero sin sentarme. Habían pasado demasiados veranos desde aquella época en la que nos dedicábamos a explorar las ruinas cercanas a la casa de campo de nuestra madre. Mucho tiempo para empezar con un simple hola; demasiada distancia entre una dama de la corte a punto de cumplir la mayoría de edad y un mero guardia.

—No he pedido compañía —dijo, su mirada estaba fija en los tréboles que crecían sin control—. Retírese.

—Cumplo con mi deber —rebatí mientras observaba el entorno en busca de cualquier mirada indiscreta. Ella puso una mueca de disgusto.

—¿Cuidar de una fae cualquiera?

—Aira —mascullé en voz muy baja—, no digas tonterías.

Se incorporó de golpe y echó un vistazo a nuestro alrededor antes de plantarse frente a mí. Había crecido mucho, ya no se parecía a la niña que lloraba cada vez que nos separaban. Retorció un mechón de su cabello con la mano, creando y deshaciendo un bucle. Su ceño estaba fruncido y pude atisbar una leve marca azulada en su hombro. Alcé la mano, me arrepentí al instante y la volví a bajar.

—¿Por qué estás aquí? —replicó entre susurros—. ¿Crees que no soy capaz de hacerlo?

—¿De qué estás hablando? Solo quería estar cerca de ti.

Se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía para poder susurrarme.

—No te necesito, cumpliré con lo que madre me ha encomendado.

—E intuyo que no puedo saber qué es —dije alejándome un paso.

—¿Madre no te lo ha dicho?

—No.

Alzó la cabeza al cielo y se echó a reír. Era una risa desencajada. En algún punto, mi hermana había comenzado a caminar hacia un lugar peligroso en el que no estaba invitado. Las cartas que había recibido solo reflejaban el lado artificial de su vida. Me sentí engañado y excluido, como si hubiera puesto un muro entre nosotros mientras no estaba.

—Creí que te había mandado nuestra madre.

Contemplé los botones de la manga de mi uniforme, tragando el enfado que burbujeaba en mis venas. La magia revoloteaba, atenta a cualquier despiste. Primero el príncipe, luego Cade y ahora Aira, todos se empeñaban en complicarme la existencia.

—He venido porque eres la única familia que tengo.

Aira parpadeó con incredulidad.

—¿Y Bastián?

Encogí mis hombros con indiferencia y ella negó con la cabeza varias veces. Alisó la tela de su vestido y acomodó el broche que sujetaba mi capa.

—Deberías irte de palacio, este lugar no es tan sencillo —terminó por musitar tras un buen rato.

—Tú eres la hermana pequeña, no yo. Y ten por seguro de que, si lo considero peligroso, nos iremos. Los dos.

Me propinó un ligero golpe en el pecho con su puño.

—Madre jamás permitirá que eso suceda.

Echó a caminar hacia el interior y la detuve posando con cuidado la mano sobre su hombro.

—Si me necesitas, estoy aquí —dije.

Se limitó a asentir con la cabeza antes de apresurarse hacia los portalones de madera. Me quedé parado a un lado del camino, con los sentimientos abordando mi alma. Era agotador. ¡Qué fácil sería mi vida si no sintiera nada!

Los rayos del sol se filtraron entre las nubes que se movían veloces por el cielo gris.

—No sé qué esperaba —murmuré.

Dejé que la luz me impactara en la cara y me deshice la coleta. El lazo que llevaba en la mano estaba desgastando tras tanto uso. El pelo se agitó con el vendaval que traía la tormenta consigo.

Nada parecía salir según lo planeado. Debía conseguir información sobre las flaquezas del reino, mantener a Aira a salvo mientras mi padre se hacía con el control de Astria. No estaba logrando ninguna de las dos cosas. Carecía de la astucia y el estrato social necesarios.

Apreté el lazo unos instantes y dejé que el viento se lo llevara.

—No se supone que ibas a volver a tu posición —dijo Albor con un tono repelente.

Lo contemplé, olvidando por completo usar la máscara que me proporcionaba mi sonrisa desenfadada. Sus mejillas se colorearon como si un pintor hubiese derramado una gota de pintura roja en un papel blanco.

—Tus ojos...

Ah. Maldita sea.

Contuve una mueca y acorté la distancia que nos separaba. Apoyé mi rodilla en el suelo y llevé la mano a mi corazón.

—¿Qué sucede, mi rey?

Sus dedos se apresuraron a tomar mi mentón. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo.

—Entiendo —murmuró con una sonrisa.

No debí recurrir a la magia. Estaba equivocado, pero fue mi elección.


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